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El cuarto de Geminis por Whitekaat

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Notas del capitulo:

Bueno holis ido perdón por la demora, siento que pasaron años sin actualizar pero no abía tenído tiempo para escribir y luego corregirlo :'3

Espero les guste este capítulo tanto como a mi me gustó escribirlo, estoy enfadado porque en SOG aun no sale Saga jum, pero no sé si notaron pero en el opening sale bien Uke, de hecho más uke que nunca aajjajaja 

Quiero darle las gracias a todos los lectores que em han acompañado en esta aventurilla de mi primer fic en el fandom, y la chicas que me han escrito, amorosa, Innis, megami_pallas, yoxD, sobre todo a gns que ahora me alegra la vida con los fics que escribe jajaja

PD: leer las notas finales del autor.

CAPÍTULO FINAL.

EL DIOS DE LA NADA

 

La luz y el cosmos de los doce dorados iluminaron el cielo uniéndose a las nubes grises y a los relámpagos que viajaban a lo largo y ancho de toda la atmosfera, cuatro exclamaciones de Athena se dirían hacia el cuerpo del gemelo uniéndose en una gran y poderosa luz dorada que amenazaba con impactar y destruir por completo al adormilado hombre que yacía suspendido sin tocar el suelo. Aioria seguía inmóvil mientras veía como todo le daba vueltas, como las imágenes de aquel poderoso resplandor acabarían con la vida de adorado Saga, como acabarían con su historia y todas aquellas promesas de protegerlo se desmoronarían una a una por aquel destello de luz color oro.

 

La cara atónita de todos los presentes decía todo, habían fallado, todo el poder que tenían para ofrecer los dorados no lograron hacer ni siquiera un rasguño a la reencarnación del dios, toda partícula emitida por el cosmos de aquellos hombres fue absorbida en un bucle color negro,  no hubo ninguna explosión, ningún estruendo, ningún contraataque sólo absorbió aquel poderoso resplandor y lo hizo desaparecer de la faz de la tierra, después de todo ese era el gran poder que caracterizaba al dios de la nada, el no creaba, el destruía, desvanecía y hacía desaparecer todo rastro de vida, movimiento y materia.

 

—No nos dejaremos vencer, si nuestra vida es tomada que sea dando hasta el último aliento para proteger a esta hermosa tierra. —la diosa alzó en alto su cetro entregándoles una nueva convicción a los dorados y un mensaje el cual todos supieron comprender, se lamentaban de su nueva y corta vida, pero estaban decididos a proteger a la diosa y a sus ideales a donde fuesen incluso si sus vidas fueran a arrebatadas para siempre, por que si algo comprendían era que algo desaparece bajo el poder de este obscuro dios era que jamás volvería a regresar, era el fin de todos, no había más oportunidades luego de esta, y lo único que podían hacer era al menos conseguir que el alma de la diosa no se perdiera en los confines de la nada.

 

Los oídios del león retumbaban, mil voces en su cabeza gritaban, lloraban, le hablaban, su respiración estaba agitada, más agitada que nunca, veía claramente como todos sus amigos, compañeros y su diosa sacrificarían su vida por acabar con el gran amor de su vida, se sentía inútil, desdichado por lo que la vida le tenía deparado, perder a todos no era justo, estaba seguro de que existía algo de esperanza, algo que cambiaría ese cruel final que todos estaban tomando.

 

Recordó las voces del pasado, aquellas  imponentes y feroces voces hablándole una a una, las palabras de la pitonisa de Delfos, su propia voz que se sentía ajena recamándole que no cometiera el mismo error que él, al mismísimo dios Zeus entregándole aliento y que no se dejara llevar por la pesadumbre de un final que aun no estaba dicho  y por unos instantes creyó escuchar los desesperados gritos de Saga pidiéndole que lo salvara de los de más y de él mismo. El caballero de la quinta casa cerró sus ojos y se llenó de todo el valor que su constelación le entregaba, sería aquel león valeroso y gallardo, aquel que con su rugido traería una nueva esperanza, se levantó del suelo y apretó con su puño aquella gema que estaba seguro traería aquella paz que todos anhelaban, que llevaba consigo el destino de finalizar un ciclo donde la guerras divinas terminarían.

