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Valiente. por Maira

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Se mantenía sentado sobre una roca, con la vista fija en las cabezas separadas del cuerpo. De vez en cuando llevaba sus oscuros ojos hacia la chamuscada estructura que había ordenado apagar haciendo uso del agua de un pozo. Afortunadamente nadie les había descubierto al llegar el amanecer. Tendrían que continuar su camino dejando atrás algunos soldados que cuidaran el terreno recientemente adquirido.
Había tenido que imponer un castigo ejemplar a quienes había intentado encender el templo. Sabía que algo así podría suceder, pues no todos llegaban a comprender que aquella misión era de suma importancia.

Sakurai se colocó de pie con una mueca sumamente asqueada luego de haber observado durante algunos momentos una mosca desovando sobre el cuello sin cabeza de uno de ellos. Era un insecto gordo, repugnante. Si había algo que podía decir, odiaba mucho en el mundo, eran las malditas moscas.
Caminó volviéndose a encasquetar la gorra militar, haciendo señas aquí o allí e impartiendo una orden de vez en cuando para que los soldados se formaran de nuevo. Era hora de partir. Decidió dejar atrás a las últimas filas de hombres, aproximadamente unos cien. Colocó a un soldado a cargo del grupo advirtiéndole que cualquier error propio o de sus compañeros le costaría la cabeza, colocando especial énfasis en sus palabras al tomarlo por los cabellos de la nuca y hacer que se arrodillara casi sobre los cadáveres decapitados. Le gritó si comprendía bien lo que significaba ser un líder y finalmente cuándo el muchacho que no pasaba de los veinticuatro o veinticinco años anunció al general que haría todo de la manera más correcta, lo liberó completamente satisfecho.  

No le gustaba actuar con mano tan dura, pero ellos se lo merecían. E incluso curiosamente estaban acostumbrados a ser tratados de esa manera o de una peor. Pensó en que Miwa había estado impartiendo una disciplina incorrecta durante todos esos años en el ejército, basada en la tortura, la amenaza y la muerte. No era su estilo. Personalmente creía que se podía formar a hombres duros, correctos tanto en pensamiento como en acciones y por sobre todo honrados, de otras tantas maneras. De repente sintió que los soldados pertenecientes a las otras unidades eran muy afortunados de tener como capitanes generales a alguien que no fuera Miwa Masashi.

Apenas tres cuartos de hora luego de partir se toparon con otro pueblo al que procedieron a conquistar de la misma manera. El siguiente fue casi a mediodía. El general impartía órdenes subiéndose a altos relieves, monumentos e incluso muchas veces los tejados de pequeños edificios. Nadie más había vuelto a intentar incendiar ninguna construcción. Obraron de la manera menos agresiva y agotadora. Las mujeres y los niños eran derivados a diferentes tareas como cocinar para los soldados, lavar la ropa, preparar los lugares que les asignarían durante las noches para dormir. Mientras que los hombres restantes, humildes campesinos que ni siquiera constaban de una blanca bandera que enseñar a modo de derrota, eran obligados a cargar con los cadáveres de sus amigos, vecinos, parientes, hijos, padres, nietos, para apilarlos y quemarlos en una hoguera construida por ellos mismos.

Al final del segundo día, bastante cerca de la capital como para llegar a más tardar durante el atardecer del tercero, el Capitán General Sakurai Atsushi había ganado para su Rey un total de veintinueve pueblos, aldeas, asentamientos. Envió a una parte de la tropa hacia las costas en busca de otras locaciones mientras él se dedicó ahora a cargo de un escaso número de mil hombres, a avanzar directo hacia su destino final.

