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El misterio de Castiel por Calabaza

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Cuando se encaminó al estacionamiento luego de entregar en la recepción las llaves del cuarto de hotel, Dean pudo ver desde la distancia a un policía parado junto a su auto, hablando con Castiel.

Aquella escena instantáneamente le provocó una sensación fría y desagradable en el estómago, porque aunque lo más seguro era que  aquel oficial no estaba ahí buscándolos específicamente a ellos, Dean había crecido aprendiendo a tenerle aversión a la policía y a cualquier figura de autoridad que no fuera su propio padre.

—Buenos días, oficial. ¿Algún problema? — preguntó Dean, acercándose.

El policía le miró y le dirigió una sonrisa que pareció muy fría, velada por los lentes oscuros que llevaba puestos.

— ¿Es tu vehículo? —inquirió el hombre, señalando el viejo auto que Dean había robado y que era posible que a esa hora ya tuviera algún reporte de vehículo extraviado.

—No. —respondió Dean  en un intento de evadir cualquier responsabilidad sobre el carro. Un segundo después se le ocurrió que Castiel podría haberle dicho al hombre que efectivamente aquella vieja chatarra era en lo que habían estado viajando y entonces el oficial se daría cuenta de la mentira y terminarían arrestados.

— ¿Él está bien? — continuó el policía, esta vez señalando a Castiel.

—Si… él está bien.

—No parece que hable mucho ¿No?

—Uh, no. No, no le gustan los extraños.

—Ah. — Dean no podía asegurarlo, pero parecía que debajo de las gafas de sol los ojos del policía estaban fijos en Castiel. Eso le puso nervioso, temiendo que reconociera el rostro de Cas de algún boletín policiaco de personas desaparecidas, así que disimuladamente dio un paso hacia un lado, interponiéndose entre el hombre y su amigo.

—Está muy bien que no quiera hablar con desconocidos, pero seguro sabe que puede confiar en la policía ¿No es cierto, chico? Sabes que los policías son tus amigos ¿No es así?

Castiel le miraba secamente, se veía incómodo.

— Sí que lo sabe, sólo que en verdad no le gusta hablar. ¿Podemos irnos ahora o necesita algo? —intervino Dean.

— ¿Por qué tanta prisa?

—Bueno, tengo que llevarlo a casa.

—A casa ¿Uh? ¿Son parientes tú y él?

—Sí. Es mi hermano.

—Oh, tu hermano. Bien, entonces  no deberías dejarlo solo. Nunca se sabe que podría ocurrirle.

—Sí. Es decir, no, señor. Uh, no lo dejaré solo de nuevo.

 —Claro. De acuerdo, bien. —hizo una larga pausa, como si estuviera esperando algo o pensando lo que iba a decir muy cuidadosamente — Pueden irse. — dijo por fin, tensando la mandíbula, mirando todavía a Castiel. Dean jaló al chico y se alejaron hacia la calle.

—Tengan mucho cuidado, muchachos. — le oyeron decir mientras se alejaban.

—Eso… eso fue extraño. — soltó Dean cuando cruzaron al otro lado de la calle y siguieron caminando avenida abajo. —Los policías nunca son buenas noticias. ¿Estás bien? ¿Qué te dijo antes de que yo llegara?

—Me preguntó mi nombre.

Dean frunció el ceño, preocupado.

— ¿Y se lo dijiste?

—No.

— ¿Le dijiste algo?

—No.

—Muy bien. Buen chico. —Dean volteó para dedicarle una sonrisa y entonces notó que Castiel iba caminando detrás de él, más lento, y se veía cabizbajo.

—Eh, ¿Qué sucede, Cas?

Castiel miró a un lado de la calle y luego al otro, pero no habló. Su respiración estaba algo agitada y eso preocupó  a Dean.

— ¿Castiel? ¿Pasa algo malo?

Castiel le miró a los ojos y negó con la cabeza.

— ¿Estás seguro? Te ves… molesto.

—No estoy molesto.

Dean le puso el dedo índice entre las cejas, ahí donde el chico tenía el ceño fruncido.

