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El cuarto de Geminis por Whitekaat

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Notas del capitulo:

Según yo no demoré nada esta vez, espero les guste el final y lo disfruten al leerlo tanto como yo al escribirlo.

Les agradezco a todas las chicas y chicos que leyeron y escribieron sus comentarios enserio fue una de las partes más lindas leer sus comentarios de apoyo y sobre todo a gns y Amorosa que me aocmpañaron hasta el final con ellos.

 

Bueno les traigo el Epílogo y el final de esta historia espero les guste, besitos.

EPÍLOGO

JARDÍN AZUL

 

El entrenamiento era arduo e incluso peor que uno para convertirse en Santo de géminis,  la titanide lo obligaba a meditar aun más que Shaka, la meditación probablemente fue una de las tareas más difíciles, la interiorización no le gustaba y las cosas que encontraba dentro de él lo deprimían, seguía lastimado con heridas antiguas y heridas nuevas las cuales debía lamer una a una hasta que cicatrizaran, ese era una de las condiciones que poía la diosa de la tierra antes de compartir su sabiduría milenaria con él. El jardín de Gea era vasto, frondoso y demasiado vivo, pero dentro de tantas hectáreas de un manto verde sólo ellos eran las únicas “personas”, poco a poco se dio cuenta que podía sentir la energía de cada partícula del aire y hacerla desaparecer en un solo instante con sólo imaginarlo, ya no consideraba su poder como algo destructivo, el era peor que eso, el desaparecía y extinguía las cosas de la faz de la tierra, aquello tangible como algo no tangible como lo era un alma, el no destruía, no generaba devastación porque como principio él sólo podía crear la nada.

 

No faltaba nada en el espeso jardín de Gea, las frutas, verduras, legumbres y cereales  no escaseaban y nunca se pudrían, las flores no se marchitaban y las hojas no se secaban, era una constante primavera algo que concordaba con la personalidad de su dueña, la carne estaba prohibida por obvias razones y era algo que Saga respetaba a pesar de sus ganas de probar nuevamente ese sabor a carne en su boca y los peces de los arroyos se ofrecían como sacrificio para saciar sus ganas. Saga se aseaba en los estanques de los alrededores todos los días, el jabón y el shampoo fueron cambiados por la sabiduría de hierbas y flores, y las camas eran reemplazadas por hamacas de lianas y hojas.

 

Gea era una mujer de un corazón cálido y lleno de amor, todo lo contrario a como se encontraba él, su mente y corazón un lío, una maraña de hilos que se enredaban entre sí, necesitaba tiempo, pero Saga con cada día que pasaba lo perdía, él no era como la titanide, no poseía inmortalidad física, su corazón y cuerpo eran de humano, pero a la vez no era como el Dios Hades, su cuerpo no era un contenedor que alojaba un alma ajena, sus almas, del infante que nació el caos, de Castor y Saga volverían a nacer alojadas en un nuevo espíritu si llegara a morir, era engorroso y el de cabellos añiles intentaba asimilarlo lo más que podía buscando algún aspecto lógico al tema de las reencarnaciones, sólo había llegado a dos conclusiones, no era el Dios de la nada pero a al vez lo era, era un ser individual que guardaba memorias y sentimientos del pasado y  lo otro que tenía más que claro era que él no era un contenedor de almas.

 

La diosa de la tierra le explicaba cada día a un cabizbajo geminiano que su poder era mucho más que sólo el contrarrestarte de la creación, que ahora su corazón era demasiado bueno para ser algo tan malo como él creía y que ser un dios no era una carga ni una maldición, Gea le contó que su destino era mucho mayor, que incluso él podría ser capaz de detener las guerras Santas y acabar con todas esas muertes que volverían con los años. Saga creía que era la hora de confiar en él mismo, de creer que todo lo que le ocurrió y le ocurría tenía razón de ser para su crecimiento.

