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El misterio de Castiel por Calabaza

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Los gritos de Castiel seguían resonando en su cabeza. “No los dejes hacerlo, Dean. No te vayas”, había dicho, y Dean los había dejado someterlo e inyectarle quien sabe qué cosa, y luego se había marchado, dejándolo solo de nuevo en ese horrible lugar.

Esas ideas le estaban machacando la mente. Y luego volvían a él las memorias de tiempos mejores, que parecían de pronto demasiado felices y terriblemente lejanos. Eran los recuerdos de su tiempo con Castiel cuando eran libres de pasar todo el día juntos y hacer lo que quisieran. Y la imagen de un Cas más pequeño que le sonreía tímidamente se iba difuminando bajo la de Castiel llorando y gritando su nombre. Todo eso se mezclaba dentro de la mente de Dean hasta convertirse en pesadillas.

 —Dean… ¡Dean!

Dean abrió los ojos y vio a Sam frente a él, mirándolo con una expresión grave.

—Sam.

— ¿Estás bien?

—Sí. — gruño, frotándose los ojos con una mano.

—Creo que tenías una pesadilla. Te estabas moviendo mucho, creí que ibas a caerte.

—Estoy bien. Vuelve a dormir.

Sam suspiró y se dejó caer al lado de Dean, y Dean se movió para hacerle espacio en la cama.

— ¿Para qué?  La escuela empieza en dos horas, creo que podría repasar para el examen de Álgebra antes de irnos.

—Ugh. De solo escucharte hablar así me siento cansado otra vez. —se quejó Dean, enterrando la cabeza en la almohada. 

— ¿Vas a contarme alguna vez?

— ¿Nh?

—De tu viaje con Bobby. Vamos, Dean, desde que volviste apenas si hablas. Empiezo a extrañar tu horrible voz y tus aún más horribles bromas.

Dean se quedó callado.

Había pasado una semana desde que había visto a Castiel, y desde entonces había estado letárgico y ensimismado. Ni siquiera era algo que pudiera controlar, de poder hacerlo no dejaría que Sam lo viera en ese estado, pero aquello superaba sus fuerzas. Sentía como si se hubiera quedado sin energía. Era como volver a los días justo después del accidente en la granja, cuando su tristeza era tanta que no tenía ganas de hacer nada.

Parecía que las cosas no habían cambiado en cinco años. Castiel estaba atrapado en un lugar al que no pertenecía, y él estaba atascado en aquel cuarto de hotel que era una celda de la que no podría escapar hasta que su padre decidiera que era momento de cambiarse a una nueva celda. Y él no podía hacer nada al respecto. No podía desobedecer a John, ni dejar a Sam, ni entrar al maldito hospital y sacar a Castiel. Y la conciencia de su propia impotencia sólo le causaba más apatía y pena.

— ¿Por lo menos vas a decirme si Castiel está bien? —preguntó Sam.

—Sam, no quiero hablar de eso.

— Dean… Sabes que puedes decirme lo que sea ¿No?

—Vete a estudiar.

—Es que me preocupo. Quiero saber qué pasa. Estás peor que antes de irte.

—No te preocupes.

—Por favor.

Dean sintió las manos de su hermano sobre su brazo y entre abrió los ojos para mirar la cara de angustia de su hermanito.

—En serio, no tienes nada de qué preocuparte, sólo estoy cansado. Creo que va a darme un resfriado o algo.

—Dean.

—Sam, en serio.

—De acuerdo. —Sam rodó los ojos y se levantó de la cama rezongando. — ¿Vas a ir a la escuela hoy?

—Claro que sí, tengo que asegurarme de que no te saltes clases y te vayas a vagar por ahí.

—El único que hace eso eres tú. Además como dijiste que tal vez te estás enfermando, bueno… deberías quedarte a descansar. Yo puedo ir a la escuela solo.

Dean miró con afecto a Sam y sonrió.

—Estoy bien. No pasa nada si voy a la escuela.

— ¿Y vas a entrar a clases?

—Bueno, eso tal vez no.