—A mí me parece que sí. ¿De verdad estás bien? Si te ocurre algo sabes que puedes decírmelo ¿Cierto?

La frente de Castiel se alisó y sus facciones se relajaron. Ofreció a Dean el vaso de café que había estado cargando por él todo el camino desde el hotel, y Dean lo tomó.

—Gracias. Es en serio, puedes decirme lo que sea ¿Está bien?

—Está bien.

— Bien. Vamos, la carretera no queda lejos de aquí.

— ¿Vamos a caminar hasta la casa de tu amigo?

—Claro que no. Vamos a pedir que nos lleven.

Había esperado que fuera un poco más difícil conseguir que alguien les llevaran siendo ellos dos pasajeros, pero tuvieron la suerte de encontrarse pronto con un camionero que accedió a llevarles de buen grado. Era un hombre agradable que conversó con ellos durante todo el trayecto, e incluso Castiel habló con él, haciéndole todo tipo de preguntas y a veces respondiendo a las que el hombre le hacía. Pera Dean fue una nueva sorpresa ver a su amigo conversando tan abiertamente con otra persona a parte de él, lo que le llevaba a pensar que en verdad Castiel había mejorado, ahora comía y se mostraba un poco más sociable.

Castiel incluso se despidió del conductor del camión agitando la mano  en el aire cuando se bajaron en una estación de servicio para cenar algo y rentar una habitación en dónde pasar la noche. El camionero se despidió con el mismo gesto y se fue, no pudiendo llevarlos más lejos porque sus destinos estaban es distintas direcciones.

— ¿Tienes hambre? — le preguntó Dean cuándo entraron al pequeño comedor que estaba al lado del hotel. No habían tomado nada más que agua desde el desayuno y él estaba ferozmente hambriento.

—No mucho. —contestó Castiel. — Estoy cansado.

—Sí, te entiendo, yo también. Comemos algo rápido y luego vamos a dormir ¿De acuerdo? — le dijo, guiándolo hasta una mesa al fondo del lugar. Era una de esas mesas tipo gabinete, en dónde los asientos eran dos largos sillones dispuestos uno frente al otro, pegados contra la pared y con una mesa entre ellos. Se sentaron y Dean tomó la carta para elegir algo, aunque seguramente terminaría pidiendo una hamburguesa.

— ¿Qué vas a querer tú? — preguntó, levantando la vista hacia Castiel, quien se veía muy concentrado mirando por la ventana. Dean miró también y se dio cuenta de que estaba comenzando a llover. Era apenas una llovizna muy suave, tanto que todavía había personas afuera sin que pareciera que les importara mojarse.

— ¿Puedo sentarme contigo? —preguntó Castiel de pronto.

—Uh, claro. Ven.

El chico se levantó de su asiento, frente a Dean, y fue a sentarse a su lado.

— ¿Estás bien?

—Uh huh.

—Bueno, umh ¿Qué quieres comer?

Castiel tomó el menú de las manos de Dean y lo miró largamente antes de responder que realmente no tenía hambre.

— ¿Qué van a ordenar? — preguntó la mesera parándose junto a su mesa, se veía cansada y sin ánimos de lidiar con niños, así que Dean se apresuró a pedir la comida.

—Una hamburguesa sencilla, una sopa de…uh, fideos. Y dos vasos de agua, por favor.

—En seguida. — dijo ella, garabateando la orden en su libreta y alejándose hacia la cocina. Entonces Dean volvió a poner toda su atención en Castiel, que aún tenía la mirada fija en la carta.

—Eh ¿Cas? — Los ojos de Castiel le miraron de soslayo. — ¿Aún no sabes leer?

Castiel apretó los labios y miró hacia otro lado, hacia la pared o el suelo, o quizá la televisión al otro lado del local, Dean no pudo precisarlo, pero Castiel se quedó así largo rato sin decir nada y él no quería presionarlo porque no quería que sintiera que debía darle una respuesta.

