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Engendrando el Amanecer I por msan

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Notas del capitulo:

Con este capítulo ya estamo igual en todas ls plataformas en las que tengo la novela. 

Me gustaría saber su opinión 

—He equivocado la pregunta... —susurró Maurice, cansado, cuando abrió los ojos y me descubrió de pie, contemplándolo. Luego, sonrió y me invitó a acercarme.
—Ahora soy yo el que no entiende... —bromeé, dejando atrás mi mal humor para sentarme a su lado.
—La pregunta no debía ser si Miguel y Raffaele sufrían porque su amor es un pecado, sino qué es amor y qué es pecado.
—Ahora sí que me has confundido.
—Por supuesto. Tendrías que haber estado dentro de mi cabeza para entenderme. He pensado en tantas cosas a la vez que terminé mareado. Al final, me di cuenta de que lo único que importa es que ellos están sufriendo.
—En eso te doy la razón.
—Recuerdo sus rostros sonrientes años atrás. —Cerró los ojos por un momento, parecía estar paladeando sus memorias. Cuando volvió a abrirlos, vi una profunda convicción en ellos—. Quiero que vuelvan a ser felices. Los dos eran excelentes personas, y no lo digo porque los quiero, sino porque los vi ser generosos, buenos, honestos, amables y valientes. Pero han cambiado...
—¿Porque se enamoraron el uno del otro? —pregunté con recelo.
—No, cambiaron desde que se separaron.
Me explicó que sus primos comenzaron su amorío después de que él ingresó interno en un colegio de la Compañía de Jesús. Se enteró años después, cuando ya había decidido ser jesuita y acababa de entrar en el noviciado.
—Miguel me lo confesó en una de sus visitas. Se mostraba muy feliz, pero a mí no me hizo ninguna gracia. Le escribí una horrible carta a Raffaele. Él jamás contestó y no volvió a visitarme a partir de entonces. Esa carta nos separó. Perdí a Raffaele por mis celos y mi orgullo que me hizo creerme con derecho a ser su juez... —Se cubrió los ojos con el brazo. Por su voz, adiviné que contenía las ganas de llorar.
No volvieron a verse hasta que el viejo Théophane obligó Maurice a abandonar e Noviciado y lo trajo a Francia. Su primo actuó como si nada hubiera ocurrido.
—Yo sabía que ya no eran amantes. Miguel me contó una gran farsa durante otra de sus visitas al noviciado. Dijo que habían terminado porque todo había sido un juego y ya se habían aburrido... ¿Cómo es que no me di cuenta? Miguel se veía tan triste cuando me visitaba en el noviciado... Y Raffaele estaba tan extraño cuando volvimos a encontrarnos en casa de mi padre. Debí saber que toda su ruidosa alegría era fingida. Pero yo sólo pensaba en mí mismo, en mi deseo de marcharme al Paraguay... ¡Soy un miserable!
Lloró mientras se mordía el labio para no gemir. Puse mi mano sobre su pecho, queriendo transmitirle algo de consuelo. Tenía un doloroso nudo en la garganta que no me dejaba hablar.
—Ellos cambiaron por completo durante mi estancia en el Paraguay —siguió lamentándose—. Miguel se volvió cruel. Tiene fama de ser uno de los oficiales más sanguinarios del ejército español. Y Raffaele se convirtió en un libertino, violento y capaz de... ¡Oh, Dios, quisiera retroceder en el tiempo y volver a los días en que corríamos por el campo buscando tesoros!
—Maurice, no te mortifiques más.
—Me desentendí de ellos por completo. Ahora dudo de si mi partida al Paraguay fue algo más que un deseo de aventuras, de escapar de una vida sin sentido.
—¿Y qué si lo fue? No te atormentes por cosas que no puedes cambiar.
—Tienes razón. —Descubrió su rostro, lucía decidido—. El pasado es inalterable. Tengo que concentrarme en lo que puedo hacer ahora para que mis primos se reconcilien y sean felices.
—¿Estás aceptando la relación entre Miguel y Raffaele?
