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El Perfecto por AkiraHilar

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Llegaron a un nuevo pueblo lleno de sembradíos. Con las constantes lluvias, detener el paso ya no era posible, se exponían demasiado en la intemperie, por lo que buscaron afanosamente un lugar en donde quedarse. Ese pueblo al que habían arribado era pequeño, lleno de casas con sembrandios propios y en el medio una plazoleta. En ella estaban unas ventas de frutas y hortalizas, aprovechando la temporada. Los tres, juntos, seguían su viaje y avanzaban en el camino.

 

No hubo necesidad de explicar con palabras las acciones que ocurrieron en esa noche, cuando amanecieron los tres y recibieron las gotas de las ramas y hojas. No hubo lugar a explicaciones vanas cuando al abrir los ojos y darse cuenta del alcance de lo sucedido, Asmita estaba entre ellos, buscando su calor y mostrando algunas marcas a lo largo de su cuello y hombros.

Los hermanos se habían mirado, un poco descolocados con los recuerdos que tenían de aquella noche lluviosa. Pero pronto, con una sonrisa cómplice, avalaron el deseo de continuar compartiendo más noches así. Hablar al respecto no lo vieron apremiante al menos que Asmita lo buscara, y cuando eso ocurrió con la respuesta de Asmita decidieron continuar su relación así, en la naturalidad.

Fue gratificante cuando, comprobaron, que al besar a Asmita este le respondía con libertad. Las siguientes noches apenas hubo espacio para dormir. Compartieron más caricias y más besos en el lecho de los tres, observaron y lo incluyeron, no dejando espacio para nadie más sino ellos.

—Cuidado. —Alertó cuando una carreta se acercó hacía ellos jaló del brazo a  Asmita, para quitarlo del camino. Chocó su cuerpo contra el de él y lo abrazó protectoramente mientras la carga de hortalizas salía de la plazoleta. Por estar recordando cosas, había perdido la concentración de todo lo que había alrededor de ellos.

—Hay mucha gente.

—Al parecer, por la cosecha. —Le explicó tomándole de la mano para guiarlo en el camino—. Vamos, Defteros ya debió llegar a nuestra carreta.

Asmita solo asintió y se dejó guiar sin oponer resistencia. La gente se movía atareada mostrando sus hortalizas y esperando obtener una buena ganancia. A Aspros le agradó el lugar, era pequeño, la mayoría de las personas que podía ver eran mujeres, y no existía una iglesia cerca. Ya había preguntado sobre la posibilidad de comprar alguna parcela un poco más arriba del pueblo.

Se acercaron a la carreta y ayudó a Asmita subir. Las cabras comenzaron a hacer ruido al verlo acercarse a ellas para destinarle una caricia. Aspros aprovechó el momento para girar la vista por el derredor, algunos sitios ya tenían poco que vender. El cielo no estaba nublado, al menos por ese día podían pensar que no iba a llover.

Avanzó hacía una joven niña que vendía algunos frascos en una cesta tejida. Preguntó por ellos y tomó uno con atención singular. Aceite… la sonrisa se dibujó sola en sus labios con la idea bailándole en la cabeza. Pagó con un par de monedas y se acercó de nuevo a la carreta para subir y entregárselas al cátaro.

—¿Encontraste a Defteros?

—Aún no. —Le extendió los dos frascos y notó la expresión de Asmita—. Es aceite.

—¿Aceite?

—Sí. Lo necesitaremos.

La incomprensión de Asmita era legible en su rostro. Aspros hubiera podido responder a ella con un beso, pero no estaban en el momento ideal para ello; Asmita no vestía como una mujer después de aquel altercado. Solo le pasó una mano por la cabeza, guardando el beso para cuando estuvieran a solas.

Bajó de nuevo de la carreta para calmar a los caballos que empezaron a agitarse por la presencia de algunos puercos. Echó otro vistazo alrededor, esperando que su hermano apareciera. Era mejor salir del pueblo antes de que atardeciera, buscar un lugar donde descansar fuera y esperar que la noche no los sorprendiera con otra lluvia.  Quizás, más adelante del camino consiguieran lo que buscaban.

Al cabo de unos minutos, Defteros apareció trotando hacia él, avanzó evadiendo a un par de gallinas que caminaban entre los charcos. La manera en la que se acercó lo preocupó, no pudo evitar pensar que si su hermano estaba corriendo era porque había visto algo. ¿Algunos soldados? ¿La iglesia? ¿Quizás un grupo de saqueo que solía abundar en esos tiempos tan difíciles? Aspros se acercó a él y le pidió una explicación al verlo tan azorado. Defteros tomó suficiente aire y luego señaló hacía una anciana apostada en la esquina de uno de los árboles.

—Dice que tiene una casa y la quiere vender. —Aspros devolvió la mirada a su hermano—. Que está arriba, después del riachuelo.