Para el general Yasu las cosas habían sido arduas. Hubo pocos tramos del camino durante esos días en los que pudieron descansar colocando a cargo soldados que permanecieran en vela. Era agotadora la manera en la que el ejército contrario velaba por la ruta rocosa principal y por ende la más directa hacia la capital. Surgían desde detrás del más mínimo relieve o hueco, con los arcos tensos preparados para lanzar una flecha envenenada o saltar desde los niveles más bajos justo sobre los hombros del enemigo para con sus hachas, sables, mazas, destrozar las cabezas enemigas o desprenderlas de sus troncos.
Había perdido más hombres de lo que podría esperar. Pues era imposible organizar una estrategia siquiera improvisando ya que era totalmente impredecible la forma en la que podrían ser atacados. No tenía idea si se debía al hecho de que el ejército contrario no poseía comandantes decentes y estaban organizándose por su cuenta o si simplemente era una estrategia creada para confundir al enemigo.
Al momento de deshacerse él mismo de muchos de los soldados enemigos que atacaban por tierra, pudo ver el miedo reflejado en sus ojos. No comprendía absolutamente nada. Sólo el hecho de que debía llegar a la capital sano y salvo, con la mayor cantidad de hombres posibles y que allí debía estar Anzi luchando.

En un principio las cosas habían ido bien, pero más tarde como si de alguna clase de juego de ingenio se tratara, la dificultad había ido aumentando cada vez más hasta llegar a rozar los límites de lo insoportable. Pensó en que ni siquiera una buena armadura que cubriera tanto su pecho como su espalda le hubiera servido de mucho. De hecho, hubiera entorpecido sus movimientos. Sólo los más fuertes y ágiles sobrevivían. Algunos soldados enemigos lograban escapar dirigiéndose hacia algún grupo dispuesto mucho más adelante en busca de alertarles. La comida comenzaba a faltar, los ánimos de los hombres comenzaban a distorsionarse. Sabía que nadie se atrevería a rebelarse contra él ya que a pesar de las circunstancias, todos continuaban debiéndole respeto.

Al anochecer del segundo día cuándo la comida se había agotado por completo y el agua estaba a punto de esfumarse, los soldados prepararon calientes brazas que procuraron disimular utilizando rocas pequeñas apiladas y las ropas de los cadáveres más recientes a los que devoraron una vez estuvieron listos. Yasunori quién había perdido todo el apetito al contemplar el procedimiento, rechazó la ración que le habían ofrecido. Preferiría morir de hambre antes de comer un cadáver, por más expuesto a calor que hubiera estado. Incluso si la carne se carbonizaba y perdía su sabor, no quería saber nada al respecto. El olor que las brasas desprendían le provocaban náuseas y se alejó bastante del grupo para acurrucarse detrás de una roca en dónde se dejó estar un tendido tiempo.

Mucho antes de que amaneciera volvieron a emprender camino. Halusta se notaba cada vez más inmensa bajo la tenue luz de la luna. A lo lejos ya podían avistarse los altos relieves del castillo en el que algunas ventanas ya aparecían iluminadas con la discreta luz de las velas. Las antorchas rodeaban la muralla iluminándola, a la distancia notándose como pequeños puntos de color anaranjado. La ciudad a su alrededor descansaba.
Según sus cálculos, antes del mediodía llegarían. Tendrían que ser cuidadosos con aquel último tramo del camino ya que seguramente allí la defensa fuera más fuerte. No tenía idea de a qué distancia podría encontrarse Anzi, también Atsushi. Si ellos habían logrado llevar a cabo con éxito su recorrido, la clase de dificultades que habían tenido. En el fondo de su corazón deseaba que todo saliera bien para volver a casa cuánto antes, extrañaba sus tierras y la calma que le precedía a misiones de éste tipo.

Cómo lo había predicho, mucho antes de que el sol se alzara en su máximo punto, escuchando el retumbar de los cañones y sonriendo como un idiota a pesar de estar cubierto de sangre fresca ajena, supo que finalmente habían llegado. Mostrando en alto su sable, impartió la orden a los hombres de no dejar un solo soldado enemigo en pie. Los ciudadanos serían apresados. Más tarde tomarían el castillo.

