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BATTLE ROYALE por SuperNova31

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Ahn Daniel (el estudiante número 1) estaba sentado en la oscuridad, abrazado a sus rodillas y temblando. Estaba en el interior de una casa ligeramente más alejada de la parte más habitada de la isla, en la costa oriental. Puede que las luces funcionaran, pero Daniel no se atrevía a averiguarlo. La luz de la luna que entraba por la ventana aún no llegaba a la mesa de la cocina bajo la que estaba escondido. Casi todo estaba a oscuras, así que no podía ver la hora en su reloj, pero era factible que hubieran transcurrido ya dos horas desde que se había metido allí. Probablemente eran casi las cuatro de la madrugada. ¿Había pasado ya una hora desde que oyera aquellos ruidos débiles y distantes, como de petardos lejanos? No, Daniel ni siquiera quería pensar en lo que podía ser aquello realmente.

Levantó la mirada y vio, recortada contra la luz de la luna, la encimera y una tetera justo encima de la cocina. Era consciente de que el Gobierno probablemente había reubicado a los residentes de la isla en algunos barracones temporales, pero las huellas que quedaban de una vida personal y real en aquella casa resultaban pocas naturales y aterradoras. Todo aquello le recordaba una historia de miedo que había escuchado cuando era niño, sobre el barco Marie Celeste, cuya tripulación al completo desapareció de repente como por magia, dejando en la mesa sus platos de comida a medio terminar. Pensar en aquello incluso lo aterrorizó más.

Había salido corriendo de la clase sin tener ni idea hacia dónde se dirigía. Lo siguiente que supo que estaba en medio de esa zona residencial. Lo primero que se le pasó por la cabeza fue que aún no había muchos estudiantes fuera, ya que él era el primero. Para esa hora apenas tendrían que haber cinco estudiantes fuera… pero solo eran cinco. Había cincuenta o sesenta casas en aquella zona, así que las posibilidades de encontrarse con alguno de ellos eran prácticamente nulas. Y mientras cerrara la puerta y se estuviera quieta en aquella casa, estaría seguro al menos hasta que tuviera que moverse. El collar explotaría si permanecía en una zona prohibida, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Jungmin les había advertido que si intentaban quitarse el collar, este se activaría. Lo más importante era asegurarse de que podía oír las comunicaciones de Jungmin sobre las horas y los lugares de cada zona prohibida.

Así que Daniel había intentado entrar en una casa, pero la primera estaba cerrada. Igual que la segunda. Fue por el patio trasero de la tercera y rompió la ventana con una piedra que encontró en el suelo. Hizo un ruido tan tremendo que se escondió debajo de la baranda. Sin embargo, parecía que no había nadie por la zona. Entró en la casa, pero ahora ya no podía cerrar la ventana. Con gran esfuerzo logró cerrar los postigos. Una vez cerrados, el interior estaba prácticamente a oscuras, y se sintió como si hubiera entrado a una casa embrujada. Se las arregló para encender la linterna, de todos modos, y adentrarse en la casa. Cogió dos cañas de pescar y las utilizó para trancar bien los postigos.

Y ahora se encontraba bajo la mesa de la cocina. Matarse unos a otros no se le pasaba por la cabeza. Pero y si… si aquella zona (comprobando el mapa, descubrió que casi toda se encontraba en el sector H-8) no llegaba a declararse zona prohibida, podría sobrevivir hasta el final.

Pero… Daniel continuaba temblando mientras meditaba sobre su situación. Aquello era terrible. “Por supuesto… de acuerdo con las reglas del juego, todo el mundo es tu enemigo, así que no hay modo de confiar en nadie”. Pero aunque el juego acabara y él resultara ser el único superviviente, eso significaría que todos los demás habrían muerto: sus amigos, Kim Hee Chul y Bang Cheol Yong, igual que Jung Jin Young, que conseguía que su corazón latiera a un ritmo insospechado cada vez que pensaba en él.

