Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

[Reviews - 149]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Si hay unas cosas confusas, ofrezco una disculpa, en el proximo capítulo se atarán varios cabos :)

Este capítulo es desde la perspectiva de Andrés, narrado por él

Desde hace un tiempo había venido a estudiar a la ciudad gracias a una beca que conseguí por mi aprovechamiento, a pesar de que peleé con mi madre diciéndole que no quería venir porque no quería dejarla sola, ella insistió que no tenía que ver por ella, sino por mí.

Los primeros días recién llegado tuve que albergarme en una pensión comunitaria donde eran cuartos compartidos con dos camas en lo que encontraba un nuevo lugar en el cual quedarme, todos los días compraba el periódico buscando una oferta que tuviera las comodidades que necesitaba y que se ajustara a mi presupuesto. Traía conmigo los ahorros de mis estudios que  mamá estuvo ahorrando  desde que era un niño pequeño, pero más allá de un lugar donde quedarme, necesitaba conseguir un empleo.

Leí en el periódico un anuncio diciendo que se rentaba un cuarto en un apartamento a buen precio, por la ubicación me di cuenta que estaba fuera de mi alcance así que lo ignoré por completo. Sin embargo, cada mañana seguía viendo aquel anuncio, como si me estuviese asechando, me hacía sentir intranquilo verlo día a día, una fuerza poderosa en mi interior me decía que debía llamar y así lo hice.

Me contestó una señora con la cual me quede de ver en un lugar para poder hablar de los requisitos que necesitaba. Se me hizo sospechoso, no sabía que el hecho de rentar un lugar donde dormir tenía que hacerse mediante una elección.

Llegué al café donde me citó. Busqué con mi mirada a una mujer de cabello rubio y vestida de negro por todo el lugar, ella me dijo que esa sería la forma de identificarla. Di con ella, una señora alta, con un porte elegante y adinerado, debía de estar en sus cuarenta y tantos años, aunque se veía bastante conservada. Iba a acompañada de una jovencita de cabellos castaños, supuse que debía ser su hija. Me acerqué hasta la mesa donde estaban ellas y me presenté, me saludó amablemente y me indicó que me sentara. Sólo pedí un vaso con agua, el menú estaba bastante caro para ser un simple café.

-Y bien, Andrés, ¿por qué quieres rentar el lugar? —Tenía los ojos puestos en mí, en cierta forma me intimidaba.

-Vengo de fuera a estudiar aquí y buscaba algún sitio donde quedarme.

-¿Dónde vives ahora?

-En una pensión comunitaria.

-Oh. —Parecía sorprendida— Bien, debo aclarar te que el apartamento es compartido. Con mi hijo, él no pudo estar presente hoy.

-Por mí no hay problema. —Sonreí, tratando de parecer amable.

-¿Qué estudias?

-Aún no entro a clases, estoy resolviendo el papeleo a penas, pero estoy becado en el área de psicología.

-Yo estudié eso. —Parecía más relajada— Es una carrera estupenda, sin embargo, no fue lo mío.  Acabé como agente de bienes raíces y eligiendo sujetos para vivir con mi hijo.

Solté una pequeña risa.

-¿Tienes novia? —Interrumpió la niña.

-¡Sandra! —La reprendió la señora.

-No, no tengo.

-Discúlpala, por favor. Ella es mi hija.

-Llámame Sandy. —Me sonrió ampliamente para después volver a comer su helado

-Mucho gusto, Sandy. —Le devolví la sonrisa.

La conversación comenzó a tomar otro rumbo y antes de que me diera cuenta los tres comenzamos a bromear y hablar sobre cosas triviales. A juzgar por su apariencia, no creía que esas personas fueran tan agradables. La señora Magda me habló de su hijo, un chico de 21 años estudiante de diseño gráfico que quiso comenzar a ser autosuficiente, ella lo describía como un chico brillante y guapo, un hijo trofeo. 
Al terminar ella concluyó que yo podía ser el perfecto compañero de vivienda para su hijo, incluso me rebajó el preció aún más. Me hizo saber el día y la hora en que tenía que presentarme a mi nuevo hogar y preguntar por “Sebastián”, así se llamaba su tan adorado hijo.

