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Rainy Love, Wild Paradise ~ Autumn (Rainy Days) por JHS_LCFR

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Capítulo 2

 

-Es acá.

Me había tenido caminando durante quince minutos, yo ya no daba a basto, y al ver la puerta metálica pintarrajeada por un grupo de maniáticos vándalos, apreté los dientes, todos los pelos de punta: ¿Serían de esos puestos de tatuajes donde te secuestran? ¿Y si era un galpón repleto de marihuana y tocados ansiosos de fumar, capaces de vender a su madre por unos gramos de esa cosa blanca? No había hecho bien en aceptar sin antes preguntar dónde trabajaba, pero la lluvia ya había inundado el interior de mis zapatos y la ropa se me estaba pegando demasiado al cuerpo.

Sin más remedio, escuché el rechinar del metal oxidado siendo forzado hacia arriba, el gigante ojón tirando de una cadena igual de mugrosamente marrón y gris que impulsaba la cortina.

-¿Tienes dinero a mano? No creo que te dejen quedarte todo el turno sin hacer nada.

-¿C…cómo?

-Hay dos opciones—respondió—Puedes comer algo mientras me esperas y hacer de cliente, o puedes trabajar conmigo y al final del día te daré un cuarto de la paga, ¿Qué quieres?

-¡¿Trabajar!?

-Y claro, ¿Si no, qué vas a hacer durante ocho horas? ¿Comprar comida y comer hasta reventar?

Su sonrisa no era de burla, pero sentí cierta falta de respeto hacia mí persona: ya bastante con hablar con uno de “afuera”; ¿¡Ahora también tendría que ensuciarme las manos!? ¡Por supuesto que no, Byun Baekhyun aún conservaba el orgullo!

-¡Hey, Yeol!—me giré asustado, un chico de mi estatura con cabello color caramelo y un aro negro en la oreja apareció, sacando la lengua entre los dientes de la sonrisa—¿No te cansas de llegar siempre temprano?

Me vio de reojo y saludó con un corto asentimiento, no noté que la tienda ya estaba a la vista y abierta al público, el gigante había desaparecido y siguiendo al extraño logré encontrarlo detrás de un mostrador, ajustándose un delantal.

El lugar podría describirse como asfixiantemente pequeño, con una barra demasiado larga, mucho olor a fritura y demasiadas mesas con asientos pegados uno al lado del otro, por no hablar de la mala iluminación y la mugre en el piso.

-¡Jongdae—habló el orejón—Mierda, te pedí que limpiaras el piso ayer!

-¡Ni ganas, hazlo tú!

Ambos se gritaban desde las dos puntas (que tan lejos no estaban) mientras se colocaban gorros ridículos y ocultaban sus cabellos bajo ellos; Jongdae pasó por una puerta pequeña al costado de la barra y empezó a encender hornallas, había pequeñas cocinas que costaban verlas si uno se sentaba en las banquetas.

-¿Ya te sentaste, no piensas darnos una mano?—me sonrió Yeol, caminando a paso vivo y desapareciendo tras la puerta de los baños; los cinco segundos que me quedé solo me desesperaron, hasta que apreció con un lampazo y suavizante de pisos.

Lo vi trapear y tragué saliva fuertemente, el olor a lavanda me lastimaba la nariz y su postura doblada hacia delante me hacía doler la espalda de sólo mirar.

-¿…Haces esto todos los días?—susurré, levantando los pies del suelo levemente.

-Todo el día, todos los días, toda la semana, toda la vida—me respondió Jongdae, que pasaba una rejilla por la madera y le aplicaba spray, dejándola brillosa—Lo bueno es que si no hay mucha clientela alcanzas a almorzar.

-¿V…viven a frituras? ¿Almuerzan siempre lo mismo, y mientras trabajan?

Mirándome de reojo y con la cabeza baja para concentrarse en lustrar, asintió; me supo a mirada de desprecio, Yeol rápidamente habló.