Bastante tiempo atrás en el Este, al llegar Anzi se había decidido por emplear a los arqueros para deshacerse rápidamente de todos los hombres. Había sido la solución más efectiva, no permitiendo que nadie escapara. Tenía que admitir que aquellos eran buenos en lo suyo, su puntería era excepcional. Con algo de asombro se había quedado viendo la manera en la que los soldados del ejército contrario caían como moscas al agua, a la tierra, sobre las rocas rompiéndose el cuello si es que no perecían a causa de la flechas. Dio la orden de que invadieran las naves y las “limpiaran” por completo. El armamento que obtuvieron era surtido, pero la mayoría del mismo haría más pesada su marcha si lo llevaban todo consigo.
Así que se decidió por ocultar lo que por el momento no sería de utilidad pero más tarde si podría serlo en una cueva cercana lo suficientemente profunda como para que nadie se atreviera a acercarse. Sólo ellos sabrían la ubicación exacta. Mientras tanto los arqueros vigilaban el perímetro gracias a su excelente visión, los demás acercaban los cañones hacia el comienzo de la nueva ruta haciéndolos girar pesadamente sobre sus ruedas.
Él mismo había ayudado tanto a esconder armas como a mover cañones. Los armatostes serían completamente capaces de destrozar las murallas fácilmente. Cada una de las balas pesaba más de lo que sus brazos podían soportar durante un corto tiempo. Tendrían que llevarlas entre dos soldados. Afortunadamente, las bajas habían sido escasas.

Cargaron apresuradamente con los cadáveres hasta las naves, asegurándose de rociarlos bien tanto con aceite como con pólvora, dependiendo del caso de la nave. Pues había decidido alternar las naves con las sustancia para que, a partir de encender la primera de la fila, las demás pudieran explotar o incendiarse por sí mismas. Todo mientras ellos ya emprendían marcha hacia la capital por un camino alternativo de los que Atsushi había marcado y él había procurado grabar a fuego en su memoria.

Envió a un nutrido grupo de arqueros y espadachines para vigilar el camino principal desde la capital hacia el muelle. Allí les explicó dejando a cargo a uno de los hombres que le pareció si bien no el más cuerdo, el más hábil, que debían interceptar a todo soldado que llegara a investigar qué era lo que sucedía. Más tarde vendría en su busca algún general. Lo principal era resistir y no dejar con vida a nadie.

La travesía hacia la capital a pesar de ser corta, a él se le hizo eterna. Los cañones eran demasiado pesados al igual que las balas, el armamento, la pólvora que habían rescatado en barriles que llevaban rodando cuidadosamente a través del relieve. Sinceramente creyó que iban a tardar mucho más, de vez en cuándo consultaba la brújula. Estaba realmente agotado.
Afortunadamente la capital los tomó por sorpresa y durante la mañana, justo a tiempo ya que todo parecía estar sumido en la completa calma cotidiana, invadieron la ciudad arrasando con todo obstáculo que pudieron, generando un camino directo hacia las murallas del castillo. Tenían que localizar un buen ángulo para poder atacar con todo lo que tenían. Construcciones enteras volaron víctimas de las pesadas balas de cañón. Incluso el castaño se sorprendió de la potencia de las armas que fácilmente desde la costa podían derribar un navío. Al notar que pasada una hora de la invasión los refuerzos de Yasunori se les unían, suspiró de alivio. En determinado momento se buscaron con la mirada y al encontrarse, supo que tenía el completo consentimiento por parte del general para proseguir. Todo a pesar de los pequeños errores iba siguiendo su curso como lo esperaba. Nada podía resultar mejor.

