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El Perfecto por AkiraHilar

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«Durante tres días nos hemos quedado en un establo de este asentamiento. No ha sido propicio salir dado el clima. Estamos muy lejos de otra ciudad y los movimientos de afuera tampoco nos dan garantía de nada. Hemos preferido dormir entre el estiércol de los animales y la paja.

 

De todos modos, no podemos esperar a que la orden llegue a este lugar y saquee a todos los campamentos. No estoy seguro de si podríamos sobrevivir. Si preguntan por su creencia, dudo que el cátaro reniegue de su fe»

No consiguieron un pueblo pero sí un asentamiento de familias que vivían acampadas alrededor de una enorme casona. Había a su vez siervos y muchos caballos.

No dudó entonces en usar sus mejores habilidades para la negociación. La carreta por el largo camino y el difícil sendero que tuvieron que tomar, había recibido un daño importante. Además, tenían problemas con la comida y las ropas, tan necesarias para el clima que se aproximaba, escaseaban. Él mismo ya necesitaba cambiar las suyas.

Quien salió a su encuentro fue un hombre de piel muy blanca y ojos pequeños. Su cabello absolutamente negro apenas rozaba su nuca y su apariencia era bastante seria. Dudaba que alguna vez en su vida hubiera sonreído.

Aspros le explicó en resumidas cuentas su situación: que buscaban unas tierras para comprar más al sur pero que habían tenido problemas en el camino. Decidió no comentar absolutamente nada sobre el cátaro ni la razón de su huida.

Pese a que el hombre le convidó a dormir dentro de su casa y comer con ellos y su familia, Aspros prefirió declinar la oferta. Había visto a muchos caballeros deambulando por el derredor y estar en la casa podría cortar sus modos de escapes en caso de haber algún saqueo. Pidió que los dejaran descansar en el establo, que estaba más alejado de la casa y le permitiría adelantarse.

El establo de madera estaba en buenas condiciones, aunque como era de esperarse, solo habitaban animales. Una enorme acumulación de paja estaba en la esquina izquierda y las caballerizas estaban a la derecha. Había un par de vacas al otro lado y algunos implementos de ganadería.

Asmita al entrar lo primero que notó fue el mal olor. Tapó su cara con la manga de su camisola y atrás escuchó a Defteros gruñir. Aspros suspiró hondo y se adelantó, jalando a su caballo para que descansara. La cuestión era establecerse allí, buscar acomodo para que pudieran reposar sin sentirse demasiado expuesto a los animales

—Por lo menos esta noche estará bien —murmuró mientras amarraba a sus caballos a una de las bases. Asmita solo caminó un poco más antes de que Defteros lo detuviera para guiarlo en el desconocido territorio.

La necesidad de comer vino casi inmediatamente después de establecerse. Defteros gruñó primero, llevándose una mano al estómago. Asmita subió el rostro y sonrió al reconocer el ruido característico de las entrañas del mayor y dirigió luego su mirada vacía hacia donde escuchaba los pasos de Aspros moviéndose entre la paja.

—Tenemos hambre. —Avisó sin más. Aspros suspiró convencido de que tendría que salir a buscar que comer, y él mismo también tenía hambre.

—Veré que encuentro.

Colocó una gruesa funda sobre su cabeza para escudarse de la lluvia y salió del establo con uno de sus caballos. Cabalgó hasta uno de los asentamientos y buscó quien pudiera venderle un poco de pan y hortalizas. Tendrían que ver el modo de preparar una pequeña fogata, pero la humedad del lugar cortaba todas sus opciones. Quizás tendrían esa noche que comer solo pan y leche de cabra.

En el camino, Aspros observaba las carpas y algunos de los sembradíos que tenían detrás de ellas. Miró con entusiasmo mientras pensaba en el lugar donde tendrían que vivir los tres, aún más lejos de toda la iglesia y su persecución.

No le agradaba la idea de vivir en comunidad de nuevo. Le gustaba ser admirado, sí, pero no tendría la libertad y eso era ahora innegociable. Quizás optarían por una colina cerca de un pueblo, pero lo suficiente lejos como para que nadie quisiera husmear sobre su estilo de vida y la forma en la que convivía con dos hombres.

Además, si estaba en un pueblo corría el riesgo de que cualquier idiota que tuviera deseos de sus pertenencias, lo acusara contra la iglesia de herejía y comprara los testimonios. Mucho había visto en su ciudadela al respecto y no tenía la intención de permitirlo. En esos tiempos tan inseguros, para gente como ellos, era mejor vivir apartados.