Lo que realmente le encantaba de Jinyoung era su voz. Aquella ligera aspereza que no era ni demasiado aguda ni demasiado grave. Al parecer le gustaba la música censurada que llamaban “rock”, así que siempre parecía aburrido en clase de música cuando tenían que entonar canciones de alabanza al Gobierno y al Dictador, pero cantaba maravillosamente bien. El sonido de su guitarra cuando tocaba piezas improvisadas era soberbio; aquellos ritmos tan raros siempre conseguían que a Daniel le entraran ganas de bailar.

Y sin embargo había algo etéreo en aquel sonido, no muy distinto al de las campanas repicando en una preciosa iglesia. Y luego estaba su cabello, por no hablar de su aire ligeramente despistado o sus bonitos ojos rasgados. También se movía con una dulce elegancia, porque había sido una estrella en la Liga Infantil de Béisbol en la escuela primaria y una de atletismo en la escuela secundaria.

Sus temores se mitigaron un poco cuando pensó en el rostro de Jinyoung y en su voz. “Oh, si al menos Jinyoung estuviera conmigo aquí y ahora, eso sería maravilloso…”.

Bueno, y entonces, ¿por qué nunca le había dicho a Jinyoung lo que sentía por él? Mediante una carta de amo, por ejemplo. O enviado a alguien para que se lo presentara, y poder decírselo directamente. O por teléfono. Ahora ya nunca tendría esa posibilidad.

Entonces fue cuando se le ocurrió.

El teléfono.

“Jungmin ha dicho que no podemos utilizar los teléfonos de las casas, pero…”

Daniel agarró su bolsa de nailon, que estaba junto a la mochila que le habían dado. Abrió la cremallera y apartó su ropa y sus efectos personales, y luego cogió su móvil. Su madre se lo había comprado a nuevo para aquel viaje, ya que su móvil anterior una de los chicos de Zelo se lo había tirado al retrete. Era cierto que había tenido envidia por un par de compañeros que tenían uno de esos nuevos móviles de pantalla táctil y había algo decididamente emocionante en la idea de tener tu propia mascota virtual, pero Daniel también pensaba que sus padres estaban siendo sobreprotectores y que su madre era una neurótica. Se había olvidado por completo del móvil hasta ese preciso momento.

Daniel pasó su dedo índice por la pantalla del móvil con manos temblorosas.

El teléfono se activó automáticamente y la pantalla LCD se iluminó con un fulgor verdoso. Tanto su pantalón como su equipaje podían verse ahora. Pero lo más importante, sin duda, era que las barras indicativas de cobertura estaban iluminadas en la pantalla, indicando que se podía llamar perfectamente por teléfono.

-Ay, Dios mío…

Daniel pulsó frenéticamente los botones que aparecían en la pantalla, los números de su casa en Busan.

Tras unos instantes de silencio, el teléfono del otro lado comenzó a dar señal y su pecho rebozó de esperanza.

Uno, dos, tres tonos. “Por favor, por favor, atiendan… Papá, mamá. Puede que esté llamando a una hora poco razonable, pero tienen que darse cuenta de que su hijo está en una situación de emergencia. ¡Deprisa!.”

Los tonos de llamada se interrumpieron de repente y contestó una voz.

-¿Dígame?

-Oh, papá…- Allí, encogido, Daniel cerró los ojos. Pensó que se volvía loco de alivio. “Me van a salvar. ¡Salvado!”.- ¡Papá, soy yo! ¡Daniel! ¡Ay, papá! ¡Por favor, ayúdame! ¡Por favor, sálvame, sácame de aquí…!- le gritaba al teléfono frenéticamente, pero se calmó de repente porque no había respuesta. Algo no iba bien. “¿Qué pasa? ¿Por qué papá no…? No, eso era…”

Al final, la voz que estaba al otro lado contestó:

-No soy tu padre, Daniel. Soy Jungmin. Les dije que los teléfonos no funcionarían.

Daniel gritó y arrojó el teléfono al suelo. Luego, inmediatamente, pasó el pulgar por la pantalla para colgar la llamada.

Su corazón latía enloquecido. Una vez más, Daniel estaba sobrepasado por la desesperación.