Dean no había entrado a clases regularmente en los casi dos meses que tenían viviendo en aquel pueblo. A esas alturas la escuela no podía interesarle menos, de todas formas estaba seguro de que no se graduaría porque debía demasiadas materias y estaba muy atrasado con todo como para si quiera pensar en la posibilidad de ponerse al corriente en los estudios. La única razón por la que seguía yendo a la escuela era para estar cerca de su hermano.

Pero una vez que Sam entraba a su primera clase del día, Dean se desaparecía. La única razón por la que entraba a una o dos clases de vez en cuando era si en el curso había alguna chica que le interesara. Pero casi siempre prefería salir e irse a dar paseos por la zona, o si le apetecía, se quedaba con los otros desertores escolares bajo las gradas del campo de futbol a fumar.

Ese día prefería estar solo. Ni siquiera se había detenido para hablar con Jena Aarons, la pelirroja bonita con la que había estado coqueteando las últimas semanas. No creí poder mantener conversaciones de más de tres palabras con nadie además de Sam, así que en cuanto su hermano desapareció por el pasillo, rodeado de sus amiguitos, Dean salió del edificio.

Caminó unas calles y se dejó caer en la primera banca desocupada que encontró. De poder hacerlo habría vuelto al hotel a seguir durmiendo. Aquella mañana el aire estaba fresco y el sol calentaba suavemente y de pronto él comenzó a sentirse un poco mejor, algo más despejado.

La cosa era que no quería sentirse mejor. No sentía que lo mereciera, no hasta que pudiera ayudar a Castiel. Deseaba tenerlo a su lado en ese momento, sentados bajo el sol, haciendo nada.

“Ojos azules” pensó de nuevo levantando la mirada al cielo. Ojos azules y tristes, con lágrimas en ellos. Pero esos ojos habían estado felices de verlo. Castiel le había reconocido y se había alegrado de eso. Castiel le había dicho que le había estado buscando, que la razón por la que había escapado había sido para llegar hasta él.

Desde el momento en que habían dejado el hospital, Dean no había dejado de desear que se escapara de nuevo. No era buena idea, en realidad. La última vez que lo hizo terminó perdiéndose por largo tiempo y lo encontraron por pura suerte, rescatándolo de un incendio.

No. Era mejor no arriesgarlo. Tenía que asegurarse de que cuando Cas saliera de ese hospital fuera para ponerle a salvo.

Debía ser él quien lo sacara. Sólo que no tenía idea de cómo hacerlo, especialmente sin la ayuda de Bobby. Porque Bobby quería esperar y Dean no podía dejar que siguiera corriendo el tiempo. No podía esperar tanto para volver a ver a Castiel. La ansiedad le estaba carcomiendo.

El teléfono en su bolsillo empezó a sonar pero estaba tan concentrado en sus pensamientos que tardó en darse cuenta de ello. Se alegró al ver que el que marcaba era el número de su padre.

— ¿Papá? Hola. Te tardaste en llamar... ¿Hoy? Claro, estaremos listos. Si, Sam está bien. ¿A dónde vamos?...Oh.

California y Nueva York estaban en extremos opuestos del país. Dean incluso entró a la biblioteca de la escuela para mirar un mapa y asegurarse, y poder ver en escala que la distancia entre él y Cas iba a ser del tamaño de todo el maldito país.

Su padre quería que él y Sam estuviera listos para partir esa noche porque tenía un nuevo trabajo en California y Dean no podía evitar pensar que el mundo conspiraba para mantenerlo alejado de Castiel. Ahora le resultaría mucho más difícil poder ir a verle. Quizá con suerte la cacería de su padre no durara mucho esta vez y podrían volver a mudarse pronto. Y con suerte sería a un lugar que estuviera más cerca de Nueva York. Pero Dean nunca tenía la suerte que quería.

