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El misterio de Castiel por Calabaza

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— ¿En una semana? ¿De verdad? — Dean pudo percibir como su corazón se aceleraba por la emoción de saber que su padre se encontraba bien y estaría de vuelta en una semana. — Pero ¿Lo dices en serio?... Sí. Estaremos listos. Sí, Sam está bien. Yo también. De acuerdo, nos vemos.

Le dio el auricular a Sam, quien estaba a su lado, esperando su turno para hablar.

Sam de todas formas estaba mucho menos alegre respecto a que su tiempo en la granja Harvelle estaba llegando a su fin, pero Dean pasó por alto eso porque demasiado contento para notarlo.

— ¿Su padre está bien? — preguntó Ellen, cuando Dean y Sam volvieron a la sala.

—Está bien. —respondió Dean con una sonrisa de oreja a oreja. —Está en Wyoming y dice que llegará aquí en una semana.

—Oh, muy bien.

— ¿Por qué estás tan feliz de irte? —preguntó Sam más tarde, cuando Ellen les dio un descanso antes de la cena.

— ¿Por qué tú no? —soltó Dean, sintiéndose repentinamente tenso por el tono desanimado en la voz de Sam. Ya suponía de qué iba aquello, seguramente algo sobre que Sam no quería irse.

—Me alegra volver a ver a papá, pero tú siempre actúas como si no pudieras estar contento en un lugar sin él.

—Porque es papá, Sam. A veces parece que no quieres estar con él.

—No digas eso. —respondió Sam con tristeza, y Dean, que aún tenía muchas cosas por decir, guardó silencio porque aquel no era un asunto para ser hablado frente a los otros chicos, porque se estaba sintiendo un poco molesto y a lo mejor terminaba diciendo algo de lo que luego se arrepentiría.

— ¿Ya se van? —preguntó de pronto Jo que parecía recién darse cuenta de lo que ocurría. — ¡No quiero! —dijo yendo a abrazarse de Dean. —Quiero que se queden.

—Está bien, Jo, no vamos a irnos todavía.

— ¿Nunca?

—Bueno, tendremos que irnos pronto, pero vamos a volver a vernos.

—No quiero. — sollozó la niña, lo que, junto con la discusión con Sammy, contribuyó a que la alegría de Dean decayera.

Simplemente no podía comprender como era que Sam se encontraba tan bien cuando no estaban con su padre. La suya era una vida difícil, lo sabía, pero al menos se tenían el uno al otro. Dean vivía con el miedo constante de perder a su papá, como había perdido a su madre, y Sam en cambio apenas si parecía extrañarlo en ocasiones y eso frustraba y entristecía mucho a Dean, porque le hacía sentir un poco más solo, como si su familia fuera a desintegrarse frente a él. Sabía que Sam quería a su padre, era Sam el primero en salir corriendo a recibirlo cuando llegaba de algún viaje, pero siempre parecía también ser el que se desapegaba de él más rápido y eso asustaba a Dean.

Contrario a lo que habían querido y esperado, el buen clima que habían tenido ese día se esfumó con el frío de la lluvia que regresó de improviso, como si nunca se hubiera ido.

Para su sorpresa, Castiel no le pidió quedarse en su cama esa noche y Dean de todas formas estaba tan de mal humor para cuando llegó la hora de dormir que no le dio la menor importancia, simplemente fue a acostarse y al poco rato se quedó dormido, arrullado por el sonido de las gotas de lluvia golpeando el suelo, imaginando que las escuchaba caer sobre el techo del Impala, yendo toda velocidad por la carretera.

Abrió los ojos directo a la oscuridad, seguro de que acababa de escuchar que alguien gritaba su nombre. Estaba sudando y respiraba agitado y poco a poco fue tomando conciencia de que había tenido una pesadilla. Sintió que era afortunado al no poder recordar lo qué estaba soñando, pero aun así tuvo la desagradable sensación de que había sido algo que tenía que ver con fuego. Se inclinó sobre el borde de la cama para mirar en la litera de Sam, quien dormía, y luego miró a la de Castiel, que estaba vacía. Castiel no estaba en la habitación, se había asegurado de ello antes de ir a revisar el baño, y cuando no lo encontró ahí supuso que se al final se habría vuelto a asustar con la lluvia y había buscado refugio en el dormitorio de Ellen.