Aguardé los días ansioso y emocionado por mi traslado, hasta que por fin se hizo presente.
No llevaba muchas cosas conmigo, al menos tantas como las que la gente necesita cuando se muda a una nueva ciudad. Un par de cajas y maletas.

Llegué en taxi al edificio de ocho pisos, tenía una pinta lujosa, todo forrado de aluminio y cristal, era brillante. Le informé al portero que de ahora en adelante viviría aquí y en qué piso, me dio la bienvenida e incluso me ayudo a mantener el equilibrio con todas las cosa que llevaba encima, arrastraba las cajas con los pies para subirlos al elevador, mientras que las manos las traía ocupadas cargando las maletas. 
Paré hasta el piso siete y toqué la puerta con el número G-7, me abrió un chico alto, de cabellos castaño -más claro que el de su hermana- alborotados y húmedos, parecía recién salido de la ducha, clavó sus ojos verdes en mí.

Yo lo miraba embelesado, era guapo, guapísimo, me quedé observando su rostro como idiota que ni siquiera pude pronunciar una palabra. Me sentí emocionado por poder vivir con él, quería correr por todo el piso gritando, pero sería algo inapropiado, por supuesto. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando recordé que ni siquiera me había presentado.

Le dije mi nombre y un par de cosas más, el parecía bastante desconcertado, quizá le di una mala impresión. Se ofreció a ayudarme con mis maletas y me mostró mi habitación y demás partes de la casa, incluso me invitó a cenar juntos. A pesar de que lo acababa de conocer el estar cerca de él me hacía sentir tantas cosas, mi estómago revoloteaba y mi corazón se disparaba, debían ser las hormonas. Él me trataba de una forma distante, lo que me provocaba un sentimiento de autorechazo.

Supuse que debía controlarme más y no ser tan impulsivo, era obvio que lo hacía sentir incomodo, trataba de ser amable, no quería que me siguiera tratando así, era como si todo el tiempo quisiera escapar en mí. Yo no sentía más que una atracción por él, forzaba mis sentimientos a no sentir más que eso, no quería sentir ese tan aclamado amor por alguien. Yo no era alguien merecedor de él, lo tenía bien claro, aparte la idea de estar con un chico era extraña, yo nunca había sentido sentimientos por nadie más allá de la amistad, era la primera vez que me sucedía algo así.

Aparte de que yo no era alguien con un alma pura, no me sentía capaz de estar con alguien en un ámbito romántico por más que lo imaginara y mucho menos sexual. Sentí una sensación de nauseas recorrer mi estómago, subiendo por mi garganta, al recordar imágenes pasajeras de lo que alguna vez viví.

Me acurruqué en mi cama cubriéndome con mis cobijas, abracé fuertemente la almohada entre mis brazos. Dos gotas de agua salada se deslizaron por mis mejillas dejando rastro, cuando me di cuenta estaba llorando a mares.

*          *         *

Caminé por los pasillos de la universidad desorientado, era tan grande que me tardaba unos diez minutos en cada cambio de clase. Escuché por uno de mis compañeros que la clase siguiente estaba libre porque el profesor se había enfermado. Seguí vagando hasta que llegué lo que parece ser la cafetería en el exterior, era enorme, mesas por todo el jardín, había muchas flores por todos lados, flores hermosas y coloridas, quedé cautivado. Caminé entre las mesas buscando una vacía en la cual poder sentarme y vi una silueta conocida. ¿Sebastián?
Una sonrisa se plantó automáticamente en mi rostro, corrí hacia él gritando su nombre, el me miró con los ojos abiertos como platos. Tomé la silla de la mesa de junto y me senté a su lado.

-¿Por qué no dijiste que también estudiabas aquí?  —Estaba tan feliz de verlo, no creí encontrármelo aquí.    

