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Tinta Indeleble por Marcianita

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Notas del capitulo:

Aquí está la segunda parte, espero que les guste. Porque me mate la cabeza haciéndolo, en serio.

 

Tinta Indeleble – Segunda Parte.

 

 

 

11. Algo

 

 

 

—  ¿Viejo? , — no hubo respuesta, y era el tercer día que no conseguía palabra, y hablaba a la nada, su voz resonando en los confines de su habitación, y el olor a muerte rodeándolo, la desesperación siendo su única compañía tangible.

 

Vamos a morir, una voz resonó.

 

Den la maldita información, y vámonos, otra articuló.

 

Los Bookman no pueden perecer aquí…

 

Lavi sabía que se estaba volviendo loco, el silencio no era su amigo, no lo era, porque cuando estaba mucho tiempo aislado, ahí venía su cruel realidad, esa misma que venía apuntándolo hace mucho tiempo, la que se desencadenó en su pelea con Road Kamelot, había otras 48 voces, y él se ahogaba en su propio desequilibrio. Quería que se callasen, pero ahora, no estaba seguro si quería eso.

 

¿Qué haría si se fundía en el silencio?

 

 ¿Su estado mental empeoraría si se callaban?

 

Intentó moverse, sus piernas intentaron levantarse, pero fue un intento vano, su cuerpo no respondía, y un fuerte dolor acudía a él al intentar un movimiento. Hasta respirar tenía sus debidas dificultades. Botó un suspiro frustrado, enojado, triste, muchos sentimientos amontonados para un Bookman, y después, Lavi empezó a odiar ser fiel a la Orden,  odiaba el seguir siéndolo a pesar de que no acudían en su ayuda tras tanto tiempo, el joven Bookman, no gustaba de pensar en ellos, en la calidad que le engendraban, como un incentivo para no rendirse. Estaba a punto de llorar, y no podía, él era un Bookman, y hacer eso sin premeditar, en un momento de pura debilidad era inaudito. Lavi estaba pensando acerca de cuan humano era, de cuanto no lo era. Acerca de la vida, y la muerte, y el retorno, y nada. No había nada.

 

—     Viejo, no me dejes, — y esta vez rogó, mas siguió sin respuesta.

 

La parca llegó sin que él lo notase, y ahora estaba ahí, cerca de un cadáver. Con los ojos fundidos en la oscuridad viendo a la nada. Una parte suya quería morir, y la otra seguía viendo cosas que no debería.

 

¿Dónde estaba el Dios piadoso del que hablaban en la Orden? Lavi nunca creyó en uno, y ahora estaba seguro de que este no existía. Qué importaba, algo se daría tarde, o temprano, se dijo. Algo tendría que pasar. Algo… por las ventanas que se encontraban muy arriba de su alcance, entró un poco de luz lunar, y así, cansado, como nunca antes, sonrió a la nada, a la muerte, a su tortura, a la vida, a las esperanzas que se enmarcaban en la espesura de la noche. Todo era tan estúpido.

 

Sherryl  entró por la puerta, y lo vio a él, pero no le miró realmente, más bien sus ojos fueron en torno al otro rehén, frunció el ceño, y maldijo por lo alto.

 

—     Tiky, ese viejo se ha muerto, — después lo miró de arriba abajo, Lavi con la insolente y cansada sonrisa en los labios. Medio muerto, medio vivo. El ente perdido en toda la expresión de la palabra, — Tú sabes algo, ¿verdad?

 

Y Lavi sabía que no poseía conocimiento, no bien sepa él, o tal vez sí, Bookman había hecho cosas raras con ese ojo resguardado.

 

—     Quién sabe, amigo.

 

 

 

12. Amistad

 

 

 

— Siempre nos mentiste, — Allen susurró, los ojos empañados de decepción, la voz baja, a punto de morirse en su garganta. Siendo el niño, que quiere ser grande, pero no puede entender varias perturbaciones en su vida. Seguía siendo ingenuo. 