—No es que importe ¿Sabes? Era sólo una pregunta, por curiosidad. — declaró una vez que se hubo cansado de que Castiel le ignorara.

—Puedo leer y escribir. —dijo finalmente el otro, tímidamente. —Sólo algunas palabras.

—Ah. ¿Qué palabras? No, espera. — Dean buscó en sus bolsillos y sacó un bolígrafo y se lo pasó. — ¿Quieres escribir algo ahora?

Castiel vaciló un poco, pero alargó el brazo para alcanzar el bolígrafo.

—Sólo si puedes. ¿De acuerdo? — dijo Dean, apartando la pluma a forma de juego, por lo que Castiel tuvo que estirarse un poco más para alcanzarla.

—Puedo hacerlo.

Dean le dio una servilleta y Castiel escribió con trazos rectos y limpios cuatro letras: D-E-A-N.

— ¡Sabes escribir mi nombre! —exclamó realmente entusiasmado, pasando los dedos sobre la palabra en la servilleta. — ¿Cuándo lo aprendiste?

—Cuando vivía en la iglesia. El pastor Jim me enseñó.

— ¿El pastor Jim?

—El cuidaba la iglesia. Intentó enseñarme a leer y a escribir. Me enseñó los números, y geometría y latín. Me leía cuando tenía tiempo libre, me gustaba escucharle en las misas y a veces me permitía ayudarle. Me gustaba vivir ahí porque podía escuchar la palabra de Dios todos los días.

Castiel estaba sonriendo y Dean se había quedado observándolo embobado porque no recordaba haberle escuchado nunca antes hablar con tanto entusiasmo de algo en específico. Sabía que siempre le había gustado que le leyeran, pero tenía un brillo en los ojos que nunca le había visto hasta ese momento, hablando de aquella iglesia en la que había vivido como de un lugar en el que había sido feliz.

—Le hablé al pastor Jim acerca de ti. Me prometió que iba a ayudarme a buscarte. Le pedí que me enseñara a escribir tu nombre.

— ¿Te tomó mucho tiempo aprender?

—No. Los símbolos que forman tu nombre son fáciles de recordar.

—Umh. ¿Qué más puedes escribir?

—Mi nombre.

—Escríbelo ¿Si? Aquí. — Dean señaló el espacio en blanco que había quedado en la servilleta, bajo su nombre, y Castiel acercó el bolígrafo y comenzó a trazar su propio nombre. Cuando terminó miró largamente su obra, luciendo insatisfecho.

— ¿Ese es mi nombre? —preguntó frunciendo el ceño.

Dean tomó el papel y repasó cada letra con la punta de su dedo.

—Castiel. —leyó. —Sí, creo que así se escribe.

—No estoy seguro de ello. Los símbolos parecen incorrectos.

Dean volvió a mirar lo que el otro había escrito.

—Nh. No, Cas. Es correcto, así es como se pronuncia tu nombre.

El chico no parecía convencido, pero no dijo nada más mientras seguía contemplando lo que había escrito.

La mesera les llevó su comida y volvió a dejarles solos, yendo a atender las otras mesas.

—Vamos, Cas, come algo. — le dijo Dean— Pedí la sopa para ti, porque es lo mejor para comer cuando estás enfermo del estómago, pero si quieres probar la hamburguesa también está bien.

—No estoy enfermo.

—Bueno, no ahora mismo, pero es mejor que no fuerces a tu estómago.

—De todas formas no tengo hambre, Dean.

—No has comido nada desde esta mañana. Pruébala al menos. — Dean tomó una cucharada de sopa y la acercó cuidadosamente a Castiel, quien la miraba con aprensión.  —Vamos, di “ah”.

Pero el chico se mordió el labio inferior y no dijo nada, y entonces Dean cayó en cuenta de lo que estaba haciendo y desistió en seguida, dejando la cuchara de vuelta en el plato.

—Lo siento. Si no tienes hambre no te obligaré. No tienes que hacerlo por la fuerza.

Castiel alargó la mano, tomó la cuchara y se llevó un poco de sopa a la boca.

