Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Fifty Shades of Grant Rogers por Katheryn2

[Reviews - 58]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo: Una persona comete plagio si copia o imita algo que no le pertenece y se hace pasar por el (la) autor(a) de ello. En el caso de documentos escritos, por ejemplo, se tipifica este delito cuando, sin uso de comillas o sin indicar explícitamente el origen, ni citar la fuente original de la información, se incluye una idea, un párrafo o una frase ajenos. Sólo estás transcribiendo "Cincuenta Sombras de Grey" cambiándole el nombre a los personajes. Se llama Plagio. Es un delito. Y demuestra tu poca capacidad para escribir tus propias obras

Pepper se pone loca de contenta. 

-Pero ¿qué hacía en Clayton’s?

Su curiosidad rezuma por el teléfono. Estoy al fondo del almacén e intento que mi voz suene normal.

-Pasaba por aquí.

-Me parece demasiada casualidad, Tony. ¿No crees que ha ido a verte?

El corazón me da un brinco al planteármelo, pero la alegría dura poco. La triste y decepcionante realidad es que había venido por trabajo.

-Ha venido a visitar el departamento de agricultura de la universidad. Financia una investigación -murmuro.

-Sí, sí. Ha concedido al departamento una subvención de dos millones y medio de dólares.

Uau.

-¿Cómo lo sabes?

-Tony, soy periodista y he escrito un artículo sobre este tipo. Mi obligación es saberlo.

-Vale, Carla Bernstein, no te sulfures. Bueno, ¿quieres esas fotos?

-Pues claro. El problema es quién va a hacerlas y dónde.

-Podríamos preguntarle a él dónde. Ha dicho que se quedaría por la zona.

-¿Puedes contactar con él?

-Tengo su móvil.

Pepper pega un grito.

-¿El soltero más rico, más escurridizo y más enigmático de todo el estado de Washington te ha dado su número de móvil?

-Bueno… sí.

-¡TONY! Le gustas. No tengo la menor duda -afirma categóricamente.

-Pepper, solo pretende ser amable.

Pero incluso mientras lo digo sé que no es verdad. Steve Rogers no es amable. Es educado, quizá. Y una vocecita me susurra: Tal vez Pepper tiene razón. Se me eriza el vello solo de pensar que quizá, solo quizá, podría gustarle. Después de todo, es cierto que me ha dicho que se alegraba de que Pepper no le hubiera hecho la entrevista. Me abrazo a mí mismo con silenciosa alegría y giro a derecha e izquierda considerando la posibilidad de que por un instante pueda gustarle. Pepper me devuelve al presente.

-No sé cómo podremos hacer la sesión. Levi, nuestro fotógrafo habitual, no puede. Ha ido a Idaho Falls a pasar el fin de semana con su familia. Se mosqueará cuando sepa que ha perdido la ocasión de fotografiar a uno de los empresarios más importantes del país.

-Mmm… ¿Y Bruce?

-¡Buena idea! Pídeselo tú. Haría cualquier cosa por ti. Luego llamas a Rogers y le preguntas dónde quiere que vayamos.

Pepper es insufriblemente desdeñosa con Bruce.

-Creo que deberías llamarlo tú.

-¿A quién? ¿A Bruce? —me pregunta en tono de burla.

-No, a Rogers.

-Tony, eres tú el que tiene trato con él.

-¿Trato? -exclamo subiendo el tono varias octavas-. Apenas conozco a ese tipo.

-Al menos has hablado con él -dice implacable-. Y parece que quiere conocerte mejor. Tony, llámalo y punto.

Y me cuelga. A veces es muy autoritaria. Frunzo el ceño y le saco la lengua al teléfono.

Estoy dejándole un mensaje a Bruce cuando Paul entra en el almacén a buscar papel de lija.

-Tony, tenemos trabajo ahí fuera -me dice sin acritud.

-Sí, perdona —murmuro, y me doy la vuelta para salir.

-¿De qué conoces a Steve Rogers?

Paul intenta mostrarse indiferente, pero no lo consigue.

-Tuve que entrevistarlo para la revista de la facultad. Pepper no se encontraba bien.

Me encojo de hombros intentando no darle importancia, pero no lo hago mucho mejor que él.

-Steve Rogers en Clayton’s. Imagínate -resopla Paul sorprendido. Mueve la cabeza, como si quisiera aclararse las ideas-. Bueno, ¿te apetece que salgamos a tomar algo esta noche?

