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El Perfecto por AkiraHilar

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«Visitar un pueblo y avanzar. Los caminos montañosos hacen más difícil el trayecto, pero nos ofrece algunas cavernas apropiadas para descansar, además de las sombras de los árboles. En estos tiempos de lluvias, todo ello es bienvenido.

 

Según nos han dicho, solo tenemos que cruzar dos pueblos más. Allí, encontraremos un asentamiento que es protegido de la iglesia, un lugar donde todos los que escapan de la corona pueden tener un hogar. Estamos cerca… cada vez más cerca. Casi puedo anticiparme y…»

La nariz de su hermano golpeó contra su cuello, junto con su aliento, su olor. A Aspros se le erizó por completo la piel, soltando el aire mientras sentía la urgencia de su hermano en cada movimiento, en el temblar de sus manos azarosas buscando espacio a donde tocar, en sus dientes que mordisqueaban torpemente retazos de su piel.

La corteza del árbol soportaba su peso. Caía una llovizna. Apartados del lugar donde se habían asentado con la carreta, y mientras Asmita dormía, ellos dejaban desatar la furia de un deseo que tenían que estar escondiendo mientras concretaban el viaje. Desde del asalto, no habían intimado. Ya había pasado demasiado tiempo, durmiendo los tres juntos, avanzando sin parar. Defteros no soportó un minuto más.

Aspros apretó la cadera de su hermano pidiéndole realizar movimientos más enfáticos. El gruñido de desesperación de Defteros le robó una sonrisa. Sintió los golpes de su espalda contra la madera, apartó mechones de cabellos de la cara de su hermano menor antes de aferrarse a su mandíbula y besarle la boca como si no hubiera mañana.

Tenían poco tiempo para sacar todo sus deseos atrapados. El viaje lo complicaba todo y dormir con Asmita no lo hacía más sencillo; simplemente porque ambos, además de desearse, lo deseaban. Además de pretender encajar dedos y dientes en la piel igual, querían hacerlo con él. Y la falta de privacidad junto a la imposibilidad de concretar ese anhelo, aumentaba la necesidad al máximo.

—Apúrate…—Ordenó Aspros con la voz ronca. Defteros arrastró sus dedos por los muslos de su hermano mayor, llevándose la tela y desnudándolo.

Con la piel expuesta y la erección altiva, hizo lo primero que le dictaba el calor de su bajo vientre: probar. Dejó que la carne dura penetrara su boca y saboreó el sudor ajeno como si fuera propio, palpando cada pliegue y robando de su hermano un jadeo ahogado. Aspros clavó sus dedos contra la madera áspera y cerró sus ojos para disfrutarlo más. La forma en la que Defteros movía su lengua, la manera en que su miembro entraba y salía de su boca, junto a los chasqueo corrosivos de la saliva amenazaron con volverlo loco. Y Defteros, impaciente, no escatimó en verter su dedo en la hendidura de su trasero para ir buscando el camino que pensaba traspasar.

¡Bendita fuera la gracia de Dios! En momentos como esos, a Aspros no le importaba blasfemar. Repetir los coros sublimes de la iglesia, para dar alegoría a la magia y el placer sexual que su propio hermano le prodigaba. Agradecer a la providencia divina por haber sido dos; por tener cuatro manos, cuatro piernas, dos bocas dispuesta a darle placer cuando juntos se movían presas de la excitación.

El vientre de su madre fue más bendito que el de la virgen María.

Aspros jaló los cabellos de su hermano obligándolo a retroceder. El temblor de su cuerpo denotaba todo el cumulo de calor que aguardaba y supo que si no lo detenía, iba a terminar en su boca. Su vista estaba nubarrada entre las sombras y la oscuridad de la noche de luna creciente, lo cual le imposibilitaba ver bien. Arrimó un poco más su espalda a la madera, afectado por el frío del viento, y enfocó su mirada hacía uno de los matorrales.

Cuando Defteros pretendió avanzar, su hermano lo detuvo. Por un momento Aspros se inmovilizó, con la mirada fija al frente y el rostro espantado. El menor gruñó y volteó los ojos, pensó que había visto algún animal. Lo que no esperó fue verlo precisamente a él.

Defteros saltó como si en verdad Asmita pudiera verlo y cubrió la dolorosa erección que ya sobresalía de su pantalón. Aspros sin embargo, no realizó movimiento alguno. Frente a él la figura de Asmita se presentaba en su total complejidad, vestido, no parecía adormilado, tampoco asustado… ni mucho menos perdido. Defteros había contenido el aire como si quisiera desaparecer, quizás y hasta se sentía culpable, pero la expresión de Asmita no denotaba más que una cosa, al menos para Aspros.

Él así lo había decidido.

Ante el silencio que se instaló entre ellos, Aspros decidió actuar. Apartó un poco a su hermano del camino y dirigió sus pasos hacia Asmita, con lentitud, midiendo el temblor de la piel y el vibrar en su cuello conforme acortaba la distancia. Asmita no se movió, no hizo ademan de querer huir. Tampoco buscó ahuyentar su atención en cualquier otra cosa para escapar de lo que estaba sucediendo. Estaba atento… nervioso pero completamente concentrado en entenderlo. Lo podía ver en el rubor que se asomó en sus mejillas, en sus labios fuertemente cerrados y en el erizar visible en sus antebrazos descubiertos.