 

Lavi miró al suelo sin querer mirarle, pero después, una sonrisa hueca nació en sus labios. Este no era un “perdón”, no podía serlo, no estaba del todo arrepentido, así mismo, su conciencia no estaba limpia. Sí, siempre había sido un mentiroso, siempre les vio sonriendo, mientras pensaba cuanta información podía sacarles. Siempre fue un Bookman, y él no dejaría de serlo, para eso se había criado. Solo para eso él servía. Él era la pluma que trazaba, nada más.

 

—     No te ofendas, no fuiste el único, — rebatió el pelirrojo, y después rio bajito, una risa que no venía a cuento. Nada estaba en su lugar correspondiente, — este soy yo Allen.

 

Y mintió de nuevo, como siendo una aseveración de lo que era, y no era. Lavi estaba muy perdido con su propia persona, ir, y venir, dejar de ser, y al final volver a un papel, ver, mientras se intenta bloquear otros sentidos, todo estaba muy mezclado, así mismo drenado. Lavi no sabía qué era, lo que en verdad quería, no sabía nada. Nada, de nada. Estaba más perdido de lo que pensaba para consigo mismo. Y no había alguna estela que le muestre el camino. Y solo quedaba seguir siendo lo que venía queriendo ser. No más. Pero… pero Allen lloró, lloró por él, un desconocido, vertió lágrimas, que se deslizaron por sus mejillas, y las limpió rápidamente con sus manos. Y él solo veía, veía, sin pensar ningún momento en que era un Bookman, Lavi se acercó a Allen, y solo dijo:

 

—      Allen, no llores, no vale la pena, — no valgo la pena, quiso decir en realidad. Pero las palabras no salieron de su boca, y se quedó en eso, en un intento de consuelo vano. — Allen, ya no…

 

—     Pero eres mi amigo, ¿no?

 

Eran palabras muy pesadas, mucho para él, y Lavi no quería mentir mucho ahora, más bien, estaba muy cansado de seguir  con esa farsa, pero, sin siquiera pensarlo, de sus labios salió la siguiente frase:

 

—     Claro que soy tu amigo Allen. No seas tonto.  

 

 

 

13. Dudas

 

No hubo una tumba. Los Bookman no podían tener una. En primera instancia, siquiera había un nombre que poner en esta. Así que el viejo Panda, acabó entre los escombros de aquel lugar donde estuvieron encerrados, y no había otra cosa más que hacer. Y siendo una paradoja, fue Allen, quien lloró todas las lágrimas que él no pudo dejar salir, Lavi solo se quedó observando las peculiaridades de la vida humana. Fue un Bookman, desviado de sus temas de investigación, eso fue.

 

Un día salió al exterior, era de noche, y Allen estaba dormido, con Jhonny, cerca de él, también perdido entre las alas de Morfeo. Dio unos cuantos pasos al exterior, y vio a la luna, se encontró con la certidumbre, de cierta atracción que tenía con este astro. Era añoranza, y nostalgia, de esas que se entran en ti, y no puedes deshacerte de esta. Otro fallo, de los tantos, que tenía, y decidió ignorar el sentimiento, que se entremetía con sus propios sentidos, haciendo que recordase cosas como un colchón que rechinaba, y cabellos de tinta, y la constancia de sonidos no provenientes de la guerra. Así que solo dejo salir su voz en el lugar, a la nada misma, pero con ganas de hablar con un ente que ya no estaba, y nunca estaría más, ya nunca jamás.

 

—     Salí vivo, si Al-… si el “Redentor del Tiempo” hubiera llegado antes, tal vez… también habrías salido de ahí, — no había verdadero sentido en ello, pero… habían tantas cosas que no poseían la cordura necesaria, una más, no hacía ningún mal, — creo que lo jodí todo, lo siento, ahora mi inocencia es tipo cristal, así mismo, me quite el parche, y sigo sin entender cuanta mierda pusiste en mi cabeza. Ahora no puedo dormir, tanta información me vuelve loco, y… — al menos quisiera saber cómo se llama, para poder nombrarlo. Ya que ahora solo podía ir con apodos, y nunca con un nombre, y “Bookman”, sonaba mal, muy mal, ya que ahora él mismo llevaría el nombre, — tengo dudas…

 

Y la frase quedó flotando en el aire. Y ahora, Lavi, Lavi… ya no estaba.

