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El misterio de Castiel por Calabaza

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Dean no la reconoció hasta que estuvo sentado a su lado. Llevaba el largo cabello ondeando en el viento y todavía usaba  los ajustados pantalones de cuero con los que la había visto la primera vez. A Dean no le parecía que fuera mucho mayor que él, quizá uno o dos años si acaso. Las mejillas redondas y rosadas le daban un aspecto muy joven, aunque los labios pintados de rojo oscuro la hacían lucir lo que Dean pensaba que era “sofisticada”.

— ¡Ah! El chico de la cafetería. — exclamó ella alegremente. — ¿Qué pasa, guapo? ¿No te acuerdas de mí? Te dije que te vería luego.

—Cierto, eso dijiste. — respondió él, ya dedicándole una de sus sonrisas más encantadoras. — Estabas en el teléfono, en la cafetería.

— Ah, me recuerdas. Me siento halagada. Soy Meg. — dijo ella, quitando una mano del volante para extenderla hacia  Dean y él la estrechó.

—Soy Dean.

—Mucho gusto, Dean. Y ¿El apuesto y callado muchacho en el asiento trasero? — preguntó, mirando a Castiel por el espejo retrovisor.

—Oh, se llama Castiel. —respondió Dean, girando el cuello para mirar a su amigo, quien no parecía interesado en la conversación y en lugar de eso se había quedado abstraído mirando el paisaje.

—Castiel ¿Uh? …Bueno, entonces ¿A dónde están yendo?

—A Kansas.

— ¿Puedo preguntar qué hay de interesante en Kansas?

—Vamos a visitar a un amigo.

— Ah ¿De dónde vienen?

—De Nueva York.

—Es un largo camino desde ahí. Tengo buenas noticias para ti, Dean. Me dirijo a Salt Lake City, así voy a pasar muy cerca de Kansas y puedo llevarlos, si quieren.

—Bueno, eso de verdad es buena suerte. —soltó Dean con una mezcla de contento y alivio. Si ella de verdad podía llevarlos hasta Kansas se ahorrarían muchos problemas y quizá podrían estar allá esa misma noche si seguían al paso al que Meg conducía.

—O quizá tienes un muy buen ángel guardián cuidándote las espaldas. — dijo ella y luego se echó a reír. —Umh, nah. No lo creo, si fuera así eso no te habría ocurrido ¿No?

La chica se tocó la nariz con la punta del dedo y él comprendió que se estaba refiriendo al moretón en su cara.

— Espero que al otro le haya ido mucho peor.

Dean terminó contándole su aventura de la noche anterior en el bar, como había gloriosamente ganado doscientos dólares y cómo había tenido que pelear por ellos. Evitó hábilmente mencionar que él fue el único en recibir una paliza, y ella le escuchó atentamente y pareció muy divertida con su historia. Luego de eso la conversación de eso pasó por todo tipo de tópicos: música, cine, autos, el ex novio de Meg, Sam, la escuela y como la vida era demasiado divertida como para  estar metido en un salón de clases aprendiendo cosas absurdas cuando el camino prometía tantas aventuras.

A Dean le agradó conversar con ella y Meg se reía mucho con todo lo que él decía, y el tiempo pasó rápido y el dolor punzante en su torso se hizo casi imperceptible por un rato.

Un par de horas después se detuvieron a comer algo en un restaurante al lado del camino. Dean pensó que Castiel se había quedado dormido, luego de no pronunciar palabra durante todo el trayecto, pero cuando miró al asiento trasero se lo encontró despierto y mirándole tan atentamente como hacía siempre.

— Vamos, Cas. — le  ofreció una mano para ayudarle a bajar , y Castiel la tomó y no lo soltó mientras caminaban al interior del local. De hecho estaba apretándole la mano tan fuerte que Dean pensó que algo andaba mal, pero una vez que llegaron a su mesa Castiel le soltó y se sentó sin decir nada, así que Dean no le dio mayor importancia, y se olvidó por completo del detalle cuando se dio cuenta de que Meg se estaba alejando hacia el otro lado del establecimiento.

— ¿A dónde vas?

—Oh, no me extrañen tanto, chicos. Sólo voy al baño. Pide un emparedado de tocino y una soda para mí ¿Está bien? — dijo ella antes de meterse al estrecho pasillo que conducía a los lavabos.

—Bien. ¿Tú quieres algo, Cas? ¿Tienes hambre?

—No.

Dean suspiró y repiqueteó los dedos sobre el menú que tenía en las manos.

—Ayer no comiste nada. Esta mañana ni siquiera probaste el café.