—Cas…

Enseguida el chico repitió su acción, tomando unos cuantos fideos y algo del rojo caldo de tomate y los metió a su boca. Dean le detuvo la mano.

—No tienes que comer si no quieres. No lo hagas.

Castiel le miró fijamente, penetrante, como si intentara explicarle con la mirada las cosas que no era capaz de poner en palabras.  Su respiración era irregular y ya tenía los ojos húmedos.

—Suelta eso. — le quitó la cuchara de la mano y la puso a parte. — ¿Estás bien?

Castiel meneó la cabeza para decir que no y luego escupió la sopa que todavía tenía en la boca sobre el plato y la mesa y se manchó un poco la ropa también. Tosió como si se estuviera atragantando. Dean le palmeó la espalda.

— ¿Vas a vomitar? ¿Quieres ir al baño?

—No. No. — el chico hizo un gran esfuerzo por respirar hondo y dejar de toser.

—Cas ¿Qué pasa? ¿Por qué comer te causa tantos problemas? — se atrevió a preguntar, todavía con su mano en la espalda del otro frotando suavemente, sintiendo como poco a poco empezaba a respirar mejor.

—La comida no es buena para mí. — respondió Castiel en un murmullo estrangulado.

—Pero necesitas comer. — dijo Dean, angustiado. —Es algo que tienes que hacer para seguir viviendo. Tú cuerpo lo necesita.

—No.

—Dijiste que comías en el hospital. Que no tenían que obligarte.

—Tenía hambre entonces. Ayer tenía un poco de hambre también. Pero ya no… ya no la estoy sintiendo, Dean. Lo lamento, sé que quieres que coma.

—No, no. No tienes que hacerlo porque yo quiera. No vuelvas a… Lo siento. Lo intentaremos mañana, quizá para entonces quieras comer algo. Y te dejaré escoger lo que se te antoje ¿Está bien? No tiene que ser sopa.

—Estoy cansado.

—De acuerdo. Vamos a buscar una habitación.

Pidieron un cuarto en el hotel y Castiel se quedó dormido en el momento en que se recostó en la cama. Dean terminó su hamburguesa mientras miraba televisión, aunque su mente estaba distraída con toda clase de pensamientos preocupantes acerca de Cas, porque casi todo el tiempo que pasaba con él era genial y todo parecía ir bien, pero había momentos en los que Dean dudaba y sentía temor, como cuando Castiel se ponía mal, cuando no lograba comprender porque reaccionaba como lo hacía, cuando pensaba demasiado en que todavía no sabía mucho sobre él ni qué cosas le habían sucedido en el pasado para que tuviera los problemas que tenía.

Había creído ingenuamente que al hacerse un poco mayor, Cas había mejorado un poco, y así parecía hasta momentos atrás en el restaurante, y a Dean le asustaba verle ponerse enfermo por sólo probar algo de comida.

No por ello iba a rendirse, por supuesto. Simplemente las cosas iban a ser un poco más difíciles de lo que había creído. Ellen ya no estaba para cuidar a Castiel, y ahora era Dean quien debía hacerlo, y eso estaba bien para él, sin embargo no podía dejar de sentir que hacer todo lo que estuviera en sus manos no iba a ser suficiente.

Dean se llevó las manos a la cabeza y se la frotó con cansancio. Miró al chico que dormía en la cama contigua, tan tranquilo, y sonrió, porque le complacía y le hacía feliz tenerle cerca y a salvo, aunque eso no aliviara las dudas acerca de los secretos que guardaba, de las cosas que ni el mismo Castiel recordaba, o que quizá si recordaba pero no quería contárselas a él.

Esa idea de pronto le  causó  una ligera incomodidad, porque él sentía como que no tendría ninguna reserva de contarle a Castiel cualquier cosa que quisiera saber, incluso las cosas que nunca le había dicho a Sam. Era algo fuera de su control, algo que tenía que ver con la forma en que Castiel le miraba. Dean pensó entonces que era como si Cas pudiera ver todo lo que había en él y no sentía ninguna necesidad de ocultarle nada.

