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Nuestra Vida en Una Relación por TheSexiestDiva

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Notas del capitulo:

Nota; Súper Maga importante: Hi chik´s :). /Diva: Hoy tenemos que decirles algo, wow, como dijimos muy importante/ Es el triunfo de todas las FanGirl´s y FanBoys´s, es ¡¡AAAA!!/ Diva: ¡¡AAAAAA!!/ ¡AAAAAAA!/Diva: ¡¡AAAAAAAA!!/ Diva y Yo: ¡¡AAAAAAA!!/ Ok ¡ya! al grano. Aquí en México existe un programa de crítica y análisis televisivo, y somos fans de dicho programa. En fin. Este fin de semana hicieron un especial dedicado al anime, la gente voto y se hizo un top 35 de las mejores series, lo importante es que el tercer y segundo lugar lo ocuparon series Yaoi: Sekaiichi Hatsukoi y Junjou Romantica *o*. Una de mis amix dijo que los tres primeros lugares eran Yaoi, pero solo si lo vemos de cierta forma, porque la serie no es yaoi como tal. En cuanto posten el video en el canal oficial de ese canal televisivo, les pasamos el link, porque… ¡¡es televisión nacional y gano el Yaoi!! Es algo que debemos celebrar n_n/ Diva: pues ya las dejamos

Súper tarde de nuevo u.u. Lo sabemos y lo lamentamos
Diva: esto. Bueno gracias por comentar el capi pasado n_n, y no creernos unas malditas n_nU (pero siendo realistas fuimos unas malditas)
En fin… e_eU… como que ya fue mucha espera y no quieren escuchar nuestras escusas, así que sin preámbulos, el tema del capi: muerte
Diva: y esperamos que lo disfruten

Quédate

Todo el día había sido una carrera sin final, desde que se separaron a puertas de Suna hasta ahora, más de veinticuatro horas después. Ahora Deidara iba con pasos exasperantemente lentos, el corazón se le retorcía y estrujaba con cada latido, el pecho le dolía, los pulmones le ardían, el aire le faltaba, no terminaba de formar ideas en su cabeza. No podía creerlo, esa pelirosa y la abuela de Sasori se habían encontrado con los demás shinobis de Konoha. Sabía que Sasori  no las dejaría escapar tan fácilmente… más bien jamás las dejaría escapar, y la opción de que ese par de ineptas hubieran logrado derrotar a su Danna, se hacía inverosímil en su cabeza. Pero. De alguna manera la realización de eso al verlas llegar, fue tan fuerte como si una casa entera le callera en la cabeza.

Ahora su sangre, bombeada con dolorosa desesperación le quemaba las venas, como magma, demasiado espeso, demasiado caliente. Sus pasos cada vez más perezosos, como si de pronto sus piernas pesaran una tonelada y no pudiera moverlas, cada movimiento se le dificultaba más que el anterior, el aire se le atoraba en la tráquea, sus pulmones se comprimían y el corazón seguía estrujándose como un trapo viejo. De pié ahí en lo que había sido una cueva, donde ahora solo quedaban escombros, retazos de una lucha magnánima, todas las piezas de madera quebradas, las miradas siempre vacías y escalofriantes de los restos de las marionetas de su Danna, fijas en su perezoso andar.

La sombra de la noche le daba un toque aun más macabro al cementerio de marionetas. Su cerebro no procesaba hacia donde iba, sus pies torpes y agarrotados, dirigían la marcha, parecían los únicos capaces de razonar y andar hasta donde sabían se encontraba el marionetista. Llegó hasta lo que parecía el punto central de la “cueva”, y sus piernas temblorosas por fin cedieron. Cayó de rodillas delante a una figura encapuchada, vestida con una de las típicas túnicas purpureas y raídas que las marionetas de Sasori usaban. Estaba de espaldas, sobre un charco de sangre  demasiado espesa y muy negra, pero el cabello como llamas infernales lo delataba. Era Sasori.