 

— Diosa Atenea necesito que confíe en mí, conozco una forma en que podremos controlar ese gran poder de Saga sin lastimarlo, sólo necesito el apoyo de todos los presentes incluyéndola a usted —el caballero de Leo se hincó frente a la deidad, con unas de sus rodillas topando el suelo al igual que uno de sus puños, sus ojos veían el piso, el dorado de su armadura y parte del blanco vestido de Atenea, los segundo se sintieron eternos, no sólo él esperaba ansioso la respuesta de la diosa, si no que todos los caballeros dorados presentes.

 

Escuchaba el replicar de los otros santos, dudando, llamándolo loco, diciendo que Saga de géminis no tenía salvación, que había sido un traidor y lo era nuevamente, pero dentro de todas aquellas voces que dudaban de él también se escucharon palabras de apoyo incondicional, piscis fue el primer en hincarse junto al león frente a la diosa, seguido de Kanon, Aioros, Shion y así hasta quedar sólo Shura de pie, todos apoyaban al león o al menos querían creer en sus palabras de una mejor solución para todos.

 

— Aioria, caballero de Leo te confío mi ayuda y la de todos los presentes, guíanos con aquella luz de esperanza que irradia tu corazón —la suave voz de Saori retumbó en sus odios, la diosa dio una reverencia frente al caballero dorado, eso era todo lo que necesitaba oír y ver, tenía el apoyo de sus compañeros e incluso la misma Atenea lo apoyaba. Sólo existía una oportunidad de lograrlo y si aquello no funcionaba probablemente tanto la vida de él como la de todos tendrían aquel  horrible fin.

 

— Necesito que use su cosmos junto al de mis compañeros para envolver a Saga y a mí en una luz creada por su energía, el poder del dios se encargará de absorber sólo el cosmos y me dará la oportunidad de acercarme más a él, antes me acercaré lo que más pueda y cuando de mi señal actuaran ustedes, eso es todo lo que necesito. —el poder de la diosa más el de los doce dorados era suficiente para mantener el poder del gemelo a raya por corto periodo de tiempo y además existía esa gema que estaba seguro que le daba una protección extra, Aioria debía ser rápido para acercarse a él casi cegado por la misma luz que los otros emitirían, tenía sus instintos, debía calcular muy bien hasta donde debía llegar ya que sólo un paso en falso podría acabar con la perfecta oportunidad.

 

Se acercó lo más rápido posible, utilizaba su gran velocidad para esquivar cada esfera negra que aparecía, en su mente sólo se posaba el objetivo de salvar a Saga, de traerlo consigo nuevamente y que luego de que aquello acabara, lo besaría, lo amaría incluso delante de la misma diosa. Cuando se encontró lo suficientemente cerca dio su señal, un grito antes de saltar, cerró sus ojos, pero a pesar de aquello podía ver tras sus parpados como todo a su alredor de se volvía blanco y era rodeado por el cosmos des sus compañeros de armas.

 

Con el collar entre sus manos y su instintos saltó hacía el cuerpo del gemelo a ciegas, según lo que Zeus había dicho sólo bastaba con lograr acercar el collar a Saga para contener su poder y por eso mismo no podía equivocarse, su piel podía sentir el aire vibrar, el calido resplandor de aquella cúpula de luz que se había formado entorno a ellos pero con cada centímetro en que su cuerpo se desprendía del suelo otro tipo de calidez lo comenzaba a embargar, una que ya conocía, una que en especial le gustaba y amaba.

 

Tomó el cuerpo del gemelo entre sus brazos, y tan sólo con un tacto, aquella fuerza que lo mantenía suspendido sobre el aire cesó, siendo ambos atraídos por la fuerza de gravedad hasta el suelo. Su cuerpo azotó contra el piso y sobre el suyo el cuerpo del ex caballero de géminis, sentía la respiración del otro, estaba con él, al fin junto a Saga. Había resultado, ya no se oían truenos, el cielo comenzaba perder aquellos negruscos nubarrones, ninguna otra esfera negra aparecía, lo había logrado, tenía a su Saga devuelta con él, tal como lo había prometido.

 

— Gracias por confiar en mi—era un murmullo débil junto a un leve movimiento de cabeza, el gemelo estaba despierto y se estaba acurrucando en su pecho, el ya lo sabía no era Saga el que había causado tantos males, no podía ser el mismo, tendrían tiempo para las explicaciones pero ahora sólo una cosa que le urgía a Aioria, necesitaba de aquellos labios, necesitaba sentir si realmente todo había salido a la perfección y no se trataba de un sueño póstumo.