Se detuvo al notar el ceño fruncido de Castiel, guardó silencio un momento y luego continuó, hablando en voz baja y suave para que el chico supiera que no intentaba regañarlo por no comer.

—Es que me preocupa. No comes nada y cuando comes te enfermas.

—Dean, vámonos. — dijo de pronto.

— ¿Ahora? ¿A dónde?

—Ahora mismo. Lejos de aquí, antes de que ella vuelva.

— ¿Ella? ¿Meg? ¿Qué pasa con ella?

—Dean, por favor. — suplicó con una urgencia que no había mostrado nunca antes.

— ¿Por qué?

Castiel balbuceó algo y luego se quedó callado, mirando a Dean como si este fuera incapaz de ver algo que para Castiel era muy obvio y no sabía cómo explicárselo.

—Por favor…— soltó finalmente con la voz entrecortada, tenía los hombros tensos y las uñas clavadas en el plástico que cubría la superficie de la mesa. —Por favor.

—Cas, tranquilo. Respira. — dijo Dean, inclinándose hacia él y frotándole la espalda.  Cualquiera que fuera la razón que tuviera para actuar así no quería que terminara provocándole un ataque de pánico o algo parecido, así que intentó tranquilizarlo. —Está bien, estamos a salvo. Ella sólo nos llevara un rato más ¿De acuerdo? Y llegaremos pronto con Bobby.

—Dean, no…

— ¡Hey! ¿Qué le pasa al chico? — Meg apareció entonces y se sentó a la mesa — ¿Estás bien? — le preguntó, inclinando la cabeza para buscar su mirada, la cual Castiel evitó, girándose hacia la ventana, mientras musitaba un escueto “si” como respuesta.

—Está un poco cansado. — lo excusó Dean.

— ¡Ah! Bueno, cuando volvamos al auto puedes tenderte en el asiento trasero a dormir, a mí no me molesta. — dijo ella, todavía mirando a Castiel, quien se negaba a mirarla.

En ese momento apareció por fin un mesero para tomar sus órdenes. Meg pidió el emparedado que quería y Dean ordenó lo mismo para él. Dudó unos segundos de si debía pedir algo para Cas, sólo por si acaso, pero el chico seguía obstinadamente de cara a la ventana, así que supuso que en verdad no iba a comer nada otra vez. Finalmente el mesero se alejó hacia la cocina únicamente con los pedidos de Dean y Meg,

— ¿Castiel no va a comer nada? —preguntó ella.

—No tiene hambre.

— ¿De verdad? Con lo delgadito que está.

—Bueno, si no tiene hambre no hay nada que hacer. —soltó Dean, un poco incómodo con el tema. No quería que pareciera que le mataba de hambre cuando en realidad habría preferido quedarse sin comer con tal de que Cas tomara un bocado de algo.

—Umh. Claro. Ustedes ¿Son familiares?

Dean ya le había contado de su único hermano, Sam, que se había quedado en California, así que no podía nada más decirle que él y Castiel eran hermanos, como se estaba acostumbrado a hacer con todo el que preguntaba, porque era una respuesta fácil y así la gente no indagaba mucho más al respecto. Pero Meg le agradaba y no veía ningún peligro en decirle la verdad a medias.

—Somos amigos. De la infancia. Es casi como un hermano.

— ¿Ah sí? — sus labios rojos se estiraron en una sonrisa soñadora. —Con razón parecen tan unidos. De verdad eres todo un hermano mayor ¿Cierto? Todo protector y cuidadoso. Eso es lindo.

—Supongo. — respondió Dean con una risita y un levemente sonrojado. — ¿Qué hay de ti? ¿Tienes hermanos?

Meg estiró los brazos sobre la mesa, soltando un suave resoplido.

—Tengo montones de ellos.

—Supongo que no eres la hermana mayor ¿No?

—No, soy una de las de en medio.

—Pues suena genial, tener una familia grande.

—Pff. Seguro no te imaginas lo que es eso. Tener que esforzarte para que te noten entre  todos los demás.

—De acuerdo, no tengo idea, pero aun así debe ser algo muy bueno tener a tantas personas con quienes contar cuando lo necesitas.

Meg sacudió la cabeza y soltó una leve carcajada.

—Eres todo un optimista ¿No es así? Supongo que tienes razón, no importa que tan problemática sea, la familia es la familia. Ese tipo de lealtad no puedes conseguirla en ninguna otra parte ¿Cierto?

—Cierto. — agregó Dean, con cierta melancolía que se disipó casi en seguida.