 

No era la primera vez que Dean soñaba con estar atrapado en medio del fuego. En esos sueños casi siempre podía sentir el calor de las llamas y el humo le hacía despertarse tosiendo y con los ojos llenos de lágrimas. Pero últimamente el fuego en sus pesadillas era de color blanco y sin humo. Dean se veía rodeado de un océano de llamas blancas y brillantes, no menos aterradoras que el fuego normal. Tenía la sensación de que si dejaba que aquel fuego blanco lo tocara se quemaría por completo en un instante. El principio las llamas habían sido silenciosas, aunque pronto comenzó a escuchar que de ellas salía el sonido retumbante y reverberante del trueno y luego ese sonido se suavizaba hasta  que se convertía en murmullos metálicos, como voces susurrando todas al mismo tiempo. Y a través de aquel fuego blanco Dean volvía a ver a su madre, o a Ellen, o a Castiel, pero nunca podía alcanzarlos porque temía quemarse si atravesaba las llamas.

Cuando tenía ese tipo de sueños se despertaba abruptamente, llorando y cubierto en sudor. En esa ocasión no fue la excepción, y Sam tenía las manos sobre sus hombros y le estaba llamando en voz baja. Dean abrió los ojos y vio el rostro de su hermano en la oscuridad.

 —Era un sueño, Dean. Está bien. Estás a salvo.

—S-Sam…

—Tenías una pesadilla.

—Si… Sí. Estoy bien. Vuelve a dormir.

Sam volvió a acostarse en su lado de la cama. Cuando John no estaba fuera de cacería Dean y Sam tenían que compartir la cama porque su padre ocupaba la otra. Eso nunca había sido un problema, aunque era probable que pronto ya no pudiera hacerlo porque los dos estaban creciendo muy rápido y el espacio de las camas parecía cada vez más reducido. A Dean realmente no le importaba. Le gustaba tener a alguien junto a él cuando se iba a dormir, le hacía sentir más seguro, especialmente si era Sam. Su presencia casi siempre lograba ayudarle a evitar las pesadillas, aunque no esa noche.

Sam le estaba mirando. Dean no lo veía, pero podía sentirlo, podía sentir la cara de preocupación que tenía.

—Sam, duérmete. Estoy bien.

—Estabas diciendo su nombre otra vez. — susurró Sam.

— ¿Qué?

—Castiel.

—Ah.

Dean no pudo decir nada más y Sam no insistió… por esa noche.

Para Sam era obvio que la desdicha de su hermano, sus prolongados silencios, la apatía hacia todo y las noches plagadas de pesadillas estaban relacionadas con Castiel. Esperaba que luego de que Dean fuera a verlo las cosas mejoraran y había sido todo lo contrario, estaba hundiéndose cada vez más en la tristeza y Sam no sabía cómo ayudarlo, más que nada porque Dean no se dejaba ayudar ni quería hablar acerca del tema.

Fue a la mañana siguiente durante el desayuno que se decidió a tratar de nuevo, así que se sentó frente a Dean en la mesa y lo observó con su cara más seria.

— ¿Qué te pasa? — preguntó Dean con la boca llena de cereal.

— ¿Voy a tener que llamar a Bobby para que me cuente que es lo que te pasa?

Dean frunció el ceño y continuó mascando el bocado de cereal hasta que estuvo listo para pasarlo. Finalmente abrió la boca para hablar pero Sam se le adelantó.

—Y no me digas otra vez que no te pasa nada y que estás bien. —soltó en tono demandante. Dean rodó los ojos y gruñó.

—Métete en tus cosas.

— ¡Quiero saber!

— ¿Qué quieres saber? — preguntó John saliendo del baño, acomodándose la chaqueta, listo para partir.

—Saber… cuando… voy a poder ir a la escuela de nuevo. —respondió Sam.

—Bueno, no lo sé aún. Todavía no estoy seguro de cuánto tiempo vamos a estar aquí. Lo veremos luego ¿De acuerdo?

—De acuerdo. — Sam no pudo disimular su decepción.

—Trataré de volver esta noche, pero si no puedo llamaré. —continuó John y extendió unos cuantos billetes en dirección a Dean. — Ya sabes que hacer.

—Sí.

El hombre palmeó la espalda de su hijo mayor, acarició la cabeza del más pequeño y salió de la habitación. Sam esperó hasta que escuchó el sonido del motor del Impala alejarse para volver a hablar.

— ¿Entonces?

— ¿Qué?

—Vamos, Dean. ¿Por qué no quieres contarme? Te has pasado las últimas tres noches con pesadillas.