Se detuvo a solo un paso de él. No acercó sus manos. Le permitió el tiempo necesario para que Asmita pudiera leerlo con sus sentidos. Que escuchara su respiración agotada, percibiera el calor de su piel e incluso olfateara el aroma viril que creaba el sudor y su excitación. Que comprendiera lo que ocurría. Con la mirada fija y profunda le estaba abriendo el espacio que antes solo le pertenecía a Defteros.

Pensó que, cuando Asmita lo reconociera, el siguiente paso sería acercarse más, rodearlo con sus brazos y obligarlo a sentir la piel contra su cuerpo. Respirarle en el oído, golpear con su aliento en el desliz de su mandíbula y frotar sus brazos sudados sobre los de Asmita. Seducirlo…

Sin embargo, no fue necesario.

Asmita fue quien hizo el primer movimiento. Al alzar su mano y tocar el pectoral izquierdo de Aspros, arrancó cada pensamiento caótico de su cabeza para llenarlo de señales nerviosas. Le arrebató un gemido de sorpresa con sus dedos inexpertos y la expresión de estar estudiando con detalle una pieza valiosa. La mano tardó en posarse por completo sobre su pecho húmedo, con rastros de sudor, sal, lluvia y tierra. Pero en cuanto su palma descansó sobre la piel dura y caliente, fue Asmita quien no pudo contener el temblor de sus propios labios.

Aspros dio un paso más y rodeó el cuerpo del cátaro con uno de sus brazos, rindiéndose ante él. Comprendió que no iba a ser a su ritmo, ni al ritmo de Defteros. ¿Cuándo lo había sido? Asmita siempre había tenido el control, había puesto los límites que obedecieron y había roto sus propios límites sin preguntarles. Estaba allí dispuesto a hacer lo que quería hacer y ellos sabían que no iban a oponerse. Era su entera voluntad, estaba bajo el influjo que él más joven había creado en ellos desde que llegó a la mansión.

Lo supo más cuando Asmita acogió su cadera con su otra mano, sin apartar la palma que percibía sus latidos acelerados golpeando contra su tórax. Lo comprobó cuando su mano bajó, se deslizó lascivamente por su abdomen y escuchó el jadeo de ansiedad anticipando lo que buscaba. Aspros volvió a gemir, apretó la camisola que cubría el cuerpo del más joven, plegó su frente contra el hombro y respiró forzoso. Se estremeció cuando los dedos alcanzaron los terrenos de sus vellos y se internaron con suavidad. Gimoteó contra su oído.

Con la excitación disparada, Aspros actuó por mero instinto. Atrapó el cuerpo del cátaro contra el árbol más cercano y cuando estuvo a punto de besarlo, se contuvo. El estado de concentración que veía en Asmita se cortaría en cuanto lo besara. En medio de su enloquecida necesidad, supo que si lo besaba Asmita dejaría de tocarlo como lo hacía y con ello, dejaría de experimentar lo que buscaba comprender. Relamió sus labios y se inclinó un poco mientras los dedos ahora absorbían la longitud de su miembro erecto, catando con su tacto la humedad propia y la de la boca de Defteros, mezclada. Se entregó en sus manos y sacrificó su voluntad para que Asmita comprobara, a su tiempo, todo lo que estaba por ofrecerle.

—Sigue… —murmuró sobre su mejilla y provocó que Asmita apretara la erección —. Sí. Así.

Así… Defteros observó con sus ojos engrandecidos las manos de Asmita tomando y jalando el miembro de su hermano, mientras este no dejó de gemir. Atestiguó como los labios de Aspros no pudieron contenerse y se anclaron en la mejilla de Asmita, bajaron por su cuello, mordieron en algunos momentos al hombro cubierto mientras se mecía contra esa mano y buscaba sentir más.

No pudo soportarlo. Su erección pulsó. Defteros arrugó su frente y determinó que en ese lugar donde estaba su hermano, él también quería estar. Que él también podía. Se apresuró hasta alcanzarlos a ellos y soportó las caderas de Aspros con fuerza. Detuvo las embestidas contra las manos de Asmita, pero se propuso a crearlas de forma más ruda. No quiso romper el vínculo que se estaba forjando entre ellos, pero sí hacerse participe de él de la forma que ya conocía.

Aspros gruñó al sentir a Defteros abriendo su espacio dentro de él, con un movimiento contundente. Prácticamente se vio empujado contra Asmita, que quedó prensado en el árbol con todo su cuerpo caliente haciendo presión. La mano que estaba en su miembro se apretó en medio de temblores y en cuanto Defteros comenzó a moverse, él ya no pudo aguantar. Tomó los labios de Asmita con furia y deseo mientras percibía las mordidas de su hermano y escuchaba sus bufidos roncos contra su oreja. Sintió el calor de Asmita convirtiéndose en gotas en su piel, en dureza entre sus piernas.

Lo supo. No era la hoguera. Nunca fue la hoguera.

Eran ellos quienes lo iban a quemar.


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