—Aunque  te diré que la mayor parte del tiempo es como un pequeño infierno del que prefiero estar lejos. Además, me va bien por mi cuenta. — soltó ella con aire de suficiencia, apartándose el cabello hacia atrás con un movimiento de mano.

—Ya lo creo que sí, con un auto como ese. ¿Cuánto te costó?

—Oh ¿Ese auto? Ahahaha. Lo robé. Lo tomé de ese idiota con el que solía salir.

— ¡Vaya! Estoy impresionado. —exclamó Dean, mirándola con cierto asombro y luego agregó en tono confidente, acercándose un poco más a ella. — Así que eres una de esas chicas ¿Uh?

— ¿Si? ¿De cuáles? — preguntó ella, inclinándose hacía él con un aire igualmente íntimo.

—Una delincuente. —soltó él, guiñando los ojos con una sonrisa descarada y la muchacha se echó a reír.

— ¡No tienes ni idea! Aunque a mí me parece que tú tampoco eres exactamente trigo limpio. ¿No?

Dean se pasó la lengua entre los labios y volvió a sonreír, como si aceptar lo que la chica acababa de decir fuera algo de lo que estar sumamente orgulloso. Ella soltó otra risita y entonces el mesero los interrumpió trayendo sus platos. Mientras el hombre ponía la comida sobre la mesa, Dean se giró hacia Castiel, quien estaba mirándole de soslayo. Se veía molesto e instantáneamente Dean se sintió mal por ello.

— ¿Quieres un poco? — le preguntó casi tímidamente, ofreciéndole su sándwich, pero Castiel meneó la cabeza y volvió a posar la vista en la ventana, sumiéndose en su mutismo durante el tiempo que duró la comida, mientras Dean y Meg seguían conversando.

Para cuando terminaron de comer y volvieron al auto, Dean ya había tomado una decisión.

—Eh, Meg, gracias por habernos traído hasta aquí. Fue divertido. Pero seguiremos por nuestra cuenta ahora.

—Oh. ¿Por qué? En verdad no me molesta llevarlos, la compañía siempre viene bien. Entre más mejor.

—Lo sé, lo siento. Pero creo que es lo mejor.

— ¿En serio? ¿Van a seguir haciendo autostop hasta Kansas?

—Si, tal vez mañana. Nos tomaremos el día para descansar.                    

— ¿De verdad? Creí que querías llegar pronto. ¿Qué pasa? ¿He hecho algo malo?

—No. No es eso. Sería genial poder ir contigo el resto del camino, pero tenemos uh, asuntos personales que atender.

Meg frunció los labios, mirándole con clara decepción, pero en seguida volvió a sonreír. Tomó su cartera y de ella sacó una tarjeta que tenía un número telefónico escrito.

—Pues si no hay forma de hacerte cambiar de opinión, toma. — dijo extendiendo la tarjeta hacia él. — Puedes llamarme cuando estés libre y quizá si estoy cerca podamos vernos.

Dean sonrió y tomó la tarjeta.

— ¿De verdad no cambiarás de opinión? — preguntó ella.

—No, será en otra ocasión.

Meg suspiró y se encogió de hombros.

—De acuerdo, en otra ocasión entonces. Que pena.

—Seguro no será la última vez que nos veamos.

—Seguro que no. Ya nos veremos — respondió ella clavando su vista en Castiel, que estaba detrás de Dean,  y que por una vez le devolvía la mirada, aunque con una expresión fría y desconfiada que pasó desapercibida para Dean.

—Hasta pronto, Castiel. — dijo la chica, agitando la mano como despedida y luego caminó hacia el auto y se montó en él. — ¡Cuídense y manténganse alejados de los extraños! —le escucharon decir antes de que el rugido del motor ahogara su voz, y unos segundos después el carro se alejaba como una grácil ráfaga verde.

Se quedaron mirando hacia la carretera hasta que le perdieron de vista. Dean se volvió a Castiel, apenado.

— ¿Sigues molesto conmigo?

—No estoy molesto contigo, Dean. — respondió sinceramente. La pregunta le había tomado por sorpresa.

— ¿De verdad? Es que eso me pareció. No estabas muy contento que digamos.

Castiel agachó el rostro.

—No lo estaba. — admitió.

—Oh. Bien. Andando. Hay que buscar a alguien más que nos lleve. — dijo con voz alegre, empezando a caminar al lado de la autopista. —Entonces ¿Vas a decirme? — preguntó cuándo Castiel lo alcanzó y caminó a su lado. — ¿Por qué no quisiste viajar con Meg?