-Guárdate los comentarios, Dae. Mírale el uniforme.

Los ojos del más bajo se posaron en mi cuerpo sin perdón y entonces pareció guardarse varias palabras, de seguro nada bonitas: nunca le gustamos al proletariado, jamás les gustaríamos; las pocas veces que salíamos de viaje por la ciudad en nombre del colegio éramos fuertemente agredidos, nos gritaban cosas y hasta se burlaban, más de una vez terminábamos con el uniforme roto.

Jongdae murmuró en señal de comprender y levantó el mentón, desafiante.

-¿Cómo se cocina un plato de arroz?

-¿Eh?

-Jongdae—el gigante le llamó como una amenaza, una alerta—Basta.

-Dime, tú—le miré de vuelta, se veía enojado—¿Sabes atarte los cordones solo?

-Dae, para.

-No me digas lo que tengo que hacer—levantó la voz, tirando la rejilla e inclinándose hacia mí para mirarme con los entornados, cargados de odio—Y tú, agradece que Chanyeol te haya ayudado, sino te hubieras estampado contra la sucia realidad en un segundo y hubieras muerto.

-¡¡Jongdae!!—En un segundo terminé hecho una bola sobre la banqueta y con Chanyeol adelante, dándome la espalda, asomé para ver sus enormes manos arrugando el cuello de la camiseta de su compañero—¡Te dije que te callaras!

Me bajé de un salto y tropecé con el lampazo y la botella de suavizante, volqué su contenido en el suelo y aferrándome a las correas de la mochila corrí, corrí fuera del local sintiendo que Chanyeol me llamaba a los gritos, preocupándose.

Me quería ir, pero tampoco quería llegar a casa. A cada paso las rodillas me dolían y mi pecho se agitaba, la mochila golpeaba contra mi espalda y la hacía transpirar, así como sentía que los zapatos pisaban todos y cada uno de los charcos, todas y cada una de las baldosas flojas.

Corrí por la calle en forma recta, no me animaba a doblar o a esconderme en algún callejón oscuro; sólo cuando escuché el ruido de un claxon ensordecedor me detuve en seco y grité del espanto, imaginando el auto arrollarme y acabar con mi vida en un segundo.

El auto siguió su camino, iba bastante despacio; me vi con un solo pie en el cordón, apenas en la calle, con las manos tapándome las orejas y de espaldas sobre Chanyeol, que tiraba de mí agarrándome de la mochila: lógicamente ninguno de los dos cayó al piso, él era demasiado grandote y yo demasiado débil, parecía estar abrazándome por detrás incómodamente con el bolso de por medio, e incluso él se reía solo, entre dientes.

-Una escena patética para un drama patético, ¿Estás bien?

Me abstuve de responder, simplemente tomé aire y dolió, sentí los brazos de Chanyeol apretándome las costillas.

-No vuelvas a irte, podrías lastimarte—susurró contra mi oído de forma…endulzante—No creo que sepas manejarte en la ciudad sólo, ¿O sí?

Tragué de nuevo y me lamí los labios, aún chispeaba lluvia y me sentía una bola húmeda y aglutinante, los dedos de Chanyeol se hundieron lentamente en mi pecho antes de alejarse y llamarme “chico rico”.

-Volvamos al puesto, te prometo que te será leve.

Retuve la amargura en mis ojos para no llorar y asentí en silencio; dando media vuelta, caminé a su lado, la humedad se volvió un olor insoportable y me tapé la nariz con la manga, recibiendo sólo más perfume podrido.

-Chen no fue deseado al nacer—oí de repente, le miré por el rabillo, desentendido—Su papá es el gobernador, no se lo digas a nadie—perdí fuerza en los hombros y los brazos, la mochila colgó al ras del suelo desde mi codo—Su mamá limpiaba la casa del tipo, un día él estaba borracho, ella era débil…pum, nació Jongdae.

Separé los labios intentando decir algo, pero siguió.