 

Los días y las semanas transcurrían y en la mente de el nuevo Dios se formaban muchas preguntas y cada una de ellas tenía que ver con un castaño, tenían que ver con Aioria, era algo lo cual por mucha meditación que lograra alcanzar no podría quitarse, esa necesidad de saber de él y de verlo, el castaño se había incrustado muy en el fondo de su ser y sin ninguna intención de salir de ahí, ese era su lugar, ese había sido antes y lo era ahora, su inseguridad lo confundía y si excesiva actividad mental lo hacia imaginarse millones de escenarios en donde era odiado, detestado, olvidado, recordado, amado y necesitado por el caballero de Leo, se recriminaba por sus decisiones podría haberlo elegido a él, seguir a su lado, podría haber renunciado a su posición o negarla, pero sabía que el otro no se interpondría en sus decisiones, Aioria no era tan egoísta como para poner lo que él quería antes que los deseos de Saga y Saga a su vez sabía que lo mejor fue tomar la mano de la diosa en esos momentos.

 

Su alma lloraba porque sus ojos ya no lo hacían pero Gea conocía la manera perfecta de subir el animo del abatido joven, algo simple, algo que ya le había regalo innumerables veces pero que lo seguiría haciendo sólo con el fin de volver a verlo sonreír, era su niño, así ella lo sentía Saga era su hijo, el hijo que a la madre de la tierra nunca dejaron criar. Era algo simple pero lleno de simbolismos, significaban lágrimas de pena y jubiloso amor, las flores azules cubrían el suelo bajo Saga y tan sólo al verlas el color en la piel del gemelo volvía, al igual como el brillo en sus ojos y su sonrisa, el azul era convicción, esperanza y fuerza para Saga.

 

El geminiano se prometió no decaer, no perder, ser el Dios que el mundo necesitaba y para ello necesitaba controlarse a él mismo antes de siquiera pensar en controlar sus poderes, sabía que aunque demorara años en ellos Aioria lo esperaría, así era el castaño, leal y que si se volvían a ver él lo esperaría con los brazos abiertos, con aquella sonrisa que lo caracterizaba y ese exceso de confianza y seguridad que tanto había aprendido a amar 

 

 

***º***

 

Gea lo atacaba con todo su poder y Saga notaba que no se estaba midiendo en esa ocasión, grandes raíces, espinas y conformaciones rocosas puntiagudas que nacían desde el suelo lo atacaban sin piedad en todas las direcciones, sus reflejos seguían siendo los de un humano pero ahora existía algo que lo diferenciaba de todos. Saga con sus ojos cerrados se levantaba del suelo, las leyes físicas ya no le afectaban, levantaba su mano y todo aquello que intentara acercársele desaparecía en tan sólo un segundo, ahora era capaz de crear aquellas mismas esferas negras que desaparecían todo como una barrera para protegerse, nada podía acercarse a él, todo se volvía nada al entrar al diámetro de la barrera, ya no tenía limitaciones en cuanto a la expresión de sus poderes, pero si había algo que lo limitaba, el ser un humano, el se cansaba e invocar sus poderes le recordaba sus noches leyendo el diario de Castor; lanzó esferas que salían desde la barrera hacía el lugar de donde nacía el ataque, hasta que cayó de rodillas en el suelo y todos los ataques de la titanide cesaron.

 

Saga respiraba agitado, mareado y exhausto, sus cabellos azules se pegaban a su frente por el sudor, su visión se volvía borrosa, pero no podía permitirse caer. Descubrió el porqué de muchas cosas con su entrenamiento, el contacto con el diario de Castor fue uno de los primeros acercamientos que tuvo con su poder y aquello consumía su energía y en ese momento no era la excepción. Sus largos entrenamientos habían dado frutos tras un año de extensa meditación, podía controlar sus poderes como el quisiera, podía “materializar” su poderes y utilizarlos como a él le complaciera, las primeras veces habían sido difíciles dejándolo dormido por semanas, pero poco a poco se volvía más resistente y para su suerte Gea siempre estaba ahí para ayudarlo y enseñarle todo lo que podía.

