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El misterio de Castiel por Calabaza

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El reporte del clima estaba equivocado. Durante el resto del día no salió el sol, y las nubes cada vez más espesas y oscuras se abigarraron en el cielo.

Los niños estaban sentados alrededor de la mesita de té de la sala, con libros y cuadernos abiertos y montones de hojas de ejercicios para responder.

Aquella era una de las cosas que a Dean no le gustaba de quedarse en la casa de Ellen, porque ella insistía en que se pusieran al corriente en los estudios mientras estaban en época de vacaciones, y les hacía dedicar horas enteras a ello.

Al menos cuando se quedaban en un motel él podía decidir en qué gastar sus tardes. Y hacer tarea era la peor forma de pasar el tiempo.

—Dean, mira al libro no a la ventana. —dijo Ellen desde el sofá, donde intentaba que Jo terminara de escribir una oración sobre unos patos que hacían “cuack”.

—Esto es aburrido ¿Podemos tomar un descanso? —gruñó el chico, con el rostro entre las manos y arrastrando la voz porque, diablos, en verdad estaba aburrido.

—Apenas comenzaste. Al menos termina la primera hoja de ejercicios.

—Oww.

—Revisa otra vez, Jo ¿Está bien escrito? —Ellen señaló el cuaderno y la niña dudo un momento, con el lápiz en la boca.

— ¡Sí!

—No. Revisa otra vez

—Ellen. —dijo Dean.

— ¿Nh?

—Tú le enseñaste a leer a Jo ¿Verdad?

—Sí, le he enseñado algunas cosas sencillas. Aunque todavía le falta un año para ir a la escuela.

— ¿También le enseñas a Castiel?

La mujer llevó la vista del cuaderno de ejercicios de Jo al rostro de Dean.

—Claro, lo he intentado, pero aún no lee.

— ¿Por qué? ¿Le pasa algo?

Del otro lado de la mesa Gordon le susurró algo a Richie y soltó una risita ahogada, pero guardó silencio cuando se dio cuenta de que Dean le miraba de mala manera.

—Pues...no lo sé. —respondió Ellen pensativa —Castiel es muy listo, simplemente le cuesta entender cómo funcionan algunas cosas que los demás damos por sentado.

—Ah.

— ¿Por qué lo preguntas?

Dean se encogió de hombros, fingiendo repentino interés en el libro que tenía abierto frente a él.

Otro libro aburrido, lleno de fechas históricas de cosas aburridas que habían pasado hace tanto tiempo que no podían importarle menos. A Castiel quizá le gustaría. Y después de todo no le había leído como le había prometido. Y quizá si se hubiese quedado con él dentro de la casa, leyendo, el chico no estaría ahora metido en la cama con media cabeza deshecha.

—Está haciendo frío, será mejor que ponga algo en el horno. —dijo Ellen, levantándose  y yendo a la cocina. Ellen solía hacer eso. Cuando las noches eran muy frías se ponía a hornear algo y de ese modo el calor de la estufa calentaba el ambiente dentro de la casa. Era mucho mejor que intentar encender la chimenea que nunca había funcionado bien, y a Dean le gustaba especialmente cuando Ellen hacía tarta.

—Eh, Dean. —Soltó Gordon en cuanto la mujer se hubo marchado — ¿Sigues molesto? Vamos, al final nos han castigado a todos. Da un poco igual quien tuvo la culpa.

Dean pensó un momento antes de responder. Se sentía culpable por lo que había pasado, pero Gordon compartía su culpabilidad. Y además había llamado cobarde a Sam y eso le era un poco difícil de pasar por alto.

—Disculpa lo que dije antes. —agregó Gordon como si le hubiera leído la mente a Dean. —Discúlpame, Sam. 

—Está bien. —dijo por fin Dean.

Gordon podía ser un pesado cuando quería, pero la mayor parte del tiempo era divertido y agradable. Y además Dean no quería pelearse con nadie. No en casa de Ellen. No cuando acaban de llegar y Sam parecía estarla pasando bien, así que lo más fácil era dejarlo estar.

—Sí, está bien. —agregó  Sam.

Un rato después la estancia se llenó del aroma dulce de un pastel en el horno y del calor que desprendía mientras se horneaba.

— ¡Mami! ¡Mami! ¿Puedo comer pastel ahora? —exclamó Jo con su vocecita cantarina corriendo a la cocina.

— Espera hasta después de la cena.

—Pero quiero.

—Aún no, pero puedes ayudarme a preparar la cubierta. ¿Quieres?

— ¡Sí!

—Entonces ve a lavarte las manos.

Dean cerró su libro y suspiró cansado.

