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La oscura Tierra de las Maravillas por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Aquí otro capítulo >_< De verdad, de verdad cuanto siento la espera! fue mucho tiempo sin subir nada pero es el doble de largo (el cap xd) y tiene mucha acción :3 así que espero que les guste! n_n

Hay muchos nuevos personajes en este cap y espero que  sepan recordarlos, por qué creo que este fic terminara con muchos personajes (a diferencia de otros fanfics que he hecho) aquí un pequeño listado con algunas fotos para que puedan imaginarselos :3 

1. Los gemelos (personajes del libro original tambíen) 

2- El general Stayne (Sota de corazones en el libro. Tomado de la adaptación de Tim Burton. No sé uds, yo lo encuentro muy sexy :3 xd) 

3- Diana (En el libro, el gato de Alicia, en otras adaptaciones su mejor amiga. No he subido imagen por que subir fotos de niños/as podría ser problemático) 

4. Ellen Blue (Sería la oruga azul del libro llevada a un sexy y misterioso chico un poco drogadicto xd. Es lo más cercano que encontré a lo que me imaginé, la imagen la tomé de por ahi en internet) 

PD: Tengo una pregunta para uds ¿Les gustaría que agregara a Agate como narrador ocasional de vez en cuando? Agradecería que respondieran n.n Dejen sus reviews! 

Gracias por leer <3

El despertar forzoso producido por unos fuertes galopes resonando y atormentando mis oídos puso en alerta todos mis sentidos. Me puse de pie rápidamente y junto a mí Agate. Una mirada rápida fue suficiente para darnos mutuamente la orden de escapar, tomó mi brazo y comenzamos a correr, la verdad es que no sabía dónde estaba pero esperaba que la intuición del peliblanco no fallara. Casi ya me acostumbraba a este tipo de persecuciones junto a él, siempre corriendo, siempre huyendo ¿Por qué siempre tenía que meterme en problemas gracias a él?

-¡Cuidado!- Agate tomaba mi cabeza y me obligaba a agacharla, una flecha cruzó por donde antes había estado mi cabello, me estremecí al pensar que el proyectil me había estado a punto de atravesar y di las gracias a Dios por estar junto a un compañero tan hábil y atento.

-Gracias…- Susurré en voz baja aún sin dejar de mirar al frente mientras seguíamos corriendo, no logré ver la cara de Agate pero podría imaginar que una sonrisa asomó por su pálido rostro en ese momento.

En menos de quince minutos de raudo escape ya nos hallábamos lejos de la mansión del Sombrerero y lejos de sus hombres también, las primeras imágenes de un paisaje familiar comenzaban a llegar nuevamente a mí ¡Jamás me había sentido tan feliz de ver aquellas plantas gigantescas, las calles grises y las casas cubiertas por enredaderas! Las  puertas del País de las Maravillas se abrían nuevamente ante mí.

Solo cuando nos encontrábamos seguros pude percatarme que Agate cojeaba ¿¡Cómo pude olvidarlo!? ¡Su pierna, claro! No tardé en pasar mi brazo por debajo de su hombro para levantarlo.

- Está bien, no te preocupes- Dijo un poco molesto con un notable sonrojo en sus mejillas.

- Es lo mínimo que puedo hacer- Dije en tono de regaño –Después de todo evitaste que una flecha me atravesara el cráneo- Una mueca de conformidad cruzó por su rostro y esto me indico que estábamos listos para partir,  su cuerpo era liviano así que cargarlo sobre mi espalda no me fue difícil. No pude negar el sonrojo que me invadió al momento de sentir sus brazos rodeándome y sus piernas atrapando mis caderas, suspiré intentando disimular el temblor momentáneo de mis manos y emprendí marcha hacia el orfanato.

Un silencio espeso y un poco incómodo nos invadió todo el camino a casa, el ruido de la gente transitando por las estrechas calles comenzó a llenar nuestros oídos, ya estábamos cerca. No recordaba bien el camino pero esperaba que las vagas imágenes que tenía del orfanato me ayudaran a llegar hasta él, no quería a hablar y creo que Agate tampoco ¿Por qué? No lo sé, quizás tan solo estábamos cansados, quizás ambos sabíamos lo que estaba por venir y preferíamos tenerlo en completa afonía antes que decirlo.