 

El entrenamiento que le daba Gea era de los peores que había vivido, la mujer no se llevaba el título de titán primordial sólo por ser la primera en aparecer, sus habilidades y cosmos sobrepasaba a cualquiera que alguna vez Saga haya conocido e inclusive se atrevía a decir que era superior a todos los dioses olímpicos juntos, si había algo que agradecer era que la diosa de la tierra fuese neutral,  pacífica y que no se involucrara en guerras porque probablemente nadie sería rival digno para ella.

 

El gemelo tomó la mano que la mujer le daba y se levantó a duras penas del suelo, la sonrisa de la mujer significaba que estaba feliz por como progresaba y daba por concluido el entrenamiento por ese día, Saga avecinaba lo que se venía, extenuantes horas de meditación para después dormir y recobrar las fuerzas que había perdido, una rutina a la cual ya se había acostumbrado pero que todos los días descubría algo nuevo. Saga escuchaba atento a la  mujer, siempre lo hacía, la titanide siempre tenía algo asombroso que contar, él como nacieron de ella sus hijos, como Cronos derrocó a su padre e incluso como fue el nacimiento de Zeus y los demás dioses, eran historias que Saga debía conocer para entender su propio origen y saber quienes serían ahora sus “hermanos” porque aunque le costara asimilarlo el era un dios, el tenía el mismo rango que Athenea, Zeus, Poseidón, Hades y todos los demás dioses que se regocijaban en el olimpo.

 

****º****

 

—  Si, es posible pero sólo las gemas son capaces de almacenar ese poder, el rubí, la perla, el cuarzo, el zafiro, la esmeralda, el diamante y toda aquella que existía en la tierra. —Era una noticias la cual no se esperaba  y algo que veía muy poco creíble, pero debía creer, la misma Gea se lo decía y la mujer no decía mentiras, aprendiendo a ser el Dios de la Nada supo que la lógica no servía y que cuestionarse todo sólo traía consigo un gran dolor de cabeza en ese mundo al cual estaba a punto de pertenecer existía algo que podía relacionarse con la magia y si lo pensaba detenidamente, el cosmos, los poderes de Santo también vendrían a ser parte de ello.

 

La diosa extrajo desde su abdomen todas las piedras preciosas y semipreciosas conocidas en forma de joya y se las entrego a Saga, ese era su regalo de graduación, las gemas que podrían ser capaces de almacenar sus habilidades y entregarle una fracción de él a alguien, era el equivalente de las armaduras, escamas y surplices, la acción de la diosa le decía que probablemente él también tendría que formar su propio lugar al cual llamar santuario y a sus propios guerreros, pero Saga tenía la dificultad en que debía empezar desde cero, encontrar un lugar en el fuese bien recibido, lo aceptaran, quisieran su protección y saber elegir a sus “caballeros” los cuales jurarían lealtad y usarían ese poder que él les entregaría en pos del bien.

 

Saga seguía cada una de las instrucciones que le daba Gea y con cada palabra que salía de su boca todo se volvía aun más extraño, las gemas debían ser consagradas por él mismo concentrando su poder y eso fue lo que hizo; bendijo cada una de los brillantes dejando escapar un brumoso hilo de color negro que era absorbido por las piedras; la diosa le explicó también que las personas que llevaran las joyas necesitaban tener un gran poder espiritual y un don especial, los poderes que él les entregarían serían limitado  y que básicamente sus habilidades erradicarían en la creación de barreras que podrían absorber el cosmos y cualquier ataque que se les lanzara, no tendrían la capacidad de llevar algo a la nada, eso era algo que sólo era permitido alguien y ese alguien era él.