—Por qué…— Castiel dejó sus palabras en el aire y lo pensó un buen rato antes de terminar la oración. —No se sentía correcto.

 — ¿Correcto? ¿Qué significa eso?

—Es algo que está bien, que no es un error.

—No… sé lo que significa la palabra “correcto”. Lo que pregunto es ¿Por qué sentiste eso? ¿Había algo malo en ella?

—Sí.

— ¿Qué?         

—No… sé.

—Umh.

Dean no dijo nada más acerca de ese asunto, aunque no alcanzaba a comprender que podía haber en Meg que a Castiel le causara tanto desagrado como para preferir renunciar a que los llevara tan cerca de su destino. Él se consideraba un buen juez de carácter y no había detectado en la joven nada que pareciera peligroso o malo, ni se había percatado de que ella fuera desagradable con Castiel.

Pensó que podía ser parte del retroceso en los avances que Cas había hecho. Primero dejaba de comer y ahora estaba volviendo a ser tan antisocial como solía ser cuando le conoció. Aunque había estado bastante simpático con el conductor del camión con el que habían viajado el día anterior. Luego se le ocurrió que quizá su sociabilidad dependía de cómo Castiel se sentía ese día. Quizá ese era un mal día y simplemente por eso no le gustaba Meg.

Dean lo lamentó especialmente por perder el viaje gratis y rápido que la joven les ofrecía, además a él Meg le caía bien y era guapa, pero si Castiel estaba incómodo no iba a obligarle a viajar con ella. El chico parecía más tranquilo y contento ahora,  y por lo tanto Dean se sentía mejor también. Además le gustaba cuando eran sólo ellos dos. Conocer gente en el camino siempre era divertido, pero si tenía que elegir prefería sus conversaciones con Castiel, prefería lo abierto que era el chico cuando estaban solo, e incluso si no decía nada le gustaban sus largos y quietos silencios.

Lograron que alguien los llevara hasta el siguiente pueblo, que no era realmente un gran avance en el viaje pero Dean sabía que no podía quejarse de lo que le saliera gratis y que le ofreciera una manera de evitar caminar más de lo necesario.

Su cuerpo estaba resintiendo la falta de un descanso adecuado y medicamento. El dolor en su costado era terrible y se sentía agotado, como si hubiera andado todos los kilómetros hasta ahí a pie.

—Vamos, Cas. Hay que buscar un hotel o algo. —dijo deteniéndose para mirar hacia atrás, a Castiel que se había quedado quieto parado en la calle, observando el cielo. —Cas.

—Va a llover.

Dean levantó la vista y comprobó que era así. Las nubes se habían amontonado sobre la pequeña ciudad e iba a empezar a caer un chaparrón en cualquier momento.

—Sí. Con más razón tenemos que encontrar en donde pasar la noche.

Se llevó la mano al bolsillo trasero de sus pantalones y sacó la cartera para verificar de cuánto dinero disponían, pero al abrirla se dio cuenta de que no tenía más que unas cuantas monedas. Revisó el resto de sus bolsillos, palpando  cualquier pliegue de tela o ranura en la que pudiera haberse ocultado algo de dinero, pero no encontró nada. Estaba seguro de que aún debería tener algo más de lo que había hallado, aunque supuso que había calculado mal. La comida de  aquella tarde había sido un lujo innecesario y ahora lo estaba pagando de mala manera.

— ¿Qué sucede? — preguntó Castiel al verle preocupado, pero antes de poder responder una gota de lluvia fría cayó sobre su rostro, seguida rápidamente por muchas más.

— ¡Diablos! ¡Ven, Cas, hay que buscar un refugió! —dijo jalándole del brazo y echándose a correr por la calle, buscando en dónde protegerse de la lluvia. Pero aquel pequeño poblado no parecía particularmente amigable con los extraños y vagabundos, en especial no mientras llovía, pues ya todas las casas tenían las puertas y ventanas cerradas y no se encontraron en aquellas calles vacías a ninguna otra persona.

Terminaron metiéndose en una caseta telefónica, aunque la puertecilla no cerraba del todo y entraba algo de agua por un costado. Dean se sentó en el suelo y empujó la puerta con una pierna para que cerrara un poco mejor.

—Siéntate. — le dijo a Castiel que estaba casi parado sobre él, porque el espacio era muy reducido. Castiel se puso en cuclillas e intentó estirar las piernas pero no habiendo suficiente lugar para ellas prefirió quedarse en la posición en la que estaba.