Iba a volver a su habitación cuando escuchó el ruido escaleras abajo, pasos y el sonido de la puerta del frente abriéndose. No tenía la menor idea de qué era lo que estaba ocurriendo pero eso no le detuvo de ir directo a averiguarlo, bajando las escaleras y acercándose a la puerta abierta que dejaba entrar a la lluvia y al frío al recibidor. Dean dio un paso fuera y asomó la cabeza, intentando ver algo en la oscuridad, pero luego de un rato en el que no ocurrió nada y sintiéndose helado, decidió que iba a cerrar la puerta y volver a la cama. Excepto que no pudo hacerlo porque finalmente vio a alguien moviéndose hacia la cerca. Extendió la mano para encender la luz del porche y entonces pudo vislumbrar la pequeña figura de Castiel moviéndose torpemente entre el lodo y el agua.

— ¡Cas! —le llamó, corriendo tras de él sin dudar. — ¡Castiel! —continuó repitiendo su nombre hasta que logró alcanzarlo y detenerlo por los hombros. Cuando Castiel le miró, Dean no estaba si quiera seguro de que estuviera despierto, pues tenía los ojos entrecerrados y aquella expresión ausente que ponía a veces cuando parecía que no notaba que había otras personas alrededor.

—Cas ¿Estás bien? —preguntó alarmado, sacudiéndolo para hacerle reaccionar. — ¡Cas!

—Dean…—Castiel finalmente abrió los ojos y le miró de lleno, luciendo asustado y tan desconcertado como el otro chico—Me están llamando, Dean. —dijo, levantando una mano para señalar algún lugar impreciso en el horizonte.

—No hay nada ahí.

—Ahí están. Dicen que tengo que volver. —Sus manos se aferraron a los brazos de Dean—Pero no quiero ir.

—Entonces no vayas. — respondió Dean, abrazándolo. —Vamos adentro, Cas.

—No puedo. —chilló, pero no opuso resistencia cuando Dean lo guió de vuelta a la casa y cerró la puerta cuando estuvieron adentro.

—Estás muy frío. —susurró Dean, alarmado, tocando su rostro y sus manos. Dean. Abrió la puerta del armario y buscó algo con lo que pudiera secar y limpiar a Castiel, pero no había toallas, sólo algunos impermeables y un par de abrigos viejos. Dean jaló la manga de uno de ellos, que resultó ser una gabardina color café.

—Levanta los brazos. —y Castiel obedeció mientras le sacaba el suéter mojado para después cubrirlo con la gabardina, que era demasiado grande. Los brazos de Castiel quedaban nadando dentro de las mangas y arrastraba todo el largo en el suelo, pero al menos servía para cubrirlo. Dean volvió al armario y tomó el otro abrigo con el que se apresuró a limpiar los pies de Castiel del barro con el que se había manchado, y después limpió los suyos propios. Ambos habían salido descalzos al exterior y habían dejado huellas de lodo en la entrada. Puso el abrigo sucio de dónde lo había tomado, ya se encargaría de limpiarlo luego, o de esconderlo un poco mejor, luego se tomó el tiempo de limpiar el sucio del suelo con un trapeador, y mientras trabajaba, Castiel lo observaba en silencio junto a las escaleras, temblando bajo la gabardina.

A Dean le pareció un milagro el poder volver al dormitorio sin haber despertado a nadie.

—Quítate los pantalones. —le susurró a Castiel, mientras él también se mudaba la ropa mojada y se ponía un pijama seco.

—Pero no tengo otro aquí. Ellen los guarda. —respondió el otro, tiritando.

—Puedes usar algo mío. —Dean buscó a tientas dentro de su maleta y sacó una pantalonera y una playera limpia y se los pasó a Castiel, quien se vistió bajo la gabardina, como si fuera una especie de tienda, y luego se abrigó con ella, y Dean le permitió dejársela puesta porque pensó que debía tener mucho frío.

— ¿Puedo dormir contigo? — soltó en un tono que casi pareció una súplica.

—Claro que sí, sube. —respondió Dean, y cuando se acomodaron en la cama se aseguró de cubrirlo bien con las cobijas, y le pasó un brazo alrededor, recargándose contra él, intentándolo calentarlo porque Castiel seguía temblando y eso le preocupaba mucho.

