Sangre Vongola.
20.- El mismo dame-Tsuna.
Narrado por la autora.
Manejaron lo más rápido que pudieron, el parto estaba cercano y Shamal había ido a su clínica en el centro de la ciudad. El momento hablaba por sí solo. Las caras de pánico de los hombres en un parto nunca se habían marcado con tanto empeño como ese día.
El castaño se removía de dolor, mientras que sus amados, sentados junto a él, trataban de darle apoyo para lo que venía; le decían como respirar y le repetían el esfuerzo que debía hacer para contenerse hasta que llegarán con el medico exclusivo de Tsuna.
El coche del Nono podía abrirse paso fácilmente gracias a la marca Vongola que tenía en la delantera, de otro modo quizás nunca hubieran llegado a tiempo al quirofano.
- ¡Puja! – le ordenaban al castaño y este acataba la orden con desesperación.
Quería que todo se fuera al diablo, el dolor era insoportable, podía sentir como el primer hijo salía de su cuerpo abriéndose paso por sus carnes. Se mordía los labios hasta hacerse sangrar, hasta que por fin el llanto de la inocencia llegó a sus oídos.
- ¡Uh! – las lágrimas que hasta ahora había contenido salieron al escuchar a su primer hijo. Eran una mezcla del dolor que sentía así como de felicidad.
Vio como Shamal sacaba a un pequeño cuerpo y se lo daba a una de las enfermeras para que esta lo aseara y arropará.
- Vamos por el segundo – dijo serio - ¡Puja! – le ordeno.
Cansado y adolorido el castaño se sentía débil, pero de pronto unas increíbles fuerzas que salieron de la nada, lo impulsaron para continuar con aquel milagro de la vida.
- ¡¡AAGH!! – Con lágrimas en la cara y apretando las manos de sus amados pujó con todas sus fuerzas.
De nuevo el sonido de un ángel inundo el lugar. El castaño trataba de no llorar pero era imposible, estaba sumamente feliz. Mukuro y Hibari sonrieron de lado al ver a sus hijos ser lavados. Nunca imaginaron que algo tan maravilloso pudiera suceder; el ser que más amaban les dado el mejor regalo del mundo.
- ¡Itte! – se quejó de nuevo el castaño y todos voltearon a verlo preocupados. – Me due… ¡Agh! – Shamal medico a cargo se vio por un segundo lleno de confusión, pero de pronto una idea vaga cruzo por su mente. Verifico la zona de Tsuna y fue cuando todo comenzó a tener sentido.
- Ahora entiendo tu estomago del tamaño de una pelota de playa – hizo unas cuantas señas a algunas enfermeras y se volvió con Tsuna - ¡Hay un tercero! ¡Puja!
- ¿eh?- murmuraron los semes impactados y el castaño sorprendido.
Tsuna que se sentía al borde del colapso por lo cansado que estaba hizo un nuevo esfuerzo. Pujó con fuerza hasta que de nuevo sintió como su cuerpo expulsaba a aquel ser que lloraba por primera vez.
- ¡Fuh! – suspiro cansado y miro a Shamal que verificaba el estado del tercer hijo que de alguna manera se había escondido detrás de los otros dos.
- Es una niña – dijo con una sonrisa en el rostro.
Las enfermeras le dieron a sus hijos después de haber sido tratados. El castaño no podía siquiera verlos ya que las lágrimas de sus ojos le nublaban la vista. Los padres orgullosos del trabajo sobrehumano que había hecho Tsunayoshi se sentaron a su lado para contemplar a esos tres angelitos que se movían despacio y que trataban de abrir sus ojos para encontrarse con la familia más amorosa que pudieran tener.
- ¡Hm! – el primero en nacer se acomodaba entre la cobija y luego abría los ojos para ver a su madre. El gris profundo de sus ojos lo delataban como el hijo de Hibari.
- ¡Kyo! – dijo el castaño provocando que los mayores o miraran confundidos – así se llamará
- ¡Uh! – murmuro el segundo y abrió los ojos para destellar a Tsuna con el brillante azul que poseía, este era sin duda el hijo de Mukuro.
- ¡Ritsu! – dijo Tsuna dándole un nombre.
Por último la princesa que se había mantenido oculta atrás de los hermanos abrió los ojos y mostró el claro y hermoso color canela que su madre tenía. Con los mismos atributos de la inocencia y pureza, era la digna hija de Sawada Tsunayoshi, el Décimo Vongola.
- ¡Renge! – dijo Tsuna maravillado de lo hermosa que era y entonces la niña pareció reír por un momento.
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Cuatro años después.
Mansión Vongola.
- ¿Dónde está mi princesa? – Mukuro la llamaba y de inmediato la niña de largos cabellos castaños y con un vestido morado salía corriendo hacia los brazos de Mukuro, quien la atrapaba con una sonrisa en la cara.