—Ven aquí. — dijo Dean mirándole divertido, separando más sus piernas para que Castiel se sentara en el espacio entre ellas, con la espalda recargada contra el pecho de Dean, y los brazos de este a su alrededor para darle calor, porque aún dentro de la caseta calaba el frío.

— ¿Vamos a quedarnos aquí? — preguntó el chico, apoyando su cabeza sobre el hombro de Dean.

—Umh, sólo hasta que pase la lluvia. — contestó el otro, omitiendo decirle que de todas formas no tenían ningún otro sitio a donde ir. —Trata de dormir. ¿Tienes sueño?

—Sí. Pero no creo que pueda dormir.

—Sí, lo siento. Sé que no estás muy cómodo aquí.

—No es eso. Es la lluvia.

—Oh. Las voces.

—Sí.

Dean puso sus manos sobre las orejas de Castiel.

— ¿Está mejor así?

—Todavía puedo escuchar, Dean. — respondió Castiel poniendo sus manos sobre las de Dean que se rió levemente y luego suspiró con pesadez.

—Lo sé.  Lo siento por todo esto. Todo irá mejor pronto, sólo intenta ignorar el ruido por esta noche.

— ¿Dean?

— ¿Nh?

 — ¿Podrías contarme una historia?

— ¿Una historia de qué?

—Como las historias que le contabas a tu hermano cuando no podía dormir.

—Oh. Recuerdas eso.

—Recuerdo la que me contaste a mí, de cuando tú y Sam se pusieron los disfraces…

—De Batman y Superman. ¿Cómo recuerdas esas cosas? — dijo Dean con una risita avergonzada.

— ¿Podrías contarme una ahora?

—Uh, bueno… no se me ocurre ninguna.

—Cualquier cosa está bien, en tanto pueda oír tu voz. Tu voz las ahuyenta.

—De acuerdo… pensaré en algo…

Dean se quedó en silencio un momento, tratando de recordar una buena historia que contar, algo que le subiera el ánimo y que ayudara a Cas a olvidarse de sus voces. De pronto las manos del chico se apretaron sobre las suyas.

—Dean, cuando esté lejos… cuando esté lejos… sigue hablando conmigo. ¿Sí? Háblame aunque esté lejos.

— ¿Uh? ¿De qué hablas?

—Va a ser difícil que te escuche, pero me esforzaré, así que cuando esté lejos sigue hablándome, por favor.

— ¿Por qué sigues diciendo eso? No vas a irte lejos.

Dean cerró sus brazos alrededor de él tratando de reconfortarlo. Lo sentía temblar bajo la gabardina y temió que estuviera a punto de ponerse a llorar o tener otro de sus arranques extraños. Sabía que Castiel no se encontraba muy bien cuando llovía.  Recargó su cabeza contra la del chico, murmurando suavemente en su oído.

—Está bien, Cas. Está bien, no te preocupes. ¿Sí? No te irás a ningún lado sin mí.

—Tengo miedo de ya no poder escucharte. —habló con voz aguda y temblorosa.

—Pero me escuchas ahora ¿No? ¿Escuchas mi voz?

—Sí.        

— ¿Lo ves? Todo está bien, estoy contigo.

El rumor de un trueno lejano atravesó el cielo. Castiel se encogió pero se quedó muy quieto al escucharlo y dejó de temblar, aunque todavía mantenía apretadas las manos de Dean. Y Dean podía sentir sus uñas clavándosele en la piel pero no se quejó.

—Por favor, sigue hablando. —le oyó murmurar.

—Umh… — Dean miró a través del cristal de la caseta las gotas de agua aplastándose contra el vidrio y más allá el cielo oscuro y el débil resplandor de la ciudad. El mundo se sentía de pronto demasiado grande e inhóspito, y Dean se percibió a si mismo pequeño, débil y muy cansado. Los dientes le castañearon levemente cuando quiso volver a hablar. El frío le entraba por las piernas y la espalda, así que apretó su abrazo sobre Castiel y agachó la cabeza para captar un poco del calor que desprendía el cuello del chico. — ¿Quieres… escuchar una canción?

Castiel asintió.

— ¿Qué canción es?

—Una que mi madre solía cantarme para dormir.

—De acuerdo.

Dean conocía la letra de memoria, la cantaba para Sam cuando era pequeño, solía cantarla para sí mismo cuando se sentía nostálgico, y no tenía ningún problema en cantarla para Castiel. Era una de las pocas cosas valiosas  que conservaba de su madre y  que quería compartir con él. Cantó en voz baja, las palabras deslizándose dulcemente dentro de los oídos de Castiel en una suave tonada.