- ¡Agate! - La voz dulce de Emma me hizo estremecer y quedarme quieto en mi lugar, se acercaba corriendo hacia nosotros. Sus ojos color cielo se veían húmedos por las lágrimas que amenazaban con escapar luego, llegó hasta mí y con cuidado de no tirarlo de mi espalda levantó el rostro del peliblanco que se encontraba escondido entre mis hombros, durmiendo profundamente, luego se dirigió a mí con ojos suplicantes.

- Dime que está bien, por favor- Un escalofrío me recorrió por completo al ver las primeras lágrimas corriendo como manantiales por sus mejillas, me conmovió la tierna preocupación que demostraba por Agate, como si este fuese su verdadero hijo, instintivamente llevé una de mis manos a su mejilla y aparté las lágrimas de allí con la yema de mis dedos, produciendo un casi imperceptible sonrojo en sus pálidos pómulos.

- Él está bien- Sonreí acariciando su rostro, intentando que se calmase –Tan solo tiene una pierna fracturada, creo- Como si el alma se le escapara en ello, suspiró profundamente, aliviándose. En ese momento, dos jóvenes altos corrieron a nuestro auxilio, eran gemelos. Cabello castaño claro y unos hermosos ojos verdes agua que resaltaban grandes en sus rostros color trigo, dándole a ambos un aspecto infantil, ambos parecían estar en perfecto estado físico, los hombros anchos y la espalda fuerte, los cuellos finos le daban el toque de elegancia a su figura enérgica. Pestañe un par de veces, era como estar teniendo una visión doble, cada uno era el perfecto reflejo del otro.

Sin decir palabra alguna uno de ellos llegó hasta mí y apartó a Agate de mi espalda, les di las gracias pero no me contesto. Lo cargó en sus brazos y se adelantó, el otro chico se acercó también a mí y con una perfecta sonrisa en su rostro me ofreció la mano, me avergoncé un poco ante tanta amabilidad.

- No te preocupes- Sonreí mientras fijaba mi mano en su muñeca, llevaba una cinta color rojo, me fijé a lo lejos en los brazos del otro chico, él la traía azul ¡Claro! Así podrían distinguirse.

- Estoy bien- Terminé. El joven volvió a sonreír y asintió con la cabeza y se adelantó, alcanzando a su hermano. Comencé la marcha tras ellos y junto a mí la bella Emma que tranquila sonreía hacia sus adentros, agradeciendo que Agate estuviera bien.

- Actúa como si usted fuese su madre- Dije pensando en voz alta y me arrepentí de haberlo dicho, bajo la mirada incómoda.

- Perdí un hijo una vez- Sonrió melancólicamente sin despegar la mirada del piso. Incluso si se veía triste, la belleza angelical de su rostro me seguía causando admiración y su aura pacífica me embriagaba en su abrazo. No era atracción física lo que sentía por ella, era algo distinto que aún me es difícil de explicar.

- Hace quince años se lo llevaron y le mataron. Nunca encontraron al culpable- Me estremecí por lo cruel que se escuchaba este relato y quise disculparme por haber sido tan despreocupado en mi comentario.

- Agate y los chicos son lo único que tengo- Volvió a levantar la mirada –Me asusté mucho cuando supe que fue a tu rescate solo, jamás había hecho algo como eso- Suspiré, no era él el que me causaba problemas, yo también le había causado muchos problemas a él.

 No seguimos hablando, callé hasta llegar al orfanato. Me sentía inmensamente culpable, desde que llegué no había causado si no problemas en este lugar, la llegada de los guardias, la pelea callejera y ahora mi secuestro que había terminado con un Agate malherido y al borde de la hipotermia, además había hecho que Emma se preocupara. No era más que una molestia en este lugar.

Pasé el atardecer junto a su cama, dormía profundamente y a ratos despertaba, giraba la cabeza y sonreía al verme ahí, luego volvía a caer entre los brazos de Morfeo.

No entendía el sentimiento que estaba reprimiendo dentro de mí ¿Por qué me molestaba tanto apartarme de él? Apenas le estaba conociendo, no debió haberme importado en absoluto ¿Por qué seguía allí, a su lado? Tan solo debía irme de ese lugar, que ni siquiera me gustaba, y alejarme de las vidas de Agate y Emma, no entendía por qué me era tan difícil.

