PRIMER ENCUENTRO
Zoro miró el reloj, sorprendido. Había conseguido encontrar el paso de peatones que encaminaba a su universidad lo suficientemente pronto como para llegar a la hora. No era algo habitual en él, pues esa ciudad parecía moverse en silencio a su paso, confundiendo sus sentidos y desorientándolo. Bueno, era una sutil forma de decir que no paraba de perderse.
Con el semáforo ya verde, comenzó a cruzar con calma. Intentaba ignorar a las personas que le miraban con miedo y se apartaban de su camino lo más rápido que podía, pues ya estaba más que acostumbrado a ese trato. Sin embargo, aunque estuviera acostumbrado, seguía molestándole bastante. Al menos, ese día le molestaba, quizá no se había levantado con buen pie.
De repente, un golpe en su brazo casi provocó que su mochila se cayera al suelo. Irritado por ese empujón se giró hacia aquel que se lo había proporcionado, dispuesto a encararse. Sin embargo, unos pasos frente a él se encontró con un chico uniformado, moreno y con una pequeña cicatriz bajo el ojo que miraba su cabello verde con curiosidad. Esa indiscreta mirada le molestó aún más, y no le importaba iniciar una pelea en medio de la calle con ese muchacho para exigirle una disculpa tanto por el golpe como por su mirada. Realmente ese no iba a ser su día.
Sin embargo, repentinamente ese chiquillo sonrió ampliamente de una forma que Zoro nunca antes había visto sonreír.
- Lo siento.
Esas simples palabras confundieron al universitario. Cuando alguien le empujaba por la calle sin querer, solía huir sin disculparse al fijarse en él. O eso, o decía un lo siento lo más rápido que podía antes de echar a correr. Pero ese pequeño se había disculpado mirándole a los ojos, sonriéndole y sin correr tras decirlo. Para Zoro, era todo un shock encontrar a personas que no se intimidaran con su presencia.
Entre todo el ruido que había a su alrededor, pareció que ese extraño moreno escuchó una voz conocida, pues se giró, dando la espalda a Zoro, y comenzó a buscar entre el gentío aquellos a los que quería encontrar. Y de repente, corrió hacia un grupo de unas tres o cuatro personas (no pudo distinguirlas bien entre toda la gente que había allí) que agitaban la mano para llamar su atención. En esas personas Zoro sí vio la desconfianza y el temor, pero esa vez no le importó. El moreno que ahora reía con ellos, ignorando lo que Zoro supuso que era una reprimenda por haberse parado a hablar con él, le había sonreído con total naturalidad, como si fuera uno más.
Y, por primera vez en mucho tiempo, una pequeña sonrisilla asomó en sus labios.
SEGUNDO ENCUENTRO
Había pasado una semana desde que Luffy había visto a ese extraño joven con el pelo verde. En realidad, era tan despistado que lo único que recordaba de él era el color de su cabello. No recordaba ni su rostro, ni sus facciones, ni su físico. A su memoria sólo acudía ese verde aguamarina que teñía esos cortos cabellos. Quería volver a verlo, le parecía un color genial, tan diferente e inusual y por tanto tan atrayente…
Y por eso se había esforzado por madrugar todos los días que tenía clase. Quería pasar siempre a la misma hora por ese cruce, ya que ese había sido el lugar donde había visto al joven de cabellos verdes por primera vez. Lo único que sabía de él era que había pasado por ahí en dirección al centro de la ciudad.
Otro rasgo que recordaba de ese joven era la madurez. No sabía qué le había hecho pensar de esa manera, pero algo en ese peliverde le recordaba a su hermano, y por eso había supuesto que era un universitario. Había preguntado a Ace si conocía a ese chico, pero su hermano le había respondido que lo había visto por primera vez en el cruce, cuando Luffy había chocado con él. Luffy creyó a su hermano, pues no era posible olvidar ese atractivo color verde.
Ese día no tenía clase, y era por la tarde, pero había quedado con sus amigos para ir a comer al centro. La comida era su gran pasión, podía comer de todo, fuera lo que fuese, y diría que estaba delicioso… aunque su plato preferido por excelencia era la carne.
El caso es que ese día no esperaba encontrarse con el peliverde en el cruce, y por ello no prestaba atención a la gente que le rodeaba. Se limitaba a decir a sus amigos, alegre, todos los platos que pensaba comer esa tarde. Y no eran precisamente pocos.
En realidad, ya estaba cruzando por el paso de peatones, riendo con sus amigos, cuando una sombra que pasó en dirección contraria llamó su atención. Y por muchas quejas que recibiera de sus compañeros, se detuvo en medio del paso, girándose a verla.
Esos cabellos verdes eran reconocibles en cualquier lugar.
Ese chico tan llamativo y que tanto interesaba a Luffy parecía inmerso en el libro que llevaba abierto entre sus manos, sumido en la lectura y en sus pensamientos. ¿Qué sería aquello que tanto le ocupaba?, se preguntó Luffy, curioso. Y es que, aunque en ese momento sólo pudiera observar su espalda alejándose entre la multitud, en su cabeza Luffy no dejaba de formular todo tipo de preguntas sobre ese extraño.
Dejemos una cosa clara: puede que Luffy atrajera a la gente, pero no toda la gente atraía a Luffy. Luffy pocas veces sentía auténtica curiosidad por conocer a alguien.
Pero ese peliverde…