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La Diosa Athena debe de estar loca por Marbius

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4.- Aries y Virgo en relación.




—Y vamos de nuevo —murmuró Tom cuando en un abrir y cerrar de ojos él, su gemelo y David desaparecieron de la sexta casa del santuario para ir a dar de frente a una nueva construcción; presumiblemente, un nuevo templo con un nuevo guardián con el cual lidiar.
—Esto me está cansando… Creo que yo… —Sentándose en el suelo, su manager se aflojó un par de botones de la camisa y se abanicó con una mano—. Ya no estoy para estas emociones fuertes. Me va a dar una embolia sino es que antes mi pobre corazón se rinde.
—Vamos, Dave —se arrodilló Bill a su lado y le pasó el brazo por los hombros—. Velo por el lado positivo, desde un inicio nos rechazaron para la armadura. Nosotros podemos ya volver a casa.
—¿Y Gustav? —Inquirió su manager con acritud—. ¿Qué pasa con él? Un baterista no es reemplazo fácil en estos días. No uno como él.
—Por no mencionar que Georg se volvería loco si sugerimos siquiera volver sin su Gusti-Pooh —agregó Tom, haciendo hincapié a su modo en la relación de esos dos—. Da lo mismo, primero tenemos que regresar a la casa de Aries y después podremos trazar un plan de rescate.
David suspiró. —Suena plausible. Mientras tanto —se incorporó hasta quedar de pie—, tenemos que averiguar de dónde es que nos encontramos.
—Pues bien —señaló Bill la construcción que se presentaba frente a ellos—, ¿de qué signo tiene apariencia esta fachada?
Los tres miraron fijamente la escalinata que conducía al nuevo templo y las edificaciones cuadradas que se colocaban lado a lado para dar un aspecto sobrio al conjunto. En relieve y dando una apariencia de lo más celestial, de cada lado había una figura con forma de niño alado (quizá ángeles) que coronaban el sitio.
—¿Existe el signo de…? —Atentó Bill adivinar sin mucho éxito—. ¿Angelitos? ¿Algo que suene similar para el caso?
David empezó a enumerar con los dedos. —A ver, empieza en Aries y luego sigue ese signo que es mi tía Lena… Mmm, el toro. Y después…
Tom arrugó el ceño en concentración hasta que sus cejas se encontraron en el centro de su frente. —Tengo el nombre en la punta de la lengua… Algo con jota…
—Duh —gruñó una voz a sus espaldas y los tres saltaron de su sitio al percatarse de que no se encontraban tan solos como creían en un inicio—. Frente a ustedes se encuentra la casa de géminis, no ‘jéminis’ por si quedaban dudas, señor de la Jota. Por ello —señaló a los relieves alados—, el que sean dos niños idénticos. Gemelos.
—Ohhh —corearon Bill y Tom.
—¿Y tú eres…? —Preguntó David, atento a que esta persona se cubría de pies a cabeza con una larga capa que sólo permitía ver un par de pies pequeños y el contorno de unos labios bajo la capucha.
—El Ente —se presentó éste, descubriéndose la cabeza y sólo para revelar un antifaz que ocultaba su identidad—. ¿Y ustedes?
—…l es Dave, nuestro manager —inició Bill las presentaciones—, él es Tom, mi gemelo y yo soy Bill, su… gemelo, vaya.
El Ente asintió. —Comprensible. Gemelos, la casa de Géminis… No se necesita ser un genio para deducir que vienen a batirse en duelo por la armadura.
—Tanto así… —Se excusó Tom enredando un dedo en una larga rasta—. Venimos de la casa de Virgo, ¿sabes? Y ahora llegamos aquí. Por lo que entiendo, tienen un sistema bastante complicado para determinar cuál es la armadura que te corresponde.
—Nah —denegó el Ente—. Tienes un gemelo, eres Géminis, tercera casa escaleras arriba y sigues el laberinto. No es complicado.
—Ya, para nacimos en septiembre —intervino Bill—, y no hay motivo de equivocación, Tom es mi gemelo, ¿ves? —Acercó sus rostros hasta casi tocarse las narices—. I-dén-ti-cos. Más iguales imposible.
El Ente dejó salir un bufido. —Ajá, pero no es así como funciona. Y la parte de idénticos… —Sus ojos se clavaron en la diferencia del color de sus cabellos, el maquillaje en los ojos de Bill y las ropas grandes de Tom que ocultaban su figura—. No sé, cuesta creerlo. Parecería que intentan dar la idea opuesta.
—Cuestión de haberlo pedido antes —se llevó Tom las manos a la entrepierna en amago de bajarse los pantalones, pero Bill se lo impidió—. Hey, que podemos mostrarle qué tan idénticos somos en cada pequeño rincón de nuestro cuerpo.
Los ojos del Ente relucieron. —¿Ah sí?
—Chicos… Ente… No es el momento —interrumpió David su conversación—. Tanto ir y venir escaleras abajo y arriba ha hecho que quiera usar el sanitario, refrescarme un rato y descansar. Por no hablar que este sol… —Apuntó al cielo desde donde les caían los rayos solares como lluvia de fuego.