— ¿Terminaste? —preguntó Gordon, haciendo lo mismo con el suyo.

—No. Pero estoy harto.

—Bueno, es mejor esto que ir a la escuela.

— ¿Cuánto tiempo más vas a estar aquí? Porque si seguimos aquí en Septiembre, Ellen nos hará ir a clases. —respondió Dean. Gordon se encogió de hombros.

—Todavía no sé cuándo van a volver mamá y papá de su cacería.

Dean notó que Gordon apartaba la mirada, así que decidió cambiar de tema. Además Sam estaba ahí, y no quería hacerle pensar en que ellos tampoco sabían cuando iban a volver a ver a su padre.

—De todas formas ¿Te  parece mejor quedarte encerrado aquí que ir a la escuela?

—En la escuela también estás encerrado, durante horas, con un montón de idiotas para los que siempre eres el “chico nuevo” ¿A ti te gusta eso?

Dean sonrió. Sintió que estaba sonriendo pero no por que quisiera realmente hacerlo. Era un reflejo. El tipo de sonrisas que pone uno cuando se siente todo lo contrario a estar contento.

No, claro que no le gustaba la escuela.

Ni ser el chico nuevo en cada maldito lugar al que iban, ni los otros malditos chicos, ni las malditas tareas.

—A mí me gusta la escuela. —dijo Sam, apartando la vista de su cuaderno por primera vez en media hora.

Dean resopló y soltó una risa (una auténtica).

—Claro que sí. Debes ser el único chico en todo el mundo al que realmente le gusta ese horrible lugar.

Sam rodó los ojos con fastidio.

— ¿Terminaste? —preguntó Richie, mirando las hojas de Sam.

—Sí, terminé lo de hoy, y estaba adelantando un poco las siguientes hojas.

Richie soltó un silbidito de sorpresa.

—Increíble.

—Vaya nerd que eres. —soltó Gordon, y supo en seguida que había sido un error, porque Dean lo fulminó con una mirada de “Cuidado con lo que estás diciendo”.

Claro que Sam era un nerd. Pero nadie podía llamarle así a su hermano o hacer burla de ello más que él. Gordon estaba poniéndose un poco pesado con sus comentarios y a Dean le estaba siendo un poco difícil ignorarlos.

—Bueno... — dijo Sam, acomodando sus hojas tímidamente. —De todas formas no tenemos nada más que hacer mientras estemos castigados.

—Lo sé. Esto es una idiotez, el maldito tractor arrancó solo. —se quejó Gordon.

— ¿Creen que Castiel estará bien? —dijo Richie.

—Lo vimos hace un rato. Tenía la cabeza vendada pero Ellen dijo que iba a estar bien. — contestó Sam. Gordon chasqueó la lengua y meneó la cabeza.

— ¡Claro que está bien! Si le hubiera pasado algo grave Ellen lo habría llevado al hospital del pueblo. Dejen de exagerar. Como si fuera la gran cosa. De todas formas ¿Qué hacía ese tonto parado frente al tractor? Es su culpa por ser tan estúpido.

— ¿Cuál es tu problema, Gordon? —Dean golpeó la mesita para café con el puño cerrado — ¡Está en cama con la cabeza envuelta en vendas porque nosotros hicimos algo que no debíamos! ¿Por qué actúas como si no te importara?

— ¿¡Y por qué a ti te importa tanto!? Cielos, no es como si se hubiera muerto.

— ¿Se puede saber por qué están gritando? — preguntó Ellen desde la puerta de la cocina, y los chicos apartaron las miradas el uno del otro, fingiendo que no ocurría nada.

—Sea lo que sea que pare ahora, si me entero de que están peleando les daré un verdadero castigo.

—Sí, Ellen.

—Bien, vayan a lavarse y venga a la mesa.

­

 

— ¿Estás bien? –quiso saber Sam, cuando se quedó a solas en el baño con Dean, mientras se enjabonaban las manos.

—Sí.

—Pareces enojado.

—No lo estoy. — pero se dio cuenta que tenía el ceño fruncido al responder. Trato de parecer más contento y esbozó una sonrisa. El tipo de sonrisas que no engañaban a Sam.

—Dean.

—En serio, Sam.

—Es que desde ayer estás raro. Serio. ¿Es por papá?

—No.

—Volverá. Siempre lo hace.

—Lo sé. Pero no tiene nada que ver con papá, ni con nada. Estoy bien. Estaba un poco molesto por que Gordon es un idiota.

—Antes te caía bien.

—Si, por que no había notado lo idiota que es.

Sonrió y esta vez Sam le creyó.