Cada vez que vuelve a casa me propone salir, y siempre le digo que no. Es un ritual. Nunca me ha parecido buena idea salir con el hermano del jefe, y además Paul es mono como podría serlo el vecino de al lado, pero, por más imaginación que le eches no puede ser un héroe literario. ¿Lo es Steve?, me pregunta mi subconsciente alzando su imaginaria ceja. La hago callar.

-¿No tenéis cena familiar por el cumpleaños de tu hermano?

-Mañana.

-Quizá otro día, Paul. Esta noche tengo que estudiar. Tengo exámenes finales la semana que viene.

-Tony, un día de estos me dirás que sí -me dice sonriendo.

Y vuelvo a la tienda. 

-Pero yo hago paisajes, Tony, no retratos -refunfuña Bruce.

-Bruce, por favor -le suplico.

Con el móvil en la mano, recorro el salón de casa contemplando la luz del atardecer al otro lado de la ventana.

-Dame el teléfono.

Pepper me lo quita retirándose bruscamente el pelo rubio rojizo del hombro.

-Escúchame, Bruce Banner, si quieres que nuestra revista cubra la inauguración de tu exposición, nos harás la sesión mañana, ¿entendido?

Pepper puede ser increíblemente dura.

-Bien. Tony volverá a llamarte para decirte dónde y a qué hora. Nos vemos mañana.

Y cuelga el móvil.

-Solucionado. Ahora lo único que nos queda es decidir dónde y cuándo. Llámalo.

Me tiende el teléfono. Siento un nudo en el estómago.

-¡Llama a Rogers ahora mismo!

La miro ceñudo y saco la tarjeta de Steve del bolsillo trasero de mis pantalones. Respiro larga y profundamente, y marco el número con dedos temblorosos.

Contesta al segundo tono con voz tranquila y fría.

-Steve Rogers.

-¿Se… Señor Rogers? Soy Anthony Stark.

No reconozco mi propia voz. Estoy muy nervioso. Rogers se queda un segundo en silencio

-Señor Stark. Un placer tener noticias suyas.

Le ha cambiado la voz. Creo que se ha sorprendido, y suena muy… cálido. Incluso seductor. Se me corta la respiración. De pronto me doy cuenta de que Virginia Potts está observándome boquiabierta, así que salgo disparado hacia la cocina para evitar su inoportuna mirada escrutadora.

-Bueno… Nos gustaría hacer la sesión fotográfica para el artículo.

Respira, Tony, respira. Mis pulmones absorben una rápida bocanada de aire.

-Mañana, si no tiene problema. ¿Dónde le iría bien?

Casi puedo oír su sonrisa de esfinge al otro lado del teléfono.

-Me alojo en el hotel Heathman de Portland. ¿Le parece bien a las nueve y media de la mañana?

-Muy bien, nos vemos allí.

Estoy pletórico y sin aliento. Parezco un crío, no un hombre adulto que puede votar y beber alcohol en el estado de Washington.

-Lo estoy deseando, señor Stark.

Veo el destello malévolo en sus ojos azules. ¿Cómo consigue que tan solo cinco palabras encierren una promesa tan tentadora? Cuelgo. Pepper está en la cocina, observándome con una mirada de total y absoluta consternación.

-Anthony Edward Stark. ¡Te gusta! Nunca te había visto ni te había oído tan… tan… alterado por nadie. Te has puesto rojo.

-Pepper, ya sabes que me pongo rojo por nada. Lo hago por deporte. No seas ridícula —le contesto enfadado.

Pepper parpadea sorprendida. Es muy raro que yo me enrabie, y si lo hago, se me pasa enseguida.

-Me intimida… Eso es todo.

-En el Heathman, nada menos -murmura Pepper-. Voy a llamar al gerente para negociar con él un lugar para la sesión.

-Yo voy a hacer la cena. Luego tengo que estudiar.

Abro un armario para empezar a preparar la cena, sin poder disimular que estoy mosqueado con ella. 

Esa noche estoy intranquilo, no paro de moverme y de dar vueltas en la cama. Sueño con ojos azules, monos de trabajo, piernas largas, dedos largos y lugares muy oscuros e inexplorados. Me despierto dos veces con el corazón latiéndome a toda velocidad. Si no pego ojo, mañana voy a tener una pinta estupenda, me regaño a mí mismo. Doy un golpe sobre la almohada e intento calmarme. 