Los soldados del ejército contrario atacaban de manera desordenada, eran un blanco fácil tanto de las flechas como del acero. Tuvieron que hacerse con las vidas de los ciudadanos que también intentaban atacarles a punta de rudimentarias armas. No podían permitir que les mataran por el simple hecho de no poseer un uniforme militar. Toda persona que se opusiera a ser capturada, moriría.
Aquí y allí las llamas se alzaban, los gritos de las personas eran audibles, la sangre corría y salpicaba. Los niños que se veían involucrados, eran llevados prisioneros sobre los fuertes hombros de los soldados. Por encima de las murallas del castillo, los arqueros del rey comenzaron a atacar. Las flechas encendidas a veces se enterraban en la carne viva de algún soldado de oscuro uniforme prolongando su sufrimiento hasta el infinito antes de la muerte. Yasunori llegó a posicionarse a un lado de Anzi viendo preocupado el panorama, con las manos posadas en ambos lados de la cintura. Y al cabo de varios momentos, ordenó que comenzaran a disparar los cañones contra el grueso muro que rodeaba el castillo, no importaba quién cayera.
El castaño preparó a los arqueros y los espadachines, formándolos de manera que éstos últimos pudieran dar ventaja a los primeros. Entrarían bien tuvieran la oportunidad, las gruesas puertas por las que normalmente hubieran circulado los soldados, ni siquiera se abrieron. El rey había decidido resistir dentro de su frío edificio de piedra a como diera lugar, había abandonado a su pueblo.

Con un gran estruendo, una generosa porción de la muralla se deshizo en pedazos. Los arqueros que permanecían apostados sobre aquella parte y alrededores, cayeron como moscas. Muertos mucho antes de que sus cabezas tocaran el suelo y explotaran, todos los huesos de sus cuerpos se rompieran o quedaran sepultados bajo los pesados restos.
Anzi impartió la orden de avanzar. Al instante los hombres obedecieron al pie de la letra las instrucciones y beneficiándose de la altura de los restos, una vez los soldados que no habían sido derribados por las flechas enemigas restantes estuvieron dentro, los arqueros hicieron su trabajo tomando las vidas de aquellos de los que simplemente se diferenciaban en el color de uniforme, tierra en la que habían nacido y hombre que los regentaba.
Incluso él mismo iba en busca de encabezar el gran grupo que casi finalizaba la invasión en el patio interior del castillo. El sonido de la lucha llegaba a sus oídos y se mezclaba con el del exterior. Pero fue detenido por los hombros muy bruscamente, Yasu le gritaba algo en su oído que no era capaz de escuchar.

Se volvió a verle algo extrañado, volviendo a pedirle que le repitiera lo que había dicho cuándo el general le señaló una dirección junto a la ruta principal rocosa. Allí, acurrucado contra uno de los ensangrentados bordes, permanecía Zin con Kei en brazos observando tanto horrorizado como interesado la batalla.

Sin siquiera pensárselo se lanzó a la carrera. Haciendo uso de sus dos sables para apartar a los estorbos enemigos que aún permanecieran en pie y se cruzaran en su camino. Tenía que llegar hasta el rubio antes de que fuera demasiado tarde. ¿Por qué demonios y cómo había llegado hasta allí? No lo sabía, pero repentinamente se sintió furioso con Zin por desobedecer. Estaba consciente de que el menor siempre conseguía lo que quería, siempre se salía con la suya. Sin embargo ésta vez había llegado demasiado lejos, había expuesto al pequeño no sólo a los peligros sino a la pestilencia de la muerte. Separó un par de cabezas de sus respectivos cuellos antes de finalmente llegar a con él y guardó sólo uno de sus sables, lanzando una enfadada mirada como nunca antes lo había hecho en su vida.

-¡¿Qué demonios estás haciendo aquí, Zin?!- le espetó al rostro y el rubio se encogió retrocediendo un poco, apretando contra su pecho al niño que no paraba de berrear. Seguramente su aspecto en esos instantes no sería el mejor, sabía que estaba muy sucio, que en su piel y sus ropas aparecía sangre ajena y el uniforme podría llegar a intimidarle. Quizá el menor hubiera pensado que había decidido unirse al ejército nuevamente. Soltó un bufido intentando calmarse y lo llevó hasta detrás de una roca alta.

