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El misterio de Castiel por Calabaza

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— ¡Gané, Dean! —exclamó Jo orgullosamente cuando Dean entró en la sala. La niña estaba empapada, igual que Ellen y Ash. Richie también estaba un poco mojado, la lluvia los había alcanzado mientras estaban afuera. La pequeña a pesar de todo parecía muy animada. —No pudieron encontrarme. Me escondí muy bien ¡Gane!

—Sí, te escondiste demasiado bien.

—Nos asustaste. —agregó Richie.

—Richie, ve a cambiarte la ropa mojada. Ash, tú también. — ordenó Ellen, tomando a su hija en brazos —Voy a darle a Jo un baño de agua caliente.

—Pero no quiero bañarme. —rezongó la niña mientras su madre subía las escaleras con ella.

 

Hubo estofado para la comida ese día, y Ellen les dejó tomar algunas galletas después de la comida para animarlos. Bien podía ser un error darles más azúcar a un montón de niños que debían quedarse dentro de la casa porque afuera estaba lloviendo, y correr el riesgo de que se pusieran más inquietos, pero aun así lo hizo porque en realidad parecían estar decaídos y quería animarlos. No le sorprendía, con solo mirar a la ventana y ver el cielo completamente negro a las tres de la tarde también la hacía sentir melancólica a ella.

Aquel persistente mal clima le estaba empezando a preocupar. No había llovido así en la región en muchos años, era algo bastante anormal y el pensar en que la causa de ello podía no ser natural le inquietaba.

Se dijo a sí misma que le pediría a Ash que revisara todas las trampas y los alrededores de la granja en cuanto el cielo se despejara un poco, solo para estar seguros de que estaban a salvo.

Cualquiera que pensara que la lluvia no podía ser algo para preocuparse seguramente era alguien que nunca había nubes como las que ella podía ver desde la ventana de la cocina.

Después de comer los niños fueron a sentarse frente al televisor sólo para encontrarse con la sorpresa de que no había señal. En cada canal había solo estática y ruido, y Dean se aseguró de ello mirando todos los canales, con la esperanza de que alguno se viera al menos un poco.

—No se ve la tele, Ellen. —anunció Sam cuando la mujer entró en la habitación.

—Debe haberse caído la antena. Lo siento chicos, parece que no habrá televisión hoy.  Al menos no hasta que pare la lluvia.

Los niños hicieron una exclamación de desilusión todos al mismo tiempo, porque si no se podía salir a jugar afuera, ver tele era le segunda cosa mejor para hacer.

—Podemos empezar con la hora de estudio más temprano hoy. —la desilusión de los chicos se tornó en desesperación rápidamente, y Ellen soltó una risilla al ver el pánico en sus caritas.

—Es broma, podemos jugar a algo…

—Mami…

Ellen se giró y se encontró  con Jo, qué estiraba los bracitos hacia ella para que la cargara. Tenía los ojos vidriosos y una expresión mustia en su carita.

—Jo ¿Qué pasa, cariño?

Ellen la cargó y Jo respondió con un par de estornudos y un gruñidito mientras acomodaba la cabeza sobre el hombro de su madre.

—Estoy cansada. —murmuró. Al sentir su piel, Ellen se dio cuenta de que la temperatura del cuerpo de la niña estaba  muy alta.

—Está hirviendo. —dijo con horror, y se encaminaba con ella hacia las escaleras cuando las luces y la televisión se apagaron de repente y la casa quedó apenas tenuemente iluminada con la luz mortecina que llegaba del exterior.

—Ellen, se cortó la energía. —anunció la voz de Ash desde la puerta del sótano.

—Sí, ya me di cuenta. Pon a funcionar las lámparas y asegura las puertas, por favor. Luego sube a ayudarme, Jo tiene fiebre.

—Ellen…— Dean iba a preguntar si había algo que él pudiera hacer para ayudar, pero la mujer ya había corrido escaleras arriba.

Ash fue directo al armario y sacó de unas cajas un par de lámparas halógenas grandes. Encendió una y un potente rayo de luz blanca cruzó por el suelo hasta iluminar los pies de los chicos. Luego Ash fue a la cocina, cerró bien la puerta que daba al patio y luego abrió uno de los cajones de la alacena para sacar un par más de lámparas, aunque bastante más pequeñas. Puso una en manos de Dean y la otra se la dio a Richie.