Pero si Castiel no sentía lo mismo  él no podía hacer nada al respecto. No podía forzarlo a contarle todo lo que se callaba. Sólo podía seguir haciendo preguntas, esperando que quisiera o pudiera responderle. Sólo podía darle tiempo y ser paciente.

Dean se aseguró que Castiel dormía, apagó el televisor y salió. Se arrebujó bajo su chaqueta porque aún estaba lloviendo y hacía frío. Metió las manos en los bolsillos, para no perder calor y se encaminó al bar más cercano. Seguro él no tenía la edad legal para entrar a uno, pero en ese tipo de tugurios de carretera era inusual que pusieran demasiada atención en si los clientes llevaban identificación o no. Además no estaba ahí con la intención de beber nada.

Se coló dentro del pequeño lugar que estaba abarrotado. La atmósfera tibia de la muchedumbre le sacó un poco el frío cuando tuvo que atravesar la aglomerada pista baile para acercarse hasta donde estaban las mesas de billar, y poco después ya estaba apostando contra un hombre que creyó que por ser Dean apenas un chico, podría ganarle fácilmente.

A veces la juventud de Dean era una ventaja que hacía bajar la guardia a los otros jugadores, cuando en realidad había estado practicando aquel juego desde mucho antes de poder alcanzar la mesa sin pararse sobre una silla.

El hombre no estuvo nada feliz cuando Dean le ganó doscientos dólares en una sola ronda.

— ¿Qué puedo decir? Fue suerte de principiante. — dijo Dean con una sonrisa cínica, agitando los billetes en la mano antes de guardárselos en el bolsillo.

—Suerte de principiante. —masculló entre dientes el hombre, golpeando la mano contra la mesa. —Yo creo que eres un jodido crío mentiroso.

—Vamos, Slider. ¿Vas a ponerte así porque el niño te ganó limpiamente? — intervino la joven que acompañaba  al hombre, y quien parecía muy divertida con aquella situación. — ¿Por qué no le das la revancha, chico?­— propuso ella, guiñándole un ojo, a lo que Dean respondió con una sonrisa. Un momento después la mirada de Dean pasó del rostro de la joven a uno entre la multitud detrás de ella. Era un rostro que se parecía mucho a uno que había visto esa mañana, a bastantes kilómetros de distancia de ese lugar, allá en el estacionamiento del hotel en el que se habían quedado la noche anterior. El rostro del policía. A Dean le pareció extraño encontrárselo de nuevo, y justamente el mismo día, pero quizá se había equivocado. Después de todo la iluminación del lugar era mala y le había visto apenas unos segundos antes de que aquella cara se perdiera de nuevo entre el gentío. Sin embargo Dean no pudo ahuyentar del todo la sensación de inquietud y pensó en que lo mejor sería volver al hotel cuanto antes. A fin de cuentas no estaba ahí para divertirse, si no para ganar algo de efectivo extra y eso ya lo había conseguido.

— ¿Qué dices, muchacho?

—Lo siento, pero tengo que irme.

— ¡Ni lo pienses! — vociferó Slider. —Quiero la revancha. Voy a recuperar mi dinero.

—Bueno, es una lástima porque eso no va a pasar hoy. —respondió Dean y salió de ahí tan rápido como le fue posible. La lluvia había arreciado y el estacionamiento estaba lleno de charcos lodosos que tenía que saltar para evitar empaparse las perneras de los pantalones. Sin embargo alguien lo detuvo a medio camino. Dean sintió las pesadas manos cerrándose sobre sus hombros y después lanzándolo al piso mojado. Era Slider.

—Vas a darme mi dinero ahora, mocoso.

— ¡Lo gané limpiamente!

—Sí, y yo voy a quitártelo limpiamente.

El hombre metió la mano en el bolsillo de la chaqueta donde Dean había guardado el dinero.