Tres eran los días que llevaban en California. Dean miró aquellos grandes ojos de cachorro de Sam y se rindió. Después de todo si con alguien podía hablar ese era su hermano. Terminó por contarle lo que había ocurrido en el hospital, le contó sobre sus pesadillas, le contó de todas las veces en los años pasado en que había deseado poder marcharse para buscar a Castiel.

—Pues ve. — dijo Sam.

—Pff, sí, claro. — Dean soltó una sonrisa cínica y se levantó de la mesa para poner los platos en el fregadero.

—Es enserio. Si estás así porque quieres ver a Castiel ve a verlo.

—Sam, no puedo irme. Mi lugar es aquí, contigo. Papá me mataría si me voy.

La realidad le resultaba peor que eso. Su padre no lo mataría, no literalmente, pero estaría decepcionado de él y Dean no creía poder soportar eso. Se había esforzado toda la vida por obedecerle, por hacerle sentir orgulloso y que podía confiar en él.

—No tiene que darse cuenta, y si llama te cubriré.

—Podría volver esta noche.

— ¿Y? ¿No harás nunca nada de lo que quieres hacer porque tienes miedo de meterte en problemas?

Dean no supo si sentirse ofendido o muy orgulloso de su hermano en ese momento. Dicho así por Sam parecía todo tan fácil. Era cierto que tenía miedo de su padre que estaría furioso si volvía y no lo encontraba, pero si algo merecía correr ese riesgo era el poder ver a Castiel. Dean se debatía, una parte de él ansiando tomar la libertad que se había negado y la otra deseando no perder la confianza de su padre, ni su cariño.

—No puedo dejarte solo. —dijo, todavía tratando de luchar contra los argumentos de Sam.

—Dean, no vas a usarme de excusa siempre. Sé bien como cuidarme, ni siquiera saldré de la habitación hasta que vuelvas.

Sam parecía resuelto a convencerlo y lo estaba logrando. Dean había sido un hijo obediente toda su vida, se había privado de muchas cosas que quería por complacer a John y cuidar a Sam, y no se arrepentía de ello, pero no podía renunciar a Castiel.

Dean dejó lo platos y fue a buscar una chaqueta esperando no arrepentirse.

— ¿Vas a ir? —  preguntó Sam, siguiéndolo emocionado por toda la habitación.

— Sí.

— ¿¡De verdad!?

—Que sí. Para ya que me pones nervioso.

Sam parecía más feliz por su decisión que él mismo, tenía una sonrisa enorme en los labios y la mirada brillante. Dean deseó poder llevarlo con él.

—Volveré pronto.

—Lo sé.

—Sabes lo que tienes que hacer ¿No?

—Dean, lo sé.

—Bien. Toma esto. — le dejó el celular y parte del dinero que John le había dado. —Los números de Bobby y Caleb están ahí, por si te metes en problemas.

—No voy a meterme en problemas.

—Si papá vuelve antes que yo dile… dile que le explicaré todo cuando regrese. Y te llamaré en la noche para saber cómo estás ¿De acuerdo?

—Dean, vete ya.

—Sí. —Dean se quedó junto a la puerta, mirando a su pequeño hermanito siendo el mejor hermano del mundo. Por un momento sintió terror ante la idea de dejarle completamente solo. Dio un paso hacia la puerta, dudoso.

—Dean.

—Sí. — Dean abrió la puerta y corrió hacia la calle. No fue capaz de mirar atrás porque sentía que si veía a Sam una vez más terminaría arrepintiéndose.

Corrió y siguió corriendo calle tras calle, y sintió como el miedo se iba desvaneciendo en el aire a cada paso que avanzaba y tomaba su lugar la sensación salvaje de la libertad. Era la cosa más aterradora y peligrosa que recordaba haber hecho en su vida, desobedecer a John, dejar a Sam, irse por su cuenta. Era aterrador, pero era maravilloso al mismo tiempo. Por primera vez en su vida sentía que podía hacer lo que deseara, que su vida era suya para usarla como quisiera, y lo que más quería en ese momento era llegar hasta Castiel.