No supo si gritó, gimió o chilló, solo sabía que las cuerdas bucales podían estarle sangrando. Tampoco supo si su corazón latía mucho más rápido o si ya no lo hacía, solo era ínfimamente consiente del calor, doloroso e inmenso que lo consumía desde dentro, como si el magma hubiera derretido sus venas y ahora corriera libre por su pecho. Las lágrimas le escocían los ojos, y parecían quemar la pálida piel de sus mejillas. Era como si algo dentro suyo estuviera quemándolo, haciendo hervir su cuerpo, hasta hacerlo doler.

En su pelea con el Kazekage había perdido un brazo, y había perdido el otro a manos de uno de los shinobis de la hoja, así que realmente fue una proeza que pudiera girar el cuerpo de su Danna. En cuanto pudo ver su rostro ensangrentado, su expresión inquietantemente serena, el poderoso pecho pálido, atravesado por dos cuchillas aun incrustadas en él, la sangre granulosa y pastosa resbalándose perezosa, como brea. Se atraganto con sus lagrimas y el aire que intentaba pasar por su garganta. Hipo desesperado, asfixiado, sintiendo que el mundo era tragado por un agujero negro.

Tan repentinamente como si un relámpago lo hubiera alcanzado dejo de arder, el fuego y el calor asfixiantes fueron remplazados por un frío y un helor abrumadores. Como si estuviera vacio por dentro, como una ostra, con mil agujas de hielo demasiado finas y demasiado largas, atravesándolo por todos lados. El corazón lo sentía hueco, cada latido más débil, menos sonoro, imperceptible, Había dejado de respirar, el aire frío le quemaba la garganta. Las lagrimas como ríos de magma escociéndole la fina piel de las mejillas.

Se sentía como una figura de cristal, en medio de la caída, a segundos de impactar contra el suelo y partirse en añicos. Petrificado, sin moverse, sin respirar, quieto como otra marioneta ahí vuelta trozos, con la realización clara en la cabeza, de que cuando hiciera el más leve movimiento, impactaría contra el suelo y se quebraría, dejando escapar todo ese remolino atroz que lo atormentaba por dentro. Todos sus sentimientos, sus pensamientos, la muerte del pelirrojo que yacía inerte delante suyo, seria real, aun podía negarlo. Pero era humano y tenía que respirar, y el nudo de lágrimas en su garganta dificultaba su intento por evadir la realidad.

En un hipido, perdió toda la concentración y lo supo, qué el suelo lo había alcanzado. Un gritó muy agudo se abrió paso por sus cuerdas bucales dañadas, deshaciendo con insultante facilidad ese nudo que comprimía su garganta. Cayó hacia el frente, sobre el pecho frío del pelirrojo, dejando que la rabia, la impotencia, el dolor se desbordaran de él. Lloró, gritó y maldijo en balbuceos, reprochándole mil cosas al cuerpo vacio de su Danna. De su incompetencia por dejarse matar; por una estúpida con pelo de chicle y una anciana. De su arte. De lo eterno. De todas sus palabras, vueltas añicos a su alrededor.

El pelirrojo siempre se jactaba de lo eterno, de su arte eterna, de una espeluznante técnica que también lo volvería eterno. Pero al final, el mayor había resultado tan efímero como una de sus explosiones, más efímero que él (aunque fuera mucho más viejo que Deidara). Y entre todos sus gemidos dolorosos, sus reclamos sin fundamento y sin respuesta, soltó un “quédate a mi lado. No te atrevas a dejarme” demasiado tarde, el corazón del pelirrojo había sido atravesado y se había detenido mucho antes de que el llegara hasta ahí.

Sabía que sus suplicas no serian escuchadas, que de Sasori solo quedaba su cuerpo, pero no pudo evitar deshacerse de sus últimas fuerzas llorando más fuerte; gritándole a un sordo; suplicándole a un muro de concreto: que no lo dejara, que se quedara. Pasaron horas, con el silencio solemne de la noche, como si el mundo entero acompañara en su luto al rubio, como si a todos les afectara la muerte del gran escorpión rojo de la arena. Solo sus leves hipidos y gemidos sonaban. Solo él tenía derecho a llorar, a quebrar el silencio que se inclinaba ante el mayor. Solo él y nadie más que él tenía el derecho de abrazarlo por última vez, de decirle lo que quisiera, de insultarlo incluso.

