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El misterio de Castiel por Calabaza

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—Dean, esta es una pésima idea.

—Shh.

—Dean, en serio. Deberías parar.

—Guarda silencio, Sam.

—Vas a terminar matándote.

—Yo sé lo que hago.

— ¿Si? ¿Entonces por qué acabas de chocar contra una señal de tráfico?

— ¿Uh?

—La carretera está vacía, esa señal de tráfico es la única cosa que hay a la orilla del camino en kilómetros, y aun así te las arreglaste para ir a chocar con ella.

—Sólo ha sido un golpe. Deja de molestar, Sammy.

—No es sólo un golpe. El auto se detuvo, y tu cabeza está sangrando.

Dean se llevó una mano a la frente y tocó la sangre caliente.

—Demonios.

Se giró para asegurarse de que Sam estuviera bien, y entonces recordó que en realidad Sam estaba en California. La soleada y cálida California, en dónde probablemente no estaba lloviendo en ese momento. Y él había estado imaginándose a su hermanito ahí con él, aunque el término más apropiado habría sido alucinando.

—No se me ha quitado la estúpida fiebre. — rezongó entre dientes, tomando otra pastilla de la caja. Habría querido poder tomar más analgésicos también, pero esos le hacían estar somnoliento y él no tenía tiempo para más siestas.

—Ni siquiera sé en dónde estoy… Debe ser Nebraska. — miró alrededor, buscando más señales que esa contra la que había chocado, que pudieran indicarle en dónde estaba, pero no alcanzó a ver nada. En parte era porque la lluvia le dificultaba la visibilidad, aunque la razón por la que había chocado era que se había distraído hablando con el Sam imaginario.

—Dean, no puedes seguir conduciendo. —dijo la voz de Sam. Pero Dean logró encender el auto y este se movió suave y fácilmente, y al momento siguiente estaba acelerando, sintiendo el esfuerzo de la máquina bajo sus pies. —Dean, vas a hacer explotar el motor. Eso si no consigues chocar de nuevo.

—No sabes nada de autos, Sammy. Esto aún puede ir más rápido.

—Tu cabeza sigue sangrando.

—Lo sé.

— ¿Quieres parar, por favor? ¿Sabes lo enojado que va a estar papá si algo te pasa? ¿Sabes lo mucho que voy a gritarte si algo te pasa? Si te matas nunca vas a llegar a la granja.

—Ya estás gritando, Sam. Y ni siquiera estás aquí.

Dean disminuyó la velocidad, aunque le era difícil controlar el pedal porque el pie se le estaba acalambrando. Guiñó los ojos, tratando de ver a través del cristal lleno de agua. Sólo entonces recordó que había olvidado encender los limpiaparabrisas.

— ¿Ya está anocheciendo o hay niebla? ¿Por qué mierda hay tanta niebla? — gruñó, tallándose los ojos. —Creo que ya no veo.

—Dean, mantén los ojos abiertos.

—De acuerdo.

Pero aún con los ojos bien abiertos le era difícil ver por dónde iba.

—Creo que ya estoy cerca. —dijo, buscando en vano alguna señal o letrero en el camino. — ¿Escuchas eso, Cas? Estoy cerca. Espérame ahí.

—Cas no está aquí, Dean.

—Tú tampoco, y aun así puedo escucharte.

—Pero no puedes escucharlo a él.

—Pero él me escucha… Creo que puede escucharme.

—Eso es ridículo ¿Cómo podría escucharte?

—No lo sé. Pero creo que lo hace. Cas puede. Él puede hacer cosas así. Sammy ¿Recuerdas aquella vez que estábamos jugando a las escondidas en la granja y Jo se perdió? ¿Recuerdas que Cas nos dijo en dónde estaba? ¿Cómo lo supo? Yo nunca te dije, pero desde su ventana no se veía el granero. No había forma en que él supiera, Sam. No había pensado en eso en años. Castiel sabía.

— ¿Eso qué significa?

—No lo sé. Pero… recuerdo cosas. Estoy recordando detalles. No los había olvidado, sólo no había pensado en eso desde hacía años. Todas las cosas extrañas que pasaban con Cas.

—Todos sabemos que él es extraño.

—Tú no sabes lo de sus poderes, las voces y todo eso, las veces en que parecía que me leía la mente, las cosas que dice… Y él fue a buscarme cuando me golpearon, sabía en dónde encontrarme.

—Suena como a coincidencias, Dean.

— ¡Lo sé! Pero… pero no se siente como eso. Se siente… real. Hay algo respecto a él, algo importante.

—Debe ser importante para que nos abandonaras a mí y a papá.

Dean apretó tanto sus manos sobre el volante hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

—No los he abandonado, Sammy. Estoy tratando de volver a casa.

—Papá está furioso. Sabes que algo malo puede ocurrirme mientras no estás.

—Lo sé, pero…

— ¿Pero? Pude haber muerto, Dean. Tú eres responsable de mi vida, y aun así te atreves a dejarme solo. Eres una decepción.

—Tú… tú jamás dirías algo como eso.

—Pero es lo que tú piensas, y te sientes culpable.

—Si. Sí, pero… no puedo arrepentirme de lo que hice, porque es Cas. ¿Cómo iba a abandonarlo otra vez?  

—Él no es de la familia.

—Esas son palabras de papá, no tuyas.

—Pero están en tu cabeza.

— ¡Pero están mal! ¡Cas es familia para mí! ¡Ellen era familia! Y Jo, y Ash. Y Bobby. Y odio como sólo me doy cuenta de eso cuando pierdo a las personas. Sé lo que dijo papá, y entiendo por qué lo dijo, y sé que tiene miedo, y yo también… pero otras personas pueden ser familia también, Sam. Son personas importantes y ya no quiero perder a nadie más. Cas es mi amigo y no voy a perderlo otra vez.

—La luz, Dean.