El lucía demasiado nervioso y distante -más de lo normal- se excusó diciendo que lo había olvidado. Me presentó a su novia, una chica rubia, me miraba con cara de pocos amigos, y en el fondo yo la miraba igual. Lo debí suponer,  un chico de su clase no puede estar soltero,  un sentimiento de resignación y desilusión emergía en mi interior.  Me presenté  y le extendí mi mano dispuesto a estrechar la suya, la cual se quedó en su lugar. ¿Cuál era su problema? Me sentía molesto, irritado y triste por el hecho de que Sebastián, un chico genial estuviera con una mujer tan antipática

Después de esa incómoda situación, él me corrió. Salí cabizbajo de la universidad, me salté la última clase que me faltaba, no quería estar ahí, no quería verlo, ¿por qué me trataba de esa forma? Yo sólo quería ser amable y agradarle, no tenía más que otras intenciones. Sin embargo, él siempre se mostraba tan frío y serio conmigo, era tan distinto a como lo había descrito su madre. Iba por la acera caminando mecánicamente, porque ni siquiera sabía a dónde iría, estaba triste de esforzarme por algo que parecía imposible, es de esos casos donde sólo quieres caerle bien a esa persona y parece que haces lo contrario. Jamás creí que a mí me pudiera suceder algo como eso.

En el camino me encontré con un puesto de flores, me acerqué olfateándolas todas, ese aroma me recordaba a mi hogar, a mi madre, ¿qué estará haciendo ella en estos momentos?

-Joven, ¿va a llevar algo? —Me dijo la anciana dueña del lugar, me miraba con una expresión amable que me llenó de confianza.

-No… sólo… ¿cómo se llaman estos? —Señalé una flor de un tallo largo con las hojas amarillo intenso cerradas en forma de capullo, como si todos los pétalos estuvieran protegiendo algo valioso en el interior.

-Son tulipanes. —Me sonrío y sacó uno mostrándomelo.

-Son muy bonitos. —Tomé la flor entre mis manos, era tan suave y delicada—Su color lo hace ver  tan alegre.

-Quien dijera que alberga sentimientos tan tristes. En el lenguaje de las flores significa amor sin esperanzas.

La miré sorprendido. Es como si las flores pudieran leer a través de mí, es tan sencillo para ellas expresar lo que las personas no pueden, aunque no es como si sintiera amor por Sebastián, al menos eso es lo que trataba de creer. Quizá es por eso, es un amor del cual no hay ninguna esperanza, por eso no puedo terminar de llamarlo amor.

Le pedí a la anciana media docena de tulipanes amarillos, pensé en darle las flores a Sebastián para disculparme por mi imprudencia de hace rato, aunque eso no era más que una excusa para transmitirle de alguna forma la manera en la que me sentía.

Mientras subía por el ascensor mi nerviosismo de verlo iba incrementando. Quizá él estaría enojado conmigo. Me detuve antes de abrir la puerta y solté un largo suspiro llenándome de valor. Al entrar él estaba recostado en el sillón y se incorporó rápidamente, yo llevaba las flores en mis manos con las palabras en la punta de mi lengua.

-¿Q-qué haces? —Se puso de pie. Se notaba el terror de sus ojos al verme. Un fuerte dolor en el corazón comenzó a surgir extendiéndose con por todo mi pecho.

-A-ah… yo vi este florero vacío y pensé que se vería mejor con flores, así que pasé a comprar unas.  —Jamás me había sentido tan aliviado de que un florero se encontrar en un lugar— ¿Te gustan? —Rogaba porque mi voz no se quebrara, sentí un ardor en mis ojos, estaba a punto de llorar.

Él lucía tranquilo después de escuchar mi respuesta.

Terminé por disculparme tontamente en la cocina. Esa tarde cociné para ambos, después de comer pensé que sería buena idea pasar tiempo juntos, como amigos, aunque mi subconsciente no lo veía así, y le sugerí ver una película, sentía todas en mi contra para que no aceptara, pero me llevé una sorpresa cuando cedió.

-Es raro, ¿sabes? No recuerdo haber metido esta película en mis cosas. —Dijo agitando el DVD— ¿Quieres verla?

-Me parece bien. Haré palomitas de maíz.

-¿Tenemos?

“¿Tenemos?” Esa palabra retumbó en mis oídos. Habla como si todo lo suyo fuera mío y viceversa, tal vez comenzó a confiar en mí. La idea me hizo sonreír.

