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El Perfecto por AkiraHilar

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«10 monedas de plata a cada familia y una propiedad de valor a lo que seguro encontrarán la manera de sacarle provecho. Es todo lo que mi benevolencia puede hacer para deshacer sus yugos y quitar el peso de su bienestar de mi espalda. Ahora solo velo por dos vidas y aunque me señalen de egoísta, es todo cuanto quiero proteger.
 
El cátaro, sin embargo, ha aceptado su destino con humildad, demasiado debo acotar. Algo en mí no puede estar seguro, porque su silencio, comparado a su terquedad, no puede ser un buen indicio.
 
Por lo pronto, hemos abandonado las tierras en medio de la noche sin luna, y esperamos llegar a un pueblo cercano pronto. Si todo sale bien, lo que verán es una carreta junto a una familia de aldeanos, compuesto por dos hombres y una mujer.»

 
Asmita no estaba para nada cómodo y su ceño fruncido así lo denotaba. Movía la cinta que sujetaba el vestido sobre su cintura y seguía tocando para hallar cada vez más discrepancia a lo que debía ser el traje de un hombre.
 
Defteros no podía verlo de frente, se encontraba cabizbajo y perseguido por su conciencia al saber que le estaban mintiendo. No le habían dicho que el plan de Aspros para poder escapar de los pueblos aledaños, incluso de los miembros de la iglesia que están persiguiendo a los herejes, era pasar como una pareja de aldeanos humildes que peregrinan, junto a un hermano.
 
La carreta que le compró a Manigoldo había sido un buen medio de transporte, incluso con hortalizas que servían de camuflaje. Para los días que ya habían recorrido, ambos hermanos ya tenían la barba crecida y frondosa oscureciendo y endureciendo sus rasgos. Alejados de las ropas que usaban como nobles, y viviendo como un campesino común, era fácil pasar desapercibido.
 
Aspros caminó hacía la carreta luego de apreciar la situación del lugar. Ese pueblo también estaba infectados por inquisidores, así que no se arriesgarían a estar ahí. Buscarían proseguir, traspasarlo y acampar de nuevo dentro del bosque.
 
 ­—No es seguro quedarnos aquí. — El manto que estaba sobre Asmita cubría su rostro, pero Aspros se dedicó a buscar alguna señal de él después de haber anunciado su decisión—. Esperemos que nuestros caballos descansen para proseguir.
 
Defteros se acercó a su hermano, evadiendo algunos cajones de madera que estaban en la carreta. Le tomó del hombro y le susurró al oído su inconformidad, mientras que el rubio permanecía callado al otro lado de la carreta.
 
—Creo que está enojado. —La voz ronca y baja de Defteros penetró en sus oídos, mientras echaba un vistazo hacía la gente que pasaba a su alrededor, en busca de alguna señal de peligro.
 
—Lo está desde que partimos, no es novedad.
 
Algunas ovejas pasaron a su lado, y ellos se movieron para permitir que siguiera su camino en medio del lodo y la tierra seca que se amontonaba en tramos en el camino. Había diversos sonidos de aves y los niños que corrían entre los puestos de comidas, mientras sus padres colocaban a la vista la hortaliza de temporada para el comercio.
 
Cuando Aspros dejó de ver a su alrededor para regresarle la mirada a su hermano, pudo notar su expresión furibunda. Evidentemente, no estaba conforme con engañar al cátaro y hacerlo pasar como una mujer y estaba seguro de que sí Asmita lo supiera, se molestaría más.
 
—Esto no es negociable. —Repitió Aspros negándose a la idea de cambiar de plan. Defteros insistió, estrujando sus cejas.
 
—Aspros…
 
El ruido de las ovejas llamó su atención y ambos giraron su mirada hacía la carreta. Aspros palideció cuando notó que Asmita no se encontraba allí.
 
La carrera fue inminente. Defteros y Aspros comenzaron a correr en direcciones contrarias, el primero hacía la carreta para tomar las riendas de los caballos y el segundo hacía el callejón donde veía el cuerpo correr entre la muchedumbre. El lodo resbalaba a sus pasos pero él no dudó un minuto en proseguir, empujó a las personas que se interponían en su camino en un intento de recuperar velocidad y atraparlo.
 
Asmita corría, claramente estaba huyendo. En algún punto había podido ver la manta de lino marrón que llevaba su cabeza y cubría el vestido de un color similar. Pero la gente era mucha en ese lado de la plaza y por momentos tuvo que detenerse para dejar pasar ancianos aunque su mandíbula se tensara con la idea de perderlo.
 
Prosiguió, empujó a unos campesinos que arreaban una carreta de vegetales y se metió en la multitud persiguiendo a Asmita con la mirada. Tropezaba con cuanta cosa encontraba al frente y pese a eso se levantaba, desesperado por continuar, por estar lejos de ellos. Su ansiedad por huir caló hondo dentro de él, llenándolo de contradicciones. ¿Acaso Asmita no comprendía que le estaba ofreciendo un mejor destino? ¿O tantas eran sus ansias de morir como sus hermanos?
 
Mientras se abría espacio entre la población, Aspros trituraba dentro de sí las dudas que amenazaban por convencerlo de dejarlo ir y caer en manos de sus captores. Pero la imagen en la hoguera le impulsó a continuar. La idea de que tuviera que pasar por decenas de terribles castigos para hacerlo hablar lo que no sabría responder, lo empujaba a atraparlo aún en contra de su voluntad.
 
Asmita cayó de nuevo entre el lodo y logró divisarlo, gateando no sabía hacía que lugar exactamente. Con velocidad apartó a una anciana que se interponía y se agachó para agarrarlo de su cintura y alzarlo.
 