Una colina, se repitió mientras una anciana lo atendía tras la carpa. Una colina, entre los árboles, un pequeño sembradío para sus comidas, un establo para sus caballos y quizás alguna vaca… o cabras. Tomó el pan envuelto contra su pecho mientras pensaba también en la casa. Una de madera, grande, una habitación para los tres.

Por supuesto, una para los tres.

De regreso al establo, llegó completamente empapado. El pan apenas lo pudo salvar de la lluvia torrencial que arreció cuando iba de vuelta. Sacudió su capa y atrajo al caballo con él al interior del lugar. Había poca luz, apenas una lámpara de aceite en uno de los postes de madera que iluminaba muy poco el cobertizo.

Anudó al caballo junto al otro y destinó una mirada buscando a su hermano y a Asmita. Sacudió el pan envuelto en la lona y dejó en el suelo la tinaja de leche que le costó mantener a salvo en el camino. De una de las esquinas vio emerger a Defteros y traía en sus brazos una pequeña cabra que temblaba. Aspros alzó una ceja, lo miró dudoso y volvió sus ojos hacia los de su hermano inquiriendo una respuesta a su muda pregunta.

—Es una cabra. —Eso Aspros ya lo sabía con verla, pero no era eso lo que quería saber.

—Aquí no podemos cocinarla —murmuró observando al animal con cierto gusto. Un cabrito de ese tamaño sería una deliciosa cena, en comparación a su pan—. O tendríamos que buscar el modo de que el fuego no se extienda por la paja.

—No. —Enfatizó su hermano ciñendo el ceño. Luego miró hacia atrás, donde en la esquina que estaba se encontraba Asmita sentado en el suelo con dos cabríos más en sus piernas—. Él se enojará.

La cara de circunstancia de Aspros fue bastante evidente y luego de recorrer la imagen de Asmita rodeado de cabritos, miró el brazo de su hermano con uno encima y volvió a sus ojos en busca de una explicación. Esperaba que no fuera lo que pensó, porque las evidencias eran bastante notables. Pero no tenían un lugar, ni los recursos como para hacerlo.

Conocía esa expresión de Defteros: la había visto cuando recogió al gato, al perro, al becerro herido, a la paloma que escapó de su jaula. La misma que le mostró cuando consiguió al cátaro en el bosque y lo había llevado a casa sin su autorización.

—No podemos. —Determinó al leer perfectamente la mirada y Defteros pareció enfatizarla aún más. Asmita se levantó con otro cabrito en manos y sonrió al escuchar a ambos hermanos hablar.

—¿Por qué no?

—No tenemos siquiera en donde guardarlos. Además…

—Me gustaría quedarme con uno. —Se adelantó Asmita al acercarse, acariciando la cabeza del pequeño con manchas que había tomado con cuidado. Su rostro reflejaba paz al sentirlo e incluso, ese cabrío estaba más cómodo en sus brazos que el que cargaba Defteros.

Aspros emitió una mirada a ambos, preguntándose que tenían en la cabeza como para querer recoger posibles mascotas en un viaje cuando no tenían a donde dormir. Pero los dos estaban muy seguros, sus expresiones lo demandaban: Defteros en el silencio con su mirada y Asmita con la leve sonrisa y la seguridad de haber planteado su deseo directamente.

Miró de nuevo a las pequeñas cabras. Al menos, les daría leche mientras estuvieran con ellos. Si tenían suerte, llegarían con vida al lugar donde se asentarían. Si no, servirían de comida en algún punto del viaje.

Soltó el aire y relajó sus hombros.

—Bien, preguntaré mañana al dueño por cuanto nos venden las dos cabras.

La sonrisa de ambos, una serena y la otra efusiva mostrando su colmillo, fue el agradecimiento que recibió por la decisión. Aspros prefirió dejar el tema de lado, ya vería cómo podrían cargar con las dos cabras en la carreta. Por lo pronto, su estómago exigía ser alimentado.

Se acomodaron en el cúmulo de paja que había en la esquina y obligó a Asmita a soltar a la cabra. Lo ayudó a subirse por la altura y se acomodó junto a su hermano para compartir el alimento que pudo traer para al menos esa noche. Si la lluvia seguía como estaba, posiblemente no podrían salir temprano. Los campos se estaban inundando y los caminos se enlodaban debido a la precipitación.

Compartió el pan y colocó al alcance la tinaja con leche, para que pudieran comer con libertad. Cuando Asmita lo necesitaba, fuera él o su hermano quien lo notara primero, le ayudaban a tomar la vasija para beber.

Pensó que con estar una noche sería suficiente, pero como lo habían vaticinado los vientos y la lluvia, los retuvo por tres días más.


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