— ¡Lo estás robando! — gritó el chico, apretándole el brazo con más fuerza de la que Slider esperaba, jalándolo mientras soltaba una patada en una de las rodillas del hombre, haciéndole perder el equilibrio. Slider cayó sobre él y le soltó un puñetazo en la cara. Los ojos de Dean se llenaron de lágrimas al sentir el golpe en la nariz, pero siguió luchando, tanteando el aire con las manos, intentando atrapar a su atacante. Pero el hombre ya había logrado ponerse de pie.

—Estoy tomando lo que es mío. —declaró, soltando un puntapié en las costillas del chico y luego se alejó hacia algún punto que Dean no pudo precisar porque el dolor le había dejado  hecho un ovillo en el suelo. Le tomó un buen rato poder ponerse de pie, preocupado porque le dolía mucho el costado y también la cabeza, y esperaba no tener nada roto porque ahora ya no tenía dinero suficiente para ir a un hospital. Al menos Slider sólo se había llevado los doscientos dólares que le había ganado, y el dinero de Dean seguía intacto en el bolsillo trasero de sus jeans.

La caminata de regreso al hotel resultó larga y agotadora, aun cuando sólo debía cruzar una avenida y caminar media manzana, pero el frío y le humedad hacían que el dolor se sintiera más vivo y agudo. En cierto momento sintió que tenía que tomar un pequeño descanso antes de seguir, y estuvo a punto de sentarse ahí mismo en la acera, pero entonces vio a Castiel, parado frente a él a unos cuantos metros y lo primero que pensó es que el golpe que le habían dado en la cara debía estarle causando alucinaciones.

—Castiel.

Castiel se acercó y le puso los brazos alrededor, y Dean sintió dolor, pero no lo apartó. Castiel no se soltó de él hasta que volvieron a la seguridad de su habitación y le ayudó a sentarse en la cama.

Dean se echó sobre el colchón pesadamente y cerró los ojos, tomando unos momentos para reponerse un poco. Escuchaba a Castiel moviéndose por la habitación. Luego Castiel se sentó junto a él, y Dean percibió el tacto suave de una toalla en su cabeza, que Cas movía sobre su cabello para secarlo.

—Gracias, Cas. — dijo entre abriendo los ojos para mirarlo. Castiel tenía el entrecejo ligeramente fruncido, y parecía muy concentrado en su labor de secarle el cabello.

—Tienes que quitarte la ropa mojada.

Dean suspiró pesadamente y jaloneó un poco la manga de su chaqueta pero se rindió en seguida por que aún le punzaba el costado.

— ¿No puedes moverte?

—Sí, sólo… dame un minuto.

Castiel se movió al otro extremo de la cama y comenzó a deshacer los nudos de las agujetas de sus botas.

—No tienes que hacer eso. —dijo Dean, pero Castiel continuó con lo que hacía, y luego procedió a sacarle el calzado con cuidado.

— ¿Puedes sentarte?

Dean se incorporó, no sin esfuerzo y con Castiel sosteniéndole la espalda. Cas le ayudó a sacarse la chaqueta y la camiseta mojada, pasó una mano sobre la piel enrojecida sobre las costillas de Dean dónde se le estaba formando un moretón. Dean se desabrochó el pantalón y después de un torpe forcejeo logró sacárselo y volvió a tumbarse sobre la cama, exhausto.

Castiel estiró las mantas y lo arropó, y luego volvió a sentarse junto a él para continuar secando su pelo.

—Ya está bien, está casi seco. —dijo Dean. —Ven, acuéstate.

Castiel obedeció en seguida, metiéndose bajo las cobijas, junto a él.

—Tu gabardina también esta mojada. Quítatela. —le dijo al percibir la humedad del abrigo. Castiel se movió bajo las sábanas hasta quitársela y la dejó caer al piso. Afortunadamente la gabardina había hecho su trabajo, impidiendo que el resto de su ropa se mojara. Dean le pasó una mano por la cabeza y luego le dio la toalla.

—Ten. Sécate el cabello.

De nuevo, Castiel obedeció, tomando la toalla y frotándose con ella la cabeza hasta que se le secó el agua del cabello. Se quitó la toalla y miró intrigado a Dean, quién estaba riéndose de pronto.