 

 

 

14. Oasis.

 

Cuando puso un pie en la Orden, - después de haberse separado de Allen, y Jhonny, mientras prometía buscar al primero, y ayudarlo, en lo que sea, ya que creía debía hacerlo,- sus pasos se movieron solos. En realidad no vio a nadie, pero estaba seguro que había más de un saludo dado a su persona, que él no respondía, no saludo, o hablo, solo siguió adelante, sin importar las caras de tristeza, y el olor a sangre, ni los escombros derramados por todos lados. Solo quería una cosa, que no sabía que quería… solo quería… abrió la puerta. Kanda se encontraba recostado en su cama, su cuarto era uno de los pocos en la Orden que quedaron intactos tras el ataque de los Noés, - que fueron enfurecidos al lugar, tras haber perdido la posible información valiosa de los Bookman, y a otro miembro de su clan, - los ojos azules centellaron confundidos, se entrecerraron un poco, - volviéndose de nuevo amenazante, - y lo observaron, haciendo que Lavi sienta cierta necesidad de sonreír, pero salió muy mal, todo estaba mal, y entonces el japonés entreabrió los labios, boqueó, las palabras parecían no querer salir, Lavi no creía que estas lo harían, así que se adelantó, y solo susurró su nombre mientras se acercaba. El hombre que venía conociendo durante todos estos años de auto descubrimiento le vio, solo le vio, sin moverse, sin insultarlo, sin golpes, ni miradas despectivas, solo era una mirada limpia de todo… y ahí estaba su oasis, hecho para él, y su alma hambrienta de vida.

Se hundió en sus labios, y deseó amarlo. Pero sobre todo, anhelaba el no poder hacerlo. 

 

 

 

 

15. Dolor.

 

Lavi se quedaba mirando a Lenalee andar mientras contorneaba las caderas, ella iba de un lugar a otro, mientras sus cabellos hondeaban en el aire, - ya sea cuando los tenía largos, o esa cómoda melena, - y se veía preciosa, parecía que el mundo resplandecía bajo su foco, y ella no se enteraba de nada. Era hermosa, ella era la belleza en persona, de esas que encuentras muy pocas veces en la vida. Una chica linda en apariencia, de buen carácter, y actitud, fortaleza, Lenalee era un ser que llegaba a rozar la perfección. El pelirrojo siempre pensó que debía de tener precauciones con ella, - y no solo por el maniaco hermano, - así que solo le sonreía, pero siempre un poco lejos, no iba a muchas misiones con ella, y procuraba, tener siempre un compañero que interceda en sus relaciones… Lavi temía caer presa ante los encantos de esa chica. Temía caer sin remedio ante ella. Bookman ahora la tenía al alcance de su mano.

 

Una vez llegó a la Orden, - bueno, al día siguiente de hacerlo, - se enteró que la chica no salía a su cuarto, y hasta se rehusaba a comer, y él no debía apreciarla, pero, - ya se dijo, - estaba un poco cansado de mentir, así que tras dar a entender su nueva manera de actuar a Reever, - quien era uno de los miembros más abatidos por la muerte de Komui, - fue al cuarto de la chica, y entró en este mismo, abriendo la puerta asegurada, con unos trucos aprendidos en su profesión de Bookman, y ahí la encontró acurrucada en su cama, hecha un ovillo, mientras abrazaba esa fea almohada que poseía la cara de su hermano. Era tierno, y triste, y esta era una Lenalee rota, casi moribunda, Lavi, sin más que dar, sonrió enternecido, y se sentó cerca de ella en la cama.

 

—     ¿Estás bien?, — preguntó, ya sabiendo la respuesta de antemano, siendo un sádico, pero sin la intensión de serlo. No recibió respuesta, — Lena, no estés así, Komui no lo hubiera querido. Apuesto, él al menos es feliz de que tu estés viva, y… sigas soltera, — se las arregló para bromear, mientras veía al techo, — Lena, Komui…

 

—     Lavi, cállate, por favor, quiero… quiero estar sola.