Miré por la ventana, el sol como una bola de fuego naranja que se iba apagando en el horizonte y  se iba escondiendo, indicando que el día estaba a punto de terminar. Los múltiples resplandores a su lado, el color rosáceo del cielo, mezclado con el púrpura pintaban las nubes de atractivos colores. No podía negar que el atardecer más hermoso que he visto lo vi en el País de las Maravillas. Observé como las copas de los árboles iluminadas por los restos de la candente esfera comenzaban a menearse en una bella danza, el viento había comenzado a correr y la noche ya estaba llegando. Por un momento pude ver como la esfera blanca trasparente tomaba el lugar donde antes había estado el brillante sol y aún algunos rayos lograron alcanzar a la dama pálida que reluciente oscurecía el cielo, luego todo cayó a oscuras.

Esperé algunas horas en la habitación junto a Agate y cuando llegó el momento di una última mirada a su rostro pálido, sonreía mientras dormía y se veía tranquilo, sereno. Besé su frente con cuidado de no despertarlo y me marché.

Cuando salí del orfanato todo estaba oscuro, las estrellas y la luna blanca y radiante  era lo único que iluminaba el negror del cielo. Una leve pero fría brisa corría por el lugar y sacudía mis cabellos al son de las copas de los árboles moviéndose. Caminé como si estuviese ciego por la penumbra hasta llegar a la entrada de la cueva. Encendí un candelabro que había llevado conmigo y miré hacia arriba, la cima no era tan alta como me lo imaginaba y di gracias a Dios por esto. Apagué el candelabro y comencé a escalar por el rocoso agujero-cueva que me llevaría nuevamente a mi ciudad. A pesar de que no me gustase creo que extrañaré este lugar más de lo que esperaba, a su gente, a sus niños e incluso a la molesta vegetación que invade todo este pequeño pueblo. Pero me sentía inmensamente culpable, no soportaría volver a ver a Agate pasando por tantos problemas cómo los que paso en mi instancia en el País de las Maravillas, no quería ser una molestia para él.



Estaba abstraído en mis pensamientos y sin darme cuenta ya estaba a punto de llegar a la cima, en serio había sido mucho más sencillo de lo que imagine. Incluso llegué a pensar que algún ente sobrenatural había modificado el tamaño de la cueva para facilitar mi escape.

No sé cómo fue que regresé a casa. Caminé un par de horas por la estrecha orilla del río que nos hizo naufragar el primer día en que nos conocimos, algunos sectores eran tan angostos que debí meter los pies al río, sujetándome de lo que tuviera a mi alcance para no perder el equilibrio por la fuerte corriente que arremetía todas las aguas. Cuando pisé las calles de mi ciudad nuevamente lo que menos vino a mí fue algún rastro de alegría. Tapé mi rostro con una capucha para evitar el contacto visual con los guardias reales que pasaron corriendo a mi lado. Todo era un verdadero caos, pude observar como la guardia entraba a las casas de los habitantes sin permiso y vaciaban todo lo que había en ella, buscando algo ¿Estarían acaso buscando las joyas de la reina? No lo creo, tan solo son unas pocas joyas y…
 
- ¡He encontrado un collar entre las pertenencias de esta chica!- El grito de uno de los guardias llamó mi atención. Uno de ellos sostenía a una pequeña niña fuertemente por el brazo, sacudiéndola y quitándole el collar que ella sostenía en sus manos. El terror reflejado en la pequeña de no más de diez años me quitó el aliento y sentí como mi pecho se cerraba, evitando que el aire pasase a mis pulmones. Los ojos marrones de la niña, abiertos como un par de platos en  el rostro sucio y húmedo habían comenzado a llorar. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo cuando el hombre le dio un puñetazo, tirándola al piso y pronunció las tan temibles palabras.

- ¡Que le corten la cabeza! - Exclamó con la expresión fría. El hombre que había dado la orden me era conocido. Su cabello negro hasta los hombros y las profundas pupilas doradas que miraban indiferentemente, había perdido su ojo izquierdo en la batalla por el poder entre la Reina Roja y la desaparecida Reina Blanca, cubría la cicatriz con un parche con forma de corazón,  el General Jack Stayne, el hombre más temido en todo el pueblo.

