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Kommátia Protoú por HokutoSexy

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X. SUPERIOR

(Capricornio)

 

SIDE A

Hello darkness, my old friend,
I've come to talk with you again,
Because a vision softly creeping,
Left its seeds while I was sleeping,
And the vision that was planted in my brain
Still remains
Within the sound of silence.

The sound of silence, Simon & Garfunkel.

 

 

Ojos azules, ni confíes ni te enamores”, eso es lo que decía el viejo dicho, o tal vez recordaba mal, ni siquiera sabía en dónde lo había escuchado o leído, ¿o es que se lo había dicho alguien? Era probable, que alguien se lo hubiese dicho… se auto engañaba… claro que sabía quién se lo había dicho, era ella… la que entrenó a su lado cuando eran muy jóvenes, de la que nunca volvió a pronunciar su nombre.

 

Cuando era niño pensaba que vivía en un mundo sin equilibrio alguno, en donde los que eran ricos y poderosos controlaban el destino de aquellos que eran menos afortunados. España era un baluarte de la fe, de las buenas costumbres y del progreso, o al menos eso era de lo que se vanagloriaban los españoles, aunque lo cierto era que vivían en una completa ignorancia y la mayor parte del tiempo se aferraban a costumbres ancestrales y hasta cierto punto esclavistas, eran esclavos de la fe, de una iglesia que bendecía a los adinerados y que sangraba al pueblo.

 

No hacía falta mucho entendimiento para darse cuenta de ello, a su escasa edad lo sabía. Él tenía fe, claro que la tenía, fe en Dios, fe en su palabra y en la bondad, pero se cuestionaba los alcances de la misma, y sobre todo, se cuestionaba el poder del Santo Oficio.

 

Rodrigo Villamayor y Modejar era su nombre, último heredero de los Villamayor, de una familia llena de renombre y títulos, de rancio abolengo, más rancio que abolengo. Los Villamayor habían acompañado al rey Fernando III en la reconquista de Sevilla alrededor de 1247, desde entonces se habían establecido justo en ese lugar, en Sevilla.

 

Siempre había deseado vivir en un mundo más justo, en un lugar en el cuál no hubiese tanta desigualdad, pero desde luego aquellos eran pensamientos peligrosos y deseos tal vez idealistas, más valía tener cuidado y no andar soltando declaraciones y discursos como esos en cualquier lugar.

 

Cristianos viejos, llamaba para sus adentros a la facción más ortodoxa de españoles.

 

Las espadas siempre le gustaron, toda la vida, incluso cuando fue mayor, las espadas representaron un placer culpable en su vida. Nunca se olvidó de Toledo, esa hermosa provincia en la que le hubiese gustado vivir, y de ser posible, si él hubiese podido elegir su oficio, habría sido un maestro herrero, un forjador de espadas. Ahí le regalaron la primera espada que tuvo, la que iniciaría una colección llamativa, la espada de Toledo: una cazoleta ricamente labrada con una caprichosa guarda y la vaina igualmente exquisita.

 

Sabía distinguir el peso exacto, el equilibrio, podía determinar si se mellaría o no, podía saber si sería una espada perfecta… así como años después, cuando empezó a entrenar para ser un guerrero de Atenea, supo que él mismo sería la espada perfecta… no importaba a qué precio, él conseguiría ser una espada sin parangón.

 

Cuando su fe se quebró y huyó después de interrumpir una condena del Santo Oficio, lo único que llevaba era la cazoleta toledana, Sagramore, el Arconte de Capricornio lo encontró, y fue el quién le mostro un camino distinto al de las leyes de la Iglesia y de los hombres, le enseñó un camino más justo para llegar a la humanidad y protegerla. El dejó de ser Rodrigo, y se convirtió en El Cid…

 

Mine…

 

Ella se llamaba Mine, ella que le hizo jurar que se convertiría en la mejor espada, y lo juró, en su lecho de muerte, carcomida por la tuberculosis, le prometió eso. Ella tenía los ojos azules…

 

Fue investido con el cargo de Arconte de Capricornio, y después de algún tiempo, cuando Zakros Oraios, el Arconte de Escorpión abdicó en favor de su alumno, Kardia, él y Sagramore regresaron a Atenas, abandonaron el refugio de la Sierra Nevada… se encontró con su verdadero destino.