Terminamos acomodándonos en el sofá con el tazón de palomitas en medio de los dos. Él lucía tan despreocupado y natural, nunca lo había visto así desde que llegué aquí, se comportaba como si me conociera de años. Comenzamos a ver la película la cual me pegaba tremendos sustos a diferencia de Sebastián, lucía tan sereno. En ocasiones nuestras manos chocaban al tomar las palomitas, hacía que me sonrojara al sentir el leve tacto con sus dedos.

El anochecer cayó, la pesadez en mis parpados se comenzó a hacer cada vez más intensa, me costaba mantenerlos abiertos, no quería irme a dormir, no aún. No había podido dormir bien desde que llegué, me costaba trabajo acostumbrarme a un nuevo hogar, sobre todo a la cama, extrañaba la mía y mis cientos de almohadas. Sin darme cuenta caí en un profundo sueño.

 

Sentía cosquilleos en mis piernas que me hacían removerme levemente, estaba durmiendo tan apaciblemente que sentía que podía quedarme así toda la vida. Comencé a sentir una brisa en todas mis extremidades inferiores, tenía frío.

Me desperté súbitamente, mi visión estaba borrosa, pero podía identificar las paredes de mi habitación. ¿Cómo había llegado ahí? Me froté los ojos con las palmas de mis manos y miré una cara conocida, era Sebastián, me quedé helado, bajé mi vista dándome cuenta de mis piernas desnudas, estaba en ropa interior, totalmente expuesto a él, mostrándole aquel panorama que traté de ocultar por tantos años. Encogí las piernas, escondiéndolas con las sábanas. Me sentía destrozado, ¿por qué él tenía que ver esto? Apreté mi mandíbula, frustrado, frustración que no duró mucho cuando la tristeza me comenzó a invadir.

Traté de llamarlo por su nombre, él me veía totalmente angustiado, balbuceó unas palabras que no pude entender y salió corriendo de mi habitación. El agua salada acumulada en mis ojos no tardó en hacerse presente,  y el sentimiento de rechazo se hacía más grande. Me cubrí con las sábanas hasta la cabeza, con los ojos cerrados, hundido por mis lágrimas.

*       *       *

Los días pasaron y yo callé sobre la situación de la otra vez, cada vez que pensaba en ello no podía evitar sentirme mal conmigo mismo, no encontraba las palabras correctas para explicarle, no me sentía listo para decirle de lo ocurrido. Algo en mi interior me decía que no debía hacerlo, sería darle información innecesaria, yo sé que no le importo y de seguro ahora hasta le desagrada el mirarme. Suspiré con pesadez ante tal pensamiento, piqué mi sándwich con mis dedos, aplastando el pan.

Me afecta  asumir que de verdad no le importo, pero a veces pienso que todo lo que pasó fue porque él me cargó hasta mi habitación, si de verdad no le importara no se habría tomado la molestia de hacer algo como eso, de seguro sólo fue cortesía…

Al terminar de almorzar tomé mi bolso con mi uniforme para el trabajo y un suéter, cada día hacía más frío, sobre todo por las noches, en los noticieros incluso anunciaban que las tormentas de nieve se acercaban.  Salí del apartamento, reflexionando acerca de la pequeña conversación que tuve con Sebastián mientras comía, me dijo que me cuidara. Sonreí como tonto al recordarlo.

Bajé por el elevador, se detuvo un par de veces entrando más gente hasta que llegamos a la primera planta. Saludé al portero como todas las tardes y caminé hasta la esquina para tomar el autobús. Me sentía triste y molesto conmigo mismo, no entendía la razón por la que tenía que sentir cosas por él, precisamente él, que ni siquiera me nota. Aparte tiene novia… tonta mujer.

El autobús llegó y me subí, elegí el lugar más alejado de las personas posible, andaba con un humor de perros que no quería contagiárselos a los demás con esa aura espesa llena de negatividad, me senté en el asiento de hasta atrás, junto a la ventana. Observaba los árboles, las personas y demás cosas pasar tan rápido que sentía que ellos eran los que se movían. Antes de darme cuenta mi parada ya se había pasado, ¡lo que me faltaba! Me puse de pie rápidamente y presioné el botón con desesperación, el conductor me miró con el ceño fruncido por el espejo retrovisor, lucía molesto, sonreí nerviosamente y bajé en medio de la calle. Caminé la cuadra que me había pasado y abrí las puertas del negocio, encontrándome con la gerente general.