Miré asustado hacia todos lados, nadie si quiera pensaba en atreverse en ayudar a la chica. La niña se retorcía asustada en el suelo mientras temblaba por el horror ¡Le iban a cortar la cabeza! El pelinegro tomó a la pequeña por el pelo, levantándola algunos centímetros del suelo. Ni sus gritos, ni sus llantos ni sus gemidos podían ablandar el corazón de este hombre, demasiado joven para el cargo que llevaba.

- ¡A la guillotina!- Exclamó y la volvió a lanzar al suelo. En ese momento mi cabeza se nubló y no pude concebir pensamiento alguno, tal solo atiné a correr hasta la pequeña y levantarla del suelo. Inmediatamente tres guardias intentaron apresarme y apartarme de ella, pero yo no estaba dispuesto a dejarla ir. Di una patada en la entre pierna a uno de ellos y a los otros les golpeé en la cabeza con una roca que había tomado del suelo, quizás me veía demasiado débil a los ojos de esos hombres, quienes no esperaban un ataque mío. No sé por qué lo hizo, pero el Sota Rojo, como solían llamar al General Stayne no movió un pelo para detenerme. Solo clavó sus ojos amarillos, desafiantes en los míos, atravesándome con su mirada dorada y por un momento sentí miedo y mi cuerpo se paralizó ante sus imponentes ojos. Pero el recuerdo de la pequeña que sostenía de mi mano me invadió y levantándola bruscamente comenzamos a correr en una frenética huida.

-Sujétate fuerte- Le dije mientras la llevaba hasta mi espalda, estaba tan malherida que correr junto a ella solo sería una molestia. Sentí a algunos guardias tras nuestro pero yo era mucho más rápido y conocía perfectamente la ciudad como para saber perderme en los pasadizos y callejones. Estaba cansado luego del largo viaje desde el País de las Maravillas hasta acá, pero no estaba dispuesto a detenerme, si nos atraparían la matarían a ella y a mí también, aunque pensé en hacerlo y decir que yo era el culpable de todo, acusarme de robar las joyas y venderlas en el mercado negro no sabía si  Stayne  dejaría viva a la pequeña, que entre sollozos me daba las gracias mientras se abrazaba a mi pecho.

Luego de algunos minutos de persecución dejé de sentir el sonido de sus botas sacudiendo la tierra y solo luego de mirar hacia atrás algunas veces decidí frenar el paso y comencé a caminar. Ya estaba cerca de mi orfanato y no quería levantar sospecha alguna, además debía pensar en que excusa le daría a mi tío.

Bajé a la pequeña en la puerta y la tomé de la mano. Entramos mezclándonos entre toda la masa de chicos que a esa hora ingresaba al lugar luego de sus paseos matutinos, la pequeña aún seguía sollozando pero se veía más tranquila. Pasé directamente a mi habitación intentando no levantar la menor sospecha y cerré la puerta con pestillo.

-Me alegro que hayas cerrado la puerta, Ángelo- La voz de mi compañero de cuarto nos asustó y nos hizo a ambos dar un respingo. Ellen Blue era el joven que dormía en la cama del lado, un chico de origen desconocido, había llegado hace poco más de dos añors en medio de un enorme tifón, sus ojos azulados, no como el cielo si no como las profundidades oscuras del mar en media noche, resaltaban en la oscuridad y se veían alegres mientras él fumaba un narguile que solo Dios sabe que contenía en su interior. Le dirigí una fulminante mirada de regaño, aquí no nos permitían fumar, pero no dije nada.

-Vamos, ve a darte un baño- Le sonreí a la pequeña mientras apuntaba en dirección al baño. Sus ojos marrones se iluminaron en su rostro. Apartó un mechón de cabello dorado que caía por su frente y me devolvió una dulce sonrisa.

- Muchas gracias- Dijo y no pude evitar sentirme conmovido con tan hermosa sonrisa escapando de sus labios, luego se dirigió corriendo hasta las duchas.