 

Y lo primero que vio en aquel refugio magnifico, ancestral, piedra sobre piedra, fueron otros ojos azules, unos ojos curiosos y llenos de bondad, aunque la curiosidad normalmente era mayor. No se necesitaba ser muy listo para darse cuenta de que esos ojos azules le seguían interesados.

 

Aunque él, El Cid, no se volvió siquiera para mirarlo.

 

Colgó la espada cazoleta cerca de la cama, en la estancia privada de su templo. Su único recuerdo de España, lo único que había traído consigo. Estaba embebido con el brillo del acero toledano, parafraseaba otro de esos viejos dichos sobre las espadas… el que decía que…

 

—Bienaventurados los dioses y la gracia de Atenea que acoge al nuevo Arconte de Capricornio, ¿hay aquí refugio para el cansado visitante? —arguyó una voz masculina, aclarándose la garganta.

 

El Cid arqueó una ceja, ni siquiera tenía idea de qué tenía que contestar, claro que había leído las reglas mínimas de etiqueta y los códigos de comportamiento, así como los cientos de pasajes de Historia del Santuario, pero… no tenía preparada una respuesta para eso.

 

—Sí.

 

Fue todo lo que dijo, era más que obvio que se trataba de un guerrero de Atenea, sus cosmos lo delataba. Salió adusto al pasillo para encontrarse con el hombre que… caminaba muy quitado de la pena hacia donde él estaba sin haber esperado siquiera una invitación de su parte hacia la zona privada de Capricornio.

 

El español tuvo un ataque.

 

—¡Ah! Ahí estás… —el joven de cabellos castaños y ojos azules se acercó amistoso, le tendió la mano—, soy Sísifo Liberopoulos, Arconte de Sagitario, tenía ganas de conocer al alumno de Sagramore.

 

—El Cid —le contestó, le tendió la mano para saludarlo y la retiró de inmediato.

 

Sísifo ya se había internado a la estancia privada, sin más, y estaba ahí muy campechano contemplando sus cosas.

 

—Lo siento, no he esperado a que me invitaras a pasar… discúlpame —enrojeció el griego—, El Cid, ¿así te llamas?

 

—Sí.

 

—Vaya, nombre… ¿Como El Cid Campeador?

 

—Algo así… siéntate… estás cansado, ¿no? —le indicó una silla.

 

Sísifo acabó soltando una carcajada, a lo que El Cid puso mala cara, en primera le molestaban las invasiones, en segunda, las risas escandalosas y en tercera…

 

—No, no, sólo era parte del procedimiento para solicitar tu permiso, aunque como acto hospitalario, te lo agradezco.

 

—Ah… —farfulló azorado.

 

—Una espada española… no había visto otra, el Strategos Sage tiene una… ¿De dónde es? —y sin más, el tesalio se lanzó hasta la cama y la descolgó, la sacó de la vaina con nula destreza, como se si tratara de un hilacho y empezó a jugar con ella.

 

El hispano se quedó boquiabierto de aquel acto invasivo, impío… e imprudente… le dieron ganas de darle una patada en el culo y echarlo.

 

Y recordó aquello de… “si una dama saca de la vaina la espada, la dama tiene que ser besada”, ¡pero esa de ahí no era una dama! ¡Y tampoco lo iba a besar!, se agachó a tiempo antes de que el otro le diese con ella en el rostro.

 

—Eres muy torpe, deja eso ahí —murmuró quitándole la espada de las manos y guardándola—, ¿te han dicho que no puedes ir por ahí desenfundando espadas así?

 

—Lo siento… —comentó apenado—, traje algunas cosas para ti, higos, queso, vino… lo he dejado todo en la entrada, acepto una copa de vino.

 

—¿Vino?

 

—Sí, muchas gracias.

 

—Era una pregunta, no un ofrecimiento.

 

—Por eso, acepto, gracias…

 

—Hablas demasiado… —farfulló saliendo de la cámara privada, seguido de cerca por aquel hombre griego que le preguntaba esto o aquello, iba hablando tras él como si nada.

 

Ojos azules, ni confíes ni te enamores”.

 

 

 

SIDE B

There's a feeling I get when I look to the west,
And my spirit is crying for leaving.
In my thoughts I have seen rings of smoke through the trees,
And the voices of those who stand looking.
Ooh, it makes me wonder,
Ooh, it really makes me wonder.

Stairway to heaven, Led Zeppelin.


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