—Quédense a la vista y no salgan por ninguna razón. ¿De acuerdo?

 — ¿Y para qué íbamos a salir con tanta lluvia? —contestó Dean.

Ash se encogió de hombros y se apresuró a subir también para auxiliar a Ellen.

.

—Fue porque se mojó con la lluvia ¿No? —dijo Sam en voz muy baja. Estaban sentados en la sala, con las lamparitas encendidas, jugando a pasar los rayos de luz por cada rincón. —Jo se enfermó por mojarse.

—Yo también me mojé y estoy bien. — respondió Richie.

—También se mojó en la mañana, en el columpio. Y se quedó dormida cerca de la hierba que estaba húmeda por la lluvia de ayer. Y no traía su impermeable puesto. —dijo Dean. Sam supo de inmediato por el tono de voz que su hermano estaba sintiéndose mal por aquello. Dean solía tomar esa actitud cada vez que algo malo pasaba en su presencia, como si él fuera el responsable.

Y era así. Dean estaba mortificado por todo aquello. Primero creyeron que Jo se había perdido y ahora se enfermaba. Y si él fuera supersticioso creería que había caído una racha de mala suerte sobre la granja de los Harvelle. Pero en vez de eso, el chico no podía dejar de pensar que de haber controlado un poco las cosas no hubieran pasado así. De haber jugado a otra cosa Jo no se hubiera desaparecido durante horas y ahora estaría sana. De no haber invitado a Castiel a ver el tractor no hubiera sido casi arrollado por él. Era quizá demasiada culpabilidad para alguien tan joven, pero había crecido sintiéndose así todo el tiempo, completamente responsable por cada cosa mala que le pasara a Sam mientras su padre no estuviera. E incluso cuando John estaba presente, Sam era responsabilidad de Dean cada segundo del día, lo que le causaba la necesidad imperiosa de tener bajo control lo que ocurría para poder mantener a su hermano a salvo.

Y tal vez no estaban tan seguros como él creía en aquella casa.

Miró el rostro de Sam que estaba sentado junto a él, y Sam le devolvió la mirada en la penumbra.

Un rato después escucharon ruido proveniente de la segunda planta y luego las voces de Ash y Ellen y sus pasos mientras bajaban las escaleras apresuradamente.

—El camino estará inundado, Ellen.

— ¡Eso lo sé! Pero si es la única manera de llevar a Jo al hospital lo haré. Dime que no eres capaz de llevarnos a salvo a través de esa tormenta hasta el pueblo y no te haré acompañarme, pero no intentes detenerme. Con la fiebre que tiene no aguantará mucho tiempo. —Ellen modulaba su voz, tratando de no hablar muy alto y sonar más tranquila de lo que estaba, porque en realidad se sentía completamente desesperada.

La condición de Jo había empeorado, la fiebre estaba demasiado alta y la niña había comenzado a vomitar, y Ellen no tenía idea de que era lo que le ocurría.

Había intentado llamar al doctor que solía atenderles en casa, pero a aquellas alturas la línea telefónica también se había cortado, y de todas formas el doctor era un poco demasiado viejo y bastante corto de vista como para que pudiera lograr llegar a salvo y a tiempo con la lluvia. Así que Ellen estaba resuelta a llevar a su hija al hospital.

—Sabes que no te dejaría sola. —respondió Ash. —Te llevo. Las llevaré a salvo, y Jo se pondrá bien.

Ellen asintió y Ash estuvo seguro de que en ese momento ella le dio la espalda para que no la viera con los ojos húmedos.

 —Bien. Está bien. Dean, cariño, toma esto. —Dean se levantó del sillón y se acercó a Ellen para tomar la lámpara que ella estaba usando. —Escuchen niños, voy a llevar a Jo al hospital y Ash me va a acompañar, pero lo enviaré de vuelta en cuanto sea posible para que no estén solos por mucho tiempo ¿De acuerdo?