—¿Qué otra cosa puedo hacer? Tal y como tú has dicho, el hecho es que ellos se aman. Los dos se necesitan, sufren y se vuelven personas terribles cuando no están juntos.
—¿Hablas en serio? —Sus palabras me habían tomado completamente por sorpresa.
—Es obvio que lo suyo no ha sido un juego ni algo que puedan dejar atrás. También es evidente que su relación se ha desvirtuado. El amor no tiene nada que ver con lo que Raffaele le ha hecho a Miguel, o con todo el odio que han mostrado entre ellos. En algún momento, su amor se ha vuelto un pecado.
Comenzó una disertación acerca de lo paradójico que resultaba la fusión de contrarios en que se había convertido la relación entre sus primos. Yo lo veía tratar el asunto como quien baraja nociones pitagóricas. Le recordé que estaba hablando de los sentimientos de dos seres humanos que no podían ser diseccionados como él pretendía hacerlo. Sobre todo porque no tomaba en cuenta lo avasalladora que podía ser la atracción sexual.
—Esos sentimientos tienen manifestaciones tangibles que pueden ser sopesados fácilmente —me respondió como si mis reparos fueran tonterías.
En ocasiones como esas, era capaz de helarme las entrañas. ¿Cómo veía al mundo y a las personas Maurice? ¿Acaso no éramos más que incógnitas para él? ¿Jamás iba a tomar en cuenta aspectos tan poco controlables como el deseo y la pasión?
Empezó por hablarme de la descripción del amor que daba San Pablo en su primera carta a los corintios y la que aparecía en el Evangelio de Juan. Según estos textos, el amor se manifestaba en actitudes de benevolencia como la paciencia, el perdón y la confianza. Y adoptaba tal radicalidad que llevaba a la entrega total, dando la vida por los que se ama. Confrontándolo con esto, el amor entre sus primos no pasaba el examen.
—Se que al principio no fue así —afirmó—. Su relación se convirtió en un pecado en el momento en que empezaron a hacerse daño. Raffaele ha sido quien ha arruinado todo, pero te aseguro, Vassili, que no he conocido persona más atenta y generosa que él. Siempre ha sido orgulloso, impulsivo y caprichoso, pero a la vez, era bueno... era incapaz de hacer daño. Lo que ha hecho ha sido algo impropio de él. Estoy seguro que está arrepentido y puedo imaginar lo que ha sufrido y está sufriendo.
Estaba claro que Raffaele nunca caería del pedestal en el que Maurice le tenía. Puede que discutiera con él todo el tiempo, que le reprochara su atracción por los hombres, que se escandalizara de muchas de sus actitudes, que le enfureciera la manera en como siempre quería obligarlo a hacer su voluntad, y sobre todo, que le incomodaran sus manifestaciones poco ortodoxas de afecto. No obstante, era indudable que Maurice amaba con veneración a su primo, porque en lugar de condenarlo al descubrir lo profundo que había caído, estaba haciendo todo lo posible por salvarlo.
Comprobar esto me alivió en ese momento, sentía una gran simpatía y compasión por Raffaele, y no quería que Maurice se pusiera más en su contra. Sin embargo, también hizo que la implacable serpiente de los celos se revolviera en lo más profundo y oscuro de mi corazón. Aquella bestia seguía creciendo en silencio, esperando el momento en que yo no pudiera contenerla más.
—Debe haber una manera de que ellos puedan estar juntos sin que sea pecado —afirmó, preocupado al final.
—Si crees que Raffaele puede estar con Miguel sin llevárselo a la cama, estás muy equivocado.
—No me estoy refiriendo a eso. ¿Por qué parece que es lo único en lo que piensas? Además, ya te he dicho que de asuntos de cama Jesús habló muy poco. En cambio, la mayoría de las páginas de los Evangelios se refieren a seguirlo como Maestro, cumpliendo sus enseñanzas: buscar el Reino de Dios, amar hasta a los enemigos, no ser ambiciosos, tratar a todos como hermanos poniendo nuestra confianza en el Padre Celestial. Ah, y no olvidemos el servir en lugar de buscar ser servido, tratar a los necesitados como si fueran el mismo Cristo, ser misericordiosos como Dios lo es... Ya ves, Nuestro Señor estaba más interesado en que nos amáramos como Él nos amó, que en asuntos de cama.