— ¿La luz?

—Ahí.

Dean se dio cuenta de que había una luz brillante que se dirigía directo a él. Giró el volante bruscamente, intentando esquivarla, pero de pronto todo se volvió blanco y resplandeciente, y luego oscuro.

Abrió los ojos y se dio cuenta de estaba fuera del vehículo. El auto había quedado estancado en una zanja, con una de las ruedas traseras girando en el aire. Ya no sentía la lluvia, pero había mucha niebla, blanca y espesa que le impedía ver los alrededores. Pero alcanzó a distinguir un  auto que se detuvo en la carretera, y que era una patrulla. Y vio el rostro de un policía que estaba gritándole algo. Dean no quiso averiguar qué era lo que decía, así que corrió hacia el otro lado, hacia lo que fuera que la niebla ocultaba.

Estaba corriendo realmente rápido, y no comprendía como era que su cuerpo lastimado se lo permitía. Casi no sentía el dolor, ni el frío, ni la ropa mojada, y ya no escuchaba la voz de Sam en su cabeza.

Se detuvo y trató de mirar a través de la neblina, pensando en que si seguía corriendo sin rumbo se perdería. Pero no conseguía ver cosa alguna, ni topaba con nada por más que caminaba en una dirección y en otra. No se sentía cansado, pero estaba aburriéndose de no encontrarse con algo. Y más que todo, comenzaba a angustiarse estando ahí tan sólo. La sobrecogedora sensación de estar completamente aislado del mundo y de la gente le hizo temblar. En cierto momento pensó en volver sobre sus pasos, a la carretera, hacia el policía, hacia donde podría ver a otras personas. Cualquier cosa que le devolviera a la realidad, a las sensaciones mundanas.

Pero se obligó a caminar hacia adelante, esperando que cada paso le llevara más cerca de la granja.

—Caminar no es tan divertido sin ti, Cas. —dijo en voz baja. — Nada es nunca tan divertido cuando no estás. Es más fácil creer que todo va a estar bien cuando tú estás cerca. Todo parece más fácil. Vas a estar ahí cuando yo llegue ¿Cierto?

Guardó silencio, esperando una respuesta. Deseaba poder escuchar la voz de Castiel en su cabeza como había escuchado antes la de su hermano. Pero no hubo más que una quietud  aterradoramente profunda. Dean sintió miedo de ella, así que continuó hablando.

—Me estás esperando ¿Cierto? ¿Me escuchas? ¿Me escuchas ahora? Cas. ¡Cas! ¡CAS!... Creo que estoy perdido.

Se detuvo de nuevo, con los cabellos de la nuca erizados ante la repentina y horrible sensación de que estaba caminando en círculos.

—No sé en dónde estoy… no hay… no hay nada aquí. ¿Me escuchas? ¡Estoy perdido!

Dio un paso hacia adelante, y luego cayó de rodillas sobre la tierra.

—Ayúdame… necesito tu ayuda. Te necesito, Cas. Sé que te fallé. Sé que todo ha sido mi culpa. — se sostuvo el rostro con las manos y se dio cuenta de que tenías las mejillas mojadas con sus propias lágrimas. — Le fallé a Ellen, y a todos. Si tan sólo… si hubiera impedido que subieras al tejado. Si no hubiera dejado que te alejaras.

Dean se recostó sobre la tierra, abrumado por el peso de la pena que le llenaba. Cerró los ojos y pensó en la noche del accidente, recordó con dolor lo cerca que había estado de evitar que todo aquello ocurriera. Se recordó saltando de la cama para ir a buscar a Cas. Corrió por el pasillo, salió de la casa, y miró sobre el tejado. Ellen estaba saliendo por la ventana, y Castiel, que parecía que estaba resbalándose sobre las tejas, en realidad estaba poniéndose de pie. Y luego vino la luz y el relámpago que golpeó el techo, demasiado cerca de Ellen. La vio caer con un movimiento suave, como si estuviera viendo la escena en cámara lenta, y se dio cuenta de que era la primera vez que contemplaba la visión de lo que había ocurrido con tanta claridad y detalle, casi como si lo estuviera presenciando de nuevo, sólo que esta vez no estaba tan asustado, la luz no le lastimaba los ojos, y el sonido no le perforaba los oídos.

Ellen estaba tendida en el suelo, pero sintió temor de mirarla más de cerca. Levantó la vista y vio a Castiel todavía de pie, sobre las canaletas del techo, gritando el nombre de Ellen. Gran parte de las tejas habían salido volando, destruidas, y el rayo había iniciado un fuego que se extendió hacia el interior de la casa, pero Castiel estaba intacto.

Un momento después la luz se hizo más brillante y el cielo se iluminó por completo. Recordaba eso. Recordaba haber visto por unos segundos como parecía que el sol había vuelto a salir. Siempre había creído que era por la luz del relámpago, pero se dio cuenta de que no era así. La luz estaba bajando de entre las nubes, bajaba hasta Ellen y la envolvía, y envolvía también a Castiel. 

Dean vio a Ellen oponerse de pie. Parecía estar bien, la luz le iluminaba el cuerpo y el rostro, y entonces por un breve instante se volvió hacia él y le sonrió. Luego se elevó en aire, como si alguien la levantara, y comenzó a subir hacia las nubes. Pero Castiel no parecía dispuesto a dejarse llevar de esa manera. La luz se arremolinaba a su alrededor, y el niño manoteaba y gritaba con su voz que era como campanas tintineando. Al momento siguiente la luz se disipaba, y todo quedaba en la más profunda oscuridad hasta que un nuevo relámpago, más lejano, volvía a iluminar levemente las nubes. Luego vino el trueno, el sonido de la lluvia, y el llanto.