 

Abrió sus ojos acostumbrándose lentamente a la nueva intensidad de la luz, ya no había un resplandor que los cubriera que no fuese otro que el mismo sol, los ojos de Saga estaban cubiertos de un manto de lagrimas que atravesaban sus mejillas, labios y caían desde su mentón, se orbes se veían más azules de lo normal y su piel más blanca, rozó su dermis con la yema de sus dedos necesitaba saber que estaba ahí con él, que era Saga y no un dios con poderes catastróficos.

Colocó el collar que llevaba en su mano alrededor del cuello del gemelo, la gema brillaba cual diamante, el ex caballero de géminis sentía que aquella fuerza que lo había poseído no había desparecido, aun sentía aquella energía circulando por su torrente sanguíneo, haciendo vibrar cada parte de su cuerpo, era una sensación nueva, distinta a lo que él llamaba un cosmos, era más poderoso que aquello pero no se sentía de la misma forma, era más ajeno a su cuerpo, pero supuso que se debía aun no normalizaba aquellas sensaciones.

 

El castaño veía cada movimiento de Saga, como el gemelo observa sus manos tocaba sus cabellos y paseaba sus manos palpando la gema que ahora colgaba de su cuello, temió haberlo perdido, que quizás su salvación venía con alguna cláusula en la cual Saga se perdía en el olvido y en su lugar aparecía aquel Dios, intentaba no creerlo pero con cada segundos que pasaba sus sospechas no eran ni desmentidas ni afirmadas. Sintió los brazos del mayor pasar por los costados de su cabeza capturándolo completamente, luego sintió las calidas lágrimas que humedecían su hombro derecho y ese apenas perceptible llanto que él intentaba tranquilizar acariciando su nuca con un suave movimiento, no podía ser otro, aquel era Saga, podía estar feliz por aquello, sus ojos se humedecieron, su corazón le pedía llorar, pero por felicidad, pero no podían haber dos personas llorando, él debía ser la contención para Saga, debía ser quien lo calmara y Aioria de Leo sabía muy bien como calmar al otro.

 

Apartó el cuerpo del gemelo poniendo las manos en sus hombros, un semblante angustioso, lleno de tristeza veían sus ojos verdes, los hilos salados de agua no dejaban de cesar, no podía soportar ver algo como aquello, no podía permitirle a Saga estar triste, no cuando todo había acabado y para bien, unió su boca a la del mayor, sentía el sabor salado de las lagrimas con cada beso, sentía la calidez que guardaba la boca de Saga, se entregaban el uno al otro, el llanto cesaba y la necesidad de sentir al otro con sus manos se apoderaba de ellos, una de las manos del menor se posó sobre la nuca de saga enredándose entre sus cabellos para profundizar su beso y el caballero de géminis palpaba suavemente el hombro del moreno.

 

***º***

 

Gea arrullaba al infante con su melodiosa voz, lo acariciaba con su mano y lo mecía con sus brazos, pero el niño sólo respiraba, la titanide no temía del niño, no podía temerle a algo tan hermoso y delicado como lo era el bebé que yacía entre sus brazos, era peligroso para la vida misma y ella lo sabía, pero era una carga la cual al pequeño Dios se le había impuesto el mismo caos, su existencia tenía una razón de ser, era quien debía equilibrar el universo y esa carga debía se  llevada por él, su corazón era puro, demasiado puro, contrastando con su destructivo poder, pero esa misma pureza lo hacía fácil de corromper.

 

La diosa de la tierra, la primera, la que nació con la vida misma entre sus arterias, amaba a ese pequeño, y odiaba el cruel destino al cual se le sería confinado, de sus ojos nacían lagrimas las cuales chocaban contra el suelo, con cada gota una flor, una flor que conmemoraba la tristeza y el amor de Gea por el Dios de la nada, un amor de madre, de abuela y amor por un ser que estaba condenado a la soledad sin tener la culpa, confinado al exilio a pesar de ser el más puro de todo aquel que habitara la misma tierra.

 

Un campo de flores se extendía a largas y anchas con todo lo que  el llanto de Gea pudo dar, las flores azules se mecían con la brisa, la titanide paseaba con el niño en sus brazos por aquel campo cada vez que podía, ella podía sentir el calor que emanaba el cuerpo entre sus brazos con mayor intensidad cuando pasaban sus tardes en aquel jardín que Gea lloró. El campo le partencia a él, al dios de la nada, era él único regalo que ella le podía dar, sus lagrimas y amor hasta que llegar el día en que de sus brazos lo arrebataran y perdiera a su pequeño niño para siempre.