— ¿"Ama y haz lo que quieras", como decía San Agustín?
—Exacto. Aunque la frase la haya dicho él, es del todo cierta. Sin embargo, amar no es algo simple. Quizá sea la mayor hazaña que pueda un ser humano realizar ya que implica dar la propia vida y actuar desinteresadamente. No sé si Dios admite la relación de Raffaele y Miguel. De lo que sí estoy seguro es que no le agrada que se odien y se hagan daño. Lo que Raffaele hizo y todo ese odio que han destilado el uno contra el otro, eso claramente es pecado. Así que mejor que estén juntos como amantes a que se odien separados.
Aquello era el argumento más extraño que yo había escuchado. Miguel y Raffaele debían volver a estar juntos porque esto era un "mal menor" comparado con la manera en que se desquiciaron cuando no pudieron estarlo. Y su relación no sería pecado si realmente se profesaban un amor sin sombra de egoísmo, violencia o resentimiento. Tengo que reconocer que Maurice me sorprendió. Ni en mis sueños podría haber imaginado que llegara a semejante conclusión. También hizo brillar la esperanza.
—¿Y nosotros, Maurice?
—Tú eres mi mejor amigo. —Acercó su mano a mi rostro, y dibujó el contorno con su dedo.
—No quiero ser tu amigo, lo que quiero es ser tu amante —susurré, suplicante.
—Yo daría mi vida por ti sin dudarlo, Vassili, pero no quiero ni puedo ser tu amante. He hecho votos, ¿recuerdas? Además, lo nuestro no se asemeja a la relación entre Raffaele y Miguel. Ellos se han querido desde hace mucho. Es probable que esto se deba a que Miguel se vistió como niña muchos años y nosotros lo asumimos como tal.
—Te aseguro que Raffaele no tiene ninguna confusión al respecto. De hecho, creo que su gusto está claramente definido, prefiere hombres bajo las sábanas.
—¿Y tú cómo sabes eso? —Su rostro se tensó y sus ojos adoptaron un fulgor fiero.
—¡No viene al caso! —me apresuré a decir, maldiciendo mi torpeza.
—¿Acaso tú y Raffaele...?
—¡No cambies el tema! —exageré mi enojo para evitar que insistiera en el asunto—. Lo que estás diciendo es una falacia. Aceptas que Raffaele y Miguel estén juntos, pero no quieres aceptar lo que siento por ti.
—No es que no lo acepte. Es que prefiero que no sea cierto porque no puedo corresponderte. Ya te lo he dicho, tengo votos...
—¡Miguel está casado y prefieres que esté con Raffaele que con su esposa! ¿Por qué no reconoces que no sientes nada por mí y te dejas de rodeos?
—Porque te quiero, Vassili, de eso no tengo dudas. Pero la manera en que tú deseas que lo haga, no es posible.
—¿Por tus votos...? —protesté.
—Sí.
—Te equivocas. Amar a alguien no tiene que ver con compromisos o lógicas. Tiene que ver con cosas que no se controlan. Con sentimientos y deseos. Si me amaras de verdad, sentirías el deseo de ser uno conmigo de tal manera que todos tus razonamientos se caerían a pedazos. Sentirías que tu corazón se desboca y aquí... —Puse mi mano en su entrepierna—, aquí no podrías controlarte.
Se quedó pasmado. Me incliné sobre él y lo besé. Mi gran sorpresa fue sentir un temblor bajo mi mano derecha. Era su miembro reaccionando de inmediato. ¿Acaso había sido así antes? ¡Qué gran idiota fui por no darme cuenta hasta ese momento! Una cosa era lo que Maurice decía, y otra lo que su cuerpo gritaba.
Trató de separarse. No se lo permití. Continué besándolo. El sabor de sus labios me enloquecía, estaba tan hambriento de ellos. Empecé a masajearle la entrepierna al mismo tiempo. Sus manos se crisparon, su cuerpo se estremeció y su resistencia perdió toda fuerza. Continué acariciándolo sin piedad, lamiendo su cuello, susurrando su nombre al oído.