—Está bien, Ellen. Estaremos bien. —aseguró Dean.

Ellen suspiró y pasó sus dedos afectuosamente por el cabello del chico.

—Gracias, Dean. Estás a cargo mientras tanto. Ocúpate de que todos cenen y no salgan de la casa. El lugar más seguro es aquí dentro.

—Lo sé.

—Richie, Sam, van a estar bien. Sólo quédense cerca de tú hermano. ¿De acuerdo? —dijo, acariciando la mejilla de Sam y luego se volvió de nuevo hacia Dean. —Y por favor, echa un vistazo de cuando en cuando a Castiel. Estaba durmiendo la última vez que fui a verlo, pero con la lluvia se pone nervioso.

—No te preocupes, lo haré.

—Gracias. ¿Ash?

—Aquí. — respondió el muchacho encendiendo la luz de su lámpara para que ella lo ubicara.

—Ve por mi camioneta y estaciónala frente a la casa. Y enciende la calefacción. Y abrígate antes de salir, no quiero a nadie más enfermo en esta casa ¿Entendido?

—Sí, señora.

Ellen volvió a subir las escaleras y poco después bajó con Jo cubierta en un montón de mantas y bajó un impermeable para protegerla de la lluvia.

Richie abrió le abrió la puerta y ella fue directo hacia el vehículo que Ash ya había acomodado junto a la entrada. Se subió, cerró la puerta y la camioneta se remontó por el camino lodoso. Los tres chicos se quedaron en la entrada hasta que el punto blanco que era el vehículo desapareció de su visión tras la cortina de aquella lluvia que parecía interminable y furiosa.

La llegada de la noche no ayudó nada a que el tiempo mejorara. Dean estaba buscando la caja de cereal en la alacena “No, Sam, no hay Lucky Charms. Si, revisé bien, puedes ir a buscar tú si logras alcanzar el estante”, cuando un relámpago cruzó el cielo encapotado y momentos después el gruñido feroz de un trueno se hizo retumbar los cristales de la ventana.

—Odió ese ruido. —murmuró Sam removiéndose en su silla.

—Es sólo un trueno. No pasa nada.

—Ya lo sé, pero lo odio.

—No eres el único. —añadió Richie.

—No… Ahora vuelvo.

— ¿A dónde vas? ¿Dean?

—Voy a ver cómo está Castiel. Empiecen sin mí, no me tardo.

Ciertamente Sam y Richie no eran los únicos a los que les desagradaba el ruido de los truenos.

Entró a la habitación de Castiel con la linterna en la mano e iluminó cada rincón del cuarto solo para darse cuenta de que el otro niño no estaba ahí.

Probablemente se había asustado con la tormenta y había ido a refugiarse a la habitación de Ellen sin saber que ella no estaba ahí.

Y acertó. Castiel estaba metido bajó  el edredón de la cama de Ellen, cubierto hasta la cabeza.

—Hey, Cas. ¿Estás bien?

El pequeño bulto bajo el cobertor no se movió, así que Dean se aproximó a la cama, y tuvo que estirar mucho el brazo para alcanzarlo porque era una cama grande.

— ¿Castiel? —le llamó, palpando suavemente la espalda del niño a través de la manta y lo sintió estremecerse.

—Está bien, Cas. Te prometo que no te pasará nada. Estás a salvo aquí adentro.

— ¿Cómo lo sabes? —preguntó la sofocada y angustiada voz del otro niño.

—Pues… por que los truenos son solo ruido, no van a lastimarte aunque suenen horrible. Y quizá si podría caerte un rayo, pero no pasará eso mientras estés dentro de la casa. Así que no tienes por qué preocuparte.

El otro no respondió.

Dean apagó la linterna y se trepó en la cama, sentándose junto a Castiel.

—Mi hermano Sam también le tenía miedo a los truenos. Bueno, todavía se asusta un poco a veces, pero sabe que no va a pasarle nada malo con los truenos y los relámpagos, y que no dejaría que le ocurriera nada. Antes se pasaba a mi cama cuando llovía y yo le hablaba hasta que se quedaba dormido.

— ¿De qué le hablabas?