- ¡Renge! No te juntes con ese cabeza de piña – el otro de los padres también la buscaba y de inmediato la niña corría hacia él.
- Kufufu… - el aura del guardián de la niebla se había tenido de negro – Hibari Kyoya, le agradecería que no le enseñe ese tipo de cosas a mi hija.
- ¡Renge es mi princesa! – la niña se acurrucaba en el pecho de Hibari
- ¡Renge! ¿Por qué no te comiste las verduras? – el ojimiel la buscaba con sus otros dos hijos de la mano.
- No me gustan – respondía con un puchero.
- ¡Mamá! Yo me las comeré por ella – decía el siempre atrevido Ritsu que era idéntico a su padre. Pensaba que de esta manera tendría el absoluto cariño de su adorada madre y de su tierna hermanita.
- Yo lo haré mamá – el otro niño que siempre se mantenía a la defensiva igual que su padre, no quería quedarse a un lado y por ende en cada oportunidad que tenía, él y su hermano mayor competían por el cariño de su madre y su hermana.
- ¡Gracias! – les contestaba con una sonrisa – Pero su hermana debe comer lo suyo – la niña se abrazaba al cuello de Hibari en señal de no querer comer.
- No quiero – decía con la voz entrecortada por las lágrimas del berrinche.
- Renge, papá comerá contigo ¿está bien? – la niña miró a Mukuro y negó con la cabeza.
- Renge ¿comerías conmigo? – una voz extra se hizo sonar y de inmediato la cara de la niña paso a tener un brillo inigualable.
Bajo de los brazos de Hibari y corrió hasta el azabache de patillas rizadas con el que se había encariñado mucho.
- Hai – Caminó de la mano de Reborn hasta el comedor. Siendo seguida por los padres sobreprotectores y celosos que veían a Reborn como una amenaza para la integridad de su princesa.
– Vamos de vuelta Kyo, Ritsu – los niños sonrieron y acogieron con más fuerza la mano de su madre para regresar al comedor a ver a su hermana comer como se debe.
La increíble atmosfera que aquellos niños habían causado en el lugar era cálida y divertida. Cada día las travesuras de esos tres diablillos ponían en problemas a la madre que, sin descuidar el amor que les tenía, se ocupaba de todo lo relacionado con la familia y los problemas que esos tres causaban.
Las palabras de Gokudera eran verdaderas, esos dos que hasta antes de confesar su amor por Tsuna se habían llevado terriblemente mal, ahora parecían incluso buenos amigos que aún siguen con esa idea de matarse entre ellos.
Una suave brisa recorrió al castaño. Paró un segundo provocando miradas de confusión de sus hijos. Respiro profundamente y luego sonrió, su vida que había sido la de un completo Dame-Tsuna había cambiado por completo, aunque aún fuera malo en los deportes y en los estudios, ahora se sentía como un ganador.
Tenía a sus tres preciosos hijos y a dos hombres que amaba por completo, una familia que lo apoyaba en todo y sobre todo un agradable y hermoso sentimiento de amor que nunca antes había sentido.
- ¿Mamá? – los niños lo miraron extrañados.
- ¿Tsunayoshi? – Mukuro y Hibari que se habían quedado atrás por un segundo lo miraron preocupados.
- Los amo – confesó con una sonrisa llena de amor y con un leve sonrojo que lo hacía ver adorable.
Los semes lo miraron con una sonrisa en los labios y luego se acercaron a él para darle un beso en la mejilla con delicadeza.
- Y yo a ti – respondieron con una sonrisa que hizo sonrojar aún más a Tsuna.
Cada uno tomó a su hijo entre brazos y tomando la mano de Tsuna, caminaron hasta el comedor donde seguramente habría un buen ambiente entre Reborn y su princesa.
FIN
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EXTRA
- ¡Abuelito! – gritaron los niños emocionados en cuanto vieron entrar a la habitación al Nono.
- Je je je – reía alegre, sus nietos eran los niños más lindos de todo el mundo según él. Adoraba cuando ellos lo llamaban asi. - ¿Cómo se han portado?
- ¡Bien! – dijeron al mismo tiempo.
- Eso me imaginaba – sonrió alegre. – Por eso les traje esto – saco de su bolsillo tres paletas que había pasado ilegalmente de la vista de Tsuna.
- A mamá no le gustara que tomemos eso – dijeron los niños educadamente
- Me lo imaginaba de ustedes, siempre han sido tan fieles a su madre
- ¡La amo! – dijeron al mismo tiempo sorprendiendo al mayor.
- ¡Eres el mejor abuelito! – dijo la niña que se parecía mucho a su madre – ¡Te quiero! – el anciano empezó a reír con dulzura – ¡pero amo a Reborn-san!
Desde entonces el Noveno ha procurado estar presente cuando el azabache y la niña están juntos.
Fin.
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