-Hola, Melisa. Disculpa la tardanza. —Dije apenado. No pensaba contarle acerca de mi pequeño incidente.

-¡Más vale que te cambies de inmediato que la gente no tarda en llegar!

Asentí y me dirigí hasta el baño, me metí en un cubículo, saqué mi uniforme, cambiándome.  Una camisa blanca de manga corta con el logo del lugar, pantalones y zapatos negros. Salí del baño, encontrándome con Melisa de nuevo, a su lado estaba un chico alto, su piel  ligeramente bronceada, cabello rubio, ojos color miel y su cuerpo bien trabajado se notaba incluso a través de su ropa.

-Él es Gabriel, trabajara de ahora en adelante aquí, es su primer día. Y él es Andrés, llegó hace unas semanas, él te mostrará qué hacer. —Dijo refiriéndose a él.

-Mucho gusto. —Le sonreí amablemente.

-Igualmente. —Me devolvió la sonrisa con una de comercial, su dentadura era perfecta.

-Me voy, prepárense, chicos. —Melisa se despidió de nosotros y se fue, quedando sólo Gabriel y yo.

-¿Te cae bien ella? —Dijo Gabriel, refiriéndose a Melisa.

-Síp, es linda.

-Ya veo, al parecer todo el personal de aquí lo es.

Me sonrojé ligeramente.

-Bien, te mostraré el lugar, acompáñame. —Por un momento me sentí como Sebastián cuando me mostró el apartamento, sonreí para mí.

Entramos al cuarto, había una hilera de casilleros donde los empleados guardaban sus cosas, me dirigí a uno de ellos y guardé mi bolso.

-Este es  el cuarto de servicio, es como el área de descanso y eso. ¿Melisa ya te dio el número de tu casillero?

-Número 34. —Dijo mirando un pequeño papel.

-Es junto al mío. Aquí, ven.

Vino hacia mí, y se sitúo a mi lado.

-Se abre jalando hacia ti, de seguro ya lo sabes pero por si las dudas, luego se atasca y lo único que tienes que hacer es halarlo con más fuerza.  Debes de tener tu uniforme, vas y te cambias al baño y luego regresas y guardas el resto de la ropa aquí, así como yo hice, ¿entiendes?

Él me miraba fijamente, estaba seguro que no puso atención a lo que le dije, cada vez se acercaba más, pude su sentir su mano rozar mi muslo en un movimiento. Me sentí incómodo y me alejé al instante.

-E-eh, yo iré a trabajar… te he dicho lo básico, nos vemos.

Me di la media vuelta y exhale, no había notado que estaba conteniendo la respiración. Estaba confundido ante la actitud de Gabriel, ¿qué le pasaba? Yo no podría gustarle a nadie ni en un millón de años, de seguro eran tontas alucinaciones mías.

La jornada comenzó, el trabajo como mesero era cansado, estar de aquí para allá, tomando órdenes y atendiendo, sobre todo memorizarte el número de las mesas para no confundirte con la comida, y luego toparte con cada rico engreído que cree que por tener dinero puede tratar a la gente como basura. Durante todo el tiempo, Gabriel me dedicaba sonrisas cada vez que nuestras miradas se cruzaban, yo no se las devolvía, sólo me ponía nervioso.

Cuando por fin cerramos, Gabriel y yo comenzamos a limpiar las mesas, podía sentir su mirada sobre mí y en una que otra ocasión elegía la misma mesa que yo para poder estar cerca de mí, al menos esa era mi creencia, después de horas de tantas miradas y sonrisas por fin abrió la boca para decir algo pero Melisa nos interrumpió

-Es todo, chicos, yo me encargaré de terminar. Cuando me enteré que Marina no iba a poder venir hoy me puso en una situación desesperada, gracias por su ayuda, se los agradezco.

Gabriel y yo asentimos despidiéndonos de ella, caminé hasta el cuarto de servicio para quitarme el molesto uniforme, podía sentir unos pasos detrás de mí.