Él estaba completamente indefenso. No podía coordinar sus movimientos bajo el poder de las sensaciones que yo le provocaba. Podía percibir su miembro abultándose progresivamente bajo la tela y al mío endurecido sufriendo por explayarse libremente. Cuando dejé de besarlo y lo contemplé, me di cuenta de que su rostro mostraba terror. Me paralicé.
—Basta por favor... basta —suplicó.
—Creí que eras incapaz de sentir deseo, Maurice —le acusé—. Me alegra equivocarme.
Él se ladeó, dándome la espalda.
—No vuelvas a hacer algo así...
—No puedo prometerte eso. Ahora mismo, no soy capaz de detenerme.
Le obligué a mirarme y quise volver a besarlo. El intento rechazarme, y por error, afincó su pie herido en el suelo. El dolor lo hizo gritar. Me sentí culpable y traté de ayudarle.
—Lo siento, Maurice.
—Déjame solo...
—Te llevaré a tu cama.
—No, déjame por favor.
—Lamento...
—¡No vuelvas hacerlo! ¡No vuelvas a tocarme de esa forma jamás!
—¿Te repugna? —pregunté, aterrado.
—¡Por favor, déjame solo! —Cubrió su rostro con sus manos.
Salí del recinto secreto, sintiéndome escoria. Sin embargo, no podía irme y dejarlo tirado cuando no podía caminar. Me quedé contemplando el cielo por la ventana de su habitación. Esperaría, soportando la humillación y el miedo que me invadían. ¿Acaso había destruido nuestros lazos irremediablemente?
El azul del firmamento evocó el recuerdo de Sora. Lo vi envuelto en su kimono, invitándome a la cama. No era la imagen más adecuada para calmar mi ansia. Pensé en cómo podía tenerlo todo con Sora y casi nada con Maurice. Aun así, no había manera de cambiar mi corazón.
Amar no es algo que se empiece o se termine cuando uno decide. Hay algo de fortuito e incontrolable en la cuestión. Pensé entonces, y aún lo considero igual, que si existe alguien capaz de imperar sobre el corazón humano, determinando a quién amamos y a quién no, debe gozar haciéndonos sufrir, dirigiendo nuestros anhelos hacia quien menos nos conviene. Deseé aquel maldito día no amar tanto a Maurice.
Para cuando le escuché moverse, intentando levantarse, mi mente ya me había atormentado con toda clase de malas previsiones para el futuro. Me acerqué a él y le tendí mi mano. La sujetó a regañadientes. Le ayudé a ponerse de pie, y luego lo levanté en mis brazos.
—No... —empezó a decir.
—Tranquilo, no voy a hacerte nada.
Podía sentir su cuerpo rígido. La expresión de incomodidad en su rostro no me dejó dudas. Las cosas ya no serían igual entre nosotros. Pidió que lo dejara en un sofá frente a la ventana y que llamara a Raffaele.
—¿Qué vas a hacer? —pregunté, preocupado.
—No le dije nada después de que me contó aquello. Quiero hablar con él, debe estar sintiéndose muy mal.
Accedí, esperando que las cosas mejoraran. Raffaele entró en la habitación como un condenado a muerte. Miguel y yo esperamos afuera.
—Maurice es capaz de cualquier cosa... —murmuró Miguel, preocupado, mientras se sentaba en el suelo del corredor, dejando de lado toda su elegancia de alcurnia.
—No temas, lo vi muy dispuesto a perdonar a Raffaele.
—Eso espero. Todo lo que él dice afecta a Raffaele terriblemente. Lo quiere mucho.
—¿Por eso nunca le dijiste lo que pasó?
—Fue más porque no quería que Maurice también sufriera.
—¿Has perdonado a Raffaele?
Por la expresión de su rostro, supuse que la pregunta no tenía aún respuesta. Terminó cabizbajo, sumido en sus propios dilemas. Yo sabía que Maurice estaba en la mejor disposición hacia Raffaele, así que no me preocupaba. Por otro lado, tenía mis propios dilemas en los cuales enfrascarme.
