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El Perfecto por AkiraHilar

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Sintió el calor en sus entrañas y la explosión de él más bien se vio contenida. Cuando Defteros acabó, él sintió una terrible opresión en todo su cuerpo. Asmita no había dejado de apretar la base de su erección y había cortado con ello el orgasmo que hubiera podido tener. Así que en cuanto su hermano desocupó su lugar, solo pudo apretar su mandíbula. Sentía que estaba a punto de estallar por la insatisfacción.

 

Hubiera podido reclamarlo, pero sabía que lo que estaban viviendo iba más allá de su propio placer. El que Asmita siguiera allí, sin intenciones de huir, decía ya demasiado y el haber compartido con él algo tan íntimo como la relación con su hermano le otorgaba un grado de compenetración mayor para con él. Para ambos. En sí, para los tres. Porque ahora eso eran: tres.

Destinó una nueva apreciación hacia lo que tenía entre sus brazos. Al enfocar los ojos en Asmita, vio la tela cubriéndolo húmedo de pies a cabeza por la llovizna; pero no conforme a ello, su sexo dibujado por la misma fibra. Ya no se veía tan erecto como lo había percibió entre los roces minutos atrás, por lo que intuyó que de algún modo, quizás por la sola fricción, Asmita también había encontrado el clímax. Pero su rostro desencajado no podía adivinar que tanto lo había sentido. Tampoco podía pensarlo en su situación.

Cada acción sucedió de forma tan amorfa que no estaba seguro de la razones de ellas, y su mente estaba tan llena de deseos de estallar, que tampoco podía hallar que tanto sentido tenían sus recientes movimientos. Asmita se veía respirando forzoso, con los mechones que cubrían el derredor de su rostro y cuello pegados por la humedad. Podía jurar que estaba esperando qué era lo que venía después y por un momento inusitado se preguntó que tanto sabía Asmita de lo que hacían ellos.

Había demasiada ansiedad en él como para buscarle una respuesta en ese instante. Sus movimientos fueron raudos y precisos, en búsqueda de lo único que necesitaba. Levantó a Asmita y al notar a sus propias piernas temblar debido a tanto placer contenido, usó el tronco de soporte para sostener su peso. El cátaro se aferró a su cuello, visiblemente contrariado.

—¿Qué…?

—Yo aún no acabo. —Su voz salió ronca, incluso hasta lastimada. El ardor y la aspereza en su garganta no le permitían hablar con mayor claridad o fluidez para explicarle por qué estaba actuando. El rostro que dibujó Asmita denotaba claramente una pregunta que no fue pronunciada ni exigida.

Con las manos en las caderas del joven, apretó el hueso y repartió beso por su mandíbula. Se meció para que su erección comenzara a buscar placer contra la tela húmeda de la ropa y gimió de forma suave, pegado a su mejilla, al sentir las piernas de Asmita asirse a él. Sus labios terminaron buscando los de Asmita y volvieron a sorberlos, con contenida desesperación.

Contrario a lo que había ocurrido antes, esta vez Asmita no se limitó con dejarse hacer, con dejarse besar. Tímidamente buscó seguirle el ritmo, movió su boca necesitando el contacto tanto como él y apretó sus manos contra la nuca y su cabello húmedo. Le demostró que no solo deseaba sentir sino que anhelaba responder a cada una de sus caricias. Que se quería quemar con ellos aún si el mismo infierno lo esperaba.

No pudo detener el camino de sus manos que arrastraron la tela y masajearon sus glúteos. No pudo decirles que no mientras lo besaba, y permitía que sus dedos delinearan las curvas de su trasero y lo desvistiera en medio de la llovizna, enrollando la tela en sus piernas. Solo disfrutó el temblor cuando sus yemas se vertieron en la hendidura. Vitoreó el gemido de Asmita, lo suave de su voz cuando brotó con tanta naturalidad al ser tocado en uno de sus puntos más sensibles. Percibió la forma en la que se aferraba a él, y la confianza con la que se abría a sus deseos. Ciegamente.

Aspros bien podría llamarlo fe, la fe ciega que Asmita tenía a su dios, la misma que lo había movido hasta ese momento a negarse de todo lo que ahora le permitía vivir. Pero esta vez, debía ser la certeza de que, por encima de todo, eso quería. Aspros sabía que no iba a ser tan sencillo ni tan satisfactorio la primera vez, pero anhelaba que se quedara con la mejor impresión. Buscaría que así fuera.

Lanzó una mirada por sobre el hombro del cátaro y observó a su hermano quien observaba el avance desde el suelo, donde seguramente cayó después de alcanzar su orgasmo. Pese a ello, era evidente que con atestiguar su progreso con Asmita y la forma en la que lograba destruir los límites anteriormente impuestos, había recuperado la excitación.