“Oh, no… voy a morir aquí… voy a morir…”.

Pero entonces el corazón de Daniel se paralizó.

Había oído un ruido, como si algo se hubiera roto.

Un cristal roto.

Daniel se volvió hacia el lugar de donde procedía el ruido. Venía del salón: él mismo había revisado las puertas y ventanas para asegurarse de que estaba cerrado. Alguien entraba. Alguien. Pero ¿por qué…? De todas las casas que había, ¿por qué tenía que entrar allí?

Daniel, aterrorizado, bloqueó la pantalla del teléfono para apagar la luz, y el fulgor verde desapareció. Se lo metió en el bolsillo del pantalón, cogió el arma de la mochila y sacó el cuchillo militar de doble filo de su funda de plástico. Lo agarró con fuerza. Tenía que escapar tan rápido como pudiera.

Pero su cuerpo estaba paralizado y no podía moverse. Daniel intentó relantizar su respiración. “Por favor, por favor, por favor. Dios mío, que no me oigan los latidos del corazón…”.

Oyó el ruido como de una ventana al abrirse y luego al cerrarse, y más tarde el sonido de unas pisadas cautelosas y calladas. Parecía que se estaban moviendo por toda la casa, pero al final se encaminaron hacia la cocina, donde se encontraba Daniel.

Un fino rayo de luz atravesó la oscuridad de la cocina, refulgiendo sobre la tetera, la encimera y el fregadero.

Alguien suspiró de alivio y se dijo:

-Aquí no hay nadie…

Los pies entraron en la cocina. En cuanto Daniel escuchó aquella voz, sin embargo, se sintió aterrorizado. Cualquier mínima esperanza que hubiera podido tener de que el intruso fuera un amigo se había desvanecido por completo. Era él, Choi Jun Hong (el estudiante número 5), el chico más malo del instituto. Y aunque tenía el rostro más encantado y angelical imaginable, una simple mirada suya era suficiente para intimidar a cualquier profesor.

Choi Jun Hong asustaba más a Daniel que Wu Yi Fan, Jung Yong Hwa o cualquiera de los otros chicos malos. Daniel había sufrido los agobios de Shin Dong Ho, que era de la misma banda de Zelo, cuando se juntaron en la misma clase el año anterior. Cuando se encontraban en un pasillo, Dongho le ponía una zancadilla o le rajaba el pantalón con una cuchilla. Últimamente, tal vez porque simplemente Daniel había dejado de interesarle, Dongho había dejado de molestarlo. (Sin embargo se disgustó mucho cuando supo que su clase iba a tener la misma lista que el segundo curso). Zelo en realidad no agobiaba a Daniel, pero era una persona a la que ni siquiera Dongho podía desafiar.

Choi Jun Hong disfrutaría matando a alguien como él.

El cuerpo de Daniel comenzó a estremecerse de nuevo. “Oh, por favor, no tiembles. Si me oye…”. Daniel se rodeó sus rodillas con los brazos, con toda la fuerza posible, para dejar de temblar.

Desde debajo de la mesa Daniel podía ver la mano de Zelo con una linterna y el cinturón con tachas del pantalón gris claro brillando con la luz. Oyó cómo Zelo revolvía los cajones junto al fregadero.

“Por favor, por favor, date prisa y lárgate. O al menos sal de la cocina… si lo hiciera, al menos podría llegar hasta el baño. Podría cerrar por dentro y escapar por la ventana. Por favor, vete…”

O-oh!, I got that supa luv, that supa luv...

Sonó su teléfono móvil, y Daniel sintió que el corazón le dejaba latir en aquel mismo momento.

También Choi Jun Hong pareció asustarse ligeramente. El fulgor de la linterna desapareció de repente, junto con el brillo del cinturón. Al parecer se arrimó a un rincón de la estancia.

Daniel se dio cuenta de que el sonido procedía de su bolsillo. Sacó frenéticamente el teléfono. Tenía la mente en blanco y, de manera automática, comenzó a apretar la pantalla del  móvil para que se callara.

Se oyó una voz débil.