—Ahm, pues… de películas que había visto y él no, de lo que hacía cuando me saltaba clases en la escuela, de besar chicas. — Dean se recargó contra una de las almohadas para estar más cómodo. Guardó silencio durante un rato, recordando las cosas que le contaba a Sammy para distraerlo cuando había tormenta y no podía dormir. —Casi siempre le hablaba de mamá. Le gusta que le hable de mamá, aunque… a mí no me gusta mucho hablar de ella.

Dijo la última frase en voz tan baja que no creyó que Castiel lo escuchara. Seguramente Castiel ni siquiera estaba poniéndole atención. Pero se equivocaba. Castiel le escuchaba atentamente bajo las mantas.

— ¿Por qué no? — preguntó para sorpresa de Dean.

— ¿Qué?

— ¿Por qué no te gusta hablar de tu mamá?

—No sé. —se apresuró a responder Dean con tono cortante. — ¿Y tú? ¿Cómo es tu madre? — preguntó sin meditarlo, demasiado ansioso de cambiar de tema, pero casi en seguida se dio cuenta de que tal vez no debía preguntarle sobre su familia.  Podría ser cierto lo que le había dicho Ash esa tarde, que a Castiel lo habían abandonado. ¿Qué clase de familia abandonada a un niño de esa manera?

—Yo no tengo una madre. Eso creo.—respondió Castiel, levantando un poco el edredón y Dean supo que se estaba asomando pues aunque no podía ver su rostro en la oscuridad, escuchaba su voz un poco más nítida, libre de la manta con la que se había cubierto hasta la cabeza.

—Oh.  Bueno, yo tampoco la tengo desde hace mucho.

—Aún tienes a tu hermano y a tu padre.

—Sí. ¿Qué hay de ti? ¿Tienes hermanos? — preguntó, siendo muy cuidadoso esta vez con el tono que usaba para preguntar. No podía negar que sentía gran curiosidad por saber de la familia de Castiel, si es que la tenía, pero no quería incomodarlo con sus preguntas. Uno no iba simplemente y curioseaba en las historias familiares de otros así como así, lo sabía por qué cuando alguien mostraba demasiado interés en saber de su familia se ponía huraño y de mal humor.

—Si…—respondió Castiel, pero cualquier cosa que fuera a añadir a su respuesta se perdió cuando el brillo de un nuevo relámpago iluminó la habitación.  Dean por fin pudo ver el rostro de Castiel, aunque fue por poco tiempo antes de que volviera a meter la cabeza bajo las cobijas. Poco después llegó el trueno, largo y profundo como el gruñido de una bestia.

—Yo también solía tenerles miedo. —dijo cuándo por fin volvió la quietud. —Cuando tenía cuatro años, o por ahí. Pero dejé de temerles cuando me di cuenta de que hay cosas en el mundo más terribles que si pueden dañarte, y entonces los truenos y los relámpagos ya no parecieron tan peligrosos.

El silencio precedió a su voz. Sintió que su repentina confesión se había quedado en el aire como una pieza que no terminaba de encajar y se sintió tonto por haber dicho algo como eso. Pero lo que había dicho era, sin embargo, la verdad.

—No les temo a los relámpagos y los truenos, Dean. —respondió la vocecita de Castiel un rato después.

—Eso no es lo que me parece a mí. —soltó el otro, con una risita. — ¿Por qué te escondes entonces si no les tienes miedo?

—Son las voces las que me asustan.

— ¿Cuáles voces?

—Las voces que se escuchan en el cielo.

Dean no supo cómo responder a aquella declaración. Se quedó callado, aguzando el oído, por si acaso lograba escuchar algo más que el sonido de la lluvia.

—Yo… no escucho voces.

Castiel emitió un suspiro ahogado.

— ¿Qué es lo que dicen? —quiso saber Dean.

—Dicen mi nombre —pudo sentir como Castiel se revolvía bajo las mantas. —Y suenan enojadas.

Notas finales:

Ahora si actualizé pronto, y es un capítulo con un poco más de Castiel. Lo echo de menos en los capítulos en los que no escribo mucho de él (que hasta ahora son casi todos). Lo echo de menos siempre.  

Que disfruten el capítulo~


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