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Compartamos un beso por Aomame

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Compartamos un beso

"Encuentros sobrenaturales"

Kuran Kaname está desesperado. La razón es muy simple: ha perdido a Kiryuu Zero.

Cuando hablo de perder, me refiero a que no lo encuentra. Y cuando hablo de que no lo encuentra es que realmente no sabe dónde está. Como una moneda que se cae del bolsillo del pantalón, como una nota en medio de miles de documentos, como una aguja en un pajar, así es como se le ha perdido.

 Pero para llegar este punto retrocedamos un poco.

+++

—Como te estaba diciendo…— continuó hablando el Diablo, como la había estado haciendo en, por lo menos, un cuarto de hora.

Kuran Kaname apoyó el mentón en la palma de su mano y dejó escapar un largo, largo, muy largo suspiro. Por supuesto que tenía mejores cosas que hacer que estar escuchando tal perorata. Pero, ¡caray! Era el Diablo. Y cuando el Diablo desea algo de ti, no descansa hasta que lo consigue; ya sea por la vía del convencimiento, o bien, por la vía de la desesperación. Y para cómo escupía las palabras,  la segunda opción sería la que terminaría usando con él.

Y es que el Diablo, este diablo en particular era así. Mira que llegar con bandera blanca y sacar la espada de debajo de ella era la especialidad número dos de ese demonio. La número uno eran las palabras, no porque sedujera con ellas (a veces sí) sino porque aturdía con ellas y terminabas diciendo que sí, con el fin de quitártelo de encima.  Malicioso es el diablo.

Kuran Kaname se dio cuenta que, sobre la mesa del café dónde estaban, había granos de azúcar que habían escapado al trapo arrasador del mesero. Con un dedo hizo rodar uno, y luego lo llevó junto a otro, y otro y otro, hasta que tuvo una pequeña montañita que llevó de aquí para allá bajo el yugo de su huella dactilar.

El Diablo no prestó atención a ello (al principio) y siguió hablando. Kuran Kaname le miró distraído, más ocupado en su pequeño ejército de azúcar. El Diablo viste a la moda, se dijo, ¿de dónde era eso? Ya lo había escuchado antes, ¿una película? Ah, sí, creo que sí. Pues este diablo también. Vaya, hasta tacones lleva. El diablo es mujer. Y no es porque sea misógino o que crea que las mujeres tienen un complot para dominar el mundo (que si lo cree, poquito), simplemente es porque el Diablo es mujer, en este caso. Y aparte, usa el truco seiscientos trece de la apariencia: viste de rosado y parecerás dulce e inocente, o un malvavisco, que es lo mismo.  En resumen, nuestro protagonista hablaba con un diablo a la moda, rosado y en tacones. Se lo que piensas, demasiado diabólico, es verdad.

—¿Me estás escuchando?—dijo el Diablo cuando, sin duda, se dio cuenta que Kuran Kaname se entretenía demasiado con algo bajo sus dedos.

—Seee—contestó arrastrando la palabra tanto como sus ganas de lo permitieron. Y es que, tenía tantas ganas de hablarle como de escucharle, o sea, ninguna.

El Diablo asintió y volvió a abrir la boca. ¿Pero por qué no se calla? Se preguntó Kuran Kaname, obligándose a usar el truco número ciento veinte de las apariencias: mirar con cara de “pongo atención” para que no crean que no pones atención (como en realidad es).  Y siguió analizando al ser del infierno que tenía delante. El diablo llevaba el pelo corto, peinado a la despeiné como está de moda. Vaya, que ya dijimos que el diablo viste a la moda, hasta a su cabello. Kuran Kaname recordó que antes lo tenía largo (conoce al diablo de antes) y una vez casi muere enredado en él, debió atender aquello como una advertencia. Pero no se dio cuenta. También olía a chicle, por aquel tiempo. Ahora, ni siquiera tenía ganas de averiguarlo, pero podía imaginar que olía a azufre, porque, caray, como lo hacía sufrir. Recordó un chiste de otra película y sonrió para sí. Que buena película era esa, para niños y no tanto. Cuando la vio ya no era un niño, pero se rió como uno jamás podría.