—Nada de lo que ocurrió es culpa tuya, Dean. — dijo Castiel. Dean lo buscó en la oscuridad en la que se había quedado, pero no logró verlo. Pensó que debía estar alucinando de nuevo, pero entonces sintió sus brazos envolviéndolo, y reconoció su calor.

—No debí descuidarte… no debí dejarla sola en el desván.

—Tú no podías hacer nada al respecto. Era su momento.

—No fue justo.

Estaba llorando, y Castiel le acarició la cabeza. Una sensación de profundo bienestar le invadió el cuerpo, como si de pronto todo el peso del mundo fuera retirado de sus hombros.

—Cas…

—Estás bien ahora. Descansa.

De lo primero que fue consiente al despertar fue de que estaba acostado sobre un colchón suave y cómodo, y de que él se sentía bien, en orden y limpio. Su cabeza se sentía ligera y despejada, y el cuerpo ya no le dolía. Entre abrió los ojos y vio se vio rodeado de obscuridad, así que los volvió a cerrar. Se llevó la mano al pecho y se palpó torpemente el costado, apretando sobre el lugar en dónde debía estar el oscuro moretón, pero ya no dolía  y podía respirar con facilidad. Tampoco le dolían los huesos, ni le escocía la piel, y su nariz ya no estaba inflamada.

—Sigo vivo. —suspiró, escuchando el golpeteo de la sangre en sus oídos.

De pronto percibió el peso de una mano sobre su brazo y abrió los ojos violentamente, buscando a quien estaba ahí con él en aquella oscuridad, y se encontró con dos conocidas pupilas azules que le miraban con intensidad.

—Cas. — le llamó, convencido de que era otra alucinación. Sin embargo el tacto de la mano de Castiel sobre su brazo se sentía real y no difuminado por la confusión de la fiebre.

—Por supuesto que estás vivo, Dean. —dijo el chico, y su voz había dejado de sonar como campanas y agua corriendo, y era de nuevo el sonido familiar y suave que Dean conocía.

—De verdad estás aquí. — Dean levantó las manos y palpó el rostro de Castiel. — ¿Cas?

—Estoy aquí. — respondió, poniendo sus manos sobre las de Dean, presionándolas sobre su propio rostro, dejando que sus dedos le acariciaran las mejillas. Dean se incorporó sobre la cama y le pasó los brazos alrededor de la espalda, sosteniéndolo con fuerza contra su pecho.

—Júrame que no es un sueño.

—Estás despierto. — contestó el otro. Dean sintió en la piel de su cuello el aliento del chico y se estremeció. Puso su rostro contra el de él, percibiendo su calor que le resultaba indudablemente autentico. Pasó los dedos entre los  cabellos oscuros de Castiel, y aspiró su sutil olor que reconoció al instante.

—Estaba buscándote. — dijo, todavía sin atreverse a soltarlo.

—Lo sé.

—Estaba tan preocupado. Maldita sea, Cas, estaba de verdad muy preocupado. ¿Por qué tenías que irte? Dijiste… dijiste que querías quedarte.

—Lamento que te hayas preocupado . —dijo, y Dean sintió como las manos del chico se agarraban a él con mucha fuerza, y al momento siguiente le soltaban. Cas se movió hacia atrás y le empujó levemente, indicándole que volviera a acostarse, pero Dean le miró inquieto.

— ¿Estás bien, Cas? ¿Estás… herido? ¿Te hicieron daño?

—Estoy bien.

— ¿En dónde está Meg?

—Ella no está aquí, puedes estar tranquilo.

—Ella es un demonio.

—Sí. Pero está lejos ahora, y tú estás a salvo aquí.

—Tenía miedo de lo que pudiera hacerte.

—Me encuentro bien.  Ahora vuelve a dormir, Dean. Aún no te recuperas del todo.

—No. No tengo sueño.

—Está bien, yo te ayudaré con eso. —Castiel le puso la mano sobre la frente, y sólo en ese momento  Dean notó que sí que tenía sueño y que sus párpados estaban poniéndose muy pesados.

—Quédate aquí. —pidió con voz débil, sosteniendo entre sus dedos la muñeca de Cas. — ¿Si?

—Sí. — dijo, acostándose a su lado. —Puedo quedarme un poco más.

—Cas.

Dean estiró la mano sobre el colchón, buscando el calor de Castiel sin encontrarlo. Abrió los ojos para comprobar que se encontraba solo, y la conciencia de esa soledad le causó una repentina y profunda ansiedad que no pudo controlar.

— ¡Cas! —le llamó, sentándose sobre la cama, mirando alrededor. Aún estaba oscuro, pero entraba cierta claridad por la ventana que era suficiente para permitirle observar la habitación  en la que se encontraba, y que reconoció de inmediato. Era el cuarto en el que solía dormir cuando se quedaba en la casa de los Harvelle, y él estaba en la que solía ser su litera. Las otras camas estaban vacías, y notó que la suya era la única que tenía sábanas limpias y una almohada.

—Cas. — repitió ante el temor al silencio que lo envolvía. Saltó de la litera con facilidad. La última vez que había estado en ella era más joven y menos alto, ahora en cambio la encontraba casi demasiado pequeña.

Recorrió la habitación en dos zancadas y salió al pasillo, comprobando  que realmente estaba en la casa, en la vieja granja, aunque no tenía memoria de cómo era que había llegado hasta ahí o cuándo había sucedido. Se sintió confundido y desorientado, y luego un escalofrío le recorrió la espina al posar la vista sobre las puertas de las habitaciones que habían pertenecido a Ellen y Jo.  Luego miró otra puerta, la del desván, que estaba entreabierta. El escalofrío se tornó en un poderoso estremecimiento. La última vez que había pasado por esa puerta algo horrible había ocurrido. Se acercó con la intención de cerrarla, pero entonces se percató del leve resplandor que venía de escaleras arriba, y subió corriendo, esperando encontrar a Castiel, luchando por mantener a raya los recuerdos de su amigo sobre el tejado.