El Heathman está en el centro de Portland. Terminaron el impresionante edificio de piedra marrón justo a tiempo para el crack de finales de los años veinte. Bruce, Clint y yo vamos en mi Escarabajo, y Pepper en su CLK, porque en mi coche no cabemos todos. Clint es amigo y ayudante de Bruce, y ha venido a echarle una mano con la iluminación. Pepper ha conseguido que nos dejen utilizar una habitación del Heathman a cambio de mencionar el hotel en el artículo. Cuando explica en la recepción que hemos venido a fotografiar al empresario Steve Rogeres, nos suben de inmediato a una suite. Pero a una normal, porque al parecer el señor Rogers está alojado en la suite más grande del edificio. Un responsable de marketing demasiado entusiasta nos muestra la suite. Es joven y por alguna razón está muy nervioso. Sospecho que la belleza de Pepper y su aire autoritario lo desarman, porque hace con él lo que quiere. Las habitaciones son elegantes, sobrias y con muebles de calidad.

Son las nueve. Tenemos media hora para prepararlo todo. Pepper va de un lado a otro.

-Bruce, creo que lo colocaremos delante de esta pared. ¿Estás de acuerdo? —No espera a que le responda—. Clint, retira las sillas. Tony, ¿puedes pedir que nos traigan unos refrescos? Y dile a Rogers que estamos aquí.

Sí, ama. Es tan dominante… Pongo los ojos en blanco, pero hago lo que me pide.

Media hora después Steve Rogers entra en nuestra suite.

Lleva una camisa blanca con el cuello abierto y unos pantalones grises de franela que le caen de forma muy seductora sobre las caderas. Todavía lleva el pelo mojado. Al mirarlo se me seca la boca… Está alucinantemente bueno. Entra en la suite acompañado de un hombre de treinta y pico años, con el pelo rapado, piel morena, un elegante traje negro y corbata y lo que parece un parche en el ojo derecho, que se queda en silencio en una esquina. Su único ojo oscuro nos mira impasible.

-Señor Stark, volvemos a vernos.

Rogers me tiende la mano, que estrecho mientras parpadeo rápidamente. ¡Dios mío!… Está realmente… Cuando le toco la mano, siento esa agradable corriente que me recorre el cuerpo entero, me enciende. Estoy convencido de que todo el mundo puede oír mi respiración irregular.

-Señor Rogers, le presento a Virginia Potts -susurro señalando a Pepper, que se acerca y lo mira directamente a los ojos.

-La tenaz señorita Potts. ¿Qué tal está? -Sonríe ligeramente y parece realmente divertido-. Espero que se encuentre mejor. Anthony me dijo que la semana pasada estuvo enferma.

-Estoy bien, gracias, señor Rogers.

Le estrecha la mano con fuerza sin pestañear. Me recuerdo a mí mismo que Pepper ha ido a las mejores escuelas privadas de Washington. Su familia tiene dinero, así que ha crecido segura de sí misma y de su lugar en el mundo. No se anda con tonterías. A mí me impresiona.

-Gracias por haber encontrado un momento para la sesión -le dice con una sonrisa educada y profesional.

-Es un placer -le contesta Steve lanzándome una mirada.

Vuelvo a ruborizarme. Maldita sea.

-Este es Bruce Banner, nuestro fotógrafo -le digo.

Y sonrío a Bruce, que me devuelve una sonrisa cariñosa y luego mira a Steve con frialdad.

-Señor Rogers -lo saluda con un movimiento de cabeza.

-Señor Banner.

La expresión de Steve también cambia mientras observa a Bruce.

-¿Dónde quiere que me coloque? -le pregunta Steve en tono ligeramente amenazador.

Pero Virginia no está dispuesta a dejar que Bruce lleve la voz cantante.

-Señor Rogers, ¿puede sentarse aquí, por favor? Tenga cuidado con los cables. Y luego haremos también unas cuantas de pie.

Le indica una silla colocada contra una pared.

Clint enciende las luces, que por un momento ciegan a Steve, y susurra una disculpa. Luego él y yo nos quedamos atrás y observamos a Bruce mientras toma las fotografías. Hace varias con la cámara en la mano, pidiéndole a Rogers que se gire a un lado, al otro, que mueva un brazo y que vuelva a bajarlo. Luego coloca la cámara en el trípode y sigue haciendo fotos de Steve sentado, posando pacientemente y con naturalidad, durante unos veinte minutos. Mi deseo se ha hecho realidad: admiro a Steve desde una distancia no tan larga. En dos ocasiones nuestros ojos se encuentran y tengo que apartar la mirada de la suya, tan inextricable.