Aparte del cabello ¿qué más había cambiado? Parecía que habían sido siglos sin verle (meses en realidad), y pudo haberse quedado sin verle por el resto de su vida, pero era imposible. Tan imposible como que se callara. Tenía unos kilos de más, eso era. No tenía que ver con que el corte de pelo hubiera hecho que su cara se viera redonda. Definitivamente, su cara era más redonda, porque era más redonda. Tal vez no eran muchos kilos, tal vez sí. Pero se veía raro (el Diablo).  En resumen, el diablo frente a él vestía a la moda, usaba tacones, era rosado, de cabello corto y había engordado un par de kilos. Si, Kuran Kaname, no estuviera viéndole, imaginaría lo que tú (tal vez) te estás imaginando, un cerdito en tacones con lápiz labial. Y la verdad es que, al menos, si hizo la comparación, aunque no era para tanto.

—… ¿estás de acuerdo?—el Diablo preguntó su opinión.

—Sí— expresó, pero él hablaba de otra cosa, porque de lo que hablaba el Diablo, hace tiempo había dejado de atender.

—¿Cómo que sí?—el Diablo, de pronto, enfureció—¿Estás de acuerdo en que pase por todo ese sufrimiento? ¡No! ¡Tú estás loco! Claro, cómo tú no vas a pasar por ello…

—¿De qué carajos hablas?—y es que el Diablo puede sacar tu propio diablo interno—Dime que es lo que quieres de una buena vez, que me estoy hartando.

El Diablo abrió y cerró la boca varias veces, sus mejillas se colorearon de rojo por el enojo y frunció más su ya fruncido ceño. Un cerdito enojado. No, en serio, no es para tanto. Pero ¿a qué es divertido?

—Quiero que pagues… — ah, así que era eso. El Diablo venía a cobrarse algo. ¿Acaso había hecho algún pacto con él? Al parecer sí. El contrato había llegado a su punto culminante. Y como en cada contrato que hace el diablo, el único que pierde es el otro, el tarado que firmó creyendo que le darían diamantes a cambio. Al Diablo no lo puedes vencer con facilidad. Caray, tal vez no se puede vencer, por eso es el diablo —… la cesárea.

En este punto, supongo, la identidad del Diablo ha quedado al descubierto. Y si no, ¿dónde has estado todo este tiempo? No olvides que el que divaga aquí es Kuran Kaname. Los demás tenemos que poner atención para rescatarlo, si es necesario (y siempre lo es). Sí, efectivamente, es Yuuki.

Kuran Kaname tomó aire y llenó sus pulmones por completo.

El tiempo había pasado más rápido de lo que hubiera querido. Yuuki, ahora, tenía ocho meses de embarazo. Y era más que obvio, que no había sido un invento suyo. Su redonda figura era la muestra de ello. Sin embargo, Kuran Kaname, no sentía nada por ello, aparte de una desconexión  lógica, de un proceso que no había vivido.

La chica le miraba furiosa del otro lado de la mesa. Había estado buscando a Kiryuu Zero, pero éste había sido tragado por la tierra o mejor dicho, por tierras europeas. Y eso fue todo lo que logró (después de insistir un millón de veces) sacarle a la hermana del peliplateado. El cuándo volvía, dónde estaba, o un teléfono para llamarle, eso, no pudo sacárselo. El mundo debía arder. Llamad a los cuatro jinetes del apocalipsis.

Kuran Kaname sabía que lo había buscado a él como una “medida desesperada”. Ella no sabía quién era el padre de su hijo, pero era evidente que deseaba con todas sus fuerzas que fuera  Zero. Pero él no estaba. Así que le quedaba la opción B. Eso lo sabía, pero aunque quisiera echárselo en cara, no podía gritarle a una mujer embarazada, y no tenía ganas de hacer escándalos.

—¿Por qué no esperas a qué sea el parto natural?

