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Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

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Mi cabeza no procesaba la información del día de ayer, habían pasado tres años desde la última vez que vi a Gabriel. Era el tipo más asqueroso sobre la faz de la Tierra, aunque no estaba muy seguro si era él, mis recuerdos estaban borrosos, pero si no fuera él, no me hubiese mirado de esa forma.

La única forma de averiguar si realmente era él, era yendo a encararlo, pero, ¿dónde? No sabía nada sobre él, ni lo que había estado haciendo. Quizá seguía viviendo en el mismo lugar, pero a esas alturas no recordaba donde vivía, a menos que… ¡Sandy! Debería de saberlo, después de todo, los tres nos conocimos, pero ella no conocía el porqué nos dejamos de hablar, no podía contarle lo pervertido que era ese tipo. Le llamaría y  le preguntaría si aún tenía su dirección, o por lo menos su número de teléfono.

Saqué el celular de mi bolsillo y marqué el número de Sandy.

-¿Sebas? —Sonaba impresionada.

-Hola, ¿cómo estás?

-¿Qué necesitas?

-Já. Ehm… quería saber si aún tienes la dirección de Gabriel.

-¿Gabriel? ¿Tu amigo del colegio?

-No es mi amigo, pero sí.

-Creo que la tengo… ¿por?

-Sólo dámela.

-Ash. Espera entonces, deja que la busque.

Del otro lado de la línea se oían varios ruidos extraños. Arrugué la frente y me acosté a lo largo del sillón.

-¿Sigues aquí? —Por fin habló mi hermana.

-Sí. ¿La encontraste?

-Sí, ¿tienes dónde anotar?

-Claro, dime.

Saqué un lápiz de mi mochila y anoté la dirección en uno de mis cuadernos, cuando terminé, me despedí de Sandy y me puse de pie. Arranqué el pedazo de papel y guardé la dirección en mi bolsillo trasero junto con mi celular.

Andrés se había ido a trabajar desde hace una hora, por lo que podía ir y regresar sin que él se enterara. Fui a mi cuarto y tomé un abrigo. El clima frío cada vez era más intenso, estábamos a mediados de noviembre, por lo que cada vez era más probable que la nieve comenzara a caer.

Salí del apartamento y me detuve un momento para checar si llevaba todo. Llaves, celular, y dirección, sí. Llamé al ascensor, al abrirse salió una mujer alta y pelirroja, con grandes atributos, debía estar en sus treinta y tantos.

-Buenas tardes, Sebastián.  —Me sonrío lascivamente.

-Buenas tardes, señora Silva.

-Te he dicho que me llames Miranda.

-Lo siento… Miranda. Me tengo que ir, así que… hasta luego. —Sonreí ligeramente mientras entraba al ascensor.

Ella sólo me hizo un ademán con la mano para despedirse de mí, la vi entrar en su apartamento, frente al mío.

Suspiré hondo recargándome en la pared del elevador. Las pocas veces que me encontraba a esa señora sentía que se me insinuaba de una forma extraña. No estaba nada mal, pero era demasiado mayor para mí, tenía novia y… estaba Andy, él era mucho más lindo que cualquier mujer. Me mordí el labio de tan sólo pensarlo.

En ese momento se abrieron las puertas del ascensor, el sonido produjo que volviera en sí. Salí apresuradamente del edificio y saqué el trozo de papel con la dirección, busqué un taxi en la avenida, no tenía ni la menor idea de cómo llegar a ese lugar, no me iba a arriesgar a usar mi auto.

Me subí al taxi y le dije la dirección donde debía ir. Nos dimos la vuelta, al parecer vivía en dirección contraria a mi casa, el conductor se metió por varios callejones, cada vez más solitarios, hasta llegar a un barrio de mala muerte, había pandillas casi en cada esquina y las casas eran todas iguales, con diferentes colores, pero la estructura era la misma.

Le indiqué al taxista que me dejara a unas casas antes, le pagué y me bajé del auto, agradeciéndole.

Caminé por toda la acera buscando el número indicado en el pedazo de papel. Las viviendas estaban muy descuidadas, parecían abandonadas, aunque supuse que no era así por el ruido que se escuchaba al pasar frente a ellas.

Llegué hasta el número 83. Respiré hondo, llenándome de valor, toqué la puerta un par de veces hasta que esta se abrió.

Un hombre alto, mucho más que yo, cabello rubio, demasiado, era obvio que era teñido y esos ojos que recordaba perfectamente, llenos de malicia, era él, el mismo. En su camisa tenía el escudo del restaurante donde trabajaba Andrés, eso indicaba que estaba cerca de él todo el tiempo. Sentí un escalofrío recorrerme todo el cuerpo. No podía echarme para atrás, no ahora.

-Mira a quien tenemos aquí.

-¿Qué quieres con Andrés? —Traté de decir lo más firme y serio que pude.