-El tipo sabe lo que hizo, y hace unos días se juntaron para aclarar un problema sobre el dinero: Si bien Chen ya es mayor de edad, le está amenazando con contar todo a menos que le pase una cantidad determinada de capital todos los meses…como la cuota alimentaria que no le dio nunca.

Me lamí los labios, pensando qué decir.

-¿Y su mamá no puede mantenerlo?

Me miró de costado, desde allá arriba, era enormemente alto y grande.

-La madre de Chen quiso matarse tres veces…ahora prácticamente vive en el hospital.

-¿¡Matarse!?

-Ponte en el lugar de la mujer, chico rico. ¿Tú qué harías con un hijo en camino y siendo despedida por tu jefe y el padre del bebé, eh? Sin contar que el tipo te amenaza con destruirte si abres la boca.

Llegamos rápidamente, habré corrido unas patéticas cuatro cuadras; al entrar, el local ya tenía cierta gente comiendo y alguna que otra pareja pagando y saliendo silenciosamente. Chanyeol se colocó a un costado de la entrada, dándome el paso.

-Esta vez estaré detrás de ti para vigilar que no te escapes otra vez—sonrió.

Caminé a sentarme en la misma banqueta, el piso ya estaba seco y Jongdae abría y cerraba la caja ordenando los billetes por valor a velocidad luz; dedicándome una rápida mirada de desprecio, musitó un “Perdón” y Chanyeol bromeó diciendo que era lo mejor que podría conseguir de él, codeándome.

-Ahora que volvieron…Yeol, tengo que ir a entregar un pedido—se sacó el delantal y lo dejó sobre la mesa, caminando con pasos largos hacia lo que supuse que sería un especie de depósito—Vuelvo en media hora, tendrás que encargarte de atender y cobrar.

-No pienso tocar el dinero con las manos  llenas de grasa y olor a fideos, ¿Estás loco?

-Entonces vivirás lavándote las manos—cargó una bolsa con cajas de comida y se apresuró a salir, de la nada desapareció por la calle sobre una bicicleta.

-Sería antihigiénico—continuó Chanyeol, bordeando la barra y pasando al otro lado—La comida sabría a detergente, los billetes se ensuciarían, llega a venir un inspector y nos cierra el…

Su mirada se posó en mí; ardí al rojo vivo y negué fuertemente.

-No.

-Sí, chico rico.

-No, por favor.

-Sí, por favor, te lo suplico—puchereó.

-Byun Baekhyun no trabaja—tenía que conservar el orgullo, ya bastante el pelo mojado y la ropa apestosa.

-¿Te llamas Baekhyun?

-Sí.

-¿Byun Baekhyun?

-Sí.

-¿Me ayudarás?

-Sí… ¡Eh, no!

-¡Ah, dijiste que sí, tarde!

-¡No!

-Ven para este lado y sólo concéntrate en dar el vuelto correcto, también tendrás que atender las mesas mientras yo cocino…Baekhyun.

Sus ojos se entornaron por la sonrisa, mi nombre saliendo de su boca tenía un tinte extraño, ni burlón ni despectivo, como siempre me nombraba el proletariado que trabajaba en mi casa.

Su voz grave le daba un matiz dulce, como si fuese divertido nombrarme.

 

 

-No fue tan horrible, ¿Verdad? Supiste manejarte muy bien.

Tenía las yemas de los dedos levemente oscuras y con algunas manchas amarillentas, tocado billetes y manos ajenas, había entregado platos malolientes y hasta había pasado trapos con lavandina por las mesas y las sillas: el resultado era una piel áspera y apestosa así como lastimada y con dolor, mucho dolor.

-Lo más gracioso fue que te rehusaste a usar el delantal—carcajeó—Te veías patético con esa cosa azul y caqui sirviendo, en serio.