— ¿Qué estabas haciendo? ¿Por qué te saliste así? — preguntó, pero Castiel no respondió.

—Tienes el cabello mojado, Cas. —dijo después, pasándole una mano por la cabeza.

—Tú también.

Dean suspiró y acomodó su frente contra la mejilla de Castiel.

—Estás temblando mucho.

—Lo siento.

—No… Es que puedes enfermarte. Creo que debo decirle a Ellen que te de un baño caliente.

—Estoy bien. Quiero dormir.

—Umh, bueno… Descansa.

Dean cerró los ojos e intentó quedarse dormido también, sintiendo como poco a poco el cuerpo de Castiel se relajaba y como volvía a calentarse, como sus rostros se presionaban juntos y Cas respiraba suavemente sobre él. Podría haberse quedado dormido rápidamente, sosegado por aquel mar de agradables sensaciones en el que sentía que había caído, pero entonces la voz de Castiel tintineó de nuevo en sus oídos preguntándole si ya se había dormido. Dean gruñó una respuesta sin siquiera abrir los ojos.

—Vas a irte Dean. —dijo luego Castiel, y Dean notó que su voz, que normalmente sonaba plana, de pronto se escuchaba triste.

—Sí. —respondió simplemente.

— ¿A dónde vas?

"A casa" fue lo primero que saltó a la mente de Dean.

—No lo sé. —fue lo que salió de sus labios. —A donde papá quiera ir.

— ¿Por cuánto tiempo?

—No lo sé.

—No quiero que te vayas.

Y por primera vez desde que había hablado con su padre esa tarde, Dean sintió ganas de quedarse ahí, porque no había pensado en ello antes, pero lo pensaba en ese momento, que no quería dejar a Castiel. Aún había mucho que hacer, muchos juegos por jugar y cosas por leer, y tenía que ayudarlo con sus voces. ¿Si él se iba como iba Castiel a ahuyentarlas? Iba a extrañarlo. Iba a echar en falta verle todos los días. Pensó fugazmente en que podrían llevarlo con ellos porque en el auto había espacio suficiente. Pero sabía que era una idea tonta. Su padre probablemente no lo aprobaría y de todas formas tal vez Ellen tampoco estaría de acuerdo. Además Cas estaba a salvo en esa casa, un lugar protegido de las cosas malas del mundo, en dónde tenía una madre buena y cariñosa que le daba baños y le hacía comida deliciosa todos los días. Era una idea muy estúpida pensar en quitarle eso para darle a cambio viajes cansados en el asiento trasero del auto, camas sucias de hotel y monstruos. No parecía justo, y tampoco para Sam. Sintió un nudo en el estómago al pensarlo.

Era injusto, pero Sam pertenecía con ellos a esa vida, y Castiel no. Pero eso no le hacía desear menos el que pudiera acompañarlos.

—Nos vamos a volver a ver. —respondió finalmente.

—Lo sé. Pero me da miedo todo el tiempo que va a pasar hasta que vuelva a verte, Dean.

Había temido de verdad que Castiel terminara enfermándose, pero cuando al fin se levantó al día siguiente parecía estar perfectamente. De todas formas Dean tenía otras cosas de qué preocuparse, como el hecho de que Castiel se levantara a mitad de la noche y saliera de la casa cuando caía una tormenta porque creía que alguien le estaba llamando y tenía que irse a algún lugar. Estuvo tentado de ir a contarle a Ellen lo que había ocurrido porque sentía que se le estaba yendo de las manos, porque Castiel realmente podría haberse lastimado o algo horrible podría haberle ocurrido por salirse así de la casa.

Y si, sabía que Ellen se iba a preocupar mucho pero era mejor que lo hiciera a que lo que le estaba pasando a Castiel fuera ignorado, así que pensó que le diría todo en cuanto tuviera la oportunidad, lo que no ocurrió después del desayuno, porque se distrajo cuando Sam mencionó que ya que estaba lloviendo de nuevo y no podían salir, podrían jugar a las escondidas dentro de la casa. Todo estuvieron de cuando, y también todos miraron a Jo que parecía muy dispuesta a ser incluida en el juego.

—Puedes jugar, pero quédate cerca, Jo. —le advirtió Dean, preocupado de que se repitiera el incidente de días atrás.

—Pero si me quedo cerca vas a encontrarme pronto.