 

Gea concluyó en que era lo último que ella podía entregarle y que ahora Saga podía llamarse a sí mismo como el Dios de la Nada y nadie podría negarlo, sus instinto de madre no le permitía dejarlo ir pero sabía que tal como había llegado el hombre de cabellos azules debía marcharse, tenía un camino que recorrer y el inicio de una nueva era que proclamar a los cuatro vientos, el gemelo siempre contaría con su bendición por camino que pisara, siempre había sido así, no lo tomaban como una despedida ya que sabían que podrían verse cuando ellos quisieran, un halo de luz cubrió por completo a Saga mientras mecía su mano despidiéndose de la titanide y dejando atrás el hermoso jardín de Gea.

 

 

***º***

 

Las apariciones de Leo dentro del santuario eran esporádicas, bordeando a casi nulas, no había que preguntar las razones de su comportamiento, todos ya las sabían, comprendían el aislamiento y auto-encierro del león dentro del quinto templo, todos vieron al caballero desmoronarse tras la partida de Saga, no de una manera física ni nada que se viera, tras la luz que se llevó todo rastro del ex caballero de géminis el joven de cabellos castaños agachó su cabeza y abandonó el lugar, nadie dijo nada, nadie podía decirla nada en ese momento; la diosa se lamentó por el destrozado corazón del león mientras que los demás podían sentir aquellos tintes melancólicos impregnados en su cosmos dorado.

 

Tenía sus obligaciones como santo dorado y las cumplía todas y cada una de ellas, pero su vida se había transformado en su lecho, cuatro paredes que creía que aun guardaban el aroma y la presencia de Saga, lo días eran largos y las semanas aun más, por un momento perdió la orientación del tiempo, del día y la noche, se estaba sumiendo en su propia melancolía y su desdicha, y no tenía la más mínima intención de querer salir de ella, las apariciones de su hermano en su templo era vacías y amargas, había un lazo que se había roto o el creía que lo había hecho, Aioria estaba bloqueado a cualquier estímulo externo a él y que no tuviese que ver con Saga.

 

Subía las escaleras a paso lento evitando toparse con cualquier dorado en su caminar, no necesitaba hablar con nadie y no lo quería, se había vuelto un león ermitaño, separado de la manada por decisión propia, los meses sin Saga lo habían hecho pensar aún más en él y las largas noches traían consigo extraños sueños del pasado, de él y del gemelo, se reconoció a él como Heracles y a Saga como Castor, entendió el dolor de su antigua vida y el dolor que le provocó a la vida pasada del otro, sabía que no era lo correcto desearlo, que sus mismos deseos le había causado todo ese mal en la antigüedad y lo volvían hacer en la actualidad pero no podía dejarlo ir, su egoísmo no le permitía dejar ir a Saga y olvidarse de él, lo esperaría hasta que diera su último aliento de vida y los próximos si volvía renacer.

 

 

***º***

 

“Cuento contigo caballero de Leo” fueron las palabras de Atenea tras las indicaciones de su nueva misión, no podía decirle que no a la diosa, por mucho que detestara cumplir esta tarea en especial, no entendía la importancia de que fuese él quien llevara la carta cualquiera podría haber hecho ese simple mandado, el lugar al que iba no lo hacía feliz y en nada ayudaba a su aun roto corazón, el pueblo de Delfos le recordaba a Saga y donde sus sentimientos se habían desatado y donde él mismo había desencadenado la seguidilla de sucesos que ocurrieron hasta llegar a la despedida del gemelo; se arrepentía en haber escuchado a la pitonisa y no haberle contado a la diosa lo que ocurría, pensaba en que si tal vez si sus decisiones hubiesen sido las correctas Saga seguiría en el santuario y no “quien sabe donde, haciendo quien sabe que” para convertirse en aquel salvador que todos querían, el no esperaba a un dios, ni a un salvador, ni una deidad a la cual los mismo dioses le temían, el quería a Saga, a su Saga, serio y sonriente, maduro e infantil, frío y caliente, ansiaba esa dualidad junto a él, pero ya no estaba y ya no había lugar para arrepentimientos.