Decidió no gastarse el dinero que llevaba en billetes de autobús porque podría necesitarlo para algo más urgente, así que se puso a hacer auto-stop en la carretera esperando que alguien pudiera llevarlo. Se pasó horas caminando antes de que alguien se detuviera, pero luego de eso todo fue un poco más sencillo.

Esa noche llamó a Sam como había prometido y su hermanito le contó como su padre le había llamado un par de horas antes para avisarle que estaría fuera toda la semana. Un poco de buena suerte al fin, porque cuando John decía una semana generalmente significaba que se tardaría dos, o más. Dean calculaba que podría estar de vuelta antes de ese límite de tiempo y evitar que su padre se enterara. Pero a esas alturas, en el asiento del copiloto de un camionero, cruzando el país para ver a Cas, el hecho de que John se enojara con él no parecía ya tan importante.

Aún le causaba una angustia sorda que le revolvía el estómago, pero decidió que se preocuparía por eso después.

Logró llegar a Nueva York tres días más tarde. Estaba agotado, sucio, hambriento y más emocionado que nunca en la vida. Paró en una cafetería a comer algo y limpiarse lo mejor que pudo hacerlo en el baño antes de dirigirse al hospital.

Durante todo el camino desde California hasta ahí había estado pensando en cómo lograr que le dejaran entrar. El edificio no tenía pinta de ser fácil para colarse dentro, y supuso que salir a escondidas era igual de difícil y por eso Cas no lo había hecho.

Así que optó por la opción más obvia, y aún si no funcionaba, debía intentar. Entró al hospital por la puerta principal, fue directo hacia la recepcionista y preguntó si podía ver a su hermano adoptivo (había decidido apegarse a la historia de Bobby).

Por supuesto la respuesta fue un rotundo no porque era un menor sin acompañantes adultos, no tenía ningún documento que lo identificara y además no era hora de visita. Dean intentó negociar pero la mujer lo amenazó con llamar al guardia y hacerlo echar por la fuerza si no se iba, así que no tuvo más opción que salir por las buenas. Se quedó sentado en una banca cerca del estacionamiento, observando, pensando en el siguiente plan. Un plan de verdad, porque en realidad no había esperado que simplemente le dieran permiso de pasar. De pronto un rostro familiar pasó justo frente a él.

 — ¡Hey! — le llamó, poniéndose de pie y acercándose, tratando de recordar el nombre de la enfermera. —Amelia ¿Verdad? Hola. — saludó con su sonrisa más encantadora. La enfermera, la misma que les había guiado a él y Bobby hasta Castiel en su última visita, le miró alarmada, como si temiera que él fuera a saltarle encima para quitarle el bolso o algo parecido.

— ¿Qué quieres? ¿Te conozco? —preguntó ella secamente, dando un cauteloso paso hacia atrás para mantener la distancia entre ellos.

— ¡Sí! Sí. Vine hace unos días con el… umh, trabajador social ¿Se acuerda?

Amelia le miró con detenimiento y luego asintió.

—Sí, claro. Viniste a ver a ese chico… Castiel.

—Sí. ¿Cómo está él?

—Umh. Está bien.

— ¿En verdad?

—Bueno, dentro de lo que cabe. Está más tranquilo. Le tomó un par de días calmarse y dejar de gritar y golpear todo lo que tenía enfrente.

—Oh. — Dean sintió una punzada en el estómago al escuchar eso. — ¿Cree que podría entrar a verlo?

Ella le miró como si Dean hubiera hecho un mal chiste e hizo una mueca antes de responder.

—No. Por supuesto que no. Tú fuiste la razón de que se alterara tanto.

Amelia le dio la espalda y se alejó hacia la puerta, pero Dean fue tras de ella.

—Eso no es cierto. Él estaba bien, estaba tranquilo. ¿No lo vio? Él estaba hablando conmigo. Usted estaba ahí, justo en frente. ¿Lo vio?

Amelia lo había visto, y le había sorprendido que Castiel hablara con alguien, y aún más que tocara a alguien por su propia voluntad. Pero lo siguiente que vio fue a Castiel gritando y tirando la bandeja de medicinas.