Ahora sabía que no le resultaba indiferente. El problema era que su rostro aterrado me indicó que, si bien podía excitarle, le repugnaba que lo hiciera. Me recriminé mi falta de dominio, convencido de que si no había perdido a Maurice para siempre, estaba muy cerca de que eso pasara.
Ante semejante panorama, me excusé con Miguel y bajé al primer piso. Quería dejar de pensar, y la mejor manera era acordar una cita con Sora. Busqué a Asmun para que se encargase de hacer los arreglos, pero nadie sabía a dónde se había metido. Los otros dos sirvientes Tuareg que Raffaele trajo con él desde Nápoles, habían salido a buscarlo.
Descorazonado por no poder reservar a Sora para esa noche, y preocupado por el muchacho, me dirigí al invernadero. Quería agradecerle a Pierre por haber sacado a Maurice del Salón de música y distraerme con su parloteo. Me llevé la sorpresa de que no se encontraba solo, un Asmun muy borracho le estaba haciendo compañía.
El anciano tenía una expresión mortificada mientras intentaba arrebatarle la botella, la segunda que le vaciaba. Además de soportar la letanía de quejas contra Raffaele que le soltaba en italiano.
Yo pude entender perfectamente lo que decía. Imagino que esperaba que Pierre no lo hiciera, y por eso, maldecía abiertamente a Raffaele, acusándolo de ser un mal hijo, arriesgando su vida a pesar de saber que el Duque no sobreviviría si le perdía. Lo curioso era que Asmun llamaba a éste "padre".
Me conmovió la veneración que mostraba hacia su patrón. Recordé lo que nos había contado en Versalles y comprendí mejor su reacción ante la locura del duelo. Sentí la tentación de felicitarlo por abofetear a Raffaele.
—Monsieur, gracias a Dios que ha venido —exclamó Pierre cuando me acerqué a ellos—. Este muchacho va a desmayarse si sigue bebiendo así.
—Y te va a dejar sin vino...
—No quería mencionar ese detalle, pero efectivamente, parece una cubeta sin fondo y ya ha consumido todo lo que mi benefactor me dio.
—No te preocupes, te repondré lo que has perdido. Aunque tienes razón, no conviene que beba más... —Quise quitarle la botella al muchacho. Él se abrazó a ella y murmuró algunas maldiciones antes de quedarse dormido.
Me sorprendió ver el rostro de Asmun. Se había descubierto un poco para poder beber. Comprobé que no me había equivocado en mis suposiciones, era muy atractivo. Tuve el impulso de quitarle todo aquel envoltorio azul para verle bien, pero temí que fuera algo muy ofensivo para su gente.
—Que se quede con esa botella —declaró Pierre con una sonrisa pícara mientras descorchaba otra.
Al primer trago, me sentí fatal. Recordé de la peor manera que no me había llevado nada al estómago en todo el día.
—¿Qué pasa, Monsieur? Le aseguro que es buen vino.
—No es eso, es que me muero de hambre...
—¿Ah, no le da vergüenza venir a pedir pan en la casa del pobre?
—Yo no estoy pidiendo nada.
—Pero yo se lo doy, Monsieur, porque soy un hombre generoso. —Soltó una carcajada mientras rebuscaba en una cesta bastante grande que tenía junto a sus herramientas. Sacó una hogaza de pan envuelta en un paño limpio y me la ofreció—. Es lo más decente que tengo, está reciente. Yo mismo lo robé de la cocina porque Agnes no me da más que sobras.
—Esa mujer no debería tratarte así. Hablaré con Raffaele... —dije mientras aceptaba un pedazo de pan.
—Oh, no le diga nada, por favor. Ella es capaz de envenenarme si el joven Raffaele la regaña por mi causa. La vieja Agnes sólo quiere obligarme a largarme de aquí, pero yo no pienso irme de este palacio.
—En cambio, yo me marcharía a cualquier lugar donde me trataran mejor.
—¿Quién contrataría a un viejo jardinero? Además, quiero ver el final de la historia, ya que he sufrido el principio. Quiero ver si los hijos resultan mejor que los padres. Si el joven Duque es capaz de romper todas las maldiciones del viejo degenerado...