—No, no quiero pasar por ese dolor, ya te lo dije.  Sólo tienes que dejar un depósito, tienes el dinero ¿no?

—¿Y si no es mi hijo?

—Mi esposo te lo devolverá— Yuuki sonrió como sólo un diablo puede hacerlo.

—Ah, ¿te casaste?

—No, pero voy a hacerlo.

—¿Con quién?—la respuesta era obvia, pero aun así quiso hacerla, mientras reía por dentro como desquiciado.

—Con Zero.

Kuran Kaname levantó la ceja escéptico, suspiró de nuevo, y ahora fue él quien  sonrió como sólo un diablo puede hacerlo.

—¿Y él lo sabe?

El rostro de la chica enrojeció de nuevo, bufó y de su bolso sacó un papel doblado a la mitad.

—Sólo paga, ¿quieres? Esa es la cuenta—le dejo la nota sobre la mesa, y se levantó trabajosamente por su vientre abultado. Se fue y Kuran Kaname dejó caer la cabeza sobre la mesa.

El diablo siempre consigue lo que quiere… ¿no?

 

 

Miró la nota sobre la mesa, aún tenía la cabeza sobre ésta y tenía ganas de golpearse con ella. No fue necesario, alguien le golpeó en la cabeza, justo arriba de la sien, con la mano abierta.

—¡Te atrapé, sobrinito!

Kuran Kaname levantó la vista y le miró ceñudo. He aquí a la muerte en persona. La muerte  se sentó donde minutos antes había estado el diablo.

—¿Me atrapaste de qué?

—Embarazaste a esa chiquilla… que guardadito te lo tenías.

A la muerte no se le puede esconder nada, es más, ni tú te le puedes esconder. Puedes desaparecer para el resto del mundo pero la muerte siempre te encuentra, te jala de los pies y te lleva con ella. Aunque, esta Muerte, no es la muerte con guadaña que te persigue con su dedo asesino. Se acordó de una caricatura y su especial de Halloween. Al parecer había visto mucha televisión. ¿Y cómo no? Había pasado bastante tiempo en solitario, sin un perro que le ladrara. Sin un Kiryuu Zero que le cocinara (se alimentó de sopas instantáneas todo ese tiempo).

—¿Qué, me estás siguiendo o qué?

La Muerte rió y negó. Sólo había ido ahí a tomar un café, la bendita casualidad trajo un ítem interesante a su vista. Había visto la plática. Sí, visto, porque de escuchar nada. Pero  sentía seguridad respecto a lo que habían hablado.

—¿Qué es esto?—dijo al tiempo que tomaba la nota sobre la mesa.

—¡Nada!—Kuran Kaname le quitó el papel antes de que pudiera husmear en él y lo guardó en la bolsa de su pantalón.

La muerte volvió a reír, llamó al mesero y pidió otro café. Luego, con displicencia se recargó en el respaldo de su asiento.

—¿Y tú novio lo sabe?

—Sí.

—¿Y está de acuerdo?

—Él también puede ser el padre.

La Muerte lo miró realmente sorprendida. Y vaya que es difícil sorprender a la muerte.  Carraspeó. De pronto se sintió vieja (como si la muerte no existiera desde siempre). Los tiempos habían cambiado tanto…tal vez, pensó, se trataba de un vientre subrogado. Sí, eso explicaría la plática y la nota sobre la mesa, que seguramente era algo relacionado con dinero.

—¿Estás emocionado por ello?

Kuran Kaname le miró. Emoción, no. No sentía emoción, a menos que sentir cansancio fuera una emoción (¿lo era?). Pensaba que él no lo deseaba, él no quería un hijo, no lo había pedido ni siquiera había pensado en tener uno a futuro.

 Ahora, sus dudas anteriores volvían. Yuuki parecía estar segura (en base a su deseo desbordante) de que el padre era Zero. Zero era un buen partido, se viera por dónde se viera. Pero, ahora, era suyo ¿no? El peliplata no iba a dejarlo por la madre de su hijo ¿verdad? ¿Verdad?