Para cuando terminó de cantar ya le sentía relajado entre sus brazos, y supuso que estaba durmiendo. Se alegró de poder tranquilizarlo luego de que se pusiera tan inquieto por la lluvia. Y Dean se encontró deseando en lo profundo de su mente que fuera solo eso. Que todo aquello de irse lejos no fuera nada más que su ansiedad hablando por él. No iba a decírselo, pero a Dean le daba un poco de miedo cuando Castiel decía cosas como esa, porque en mitad de la noche, en una tormenta, esas palabras le daban vida a la sensación de fragilidad con la que Dean siempre había percibido a Cas, a esa idea de que iba a esfumarse frente a sus ojos. Y Dean luchaba contra esa sensación porque estaba decidido a que de ninguna manera volvería a permitir que se alejara y desapareciera de nuevo.

—Quiero que te quedes. — susurró, con sus labios besándole la cabeza.

—Yo quiero quedarme, Dean. — suspiró Castiel.

La lluvia se detuvo mucho antes del amanecer, pero Dean esperó hasta que el cielo comenzó a clarear para despertar al chico.

Descubrió al ponerse de pie que su dolor se había hecho peor, y permanecer erguido le era difícil.

—Dean ¿Qué pasa? — preguntó Cas cuando le vio doblarse sobre sí mismo tras dar un par de pasos fuera de la caseta telefónica.

—Nada. Nada. Un calambre, ya se pasará.

Se llevó una mano bajo la ropa y palpó sobre las costillas. La carne magullada palpitaba contra sus dedos, y supo en seguida que no había forma de que aquello mejorara en el transcurso del día. Sin embargo todo lo que tenía que hacer era conseguir que les llevaran lo más cerca posible de la casa de Bobby. Se consolaba con esa idea.  “Sólo tienes que aguantar un poco más, Winchester” se decía mientras sonreía para Castiel.

— ¿Tú estás bien? — le preguntó.

—Tengo frío.

—Hace un poco de frío.

Se acercó para abotonarle la gabardina, y mientras le acomodaba las solapas, sus manos rozaron el cuello del chico y se percató de que su piel estaba demasiado caliente.

—Tienes fiebre. —Lo comprobó poniendo la palma de la mano en la frente de Castiel. — ¿Por qué no me dijiste que te sientes mal?

—Estoy bien.

—No lo estás. ¿Te duele algo? — preguntó haciéndole abrir la boca para revisarle la garganta. — ¿Tu estómago está bien?

—Sí.        

—Si no te sientes bien tienes que decirme, Cas. Debes aprender a cuidar mejor de ti mismo.

—Tú también. — respondió Castiel, poniéndole las manos en las mejillas y mirándole como si le examinara. —Tú también tienes que hacer eso, Dean.

Dean tembló, se estremeció y asintió.

—Sí. Lo sé. — dijo, aspirando el aire frío y húmedo que todavía olía a tierra mojada. —De acuerdo. Vamos a buscarte agua fresca.

Anduvieron unas calles hasta encontrar una pequeña plaza en cuyo centro había una fuente. Dean no confiaba en que fuera buena idea beber de esa agua, pero serviría para humedecer un paño, un trozo de tela que arrancó del interior de su chaqueta, y lo puso sobre la frente de Castiel.

—Quédate aquí. — le ordenó, haciéndole sentarse en una banca.

—No te vayas.

—Voy a buscarte medicina para la fiebre.

—Dean, no la necesito. No te vayas.

—Volveré pronto. No te muevas de ahí.

Dean se alejó hacia la calle, perdiéndose en la neblina que cubría la ciudad, desvaneciéndose en ella como si hubiera desaparecido del mundo, en el silencio de la mañana.

Castiel esperó, impaciente, con su mirada temerosa fija en el último sitio en donde había visto la figura de Dean. Temblando, porque parecía que el frío se le había colado muy dentro, hasta los huesos, los cartílagos y las venas, y todo dentro de él iba poniéndose helado poco a poco. Se miró las puntas de los dedos y sintió que el calor se salía lentamente de su cuerpo a través de ellas. Dejó que las mangas largas de la gabardina le cubrieran las manos y luego las metió en sus bolsillos. Pegó las rodillas a su pecho, encogiéndose sobre sí mismo para mantener el calor.

Una mano le tocó la frente. Era una mano fresca, pero se sintió muy bien contra su piel, aunque él mismo todavía sufría por el frío. La mano le acarició los cabellos y él abrió los ojos y levantó el rostro.

—Dean.

—La fiebre está bajando. Vas a estar bien. Toma esta pastilla. — Dean sacó una caja y de la caja extrajo una píldora. —Te hará sentir mejor.