 

—     No haces ningún bien con esto, tenemos bajas, y es obvio un siguiente ataque es cercano.

 

—     No protegí a Nii-san, él era la razón por la que estaba todo bien, mi hermano, él, desperdició su vida por mí, y siquiera yo pude hacerlo salir de aquí. Le quite todo, y…

 

Lavi solo escuchó, sus ojos puestos en la chica que no paraba de llorar, la china siendo más frágil de lo que era, y se sentía de un modo muy ruin al confortarse con esto, él no ser el único que se sentía perdido, hundido, y culpable, por no haber logrado proteger a su refugio. El pelirrojo aún tenía lágrimas secas en sus ojos, y esa opresión en el pecho, él no logró cuidar a lo único tangible en su vida, y eso era el peor error de su vida. Y entonces… su dolor también salió en palabras.

 

—     El viejo, también ha muerto Lenalee.

 

Los ojos violáceos, le vieron, las lágrimas compungidas en estos, entonces la chica dejó su posición, y con lo que le quedaba de fuerzas lo abrazó, mientras susurraba disculpas, un millón de veces, hasta que la garganta se le secó. Lavi acarició sus cabellos, como el hermano mayor que no era, y… la tenía en sus manos, este dolor compartido servía para pasarse de listo, también era el necesario para abrir puertas y enamorarlo. Pero… las puertas ya habían sido abiertas, - aunque tal vez no de forma intencional, -  y dentro se encontraba otro habitante. Y Lavi no se encontraba confundido, una certeza se acrecentó en él mismo, una vez en la noche haya vuelto, a compartir lecho con aquel que tenías ojos azules penetrantes, que le miraba, irritado, y sorprendido… y esto era lo inconcebible.

 

 

 

16. Idiota.  

 

Un golpe, otro, y otro más.

 

Lavi siempre supo que el maltrato, de parte de los puños del contrario, iba de forma explícita en el contrato de esto, - lo que sea, - que tenían, claro que lo sabía, Yu, tenía que ser violento para sentirse pleno en este mundo, la violencia iba con él, guste, o no guste a cualquiera. Esa era la realidad. Lavi, tenía más de una magulladura en su cuerpo, e intentaba sonreír, ante el dolor que sentía, mientras sujetaba sus manos, queriendo retenerle, acariciando las palmas con los dedos. Era un momento íntimo, parezca o no, ya que en ese preciso acto, por una décima de segundo, tal vez muy corto, - tal vez, - para el entendimiento común, Yu le miraba, y los ojos azules, lo atrapaban en un vórtice sin salida, - y Yu le miraba, a él, y solo a él, en ese preciso momento, - eran tantas las emociones que se sentía, que al final el mismo Lavi era quien perdía las fuerzas, y dejaba de resguardar esas manos, de fría piel, blanco color, y le dejaba libre, entonces se mordía los labios, intentando comerse palabras, que no existían, palabras nunca pronunciadas, no válidas para su lógica, y actuar, desviaba la mirada, y aceptaba cualquier puñetazo dado de la otra parte, - y siempre, siempre lo recibía. Al poco tiempo venía el silencio, y Yu volvía a mirarle, y Lavi a comerle la boca, entonces decía tantas veces como fuera posible el nombre de aquel que venía tocando, y entonces el pudor no existía, y Kanda no dejaba de mirarlo, mientras deslizaba las manos en todos lados, olvidándose por unos momentos de fruncir el ceño. Y, era en esos momentos en que Yu le pertenecía, era suyo, por más de que el japonés en realidad perteneciera a otra persona, - la amante, y amigo aquella, aquel,  de quien  Lavi solo había leído, - entonces la estupidez reinaba en la noche, y… el joven Bookman, lo amaba en silencio, debatiendo el punto de ser amado. Era una sensación demasiado confortante aquella, y aun doliéndole, quiso derrumbar su castillo flotante, drenar toda ilusión, y darse el empujón para proseguir. Esa era la idea para cuando preguntó:

 

—       Te enamoraste de mí, ¿verdad?