-¿No es obvio? El mismo propósito que tuve contigo. Follar.

-¡Eres un…! —Me tiré sobre él, estaba por tirarle un golpe en la cara cuando me tomó de los brazos y me metió a su casa, cerró la puerta con la pierna y me sometió contra la pared.

Mi nariz rozaba el concreto y mis manos estaban detrás de mí, su rodilla separaba mis piernas, estaba totalmente inmóvil.

-¡Suéltame! ¡Si estás tanto en celo, deberías irte a un prostíbulo!

-No grites. —Me presionó fuertemente contra la pared, sacándome un jadeo— En primera, yo no me acuesto con cualquiera. A mí me gustan las caras bonitas, hombre, mujer, me da igual. Quiero a alguien con clase, ingenuo, que valga la pena.

-No se lo merece, déjalo en paz.

-¿Y tú sí te lo mereces? Porque…. ¿sabes? Andrés no me gusta mucho, al menos no tanto como tú. Siempre está triste, es demasiado débil, y eso es muy molesto. Deberías darle amor. —Soltó una carcajada— En cambio tú… —Sentí su respiración chocar contra mi oído. Estaba cerca, muy cerca. Cerré los ojos, conteniéndome la rabia que emanaba en mi interior— Tú sabes que te traigo ganas desde hace muchos años, ¿por qué te resistes?

-No puedo creer que seas así…

-Hagamos un trato. Yo dejo a tu noviecito en paz si tu aceptas mi propuesta de hace dos años. Quiero hacerte mío.

Si bien ya estaba enojado, aquello fue la gota que derramó el vaso. Mi torrente sanguíneo se disparó al máximo, por mis venas no corría más que ira y adrenalina. Con una fuerza descomunal proveniente de un lugar desconocido, me di la vuelta, soltándome de su agarre, quedé frente a él, mi mano empuñada se levantó, casi mecánicamente y se estrelló contra su mejilla.

Él tambaleó con el impacto, separándose de mí.  No tardé mucho  en abalanzarme sobre él nuevamente, los guantazos iban directo a su rostro, él trataba de cubrirse levantando sus brazos.

-¡Q-Que mierda! Joder, en la cara no.

Me dio un fuerte empujón, mi espalda fue a estallar contra la pared. Mi columna vertebral escocía del impacto, el dolor intenso aún no se hacía presente, estaba tan exaltado que era lo que menos me importaba.

-¡Por el amor de Dios, Sebastián! —Con una mano se cubría su enrojecida mejilla— Menudo cabrón, me has jodido toda la cara. ¡Lárgate de aquí! No me voy a meter con tu maldito novio, quédatelo y vete.

Lo miré por unos segundos, sin decir nada. Su labio estaba roto y lleno de sangre, su pómulo rojo, comenzaba a inflamarse. ¿Yo había hecho eso? Me acabo de comportar como un animal, jamás en mi vida había actuado de esa forma. Mi respiración luchaba por normalizarse, me di la media vuelta, abriendo la puerta para salir.

-Oye. —Estaba a punto de cerrar la puerta  cuando escuché su voz llamarme del otro lado.

Lo miré, esperando que dijera algo.

-Lo debes de querer mucho para venir hasta aquí. — “¿Querer mucho? “ —Si alguna vez te sientes solo, lláma… —Azoté la puerta antes de que pudiera terminar la frase.

Apreté mi mandíbula con fuerza,  no iba a volver a comportarme de esa forma, pero es que ese tipo no cambiaba, seguía siendo el mismo degenerado de siempre. No me arrepentía, definitivamente, no lo hacía.

Caminé a lo largo de la banqueta, tratando de ordenar mis pensamientos en lo encontraba un taxi para regresar.

¿Yo quiero a Andrés? ¿Esto es querer? Es verdad que nunca en mi vida me había imaginado hacer algo así por alguien, siempre creí que el hecho de hacer cosas así era una falta de racionalidad, y vaya que así era. Una energía forastera fue la que se apropió de mi cordura y me hizo cometer semejante acto.

Sentí una punzada intensa en la espalda, solté un quejido y coloqué una mano detrás de mí, masajeando la zona. Parecía un viejo caminando de esa forma, si iba muy rápido sentía como si me apuñalaran por detrás.

Pese al dolor, extrañamente me sentía mejor, como si me hubiese quitado un peso de encima. Acabo de quitarle a ese imbécil de encima a Andrés, lo acababa de proteger.

Ese tonto niño adorable que me hace perder el juicio, me confunde, me deprime, me hace sentir cosas raras cuando lo tengo cerca, que me mira con esos ojos enormes que reflejan admiración, hace que dude de mi sexualidad y aunque a veces me den ganas de medio matarlo, no puedo soportar un día sin esos deseos de abrazarlo.

¿Esto era amor?

Notas finales:

:)


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