- ¿De dónde la sacaste?- Preguntó el castaño mientras se ahogaba con el humo del narguile.

- La encontré en la calle- Dije mientras abría la puerta de  la jaula de Twisty y lo llevaba a mis brazos. Su pelaje blanco y puro y sus ojos rojos me recordaron a Agate, reí por lo bajo.

- ¿Y por qué la has traído?-

- Stayne quería enviarla a la guillotina- Respondí frio mientras acariciaba las suaves orejas del conejito.

- ¿¡Trajiste a una prófuga hasta acá!?- Exclamó dejando el narguile a un lado y dirigiéndose hasta la puerta. Dejé cuidadosamente a Twisty en el suelo y rápidamente le atrapé antes de que moviese la manilla, tomándolo fuertemente por el brazo.

- No irás a ningún lado
- Insinué mientras clavaba mis ojos en los suyos, apresé su cuerpo contra el mío - ¿No querrás que el obispo se entere que fumas narguile aquí dentro, no? ¿O quizás debería hablar con Stayne para contarle que traficas a los otros chicos esa mierda que fumas en aquella pipa? – Su rostro empalideció de pronto y la tensión de su cuerpo cedió, soltando la manilla de la puerta mientras tragaba saliva.

- Está bien…- Dijo de mala gana levantando una mano en son de paz. Solté su brazo y dirigí una última mirada hacia él.

- Es solo una niña, tiene diez años- Musité mordiéndome el labio inferior –Podría ser tu hermana menor ¿Sabes? – Él se encogió de hombros sin decir palabra alguna y volvió a sentarse en su cama para seguir fumando.

-Hermano…-
Me estremecí al escuchar que me llamase tan cariñosamente en tan poco tiempo. Miré hacia la puerta del baño, su cabeza asomaba por la abertura de la puerta, el rubor cubría sus rosáceas mejillas.

- No…No tengo ropa limpia- Una carcajada estuvo a punto de escapar cuando escuché esto. Sin decir mucho me dirigí a mi armario y saqué lo más pequeño que tenía guardado. Cerré los ojos y me dirigí hasta la puerta para entregarle la ropa, solo cuando me volteé volví a abrir los ojos.

Un par de golpes en la puerta me hizo dar un salto, sentí la voz de mi tío y vi el rostro de Ellen tensarse por los nervios, guardó la pipa debajo de la cama y abrió la ventana mientras yo tomaba a Twisty y lo escondía dentro de su jaula que luego tapaba con una manta. Abrí la puerta rogando por que la pequeña no saliera justo en ese momento del baño.

-O…Obispo- Dije al momento que abría la puerta y hacía una reverencia para saludarle. Su mirada severa y sus ojos fríos me hacían temblar, tenía frente a mí al más grande de mis temores.

- A sí que decidiste volver, pequeño ladronzuelo-  Dijo secamente, mientras apretaba los labios.

- No he tenido nada que ver en eso- Dije mientras apretaba con fuerza el borde de madera de la puerta.

- Bueno, ya veré de qué forma castigarte- Dijo aún sin entrar a la habitación y con intenciones de irse, observó por unos instantes la nube de humo que se había formado en la habitación producto del narguile pero omitió comentarios sobre eso, parecía querer marcharse luego.

-¡Ya estoy lista!- Gritó la pequeña rubia saliendo del baño, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Di media vuelta con la furia saliendo de mi rostro ¡Había salido justo en el peor momento! ¡Seguramente mi tío la sacaría a patadas del lugar! Pero no pude mantener mi enojo por mucho tiempo. La niña esbozaba una gran sonrisa mostrando sus dientes blancos dentro de los labios pálidos, su cabello limpio ahora brillaba con más fuerza y los mechones caían como oro hasta su cintura, los ojos marrones claros se iluminaban en el rostro rosáceo y mi ropa le quedaba considerablemente grande, dándole un aspecto tierno.

- ¿Qué tenemos aquí?- Preguntó el hombre entrando a la habitación y pasando por encima de mí, sus ojos estaban clavados en la pequeña figura angelical, pero él estaba sonriendo, por lo que me sentí más tranquilo.