 

Delfos ya no era el mismo el cual él conocía, parecía más alegre, más vivo. Al ver la entrada al pueblo creyó que la vida misma le jugaba una broma, dos columnas de piedras tal como recordaba pero a sus pies una recubrimiento natural que sólo había podido ver en el santuario, flores azules, azul color Saga y al fondo del paisaje, pasando el poblado en la cima de la colina un edificio que se alzaba sobre las ruinas del antiguo templo que veneraba a Apolo y albergaba a una de las últimas pitonisas. Se escuchaban los gritos animosos de la gente de la población desde donde él se encontraba, todo era más verde, más frondoso como si el pueblo de Delfos hubiese sido bendecido una vez más pero esta vez por la mano de otro dios.

 

En la plaza central una gran fuente de  una mujer con flores en sus cabellos tallada en piedra se alzaba imponente, rodeó la estructura de mármol prestando atención a cada detalle que tenía, flores, vegetación, los movimientos de sus cabellos te hacían creer que podías sentir la brisa de primavera  sobre tu propia piel, al parecer Delfos tenía una nueva patrona la cual los bendecía y eso explicaría el buen humor de la gente, niños, adultos, mujeres embarazadas, todo era prospero en el nuevo Delfos. Tras la mujer había otra figura, otra persona de largos cabellos  que tenía sus pies sumergidos sobre el agua pero lo curioso era que su cara no se veía, una máscara con dos orificios para los ojos y nada más.

 

— Demoraron sólo dos meses en construirla ¿Puedes creerlo? La gente en Delfos está muy agradecida desde que él llegó —una chica de largos y lacios cabellos castaños se le acercó de improvisto sacándolo de su concentración, debía tener aproximadamente diecisiete años no más que eso, sus ojos eran de color azul al igual que la joya  que llevaba sobre la frente, una diadema color plata ajustada a su cabeza y en el centro de ella una roca azulada, a diferencia de la vestimenta de los demás, ella llevaba puesto un quitón azul como los que se usaban en la antigua Grecia combinando perfectamente con sus ojos y el accesorio sobre su cabeza.

 

— Mucho gusto caballero de Atenea mi nombre es Phineas, Phineas de Lapislázuli y vengo a llevarlo a su destino —La muchacha le sonrió y apretó su mano como si fuese lo más normal del mundo, si algo había cambiado en Delfos Aioria estaba  punto de saberlo. El camino hacia “su destino”  era demasiado largo para su gusto, sentía las ganas de correr y sin saber porqué, su pecho se aceleraba con cada paso y  todo a su alrededor le gritaba el nombre de Saga, no negaba que existía la posibilidad pero era algo que veía demasiado difícil de creer, no quería engañarse, no creería nada que sus ojos no vieran y no quería ilusionarse que dentro del templo de la colina estaría el gemelo con sus brazos abiertos esperándolo.

 

Varios ojos se posaban en él mientras caminaba, muchos de ellos soldados que bajaban la guardia al notar a la joven a su lado, otras mujeres y hombres que llevaban una vestimenta parecida, diferenciando el color de su  ropa y el la joya que llevaban, anillos, pulseras, brazaletes, aros y tobilleras cada una con una joya la cual no se repetía, en diferentes colores y materiales.

 

—En el pueblo nos llaman las gemas, somos como tu, protectores del santuario y guardianes del Dios que bendice estas tierras — los ojos de la chica parecía brillar con orgullo cuando hablaba, tal como dijo ellos eran como él y los santos del santuario de Athenas y así podía observar por más que se adentraba dentro del santuario —Es una persona amable, todos llegamos aquí gracias a él, él nos salvó y nos acogió cuando nadie más lo hizo, nos dio cariño, esperanza y poder para protegernos a nosotros, a él y a todos los demás.