-Y-Yo… yo… hubo problemas, Anzi… - respondió como pudo el menor, temblando un poco e intentando calmar al pequeño entre sus brazos –tenía que venir aquí. Qué bueno que te encontré. Creí que… que nunca más…

-¿Qué es lo que ha sucedido?- preguntó entonces frotando la manga de su uniforme contra su propio rostro –no deberías estar aquí de todos modos, es peligroso.

-En la costa… llegó un barco y comenzó a destruir los que estaban anclados. Casi nos alcanza una bala de cañón, Kei no podía dejar de llorar… ya… no hay manera de que nadie vuelva…

-¿Qué? Pero… -miró unos momentos alrededores, frunciendo ligeramente el entrecejo –de acuerdo. Quédate aquí hasta que vuelva por ti, ¿Si? Esto ya casi finaliza. Nos daremos a la fuga en cuánto podamos, te llevaré a un lugar seguro en dónde puedas quedarte y luego quizá parta al desierto.

-¡¿Vas a dejarme?!- su exclamación fue bruscamente interrumpida cuándo Anzi lo sacudió por uno de sus hombros a la vez que le pedía que bajara la voz –no puedes dejarme, Anzi. Kei… no puedes…

-Estarán bien, me aseguraré de eso. Basta… no… no comiences a llorar- suspiró comenzando a desesperarse –vendré por ti- finalmente dijo antes de lanzarse a la carrera nuevamente. Alrededores la batalla había finalizado y los hombres de Miwa comenzaban a reunir a los prisioneros en grupos. Yasunori había desaparecido de la vista por lo que creyó, había tomado su lugar dentro de los dominios del castillo. A lo que enseguida se dirigió al hueco formado por el derrumbe. El panorama desde la cima de los escombros era increíblemente sangriento.

Las puertas de acceso al castillo estaban abiertas de par en par. Los guardias habían sido derribados. Otra vez las bajas de la unidad de Miwa habían sido escasas, eso estaba muy bien. Sin siquiera pensarlo, volviendo a desenfundar su segundo sable, se adentró traspasando la vigilancia de hombres del monstruo Miwa que se habían ubicado en el pasillo interior. Éstos al ver el uniforme que llevaba puesto, ejercieron el típico saludo militar. Tal vez pertenecieran al grupo de Yasu y por eso reaccionaran de esa manera.

Bastaron unos pasos para nuevamente ser interrumpido, la voz de Zin le llegó en medio de un eco y volteó con los nervios colocándosele de punta nuevamente.

-Te dije que te quedaras allí- murmuró al llegar en su busca, con su puño cerrado sobre el mango de su sable lo empujó por uno de los hombros para llevarlo ya que no tenía opción, a través del largo pasillo que olía a sangre y estaba repleto de cadáveres recientes.

-¿Y si me sucedía algo? No quiero estar solo… tengo un puñal tuyo que no me ayudaría a defenderme. Además Kei podría salir herido.

-¿De dónde sacaste un puñal mío?- preguntó con cierto deje de irritación mientras avanzaban. No dejaba de ver hacia los lados, adelante o atrás. Hasta que finalmente llegaron a un amplio espacio desde dónde el eco que habían estado escuchando durante todo ese tiempo provenía.

Los hombres de Miwa finalizaban con su tarea de liquidar a todo soldado, sirviente, alto cargo que hubiera presente en la gran sala. Logró entrever a Yasu quién mantenía contra el cuello de un obeso hombre su filoso sable, muy desde cerca le decía algo ya que movía ligeramente su cabeza pero no eran capaces de escuchar qué era lo que decían. Aquel seguramente fuera el rey. El respaldo de su trono se alzaba ostentoso, habían cortado el cuello de la reina quién se desangraba sobre la fina alfombra entretejida con finos hilos de oro entre su intrincado diseño.
Fue entonces que Zin fijó sus ojos en algo que le horrorizó, dirigiéndose allí de inmediato sin importarle en absoluto la situación que continuaba siguiendo su curso o lo que Anzi fuera capaz de gritarle a sus espaldas: detrás del trono, muy cerca de una serie de arcadas decoradas al más fino estilo que daban a otros pasillos, escaleras, salas; aparecía instalada una jaula de gruesos barrotes de madera en dónde permanecía encerrado un grupo de niños.