-Hola, soy Jungmin otra vez. Solo quería recordarte, Daniel, que apagues el móvil. De lo contrario, si te llamo, como ahora, todo el mundo sabrá donde estás, ¿de acuerdo? Así que…

Al final los dedos de Daniel trazaron una línea sobre la pantalla, y la voz de Jungmin se cortó.

El asfixiante silencio continuó durante unos instantes. Entonces oyó la voz de Zelo.

-¿Daniel?- preguntó- ¿Daniel? ¿Eres tú el que está ahí…?

Parecía como si Zelo estuviera arrinconado en una esquina oscura de la cocina. Daniel dejó con cuidado el móvil sobre el suelo. Lo único que tenía entonces en sus manos era un cuchillo. Las manos le temblaban incluso más que antes, y el cuchillo parecía un pez intentando escurrirse y escapar, pero Daniel se aferró a él tan fuerte como pudo.

Zelo era más alto que Daniel, pero seguro que no era mucho más fuerte. El arma de Junhong… A lo mejor era una pistola, aunque no, porque si fuera así, habría apuntado a la mesa y habría disparado. Si Zelo no tenía una… entonces Daniel podía tener una posibilidad.

Sí, tendría que matarlo. Si él no lo hacía, con toda seguridad Zelo lo mataría a él.

Tenía que matarlo.

Hubo un ruido, como un chasquido, y volvió a aparecer la luz de la linterna. Iluminó la parte inferior de la mesa, y Daniel dio un respingo. Era el momento… lo único que tenía que hacer era levantarse y correr hacia la fuerta luz con el cuchillo por delante.

Pero las intenciones de Daniel se vieron desbaratadas abruptamente por un inesperado giro de los acontecimientos

La luz de la linterna descendió y Choi Jun Hong se agachó, iluminándose junto al suelo, mirando a Daniel. Las lágrimas resbalaban por el rostro de Junhong.

-Cuánto me alegro…- sus labios temblorosos al fin se separaron y consiguió decir con una voz muy débil-: Tengo… tengo… tengo mucho miedo.- Su voz sonaba aterrorizada. Adelantó las dos manos hacia delante como si buscara la protección de Daniel. Estaba desarmado.- Puedo confiar en ti, ¿verdad? Puedo confiar en ti. No estarías pensando en matarme, ¿no? Te vas a quedar conmigo, ¿verdad?

Daniel estaba atónito. Era Choi Jun Hong y estaba llorando. “Me está pidiendo ayuda… a mí. Oh…”. Mientras remitían los temblores de sus manos, Daniel sintió que una indescriptible emoción la invadía.

Así que así eran las cosas… Poco importaba la mala fama que tuviera, Choi Jun Hon solo era otro estudiante de tercer año en el instituto, igual que él. Ni siquiera él podía participar en un juego tan espantoso como el que les proponían, matando a otros compañeros de clase. Simplemente estaba solo, aterrorizado y desesperado.

“Y…oh, qué espanto, ahora que lo pienso… ¡Y yo pensando en matarlo! Soy… soy una persona horrible”.

Daniel estalló en lágrimas, abrumado por los remordimientos y el alivio de sentir que ya no estaba solo, por estar con otra persona.

El cuchillo resbaló de las manos de Daniel. Caminó a gatas por el suelo, salió de debajo de la mesa y cogió las manos que le ofrecía Junhong. Como si en su interior se hubiera reventado una represa, estalló en gritos:

-¡Junhong, Junhong!

Sabía que sus temblores se debían ahora a una emoción bien distinta. No importaba ya…

-Muy bien, sí… Me quedaré contigo. Nos quedaremos juntos.

Zelo hipaba con el rostro empapado en lágrimas y le apretaba también las manos a Daniel, asintiendo y lloriqueando mientras.

Daniel abrazó a Junhong, y allí se quedaron, arrodillados en el suelo de la cocina. Sintió el calor del cuerpo de Junhong y se sintió tanto más culpable cuando sus brazos notaron el cuerpo de Junhong temblaba sin poderlo evitar.