-Ya tenemos bastantes sentado -interrumpe Pepper-. ¿Puede ponerse de pie, señor Rogers?

Se levanta y Clint corre a retirar la silla. El obturador de la Nikon de Bruce empieza a chasquear de nuevo.

-Creo que ya tenemos suficientes -anuncia Bruce cinco minutos después.

-Muy bien -dice Pepper-. Gracias de nuevo, señor Rogers.

Le estrecha la mano, y también Bruce.

-Me encantará leer su artículo, señorita Potts -murmura Rogers, y se vuelve hacia mí, que estoy junto a la puerta-. ¿Viene conmigo, señor Stark? -me pregunta.

-Claro -le contesto totalmente desconcertado.

Miro nervioso a Pepper, que se encoge de hombros. Veo que Bruce, que está detrás de ella, pone mala cara.

-Que tengan un buen día -dice Steve abriendo la puerta y apartándose a un lado para que yo salga primero.

Pero… ¿De qué va todo esto? ¿Qué quiere? Me detengo en el pasillo y me muevo nervioso mientras Steve sale de la habitación seguido por el tipo rapado y trajeado.

-Enseguida le aviso, Fury -murmura al rapado.

Fury se aleja por el pasillo y Steve dirige su ardiente mirada azul hacia mí. Mierda… ¿He hecho algo mal?

-Me preguntaba si le apetecería tomar un café conmigo.

El corazón se me sube de golpe a la boca. ¿Una cita? Steve Rogers está pidiéndome una cita. Está preguntándote si quieres un café. Quizá piensa que todavía no te has despertado, me suelta mi subconsciente en tono burlón. Carraspeo e intento controlar los nervios.

-Tengo que llevar a todos a casa -murmuro en tono de disculpa retorciendo las manos y los dedos.

-¡FURY! -grita.

Pego un bote. Fury, que se había quedado esperando al fondo del pasillo, se vuelve y regresa con nosotros.

-¿Van a la universidad? -me pregunta Steve en voz baja.

Asiento, porque estoy demasiado aturdido para contestar.

-Fury puede llevarlos. Es mi chófer. Tenemos un 4 x 4 grande, así que puede llevar también el equipo.

-¿Señor Rogers? -pregunta Fury cuando llega hasta nosotros con rostro inexpresivo.

-¿Puede llevar a su casa al fotógrafo, su ayudante y la señorita Potts, por favor?

-Por supuesto, señor -le contesta Fury.

-Arreglado. ¿Puede ahora venir conmigo a tomar un café?

Steve sonríe dándolo por hecho.

Frunzo el ceño.

-Verá… señor Rogers… esto… la verdad… Mire, no es necesario que Fury los lleve. -Lanzo una rápida mirada a Fury, que sigue estoicamente impasivo-. Puedo intercambiar el coche con Pepper, si me espera un momento.

Steve me dedica una sonrisa de oreja a oreja deslumbrante y natural. Madre mía… Abre la puerta de la suite y la sostiene para que pase. Entro deprisa y encuentro a Pepper en plena discusión con Bruce.

-Tony, creo que no hay duda de que le gustas -me dice sin el menor preámbulo.

Bruce me mira ceñudo.

-Pero no me fío de él -añade Pepper.

Levanto la mano con la esperanza de que se calle, y milagrosamente lo hace.

-Pepper, ¿puedes llevarte a Jarvis y dejarme tu coche?

-¿Por qué?

-Steve Rogers me ha pedido que vaya a tomar un café con él.

Se queda boquiabierta, sin saber qué decir. Disfruto del momento. Me coge del brazo y me arrastra hasta el dormitorio, al fondo de la sala de estar de la suite.

-Tony, es un tipo raro -me advierte-. Es muy guapo, de acuerdo, pero creo que es peligroso. Especialmente para alguien como tú.

-¿Qué quieres decir con eso de alguien como yo? -le pregunto ofendido.

-Una inocente persona como tú, Tony. Ya sabes lo que quiero decir -me contesta un poco enfadada.

Me ruborizo.

-Pepper, solo es un café. Empiezo los exámenes esta semana y tengo que estudiar, así que no me alargaré mucho.