¿Por qué Castiel había subido ahí cinco años atrás?

El resplandor venía de una vela, pegada con su propia cera sobre el piso de madera, y Castiel estaba sentado contra la pared, entre un montón de cajas. Lucía muy concentrado mirando el brillo de la vacilante llama y Dean supuso que no se había dado cuenta de su presencia pues no dio señales de haberle notado. Sin embargo Castiel le habló, en tono ausente y sin apartar la mirada de la vela.

— ¿Descansaste lo suficiente?

—Umh… uh-uhu .

—Me alegra.

—Gracias. Tenía… miedo de que no estuvieras aquí… al despertar… umh, creí que te había soñado.

Dean dio un paso hacia él y luego se quedó parado, sin saber qué más decir, porque de todas formas no parecía que el otro le estuviera escuchando. Había muchas cosas que quería preguntar y decir, pero no era capaz en ese momento de recordar una sola de ellas. Todo en lo que podía pensar era en Castiel, sentado en el suelo, sin mirarle. La desagradable sensación de que realmente no estaba ahí le inquietó.

—Cas. — dijo en voz alta, esperando que al pronunciar su nombre el chico se volviera más real y tangible, pero no supo si Castiel le había escuchado, y la atmósfera comenzaba a sentirse otra vez irreal y pesada. — ¿Estoy soñando?

—Estás despierto.

Dean asintió y se mordió el labio inferior con ansiedad.

—Mis heridas se curaron. No recuerdo cuanto tiempo llevo aquí, o como llegué.

—Yo te traje.

—Oh, ya. Cas ¿Podrías… decirme la verdad por una vez?

—Jamás te he mentido. —contestó, todavía sin moverse, aunque había una pequeña arruga marcando su frente, y Dean comprendió que lo había ofendido.

—No es eso lo que quise decir. Lo siento.

El comentario se quedó suspendido en la tensión del aire. Dean se frotó la nuca con nerviosismo y dio otro paso hacia Castiel, quien lucía tan pequeño, encogido dentro de su gabardina, y al mismo tiempo viejo y duro, como una estatua, inamovible y ausente.

— ¿Estás bien, Cas? — se atrevió a preguntar.

—Sí.

— ¿De verdad?... ¿Podrías mirarme? ¿Por favor? —tembló levemente. —Porque me… me  acuerdo del último día que pasamos aquí. Ni siquiera es un recuerdo feliz ¿Sabes? Te pasaste toda esa última tarde ignorándome. Yo estaba intentando llamar tu atención y tú ni siquiera… me mirabas.  Y luego ya no pude volver a verte. Así que, por favor, mírame.

Castiel alzó la vista y le miró, primero sorprendido y luego con tristeza.

—Lo lamento, Dean.

Dean sonrió débilmente, aliviado de poder verle a los ojos.

—Ya no importa.

— ¿Quieres sentarte? —preguntó, moviéndose hacia un lado para dejar espacio suficiente para Dean, y Dean se sentó tan cerca que sus brazos se tocaban. Se quedaron en silencio largo tiempo, porque aún no encontraba las palabras para empezar a decir todo lo que tenía pensado, y porque Castiel no parecía tener ganas de decir nada más. Sin embargo el silencio en su compañía resultaba cómodo y agradable, y Dean se concentró en el sonido de la respiración de Cas y en el brillo hipnotizante de la vela. Pasó por su mente que podría quedarse así toda la noche. Sin embargo el ruido de la lluvia golpeando el cristal de la ventana le perturbó, y temió que Castiel comenzara a ponerse nervioso.

Sin embargo Castiel permanecía impávido.

—Umh… ¿Cas? — y Castiel le miró. — ¿Por qué estabas aquí arriba tú solo? Digo ¿Por qué tenemos que sentarnos aquí en el desván?

—Estoy esperando.

—Uh ¿Esperando qué?

Castiel guiñó los ojos con una mirada enigmática, y luego volvió a mirar a la vela.

—Yo también recuerdo el último día que compartimos aquí. Sé que no fue feliz. Podía sentir tu tristeza y tu confusión, y yo me sentí igual porque era incapaz de explicarte lo que estaba pasando.

— Oh… ¿Y? ¿Qué era lo que pasaba?

Hubo una larga pausa, durante la cual las manos de Castiel se revolvieron inquietas bajo las mangas demasiado largas de la gabardina.

—Tenía miedo de despedirme. Sabía… que la vida que compartimos en esta casa había llegado a su fin, y que no podría verte en mucho tiempo, así que tenía miedo de despedirme. La idea de despedirse resulta dolorosa y no comprendo bien por qué.

—Bueno, está bien, Cas. Ya no tienes que pensar en eso.

—Todavía no sé cómo despedirme, Dean. Todavía me causa temor. Por eso… es difícil hablarte, y verte. Duele. —Castiel se llevó la mano al pecho, y Dean habría querido hacer lo mismo porque había una repentina presión creciendo dentro de él.

— ¿Qué significa eso? —preguntó alarmado. —Cas… ¿Qué…? No es… no es una despedida, no voy a dejar que te vayas otra vez.

Castiel sonrió con tristeza.

—Eran sinceras mis palabras, Dean. Yo quiero quedarme contigo.

—Quédate.

—No puedo.

— ¿Qué? ¡Sí que puedes!  Yo voy a cuidarte ¿Está bien? Lo haré mejor a partir de ahora. Lo prometo.

—Gracias. Pero no tienes la obligación de cuidar de mí, esa carga no es tuya.

—No es una carga.

—Sé qué crees que debes protegerme, pero en realidad es todo lo contrario, Dean. Yo estoy aquí para cuidarte. Soy yo quien ha fallado. — Castiel levantó el rostro y leyó la turbación que sus palabras pintaban en la expresión de Dean. —Quiero disculparme por todos los inconvenientes que te causé.