—Entonces entremos a la casa de Géminis y conozcamos al guardián.
—A los guardianes —corrigió el Ente la equivocación de novatos—. Son dos, uno más sexy que el otro.
Tom alzó las cejas. —¿Ah sí? ¿Y Sexy y Másexy tienen nombres o…?
—Kanon —suspiró el Ente—, y Saga. Ahhh.
Bill se giró hacia su gemelo, y lo más discreto posible le dedicó una mirada que dejaba bien claro su idea de que el Ente necesitaba un pase inmediato para el pabellón de psiquiatría.
—Da lo mismo, sólo entremos de una vez —encabezó David la marcha escaleras arriba hacia el tercer templo. Pegados a sus talones, iban Tom y Bill, seguidos de cerca por el Ente que de vuelta se subía la capucha y en manos llevaba un pequeño cuaderno y un lápiz.
—¿Y eso? —Le susurró Bill al Ente, cohibido de la repentina oscuridad que reinaba en el tercer templo.
El Ente le dedicó una mirada incrédula. —¿No creerás que voy a entrar sin tomar notas de esta experiencia tan maravillosa, o sí?
—¿Notas para qué? —Se inmiscuyó Tom, intrigado de cuál sería la finalidad de aquello.
—Oh, ya sabes —divagó el Ente—, un poco esto, otro tanto de esto otro… Notas y punto.
—Vaaale —repitieron los gemelos al mismo tiempo.
En penumbras y avanzando despacio, no tardaron mucho en encontrarse en el centro mismo del templo y sin dar con ninguno de los dos guardianes que en teoría custodiaban la casa.
—¿Hola? —Llamó David a la espera de una respuesta—. ¿Hay alguien aquí?
Aguzando el oído, pronto fue evidente el ruido del agua, el chapoteo y… ¿Eran esas risas de lo más alegres?
—Oh sí —deslizó el Ente el lápiz sobre el papel lo más rápido posible—. Si le agrego esto aquí… Y una escena más acá…
Bill rodó los ojos. —Por todos los dioses del Panteón Romano, que yo tengo prisa por irme lo antes posible… —Caminando en grandes zancadas, se asomó a la única puerta por donde se veía luz y se quedó congelado en su sitio.
—¿Bill? —Fue detrás de él Tom, que igual se quedó tieso apenas miró adentro de la habitación.
—Va, que no soy idiota, yo no pienso ir a mirar —se cruzó David de brazos—. ¿Qué pasa ahora? ¿Cuál poder de rigidez tienen aquí? ¿O es que nos van a mandar ahora a la casa de Sagitario porque resulta que es nuestro ascendente?
—Ningún poder, y por supuesto que no a esa casa —se acercó el Ente hacia la fuente de la luz y se asomó—. Ven a ver por ti mismo y juzga si puedes.
Tapándose los ojos, David se acercó, pero el Ente requirió de su esfuerzo para hacer que el hombre se apartara las manos y se decidiera a ver por qué tanto alboroto.
En lugar de la mítica cabeza de Medusa que convertía en piedra a quien osaba mirarla, lo que David se encontró fue mil y un veces peor…
O mejor, según la perspectiva del espectador y el Ente.
Jugando en lo que parecía una piscina interior, dos hombres cuya apariencia física era el reflejo exacto del otro, jugueteaban en el agua y compartían lo que daba la imagen de ser un momento íntimo mientras se les observaba besarse y nadar desnudos.
—Wow… —Musitó David rompiendo su mutismo—. Esto sí que no me lo esperaba.
Como única respuesta, el Ente sonrió de oreja a oreja.

Por espacio de una hora, Georg había esperado lo más paciente que podía a pesar de su naturaleza inquieta. En vano se había sentado, lo mismo que en vano había caminado a lo largo y ancho del templo de Aries a la espera de una señal que le indicara cuál era el estado actual de Gustav.
Desde que los gemelos fueran teletransportados a la casa de Géminis, nada nuevo había ocurrido, y Mu no era capaz de indicarle alguna variación de cosmos, ya fuera en una u otra casa, lo que sólo sirvió para que Georg hiciera amagos de un surco más profundo que antes a lo largo del templo de Aries.
—Ya basta, no soporto la tensión —estalló Georg al cabo de un rato—, si es necesario, subiré todos y cada uno de los peldaños hasta la casa de Virgo. La incertidumbre me está matando.
Desde su sitio y apoyado contra una de las columnas que decoraban su templo, Mu le dedicó una leve sonrisa. —La paciencia no es una virtud innata de nuestro signo, pero se logra con el tiempo.
—Supongo —se mesó Georg el cabello—, pero no es el momento adecuado para mí. Por todo lo que sé, Gustav podría terminar en la casa de Piscis y entonces sería peor. Le mejor será si salgo ahora, con suerte llegaré antes del anochecer.
Mu rió entre dientes. —¿O podrías pedirme que te lleve directamente a la casa de Virgo? A menos que desees subir escaleras… Lo cual siempre resulta ser un excelente para las piernas ejercicio.