—¡No! —Lo levantó inclemente y tapó la boca con su mano, obligándolo a callar. Lo jaló entre la multitud hasta el callejón más accesible y lo retuvo contra su cuerpo mientras seguía pataleando y luchando por huir de sus brazos.
 
—¡Soy yo, Asmita! —Pensó que con anunciarse sería suficiente, pero Asmita siguió removiéndose seguro de que sabía perfectamente que se trataba de él y de él quería huir. Había estado esperando en su silencio el momento justo para escapar.
 
Aspros no pudo tolerarlo. Empujó el cuerpo de Asmita contra la pared, buscando contenerlo y atrapar dentro de sí la ira que corrompía a sus pensamientos. El cátaro, en cambio, no quiso ceder un milímetro más. Mordió la mano de su captor, provocó que este gritara ante el ataque y cuando creyó que podría aprovechar el momento para correr, la mano herida del Aspros le sujetó de la barbilla y ejerció una presión tal que el joven tuvo que detenerse.
 
Durante unos minutos, solo se escuchó la gente lejos de ellos y los animales que cruzaban los caminos. Aspros no solo había atrapado el rostro de Asmita, sino que en medio de su furia lo haló lo suficiente para tener en alcance a su boca y atraparla. Al inicio no supo para qué, el instinto lo guió a las demás acciones.
 
La boca abierta de Asmita debido a la presión de los dedos de Aspros en su mejilla, no pudo hacer nada para contenerlo al inicio. Abrió sus párpados por la sorpresa y se quedó quieto aún superado por la conmoción de un toque que nunca había sentido. Pero solo fue la duda inicial, en cuanto sus sentidos se sintieron amenazados, Asmita respondió con una furia que jamás había divisado y golpeó con su frente la frente de Aspros obligándolo a soltarlo.
 
El brazo dejó de sujetarlo y Asmita apenas pudo mantenerse en equilibrio antes de replegarse a la otra pared. Pasó la manga de sus ropas en sus labios mordidos y quitó el rastro de sangre, temblando airado. Aspros se rió entre dientes antes de escupir la saliva ensangrentada que le había dejado el sabor de la mordida y limpió el resto con la manga áspera de su camisola.
 
No hubo tiempo para hablar. Antes de que ellos pudieran decir algo, los gritos afuera llamaron su atención. Aspros se movió antes y tomó la muñeca de Asmita para evitar que volviera a correr.
 
—¡No! ¡No…! —Clamó una mujer anciana antes de ser empujada con sus tinajas a la tierra húmeda. Varios habían llegado empujando el puesto y arrancando de ellos sus posesiones mientras una madre tomaba a sus hijos para evitar que fueran lastimados—. ¡Piedad! ¡Piedad del Santísimo! ¡Pido piedad!
 
Los gritos de la madre hicieron callar al resto del pueblo y por ende a ellos que estaban escuchando todo desde el callejón. En nombre de la iglesia se escuchó el veredicto donde expropiaba de todas sus pertenencias a la familia porque su marido e hijo fueron hallados traidores y herejes, ejecutados para cumplir la sentencia de levantarse contra la gracias de Cristo.
 
No hubo misericordia. Incluso a la anciana que intentó detener el saqueo y proteger la comida de sus nietos fue empujada a un lado sin la menor piedad, ejecutando su deber divino. Aspros sabía que un trato peor sería dado en Asmita si llegaba a caer en esas manos y lo volvió a apretar contra él, esta vez sin obtener resistencia.
 
—Aspros. —Escuchó la voz de Defteros asomándose en el callejón. Aparentemente tenía rato buscándolo. Con un movimiento de su rostro, le indicó que era mejor salir de allí.
 
El aludido afirmó con su rostro y tomando de la muñeca a Asmita, lo impulsó a seguirle.
 
No hablaron nada más de lo ocurrido durante el siguiente trayecto. Después de salir del pueblo, se detuvieron a un lado del camino entre el bosque hasta un lugar apartado. Bajaron la madera seca y Defteros armó la fogata. Se reunieron alrededor del fuego y el menor de los hermanos se decidió a montar la olla para preparar el caldo. Aspros acomodó algunas pertenencias en la parte más lisa del prado para poder descansar, y observó a la distancia a Asmita, sentado bajo un árbol con sus manos entre las piernas.
 
Se acercó a él, mediando el terreno y pendiente de toda reacción. Si Asmita volvía a atacarlo, producto de lo ocurrido en el pueblo, estaba preparado para ello.
 
Sin embargo, al llegar a su lado no hubo más que la compañía del silencio y la madera crujiendo por el fuego que su hermano había creado. Suspiró hacia el viento que meció las ramas y meditó en las palabras que podría decirle para romper el hielo entre ellos.
 
—¿Quieres morir, Asmita? —Decidió preguntar—. Porque si estás tan determinado a ello, yo puedo tomar tu vida como deseas. —Sacó la daga de su funda, oculta entre la camisola campesina. Miró el filo como si midiera el calor de ella con la sangre que pudiera derramar—. Un solo dolor, sin sufrimiento. Una muerte piadosa en manos de un pecador.
 
—Mi Dios no quiere que yo muera aún. —Ante tal respuesta, Aspros desvió la mirada del oro brillante del filo hasta la cabeza dorada de Asmita, meciéndose su cabello al aire—. Tendré que encontrar la misión que me ha encomendado.
 
—Quizás tu misión es esta.
 
No dijo nada. Solo le extendió la mano.


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