—Tú no has hecho nada mal.

—Si lo hice. Desobedecí, y por mi necedad te causé un sufrimiento innecesario.

—No, Cas…

—No se suponía que yo te conociera aún. Pero estaba… impaciente. —sonrió de nuevo, aunque esta vez fue una pequeña pero sincera sonrisa. — Tenía muchas ganas de venir a conocerte y ayudarte, así que vine sin permiso aunque todavía no estaba listo.

— ¿Listo para qué? ¿Qué significa eso? ¿Venir de dónde?... ¿Tú…? ¿Recuerdas de dónde viniste? ¿Recuerdas en dónde vivías antes de llegar a esta casa?

—Sí.

— ¿Dónde? —preguntó emocionado Dean emocionado, temblando.

Castiel no respondió.

— ¿Cas?... ¿Desde cuándo volvieron tus recuerdos?

—Desde la explosión.

— ¿En la estación de gasolina?

Castiel asintió.

— ¿Por qué? Te… ¿Te pasó algo? ¿Te golpeaste la cabeza? ¿El fuego te alcanzó?

—Estabas en peligro. Quería protegerte de ella, y de la explosión. Tenía miedo porque no sabía cómo hacerlo. Pero te vi a través del fuego,  necesitabas ayuda, y sucedió…

— ¿Qué? ¿Qué sucedió?

—El auto se incendió, pero las llamas no te tocaron directamente. Fui yo, lo supe en seguida, aunque eso no fue suficiente para evitar que resultaras dañado. Entonces vinieron los recuerdos, más claros que nunca, y lo entendí todo.

—Pues… yo no. ¿Qué estás diciendo? ¿Esto es… es sobre tus poderes? ¿Los creíamos que tenías cuando éramos niños?

—Tú te diste cuenta de ellos antes de que yo pudiera entenderlos.

—Sí, pero… pensaba en algo como escuchar espíritus, no que de verdad fueras Jean Grey.

Castiel ladeó la cabeza, confundido.

—Es… digo, telepatía tal vez, pero ¿Detener el fuego sólo con desearlo? Eso… eso no pasa…

— Entonces ¿Tú no me crees?

—No es eso, es que… umh…

Entonces Castiel tomó la mano de Dean y la llevó bajo su camisa, poniéndola sobre la piel de su abdomen.

— ¿Qué haces? —quiso saber un muy desconcertado Dean, sin atreverse a retirar la mano.

—Mi piel ha sanado por completo. — declaró, y Dean palpó la tersa suavidad de su vientre, sin percibir las cicatrices de las quemaduras que hasta hacía apenas unos días atrás todavía llevaba. Le levantó un poco la camisa para comprobar lo que decía, mirando estupefacto la piel perfectamente sana, sin una sola marca en ella que hablara de las cicatrices que antes la surcaban.

— ¿Cómo…?

Castiel le tomó el rostro con las manos, acariciándole con ternura las mejillas, y delineando con un dedo la forma de su nariz.

—Así fue como pude sanarte a ti también aunque estuviste a punto de morir en la carretera. — deslizó una mano sobre el hombro de Dean, por su pecho, hasta su costado. —Así fue como ayudé a tu cuerpo a curarse, y como fui capaz de traerte hasta aquí, de saber en dónde estabas, y de escuchar tu voz a pesar de la distancia — apartó la mirada y volvió a sentarse contra la pared. —Así fue cómo conseguí ahuyentar a Meg.

— ¿Cómo? ¿Meg? Entonces ¿Tus, uh, poderes ahuyentan a los demonios? ¿Qué le hiciste?

—No le hice nada en realidad. No estaba seguro de que pudiera hacer algo contra ella, pero entonces ella me tocó y gritó de dolor. Su mano se quemó al tocarme. Después huyó.

Dean guardó silencio, aturdido por todas las ideas creciendo en su mente. Al menos algo era seguro de todo aquello, Castiel había logrado escapar ileso de un demonio.

—Ella… ella me preguntó si yo sabía lo que tú eres. —soltó sintiéndose de nuevo irritado ante la noción de que probablemente Meg había conocido mejor a Castiel que él. —Ella hablaba como si supiera mucho de ti. ¿Por qué?

—Bueno, supongo que los demonios me buscan porque saben quién soy.

— ¿Por qué? ¿Qué pueden querer contigo? Es… ¿Sobre esos poderes? ¿Vendiste tu alma o algo como eso? — preguntó, luchando por mantenerse sereno, aunque sus preguntas lo herían a él mismo.

—Por supuesto que no. — respondió Castiel. —No creo que eso sea posible. Pero ellos pueden sentir lo que hay dentro de mí. Me estaban siguiendo porque estaba contigo. —soltó como una confesión, como si ese hecho le avergonzara. —Yo no lo sabía. No pudieron encontrarme en todos estos años, pero en el momento en que estuviste cerca… Si lo hubiera sabido, Dean, no habría dejado que te acercaras. Tendría que haberlos mantenido lejos de ti.

— ¿A los demonios?

—Sí. Meg no era la única. El policía  también. La única razón por la que pudo encontrarme es porque estabas cerca de mí.

Dean frunció el ceño y resopló pesadamente.

— ¿Y qué tiene que esté cerca? ¿Es algo malo que esté cerca de ti? ¿Eso es lo que estás diciendo?

—No es malo. —murmuró Castiel. —Es peligroso.

— ¿¡Pero por qué!? Es que no entiendo. ¿Qué es lo que quieres decir? ¿Qué ellos supieron de esos poderes porque estabas conmigo? ¿Fue mi culpa?

—Nada de esto es culpa tuya. — respondió el chico, con una mirada piadosa. —Es que yo no puedo evitar ser lo que soy cuando estoy junto a ti, después de todo es por lo que vine aquí. La primera vez que te vi no te reconocí, pero pude sentir que eras importante. Eres tú a quien debía encontrar, y por eso estar cerca de ti despierta mis sentidos y mi conciencia.

