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El Perfecto por AkiraHilar

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Aspros avanzó a toda velocidad en su caballo. Cabalgó agitando las riendas con la preocupación transformando sus facciones. Se apresuró en cuanto supo la noticia: una caravana de inquisidores había llegado al pueblo y estaban haciendo preguntas a todas las casas. La ofensiva de la iglesia esta vez se había convertido en una invasiva.

 

Esperaba que Defteros estuviera al pendiente y metiera a Asmita en la casa en señal de cualquier peligro. Pese a que habían empezado a vivir juntos y compartían el lecho, Asmita no había dejado de orar ni de seguir algunas costumbres cátaras, ya asimiladas como suyas. Además, si tan solo llegaran a sospechar lo que ellos hacían cuando el sol se ocultaba, cátaro o no, serían juzgados.

Apresuró el galope y saltó varios arbustos con la intención de acortar el camino. Precisamente, cerca del cedro donde habían enterrado a la anciana meses atrás, la caballería del reino estaba luciendo sus armaduras y mostrando sus estandartes, en nombre de la corona. Asmita, con aspecto campesino, estaba frente al líder de ellos.

Le tembló la mandíbula al verlo a él solo enfrentando a los jinetes y ni huellas de su hermano cerca. No quiso pensar en lo peor y avanzó para buscar auxiliarlo.

—¿Cómo se atreve a decir eso? —Logró escuchar cuando por fin les había dado alcance. Los hombres armados miraron a Aspros bajar del caballo y acercarse con el porte que lo identificaba frente a cualquiera. Su rostro furibundo indicaba que no estaba muy complacido con la visita.

—¿Puede negarlo? —La dureza y seguridad de Asmita contrastó con los rostros de los soldados, quienes se mostraron vacilantes.

—¿Qué ocurre? —Preguntó Aspros colocándose a un lado de Asmita. El líder de la caravana les miró con desprecio.

—Los señores preguntaban quienes vivían en esta casa y si no hemos recibido forasteros últimamente. También me indicaban el castigo que reciben los que protegen a los desdichados. —Asmita contestó con soltura, a lo que el soldado agregó.

—Todo aquellos que blasfemen contra la santa iglesia y este en contra de sus designios, no pueden se protegidos por ningún cristiano.

—Eso dicen. — Agregó Asmita con una media sonrisa—, pero ninguno de ustedes me han respondido: ¿fue acaso con sangre que Cristo le dijo a Pedro que edificara su iglesia? Dijo que era sobre una piedra, no sobre un río de sangre y cuerpos calcinados. Cristo al venir, jamás despreció ni siquiera a los ladrones, ni las prostitutas. Se acercó a ellos, los conoció y los amó. ¿Castigáis a los que se oponen? Incluso Cristo dijo que amaramos a nuestros enemigos. Me temo, señores, que a la iglesia se le ha olvidado amar.

Ante los contundentes argumentos de Asmita, los soldados no pudieron decir nada. El líder dirigió la mirada hacia Aspros, quien observó todo en silencio y estaba atento a cualquier represalia.

—¿Quién es usted?

—Su hermano mayor —respondió con firmeza—. Nuestra madre murió y está aquí, enterrada bajo el cedro, como fue su voluntad.

Tras la respuesta de Aspros, confirmaron lo que ya Asmita les había dicho antes de su llegada. Los soldados no vieron necesidad de quedarse y se despidieron para proseguir su camino. Aspros cerró sus párpados y soltó el aire con fuerza. El peligro era latente.

Regresó su mirada a Asmita, con el gesto enfadado. Ya había perdido la cuenta de las veces en que los había puesto en peligro solo por debatir con sus argumentos con ellos. Pero también estaba enojado con Defteros. ¿Dónde estaba? ¿Por qué deja Asmita alejarse tanto de la casa?

—¿Cuántas veces es necesario decir que no hagas eso, Asmita?—reclamó con evidente malestar y Asmita giró su cuerpo a un lado, como si persiguiera un sonido—. ¿Y qué haces tan lejos de casa?

En vez de responder directamente, el cátaro se inclinó hacía los arbustos alrededor del cedro para capturar a una cabra mediana que venía persiguiendo. El pobre animal se agitó entre sus brazos cuando lo alzó de la tierra.

—Se había escapado. —Sonrió a Aspros, evadiendo el tema—. Defteros la había apartado para matarla y escapó.

Aspros arrugó la frente y observó como Asmita se dirigía de nuevo a casa. Decidió seguir sus pasos, tratar de no pensar en lo peligroso que había sido el debatir con esos soldados y buscar mejor hacérselo entender en otro momento, con más calma y menos preocupación encima. Lo escuchó hablándole a la cabra, diciéndole que no tuviera miedo de morir. Que su piel sería abrigo y sus carnes alimento y volvería a renacer, a tener otra vida.

Arrugó su ceño y miró a su hermano por fin asomarse en la puerta, con el cuchillo en mano. La presencia de los soldados ya estaba lejos de ellos.

—Todo estará bien —Asmita le dirigió una sonrisa al sentir la turbación en él. Aspros podía reafirmar aquello.

Lo estarían, mientras estuvieran lejos de todos ellos, estarían bien.

Pero no quiso mencionarlo.

Notas finales:

Y aquí termina la historia.

 

Gracias  todos los que leyeron ♥


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