—Él estaba bien hasta que llegó el enfermero con esas pastillas. —agregó Dean.

—Sí, bueno, esas pastillas son lo que lo mantienen tranquilo y a salvo. Ese niño llegó aquí con un historial de ataques nerviosos y rabietas violentas, pero había estado muy tranquilo hasta el día en que viniste. Sea lo que sea que hayas dicho o hecho no es bueno para él. — ella trató de irse y Dean la detuvo sosteniéndola del brazo.

—Jamás le haría daño, lo quiero como a un hermano. Por favor.

Por un momento la mirada de la mujer se enterneció y Dean creyó que había logrado convencerla.

—Por favor, sólo quiero verlo.

—No. — dijo finalmente  —Si estás pidiéndome que te deje entrar, olvídalo. Puedes intentarlo pero dudo que te dejen pasar a ti solo ¿En dónde está ese falso trabajador social que te acompañaba la última vez?

Amelia siguió su camino y Dean la dejó ir porque comprendió que no iba a conseguir nada de ella. Si no iban a dejarle entrar tendría que meterse a escondidas. Castiel le esperaba tras esos muros y ya que había llegado hasta ahí no iba a rendirse.

Se pasó toda la tarde vigilando los alrededores del hospital buscando entradas alternas. Todas las ventanas eran demasiado altas para trepar por ellas, pero había una entrada por el estacionamiento y una puerta trasera por donde cargaban los camiones que llevaban comida y otros materiales. Pensó en que podía meterse cuando abrieran la puerta  para que entraran los de las entregas pero tuvo que esperar hasta que llegó el siguiente camión y para entonces ya era cerca de la media noche y se estaba helando sentado al otro lado de la calle.

Esperó hasta que el conductor del camión y su ayudante llevaron dentro un par de cajas, y entonces Dean se acercó y miró precavidamente los alrededores antes de dirigirse hacia la puerta.

—Eh, ¿A dónde crees que vas, muchacho? — dijo uno de los hombres de las entregas cuando se topó con Dean en la entrada. Dean balbuceó algo y estuvo a punto de salir corriendo pero entonces miró las cajas apiladas junto a la puerta y tomó una de ellas.

—Ayudo. Puedo ayudar a meterlas por unas monedas.

—Deja, que es mi trabajo.

—Vamos, están pesadas. Necesito dinero para comprar comida, por favor. — pidió poniendo una mirada suplicante. A esas horas ya se estaba muriendo de hambre así que su actuación fue auténtica. El hombre debió pensarlo así porque terminó accediendo.

—De acuerdo, pero te daré el dinero cuando todas las cajas estén dentro.

Por fin estaba dentro. Dejó la caja que llevaba en el piso y corrió a través de la bodega hasta llegar a las cocinas que estaban vacías a esas horas por lo que pudo seguir sin encontrarse con nadie, atravesando grandes estancias vacías y laberínticos pasillos, hasta llegar a una amplia sala en donde había una enfermera sentada mirando la televisión detrás de un escritorio. Dean tenía que pasar frente a ella si quería seguir su camino hacia el siguiente corredor. Decidió esperar. En algún momento ella tendría que levantarse para ir al baño o algo. El chico se quedó escondido detrás de un pilar, vigilando. La espera se hizo demasiado larga y la mujer ni siquiera se movía. Dean se arriesgó a cercarse un poco más y soltó un suspiró de alivió, sintiéndose un poco torpe porque la enfermera estaba dormida. Tenía la cabeza inclinada sobre el hombro, las manos cruzadas sobre el regazo y roncaba levemente.

El chico se deslizó frente al escritorio sin dejar de mirarla y luego se echó a correr por el pasillo, girando a la izquierda en la siguiente esquina, luego a la derecha. No sabía a donde estaba yendo, no tenía idea alguna de en que parte del hospital dormía Castiel. Iba distraído, mirando los rótulos de las puertas cuando alguien salió de una de ellas. No pudo reaccionar a tiempo y chocó contra una enfermera. Era Amelia.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó ella y Dean supo que estaba a punto de echarse a gritar para alertar de su presencia a quien estuviera cerca, así que su primer impulso fue empujarla dentro de la habitación de la que ella estaba saliendo que resultó ser una pequeña oficina.