—Tengo pánico—confesó.

La muerte sacó una cajetilla de cigarros y de ésta un cigarrillo, le dio golpecitos a la colilla contra la mesa. Imaginaba que el pánico tenía que ver con la llegada de un hijo, estaba equivocado, pero no había forma de que lo supiera (de hecho, sí, si fuera la muerte de la guadaña que te persigue con su dedo asesino. Pero no era ese tipo de muerte.)

—Es normal—dijo como si tuviera experiencia—Una vida nueva, una que depende de ti, es bastante abrumador. Es difícil de manejar.

Curioso, la Muerte hablando de vida (no, en realidad, no).

—Hablas como si hubieras pasado por ello.

Entonces una sonrisa de desasosiego se pintó en el rostro de la muerte,  y asintió. Eso era nuevo, Kuran Kaname no sabía que tenía un sobrino, nadie sabía que existía un hijo de su tío. Pero qué…quizás en uno de sus viajes…Tal vez… tenía un hijo en cada parte del mundo. Su tío era como la muerte, arrasaba con todo. Así que,  no le sorprendería que fuera así. Ahora, ya sabes qué tipo de muerte es la Muerte. Y también quién es la Muerte (si no lo habías adivinado, de nuevo, ¿dónde estabas?)

—Ja, ja, ja ¿qué te estás imaginado?—su tío encendió el cigarrillo y después de darle una calada se explicó—Nunca llegue a conocer esa vida.

—¿No te dejan verlo?

—No nació.

Hubo un silencio de unos segundos que, sin embargo, pareció eterno. De alguna manera las palabras fueron amargas. Y Kuran Kaname no supo que decir ante ello.

—Creí que era un alivio, cuando  ella me dijo lo del aborto—su tío rompió el silencio—. Pero, ella lloraba. Quise hacerle ver que era mejor, y ella…me miró de una manera que no voy a olvidar.

Kuran Kaname no sabía esa historia, su tío siempre parecía vivir ligeramente. Las apariencias engañan, sin duda.

—¿Y luego?

—Me dejó—Rido se encogió de hombros—Después, me enteré que estaba en Francia y casi al mismo tiempo, me enteré que la amaba.

—¿Por eso te fuiste a Europa? ¿Fuiste a buscarla?

—Sí, pero no la encontré. Cuando llegué allá, ella se había mudado. Y cuando llegué a ese otro lugar, ella había vuelto a Japón. Así que, aquí me tienes.

Ladeó el rostro y se puso el cigarro entre los labios.

—Eres afortunado, sobrino—le dijo—así que, guardaré tu secreto—le guiño el ojo y Kuran Kaname asintió.

Su tío no era la muerte, al menos, ya no.

 

Kuran Kaname  salió un tercio de hora después del café. Miró su reloj y se dijo que aún estaba en tiempo. Aunque su segunda parada de aquel día no fuera de los más agradable.  Era fin de ciclo, y si bien no tenía nada que temer, había una materia en particular de la que tenía sus dudas. Tremendas dudas, que no tenían que ver con él y su capacidad para entender y atender la materia, sino por razones externas que tenían cara de huachinango.

Habría preferido asistir a aquella reunión con el estómago vació, por si sus tripas protestaban, se rebelaban y atacaban su garganta con jugos gástrico. Pero aquel café con su Yuuki y su tío, Rido, le habían puesto al menos un par de bizcochos de más en su porción (nada cuidada) de carbohidratos del día. 

El hibrido huachinango-humano le abrió la puerta. Al parecer, ese día tendría puro encuentro de ese tipo (como sobre natural).  Pero a diferencia de los anteriores, este le daba realmente asquito. Vomitaría aquel bollo con crema que se discutió (pagó) su tío. Lo haría, no se equivocaba. En cuanto se extendió el primer saludo, remembró aquel macabro beso, que casi arruina su relación con Zero. Como era de esperar sintió que sus tripas empezaban a organizar una manifestación violenta.

—Kuran Kaname —el hibrido canturreó al leer su nombre en la lista.