Se separó del cuerpo de su Danna, solo por que el sol comenzaba a despuntar sobre las copas de los árboles, el ruido regresaba al bosque. La vida seguía su curso, y por un momento deseo no moverse, quedarse ahí atado con sus brazos (aunque no los tuviera) y sus piernas al cuerpo del marionetista, hasta que su fin llegara también. Pero su promesa, esa que en estos momentos le parecía tan ridícula como una charla de Hidan sobre su dios ficticio, retumbando en su mente, estrellándose violentamente contra las paredes de su cráneo para hacerse notar. Por eso, al final, termino por separarse de él. Tenía la cara roja, los ojos hinchados, manchones de sangre y lagrimas secas mescladas en su rostro.

Miró nuevamente el rostro ajeno, esa mueca imperturbablemente tranquila, inexplicablemente serena, ¿por qué? ¿Por qué se veía tan tranquilo? ¿Por qué; cuándo lo había dejado a él, solo y a la deriva como un barco sin capitán? Quiso volver a llorar, pero se tragó las lágrimas y el coraje por un segundo, inclinándose. Era su última oportunidad, su último beso. Roso los labios contrarios y estuvo por derrumbarse nuevamente, las lágrimas como cristal quebrado fluyendo de sus ojos. No se parecían a sus besos, siempre cálidos, llenos de mil sentimientos, esos que hacían que su pecho se calentara agradablemente. Ahora solo era un contacto frío y estéril, impersonal e hiriente. Se levanto dedicándole una sonrisa quebrada al mayor.

Tal vez regresaría a pie hasta la guarida, pero no le importó. Gastó toda su arcilla, creando un sin número de diferentes animales, de todos los tamaños. Mariposas blancas que danzaban con la briza, rodeando gloriosamente a Sasori. Aves de gran tamaño que le daban la espalda al espectáculo de las mariposas, como guardias resguardando algo muy valioso. Dragones en el cielo, que iban y venían con porte real. Deidara iba sobre otra ave de gracioso diseño, mirándolo todo desde el cielo, con la mirada fija en el cuerpo del marionetista.

- se obligo a sonreír, con tristeza inconmensurable y algunas lagrimas nuevas recorriendo sus mejillas. Una mueca triste y tan hermosa, que le quitaría el aliento incluso a un angel- hasta otra mi amor… Katsu- susurró con la voz quebrada.

Entonces la enorme explosión se hizo presente, los hermosos juegos de luces danzando en el aire. Las aves volaron aterradas de sus nidos, regalándole una mayor majestuosidad a la torre de humo, que se alzaba desde los escombros de esa cueva. Bajo la vista. No lo soportaba, el dolor era como un cuchillo, que se enterraba en su pecho. Llorando quedamente, con las lágrimas resbalando hasta gotear por la punta respingona de su nariz. Estaba comenzando a hartarse de llorar, de sentirse débil, desprotegido, sin casa. Sasori era su mundo… su todo, su apoyo, su mejor amigo, su pareja, donde fuera que estuviera él se sentía protegido y en casa, y ahora… ahora ya no le quedaba nada.

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Dos angustiantes meses después; Deidara sonrío con aire taimado, mirando con malsana diversión al hermano pequeño de Itachi. Entre tantas lagrimas, la espesa bruma como algodón que cubría gran parte de ese día hace dos meses, recordaba haber escuchado al Jinchuriki y a esa pelirosa, chillar algo relacionado con el atractivo pelinegro que tenía enfrente, preguntándole por su estúpido hermano. No lo pensó mucho, después de todo no había dormido bien, llevaba dos meses con insomnio, dormía muy poco y todas las noches lloraba. Así que se lanzó a combatir al Uchiha, sin pensarlo realmente.