Incluso el castaño se quedó como de piedra al llegar a un lado de Zin. Los niños les miraban entre asustados, sorprendidos, curiosos.
Poco a poco el más bajo depositó a Kei en la alfombra, colocándolo de lado por si acaso el aroma a sangre le provocaba vómitos tal cual durante su largo camino hacia la capital. Era de esperarse. El pequeño tenía un olfato muy sensible. Y lanzando una mirada directo a los ojos de Anzi, le quitó uno de los sables.

-Si los liberas tal vez escapen, Zin- le advirtió Anzi –o puede que te ataquen.

-Son niños, Anzi. Están aterrados, míralos…- murmuró sintiendo como algo en su pecho comenzaba a doler. Quizá se tratara de tristeza. Se acercó hasta los barrotes, mirando fijamente a uno de los niños a la vez que mantenía el ensangrentado sable lejos -¿Cómo te llamas, pequeño?- le preguntó al menor que se acercó tomando la gruesa madera con sus pequeñas manos. El niño le respondió que se llamaba Kazuki y el rubio asintió -¿Es horrible estar en esa jaula, cierto?- le preguntó con tacto, haciendo hincapié en su preocupado tono de voz al hablar. Le preguntó entonces qué hacían allí y Kazuki le respondió que estaban allí para servir al rey y la reina, también a veces trabajaban en el huerto o los corrales de animales. Le rogó frunciendo su pequeño entrecejo que los liberara, que su amigo Hiro se encontraba grave porque el capataz le había quemado la espalda a modo de castigo. Zin se acercó al lateral de la jaula que los demás le señalaron y pudo ver allí a un niño un poco más grande que los demás, estaba tendido en el suelo. Otro de los pequeños le acariciaba el cabello o le tomaba la mano quizá con el propósito de que se mantuviera despierto. La situación le partió el corazón. En medio de otro nuevo impulso, se acercó rodeando el trono y sin darle tiempo al general Yasu de proseguir con su interrogatorio, le cortó la cabeza al rey de una sola vez, también haciendo volar unos cuántos mechones del cabello del general en medio del proceso debido a la cercanía.

-Pero…- comenzó a protestar Yasunori, repentinamente enfadado -¡¿Qué demonios estás haciendo, Zin?! ¡Estaba a punto de decirme algo importante!

-¡No peleen! ¡Tarde o temprano tenía que suceder!- vociferó Anzi acercándose. Había notado que Yasu se había enfadado de verdad y temía por que le hiciera algo malo a Zin.

-¡Tenía niños sirvientes! ¿Acaso no te percataste de eso? Algunos de ellos ya han muerto bajo el acero de los soldados que comandaste… ¡No pasan de los diecisiete años de edad! ¡Hay pequeños encerrados en una jaula como animales! ¡Contémplalos por ti mismo!

-¡Me dan igual tus planes de héroe, Zin! ¡Tenía otras cosas que hacer con él aún y le cortaste la cabeza! ¡Estás loco!- espetó a su rostro. Luego como intentando calmarse, bufó volteando y comenzando a caminar, dirigiendo a los soldados que quedaban por las diferentes arcadas o pasillos con intenciones de que se quedaran solos. Pidió que a partir de ese momento tomaran prisioneros y no mataran a nadie más. Luego se encargaría de decidir eso.

Por su parte, el rubio volvió a la jaula para destruir los barrotes al no poder hacer nada respecto al candado. Uno a uno fue ayudando a los niños a salir. Anzi se recargó contra el trono cruzando los brazos y observando lo que hacía mientras negaba con su cabeza. Kei no había dejado de llorar un instante al encontrarse solo y pronto los pequeños habían comenzado a rodearlo, algunos colocándose en cuclillas para verlo mejor.