Arruga los labios, como si estuviera considerando mi petición. Al final se saca las llaves del bolsillo y me las da. Le doy las mías.

-Nos vemos luego. No tardes, o pediré que vayan a rescatarte.

-Gracias.

La abrazo.

Salgo de la suite y encuentro a Steve Rogers esperándome apoyado en la pared. Parece un modelo posando para una sofisticada revista de moda.

-Ya está. Vamos a tomar un café -murmuro enrojeciendo de nuevo.

Sonríe.

-Usted primero, señor Stark.

Se incorpora y hace un gesto para que pase delante. Avanzo por el pasillo con las piernas temblando, el estómago lleno de mariposas y el corazón latiéndome violentamente. Voy a tomar un café con Steve Rogers… y odio el café.

Caminamos juntos por el amplio pasillo hacia el ascensor. ¿Qué puedo decirle? De pronto el temor me paraliza la mente. ¿De qué vamos a hablar? ¿Qué tengo yo en común con él? Su voz cálida me sobresalta y me aparta de mis pensamientos.

-¿Cuánto hace que conoce a Virginia Potts?

Bueno, una pregunta fácil para empezar.

-Desde el primer año de facultad. Somos buenos amigos.

-Ya -me contesta evasivo.

¿Qué está pensando?

Pulsa el botón para llamar al ascensor y casi de inmediato suena el pitido. Las puertas se abren y muestran a una joven pareja abrazándose apasionadamente. Se separan de golpe, sorprendidos e incómodos, y miran con aire de culpabilidad en cualquier dirección menos la nuestra. Steve y yo entramos en el ascensor.

Intento que no cambie mi expresión, así que miro al suelo al sentir que las mejillas me arden. Cuando levanto la mirada hacia Steve, parece que ha esbozado una sonrisa, pero es muy difícil asegurarlo. La joven pareja no dice nada. Descendemos a la planta baja en un incómodo silencio. Ni siquiera suena uno de esos terribles hilos musicales para distraernos.

Las puertas se abren y, para mi gran sorpresa, Steve me coge de la mano y me la sujeta con sus dedos largos y fríos. Siento la corriente recorriendo mi cuerpo, y mis ya rápidos latidos se aceleran. Mientras tira de mí para salir del ascensor, oímos a nuestras espaldas la risita tonta de la pareja. Steve sonríe.

-¿Qué pasa con los ascensores? -masculla.

Cruzamos el amplio y animado vestíbulo del hotel en dirección a la entrada, pero Rogers evita la puerta giratoria. Me pregunto si es porque tendría que soltarme la mano.

Es un bonito domingo de mayo. Brilla el sol y apenas hay tráfico. Rogers gira a la izquierda y avanza hacia la esquina, donde nos detenemos a esperar que cambie el semáforo. Estoy en la calle y Steve Rogers me lleva de la mano. Nunca he paseado de la mano de nadie. La cabeza me da vueltas, y un cosquilleo me recorre todo el cuerpo. Intento reprimir la ridícula sonrisa que amenaza con dividir mi cara en dos. Intenta calmarte, Tony, me implora mi subconsciente. El hombrecillo verde del semáforo se ilumina y seguimos nuestro camino.

Andamos cuatro manzanas hasta llegar al Portland Coffee House, donde Steve me suelta para sujetarme la puerta.

-¿Por qué no elige una mesa mientras voy a pedir? ¿Qué quiere tomar? -me pregunta, tan educado como siempre.

-Tomaré… eh… un té negro.

Alza las cejas.

-¿No quiere un café?

-No me gusta demasiado el café.

Sonríe.

-Muy bien, un té negro. ¿Dulce?

Me quedo un segundo perplejo, pensando que se refiere a mí, pero por suerte aparece mi subconsciente frunciendo los labios. No, tonta… Que si lo quieres con azúcar.

-No, gracias.

Me miro los dedos nudosos.

-¿Quiere comer algo?

-No, gracias.

Niego con la cabeza y Steve se dirige a la barra.

Levanto un poco la vista y lo miro furtivamente mientras espera en la cola a que le sirvan. Podría pasarme el día mirándolo… Es alto, ancho de hombros y delgado… Y cómo le caen los pantalones… Por Dios. Un par de veces se pasa los largos y bonitos dedos por el pelo, que ya está seco, aunque sigue alborotado. Ay, cómo me gustaría hacerlo a mí. La idea se me pasa de pronto por la cabeza y me arde la cara. Me muerdo el labio y vuelvo a mirarme las manos. No me gusta el rumbo que están tomando mis pensamientos.