 

Solo tuvo al silencio como respuesta, y Kanda cerró los ojos, aún recostado en la cama, mientras de sus labios, salía un suspiro traicionero. Era una respuesta muda, la que se supone no tendría. Así que solo quedaba intentar sonreír, lo hizo, mientras daba una calada al cigarrillo que llevaba en manos.

 

—     Soy un idiota. — se dijo a sí mismo.

 

Yu, abrió los ojos, y le enfrentó, aún desnudo,  con las sábanas encubriendo su desnudes, pero…  mostrándose más dominante que nunca antes. El hielo se enfrentó, con las gemas preciosas, y todo se congeló.

 

—     Claro que lo eres, imbécil.

 

 

 

17. Palabras

 

Lavi sabía que el fin ya estaba cerca, pero cuando lo tuvo enfrente de sus narices, se dio cuenta que fue muy rápido. Y ahí estaba el fin, esa guerra dada durante tanto tiempo, por fin terminada, un ícono, un privilegio, fue el haber visto todo esto, como heredero del nombre Bookman. Pero Lavi, a pesar de tener la energía suficiente para botar un suspiro de alivio, sentía que no todo estaba bien. Estaba ese pesar, era como una piedra que venía fijándose en su pecho, y ese nudo en la garganta. Fingió que eso no importaba, - era bueno mintiendo, y el cansancio no le quitaba esa manía en su totalidad, - así que sonriendo como nunca antes, abrazó a todos a su alrededor, y festejo conjunto a los demás, que decidieron posponer los lamentos.

 

Tenía un vaso de bebida en sus manos, mientras veía a todos, y a ninguno en realidad, - sinceramente, - buscando, aquello que no tenía que buscar, porque se iría, ese mismo tenía que irse, así que al final solo vio aquello que portaba entre dedos. La sonrisa hueca, otra vez resaltando a la vista. Había palabras que no dijo, - y no diría, - que le rogaban ser sacadas a la luz. Quería despedirse bien de él. Quería… quería no tener que decir adiós. De sus labios salió el nombre tabú, que aprendió a querer.

 

—     Yu, — nadie lo escuchó. Y rió para sí mismo sintiéndose estúpido.  

 

 

 

18.  Bookman

 

Esto que estás haciendo, — dijo el viejo Bookman, mientras intentaba inhalar un poco de aire, y no mostrarse tan perturbado como estaba, — lo de ese chico, Lavi, ¿Es un acto egoísta como Bookman, o es una acción no pensada como humano?

 

Lavi estaba muy mal, como para voltear la mirada, así que solo tomó un poco de aire, intentando, al mismo tiempo ordenar ideas. Al final sonrió débilmente, sin tener idea de nada, todo era tan incomprensible. Tan raro. ¿Qué era ser humano?, ¿Qué era un Bookman?, la mente se atrofiaba. El ente perdido, aparecía ante el desierto de ideas.

 

—     No lo sé, — respondió al fin, siendo sincero, consigo mismo, con aquel que no quería lo descubriese.

 

El viejo botó un suspiro, este no era de decepción, solo un suspiro, de esos pesados, que una persona no puede evitar escuchar, y estremecerse de la pena. Estas eran las palabras de su mentor en sus últimos días de vida.

 

—     Tú, no puedes esperar más que ser lo imborrable en la vida de una persona que no te conoce siquiera, pero tú no puedes ver a nadie más que como tinta. Esa tinta que usaras para transcribir el enorme libro que forjamos los Bookman. No puedes aspirar a más.

 

—     Pero muchas veces, hay tinta que no puede borrarse.

 

Bookman frunció el ceño.

 

—     Eres un Bookman Lavi, no lo olvides, pronto heredaras el nombre.

 

—     Ya lo sé, ya lo sé, solo que…  nada.