— ¡Estás en graves problemas, muchacho!

Dean lo sabía y no podía permitir que fuera así. Se lanzó sobre ella y le cubrió la boca con una mano, mientras sostenía su cuerpo con un brazo. Ella era pequeña y delgada y él tenía mucha más fuerza de la que había pensado porque logró someterla fácilmente.

—No quiero hacerte daño pero si gritas tendré que hacerlo. — le advirtió. En realidad no tenía pensado lastimarla de ninguna forma, pero quería parecer lo más aterrador que le fuera posible para que ella le creyera y cooperara. La mujer protestó, se sacudió y en cuanto su boca quedó libre lanzó un grito agudo. Dean tomó un puñado de pañuelos de papel de una caja que había sobre el escritorio y se los metió a la boca por la fuerza. Ella tosió y trató de escupirlos, pero el chico se había hecho de un rollo de gruesa cinta adhesiva que también estaba sobre el escritorio,  y le pegó un trozó grande para cerrarle la boca. Luego uso más cinta para atarle las manos y empujó a la mujer sobre una silla.

—Todo va a salir bien, Amelia. Sólo necesito saber en dónde está Castiel. ¿Comprendes?

Ella seguía moviéndose, intentando zafarse de él.

—Pon atención. — gruñó Dean con una voz profunda y amenazante. La mirada de Amelia se llenó de miedo cuando él le sostuvo el rostro con fuerza, obligándola a verle a los ojos. —Vas a decirme en dónde está Castiel. Es la única manera en la que saldrás de aquí.

La enfermera asintió nerviosamente.

—De acuerdo.

Dean se terminó el resto de la cinta adhesiva pegando con ella los brazos de la mujer contra su cuerpo para que tuviera menos movilidad y luego procedió a sacarle el pedazo que tenía en la boca.

—No grites y todo estará bien.

Amelia escupió el papel que todavía tenía en la boca y sollozó débilmente antes de poder hablar.

—Estás loco. — murmuró.

— ¿En dónde está?

—En el… el segundo piso.

— ¿En qué habitación?

—No… no lo sé…

—Por favor. — dijo Dean, aunque no había súplica en su voz. El chico miró unas tijeras que estaban sobre el escritorio y luego la miró a ella y sonrió fríamente. —Dime.

Amelia había seguido la mirada del chico y había notado la presencia de las tijeras. En ese momento no dudaba de que él pudiera usarlas en su contra y eso la hizo sollozar con fuerza.

—Dímelo, Amelia.

—20 C.

— ¿Está bajo llave?

—S-sí.

— ¿En dónde están las llaves?

—En… en mi bolsillo. Por favor, por favor, ya déjame ir.

Dean se acercó y metió la mano en los bolsillos del suéter de la mujer, buscando hasta encontrar el puñado de llaves.

—Es…  es la del borde color verde. — chilló ella. —Te estoy ayudando, por favor… por favor, suéltame.

Dean volvió a colocarle el trozo de cinta adhesiva en la boca y eso la hizo enloquecer. Podía escuchar sus gritos ahogados, pero no era suficiente ruido para que alguien que estuviera fuera de la habitación la escuchara. Sin embargo no podía dejarla así como estaba, no confiaba en que la cinta con que la había atado pudiera resistir si ella seguía moviéndose tanto.

Buscó algo con que atarla mejor, un poco de cuerda o más cinta, pero a falta de ellas tuvo que arrancar el cable del teléfono con el que le inmovilizó las piernas a la mujer. Luego la metió al armario. Era un estrecho pero logró hacerla entrar, la cubrió con una bata, asegurándose de dejar la cabeza despejada para que pudiera respirar y luego se arrodilló junto a ella.

—Lamento todo esto. Lamento si te hice daño, pero no puedo dejar que nadie se interponga. Vas a estar bien, te encontrarán en unas horas.

La vio temblar debajo de la tela blanca de la bata y sintió pena y remordimiento. Jamás le había hecho algo así a una persona, a un humano. Habría querido nunca tener que hacerlo y pensó de nuevo en su padre y en lo que diría si se enterara, si pudiera verlo en ese momento.