 

— Phineas no hables de más—recriminó la voz de una mujer más adulta a la adolescente, Aioria reconocería esa voz en donde fuese, sus largos cabellos cobrizos era algo difícil de olvidar, la pitonisa le sonreía pero esta vez sus ojos nos estaban cubiertos por la obscuridad, eran de un color marrón obscuro y sobre su cuello un collar dorado con una piedra verde— La vez pasada no nos presentamos, mi nombre es Talía de Esmeralda un gusto volver a verte caballero de Leo, síguenos por favor. —El castaño asintió y siguió a ambas muchachas por los pasillos del templo, todo se vía nuevo y reluciente, todo vestigio del pasado parecía haber desaparecido por completo, ni si quiere se habían cumplido cuatro años desde la últimas vez que pisó esas tierras y lo último que recordaba de ellas era la melancólica silueta de la pitonisa  bajo el manto rojizo de un ocaso y un secreto el cual no había sido revelado.

 

Las mujeres se detuvieron frente a una salida, se veía la luz del otro lado, una ligera brisa y el mismo olor a flores de la entrada a Delfos lo perseguía, caminó a paso lento pensando en si dejarse llevar por su ilusión o no esperar nada del otro lado. Entendía porqué el aroma lo seguía hasta ese lugar, el centro del templo tenía su jardín privado y en él flores, demasiadas flores azules, quería gritar ya no sabía si amar y odiar esos añiles pétalos que se mecían con la gracia del aire, una silueta estaba sentada al medio del lugar, meditaba y parecía no notar ninguna presencia, parecía imperturbable, sereno y estoico, como parte de un lienzo, era el hombre de la fuente podía intuir a pesar de que sólo veía su espalda, la larga vestimenta blanca cubría su cuerpo y la capucha su cabeza, Aioria no tenía forma de saber quien era pero necesitaba quitarse las dudas, ansiaba deshacerse de esa creencia que ese hombre podría ser su Saga.

 

Caminó por entre las flores con grandes zancadas, no podía estar equivocado, era él, no podía ser otro que no fuese Saga, se posicionó detrás del hombre que aun seguía meditando ignorando completamente su presencia, la necesidad lo embargaba y no podía pensar nada en ese momento y se dejó llevar por sus impulsos como siempre lo hacía, abrazó por la espalda al otro apoyando su cabeza contra la otra, sintió el escalofrío que generó en el otro su acercamiento— ¿Por qué no me dijiste que volviste? —

 

Conocía  ese demandante y cálido tacto y aquella voz que remecía todo en su interior, dejó caer un lágrima que no podía ser vista por la máscara que cubría su rostro, era el león que volvía por él y que probablemente no lo dejaría escapar una vez más, habló con serenidad frente a la pregunta intentando mantener su compostura y no dejarse llevar por todas las emociones que experimentaba. —Porque estaba esperando a que me encontraras —Aioria logró escuchar esa risa que siguió a sus palabras, ya no había dudas y su corazón se regocijaba en felicidad, lo tenía con él, tras tres años de su partida el gemelo estaba devuelta en sus brazos.

 

Saga rompió el abrazo desde su espalda y se giro para quedar de frente al dorado, las manos de Aioria quitaron la máscara dejando descubierto el rostro que tanto había echado de menos, aquel que lo había desvelado antes, durante y después, le sonreía, lo miraba con esos mismos ojos azules los cuales que él recordaba, si algo había cambiado en esos años no había sido su amor porque por su mirada deducía que nada podía alterar lo que Saga sentía por él como lo que él sentía por Saga, juntaron sus labios en tan anhelado beso, pidiendo cada vez más saciando necesidades que habían estado guardando desde su despedida en el santuario, las manos de Aioria se colaban entre los cabellos azules de Saga descubriendo su cabeza; su cabello había crecido más y lo podía notar, sus labios  y lengua jugueteaban con la del otro, Saga entrelazaba sus brazos tras la nuca del león sintiendo su olor, su piel, la sedosidad de sus cabellos marrones, esa sensación de calor que lo ahogaba pero siempre le hacía querer más y fundirse en ella.