Se echó a reír como loco mientras se servía otro vaso de vino. Supuse que toda su perorata no era más que el delirio de un borracho. Aunque sus palabras me resultaron igualmente turbadoras.
Devoré mi frugal desayuno, mientras comenzaba ya el atardecer, pensando en cómo el hambre podía transformar un simple pedazo de pan en un banquete. De cualquier forma, pensaba pedir algo mejor después. La vieja desagradable de Agnes no se atrevería a darme a mí las sobras.
Asmun despertó y volvió a beber. Noté cierto aire familiar en sus facciones, y me surgieron las ideas más descabelladas. En cuando se dio cuenta de que le estaba mirando, se incomodó, volvió a cubrirse e intentó levantarse para marcharse. Tuve que sostenerlo para que no terminara en el suelo.
Entre Pierre y yo logramos que caminara hacia el palacio, aunque pronto no fue capaz de coordinar sus pasos y se hizo necesario arrastrarlo. En el trajín, su turbante comenzó a desarmarse y yo esperaba que terminara de caérsele.
Cuando llegamos a los pies de las escaleras del palacio, los otros sirvientes Tuareg vinieron en nuestro auxilió, uno de ellos tomó a Asmun en sus brazos. Lamenté no haber visto el rostro del chico por completo. Me intrigaba la razón por la que insistía en usar su turbante todo el tiempo cuando sus compañeros no lo hacían.
—¡Qué gente más rara! —comentó Pierre como si se hiciera eco de mis pensamientos—. No sé cómo soportan llevar la cabeza envuelta y vestir siempre de azul. Incluso cuando visten a la francesa.
—Deben extrañar su tierra...
—¡Bah! Yo estaría agradecido de dejar de vivir en un desierto. Monsieur, ¿quiere ayudarme a terminar la única botella que me ha dejado el muchacho?
—Por supuesto. Y aquí tienes. —Le extendí una bolsita de tela con suficiente dinero para varias botellas del mejor vino—. Esto es por haber rescatado a Maurice de su encierro.
—Gracias, Monsieur, pero yo no hice nada. El joven Maurice se escapó por la ventana.
—¡¿Qué?!
—Cuando vine hacia el palacio, lo vi descendiendo por la pared como si fuera una ardilla. Tenía tanta prisa que saltó desde muy alto, seguro se hizo daño. Sigue siendo igual que antes. ¿Sabía que se escapó de la misma manera cuando era niño? Su madre lo encerró para que no viera a su padre, uno de esos días en que vino a visitarlo. Ya sabe que ellos se separaron por un desliz del Marqués, ¿verdad? En esa ocasión, el pequeño Maurice casi nos mató del susto a todos. El joven Duque trepó por la pared para atraparlo antes de que se hiciera daño... ¿Qué le ocurre, Monsieur? Se ha puesto muy pálido.
Me senté en el último escalón para recuperarme de la impresión. La altura de la ventana por la que Maurice escapó era mortal. Si hubiera resbalado mientras descendía... ¡No, no quería pensarlo!
Pierre insistió en que le acompañara a beber, pero yo quería ver a Maurice. Abrazarlo. Asegurarme de que estaba a salvo. Era algo irracional porque bien sabía que se había librado del peligro. Sin embargo, no podía evitar angustiarme al pensar en lo cerca que estuve de perderlo definitivamente. Ya no me importaba que no me correspondiera, lo único que importaba era que estuviera ahí, cerca de mí. Vivo. Los seres humanos somos tan frágiles y la muerte es tan despiadada.
Eché a correr. Mi corazón golpeaba desbocado mientras intentaba llegar a su habitación. Encontré a Miguel aún en el suelo, abrazado a sus piernas flexionadas, con una triste expresión en su bello rostro. Era como tener a otra persona ante mí. No había rastro de orgullo, prepotencia y odio. Se mostraba como un hombre vulnerable y tan asustado como yo.
—¿Aún siguen hablando? —pregunté.