-Un dólar por sus pensamientos.

Steve ha vuelto y me mira fijamente.

Me pongo colorado. Solo estaba pensando en pasarte los dedos por el pelo y preguntándome si sería suave. Niego con la cabeza. Steve lleva una bandeja en las manos, que deja en la pequeña mesa redonda chapada en abedul. Me tiende una taza, un platillo, una tetera pequeña y otro plato con una bolsita de té con la etiqueta TWININGS ENGLISH BREAKFAST, mi favorito. Él se ha pedido un café con un bonito dibujo de una hoja impreso en la espuma de leche. ¿Cómo lo hacen?, me pregunto distraído. También se ha pedido una magdalena de arándanos. Coloca la bandeja a un lado, se sienta frente a mí y cruza sus largas piernas. Parece cómodo, muy a gusto con su cuerpo. Lo envidio. Y aquí estoy yo, desgarbado y torpe, casi incapaz de ir de A a B sin caerme de morros.

-¿Qué está pensando? -insiste.

-Que este es mi té favorito.

Hablo en voz baja y entrecortada. Sencillamente, no me puedo creer que esté con Steve Rogers en una cafetería de Portland. Frunce el ceño. Sabe que estoy escondiéndole algo. Introduzco la bolsita de té en la tetera y casi inmediatamente la retiro con la cucharilla. Steve ladea la cabeza y me mira con curiosidad mientras dejo la bolsita de té en el plato.

-Me gusta el té negro muy flojo -murmuro a modo de explicación.

-Ya veo. ¿Es su novio?

Pero ¿qué dice?

-¿Quién?

-El fotógrafo. Bruce Banner.

Me río nervioso, aunque con curiosidad. ¿Por qué le ha dado esa impresión?

-No. Bruce es un buen amigo mío. Eso es todo. Y no creo que sea Gay o Bisexual ¿Por qué ha pensado que era mi novio?

-Por cómo se sonríen.

Me sostiene la mirada. Es desconcertante. Quiero mirar a otra parte, pero estoy atrapado, embelesado.

-Es como de la familia -susurro.

Steve asiente, al parecer satisfecho con mi respuesta, y dirige la mirada a su magdalena de arándanos. Sus largos dedos retiran el papel con destreza, y yo lo contemplo con atención.

-¿Quieres un poco? -me pregunta.

Y recupera esa sonrisa divertida que esconde un secreto.

-No, gracias.

Frunzo el ceño y vuelvo a contemplarme las manos.

-Y el chico al que me presentó ayer, en la tienda… ¿No es su novio?

-No. Paul es solo un amigo. Se lo dije ayer.

¿Qué tonterías son estas?

-¿Por qué me lo pregunta? -le digo.

-Parece nervioso cuando está con hombres.

Maldita sea, es algo personal. Solo me pongo nervioso cuando estoy con usted, Steve.

-Usted me resulta intimidante.

Me pongo colorado, pero mentalmente me doy palmaditas en la espalda por mi sinceridad y vuelvo a contemplarme las manos. Lo oigo respirar profundamente.

-De modo que le resulto intimidante -me contesta asintiendo-. Es muy sincero. No baje la cabeza, por favor. Me gusta verle la cara.

Lo miro y me dedica una sonrisa alentadora, aunque irónica.

-Eso me da alguna pista de lo que puede estar pensando -me dice-. Es usted un misterio, señor Stark.

¿Un misterio? ¿Yo?

-No tengo nada de misterioso.

-Creo que es usted muy contenido -murmura.

¿De verdad? Uau… ¿cómo lo consigo? Es increíble. ¿Yo, contenido? Imposible.

-Menos cuando se ruboriza, claro, cosa que hace a menudo. Me gustaría saber por qué se ha ruborizado.

Se mete un trozo de magdalena en la boca y empieza a masticarlo despacio, sin apartar los ojos de mí. Y, como no podía ser de otra manera, me ruborizo. ¡Mierda!

-¿Siempre hace comentarios tan personales?

-No me había dado cuenta de que fuera personal. ¿La he ofendido? -me pregunta en tono sorprendido.

-No -le contesto sinceramente.

-Bien.