-¿Quién es Marina? —Me preguntó Gabriel con indiferencia.

-La chica de la limpieza.

-Oh. —Comenzó a hurgar en su taquilla.

Tomé mi bolso saliendo de ahí, sin dirigirle una palabra. Fui al baño y me cambié rápidamente, ya era bastante tarde. Sebastián debía de estar preocupado. Já, claro, ni de debería acordar de mí. No sé por qué me sentía molesto con él, si no había hecho nada… ese debía ser el problema, no hacer nada.

Antes de irme me despedí de Melisa, que me regaló un bote de helado en agradecimiento, algo extraño, pero me gusta el helado, en cuanto al otro sujeto, no lo volví a ver. Me paré esperando el transporte. Me sentía cansado y molesto, y eso último era lo que más me pesaba.

-¡Andrés! —Escuché la voz de Gabriel acercándose a mí.

 Lo miré sorprendido. ¿Qué hace aquí?

-No sabía que también tomabas el autobús aquí.  —Gabriel continuó al ver que no decía nada— Oh, ahí viene.

-¿También tomas ese?

-¡¿También?! Vaya, parece que vamos a pasar más tiempo juntos.

-Así parece. —Le sonreí  algo nervioso.

Ambos subimos, yo estaba dispuesto a sentarme en un lugar lejos de él, no me desagradaba, de hecho me caía bien, pero quería estar solo, mi cabeza estaba hecha un caos. Para mi fortuna no fue así, él se plantó junto de mi lado.

-¿Dónde vives? —Preguntó curioso.

-Uhm… en la torre platino.

-¿En serio? He oído que esos departamentos son de lujo.

-Sólo estoy rentando por una temporada, y es compartido.

-O sea que, vives con un amigo.

“Amigo”  ¿Eso es lo que somos?

-No, sólo somos vecinos de cuartos. —Dolía incluso pronunciarlo.

-Ya veo. Te acompañaré a casa.

-¿Q-qué? No tienes que hacerlo, es tarde.

-Porque es tarde lo haré.

-Gabriel, de verdad, ni siquiera me conoces.

-Me gustaría conocerte, así que, por favor, déjame acompañarte.

-P-pero…

-No te estoy proponiendo matrimonio, no te pongas así.

¡¿Q-qué?! Sentí mis mejillas arder.

Caminé por la calle totalmente solitaria con Gabriel a mi lado, sí, al final terminó acompañándome. Yo no hice esfuerzo por iniciar una conversación, ni él tampoco, así que durante todo el trayecto nos mantuvimos en silencio. Nos detuvimos en la calle de enfrente del edificio.

-Gracias por acompañarme.

-No fue nada, cuando quieras. —Esbozó su encantadora sonrisa.

-T-ten cuidado regreso a casa.

-Sí, gracias. Quisiera pedirte tu número de celular.

Mi expresión era totalmente confundida y él la notó.

-Sólo por si un día necesitas algo o no sé. —Se encogió de hombros.

-Bien, anota.

Le di mi número, me despedí de él y caminé hasta la entrada.

Entré a casa, noté que Sebastián no había llegado aún. Esperaba que no le haya pasado algo… la puerta se abrió detrás de mí, que si no me doy la vuelta probablemente me hubiera golpeado. ¡Era él! Y estaba tan cerca… sonreí instintivamente, y él sólo retrocedió.

-¿A-andy?

-¿Andy? Es un lindo sobrenombre, ¿te puedo decir Sebas?

Su expresión cambió por completo, apretó los labios y frunció el ceño, claramente estaba molesto. Murmuró un par de cosas más que no pude entender y pasó junto de mí.

Sentí ganas de tirarme al suelo mientras le gritaba lo cruel que era conmigo, pero me contuve, no iba a actuar más patético de lo que ya lo hacía. Pero por más mal que actuara conmigo, no podía dejar de preocuparme por él, dudé seriamente si lo que sentía por él era simple atracción.

Recordé el helado que aún estaba en mi bolso, lo saqué rápidamente, estaba por guardarlo en la nevera cuando una interrogante se me presentó, “¿A Sebastián le gustará el helado?”  Tomé una copa de la alacena y le serví un poco, me dirigí a su habitación.