— ¿Qué te causa gracia?

—Umh, nada. —respondió Dean, mirando el cabello del otro que había quedado esponjado, desordenado y levantado en todas direcciones.

Castiel apoyó otra vez la cabeza sobre la almohada, cerró los ojos y suspiró. Parecía que estaba quedándose dormido.

—Cas. —susurró Dean. — ¿Aún tienes sueño?

Castiel entreabrió los ojos y asintió.

—Dormiste toda la tarde. ¿Cómo te sientes?

—Me siento bien. Eres tú quien me preocupa.

—Estoy bien.

Castiel llevó su mano hacia el rostro de Dean y pasó apenas las yemas de los dedos sobre la inflamada nariz. Dean trató de no pensar en que tan mal estaba, porque si se veía tan mal como se sentía debía estar horrible. La mirada que Castiel le estaba dando en ese momento no le hacía pensar lo contrario.

—No duele tanto. — dijo para tranquilizarlo.

—Ojalá pudiera ayudarte.

—Hiciste suficiente ayudándome a llegar a la habitación.

Castiel frunció el ceño y al segundo siguiente ya se había levantado otra vez. Entró al baño y volvió con un paño mojado con agua fría que puso sin ningún aviso sobre el rostro de Dean.

— ¿Qué…? ¿Qué haces?

—Necesitas hielo para la inflamación, pero eso servirá mientras lo consigo. — explicó levantando la gabardina del piso y Dean le miró estupefacto.

—No vas a salir a buscar hielo ahora.

—Pero lo necesitas.

—Vuelve a acostarte, Cas. Puede esperar hasta mañana.

Castiel no estaba convencido, pero cedió finalmente mientras Dean palmeaba la cama para indicarle que se acostara. Castiel subió a la cama, pero en vez de acostarse se quedó de rodillas sobre el colchón, con una mano empujó a Dean para hacerle recostarse completamente y volvió a poner el paño que el otro ya se había quitado. La sensación de frescura le sentó bien, así que Dean no se quejó, y Castiel se quedó tranquilo sentado junto a él, mirándole. Casi siempre estaba mirándole, como si le vigilara, aunque en realidad eso no le molestaba. Se acostumbraba rápidamente a toda la atención que Cas le daba.

— De verdad estoy bien. —dijo Dean, tratando de sonreír.

— Me preocupé mucho. Tuve miedo.

— ¿Miedo de qué?

—De lo que te ocurrió, de que te hicieran aún más daño.

—Oh. Tú… ¿Viste cuando ese tipo me atacó?

Castiel meneó la cabeza.

—No. Lo sentí.

—Lo sentiste. ¿Eso qué quiere decir?

—No lo sé.

Dean suspiró, frustrado ante la críptica contestación, aunque estaba acostumbrado a esa forma de hablar que tenía Castiel que le dejaba siempre más dudas que respuestas.

—Dolió.

— ¿Te dolió? —preguntó con extrañeza y Castiel asintió.

—Y escuchaba tu voz enojada y temerosa.

Dean no supo que decir al respecto, no lograba entender del todo a que se refería Castiel. Quizá le había escuchado gritar, aunque no estaba seguro de que hubiera podido escucharle desde el estacionamiento del bar.

—Así que… pudiste escucharme ¿Uh?

—Yo siempre te escucho, Dean.

Dean sonrió.

— ¿Siempre?

—Siempre escucho tu voz.

—Es… ¿Cómo cuando escuchabas aquellas voces en tu cabeza?

—Todavía las escucho. — declaró con absoluta seriedad en sus palabras y también con mucha serenidad en su voz, como si hablara de algo completamente normal y sin demasiada relevancia. Para Dean aquellas palabras se sintieron como algo frío moviéndose en su estómago.

—De… ¿De verdad? ¿Cuándo volvieron?

—Las voces nunca se han ido.

Dean le miró, perplejo.

—Creí… umh, creí que estaban empezando a irse… cuando estábamos en la granja.