El estúpido Tobi, intento persuadirlo, detener la lucha antes de que comenzara, pero como era su costumbre Deidara lo ignoro. Quería que esos dos sufrieran, que lloraran la pérdida del pelinegro, que se sintieran como un sándwich pisado igual que él lo hacía. Era su culpa que Sasori ya no estuviera, más de la pelirosa, por eso quería matar a Sasuke, para que la chica se retorciera de dolor, que llorara cada noche y se aferrara a sus memorias, y a cada artículo material que aun quedara en Konoha de ese desertor.

La voz chillona de Tobi, continuaba intentando persuadirlo, pero la decisión ya estaba tomada, lo mataría. Recordaba cómo ese tonto de la máscara ridícula, había llegado a su vida. Lo odio en el momento que le informaron que tenía que ser su compañero, y su exasperante actitud solo cimento ese odio. Agradecía que le hubieran dado una habitación aparte, porque no hubiera soportado verlo usurpar la cama de Sasori, y las pocas posesiones materiales del marionetista. Aquellas que cuidaba con veneración, como si custodiara algún tesoro de valor incalculable, con mayor avaricia que el propio Kakusu. En el momento en el que el idiota de Tobi hubiera pisado la habitación, lo habría volado en mil pedazos.

La batalla fue complicada para ambos, los dos lograron impactar al otro con grandes técnicas. Pero el muy maldito Uchiha había esquivado sus técnicas definitivas, no entendía como lo había hecho, y no quería entenderlo, odiaba a los portadores del sharingan. Pero ahí estaban los dos, agotados, casi tumbados en el suelo, uno frente al otro. Entonces Sasuke resbalo agotado al intentar incorporarse. Deidara sonrió de manera maquiavélica, extasiado al comprobar el nivel de daño en el otro. Estaba decidido. Lo aniquilaría con su propia explosión, ninguno sobreviviría al encuentro.

Se arrancó la camisa de un solo movimiento, las manos le temblaban, la fricción de la tela contra sus dedos fue extrañamente deliciosa. La arcilla en sus manos, la boca en su pecho, abierta y comiendo enormes bocados de la arcilla que sostenía. Todo se sentía electrificante, extasiante al contacto contra su piel. Hasta entonces fue consciente de cuanto anhelaba ese momento, cuan desesperado se sentía, que tanto, realmente, quería morir. Había quienes decían que el morir solo era un paso. Y si había vida más allá de la muerte, se encontraría con él, con su Danna. Eso quería, reunirse con él, abrazarlo, besarlo, hacer de todo, y jamás dejar que se fuera de su lado otra vez. Esta vez, se quedarían juntos hasta el final del infinito mismo.

- sonrió un poco más retorcido, ante la mueca casi asustada del pelinegro- ¡¡El arte es una explosión!!- nunca se imagino decir otras como sus últimas palabras, después de todo, el era una explosión y así se iría.

No sintió nada. Solo se percataba del blanco abismal que lo rodeaba. Brillaba mucho, como nieve refulgiendo contra la luz del sol, tanto que la minúscula pupila le quemaba. De la nada, como un fantasma intangible, una mano se escurrió hasta su campo de visión, de entre toda esa luz clara. El rubio la miro dubitativo, analizándola como a una araña, intentando comprobar que no fuera venenosa. Unas finas líneas la cruzaban, cicatrices muy pequeñas y casi invisibles, marcas que el rubio reconocería en el infierno mismo. El olor a madera barnizada lo golpeó como un huracán y… volvió a llorar. No supo más, todo se esfumo como el humo, en cuanto sujeto aquella mano, que lo jalo sin dificultades hacia la luz.

¿Fin?

Notas finales:

¡¡Siiii!! Lo conseguimos, llegamos casi al final :). Pero la verdad es que no estoy segura de la calidad del capi :S, estoy a punto de lanzarme por un puente e.e, no sé qué tal esta y si es asqueroso quiero disculparme u_u
Diva: el que no haya diálogos la pone así, discúlpenla. Es la primera vez que hacemos algo así y… y…  bueno si… uwu… si esta horrible nos disculpamos :´(
Bueno, ya no sé qué decir. Así que si quieren lincharnos lo entenderemos u.u. Bueno bay; cuídense
Diva y Yo: We love you. Kisses-kisses ;D


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