—Ajá  —era un fastidio. Un verdadero grano en una zona de difícil acceso. Un grano con cara de pez.

—Tenemos un problema con tu evaluación.

Sí, claro. Era de esperarse. Por un momento el tonto Kuran Kaname, creyó que todas las personas del mundo son buenas y honestas. Que sin importar lo que pase en el ámbito personal,  el ámbito profesional era otra cosa. Como si se tratara de dos vidas diferentes, cuando sólo se tiene una. Y olvidó que  una persona es muy persona cuando le da la gana. Y el huachinango ese, sólo tenía la cara de huachinango, porque en lo demás, era muy, pero muy persona. Y lo que se traía entre manos era una venganza marca “llorarás”. 

—¿De qué se trata? —dijo apretando los dientes. Intentando así, que  no se le salieran las blasfemias que estaba pensando.

—No encontramos tú último examen.

Un “bastardo” quedaba perfecto en ese momento.  “Bastardo huachinango, hijo de tu…” Claro, como no puede tocar a Zero, porque Zero es intocable. Y no porque sea tocado por Dios (que casi), pero el peliplateado seguro le partiría la cara física e intelectualmente. Sí, Kuran Kaname, tiene en alta estima a su peor es nada. ¿Qué le vamos a hacer? Total, al final de cuentas tiene razón. Porque ese ayudante no tenía un pelo de tonto, y sabía que ese al que una vez llamó “modelo”, no era un príncipe pusilánime, ni mucho menos. Tampoco Kaname, pero a Kaname le puede pegar por otro lado. Vamos que no tiene un pelo de tonto.

—Pero, ya que el profesor, tiene una especie de afecto hacia a ti… Me pregunto qué clase de favores le has hecho —añadió maliciosamente.

Kuran Kaname levantó una ceja.

—Yo sí sé qué clase de favores le has hecho tú. De otra manera no me explicó cómo puedes ser  su ayudante— dijo incapaz de aguantarse más el veneno que le corría por la venas.

—Sigue haciéndote el gracioso —el huachinango le sonrió de medio lado, con tanta suficiencia que Kaname sintió más nauseas —. Como te decía, ya que tienes el afecto del profesor, tienes que resolver este problema. Si lo logras, salvaras el curso.

Kaname recibió una hoja con un montón de letras. Parecía que ese problema se componía como de cinco más.

—Ah, olvidaba decírtelo. Es de dos cursos más avanzados. Pero un chico listo como tú, lo resolverá sin problemas.

—Bastardo —está vez, no sólo lo pensó.

Huachinango sonrió complacido. Pero agregó algo más, sólo una cosita más.

—Claro que hay otras maneras de aprobar. Por si te interesa.

Kuran Kaname volvió a levantar una ceja. Ya podía imaginarse que “otras maneras” había. Pero de sólo pensar en que podía imaginarlas, le daban ganas de volver el donut que se comió mientras hablaba con Yuuki. Sin decir nada más, tomó su hoja de papel y se encaminó dando zancadas a la salida.

Apenas salió del aula, arrugó la hoja de papel que contenía la clave de su acreditación de matemáticas. Y así, hecha bola, la embutió en el bolsillo de la chaqueta. Miró su reloj. Estaba algo atrasado. Maldito huachinango de porquería, ojalá se te infecte, gangrene y se te caiga (ya sabes qué).

Después del mal trago que acababa de pasar necesitaba una dosis urgente de besos apasionados. Pero Zero no estaba.  Y sin pensarlo demasiado salió en busca de un taxi. Si seguía perdiendo el tiempo, no llegaría por su dosis de besos apasionados.

—¿A dónde? —dijo el taxista, al tiempo que acomodaba su espejo retrovisor para poder ver a su pasajero.

—Al aeropuerto —contestó.