 

Gea hizo una promesa días antes que Zeuz llegara por el infante, prometió que si alguna vez el dios de la nada volvía a sus brazos,  a su  presencia no dejaría que fuese encerrado nuevamente, no permitiría una eternidad sumido en soledad, ella lo guiaría y le demostraría como su poder traería el equilibro al mundo. Gea no podía en esos momentos, no tenía las herramientas y la sabiduría aun para hacerlo, era un niño y los niños lloran y solo una lágrima sobre la tierra desvanecería el suelo.

 

La diosa de la tierra  debía esperar a aquel regreso, su corazón se lo decía, su corazón de madre se lo susurraba, sabría reconocer a uno de sus hijos cuando lo tuviese frente a ella y cuando aquello ocurriera sus manos estarían abiertos para abrazarlo y su labios besarían su frente y de ellos saldrían todos los secretos, la sabiduría y el amor que ella pudiese entregarle.

 

***º***

 

Hubieron reacciones muy diversas frente a lo que sus ojos veían, no esperaban ver aquello luego de que tantos sus vidas como la de todo ser vivo corrían peligro, realmente no sabían que esperar tras el término de aquella luz, pero definitivamente lo que veían no era algo que se esperar. Kanon rechinaba los dientes mientras se cruzaba de brazos, prefirió dirigir su mirada hacía otro lugar, no estaba preparado para verlo directamente, prefería pensar que estaba muerto y que todo había resultado mal antes de ver que su hermano mayor besándose con su mejor amigo a vista de todos, recordó que siempre existía esa cláusula entre amigos, se suponía que la hermano/hermana de tu mejor amigo era intocable, pero por lo que podía ver a Aioria no le habían enseñado esa parte.

 

Varios de los dorados tuvieron la misma reacción de Kanon exceptuando el sentirse molesto, lo que ellos tenían era incomodidad, desviaban su mirada hacia el infinito, o miradas se encontraban huyendo de lo mismo, la Diosa llevó una de sus manos hasta su boca intentando esconder su sorpresa y la sonrisa que seguía a esta, el único santo que probablemente estaba “feliz” y no se incomodaba por la imagen era el caballero de la doceava casa, en su cara habían una enorme sonrisa que al igual que la deidad intentaba ocultar con su mano, estaba feliz por estar vivo, por Saga, por Aioria y por sobretodo que sentía que había tenido razón todo el tiempo, aquellos dos tenían mucho que contar, que todo lo que pasaba alredor de ellos era de alguna forma interesante y fuera de lo común y eso él lo había percibido desde un inicio.

Ahora Saga aceptaba que existía aquel sentimiento agridulce que lo hacía pensar más en Aioria que en él mismo, recordó el volver a la vida y como desde el momento en que abrió los ojos el mundo que conocía se volvió de cabeza, rememoró su primer encuentro, aquel cruce de miradas y la advertencia de un león marcando territorio, su segundo encuentro, el tercero todos y cada uno de ellos observando la evolución del otro y la suya misma.

Ya no eran los mismos de antes, ya no sentían lo mismo el uno por el otro, para Saga había dejado de ser el pequeño y molesto hermano de Aioros para convertirse en un hombre el cual lo exasperaba, lo irritaba pero que por sobre todo lo inundaba de emociones que jamás sintió, emociones que se recriminaba por sentir y desear, por otro lado Aioria dejó  de ver aquel disfraz del parco patriarca Arles, dejó el puesto del hombre cruel y despiadado que atentó contra su hermano, él y la Diosa Atenea, se dio cuenta de que bajo aquella capa de dureza se escondía un quebradizo e inestable interior que lo incitaba a proteger, que lo incitaba a pecar contra aquella misma fragilidad, corromperla y volver a abrazar con ambas manos, amaba aquellas expresiones tan vividas en aquel rostro serio. Ya no eran los mismos y ya no volverían a ser los mismos de antes, eso muy bien ambos lo sabían.

