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El Perfecto por AkiraHilar

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«Ellos no aceptan nada que el mundo material les pueda ofrecer. Rechazan la carne y todo lo que provenga de animal. No aceptan la cacería. Ellos evitan pensar en la necesidades de su cuerpos y creen que el alma renacerá de nuevo, tantas veces sea necesario hasta ser purificada.
 
Ellos aman con el alma, y rechazan el amor carnal.»

 
—Por ello somos los perfectos. Los llamados a ser buenos hombres y buenas mujeres, para demostrar que sí es posible vivir una vida pura en un mundo material y malvado.
 
Las llamas de las velas tanto en la mesita de al lado como cerca de la ventana cerrada, permitían ver en medio de la oscuridad los gestos de Asmita mientras este hablaba con suavidad sobre su cama. Defteros se veía atribulado a un lado de la puerta, había sido su descuido. Asmita había intentado escapar y en la carrera cayó contra unos canastos, provocando que se doblara su tobillo.
 
Aspros seguía masajeando el músculo con la pasta que había formado la nodriza en base a varias especies y aceite y ya tenía el paño preparado para cubrirlo y dejar que hiciera efecto. Sin embargo, no podía apartar el toque de su piel. No podía dejar de acariciarle y fantasear desde ese lugar lo que sería ir avanzando con sus manos y descubrir lo que estaba entre el manto y más allá.
 
Lo imaginaba compartiéndolo con su hermano, recibiendo toda la pureza que ese joven guardaba, y bebiéndola a cortos tragos. Saboreándolo. Imaginaba la sensación de tenerlo entre el cuerpo de Defteros y acariciarlos a ambos mientras decidía quién se llevaría el próximo beso. Y por qué no… si entrarían juntos. ¿Cómo se sentiría estar juntos dentro de otro cuerpo?
 
—Aspros. —Escuchó su voz y subió la mirada dilatada con sus pensamientos. Las manos se habían quedado quietas, apenas sus pulgares se movían circularmente sobre la piel. Asmita en cambio seguía con su piel pálida contrastando con la luz de la vela, que dibujaba mechones rojizos en el cabello dorado que tenía libre del manto—. Creo que ya no duele.
 
Parpadeó mirándolo, luego bajó sus ojos hacía el tobillo atrapado. En algún momento había dejado de pensar en la herida y sus pensamientos habían tomado matices oscuros.
 
—Asmita. —Esta vez fue su hermano quien habló, pero Aspros no se sentía con la fuerza de buscar su mirada. Sabría que su hermano se daría cuenta de lo que había pasado por su cabeza y de cómo su cuerpo había reaccionado—. Prométenos que no volverás a correr así.
 
Envolvió el pie con el manto mientras escuchaba los pasos de su hermano acercarse. Levantó la mirada hacía el joven rubio y observó su intentó tapar los mechones para mantenerlos fuera de su vista. Ciertamente, no sabía los detalles que habían ocurrido para que Asmita decidiera correr, solo que al llegar, le habían explicado rápidamente el suceso y había visto a Defteros cargarlo en sus brazos mientras se apresuraba a la habitación.
 
—¿Qué fue lo que te hizo correr? —preguntó Aspros y notó la renuencia que tuvo Asmita al contestar. Fue su hermano quien lo hizo, con el ceño fruncido.
 
—A mí no me quiso decir…
 
—Escuché que mis hermanos están siendo atrapados por los inquisidores y llevados a la hoguera. Y yo estoy aquí, cuidado por los nobles, fallando a mi llamado como diseminador de la palabra.
 
Aspros soltó el tobillo suavemente sobre la cama mientras lo miraba espantado. Había prohibido a toda la casa hacer comentario alguno de lo que ocurría fuera de sus paredes. Quien quiera que lo hubiera hecho saber, pesaría sobre él un castigo por su imprudencia.
 
Volvió su mirada a Defteros, de forma interrogante. Evidentemente por su semblante, su hermano estaba igual o peor de confundido y espantado. Ahora que Asmita estaba al tanto de lo que acontecía en el pueblo y como los cristianos habían avanzado en sus castigos, sería difícil mantenerlo con ellos.
 
—Solo te estamos protegiendo… —Logró murmurar su hermano, luego de que pudiera soltar la lengua de su paladar—. Si sales, no habrá misericordia para ti. Te quemarán como a los otros.
 
—Estoy preparado para morir, Defteros. Mi alma necesita purificarse y renacer.
 
Aspros tuvo que ponerse de pie, cerrando sus puños como si contuviera su pena y su frustración. Los pensamientos deshonrosos de antes dejaron de tener importancia, cuando la voluntad de Asmita era la de ser expuesto en sacrificio como sus hermanos, en una hoguera donde gritaría hasta morir, o moriría asfixiado.
 