Sí, al aeropuerto. Ese día, era el día bendito del regreso de Kiryuu Zero. El peliplata le había dicho que no era necesario que fuera a buscarlo al aeropuerto, porque  entre la revisión de pasaportes y buscar las maletas, el arribo, en realidad, se demoraba como dos horas más. ¿Y para qué estar de pie vagando por el aeropuerto sin quehacer y aburriéndose? No, no tenía caso. Se verían después cuando él llegara a casa, se duchara y descansara de un vuelo de quién sabe cuántas horas. Eso había dicho, pero Kuran Kaname quería ir por él.  No le importaba esperar dos horas más, de las cuáles ya sólo disponía de una (en teoría el avión estaba ya había llegado) o qué el peliplata olíera a chivo, si quería él le lavaba la espalda y le dejaba un pijama para que durmiera en su casa.

Miró por la ventana y vio como una gota de agua se adhería al vidrio. Frunció el ceño con cara confundida. El tipo del tiempo, que en realidad sustituía a la tipa del tiempo y que tipa— Él sólo veía el tiempo por ver a la chica, que estaba de buen ver, claro que sí, pero que esa mañana había amanecido enferma y fue sustituida por un tipo, sin tipo—,  dijo que no llovería. Pero ahí estaba, en unos cuantos minutos la gente comenzó a correr por las calles usando bolsos y portafolios de paraguas. Maldito hombre del tiempo, cuando no es una chica, el tiempo siempre se equivoca (en realidad  siempre se equivoca, pero a la chica se le perdona).

Como era de esperarse el transito se ralentizó, se complicó, e incluso hubo un accidente unos cuantos metros adelante. La lluvia es la cara más ambivalente del mundo, pensó Kuran Kaname, hundido en el asiento trasero del taxi, mirando cada dos segundos su reloj, sólo para comprobar que  iba tarde. Se le espera siempre para que la tierra esté verde y fresca, para que los ríos y acuíferos se llenen y el mundo funcione; pero a veces es destructiva y violenta. No juegues en la lluvia que un rayo te puede caer encima; baila en ella, pero baila con alguien para sentir pasión y amor en un solo instante. Lluvia. Bendita y maldita lluvia. Y justo ahora, todas las maldiciones de Kuran Kaname son para ella, que una vez más al comprobar su reloj se dio cuenta que era tardísimo.

Y tardísimo llegó al aeropuerto. Cruzó las salas una tras otra resbalando con sus zapatos de goma mojados, y eso que sólo le cayó lluvia cuando bajo del taxi. Así llovía, a cantaros. Cuando llegó a la sala de arribos internacionales,  el vuelo de Kiryuu Zero, ni siquiera aparecía ya en la pantalla. Revisó su reloj, y se dio cuenta que no lo había alcanzado, que éste se había ido ya  a casa. Pero no pasaba nada. Se verían al día siguiente o más tarde. Se sacudió la lluvia del hombro de la chaqueta y se dirigió a la salida pateando gatos imaginarios. Él era un gato echo sopa, y el sólo pensamiento lo hizo enfurecer.

Regresó a su casa en otro taxi, que por cierto se lo tuvo que pelear a un viejita, ni tan viejita que ni bastón necesitaba, porque echó a correr nada más vio al auto acercarse. Y ya ahí se dio una ducha caliente. Pensó en llamarle a su novio en cuento saliera del baño, no lo vería ese día, caray, que llovía como si el mundo fuera a acabarse, pero tal vez podría satisfacer a su mini él con sólo escuchar aquella voz que tanto le paraba el corazón (tú entiendes, sé que sí).

Y así lo hizo (casi), nada más salir del baño.

“El número que es usted marcó está apagado o se encuentra fuera del área de servicio. Por favor llame más tarde.”

Le contestó la voz grabada y monótona de la operadora. Chasqueó la lengua y colgó.

¿Pero qué rayos? Se secó el cabello con la toalla que antes estaba en cadera. Se sentó desnudo frente al televisor y lo prendió. Afuera, seguía lloviendo como si fuera el fin del mundo. Dejó la toalla en el piso y miró a su costado. Ahí estaba su sillón favorito, ese sillón dónde se sentó Zero en su primer  “desencuentro”.  Ese sillón ya no era suyo, pensó, mientras se estiraba cuan largo era en el sofá, dejó de serlo hace mucho tiempo. Ahora era de él, del otro, de ese tipo maldito y hermoso, malditamente hermoso. Aunque le parecía que ese pensamiento era demasiado homosexual, no podía quejarse ni decir nada, en ese punto, él era homosexual así que, ¿qué más daba? En el camino andaba.