-Pero es un poco arrogante.

Alza una ceja y, si no me equivoco, también él se ruboriza ligeramente.

-Suelo hacer las cosas a mi manera, Anthony –murmura-. En todo.

-No lo dudo. ¿Por qué no me ha pedido que lo tutee?

Me sorprende mi osadía. ¿Por qué la conversación se pone tan seria? Las cosas no están yendo como pensaba. No puedo creerme que esté mostrándome tan hostil hacia él. Como si él intentara advertirme de algo.

-Solo me tutea mi familia y unos pocos amigos íntimos. Lo prefiero así.

Todavía no me ha dicho: *Llámame Steve*. Es sin duda un obseso del control, no hay otra explicación, y parte de mí está pensando que quizá habría sido mejor que lo entrevistara Pepper. Dos obsesos del control juntos. Además, ella es casi rubia —bueno, rubia rojiza—, como todas las mujeres de su empresa. Y es guapa, me recuerda mi subconsciente. No me gusta imaginar a Steve y a Pepper juntos. Doy un sorbo a mi té, y Steve se pone otro trozo de magdalena en la boca.

-¿Eres hijo único? -me pregunta.

Vaya… Ahora cambia de conversación.

-Sí.

-Hábleme de sus padres.

¿Por qué quiere saber cosas de mis padres? Es muy aburrido.

-Mi madre vive en Georgia con su nuevo marido, Ignacio. Mi padrastro vive en Montesano.

-¿Y su padre?

-Mi padre murió cuando yo era un niño.

-Lo siento -musita.

Por un segundo la expresión de su cara se altera.

-No me acuerdo de él.

-¿Y su madre volvió a casarse?

Resoplo.

-Ni que lo jure.

Frunce el ceño.

-No cuenta demasiado de su vida, ¿verdad? -me dice en tono seco frotándose la barbilla, como pensativo.

-Usted tampoco.

-Usted ya me ha entrevistado, y recuerdo algunas preguntas bastante personales -me dice sonriendo.

¡Vaya! Está recordándome la pregunta de si era gay. Vuelvo a morirme de vergüenza. Sé que en los próximos años voy a necesitar terapia intensiva para no sentirme tan mal cada vez que recuerde ese momento. Suelto lo primero que se me ocurre sobre mi madre, cualquier cosa para apartar ese recuerdo.

-Mi madre es genial. Es una romántica empedernida. Ya se ha casado cuatro veces.

Steve alza las cejas sorprendido.

-La echo de menos -sigo diciéndole-. Ahora está con Ignacio. Espero que la controle un poco y recoja los trozos cuando sus descabellados planes no vayan como ella esperaba.

Sonrío con cariño. Hace mucho que no veo a mi madre. Steve me observa atentamente, dando sorbos a su café de vez en cuando. La verdad es que no debería mirarle la boca. Me perturba.

-¿Se lleva bien con su padrastro?

-Claro. Crecí con él. Para mí es mi padre.

-¿Y cómo es?

-¿Howard? Es… taciturno.

-¿Eso es todo? —me pregunta Rogers sorprendido.

Me encojo de hombros. ¿Qué espera este hombre? ¿La historia de mi vida?

-Taciturno como su hijastro -me suelta Steve.

Me contengo para no soltar un bufido.

-Le gusta la ingeniería, sobre todo la mecánica, y crear cosas, y pescar, y beber whisky. Es Ingeniero.

Suspiro.

-¿Vivió con él?

-Sí. Mi madre conoció a su marido número tres cuando yo tenía quince años. Yo me quedé con Howard.

Frunce el ceño, como si no lo entendiera.

-¿No quería vivir con su madre? -me pregunta.

Francamente, a él qué le importa.

-El marido número tres vivía en Texas. Yo tenía mi vida en Montesano. Y… bueno, mi madre acababa de casarse.

Me callo. Mi madre nunca habla de su marido número tres. ¿Qué pretende Steve? No es asunto suyo. Yo también puedo jugar a su juego.

-Cuénteme cosas sobre sus padres -le pido.

Se encoge de hombros.

-Mi padre es abogado, y mi madre, pediatra. Viven en Seattle.

Vaya… Ha crecido en una familia acomodada. Pienso en una exitosa pareja que adopta a tres niños, y uno de ellos llega a ser un hombre guapo que se mete en el mundo de los negocios y lo conquista sin ayuda de nadie. ¿Qué lo llevó por ese camino? Sus padres deben de estar orgullosos.