Me sonrojé violentamente, ofendido: no sabía qué era peor, si haber sido casi obligado a usar el delantal o la oportunidad de haberme negado…si me hubiera sacado el uniforme, no hubieran sabido de dónde provenía. No obstante, no pensaba usar ese coso mugroso y lleno de manchas de aceite, en absoluto.

Miré mi corbata, tenía una mancha de salsa, arrugué la nariz: asqueroso.

-Aunque fue tierno ver cómo atendías las mesas—escuché muy por lo bajo—Te veías tan indefenso.

-¿Qué dijiste?—le reproché, mas negó con la cabeza, sonriente.

-¿Es allá?—señaló a lo lejos, las enredaderas irguiéndose en lo alto pero no tapando del todo nuestras casas, siendo la mía una de las primeras en avistarse—No me digas que ese palacio amarillo patito es tuyo, ¿Cuántos pisos hay ahí?

-Dos y un ático.

-Oh…en la mía con suerte hay tres cuartos.

-¿¡Tres cuartos!?

-Ey—pareció ofendido, me miró de costado—No todos somos como tú, no hagas de cuenta que no lo sabes.

-…Tienes razón…lo siento.

-Bien—asentimos juntos, llegamos a la reja de recepción—¿Cómo es esto? ¿Hay un timbre que tocar o algo?

Hurgué en el bolsillo de la chaqueta y saqué la tarjeta, busqué entre las ramas el dispositivo y deslicé la identificación rápidamente. A medida que las rejas se separaban, Chanyeol silbó de sorpresa y aplaudió torpemente.

-No me digas que también tienes que apoyar tus manos en un detector de huellas digitales.

-No seas tonto, tampoco es tan así.

-Entiéndeme, uno no ve este tipo de cosas todos los días.

Se refería al camino central que terminaba ramificándose en la entrada de cada una de las casas y después seguía en una curva hasta desaparecer detrás del pequeño bosque, donde se hallaba el pequeño centro de relajación, al lado del campo libre de deportes.

-Te invitaría a pasar… - pateé las piedritas sueltas, cabizbajo—Pero nosotros no hacemos esas cosas.

-Lo sé, bastante humano fuiste al no huir de mí.

Le miré sorprendido para ver una sonrisa triste, incómoda. Entorné los ojos y le pregunté qué le pasaba, pero guardó silencio mientras parecía buscar las palabras. Balanceándose suavemente hacia atrás y hacia adelante, metió las manos en la campera de hilo gris.

-Tu familia tiene mucho dinero, ¿Verdad?—Sin entender el por qué de la repentina pregunta, asentí levemente. Se lamió los labios—¿Viajas mucho por el mundo, como en las películas? ¿Tienes chofer, mucamas y un auto para ti solo?—volví a asentir (para mi cumpleaños conseguiría un auto sí o sí, si no, mataría a alguien), me mordí el labio—Baekhyun…tú, con todo ese dinero y las casas y los lujos… ¿Eres feliz?

-Por supuesto que sí—disparé, sin pensar, sin saber, incluso mi voz salió con un tinte diferente.

Fruncí el ceño, extrañado de mí mismo, la risa en respuesta de Chanyeol me dio a entender que mi confusión era lo que había estado buscando.

-¿Sabes? No quiero que lo tomes como un insulto ni nada parecido pero…he conocido gente como tú, y a mayores cantidades de dinero, más grande es el vacío que tienen en el corazón.

-¿C…có…?

Me palmeó suavemente la espalda, su mano pegando aún más mi ropa sucia. Ya no llovía, pero ambos teníamos las ropas húmedas y de mi mochila caían algunas gotitas de agua.

-Nada, me olvidé que tú y yo no nos volveremos a ver.

Con los ojos como platos, lo vi marcharse tranquilo y mirando al cielo estrellado y oscuro, disperso, a paso lento y casi rítmico, me pareció oírle tararear suavemente una canción.