Volvió su atención a Asmita con la respiración entrecortada. Movió los dedos dibujando círculos sobre la piel arrugada, para indicarle lo que tenía pensado hacer. Contuvo sus besos un momento y se permitir ver sus reacciones, medir que tan preparado estaba para ello. Asmita se relamió los labios y apenas pudo controlar su temblor.

—¿Confías en mí? —Con voz ronca lo preguntó y en ese momento, como si cayera la llovizna solo en su cara, Aspros pudo recordar otros momentos en que le había hecho una pregunta similar.

Asmita no tenía por qué responderla, estaba allí, colada en cada una de sus acciones. Su respuesta fue sencilla pero contundente, fue buscar los labios de Aspros para darle permiso a hacer lo que fuera preciso hacer en ese momento. Lo único que necesitaba para continuar.

La punta del miembro de Aspros se acomodó mientras aguantaba el peso del cátaro. Detuvo el aire entre los besos y plegó su frente sobre la de él indicándole que iba a avanzar. Para su sorpresa, su hermano se acercó y abrazó el cuerpo de Asmita desde su espalda, ayudándolo en la tarea de sostenerlo.

Apenas pudo intercambiar un par de miradas con él. Las acciones de Defteros también hablaban por sí mismas y esta vez estaban enfocadas por completo en el cátaro, en tocarlo por debajo de la camisola y en dejarle marcado los dientes en el cuello. En hacerse participe de lo que sabía cambiaría la vida de los tres.

Con caricias suaves que aprovecharon a la llovizna, Defteros se prendió de los labios del cátaro para distraerlo de lo que su hermano pensaba concretar. Lo abrazó con fuerza cuando la molestia fue más evidente y lo pegó contra su pecho, aguantando el peso completo de Asmita sobre él. Aspros reforzó el agarre en sus muslos, derrochó caricias en la piel para consolar el dolor que debía provocar la primera irrupción y observó, con el rostro afiebrado, los besos que compartían su hermano y Asmita conforme iba penetrando.

Defteros, con los parpados cerrados, no había notado que Asmita tenía sus ojos abiertos. Que el azul parecía derretirse en sus ojos, junto al rojo de su piel y al dorado brillante de su cabello húmedo. Que todo parecía mezclarse en una pintoresca combinación de colores vivos en un lienzo blanco. Él sí podía contemplarlo. Él sí se quedó sin aliento y empujó con fuerza azorado por la visión. Él sí se vio perdido en ello.

En cada embestida que dio, Aspros halló ideal el lugar en donde estaba, las circunstancias en que se habían dado, la forma en que Asmita apretaba las manos de Defteros y soltaba gemidos —los que su hermano le permitía—, ante cada fuerte arremetida de él. Encontró fascinante ver a su hermano entregándose y formando parte de la trinidad que ellos habían conformado desde un principio.

Porque al final, eso eran. El amor y el deseo circulaban en todas las direcciones. No había espacio muerto en ellos, no lo hubo cuando Aspros penetró por completo pegando su tórax contra el de Asmita y sintió los nudillos de su hermano. No había una pieza que afectara su armonía y justo así lo quería.

Donde creyó que solo serían dos, Aspros encontró que había un punto donde el tercero no sería un elemento que invocara el caos. Donde en cambio, era perfecto. Asmita era la ideal coyuntura porque los atraía a ambos con la misma fuerza y se derramaba en ambos sin contenciones. Los ungía como el espíritu haría con la carne y el alma, santificándola.

En la perfecta unidad, Aspros consiguió el anhelado orgasmo. Apenas desocupó su cuerpo, fue Defteros quien con implacable necesidad ocupó su espacio y penetró. La sorpresa para Asmita se evidenció en la forma que apretó a su mano y Aspros, con el cuerpo temblando por su clímax, apenas pudo sostenerlo ahora contra sí mientras Defteros empujaba con fuerza el camino que ya su hermano había abierto para ambos.

Aspros, no pudo escuchar nada mejor en ese momento que los jadeos de Asmita. No pudo tener mejor caricia que las de las manos de Asmita que lo apretaba con angustia mal contenida,  ardiendo y aferrándose a él como si buscara mantenerse cuerdo.  No había mejor vista que el rostro de su hermano contorsionado de placer aunque tomara un cuerpo que no era suyo, por la maravillosa complicidad que significaba verlo y estar allí.

Nada había más perfecto que ello.

Cerca del final, Aspros trató de consolar a Asmita con caricias en su espalda y en su nuca. Lo dejó sentir todo el placer posible hasta que escuchó su último gemido. Defteros acabó con un gruñido y Asmita garabateó palabras tan inciertas que no fue capaz de comprender.

El orgasmo flotó en el ambiente. Después de unos minutos, no fueron capaces de mantenerse en pie. Cayeron a tierra, uno encima del otro, sin ninguna otra consideración más que permanecer juntos.

El silencio los sorbió a los tres, los dejó  tiritando, bajo el abrigo la llovizna.


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