Las manos de Dean estaban temblando cuando cerró la puerta del armario. Empujó el escritorio contra el mueble para asegurarse de que Amelia no pudiera salir de ahí sin ayuda, y tras tomar un respiro profundo para intentar tranquilizarse, salió de la oficina.

Aquello lo hacía todo un poco más fácil, sin contar el hecho de que de atraparlo probablemente se lo llevarían preso por lo que le había hecho a la enfermera.

Logró llegar al segundo piso en poco tiempo, la mayoría de los pasillos ahí arriba estaban a oscuras y había pocas personas haciendo guardia. El último tramo ni siquiera tuvo que hacerlo corriendo pues no había nadie cerca. Atravesó el corredor, mirando los números pintados sobre las puertas y se detuvo frente al que ponía 20 C.

Ella podría haberle estado mintiendo y haberle enviado a cualquier otra habitación, pero en el momento en que Dean deslizó la llave dentro de la cerradura sintió una completa certeza de que estaba en el lugar correcto. La puerta cedió y él la empujó. Estaba oscuro adentro, pero Dean notó enseguida aquellos ojos brillantes que le miraban desde las sombras como los de un gato.

—Dean.

Su nombre en aquella voz le hizo sonreír.

—Cas.

Entró y cerró la puerta detrás de él y se acercó a la cama en la que Castiel estaba sentado. La alegría que sintió Dean al ver su rostro fue como una pequeña explosión de calor dentro de él. Se sentó junto a su lado y lo abrazó.  Sólo habían pasado unos días desde la última vez que le había visto pero le había parecido mucho más tiempo.

—Te estaba esperando. —murmuró Castiel contra su oreja y Dean se estremeció al sentir su aliento sobre el cuello.

—Me esperabas. — Dean sonrió, mirándole con extrañeza porque no parecía que Castiel estuviera sorprendido de verlo ahí, pero sabía de sobra que no podía esperar reacciones convencionales de aquel chico —Perdóname por haberme ido. No voy a volver a dejarte solo, Cas.

Castiel asintió suavemente.

—Estás frío, Dean. —dijo tomando una de las manos de Dean.

—Sí, lo siento. Hace frío afuera.

Castiel cubrió con sus dos manos las de Dean.

—Tus manos siempre están tibias, Cas.

Y como había extrañado ese calor.

—Estás temblando. —agregó Castiel. — ¿Tienes miedo?

—No. ¿Y tú?

—No.

—Tenemos que irnos.

— ¿A dónde quieres ir? —preguntó Castiel, ladeando la cabeza.

—A… a casa. Con Sam. ¿Recuerdas a Sam?

Castiel asintió.

—Tu hermano.

— Sí. Él también se acuerda de ti. ¿Quieres venir a vivir con nosotros?

Castiel no respondió en seguida, y Dean no pudo adivinar lo que pasaba por su mente porque seguía teniendo aquella impasible expresión en el rostro. Temió que fuera a decir que no, pero entonces sintió como el chico le apretaba las manos y él se las apretó también.

—Si quiero.

—Bien. Yo también.

Dean se levantó y se puso contra la puerta. No había ruido en el pasillo y supo que era el momento indicado.

Castiel se había levantado de la cama y estaba de pie junto a él. Dean estiró las manos hacia el chico y comenzó a abrocharle los botones de la gabardina, no quería que cogiera frío cuando salieran. Volvió a tomarle de la mano y abrió la puerta.

— ¿Estás listo? Vamos a casa, Cas.

Notas finales:

Lamento la tardanza, este capítulo me dio bastantes problemas, y estaba planeado para ser más corto, pero luego de no subir nada la semana pasada no quería volver con un capítulo corto en el que no salía Castiel. Así que aquí esto. Me he hecho un blog en el que voy a publicar mis fanfics destiel, especialmente las cosas que considere muy cortas para subirlas acá. El blog es absentaparacastiel tumblr com (el link está en mi perfil)por si les apetece visitarlo, aunque aún no tengo mucho.


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