En la televisión dijeron que la lluvia había provocado un choque múltiple en una avenida y una pequeña inundación en la zona de juegos del centro, además de que a un hombre le cayó un rayo en la zona conurbada. Había sobrevivido.

 Kuran Kaname se quedó dormido.

Soñó que caía un rayo sobre un avión. El avión se partía en dos y caía vertiginosamente hacía la tierra. Las personas caían como M&M’s de su bolsa a un bowl. Se despertó con un brinco que lo mandó medio metro abajo (al piso). Se sobó la nalga derecha sobre la que había caído, al tiempo que intentaba calmar su corazón. Buscó las noticias, prendió su lap top y buscó en internet, no encontró nada sobre un avión. Suspiró. Y corrió por su teléfono.

“El número que es usted marcó está apagado o se encuentra fuera del área de servicio. Por favor llame más tarde.”

Lo aventó. ¿Pero qué diablos? Lo recogió del piso, marcó de nuevo. Espero, espero, y entonces…

—Díga.

—¿Shizuka san?

—Sí…¿Kaname kun?

—¿Está Zero?

—¿Eh? No, está en Europa ¿no recuerdas?

—Pero volvía hoy.

—¿Volvía?

Kuran Kaname tragó saliva. ¿Qué carajos? ¿Por qué Shizuka no sabía nada? Tal vez Zero no quiso decirle nada porque iría a llenarlo de besos pegajosos de hermana. Pero entonces, de menos que contestara el maldito celular.

—Eso creo —dijo finalmente.

—¿No te habrás confundido de día?

Tal vez, se dijo. Tal vez, estaba tan ansioso que confundió el día de regreso, tal vez por eso le contestaba la voz de la operadora, porque era obvio que Zero estaba fuera del área de servicio, o algo por el estilo. Se disculpó con Shizuka y colgó.

Pero no, no se había confundido. Miró el calendario de la cocina, de pie aún, desnudo aún. Tenía que ser hoy, la fecha estaba rodeada con un plumón rojo y con ese mismo color y con letras grandes y tres signos de admiración al final, la palabra: regresa. No. No había error. Entonces, ¿dónde carambas estaba ese escurridizo, peliplata?

Estornudó. Y recordó que estaba en cueros, los ojos le pesaban y cuando se tocó la frente se dio cuenta que tenía fiebre. Bendita la hora, masculló. Se recostó en su cama. Seguía lloviendo, el viento era fortísimo y golpeaba sus ventanas con furia. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía y con quién?

Volvió a cerrar los ojos. Se escuchó “C’est si bon Kibun” de Ladybaby. Era el tono de su teléfono celular para las llamadas. Pero él estaba con media conciencia embutida en el sueño.

La canción se escuchó varias veces, incluso su vecino golpeó la pared para que apagara esa música infernal. Pero nada. Kuran Kaname soñaba que Zero llegaba a su departamento sigilosamente y que de esa misma manera se colaba entre las sabanas.

Un sueño. Nada más. 

Notas finales:

Wola! Espero que les haya gustado. 

Retomo está historia. Lo cierto es que ya tenía el capitulo desde hace mucho, pero no me terminaba de gustar, así que lo volví a escribir. Estoy loca.

En fin, lo dejé con un poco de misterio. 

A quién me diga cuáles son las peliculas y caricaturas  que se imaginó Kaname, se llevará de regalo un malvavisco rosado en tacones. Ok, no. Pero a ver si los advininan. 

¿qué opinan del gusto músical de Kaname? (busquen la canción del tono de su celular). 

Creo que es todo. Gracias por su paciencia!!

Hasta la proxima!

Continuará...


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