—Dean, no.

—Por favor. Sé que no te gustan las medicinas, pero la necesitas. Por favor, Cas. — suplicó con un dejo de desesperación en su voz. Castiel tomó la pastilla y dudó unos momentos antes de llevársela a la boca. Dean le dio una botella con agua y bebió de ella, permitiendo que el medicamento se deslizara por su garganta.

—Eso es. — soltó Dean, contento. —Buen chico.

— ¿De dónde sacaste el agua y esas pastillas?

—De por ahí. Tú no te preocupes por eso. ¿Puedes caminar? Hay que irnos.

Caminaron de vuelta a la carretera, y anduvieron un rato al lado del camino. La autopista a esas horas estaba desierta y la niebla le daba a todo un aspecto fantasmal y sombrío, como si estuvieran en algún paraje abandonado en dónde nadie les encontraría nunca.

Dean jadeó y se quedó quieto. Una oleada de dolor le recorrió el torso y terminó en las rodillas, haciendo que las doblara y cayera al suelo.

— ¡Dean! — Castiel se puso de rodillas junto a él, tratando de ayudarle a levantarse.

—Estoy bien, sólo necesito un minuto.

Castiel puso su mano en el costado de Dean, justo sobre la zona donde el dolor punzaba con más intensidad.

—No hay necesidad de mentir, Dean. Ojalá pudiera ayudarte. Dime ¿Cómo puedo ayudarte? ¿Qué hago?

—No tienes que hacer nada. Voy a estar bien.

Unos momentos después y con bastante trabajo, Dean se puso sobre sus pies y se apoyó en Castiel para volver a levantarse. De pronto el sonido del claxon de un auto les hizo voltear de nuevo hacia la autopista. Un carro color verde se detuvo frente a ellos. Era Meg.

— ¿Qué es lo que hacían sentados en la tierra? ¿Un picnic al lado de la carretera? — dijo la joven, levantándose sobre el asiento para mirarlos mejor.

—La buena suerte viene contigo ¿No es cierto? — dijo Dean casi sin aliento.

—No tienes idea. ¿Van a subir o qué?

—Pues si no te molesta. — Dean miró a Castiel, que aún le sostenía, temiendo que fuera a caerse otra vez —Cas, sé que no te gusta, pero no creo que pueda seguir caminando por ahora. — le dijo en voz baja.

Castiel le lanzó una breve mirada a Meg y asintió. Ayudó a Dean a llegar hasta el auto y le abrió la portezuela.

— Hola ¿Qué tal todo, Castiel?

Cas ignoró la pregunta de la chica. Se pasó al asiento trasero y se quedó contemplando a Dean como si no hubiera nadie más ahí.

—De acuerdo. ¿Qué pasa? — preguntó Meg, esta vez dirigiéndose a Dean. —Te ves fatal.

—Y tú preciosa, como siempre. — soltó Dean con una sonrisa y un quejidito, llevándose la mano al costado.

— ¿Te duele?

—Un poco. No es nada.

—Estabas en el suelo.

—Estaba descansando.

—Ya. ¿Entonces el guapo silencioso solo te estaba abrazando porque se pone así de cariñoso contigo?

Castiel arrugó la frente cuando Meg lo señaló y ella soltó una ligera risita. Estiró la mano sobre las piernas de Dean, hasta la guantera de dónde sacó un botecito color naranja.

—Analgésicos. ­— dijo, poniéndolo en la mano de Dean. —Seguro que te ayudan un poco con el dolor.

Dean destapó el frasco y se llevó dos pastillas a la boca de una sola vez con mucho entusiasmo.

—Tenías razón con lo del ángel guardián, Meg. Eres tú. — declaró, suspirando con alivio y mirando a la chica con profundo agradecimiento. Recargó  la cabeza en el asiento, cerró los ojos y se quedó dormido.

Dean despertó sintiendo el aire que le revolvía los cabellos. Entreabrió los párpados que todavía se sentían pesados y divisó un extenso campo sembrado que se extendía al lado de la carretera. Más allá alcanzaba a ver los techos de algunas casitas lejanas, árboles y al fondo las montañas pintadas en azul contra un cielo ennegrecido por las nubes de tormenta.