—Podemos escondernos juntos. —ofreció Sam. —Así yo sabré en dónde estás y Dean no va a encontrarnos.

—Sí, ya veremos. —resopló Dean, pero Jo estuvo de acuerdo y le tomó la mano a Sam para salir corriendo a esconderse en cuanto Dean se volteó hacia la pared y empezó a contar. Como hacía siempre que le tocaba contar puso atención en qué dirección se movían los pasos, y pudo escuchar que al menos dos de los chicos habían subido por las escaleras del recibidor, pero entonces se dio cuenta de que Castiel seguí ahí, mirándole como si no supiera que hacer. Tal vez no sabía, o al menos eso pensó Dean.

— ¿No vas a ir a esconderte?

Aunque Castiel no parecía estar enfermo, si se le notaba un poco ausente y retraído. Callado, como era cuando recién lo había conocido.

— ¿Estás bien, Cas?

—Sí.

— ¿No quieres jugar?

No obtuvo respuesta.

—Tienes que ir a esconderte y luego yo voy a buscarte ¿De acuerdo?

— ¿Por qué?

—Pues porque es divertido.

Castiel entornó los ojos y le miró como si sus palabras fuera algo difícil de comprender, pero casi enseguida se movió de donde estaba y Dean le escuchó subir por las escaleras también.

Cuando terminó de contar Dean fue directo al segundo piso, empezando a buscar sistemáticamente habitación por habitación. Después de los primeros minutos sin dar con ninguno de los otros chicos pensó en que tenía que darle crédito a Sam porque estaba mejorando sus escondites. Iba a buscar en la habitación de Ellen cuando se dio cuenta que la puertecilla que daba hacia el ático estaba entreabierta y eso en seguida encendió una alarma en su cabeza, porque todos sabían que el ático estaba prohibido, y aunque la sola idea de recibir un regaño de Ellen daba miedo, lo que preocupó a Dean fue pensar en que que Sam o alguien más como Jo, quien era temeraria e imprudente, se acercaran a la ventana que había ahí arriba, en la que se había sentado Ash el día anterior, esa que daba directo al tejado, por la que era muy fácil trepar para subirse al techo.

Sabía que Sam no sería tan descuidado como para dejar a la niña acercarse a la ventana, pero eso no alivió su inquietud. Al asomarse a la puerta y mirar escaleras arriba vio a Castiel.

—Cas.

Castiel se detuvo y le miró.

—Subir aquí está prohibido. —le dijo. Castiel pareció dudar, como si a pesar de haber sido descubierto todavía contemplara la posibilidad de escapar hacia arriba, pero la voz de Dean era demasiado fuerte para ignorarla, no en volumen, si no en el poder que tenía de penetrar dentro de su cabeza y distraerle de todo lo demás, distraerle de la razón por la que había subido al ático.

Comenzó a bajar los escalones y entonces se tropezó con la gabardina que todavía llevaba puesta, que era demasiado grande para él y se le había enredado entre los pies, haciéndole caer. Dean se adelantó, tratando de atraparlo, lo que provocó que él también se cayera, pero afortunadamente no había demasiados peldaños entre ellos y el suelo. Aun así Dean no pudo evitar soltar una exclamación de dolor por el golpe al aterrizar, pero estuvo más preocupado por Castiel.

— ¿Puedes levantarte? ¿Estás bien? —le preguntó cuándo lo vio tirado de espaldas, con los brazos encogidos sobre el pecho, con la mirada perdida en el techo.

—Estoy bien.

— ¿De verdad? — Dean se inclinó sobre él y le miró el rostro para cerciorarse, luego le tomó las manos y se las revió también. El corte que se había hecho el día anterior se veía apenas como una línea roja, atravesada por las puntadas que le había dado Ellen que de pronto parecían innecesarias. Él había visto esa herida y era larga y profunda, y ahora estaba casi cerrada. Dean se había hecho heridas feas y sabía que tardaban en sanar más de un día, y ahí estaba Castiel con su mano casi curada y de la herida que se había hecho en la frente sólo quedaba una fina cicatriz. Era extraño, pero ni si quiera tuvo que pensar demasiado en ello antes de atribuirlo a los poderes de Castiel, cualquiera que estos fueran. Se estaba acostumbrando a simplemente asumir que existían y eran la razón de por qué aquel niño era tan diferente.