—Cas, no entiendo.

—Y por eso tengo que irme, porque no se supone que esté aquí aún. Por eso no podía recordar lo que soy, de dónde vengo, y quién eres tú. Por eso hay cosas que no puedo hacer o entender, y no pudedo controlar la fuerza dentro de mí, porqué estoy incompleto.

—Cas…

—Por que vine sin preparación alguna, sin pensar en las consecuencias. No estaba listo. Todavía no lo estoy. Y como soy ahora no puedo ser útil para ti. Por eso debo volver.

—No.

—Eso era lo que ellos trataron de decirme todo este tiempo. Las voces, Dean. Ya comprendo lo que dicen, y puedo hablar con ellas. Ya no les temo.

—Olvídate de ellas, Cas. Lo que digan esas voces no importa. Tú no tienes que ir a ningún lugar si no quieres. Tú tienes un hogar ahora. Puedes quedarte, tienes un lugar al que pertenecer, conmigo.

La mirada de Castiel se enterneció aún más.

— ¿Crees…? ¿Tú crees que ese lugar seguirá ahí para cuando vuelva, Dean?

Repentinamente la ventana se abrió con el estrépito de un poderoso golpe, haciendo que los cristales se rompieran en pedazos, y los trozos de vidrio se esparcieron por todos lados. Un ventarrón se coló dentro de la habitación, apagando la vela y golpeando a Dean con su helado y violento tacto.

Sin la luz de la vela el desván quedó hundido en las sombras, así que Dean no alcanzó a ver cuándo Castiel se puso de pie  y caminó hacia la ventana. Sólo a la luz de un relámpago pudo distinguir su figura, luchando por mantenerse de pie en el alfeizar.

— ¡Cas! ¡Cas, no! ¡Baja de ahí!

Dean corrió y alcanzó a tomarlo de la gabardina, logrando hacer que se sentara en el borde.

— ¡Vuelve adentro!

—No tenemos más tiempo, Dean. — escuchó su voz bajo el ruido de la tormenta. Dean lo abrazó, ciñendo sus brazos alrededor de él con fuerza.

— ¡Baja! ¡Es peligroso!

—Voy a estar bien, no tengas miedo.

— ¡No voy a perderte otra vez! ¿Entiendes? No quiero que nada malo te pase. Entra, por favor. ¿Sí?

Castiel se soltó del marco de la ventana y se giró, descansando su peso contra el cuerpo de Dean, y poniendo los brazos alrededor de su cuello.

—En el momento indicado, volveré. —susurró en su oído. —En cualquier lugar en el que te encuentres iré a buscarte, y no volveré a separarme de tu lado. Voy a velar por ti. Voy a cuidarte. Es la tarea que mi Padre me encomendó.

— ¿Tú padre?

—Dios.

— ¿Qué?

Dean miró a Castiel, y mientras lo hacía se dio cuenta de que había una luz blanca iluminándole el rostro. La luz se extendía a su cuerpo, y luego a él mismo, a las paredes, al piso, al cielo, en dónde de pronto ya no habían nubes. Todo lo que había era un blanco infinito y silencioso.

Dean temió que se tratara de otro relámpago cayendo sobre la casa e instintivamente cerró los ojos, apretando los párpados, listo para sentir la descarga eléctrica o el sonido del trueno. Pero nada de eso ocurrió. Y él único sonido que pudo escuchar fue la voz de Castiel.

—Está bien, Dean. No tienes nada que temer, puedes abrir tus ojos.

—Esa luz…  Es la luz que veía en mis pesadillas. Es la luz que vi cuando murió Ellen. — respondió, con los párpados apretados con fuerza.

—Viste la luz en esa ocasión porque un ángel abrió las puertas del cielo para ella. Estaban dándole la bienvenida.

—Pero tú estabas gritando. Te vi… la luz te estaba envolviendo. Estabas asustado.

—Porque sabía que intentaba llevarme de vuelta y yo quería quedarme. Abre tus ojos, Dean. Estás a salvo.

Así lo hizo, y miró con asombro la luz blanca e intensa, ondeando alrededor como el fuego blanco con el que soñaba, pero las llamas no calentaban y él no sintió peligro. La luz le caló en los ojos al principio pero pronto se acostumbró y se encontró mirándola directamente sin sentir dolor.

—Es la luz de Dios. La luz que puso en el Cielo y que le otorgó a todos sus ángeles. —explicó Castiel. —No va a causarte ningún daño.

— ¿La luz de Dios? ¿Antes dijiste que Dios te envió?

—Bueno… — Castiel vaciló un poco antes de responder. —No ahora. En el futuro, dentro de unos años, sería enviado para protegerte.

— ¿Protegerme? ¿A mí? ¿Por qué?

Castiel dudó de nuevo.

—Eso no puedo decírtelo sin revelarte tu futuro. Sin embargo debes saber que Él tiene planes importantes para ti.

Dean meneó la cabeza y por un momento una risa casi se formó en su garganta.

—Eso lo dudo.

—Yo no. — respondió Cas con ternura. —Los planes de mi Padre son siempre grandiosos, y él no toma a la ligera sus decisiones. Cuando te creó supo que tendrías un gran propósito en esta Tierra.

Dean le miró incómodo y suspiró.

—No sabes de lo que hablas.

Castiel guiñó los ojos y arrugó la frente.

—Dios en persona me habló de su proyecto para ti. No te atrevas a dudar de su palabra. — estiró las manos y acunó en ellas el rostro de Dean con extrema dulzura. —Él me habló de ti, del glorioso brillo de tu alma, y eso fue lo que me hizo desear con tanta fuerza el venir a conocerte que no pude esperar. Preferí escapar y venir por mi cuenta a buscar al alma virtuosa a la que debería de cuidar. Desobedecí, pero no me arrepiento del tiempo que pude pasar contigo. Mi padre tuvo razón acerca de ti.