—Necesito salir. Mi misión en esta vida no es estar aquí encerrado.
 
—¿No has pensado que quizás sí lo es el quedarte con nosotros?
 
Ante la posibilidad que Aspros había dejado en el aire, Asmita se mostró pensativo. Defteros le destinó una mirada a ambos, inseguro de qué decir en ese momento. Desde allí, podía ver los rasgos de Aspros decididos a convencer al cátaro que la providencia de su Dios no podía ser la de morir como un animal.
 
Por unos instantes, sólo podían escuchar su respiración en medio de la danza de fuego que ejercían las velas. Defteros bajó la mirada, Aspros la mantuvo en Asmita y este último, simplemente desvió su rostro hacía el lugar que el calor le indicaba había luz.
 
—La noche en que nos atraparon, pensé que moriría. Solo me dijeron que corriera, escuché la voz de mi hermana gritar que lo hiciera y en algún momento pensé que me seguía. Luego, me sentí solo. Tropecé, no sé con qué, y gateé, no se hacía dónde. Me escondí sin saber si realmente estaba lejos de ellos o no.
 
—Fue un milagro el que sobrevivieras… —susurró Defteros y Aspros vio cómo se contuvo de tocarlo. La mano quedó a medio camino y la regresó al lugar conteniéndose eso y quizás más, quizás incluso a la altura de sus iniciales pensamientos.
 
—Es claro que no era voluntad de Dios que murieras esa noche, ni tampoco que mueras ahora. —Aspros prosiguió, acercándose para enfatizar sus palabras—. De otro modo, hubieras podido escapar de nosotros. Te hubieran encontrado.
 
—No creo que sea su voluntad permanecer aquí sin testificar que sí es posible purificar el alma…
 
—Nadie ha dicho que no lo haces. ¿Crees que para nosotros no has sido un testimonio vivo?
 
Asmita no tuvo palabras para responder eso, solo aceptó callado esa realidad, aunque no la sintiera lo suficiente valedera como para mantenerse escondido. Aspros esperaba que por lo pronto, fuera suficiente para que Asmita no volviera a intentar huir y con ello en mente, le permitió descansar.
 
Se despidió y empujó a su hermano fuera de la puerta, por lo pronto, era imposible hacer más.
 
Tras caminar varios pasos en el pasillo, ayudados con la luz de la lámpara, tuvo que detener su trayecto para girar su rostro y observar el estado cabizbajo de Defteros. Sabía que habían pasado más cosas o lo podía imaginar por su expresión derrotada. Los mechones cayendo a un lado de sus hombros le daban una apariencia, junto a la vela, decaída.
 
Esperaba que solo fuera la preocupación por Asmita, y la incertidumbre de cómo lograrían pasar ese momento en donde la corona y la iglesia buscaba en todas las formas de mantener su poderío en el reino. Esperó que con su mirada y el silencio le diera a su hermano las razones suficientes para hablar, y como ya estaba acostumbrado, Defteros no necesitó escuchar una pregunta para dar una respuesta.
 
—¿Tú crees que se quede?
 
—No le daré otra opción —Reafirmó y Defteros solo desvió su mirada, apretando sus dientes. El colmillo que había heredado de su padre marcó la piel de sus labios toscos—. ¿O hay algo que debo saber?
 
—Creo… —Defteros detuvo sus palabras y tomó aire—. Creo que él se ha dado cuenta.
 
—¿Cuenta de qué?
 
—Cuándo se cayó y fui tras él, me asusté. No entendía porque me soltó la mano y salió corriendo, luego lo vi caer. Entonces cuando llegué y lo vi herido, no sabía qué hacer. Me agaché… intenté pensar si era mejor levantarlo o no, no sabía. Así que para tranquilizarlo, pensé que podría hablarle y no me contuve…
 
—Defteros.
 
—Le toqué el rostro. Lo hice varias veces, le tomé el rostro, lo acaricié como si quisiera calmarlo aunque creo que yo estaba más nervioso que él por la caída.
 
—¿Lo besaste?
 
Defteros renegó. Apretó los puños a su lado, levantó la mirada hacía su hermano con el dolor latiéndole tras las pupilas.
 
—No. Lo pensé… lo pensé pero él cambió su cara. Fue como si me hubiera leído. Me dijo: No me toques como a una mujer.
 
«El cátaro, el perfecto. Se ha propuesto en esta vida la total reprensión de los placeres materiales en busca de purificar su alma. Yo no veo eso como una forma de vida, aunque le admiro la tenacidad.
 
Mi vida está lejos de la purificación. No puedo negarme a lo abominable del placer de ser uno con mi hermano. Ni tampoco a la codicia de tenerlo a él, perfectamente impuro.»


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