— ¿Ellen no te dijo que está prohibido subir al desván solo?

De pronto las manos de Cas se cerraron sobre las suyas, y sus grandes pupilas brillantes dejaron de mirar el techo para verlo a él.

—Tengo miedo, Dean. — susurró débilmente.

— ¿Miedo de qué?

Castiel volvió a mirar hacia arriba, pero no estaba realmente viendo al techo, era más como si mirara al vacío. Se quedó muy quieto, abstraído.

—Las voces. —dijo un poco después.

—Está bien, no pueden hacerte daño ¿Recuerdas?

—Pero si pueden. Van a hacerlo si no voy con ellas.

—No voy a dejar que te lastimen.

—Cuando te vayas… — los dedos de Castiel se cerraron con más fuerza sobre él, y Dean tuvo que acercarse un poco más para escuchar mejor lo que estaba casi murmurando. —No vas a poder hacer nada porque no vas a estar aquí.

—Pero voy a volver, lo prometo.

Y a Dean le pareció que estaba diciendo una mentira, porque no estaba seguro de cuándo podría volver, pero no sabía que más decir para hacer sentir mejor a Cas y a él mismo.

—Ven, levántate.

Le ayudó a ponerse de pie, aunque le costó un poco porque Castiel seguía pisando sobre la gabardina.

—Deberías quitarte eso o seguirás cayéndote.

El otro chico miró la gabardina con aire pensativo, estiró los brazos hacia arriba para alcanzar a sacar los brazos fuera de las largas mangas y luego apretó las solapas, abrazando la prenda contra su pecho.

—Pero me gusta.

—Es muy grande para ti.

Castiel le miró como si temiera que fuera a arrebatárselo repentinamente y eso hizo que Dean se rindiera.

—Bueno… yo creo que Ellen te dejará quedártelo si de verdad te gusta, pero es demasiado grande. A ver…— le tomó de un brazo y comenzó a enrollar las mangas hacia atrás, para que dejara de caerle sobre las manos y luego hizo lo mismo con el otro, de esa forma al menos podía dejar de estar luchando por mantener sus manos libres.

— ¿Está mejor?

—Sí.

— ¿Puedes caminar?

—Sí.

—Bueno, vamos, ayúdame a buscar a los demás.

—Dean…— Castiel le puso una mano sobre el hombro para llamar su atención, más cuando Dean volvió a mirarlo se quedó callado, sólo observándolo con sus ojos fijos.

— ¿Qué pasa, Cas?

Pero Castiel guardó silencio, y continuó así durante el resto del día. No dijo nada cuando Ellen le preguntó si quería comer con los otros chicos en la mesa de la cocina, o cuando por la tarde la mujer sacó del horno un pay y Dean le preguntó a Cas si quería probar. No pronunció palabra cuando Jo se sentó junto a él en el sillón con un cepillo en la mano diciendo que iba a arreglarle el cabello, y no respondió las preguntas que Sam le hacía sobre qué libros le había leído Ellen.

Dean se preocupó de verdad cuando se quedó rezagado con él en la sala a la hora de la cena, mientras los demás corrían a la cocina. Aprovechó que estaban solos para preguntarle que ocurría, pero Castiel le miró apáticamente y se quedó en silencio.

A Dean no le gustó la sensación que le daba aquel mutismo. No le gustaba que Castiel no le hablara, porque aunque al principio hablaba muy poco y casi siempre en voz muy baja, siempre terminaba por decirle algo. Pero esa tarde no pudo sacarle una sola palabra.

A la hora de dormir Castiel volvió a quedarse en su cama aunque llovía, y Dean se quedó despierto, pensando en lo que había ocurrido la noche anterior, temiendo que pasara de nuevo y Castiel saliera corriendo fuera de la casa sin que nadie se diera cuenta. Eso le inquietaba, tanto como el extraño (más extraño de lo que era común en él) comportamiento que había tenido ese día.

Así que se decidió a no dormir, vigilando a Castiel desde su litera para asegurarse de que pasara la noche a salvo. No era algo que no hubiera hecho antes por Sam, montar guardia durante la noche y mantenerse alerta por si acaso, pero por esa vez su cuerpo le falló y se quedó dormido un rato después. Estaba seguro de que sólo había cerrado los ojos por unos segundos, pero cuando los abrió otra vez Castiel ya no estaba en su cama.


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