- La he encontrado en la calle hoy, su casa se ha quemado y sus padres han muerto- Mentí con una certeza que incluso yo llegué a creer mis propias palabras. Pero el obispo no pareció escucharme. Sus ojos mieles resplandecían con un singular brillo y su rostro se veía iluminado bajo los mechones castaños que caían por su frente, una sonrisa que jamás había visto asomando en los labios del obispo apareció de pronto y su cara cambio, reflejaba los treinta años que ya casi había olvidado que tenía, solo entonces recordé que era un hombre muy joven para tener el cargo que llevaba. El rostro amargado que solía tener normalmente le hacía parecer mayor.

- ¿Cómo te llamas, pequeña?-
Preguntó con particular dulzura mientras con sus dedos apretaba levemente las mejillas de la niña.

- Diana- Respondió confiada la rubia mientras una sonrisa atravesaba su rostro. 

 - ¡Diana!- Rió él -¡Qué bello nombre!- Se puso de pie de pronto y la extendió la mano para que Diana la tomara – Ven, pequeña, vamos a conseguirte un cuarto para ti- Y se dispuso a sacarla de la habitación.

- ¡Nos vemos luego!- Gritó la pequeña antes de atravesar el umbral de la puerta.

Quedé pensativo unos minutos ¿Qué había sido todo eso? ¿Desde cuándo mi tío quería tanto a los niños? Jamás le había visto enternecerse tanto ante alguien ¿Será por qué creyó la triste historia del incendio y los padres muertos?

- ¿Enserio vas a dejar que se vaya con él?- La voz ronca del ojiazul de pronto me sacó de mis reflexiones.

- ¿Por qué lo dices?- Pregunté extrañado. Por su rostro cruzó una mueca burlesca mientras hacía un grosero gesto con las manos.

- ¿No recuerdas lo que hace el obispo con los nuevos? – Guardó unos segundos de silencio.

 Solo entonces pude reconocer la mímica que hacía. Di un respingo y sin decir nada me lancé en frenética carrera por los largos pasillos del orfanato ¡¿Cómo demonios pude ser tan idiota cómo para no darme cuenta de sus verdaderas intenciones?! Comencé a abrir todas las puertas, primero una de la izquierda, luego la derecha, luego de nuevo izquierda ¡Demonios! ¡No estaban en ningún lado! Solo espero que no sea demasiado tarde.

Abrí todas las puertas del largo corredor y no encontré ni a mi tío ni a Diana, solo me quedaba una habitación que revisar. Doblé por un pasillo que se abría, hacia el lado derecho y comencé a correr con más fuerza, rezando que las atrocidades que acudían a mi mente como relámpagos fuesen tan solo mi imaginación ¡No me perdonaría si algo le pasaba a Diana! Las piernas cansadas no se rendían y se movían con más velocidad que antes. Sentía cómo mi corazón estaba a punto de explotar dentro de mi pecho y la respiración me faltaba, la angustia me invadía y me envolvía en sus horribles visiones, mis ojos comenzaron a ver borrosos, no sabía si por las lágrimas o por el temor que estaba sintiendo en mi interior.

Llegué a la última habitación, la puerta de mármol con la manilla chapada en oro la distinguían de las demás ¡La habitación del obispo! ¡Claro! Nadie se atrevía a entrar en ella. Jadeante llegué hasta ella y tomé la manilla y dudé unos segundos, respiré hondo y abrí la puerta con brusquedad.

No había nada.

La habitación era espaciosa, casi como una casa dentro de ella. Un sofá de cuero rojo y una alfombra de mismo color se encontraban en su centro, el suelo brillaba con intensidad, incluso podía ver mi rostro angustiado reflejado en él. Los cuadros y las ventanas quietas le daban una tranquilidad al lugar y la chimenea llenaba de calidez el ambiente. Suspiré aliviado

 -Parece que esta vez sí fueron a buscar una habitación- Musité para mí mismo -Tal vez había olvidado revisar alguna, tal vez él la llevó a conocer a las monjas, tal vez…- Un ruido me congeló y me hizo estremecer, un sollozo, un sollozo minúsculo, tapado, escondido y casi imperceptible invadió mis oídos y me llenó de ansiedad  y miedo, luego otro, un poco más callado pero igualmente doloroso. Miré hacia un lado, una puerta blanca perfectamente camuflada se perdía en la pared del mismo color, tan solo la manilla dorada destacaba en ella. Me paré frente a ella y volví a dudar en abrirla, dudé unos segundos, hasta que mis oídos escucharon lo que no querían oír.