—El es un peligro para el santuario, para la diosa, para la vida, Saga de géminis no puede seguir entre nosotros y ya es hora de que vuelva al tártaro donde es que pertenece su alma. —El caballero de capricornio fue quien rompió la escena,  y levantó su voz de manera solemne para que todos los presentes lo escucharan, los amantes interrumpieron su beso y Aioria previniendo cualquiera ataque se levantó y se puso delante de Saga dispuesto a pelear, no permitiría que su felicidad fuese arrebatada, el gemelo ya no era un peligro, el lo sabía, lo veía en sus ojos, tanto el cosmos del león como el de la cabra comenzaron a aumentar su potencia ninguno de los dos jugabas y eso ponía en alerta a todos los santos que estaban presentes.

 

La diosa caminó pasando por el lado de Shura, todos observaban la silueta de Atenea, moverse hacia donde se encontraba Saga y Aioria. La dócil mano tocó el hombro de la dorada armadura de leo, cerró sus ojos y asintió con su cabeza, sabía que significaba eso, sus puños volvieron a un posición relajada,  la energía combativa había cesado, tanto la de leo como de capricornio, ahora sólo yacía la intriga, nadie se atrevía a hablar, sólo la brisa resonaba en aquel lugar donde un vez se posó la gran estatua de la diosa de la sabiduría.

 

Saori extendió su mano hacia el ex caballero de géminis para que se levantara del suelo lo cual este tomó en el acto, era extraño, la mirada de la diosa era extraña; no parecía molesta, enojada o algo que se le pareciera pero una chispa de tristeza se alcanza a ver desde sus ojos verdosos.

 

—Mis leales caballeros, les quiero presentar al dios del mito prohibido, aquel que nació de las lagrimas de la oscuridad y el caos, hijo de Cronos y hermano de Zeus, Saga de Géminis, la reencarnación del Dios de la nada. —hasta el mismo geminiano miró incrédulo a la diosa, entendía que ocurría, pero era realmente difícil de asimilar, hace algunos meses era el ex caballero que portó la armadura de géminis, aquel que había sido despojado de todo su cosmos y ahora la misma deidad le decía que él también lo era, era un Dios, una divinidad, era aquello que en su pasado tanto peleó por conseguir. Afrodita fue el primero en hacer una reverencia y así lo siguieron todos, no era lo que esperaba, no era lo que quería, al menos no ahora.

 

Quizás en un pasado nunca se manifestó ningún indicio de esta otra parte de él mismo debido a que no merecía el puesto, o quizás porque en esos tiempo no era exactamente él quien ocupaba mayoritariamente su cuerpo, si Arles vivía probablemente se retorcería en ira debido a tener un gran poder frente  a su nariz pero nunca encontrarlo, era un perfecto ejemplo de ironía divina, pero él ya no era Arles, ese patriarca malvado y despiadado que ansiaba poder, ahora era Saga, Castor y el Dios de la nada, tres almas que sufrieron, que sólo buscaban paz y redención.

 

— Estoy muy feliz, se que eres un hombre de bien, que tu corazón es puro y valiente, y que serás capaz de salvarnos no sólo a nosotros si no que a todos, tu tienes el destino de acabar con las guerras santas, sólo tu y nadie más que tu Saga… por lo mimo no puedes quedarte en el santuario, debes buscar tu destino fuera de tierra santa y no puedo ser la que te retenga aquí. —Las manos de Atenea se posaban sobre las de él, sabía que significaba sus palabras, él era un dios y desde ahora tendría deberes y responsabilidades que cumplir, tenía un gran destino el cual debía efectuar y ese destino no se encontraba en el territorio del santuario. Sus ojos enfocaron a los de Aioria, el castaño se veía pasmado, asustado y probablemente él debía tener la misma cara, ese destino el cual hablaba la diosa estaba afuera, pero Aioria era un caballero dorado de Athena el cual pertenecía a las tierras santas.

 

—Entiendo, eso significa que ya no debo permanecer en el santuario. —Con apenas un hilo de voz terminó la frase y la chica asintió con un semblante afligido y apenado, ya no era parte del santuario, ya no era parte de aquel lugar que lo vió crecer, la tierra que conoce su historia, sus alegrías, sus penas, sus traiciones y amores. Debía dejar aquello en lo único que creyó y peor aun debía dejar a la nueva luz de esperanza que había comenzado a guiar su camino, que sanaba sus heridas, alegraba sus días y debía dejar a quien partencia su corazón y ahí estaba, frente de él, con una mirada suplicante y él con sus ojos azules al borde del llanto.