 

El ojo verde del parchado intentó cerrarse. Y estaba pensando en él, a pesar de no quererlo pensaba en él. Las páginas de su vida, - suya, y no de la pluma que era, en su vida como Bookman,-  iban siendo marcadas por un fuerte azul oscuro, que se quedaba calcado en las líneas de su vida, dejándolo sin aliento. No entendía cuando empezó esta dependencia, no sabía si deshacerse de ella. Se preguntó, se preguntó, si era el primer Bookman que caía en semejante vergüenza.

 

 

 

19. Tinta indeleble.

 

Nunca pudo escribir de él.

 

Una vez se haya ido de la Orden, - después de despedirse de todos, y haber sido mandado prácticamente al demonio por Yu, - el joven Bookman viajó, como en antaño, alrededor del mundo, intentando buscar nuevos acontecimientos redundantes, o bien guerras que puedan ser documentadas. Cuando hacía su trabajo, solo se enfocaba en eso, y no cambiaba de ideas nunca, porque así lo habían entrenado, y era un Bookman. Jamás dejó de serlo. Pero… en las noches, se recostaba en la cama, y veía aquellas páginas vacías que jamás pudieron ser escritas, amontonadas a un lado de su cama, y esa noche dejó de querer forzarse a hacerlo. Ya se había dado cuenta, que la entidad de “Yu Kanda”, alias, “Segundo Exorcista”, o el experimento fallido que acabó en gloria, desaparecería de la historia. Ya que no pudo lograr transcribir, ni media plana de esa persona.  Este era su egoísmo como persona, como ese ser que era, como él, quien no tiene nombre, solo un rostro, y mil, y un máscaras en mano. Así que esa noche solo se recostó en la cama, mirando el techo, sintiendo ese mismo frío de todas las noches calándole hasta los huesos.

 

Estaba muy agotado, rendido, y harto. Así que decidió conciliar el sueño, con la cabeza en el colchón, mientras su misma respiración se calmaba, y parecía resonar con un ritmo arrullante. Se recostó con más presteza, en el colchón, en que estaba su cuerpo, y entonces, antes de dormir, de pegar sus ojos tal, y como se debe, sus manos, - otra vez, - buscaron algo entre las sábanas, y no encontró nada. El sueño se diluyó en un segundo, y se sentó en cama, con un nudo en la garganta. El frío del lugar le estremecía, y tenía ganas de llorar. La tinta, esa que venía despreciando desde su infancia, se había instaurado en su ser, y ahora ahí estaba marcándolo, como no debería. Un aroma ya perdido con el tiempo lo envolvió, y le contó historias que debían estar en el pasado. La eternidad, su eternidad sería esta, - su castigo al igual, - la soledad absoluta, que le hacía estremecer, y soñar algunas veces, - y con mucha suerte, - en los brazos, en la piel nívea, las palabras rellenas de violencia, y los ojos de hielo quemándole las entrañas. Un nombre impreso en su pecho, y el susurro de este en las noches, cuando ya se estaba muy desesperado, herido, y cansado. Así que… solo quedaba sonreír, y fingir que todo estaba bien, - como siempre, - con el fin de proteger lo que era, y no dejaría de ser. Esto era ser un Bookman, cerrar la boca, mirar adelante, dejar el corazón atrás, y olvidar el estremecimiento de este hecho.  

Pero… a veces, solo dejaba que el sentimiento, - ese que no debería existir, - lo arrasara, y miraba sus manos callosas, con los ojos empañados de anhelo, y lo amaba, mientras juraba no volver a hacerlo.  

 

 

 

 

  

 

       

 

Notas finales:

Siento que esta parte fue mucho más angustiosa, que la primera parte de esta historia. Pero... creo que estoy conforme, aunque no estoy muy segura de nada, hasta recibir su opinión. ¿Les sigue gustando?

Bien, como he mencionado, esta es la segunda parte, - que no se necesita leer la primera, - de una serie de hsitorias, que hasta ahora solo posee dos, así que... hago una paregunta, ¿Quieren la tercera parte? Pienso subir esta dentro de un mes, con el nombre de "Impresiones a Color", pero todo va de su mano. De su apoyo. Pero ya digo de antemano, la narración será un poco diferente, y... pienso mejorar el paisaje, hacer un final más... feliz.

Bien, les gusto el episodio?


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