Pasaron varios minutos y yo no me atrevía a llamar a la puerta, tenía miedo de ver su reacción, ¿qué tal si me echaba en cuanto me viera?  Alcé mi brazo y golpeé la puerta con mis nudillos, bajé la cabeza. Ya está, lo había hecho. Mi estómago se revolvió de los nervios, al subir mi mirada me encontré con su rostro, sus ojos mirándome, estaba más tranquilo.

-Yo… cuando salí de trabajar me dieron helado y pensé que querías un poco… porque bueno, parecías un poco molesto… quizá esto te suba el ánimo.

Él sólo me agradeció y me sonrió. Quedé cautivado por él, se veía mucho mejor así, tan normal, como debía ser y no con la faceta que siempre me mostraba. Vi su mano acercándose a mí, por acto de reflejo la tomé con mi otra mano, era cálida al tacto, entrelacé mis dedos con los suyos. Un simple toque hacia mi corazón galopar al máximo, esto no es sólo atracción, lo acababa de confirmar.

Sebastián quitó su mano de repente,  se veía asustado.

-L-lo siento.

¿Por qué había eso hecho? Me había dejado llevar demasiado, sólo empeoré las cosas más, era un estúpido total. Salí disparado a mi habitación. Ese dolor en el pecho lo comencé a sentir otra vez, me dolía, y lo quería, lo quería muchísimo.

asa33;a33;a33;a33;a33; ext-align: justify; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: auto; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px; background-color: rgb(231, 232, 232);">La jornada comenzó, el trabajo como mesero era cansado, estar de aquí para allá, tomando órdenes y atendiendo, sobre todo memorizarte el número de las mesas para no confundirte con la comida, y luego toparte con cada rico engreído que cree que por tener dinero puede tratar a la gente como basura. Durante todo el tiempo, Gabriel me dedicaba sonrisas cada vez que nuestras miradas se cruzaban, yo no se las devolvía, sólo me ponía nervioso.

 

Cuando por fin cerramos, Gabriel y yo comenzamos a limpiar las mesas, podía sentir su mirada sobre mí y en una que otra ocasión elegía la misma mesa que yo para poder estar cerca de mí, al menos esa era mi creencia, después de horas de tantas miradas y sonrisas por fin abrió la boca para decir algo pero Melisa nos interrumpió

-Es todo, chicos, yo me encargaré de terminar. Cuando me enteré que Marina no iba a poder venir hoy me puso en una situación desesperada, gracias por su ayuda, se los agradezco.

Gabriel y yo asentimos despidiéndonos de ella, caminé hasta el cuarto de servicio para quitarme el molesto uniforme, podía sentir unos pasos detrás de mí.

-¿Quién es Marina? —Me preguntó Gabriel con indiferencia.

-La chica de la limpieza.

-Oh. —Comenzó a hurgar en su taquilla.

Tomé mi bolso saliendo de ahí, sin dirigirle una palabra. Fui al baño y me cambié rápidamente, ya era bastante tarde.Sebastián debe de estar preocupado. Já, claro, no debe de acordarse ni de mí. No sé por qué me siento molesto con él, si no hizo nada… ese debe ser el problema, no hacer nada.

Antes de irme me despedí de Melisa, que me regaló un bote de helado en agradecimiento, algo extraño, pero me gusta el helado, en cuanto al otro sujeto, no lo volví a ver. Me paré esperando el transporte. Me sentía cansado y molesto, y eso último era lo que más me pesaba.

-¡Andrés! —Escuché la voz de Gabriel acercándose a mí.

 Lo miré sorprendido. ¿Qué hace aquí?

-No sabía que también tomabas el autobús aquí.  —Gabriel continuó al ver que no decía nada— Oh, ahí viene.

-¿También tomas ese?

-¡¿También?! Vaya, parece que vamos a pasar más tiempo juntos.

-Así parece. —Le sonreí  algo nervioso.

Ambos subimos, yo estaba dispuesto a sentarme en un lugar lejos de él, no me desagradaba, de hecho me caía bien, pero quería estar solo, mi cabeza estaba hecha un caos. Para mi fortuna no fue así, él se plantó junto de mi lado.