- Por favor, suélteme-

Sin pensarlo abrí la puerta de un empujón. La pequeña estaba completamente desnuda en el suelo y sobre ella el maldito, a medio desnudar. Sus ojos abiertos como dos platos y las mejillas pálidas, sonrosadas como un par de tomates, la lengua salía de su boca cómo la de un perro en época de celo y la maldad y depravación escapaba de sus ojos mieles, su garganta y su cuerpo fuerte jadeaban con brusquedad. Pude ver las ansias por devorarla en los ojos de él, la tenía sujeta por las muñecas con una mano mientras con la otra acariciaba sus piernas blancas y desnudas. La rabia me invadió tan rápido que ni si quiera me dio tiempo para pensar la situación. Me lancé contra él y lo embestí, empujándolo hacia un lado y dejándolo en el suelo por unos momentos.

- ¡Perdóname, Diana!- Repetía intentando calmar a la pequeña que lloraba sin poder controlarse. Me quité el abrigo y la cubrí con él justo antes de que mi tío se pusiera de pie. Le embestí nuevamente y comencé a golpearle en la cara y en el estómago.

- ¡¿Cómo pudiste!? ¡Desgraciado!- Gritaba con una furia desbordante mientras frenéticamente le seguía golpeando, aunque sabía que quizás eso no le haría mayor daño. Mi tío destacaba por tener una fuerza física superior a la de cualquiera, antes de convertirse en sacerdote era un luchador callejero, su cuerpo era duro como el de ninguno.

Una sonrisa malévola asomaba de su rostro y esto aumentaba mi furia, le seguía golpeando, al borde del ataque de nervios mientras él reía y sentía cómo mis nudillos chocaban con sus músculos duros y no le hacían ningún daño. De pronto, me tomó por el brazo y me golpeó en el estómago, su golpe fue tan fuerte que incluso dejé de respirar por unos momentos y comencé a toser, sentí ganas de vomitar y caí arrodillado al suelo. Me levanté rápidamente y a pesar del dolor y le golpeé en la cara, apenas lo rocé y apenas se tambaleó ante mi puñetazo, solo recibí otro de vuelta que me hizo caer al piso nuevamente. La frustración que sentía era insondable ¡No podía hacer nada contra este maldito! Cualquier golpe que intentase pasaba por su piel cómo si mis manos estuviesen hechas de algodón. Acudió a mí el recuerdo de Agate, me hubiese gustado tener la fuerza de él, la destreza, me arrepentí en ese momento por no haberle pedido que me entrenase un par de días. El hombre me dio la espalda y comenzó a avanzar nuevamente hacia Diana que se encontraba en un rincón de la habitación, llorando y temblando. No podía hacer nada, excepto una cosa.

- ¡Espera!-  Exclamé mientras me aferraba a su pie. Él giró instintivamente.
 
- Por favor- Le rogué mientras sentía cómo mis manos comenzaban a temblar, mi voz se quebraba y mis ojos comenzaban a humedecerse, estaba a punto de decir algo que nunca había pensado si quiera.

- No le hagas nada- Le solté, ya que tenía su atención y comencé a desabrocharme la camisa. Esto me era asqueroso, me hacía sentir como un cerdo y me revolvía el estómago.

Sus ojos se abrieron como dos naranjas cuando vio mi torso completamente desnudo, pasó la lengua por sus labios, saboreándome.

- Tómame a mí- Pronuncie apenas en un murmullo quebrado, era lo único que podía hacer para salvar a Diana. Se agachó y tomó mi mentón con una de sus manos, me atrajo hasta él y me besó, su lengua invadió todo mi ser, húmeda, arrogante, asquerosa. Se apartó de mí y pude ver en sus ojos la misma mirada que vi en él cuando estaba a punto de atacar a la pequeña, sentí terror y ganas de llorar, entonces lo supe.

Ya no podía arrepentirme. 

Notas finales:

Pobre Ángelo u.u está a punto de ser violado xd


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