“Y yo… y yo pensando en hacer algo tan horrible… De verdad, estaba pensando en matar a este chico…”.

-Oye…- Daniel intentó decir algo-, yo… yo…- Zelo levantó la mirada llorosa a Daniel.

Daniel apretó fuerte los labios para sofocar un grito y sacudió la cabeza.

-Estoy… estoy avergonzado de mí mismo. Por un momento he pensado en matarte. Porque estaba… tenía tanto miedo…

Los ojos de Zelo se abrieron como platos al oír aquello, pero no pareció ofenderse. Porque estaba… tenía tanto miedo…

Los ojos de Zelo se abrieron como platos al oír aquello, pero no pareció ofenderse. Lo único que hizo fue asentir con la cabeza. Su rostro, que había estado tan tenso por llorar de un modo histérico, ahora ofrecía una cálida sonrisa.

-Está bien, de verdad. No te preocupes, es normal. Todo es por esta horrible situación. De verdad, no te preocupes. ¿Si? Solo quédate conmigo, por favor.

Después de que Zelo dijo aquello, sujetó con cariño el rostro de Daniel con la mano izquierda y apretó su mejilla contra la de él. Daniel notó las lágrimas de Junhong.

“Oh –pensó Daniel-, qué equivocado estaba respecto a él…”. Resultaba que Choi Jun Hong era un chico increíblemente amable. Podía perdonar a alguien que había intentado matarlo y responder de aquel modo tan amable diciendo:

-Está bien. ¿No nos advertía siempre nuestro profesor, el señor Choi, que ha sido asesinado, que es un error juzgar a la gente solo por su fama?

Con aquellas ideas, Daniel sintió que algo volvía a despertarse en su interior. Abrazó el cuerpo de Zelo incluso con más fuerza. Era todo lo que podía hacer  en esos momentos. “Lo siento, lo siento mucho: soy una persona horrible, soy de verdad…”

El sonido desgarrador que oyó entonces Daniel era parecido al que produce un limón al partirse por la mitad. El cuchillo tenía que estar realmente muy afilado y el limón muy fresco, como ocurre normalmente en los programas de cocina de la tele.

Le costó unos segundos darse cuenta de lo que había ocurrido.

Daniel vio la mano derecha de Zelo debajo de su barbilla. Sostenía una especie de puñal levemente curvado, como un plátano, que lanzaba turbios reflejos de la luz procedente de la linterna. Era una hoz, de las que se utilizan para segar arroz. Y ahora su punta estaba clavada en la garganta de Daniel.

Zelo tenía sujeta la nuca de Daniel con la mano izquierda, y clavó la hoz un poco más adentro. Se pudo oír otro crujido.

A Daniel le comenzó a arde la garganta, pero eso no duró mucho. No pudo decir ni una palabra más y perdió la conciencia al tiempo que su pecho ardía con la sangre. Expiró, incapaz de comprender lo que significaba exactamente tener una hoja afilada clavada en la garganta. Traicionando en los brazos de Junhong, murió sin que su mente se parara a pensar en Jung Jin Young o en su familia.

Zelo dejó caer a Daniel, que se derrumbó en el suelo justo al lado.

Zelo rápidamente apagó la linterna y se quedó quieto. Se secó aquellas molestas lágrimas… Podía hacerlas brotas siempre que quería. De hecho, era de sus más apreciadas habilidades. Con la hoz en la mano derecha, levantada hacia el haz de luz que entraba en la cocina, sacudió la hoja, lanzando diminutas gotas de sangre que salpicaron el suelo.

“No está mal para empezar”, pensó Junhong. Hubiera preferido un cuchillo, más fácil de usar, pero resultaba que una hoz no estaba nada mal. Sin embargo, no había sido muy cauto al entrar en una casa que perfectamente podía haber estado ocupada. “De ahora en adelante tendré que ser más prudente”. Mirando el cadáver de Daniel en el suelo, dijo unas palabras, lenta y calladamente:

-Lo siento. Yo también pensaba matarte.

Ahora tenía teléfono nuevo.

 

Estudiante número 1, Ahn Daniel: Muerto.

 

 

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