Dean cerró los ojos, incapaz de enfrentar la mirada de Castiel en ese momento, ni toda la sincera devoción que intuyó en ella y que le causó temor. Nunca en su vida se había sentido digno de nada, y las palabras y la mirada de Cas depositaban en él mucho más valor del que creía que podría tener en toda su vida.

— ¿Estoy soñando ahora? — fue lo único que atinó a decir, con voz temblorosa.

—Estás despierto.

— ¿Entonces esto es… real?

—Así es.

—Entonces… Si Dios te envió, eso quiere decir… quiere decir que eres un… uh…

—Un ángel.

—Oh. Claro, eso tiene sentido. — murmuró, todavía peleando con la idea de que estaba soñando, o alucinando, tirando en una zanja al lado del camino, con el cerebro cocido por la fiebre. Pero el tacto de Castiel se sentía como algo verdadero y palpable, y eso lo anclaba a la sensación de realidad.

—Tiene sentido. —dijo después un poco más convencido. —Tú…sabes cosas, y tus poderes.

Castiel asintió.

— ¿Por eso no comías?

—Los ángeles no necesitan comer.

—Pero dijiste que tenías hambre… cuando te comiste la hamburguesa.

—Mi cuerpo físico se está debilitando. Es otra de las consecuencias de haber venido antes de tiempo. Cada vez es más difícil conservar mi energía y entonces tengo que conseguirla de la forma en que los humanos lo hacen. Pero la comida humana no me sienta bien.

— ¿Por eso te enfermaste?

—Sí. Entre más tiempo pasaba me vuelvo más  propenso a las enfermedades y a lastimarme. Por eso no pude curar las quemaduras del incendio en seguida. No hasta que volví a verte, y mi fuerza volvió a despertar, pero el poder de mi gracia está débil. No me repondré del todo hasta que regrese al cielo.

—Por eso… Por eso tienes que irte.

—Sí. Sin mi fuerza real no te soy de ninguna utilidad.

—A mí no me importa que no me seas útil. ¿Qué tonterías son esas de todas formas? — respondió, tomando las manos de Castiel entre las suyas. —No necesitas serme útil en nada, eso suena como si fueras una cosa que se puede usar.

—Eso soy. Soy una herramienta de Dios.

— ¡Y una mierda con eso y con lo que Dios te haya hecho creer!

—Esa es una blasfemia, Dean.

—No eres una herramienta. Eres una persona.

—En realidad no. No soy humano.

— ¡Lo eres para mí! Y eres mi amigo. Eres familia, Cas. Y no tienes que ser útil en nada. Sólo siendo lo que eres está bien. Estás bien tal y como eres. Lo único que quiero de ti es que te quedes… porque aún hay muchas cosas que no hemos hecho. Iba a llevarte a  ver el mar ¿Recuerdas? Y ya sé que no comes, pero igual podríamos ir a ver el puesto de hamburguesas junto a la playa,  o al cine, o con Bobby…

Dean tuvo que detenerse y respirar profundo para poder continuar. Soltó a Castiel, dio un paso hacia atrás, y tuvo que apartar la mirada un instante.

—Pero si estás débil por estar aquí, entonces debes volver a ese… lugar, el Cielo, o lo que sea.

 En ese momento Castiel lo abrazó, y Dean se dejó envolver por la suavidad y el calor, cerró sus ojos húmedos, y hundió el rostro en el cuello de Cas.

—Pero más te vale volver ¿Entendido? O yo subiré por ti.

—Volveremos a vernos, Dean. Todavía nos faltan muchos encuentros. No es un adiós.

—Se siente como uno.

—Aún desde el Cielo puedo escuchar tu voz, así que si quieres seguir hablándome voy a escuchar todo lo que digas.

—Bueno, creo que no se me va a ocurrir nada que decir.

—Pero quiero oír tu voz, Dean. — soltó suavemente, en tono demandante, y aunque  Dean no estaba mirando su rostro en ese momento se imaginó que Castiel había fruncido el ceño, y eso le causó gracia.

—De acuerdo, te contaré todo lo que se me pase por la cabeza, y te vas a aburrir tanto que querrás volver pronto solo para decirme que me calle.

—No creo que me dejen volver antes sólo por eso.

Dean se rió.

—Bueno, entonces vuelve cuando puedas, pero hazlo.

—Está bien. — dijo, y Dean sintió el leve movimiento de un asentimiento.

De pronto el brillo de la luz se hizo un poco menos intensa y pudo distinguir de nuevo la forma de las cosas que les rodeaban, como el techo de la casa, y las tejas sobre las que estaban parados sin ningún esfuerzo, como si la gravedad no los empujara hacia las orillas, jalándolos al piso. Dean miró alrededor, maravillado por la vista de los pastizales que bajo el brillo de la luz blanca refulgían como hilos de plata meciéndose suavemente. Luego miró los bosques lejanos, y las montañas.

—Eso fue… ¿Fue lo primer que viste cuando llegaste? Es lo que significaban eso que dijiste ¿No? Creí que era un sueño, pero un recuerdo de algo que dijiste cuando éramos niños.

Castiel también dirigió su vista hacia las montañas.

—Si. Me gusta observarlas. Fue lo primero que pude ver de cerca y pensé que era un mundo muy bello. — se volvió a Dean y suspiró. — Es hora.

—Sí. De acuerdo.

—Quizá deberías cerras los ojos.

—No. Quiero verte.

—No podrás verme cuando mis hermanos bajen por mí, la luz de sus verdaderas formas no puede ser soportada por los ojos humanos.

Dean apretó los labios, sintiendo un regusto amargo llenándole la boca.