Ambos volvieron la mirada hacia la anciana, sentada con una cesta tejida donde pedía limosna. Le pareció increíble pensar que la pobre mujer si tuviera una casa pero se quedara pidiendo allí. Quizás y mentía, por lo que decidió averiguarlo por sí mismo.

Según palabras de la mujer, era una pequeña parcela ubicada después del riachuelo. En ella vivía con su hijo y su nuera, antes de que su esposo falleciera por la mordida de una serpiente. Su hijo murió tiempo después, y la mujer que fue su esposa, terminó abandonando el hogar un par de años atrás. Dejó a la anciana a su suerte.

La mujer tenía problema para hablar, y la tos no le permitía quedarse quieta por mucho tiempo. Estaba enferma, pensó Aspros mientras la veía con recelo. No podía asegurar nada de lo que le decía, pero decidió seguirle la corriente.

—¿Cuánto me pedirá por ella?

La mujer sonrió. Aspros notó eso y de inmediato giró la vista a su hermano, entendiendo por fin un detalle importante que no había tomado en cuenta.

—Solo le pediré una cosa. —Atrajo la anciana la atención de ambos—: que me entierren con mi esposo, bajó el cedro cojo.

No habían esperado un pedido igual. El mismo Aspros no pudo ocultar su impresión ante la sinceridad de la mujer y el precio de su única posesión. Abandonada y sin familia, ¿qué más podía pedir más que descansar al lado de su marido?

—Aspros… —Escuchó la voz de Defteros, comprendió el tono de petición que encubría a su nombre.

«Aspros, conseguí a alguien, en el bosque… Está hambriento. Comía la hierba como si fuera carne»

Sonrió levemente recordando el momento en que, demasiado tiempo atrás, su hermano había tenido una entonación similar. La figura del cátaro con manto negro y sucio y el rostro inclinado golpeó todos sus sentidos. Aseguró la pequeña bolsa con monedas en su cinturón y decidió hacerlo.

—Le doy mi palabra que así será. Pero me niego a dejarla aquí. Permítanos acompañarla hasta que llegue ese momento.

Exactamente lo que quería su hermano, lo que Asmita le pediría con palabras concretas de haber sido él quien hallara a la anciana. Era un intercambio justo: obtener un hogar donde empezar su nueva vida, dándole un final digno a una qué ya había vivido demasiado. Eso debía ser justicia.

Defteros ayudó a la anciana a moverse hacia la carreta, y Aspros recogió las ropas que estaban viejas y gastadas. Al tenerla en su mano, memoró el peso de aquel manto negro que cubrió a Asmita durante mucho tiempo en su mansión cuando en la primera noche le instó a quitárselo, y las imágenes de reserva que él tuvo al sentir que habían invadido su espacio. Demasiadas cosas habían pasado y hasta ese momento, denotaba que él mismo había cambiado. Incluso Defteros, todos ellos.

Con los tiempos tan inestables, sus vidas habían tomado un destino totalmente opuesto a lo que pudieron pensar. Aspros tuvo una necesidad visceral de verificarlo con sus letras, leyendo sus escritos, una que tuvo que contener hasta que fuera posible el hacerlo. Así que intentó distraerse en ayudar a su hermano a tomar la carreta, en presentarle a Asmita a la anciana mujer y en escuchar, de lejos, la conversación que empezó entre ellos mientras Defteros guiaba a los caballos.

En medio del traqueteo de la carreta, siguiendo las instrucciones de la anciana, Aspros sacó de entre los cantaros, la tela que envolví a su espalda y otras pertenencias, entre ellas, un cuaderno de lomo grueso. Abrió y buscó con impaciencia el día justo que Asmita llegó a la mansión y a sus vidas. Recorrió en medio del trayecto varios otros puntos escritos, que le permitieron memorar muchas cosas más, siguiendo la vieja costumbre de su tutor.

Miró a Asmita de nuevo y a la melena de su hermano mientras avanzaban en el trayecto. Sonrió al recordar la respuesta que había hecho todo posible, y lo bien que se había sentido al entender que fueron sus palabras las que lo impulsaron a aceptarlo que ocurría entre los tres: «No se puede amar lo que no se conoce. Tienes razón, por eso, he decidido conocerlos»

Cuando la carreta se detuvo, solo tuvo que alzar un poco la cabeza para ver la pequeña casa que estaba por sobre una colina escarpada, cerca del riachuelo. Todo estaría bien.

Habían llegado a su destino.

«La casa solo tiene dos habitaciones habitables, el resto es madera vieja  y muebles inservibles que tendremos que desechar después. Mientras Asmita cuida de la mujer me he detenido a evaluar la construcción y a buscar los puntos fuertes que podamos aprovechar.

No será fácil. Fundar esta casa será un inicio para todos.
Yo trabajaré duro para proteger ese futuro. Lucharé para que juntos, podamos vivir y sentirnos seguro. Se los he prometido.

Y yo cumplo mis promesas»

-Fin-

Notas finales:

Aquí termina este fic... solo falta el epilogo.

 

Gracias a los que leyeron :3


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