—Vamos a cenar... Oh, espera, adelántate. Tengo que usar el baño. —dijo Dean empujando a su hermano fuera del cuarto y cerrando la puerta.

—No te tardes. —le oyó decir y luego escuchó sus pasos alejándose.

Dean se ocupó de su asunto en el baño rápidamente y tuvo que lavarse las manos de nuevo. 

Todavía podía oler el pastel de Ellen cuando entró a la sala, pero de pronto se le ocurrió que realmente no tenía tanta hambre.  

 Sentía como si tuviera algo pesado entre el estómago en el pecho que no le dejaría comer nada aunque quisiera. Era como si la preocupación de todo el día se le hubiera quedado dentro y eso lo hacía sentirse cansado.

Subió por las escaleras de la sala, dispuesto a irse a acostar, pero cuando llegó a su habitación no pudo evitar seguir caminando un poco más, hasta la puerta del dormitorio de al lado.

Ellen había cerrado la puerta, así que se esforzó en hacer el menor ruido posible al girar la perilla y empujar suavemente hacia adentro. Pero dentro todo estaba completamente oscuro y la poca luz del pasillo no iluminaba lo bastante para alcanzar a ver algo.

Estuvo a punto de cerrar e irse, pero un murmullo brotando de la oscuridad le detuvo.

—Hola.

—Hola. —respondió Dean, suavemente. —Amh... ¿Cómo te sientes?

La respuesta no vino en seguida. Dean entornó los ojos y con su vista adaptándose lentamente a la penumbra, creyó distinguir la figura de Castiel sentado en la cama.

—Duele. —dijo por fin el otro.

—Oh. Lo siento.

— ¿Por qué?

—Estábamos jugando en el tractor y lo echamos a andar sin querer. —  No era como que hubiera deseado que aquello ocurriera. No había estado esperando a que pasara. Había sido un accidente, y él había cometido un error, pero no había sido intencional.  Y aun así, no podía evitar sentir la culpa creciendo mientras veía la pequeña y solitaria silueta de Castiel. Dean tartamudeó un poco antes de poder continuar — Y te pedí que nos acompañaras afuera. Tú no querías salir, pero al final lo hiciste... y te pasó esto.

—No ha sido culpa tuya.

Pero la culpabilidad seguía aferrándose a Dean.

—No podías saber lo que iba a pasar —agregó Castiel.

—No. Supongo... que no.

 Deslizó la mano por la perilla de la puerta, jugando con ella inconscientemente.

—Lo siento —dijo de pronto, disculpándose otra vez —Te desperté.

—Estaba despierto —pudo notar como la sombra que era Castiel giraba la cabeza hacia la ventana —Las nubes me despertaron.

— ¿Las nubes?

—Va a llover.

Dean clavó la vista en el cristal de la ventana, pero sólo podía ver tanta oscuridad como la que inundaba la habitación.

—Te dan miedo los truenos ¿Verdad?

—No.

— ¡Dean! —la voz de Ellen llegó desde la planta baja.

—Ah. Tengo que irme. —musitó Dean y esperó unos momentos, pero Castiel no dijo nada más, así que volvió a cerrar la puerta muy despacio y bajó las escaleras para encontrarse con Ellen.

—Vamos, Dean. La cena se enfría.

—Ahora no tengo mucha hambre, Ellen.

— ¿En serio? ¿Te sientes mal? —Ellen puso su mano contra la frente del niño —No tienes fiebre.

—No. No me siento mal. Sólo no tengo hambre.

—Cariño ¿En serio estás bien?

—Sí.

Ellen torció la boca y suspiró.

—Bien... Bien, entonces ve a recoger tus libros de la sala

—Sí.

 —Y asegúrate de que la ventana de tu habitación esté cerrada, es posible que tengamos lluvia también hoy.

—Sí, lo sé.

Esa noche llovió tanto como la noche anterior. El ruido de los truenos despertó a Dean. Podía ver las luces destellando en el cielo aun a través de las cortinas cerradas. Los otros chicos dormían. Incluso Sam. Dean se aseguró de ello mirando a la litera de abajo. Su hermano estaba profundamente dormido, tan tranquilo.

Apenas un año atrás todavía se levantaba a mitad de la noche si había tormenta, y no admitía que sentía miedo, pero siempre agradecía que Dean lo dejara pasarse a su cama.

Ahora parecía estar muy bien por su cuenta.

Pero se le ocurrió que quizá  Castiel no. Quizá le costaría dormir, solo, en la otra habitación, con sus vendajes.

A lo mejor podía hacer algo bueno por él e ir a ver si se encontraba bien. Si, era una buena idea. Pero nunca llegó a cumplirla, porque se quedó dormido.


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