-¿A qué se dedican sus hermanos?

-Natasha es agente del FBI, y mi hermano está en Londres estudiando Medicina con un famoso Doctor Frances.

Sus ojos se nublan enojados. No quiere hablar de su familia ni de él.

-Me han dicho que Londres es precioso -murmuro.

¿Por qué no quiere hablar de su familia? ¿Porque es adoptado?

-Es bonito. ¿Ha estado? -me pregunta olvidando su enojo.

-Nunca he salido de Estados Unidos.

Volvemos a las trivialidades. ¿Qué esconde?

-¿Le gustaría ir?

-¿A Londres? -exclamo.

Me he quedado desconcertado. ¿A quién no le gustaría ir a Londres?

-Por supuesto -le contesto-. Pero a donde de verdad me gustaría ir es a Paris.

Ladea un poco la cabeza y se pasa el índice por el labio inferior… ¡Madre mía!

-¿Por?

Parpadeo. Concéntrate, Stark.

-Porque allí está la Torre Eiffel, El rio Cena, La Calle de los Pintores… Me gustaría ver esos lugares tan maravillosos.

Al mencionar a estos grandes Lugares recuerdo que debería estar estudiando. Miro el reloj.

-Voy a marcharme. Tengo que estudiar.

-¿Para los exámenes?

-Sí. Empiezan el martes.

-¿Dónde está el coche de la señorita Potts?

-En el parking del hotel.

-Lo acompaño.

-Gracias por el té, señor Rogers.

Esboza su extraña sonrisa de guardar un gran secreto.

-No hay de qué, Anthony. Ha sido un placer. Vamos -me dice tendiéndome una mano.

La cojo, perplejo, y salgo con él de la cafetería.

Caminamos hasta el hotel, y me gustaría decir que en amigable silencio. Al menos, él parece tan tranquilo como siempre. En cuanto a mí, me desespero intentando analizar cómo ha ido nuestro café matutino. Me siento como si me hubieran entrevistado para un trabajo, pero no estoy seguro de por qué.

-¿Siempre lleva vaqueros? -me pregunta sin venir a cuento.

-Casi siempre.

Asiente. Hemos llegado al cruce, al otro lado de la calle del hotel. Todo me da vueltas. Qué pregunta tan rara… Y soy consciente de que nos queda muy poco tiempo juntos. Esto es todo. Esto ha sido todo, y lo he fastidiado, lo sé. Quizá sale con alguien.

-¿Tiene novia? -le suelto.

¡Maldita sea! ¿Lo he dicho en voz alta?

Sus labios se arrugan formando una media sonrisa y me mira fijamente.

-No, Anthony. Yo no tengo novias -me contesta en voz baja.

¿Qué quiere decir? No es gay y jamás se podrá fijar en mí. Ay, quizá sí lo es y le gusto. Por un momento creo que va a darme alguna explicación, alguna pista sobre su enigmática frase, pero no lo hace. Tengo que marcharme. Tengo que poner mis ideas en orden. Tengo que alejarme de él. Doy un paso adelante, tropiezo y salgo precipitada hacia la carretera.

-¡Mierda, Tony! -grita Steve.

Tira de mi mano con tanta fuerza que acabo cayendo encima de él justo cuando pasa a toda velocidad un ciclista contra dirección, y no me atropella de milagro.

Todo sucede muy deprisa. De pronto estoy cayéndome, y en cuestión de segundos estoy entre sus brazos y me aprieta fuerte contra su pecho. Respiro su aroma limpio y saludable. Huele a ropa recién lavada y a gel caro. Es embriagador. Inhalo profundamente.

-¿Estás bien? -me susurra.

Con un brazo me mantiene sujeto, pegado a él, y con los dedos de la otra mano me recorre suavemente la cara para asegurarse de que no me he hecho daño. Su pulgar me roza el labio inferior y contiene la respiración. Me mira fijamente a los ojos, y por un momento, o quizá durante una eternidad, le sostengo la mirada inquieta y ardiente, pero al final centro la atención en su bonita boca. Y por primera vez en veintiún años quiero que me besen. Quiero sentir su boca en la mía.

Notas finales:

Espero que les aya gustado. OMG el final les deje con ganas de mas lo se.. porque igual a mi Jjajaja los veo mañana Bye. y como siempre dejen sus Comentarios.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).