Los gritos de mi madre a lo lejos me alertaron, sus pasos sobre la grava fueron cada vez más sonoros; entre gritos, retos, empujones y golpes, respondí al brusco abrazo con manos temblorosas y con la cabeza aún de costado, sin dejar de mirar a Chanyeol, sin pestañear, sin respirar.

No sabía cómo (quizás por el toque, quizás por los sucesos del día), pero definitivamente había pasado algo, se había activado algo, algo no andaba bien...

…no andaba bien conmigo.

 

 

Estornudé violentamente y saqué el pañuelo de tela, limpiándome la nariz miré a Tao negar con la cabeza, así como a Sehun dormir con la cabeza entre los brazos cruzados. Jongin ese día no apareció, seguramente tendría vergüenza de hacer acto de presencia o tal vez estuviese en su casa armando los bolsos.

-¿Cómo fue que no conseguiste chofer? ¿No le gritaste al que ya tenías?

-Sí, pero renunció a la noche—protesté, tirando el tenedor de la cafetería—¡Y por culpa de ustedes tuve que volver a pie!

-¿¡Culpa nuestra!?—chilló Sehun despertándose—No tenemos nada que ver con que tu taxista mugroso sea la epítome de la impertinencia. Desfachatez pura—resopló—Incompetencia total.

-Ya entendimos que tienes un vocabulario fino, Sehun, y tú—me señaló Tao—¿Caminaste hasta tu casa? ¿Cómo rayos te viniste hoy hasta la escuela?

Apretando los labios, maldije y miré a un costado, buscando los cubiertos y comiendo despacio. Tao golpeó la mesa, riendo.

-¡Oh por Dios, hoy también has caminado! ¡¡Vas a empezar a venir a pie!!

-¡Cállate!

-¡¡Simple mortal!!—carcajeó, aplaudiendo—Eres un proletario, austero y simple mortal.

-¡Tao, basta!

-Sí, Tao, no lo avergüences—tosió Sehun con sorna—Bastante humillación venir con las suelas de los zapatos sucios de la calle.

-Que se compre zapatillas para eso—siguió riendo.

-Dentro de poco lo veremos vendiendo pulseras artesanales y viviendo en la calle, sin bañarse.

-¿Por qué son así?—exclamé—¿No se dan cuenta de lo feo que se escucha?

Sehun entornó los ojos, pensante.

-¿Qué tienes en las manos? Están…

-Son quemaduras de ayer, no sabía llevar los platos y se me caían—respondí otra vez sin pensar, frotándome las ampollas.

-¿¡Qué!?

-¿¡Qué rayos te está pasando!?

-¡Ayer trabajé, sí, y en un puesto de comidas rápidas! ¡Lo hice porque necesitaba que me llevaran a casa!

-¿Comidas rápidas? ¡Con razón las manchas en el uniforme!—sí, eran de grasa, no salían fácilmente—Qué… ¡Qué asco!

-De sólo imaginarte con olor a frito me descompongo…pero te la dejaremos pasar, porque no eres como Jongin.

Tao se mostró de acuerdo y se tiró el pelo hacia atrás, apartando con la mano libre el plato ya vacío.

-Definitivamente, mientras admitas que fue un error. Aparte, te viste forzado a hacerlo.

-Yo… ¡Yo…!—no, no diría que terminé contento de hacerlo, no admitiría que casi había aprendido (aunque fuese de vista) lo que era cuidarse solo, no admitiría que volví con Chanyeol a pie en vez de tomar el bus no sólo por miedo, sino para entenderlo mejor.

No lo haría: no estaba listo para afrontarlo y aceptarlo totalmente yo mismo siquiera, menos lo entenderían dos que en su vida habían salido de sus limusinas.

Mientras juntaba mis cosas y me paraba para llevar el plato al sector de lavado (había gente para eso, pero ese día me había exasperado la cantidad de personal que había dispuesto a hacer nuestro trabajo con tal de que no moviéramos un dedo), susurré enfadado, pero triunfante:

-¿Sabían que el gobernador tiene un hijo como Kai y que lo dejó tirado trabajando en esa tienda sin pasarle dinero y despidiendo a su madre?