—Sí, no me atrevo a interrumpirles. Al menos, no los he escuchado gritar, por lo que creo que va todo bien. —Sonrió con tristeza.
—Vamos. Veamos qué hacen.
—Pero...
—¿Sabías que Maurice escapó por la ventana del salón de música?
—¿Qué? ¡No! ¡Pudo haberse matado!
Ya no fue necesario dar explicaciones. El mismo Miguel abrió la puerta y entró sin tocar, muy dispuesto a regañar a su primo pequeño. Los dos nos detuvimos al ver a Raffaele sentado junto a su cama, con la cabeza recostada en el pecho de Maurice, y a éste abrazándole. ambos lloraban en silencio.
Acabábamos de interrumpir una escena conmovedora, sin duda, pero la serpiente de los celos borró toda empatía, envolviéndome, haciendo estremecer todo mi cuerpo al insinuarme la amenaza latente que representaba tanta intimidad entre ellos. Pude a duras penas convencerme de que no tenía nada que temer, de que lo que existía entre los dos era un lazo fraterno, nada más. Pero era difícil obviar lo que habían hecho en su infancia y desestimar mis temores.
Al saber lo del escape de Maurice, Raffaele también se alarmó. Todos lo regañamos por su imprudencia, él nos miró como si no entendiera por qué nos fijábamos en detalles sin importancia.
—No iba a dejarlos morir —respondió—. Además, es muy fácil trepar por las pareces de este palacio.
—¡No vuelvas a hacerlo jamás! —le conminó Raffaele—. ¡Estoy harto de pasar sobresaltos contigo! Reconozco que está vez ha sido por mi culpa, pero no vuelvas a hacer algo así.
—No lo haré, ya que supongo que se han terminado los duelos.
—Por supuesto —se apresuró a responder Miguel.
Maurice le tendió su mano y éste se acercó para tomarla.
—¿Has perdonado a Raffaele, Miguel? —preguntó con delicadeza.
—Él no quiere ser perdonado y... yo no sé cómo hacerlo —respondió, bajando la cabeza—. Pero he aceptado el hecho de que odiarlo me hace daño porque aún lo amo. —Se irguió y posó sus bellos ojos azules, llenos de lágrimas represadas, en Raffaele—. Quiero dejar atrás todo lo que me hizo. Quiero recuperar lo que una vez tuvimos juntos, aunque temo que sea imposible.
—Voy a pasar el resto de mi vida lamentando lo que hice —le contestó Raffaele, mirándolo con una expresión que encerraba tanto dolor como dicha, pero sin atreverse a acercarse a él—. Ya que no quisiste matarme, la vida que me has dejado voy a dedicarla a hacerte feliz, Miguel. Incluso si me pides que deje a mi padre lo haré.
—No hagas promesas que no vas a cumplir. Sé cómo amas a tu padre. Además, ya no pienso que huir sea la solución, las cosas han cambiado. Ahora tengo una esposa y un hijo, no puedo dejarlos...
—Entonces...
—Entonces, no tengo idea de qué haremos.
—Ser amantes en secreto —intervino Maurice, mirándolos como si fueran idiotas por no entender algo tan elemental—. No serían los primeros ni los últimos.
—El jesuita recomendando semejante cosa —exclamó con gracia Raffaele, fingiendo escándalo
—¿Qué remedio? Ante dos necios como ustedes, no queda otra que encomendarnos a la misericordia divina. Si está bien o mal lo que sienten el uno por el otro, ya lo veremos por sus frutos.
—¿Frutos? —preguntó Raffaele, extrañado.
—Si pueden hacerse felices el uno al otro o no... Miguel, rogaré para que consigas olvidar y perdonar algún día. Raffaele, sé bien que no volverás a herirlo y espero que puedas llegar a absolverte.
Estrechó las manos de sus primos con más fuerza y los atrajo hacia sí, obligándolos a quedar muy cerca el uno del otro. Luego, unió sus manos. Es probable que fuera la primera vez que ellos se tocaban en años, sin contar los golpes que Miguel le propinó a Raffaele en la mañana. No sé si el propio Maurice se dio cuenta de lo que estaba haciendo, o si su plan era precisamente obligarlos a sentirse el uno al otro. Lo cierto es que el gesto sobresaltó a sus primos.