—Nunca se van. Pero se alejan cuando escucho la tuya, por eso sólo le presto atención a tu voz. Aun cuando estás lejos y tu voz se escucha débil y confusa, siempre la busco.

Castiel tomó su mano.

— ¿Cas? ¿Por qué yo?

La mirada de Castiel estaba fija en la suya, tan profundamente, tan intensa que a momentos la percibía como un tacto físico, algo tibio que le acariciaba la piel y que se iba filtrando dentro de su cuerpo hasta su mente. Era como si algo enorme le rodeara, como un capullo que se iba cerrando sobre él, y le hacía sentir seguro y extraño al mismo tiempo. Pestañeó un par de veces, sin dejar de mirarle, y agregó.

— ¿Por qué…? ¿Por qué dices que yo puedo alejar a las voces?

—Porque tú las alejas.

—Pero ¿Por qué yo?

Castiel ladeó la cabeza suavemente y al hablar otra vez su labio inferior tembló.

—Todavía no lo sé. — respondió con cierto aire de aflicción y de pronto su mirada se volvió triste y apagada, y Dean ya no tenía aquella extraña y fuerte sensación de seguridad, sino algo más suave, frágil y dulce. Tiró de la mano de Castiel hasta hacerle quedar acostado en la cama, lo cubrió con las mantas cuidadosamente y le pasó el brazo por encima.

—No importa, entonces. Haremos que se alejen tanto que no puedas escucharlas. Esta vez te quedarás cerca de mí y esas voces tendrán que dejarte en paz.

Castiel se quedó muy quieto y callado después de eso, así que supuso que se había quedado dormido. Y un rato después, cuando menos lo esperaba, volvió a escuchar su voz.

—Dean.

— ¿Umh?

— ¿De verdad puedo quedarme contigo?      

—Claro que sí.

— ¿Puedes hacer eso? ¿Puedes hacer que me quede?

— ¿A qué viene eso?

—Si algo pasa… si tuviera que irme…

— ¿Irte a dónde? —preguntó alarmado.

—No sé.

—Nada va a pasar, Cas. Y aún si fuera así, mientras tú quieras quedarte conmigo no dejaré que nadie te lleve lejos.

Castiel no dijo nada más, se limitó a acurrucarse junto a él, poniéndole las manos agradablemente tibias sobre el pecho. Dean se durmió sintiendo el tacto de sus dedos sobre su piel y su aliento sobre el rostro.

La mañana siguiente fue difícil para Dean, debiendo lidiar con el dolor que la noche de sueño no había podido aliviar. No estaba seguro de si se le había roto alguna costilla, pero dolía horriblemente al hacer cosas tan básicas como caminar, sentarse o respirar.  Tendría que comprar un bote grande de analgésicos, pensó, mientras se miraba en el espejo del baño el manchón morado y azul en su costado. Al menos eso podía ocultarse, pero su nariz todavía inflamada y amoratada sería como una brillante y llamativa bandera de derrota que tendría que llevar durante semanas. Con todo y todo se las ingenió para lucir una radiante sonrisa para Castiel.

Tomaron sólo café para el desayuno (en realidad él había terminado tomándose también el de Castiel porque él no había querido darle ni un sorbito) y luego se enfilaron de nuevo hacia la carretera, en busca de su siguiente transporte.  

Unos cuantos minutos después un precioso convertible color verde se detuvo a su señal, para completo alivio de Dean, quien no creía poder dar un solo paso más sin tener que parar a tomar un descanso o se desplomaría por el dolor.

—Gracias. —dijo mientras corría el asiento para que Castiel se sentara en la parte de atrás. Él tomó el lugar del copiloto y cerró la portezuela mientras el vehículo arrancaba haciendo rechinar las llantas sobre el asfalto y moviéndose sobre la carretera como una flecha que podría ganarle una carrera al viento.

—Bueno ¿A dónde van, chicos? — dijo la conductora, quitándose las gafas de sol para mirar a Dean. Y entonces él la reconoció, a la chica que había visto tres condados atrás, en el teléfono de monedas de aquella cafetería. 


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