 

Una mano deseosa se colaba por debajo del ropaje de la divinidad con la clara intención de profanar su sagrado cuerpo, Saga no se negaba, lo ansiaba, lo había hecho desde mucho antes, era lo más lejos que alguna vez llegó con Aioria  y su mitad de humano respondía y se exaltaba con cada tacto que daba sobre su piel desnuda, Saga se estaba perdiendo en su deseo  y en el de Aioria que pasaba arrasando con todo, envolviéndolo en llamaradas de fuego quemándolo, sofocándolo y sintiendo como el sudor comenzaba a salir por cada poro de su piel. La ropa de un Dios era molesta al igual que la de un patriarca, cubría cada centímetro de él buscando esconder cada parte de su dermis, buscando la pureza, como una muralla que no dejaba entrar los pensamientos que tuviesen que ver con lujuria y deseo, pero a Aioria no le importaba la función de la tela, él quería atravesar y romper esas vallas que lo alejaban del calor corporal del otro.

 

— Te amo— Susurró Saga entre los gemidos que eran ahogados por los besos del de ojos color esmeralda, esas palabras fueron leños secos para una hoguera que buscaba incendiarlo todo, Aioria susurró la misma frase de vuelta, en su boca, en su oído, entre su cuello y hombro y en cada lugar que besaba de él, dejaba marcas rojas en cada fracción de piel blanca que su boca tocaba, sus elementos se complementaban Aioria era el fuego y Saga el Aire capaz de acrecentar esa llama. Necesitaba más, su cuerpo lo deseaba y su entrepierna abultada era claro signo de ello, arrancó sin delicadeza alguna el quitón blanco, desgarrando parte de la tela que se rehusaba a abandonar el cuerpo del mayor; Aioria se tomó un tiempo para observar los que sus ganas habían hecho, Saga lucía agitado, su cabellos revueltos, sus mejillas rojas al igual que sus labios y cada parte de su piel parecía tentarlo, el gemelo lo anhelaba tanto como él lo hacía, su cuerpo estaba igual de despierto y se removía de calentura entre la vegetación azulada.

 

— Aquí no. —Dijo el Dios, para luego olvidar cualquier señal de lucidez, la boca del castaño aprisionaba su miembro y con su lengua jugueteaba con él, Saga arqueó la espalda frente al placer que lo inundaba, sonoros gemidos se escapaban desde su boca sin siquiera poder acallarlos, ya no preocupaba del lugar, de si lo escucharan y que pasaría si alguien los viera, para Saga en su mente sólo se encontraba Aioria y más Aioria.

 

El castaño se desvistió al igual que el otro, eran dos hombres completamente desnudos dándose placer el uno al otro en medio de terreno que se consideraría sagrado, una blasfemia, el mismo dios los deshonraba pero en eso momentos no les importaba nada que tuviese que ver con lo divino, con lo sagrado y  con los dioses, su humanidad reclamaba el calor de la carne y les exigía la culminación del pecado. Aioria estaba recostado de espalda sobre el manto añil de flores que se fundían con los largos cabellos de Saga, el gemelo sobre él retorciéndose y sudando mientras pasaba sin recato alguno su miembro por la entrada del geminiano que se contaría por el roce.