Se quedaron viendo sus manos unidas entre las de Maurice como si fuera algo temible. Ninguno de los dos se atrevió a levantar la vista para ver al otro. Sentí verdadera pena por ellos, estaban tan cerca y a la vez tan infinitamente lejos.
—Confío en que puedan ser felices juntos —concluyó Maurice, sonriéndoles, mientras retiraba con cuidado sus manos.
Por un momento, pensé que presenciaba un ritual de matrimonio y que mi muy jesuita amigo lucía encantador como sacerdote. Sonreí ante la ironía del asunto. Maurice estaba dándole otra luz a una relación que se encontraba desde todos los ángulos condenada. Pero, a la vez, se negaba a aceptar la que yo anhelaba vivir con él. Quizá el que tenía peor suerte era definitivamente yo.
Durante unos segundos, los dos primos permanecieron con sus manos simplemente yuxtapuestas. Raffaele fue el primero en retirar la suya con lentitud. Miguel entonces la atrapó y estrechó con cierta timidez. No puedo describir el asombro en el rostro del heredero de los Alençon. Miró aquella mano enguantada que lo sujetaba como si fuera un milagro.
—Quizá podamos... —susurró Miguel con toda su incertidumbre contenida en un hilo de voz.
Raffaele volvió a mirarlo a la cara, y debo decir que me conmoví hasta las lágrimas ante la escena. Al fin se contemplaban el uno al otro, al fin se encontraban.
—¡Te amo! —gimió Raffaele, abrazando a Miguel. Éste se aferró a él y rompieron a llorar.
Me sentí como si fuera yo mismo el que alcanzara lo que había buscado en vano durante años. Y al contemplar a Maurice, descubrí que también estaba dichoso y conmovido.
Aquel podría haber sido un momento perfecto si nuestras miradas no se hubieran cruzado también. Mi amigo se mostró incomodo ante mí, su sonrisa se borró al instante, y enseguida dirigió su rostro hacia otro lado para no verme más.
¿Dónde estaba el joven que me había permitido compartir su cama o invitado a bañarme desnudo con él en el lago? Yo había traicionado su ingenua confianza, y ahora lo incomodaba. No pude ocultar el dolor que su reacción me produjo, y salí de la habitación tratando de no correr.
—Lo he echado todo a perder —me dije a mí mismo, mientras me apresuraba a bajar las escaleras sin rumbo fijo.
Terminé en el salón oval, donde pude llorar a gusto. Realmente había arruinado todo. Ahora existía una distancia entre nosotros, una que se haría más grande en la medida en que él comprendiera lo imposible que resultaba para mí dejar de desearlo y yo me convenciera de que él no iba a ceder. Era el fin para nosotros.
Temblé de rabia y frustración de pies a cabeza. Seguía siendo desesperante imaginar mi vida sin él alrededor. No me resignaría nunca. No lo aceptaría jamás. Iba a valerme de lo que fuera necesario para hacerlo mío. Incluso de la gratitud que me debía por haberle ayudado a evitar el duelo.
Sabía que era fácil manipular su ingenuo corazón y hacerlo sentirse en deuda conmigo, e incluso hacerle temer el daño que me haría si me rechazaba. Estaba dispuesto a todo. Y aunque en ese momento no me atreví a confesarlo, en ese todo podía estar contenido lo más vil.
Mi amor se contaminó con mi orgullo y mi lujuria, con mi inmadurez y mi egoísmo, hasta convertirse en algo destructivo e irracional. Tanto que, para vengarme de su rechazo, me marché al Palacio de los Placeres, dispuesto a buscar entre las piernas de Sora el placer que Maurice me negaba.
Cuando al fin terminó aquel día, me encontraba con Sora durmiendo entre mis brazos y una espantosa sensación de vacío incrustada en mi pecho. A duras penas pude conciliar el sueño, anhelando dejar todo atrás antes de que la frustración se convirtiera en la más espantosa furia y terminara haciéndole daño a quien más amaba.
 

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