-¿Dónde vives? —Preguntó curioso.

-Uhm… en la torre platino.

-¿En serio? He oído que esos departamentos son de lujo.

-Sólo estoy rentando por una temporada, y es compartido.

-O sea que, vives con un amigo.

“Amigo”  ¿Eso es lo que somos?

-No, sólo somos vecinos de cuartos. —Dolía incluso pronunciarlo.

-Ya veo. Te acompañaré a casa.

-¿Q-qué? No tienes que hacerlo, es tarde.

-Porque es tarde lo haré.

-Gabriel, de verdad, ni siquiera me conoces.

-Me gustaría conocerte, así que, por favor, déjame acompañarte.

-P-pero…

-No te estoy proponiendo matrimonio, no te pongas así.

¡¿Q-qué?! Sentí mis mejillas arder.

Caminé por la calle totalmente solitaria con Gabriel a mi lado, sí, al final terminó acompañándome. Yo no hice esfuerzo por iniciar una conversación, ni él tampoco, así que durante todo el trayecto nos mantuvimos en silencio. Nos detuvimos en la calle de enfrente del edificio.

-Gracias por acompañarme.

-No fue nada, cuando quieras. —Esbozó su encantadora sonrisa.

-T-ten cuidado regreso a casa.

-Sí, gracias. Quisiera pedirte tu número de celular.

Mi expresión era totalmente confundida y él la notó.

-Sólo por si un día necesitas algo o no sé. —Se encogió de hombros.

-Bien, anota.

Le di mi número, me despedí de él y caminé hasta la entrada.

Entré a casa, noté que Sebastián no había llegado aún. Espero que no le haya pasado algo… la puerta se abrió detrás de mí, que si no me doy la vuelta probablemente me hubiera golpeado. ¡Era él! Y estaba tan cerca… sonreí instintivamente, y él sólo retrocedió.

-¿A-andy?

-¿Andy? Es un lindo sobrenombre, ¿te puedo decir Sebas?

Su expresión cambió por completo, apretó los labios y frunció el ceño, claramente estaba molesto. Murmuró un par de cosas más que no pude entender y pasó junto de mí.

Sentí ganas de tirarme al suelo mientras le gritaba lo cruel que era conmigo, pero me contuve, no iba a actuar más patético de lo que ya lo hacía. Pero por más mal que actuara conmigo, no podía dejar de preocuparme por él, dudé seriamente si lo que sentía por él era simple atracción.

Recordé el helado que aún estaba en mi bolso, lo saqué rápidamente, estaba por guardarlo en la nevera cuando una interrogante se me presentó, “¿A Sebastián le gustará el helado?”  Tomé una copa de la alacena y le serví un poco, me dirigí a su habitación.

Pasaron varios minutos y yo no me atrevía a llamar a la puerta, tenía miedo de ver su reacción, ¿qué tal si me echaba en cuanto me viera?  Alcé mi brazo y golpeé la puerta con mis nudillos, bajé la cabeza. Ya está, lo hice. Mi estómago se revolvió de los nervios, al subir mi mirada me encontré con su rostro, sus ojos mirándome, estaba más tranquilo.

-Yo… cuando salí de trabajar me dieron helado y pensé que querías un poco… porque bueno, parecías un poco molesto… quizá esto te suba el ánimo.

Él sólo me agradeció y me sonrió. Quedé cautivado por él, se veía mucho mejor así, tan normal, como debía ser y no con la faceta que siempre me mostraba. Vi su mano acercándose a mí, por acto de reflejo la tomé con mi otra mano, era cálida al tacto, entrelacé mis dedos con los suyos. Un simple toque hacia mi corazón galopar al máximo, esto no es sólo atracción, lo acababa de confirmar.

Sebastián quitó su mano de repente,  se veía asustado.

-L-lo siento.

¿Por qué había eso hecho? Me dejé llevar demasiado, sólo empeoré las cosas más, soy un estúpido total. Salí disparado a mi habitación. Ese dolor en el pecho lo comencé a sentir otra vez, me dolía, y lo quería, lo quería muchísimo.

 

 

 

 

Notas finales:

Gracias por sus comentarios, me animan a seguir! ^^


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).