Con la mente aún en el día anterior, con los sentidos aflorando, recordando el ruido de los buses y del televisor con el noticiero del canal de aire así como el olor del pollo frito y la humedad en mi ropa, dejé caer los platos en la barra de lavado; aflojándome la corbata, me saqué la chaqueta al tiempo que caminaba rápidamente al baño.

Terminé sentado encima de la tapa de un inodoro, con las mangas arremangadas hasta los codos, la chaqueta en el piso y los zapatos tirados en la otra punta del cubículo.

Saqué del bolsillo del pantalón una tarjeta que había agarrado de la tienda el día anterior: era la del servicio a domicilio, técnicamente era el número de teléfono de la tienda que atendía Jongdae para después salir volando con la bicicleta.

Miré los dígitos y di vuelta el papel: ni siquiera estaba plastificado, era una impresión barata, probablemente hecha en su casa.

Sentí ganas de llorar. ¿Por qué? Por ser tan mala persona, porque a pesar de ser alguien tan insignificante como Byun Baekhyun, con mi ropa y mi estilo de vida representaba la clase a la que pertenecía.

Y cada clase tiene su lenguaje, su estructura…su forma de tratar a las otras e imponerse sobre las mismas.

-Quiero irme a casa—la escuela ahora me resultaba tóxica, sucia.

Puedo escaparme, total quedan sólo un par de horas.

 

 

Caminaba tranquilo, no me importaba si me veían y me arrastraban de vuelta, a mis padres les importaría poco y nada: comparado con la bolsa de acciones, era sólo un mamarracho parecido a mi padre.

Había dejado la mochila y el saco en la escuela, caminaba con los zapatos a medio salir y los brazos “desnudos”, llenos de marcas de quemaduras leves pero que ardían bastante para mi gusto, cuando lo vi.

Parado y girando sobre su eje como un idiota, sonriendo, silbando y aplaudiendo, buscando un timbre seguramente.

Qué hacía ahí, no sé. Tampoco es muy difícil de imaginar, ¿No? Arqueando una ceja, apuré el paso y lo miré a través de la reja, llamándolo casi como un perro.

-¿Qué te trae aquí? Los gigantes orejones no pueden entrar. Y mucho menos los que me prometen un cuarto de paga y después no me la dan.

-Ah, ¿Alguien está de mal humor? Porque si es sarcasmo, no se notó—sonrió de oreja a oreja, tenía ojos grandes, boca grande, orejas grandes….todo grande, era todo un ropero, pero de cierta forma la equiparación con su personalidad resultaba enternecedora.

-Dime qué buscas.

Extendió la mano entre los postes.

-Ten, quedó en la tienda el otro día—Era mi cuaderno de notas, lo había sacado por miedo a que se hubiesen mojado las hojas, pero por suerte no se había arruinado nada—Un chico rico e inteligente como tú no puede andar tomando apuntes en un cuaderno cualquiera, supongo.

-Olvidaste que tengo la computadora—respondí desinteresadamente, tomando mi cuadernillo—Gracias de todas formas… ¿Hace mucho que estás aquí?

-Más o menos—miró su reloj, de plástico y goma—Dos horas—abrí los ojos, él se encogió de hombros—No encontraba el timbre, no sabía cómo llamarte.

-No era necesario que lo hicieras, en serio.

-No pasa nada, iba a estar libre hasta las doce, por eso me tengo que ir, llegaré tarde a la tienda—saludando mientras retrocedía, se dio vuelta, alcancé a gritar su nombre, frenándolo—¿Qué?

Suspiré, no quería volver a buscar la mochila; mirando hacia arriba, calculé la altura de las barras de la reja.

-Dame un minuto, voy contigo.

 

 

Notas finales:

Dedicado a todos y cada uno de mis lectores "escondidos", que poquito a poco se van mostrando ♥


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