 

— Yo te llevaré al inicio de tu viaje, conocerás a una persona maravillosa y probablemente la única que pueda mostrarte quien realmente eres. —Saga no podía hablar así que asintió, sin poder aguantarlo una lágrima se coló desde su lagrimal cayendo hasta el suelo, era horrible aquella sensación de tener que dejar todo en lo que alguna vez creyó, le dio cobijo y perderlo de un día para otro.

 

— No es mucho lo que puedo decir, para mi es tan extraño todo esto como para ustedes, ya no pertenezco a este lugar y esta ocasión sólo puedo decirles que fue un honor ser su compañero. —Necesitaba decirles algo, no podía marcharse sin despedirse de ellos con los cuales creció y vio crecer, aquellos que estimaba, aquellos que lo apoyaron o incluso aquello que lo odiaban, todos y cada uno formaron parte de su vida, tal vez sus palabras no fueran bien recibidas e incluso sentía que el aire se comenzaba a sobrecargar de drama, un drama que él mismo creaba, pero consideró que era necesario cada pizca de drama del momento.

 

Las reacciones de los dorados fueron variadas tal y como lo esperaba, otros sólo asintieron, Afrodita por su parte se acercó al gemelo y lo abrazó, Saga correspondió el gesto eran amigos después de todo, eso era una de las cosas que se lamentaba, los pocos amigos que se había hecho dentro de tierra santa, pero teniendo a uno verdadero como lo era el caballero de piscis el ex dorado se sentía pagado, Kanon también se le acercó y fuera de todo pronostico dándole un abrazo, eso era raro, bastante pero no lo cuestionaba, Saga pensaba que era parte del momento y que después de todo eran hermanos, hermanos gemelos cabe recalcar.

 

Saga se tensó al tener al arquero frente a él, pero las palabras estaban de más, la situación no lo ameritaba, las palabras entorpecían el momento, lo rompían y  lo volvían extraño, sus manos se estrecharon y Aioros le dedicó un ligera sonrisa, no existía necesidad de más, ya que se venía la peor parte de todas, aquella parte en donde sus ojos se encontraban con los de Aioria.

 

— Eres impulsivo, orgulloso, algunas veces molesto, violento, te odio por haberme utilizado y gracias a dios jamás veré tu rostro nuevamente —el gemelo se acercó hasta quedar frente a frente con Aioria, sus ojos se encontraron y entre ellos buscaban desmantelar al otro, las palabras nacieron de la afilada lengua del gemelo como dardos intentando apuntar a cada punto vital del león el cual no se inmutó en ningún momento, su actuación era horrible, lo sabía pero no podía mantenerse bien, porque no todo estaba bien, quería al castaño, lo amaba, ya algo se había interpuesto en su amor y esta vez parecía ser lo mismo pero con un final menos trágico.

 

— Eres un manipulador y un mal mentiroso, no puedo creer todo eso si me lo dices llorando, Saga. —Era cierto, había comenzado a llorar desde el momento en que sus ojos se encontraron, era débil sentimentalmente, no podía ocultar algo cuando eran sus sentimientos eran los lastimados y todo lo que estaba ocurriendo lo estaba desgarrando por dentro. Aioria lo abrazó y contuvo al gemelo entre sus brazos, no queriendo soltarlo, porque si lo hacía Saga saldría volando, revoloteando sus alas cual mariposa siguiendo la brisa.

 

Era la despedida, ambos lo sabían por lo que ese abrazo duró lo más que se pudo, Saga puso sus manos sobre el rostro del castaño guardando cada facción, las curvas y el color verdoso de sus ojos, las ondas de sus cabellos castaños, todo lo que pudiese guardar en su memoria, pero Aioria quería guardar cosas también, quería tener el sabor de los labios de Saga impregnado en los suyos, unieron sus bocas casi con tristeza, sin intención de separarse, las manos frías del gemelo seguían sobre el rostro de Aioria y los brazos de este se mantenían ceñidos a la cintura de Saga.

 

—Adiós. —Dejó escapar al final del beso, el contacto que mantenían desapareció y Aioria vio como el gemelo iba en dirección a al Diosa Athena, por un momento quiso detenerlo, quiso replicar, exigirle que no podía irse, pero ya sabía la respuesta del otro y no quería ser egoísta, tampoco le permitirá acompañarlo porque era un caballero, un dorado que portaba la armadura de Leo y su lugar esta con la diosa, en el santuario, protegiéndola a ella, cuidando y resguardando el orden.