— ¿Estás despierto? — escuchó la voz de Meg. Dean levantó la cabeza y la miró, con su cabello salvaje y una blusa negra de tirantes con el logo de una vieja banda de rock. Pensó momentáneamente en cómo era posible para ella vestir así y llevar la capota del auto abierta en un día frío y nublado. Y entonces recordó que Castiel tenía fiebre y que el aire helado no iba a hacerle ningún bien. Volteó a mirar a su amigo, pero este no parecía realmente afectado por el clima. Estaba sentado justo detrás de su asiento, y le miraba atento. Dean tuvo la impresión de que había estado vigilándole todo el tiempo mientras dormía, pero no dijo nada al respecto.

— ¿Cómo te sientes, Cas?

—Bien.

— ¿Cómo? ¿También él está enfermo? — preguntó Meg.

—Tenía la temperatura alta en la mañana. — contestó Dean, tocando la frente de Castiel, comprobando que su calor corporal había vuelto a la normalidad. — ¿Podrías subir la capota? No quiero que vuelva a ponerse mal.

—Claro, hermano mayor. — Meg accionó una palanca y el techo subió desde atrás, acomodándose lentamente sobre ellos.

—Gracias. — dijo Dean, reacomodándose en su asiento.

—Por nada. ¿Cómo te sientes tú?

—Mejor. Gracias por los analgésicos.

— ¡Eh, me alegro! Puedes quedártelos.

— ¿En dónde estamos?

—En algún lugar cerca de Albany, Missouri.

—Ya estamos cerca de Kansas.

—Lo sé. Soy rápida.

—Sí, lo eres.

—Pero voy a detenerme en la siguiente parada. Tengo una llamada importante que hacer.

Quince minutos después Meg estaba estacionando al lado de una gasolinera.

—No me tardo. Pero ustedes, muchachos pueden ir al baño si lo necesitan. O no. — dijo mirando el lugar con cierto desencanto. —Ya sabes lo que dicen de los baños de carretera. Pero pueden comprar algo de comer. Toma, compra provisiones para el resto del viaje, así no tendremos que detenernos tanto. —le dio un billete a Dean y salió del auto.

Era bastante dinero como para comprar comida para tres días. Y Dean no quería aprovecharse de ella que ya había sido bastante amable con ellos, pero lo cierto era que se moría de hambre, así que compraría comida y ya vería después como pagarle a Meg.

Él y Castiel fueron a la pequeña tienda de autoservicio al lado de la gasolinera, y en su recorrido hasta el lugar, Dean descubrió con agrado que caminar, respirar y moverse en general resultaba más fácil. El dolor seguía ahí, aunque adormecido, y eso era suficiente para él.

Necesitaron dos bolsas grandes de papel para guardar todo lo que habían comprado, y Dean dejó que Castiel cargara con una de camino al carro.

—Dean. — dijo el chico, abrazando la bolsa con ambas manos para asegurarse de no tirar nada.

— ¿Si?

—Si te sientes mejor deberíamos seguir sin ella.

— ¿Qué te pasa a ti con Meg?

Castiel no respondió.

—Es enserio. Si quieres que la dejemos tienes que darme una buena razón para ello, porque ella sólo quiere ayudarnos. Si no fuera por ella quizá estaríamos tirados al lado de la carretera a días de distancia de la casa de Bobby.

Dean había terminado levantando un poco la voz, y Castiel como respuesta persistió en su silencio.

—Lo siento. — dijo, suavizando su tono otra vez. —Sé que no te gusta, pero necesitamos su ayuda, Cas.

—Está bien. — respondió el chico secamente.

—Estamos cerca. Todo estará mejor cuando lleguemos con Bobby, te lo prometo.

Dean iba a acomodar las bolsas con las compras en el asiento trasero, pero pensó que tal vez Castiel querría dormir más tarde y decidió dejar el asiento despejado por si deseaba acostarse en él. Así que se acercó al tablero del auto, jaló la pequeña palanquita que abría el maletero, y él y Castiel se acercaron para poner las bolsas ahí.

 

Sin embargo el lugar ya estaba ocupado. En el reducido espacio de la cajuela estaba metido el cuerpo de un hombre, doblado de tal forma que sugería que debía tener los huesos molidos para poder doblarse en aquellos ángulos imposibles. Dean miró el rostro del cadáver. Estaba sucio de sangre pero todavía era reconocible. Se trataba del policía que habían visto dos días atrás. 

 

Notas finales:

Aww, como me gustaría poder ver las caritas de todos ustedes al momento de darse cuenta de que la chica que la chica que les recoge es Meg.

Espero que disfruten el capítulo, ha quedado larguito y suceden muchas cosas.

Ah, y una vez más les invito a visitar mi blog, he estado escribiendo más cosillas Destiel, si desean leerlas están en la sección de Mis fanfics. Saludos y buen jueves~


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