Georg se apresuró a denegar con la cabeza. —No, no. Lo agradecería mucho. En serio. Dejaré el fortalecimiento de piernas para otra ocasión más… propicia. Ahora mismo, lo único que deseo es saber con certeza que Gustav está bien, y cuanto antes, mejor.
—Dicho así… —Mu meditó un par de segundos antes de atreverse a preguntar—. ¿Cuál es la relación que existe entre ustedes dos?
—Oh, eso —carraspeó Georg mientras un leve tono sonrosado le subía del cuello a las orejas—. Pensé que éramos bastante obvios.
—Cierto, un poco —le aseguró Mu sin rastros de juzgarlo—, pero nunca está de más el ser directo y preguntar. No quisiera ofenderte a ti o a Gustav asumiendo algo que no es.
Georg se pasó la mano por el cabello. —Lo nuestro es nuevo de algún modo. No tenemos juntos ni el año aún, pero lo quiero desde hace tiempo. Somos… pareja —admitió en voz alta por primera vez en su vida. Salvo su manager, Bill y Tom, aquel era uno de los secretos mejor conservados dentro de la banda. Ni siquiera su familia o la de Gustav lo sabían aún porque al ser todo víctima del escrutinio público, cuantas menos personas lo supieran, mejor—. ¿No es un problema para ti, o sí?
—Para nada —sonrió Mu de vuelta—. Es más, lo encuentro… ¿Encantador, dicen ustedes? Hace tiempo que no me paseo fuera de los terrenos del Santuario y he perdido las nociones actuales del lenguaje entre los jóvenes de hoy en día.
Georg se pasó la lengua por los labios. —No es que me sienta avergonzado ni nada de mis sentimientos por Gustav, pero él es tan… reservado. Su privacidad es importante.
—Entiendo —dijo Mu—, es un rasgo bastante común para los nacidos bajo el signo de Virgo. Su privacidad tiende a ocupar un lugar crucial dentro del papel que juega en la vida.
Sin saber por qué, a Georg se le erizó el vello de la nuca. ¿A qué venía aquello? Mu sonaba tan seguro de sus afirmaciones… Casi como si pudiera testificar desde su propia piel lo que se sentía compartir una relación amorosa con un Virgo de pura cepa.
—Mu… ¿Podría preguntarte algo personal?
—Por supuesto —le chispearon los ojos al guardián de la primera casa—, pregunta e intentaré responder.
—¿Tú y Shaka…?
—¿Ajá?
—¿Son ustedes como Gus y yo? Quiero decir… —trastabilló Georg para encontrar palabras que expresaran con exactitud lo que quería decir; Mu le caía bien, y el guardián había sido de lo más amable con todos desde su llegada al Santuario que no quería ofenderlo en lo absoluto—. ¿Son pareja?
Mu no hizo ningún movimiento que lo delatara, pero por la curvatura apenas perceptible de sus labios, Georg supuso que eso era un sí.
—‘Pareja’ no es un término que dentro del Santuario nosotros utilicemos con la misma libertad que ustedes —le confió Mu—. Nuestra vida está consagrada a la diosa Athena y nuestra prioridad es y será siempre que su bienestar esté por encima del nuestro.
Georg sintió como si la garganta se le cerrara bajo la fuerza de un puño invisible. —Eso es triste —musitó sin darse cuenta—. Es una responsabilidad demasiado grande para cualquiera.
—Es por ello que Shaka descartó a tus amigos. La armadura elije a su caballero y no viceversa. Ser Caballero de Athena implica un riesgo enorme y un sacrificio supremo al aceptar morir por ella y por su causa.
«Y Gustav lo haría», pensó Georg no sin un dejo de amargura. Gustav era a su modo, entregado a las causas sobre las que creía. Podría no donar ni un centavo a Greenpeace, pero ocupar su fin de semana trabajando para el comedor de indigentes de su ciudad. Adoraba el trabajo duro y sentir que cooperaba a la sociedad con verdadero interés; en cierto modo, hasta podía verlo aceptando la armadura en caso de ser un candidato elegible.
—¿Ustedes son…? —Georg esperó no sobrepasar la línea de confianza—. ¿Son felices?
—La felicidad es un término muy relativo —señaló Mu lo obvio—, pero sí, creo que lo somos. Nosotros no podemos bajar a la ciudad y pasearnos tomados de la mano a la vista de los demás, pero no lo necesitamos. Su compañía me basta, y saber que corresponde mis sentimientos y yo los suyos es todo lo que necesitamos al finalizar cada día. Y no estamos solos —agregó Mu, dejando en claro que ni él ni Shaka eran únicos en el Santuario que mantenían un vínculo romántico.
Georg apretó la mandíbula. De pronto, el que su relación con Gustav tuviera que mantenerse entre las sombras no parecía tan terrible si lo comparaba con la situación en la que se encontraban Mu y Shaka. Hasta ese momento, no había llegado a pensar de tal modo cuán simples eran sus problemas si los colocaba en una balanza al lado de los de los habitantes del Santuario.
—¿Estás listo para partir? —Le preguntó Mu con suavidad.
—Sí —dijo Georg, tan seguro como de que volvería con Gustav—. Estoy listo.

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