Un total de siete niños entre los seis y los catorce años contó. Finalmente sacando de allí mientras lo recargaba contra su cuerpo al muchacho herido. Yasunori quién había vuelto a prestarles atención y aún se mostraba un poco enfadado, se acercó sin embargo para ver el panorama.
El general se horrorizó un poco ante la quemadura que abarcaba casi toda la espalda del chico. Además debido a la infección, volaba de fiebre. Preguntó en dónde podía conseguir determinados tópicos cuyos nombres Zin ni siquiera se esmeró en comprender. El niño llamado Kazuki le pidió que lo siguiera hasta los pisos inferiores dónde quizá aún el viejo médico del rey ni siquiera se hubiera enterado de la invasión.

Cuándo todo se sumió en un silencio tal que sólo el eco proveniente de otros espacios llegaba hasta sus oídos, Anzi se dignó a participar preguntando los nombres y edades de todos los niños. En un principio incluso se sorprendió de que entre ellos hubiera una niña a la que no había notado, la menor de todos, de hecho. La escala subía, se mantenía estable y llegaba a un pico máximo con Hiro de catorce años, el herido. Le seguían Jui, Kazuki quién se había retirado con Yasu, Manabu y Otogi, con ocho años. Ryoga tenía seis y por último Omi, la más pequeña, con cinco años.
Ésta última observaba con una mueca bastante seria al pequeño Kei quién poco a poco había dejado de llorar tanto y sólo se quejaba de vez en cuando.

Anzi suspiró profundamente. Si no hubiera tenido las manos tan sucias, se hubiera frotado las sienes. Pues ya se imaginaba todo lo que le esperaba por parte del rubio con respecto a la situación. Más y más obstáculos se sumaban a sus planes, pero amaba a Zin. No tenía escapatoria.  

Notas finales:

Buenas ouo/ ¿Cómo va?

 

Paso aquí rapidito a dejar capi u3u espero que les haya gustado. 

 

Aquí los niños obviamente aún no crecidos pero que no tardarán en crecer por mágicas cuestiones de fic (?) serán:

Hiro de Nocturnal Bloodlust:

http://img2.wikia.nocookie.net/__cb20121113191200/visualkei/es/images/4/43/HIRO_03_(NOCTURNAL).jpg

Jui de Gotcharocka: 

http://t1.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcQoqL_TJ3NiQbWAfstJdxsv6Su7XSvYkg_MgOqeY4apjRwFZaef

Kazuki y Manabu de Screw (Kazuki a la izquierda y Nabu a la derecha de la foto, para quienes no los conocen uwu)

http://4.bp.blogspot.com/-SBEnfBCZFu0/T_1mbxY0dMI/AAAAAAAAA-s/P9s_Bzs-Qpg/s1600/Kazuki+X+Manabu+1.jpg

Otogi de Awoi:

http://4.bp.blogspot.com/-PTCboETO0KE/U06jfYxCmXI/AAAAAAAAA8g/OOm_ta7D6mM/s1600/Birthday-2014.png

Ryoga de Born, que por cierto su cara es bien rarita uwu:

http://1.bp.blogspot.com/-gXhKfY-NSG8/UEtRndSer1I/AAAAAAAANkc/YgU6u1jbuYM/s320/HB2.jpg

Y Omi de Exist trace:

http://th04.deviantart.net/fs70/PRE/f/2013/278/9/1/exist_trace_omi_2_1440x900_by_hamsterchan155-d6pb94m.jpg

 

Y bueno pues ouo espero que les haya gustado este capi. No dejen de visitar mi blog u//u

http://gradosdesombra.blogspot.com.ar/

 

Nos estamos leyendo en la próxima actu ouo/ a mitad de semana. 

 

Mientras tanto se la cuidan eue~ 

Los quiero uwu/ besitos a todos. Gracias por leer.


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