—Está bien. — miró una última vez el rostro de Castiel, tratando de grabar ese momento en su memoria, luego cerró los ojos. —Voy a… extrañarte ¿Sabes?

—Yo también voy a extrañarte, Dean. — le escuchó murmurar de nuevo en su oído y por unos breves instantes le sintió muy cerca de nuevo. Sin poderse resistir volvió a abrir los ojos, solo para verle caminar hacia la orilla del tejado y dejarse caer.

— ¡Cas! —gritó angustiado, corriendo a la orilla, esperando verlo tirado en el suelo. Pero no pudo verlo. Ya no pudo ver nada porque la luz volvía a intensificarse y sintió como le ardían los ojos, así que los cerró y se dejó caer.

Despertó con la luz de la mañana acariciándole el rostro. Los recuerdos de la noche anterior se agolparon en su cabeza, aturdiéndolo. Rodó por el suelo, sobre los pedazos de vidrio roto esparcidos sobre la madera vieja y polvosa del piso del desván, y de un salto se puso de pie al recordar la última imagen que había visto antes de perder la conciencia, que había sido Castiel saltando del techo.

Se asomó por la ventana, pero no alcanzaba a ver el suelo junto a la casa desde ahí, así que sin perder tiempo corrió escaleras abajo, temiendo al mismo tiempo ver a Castiel ahí abajo y no verlo.

Castiel no estaba ahí. El lodo todavía fresco estaba intacto alrededor de la casa, y las únicas huellas recientes eran las del mismo Dean. Sin embargo se negó a renunciar su búsqueda, y continuó explorando los alrededores de la casa, detrás del granero, junto al pozo, y todo el camino hasta la cerca, desde dónde tuvo una hermosa vista del amanecer sobre las montañas. Las montañas que a Castiel le gustaban. Dean sintió tristeza al pensar en que a Cas le hubiera gustado mirar aquel amanecer.

—Tal vez lo soñé…— murmuró, caminando de vuelta a la casa. —El sueño más raro que he tenido. — soltó subiendo los escalones del porche, y poniendo la mano sobre el pomo de la puerta. Entonces notó que la piel de su mano estaba en perfectas condiciones. Se palpó el costado, y la nariz. Estaba sano. Su cuerpo se encontraba bien.

—No fue un sueño. — musitó sin aliento. —Si estuviste aquí ¿Cierto? Tú hiciste esto. — se apresuró al interior de la casa, mirando dentro de cada habitación, llamándolo. — ¿Cas? ¡Cas! — gritó, subiendo las escaleras con el corazón estrujado por la dolorosa certeza de que no iba a recibir respuesta.

—Castiel…— dijo, en voz baja, mirando dentro del dormitorio en dónde había pasado la noche, pero las literas estaban vacías. Sin embargo la suya todavía tenías las sábanas que supo entonces que Cas había puesto ahí para él. Hundió la cara en la cama, pero sólo percibió en ella el aroma a detergente. —Vuelve.

Sin embargo presentía que él no volvería pronto. Podrían pasar años antes de que regresara, y sintió que la desesperación le ahogaba porque esa era una medida de tiempo que le parecía insoportablemente larga, cuando el tiempo que había pasado desde la última vez que le había visto, apenas unas horas atrás,  ya era demasiado. Se dijo a sí mismo que era un estúpido por sentir tanta nostalgia por alguien que acababa de irse, y trató de sonreír, aunque tenía un nudo en la garganta y un vacío en el pecho.

Se apartó de la cama y fue hacia la ventana, corrió la cortina y contempló el cielo limpio y brillante. Luego miró hacia abajo, al árbol al lado de la casa, al viejo columpio hecho de neumático, y de inmediato su sonrisa se suavizó.

—De acuerdo. —musitó. —Está bien. — se talló la nuca, y caminó hacia la puerta sintiendo que estaba listo para volver a casa. Y entonces los vio, debajo de la litera en dónde había dormido Castiel cuando era un niño estaban dos libros. Dean se agachó para tomarlos. Uno era el que Sam le había regalado, y el otro era el que tenía los símbolos extraños, esos que Castiel había podido leer una vez. Y en ese momento al volver a verlos le volvió a la mente el recuerdo de lo que Ellen había dicho al respecto, que los símbolos estaban en enoquiano, y que ese era el lenguaje de los ángeles.

 De pronto todo le pareció muy obvio, las pistas siempre habían estado ahí, pero él no había puesto suficiente atención. Después de todo si alguien podía ser una criatura celestial ese era Castiel.

 Él se había rehusado a creer en los ángeles desde que era muy pequeño, y ahí estaba ahora, pidiéndole a uno de ellos que regresara.

Pensó un momento sobre si debía llevarse los libros con él. Al final decidió dejarlos, acomodándolos con cuidado sobre su cama, sólo en caso de que su amigo volviera a aquel lugar.

—La próxima vez que te vea no te dejaré ir ¿Entendido? — declaró en voz alta antes de salir de ahí, seguro de que Castiel le estaba escuchando.

 

 

Notas finales:

 

Es el fanfic más largo que he escrito en esta vida, y muchas veces pensé que no podría terminarlo. Pero ya está. 

Muchas gracias a ustedes que leyeron esta historia hasta llegar a estas líneas. Infinitamente gracias a quienes estuvieron apoyándome constantemente y dándome ánimos, gracias por sus mensajes. 

Espero que hayan disfrutado de esto. Espero que no sea del todo decepcionante o triste. En realidad no lo considero un final triste.

La buena noticia es que todavía falta una cosa más, el Epílogo, que terminará de cerrar el ciclo. Pensaba publicarlo junto a este capítulo, pero no me fue posible terminarlo para hoy, así que será para la próxima semana.

Nh... no sé que más decir. 

Que Dean y Castiel son un punto fijo en la tela de la existencia, y sean cuales sean las circunstancias siempre terminarán encontrándose una y otra vez


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