 

El león jugueteaba con sus dedos dentro de la cavidad del mayor sintiendo como se contraía y aumentaba la profundidad conforme las caderas de Saga pedían más roce, Aioria no aguantaba más y necesitaba saciar su sed, pero no sabía como dar el paso, no sabía si debía preguntar o hacerlo y mientras que el pensaba el cómo, Saga lo dejaba sin respiración al ir insertando el mismo su palpitante miembro por su entrada, el cuerpo de Saga lo apretaba y lo estimulaba a tal punto en que no sabía si podría contenerse por más tiempo y los quejidos que salían desde el otro no lo ayudaban en nada. Con cada centímetro que se adentraba en Saga en más placer se envolvía, no le avergonzaba su goce, el estar sobre otro hombre, porque ese hombre era quien él amaba con todo su corazón, sintió las manos del castaño sobre su caderas y  como esta apretaban sus músculos para luego sentir como lo que quedaba del miembro se adentraba en una sola embestida, sintió como el sonido no alcanzó a salir de su garganta y como su cuerpo se retorcía en espasmos de deleite.

 

Ambos cuerpos se acoplaban para después deshacer la unión y para luego empezar nuevamente ese ciclo, Saga gemía en su oído provocándolo a propósito, excitándolo aun más de lo que ya estaba, tenía una mano sobre el miembro del mayor estimulando al mismo tiempo de sus embestidas y la otra mano libre su juntaba con la de Saga afianzando el vínculo de su unión. El castaño sentía que el final se acercaba por lo que no sólo aumentó en profundidad y rapidez sus embestidas si no que también el movimiento de su mano, Saga se mecía aun más al sentir la rapidez de las arremetidas, produciendo aun más fricción en su acople; ambos sintieron hasta los músculos de sus pies contraerse, dejando salir esos últimos alientos del clímax y éxtasis.

 

Estaban derrotados, cansados, adoloridos pero nada superaba a la felicidad que sentían y esa sensación post-sexo que había quedado hormigueando por sus pieles; Saga descansaba sobre el pecho de Aioria que se inflaba al tomar aire, sus cuerpo eran cubiertos por los vestigios de la vestimenta sagrada y ellos escondidos por entre las flores del jardín, sus manos no habían abandonado el lazo en ningún momento, había pasado tanto tiempo que temían que al separarse el otro desaparecería otra vez.

 

—La gente del pueblo no me dejará entrar cuando se enteren que levanté el hábito de su Dios. —El león reía divertido mientras que las preocupaciones se acumulaban en la mente del gemelo, tenía razón en algo, era un Dios, tenía las obligaciones como uno y deberes, y probablemente entre esos deberes debería encontrarse la cláusula de no fornicar con alguien de tu mismo sexo en tierra sagrada, si alguien se enteraba de quien era, quien fue y lo que hacía, todo su esfuerzo podría caerse a pedazos, además estaban sus guerreros, aquellos hombres y mujeres que juraron dar la vida por el si era necesario, sentía que les fallaba a todos y había traicionado a cada uno de ellos con su egoísmo.

 

Las perturbaciones mentales del gemelo no tardaron en ser notadas por el caballero de leo y con su voz y sus manos quiso serenarlo. — Tranquilo todo estará bien, todos los que viven aquí te adoran y probablemente todos desean la felicidad de su Dios, no te preocupes de más, mi querido Dios de la Nada. —Aioria besó su frente y todos sus pensamientos desaparecieron con tal acto, algo que nadie más podía hacer, algo que sólo él podía lograr, asustarlo y tranquilizarlo en menos de un minuto, era por eso que su corazón le pertenecía desde la antigüedad y siempre lo haría.

 

— Mi cama aquí es demasiado grande ¿Por qué no te quedas a dormir aquí por hoy? —No necesitaba una respuesta, porque el gemelo antes de formular su pregunta ya sabía que el castaño se quedaría junto a él, al menos por esa noche. Besó sus labios, con su desnudes al aire libre, no querían levantarse, no querían romper el ambiente deseaban seguir en esa fantasía un poco más, charlarían, se besarían y se demostrarían el uno al otro cuan difícil fue todo ese tiempo sin él, ya no había dioses ni profecías que lo separan, no había un mito que pudiese acabar su amor, el firmamento se había reescrito y ahora géminis y Leo estaban más cerca que nunca.

 

Fin.

Notas finales:

nos vemos en alguna otra historia.


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