 

La diosa levantó su cetro y un rayo de luz nació de este, Aioria vió la triste sonrisa de Saga antes de desaparecer y lo único que fue capaz de decir fue— Hasta luego. —Porque él no perdía la esperanza de que algún día él encontraría a Saga y cuando aquello sucediera estaría preparado para no dejarlo ir, para no perderlo una tercera vez.

 

***º***

 

Fue luz seguida una extraña sensación en su cuerpo que terminó con el sonido de la brisa, de las aves, de agua, abrió sus ojos para encontrarse con una de las cosas mas hermosas que hubiese visto, era como conocer el inicio de todo, si alguna vez toda planta y ser vivo tuvo un comienzo seguramente se encontraba en ese lugar, resguardado por las raíces del hermoso árbol que daba la sensación de no sufrir a los efectos de las estaciones, todo tipo de plantas, flores y animales crecían alrededor del imponente árbol que a sus pies guardaba una fuente.

 

Sentía haber estado en aquel lugar, haber escuchado una voz que le  susurraba y le cantaba hace millones de años, un recuerdo antiguo que le traía una calidez a su ahora lastimado corazón, recordó porqué estaba en ese lugar y que era lo que había dejado atrás, el gemelo cayó sobre sus rodillas cubriendo sus ojos, nadie lo observaba podía llorar lo que quisiera, se lo merecía, merecía gritar y quebrarse en lágrimas, ya lo extrañaba y tenía a necesidad de verlo, quería ver la sonrisa del castaño, escuchar su voz y risa, su olor, sentir sus manos paseándose por sus cabellos, murmurándole palabras de amor en su oídos mientra se avergonzaba por el exceso de confianza en el otro.

 

— Mi querido niño, no llores, estoy segura que sus corazones se encontraran nuevamente, sólo no debes perder la esperanza porque el joven caballero de Leo no lo hará. —Esa voz le era tan familiar, la conocía y esa suave y melodiosa voz lo calmaba, lo arrullaba, dirigió su mirada hacía el lugar de donde provenía, una alta mujer de largos, frondosos y ondulados cabellos castaños cubierto con una corona de flores sobre su cabeza, el vestido que se llevaba se asemejaba al de Athena pero con la diferencia que portaba detalles en la cintura  con flores y una tela transparente que iba desde sus hombros hasta sus muñecas a modo de manga, facciones delicadas, con una sonrisa calida, Saga no recordaba haberla visto antes, pero estaba seguro que la conoció en un pasado que no era totalmente suyo.

 

— ¿Quién es usted? —la mujer caminaba hacia él hasta colocarse de frente, apoyó sus rodillas sobre el suelo y su brazos lo acogieron en un abrazo que Saga no negó, se sentía protegido en aquellos brazos como un recuerdo de su memoria táctil, la mujer olía a flores, a todas y cada una de ellas, tuvo el recuerdo de una melodía, tuvo el recuerdo de días soleados mientras la escuchaba hablar.

 

— Soy Gea, titán de la tierra, quien te cuidó cuando eras un niño y quien ha velado por ti desde que te fusionaste con Castor y  permaneciste adormilado en el puro corazón del caballero de géminis, te conozco de hace millones de años y me alegra volver a verte mi preciado niño, mi querido Saga. Nos queda un largo camino que recorrer pero por ahora será mejor que descanses —la mujer besó su frente, y lo acurrucó en su pecho, Saga podía sentir ese amor de madre que poco sabía de él, así se sentía el olor de una, el calor y así se escuchaba al melodía de una voz que lo incitaba al sueño.

 

Saga comenzó a parpadear, debía descansar, había un largo camino antes de ser digno del título de Dios pero al menos ahora tenía a la única persona que podría guiarlo en ellos, estaba dispuesto a  lograrlo, a controlar sus poderes y traer la paz que alguna vez quiso arrebatarle al mundo, debía lograrlo porque había algo más que debía hacer, volver a ver a Aioria, la última imagen que vió fue la de su cara, sus cabellos castaños y ojos color esmeralda, rodeado de aquellas flores azules, sonriéndole y confesándole una vez más su amor.

 

...

 

  

Notas finales:

sólo espero que los que lleguen a leer esto sepan que aun queda el epílogo por eso aun no me maten xDD


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