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Valiente. por Maira

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El hecho de ser enviado por el Capitán General Miwa había constituido un honor. En cuánto llegara, luego de ordenar a los hombres que partieran de regreso a la costa, debía deshacerse del General Sakurai para así él mismo tomar su puesto. Dejaría de ser un simple coronel. Se autoproclamaría como uno de los siete generales que el ejército poseía. Sí, sería el Capitán General Ichiki Akihito y tendría a cargo una tropa.
La simple idea le otorgaba ánimos para recorrer el último tramo por tierra luego de haber tomado la tediosa ruta marítima del norte, que si bien era mucho más rápida ya que las aguas en aquellos confines eran más dóciles, las barcas mercantes se interponían en el camino tornando una completa pesadilla el navegar.

Era un alivio volver a pisar tierra firme luego de seis días en la mar. No le importaba en absoluto caminar, pues tenía mucho que pensar durante el camino. A sus espaldas, cuándo la hora de partir llegó, la escasa tropa bajo su mando le siguió completamente silenciosa.
Tenía las claras instrucciones impartidas de no generar revuelo, no degollar a nadie que le sacara de sus casillas y por sobre todo, no incendiar ni la más mísera construcción o ser viviente. El General Miwa había sido muy listo en cuánto a aquella condición, pues conocía muy bien su afición con respecto al fuego. Y sabía que tarde o temprano, si llegaba a romper alguna regla, se enteraría. Por lo que procuraría hacer bien su trabajo para que ningún chisme de mala caña llegara a sus oídos.

Extrañamente sólo tenía que liquidar a Sakurai. Nadie dijo nada acerca del traidor, ni del mocoso que lo comandaba. Le dispararía directo al corazón haciendo uso de su pistola de un tiro. Luego volvería de lo más campante por dónde había llegado; de vuelta a casa con un nuevo rango del que gozar. Las cosas nunca habían sido tan simples.
Luego de tantos años de esperar, finalmente el maldito ascenso había llegado. En vez de continuar formando parte de la tropa de Miwa, trabajarían hombro con hombro, incluso con Tora. Pensó en que de algo al menos había servido soportar durante tanto tiempo al engorroso teniente pisándole los talones a cada que tenía la oportunidad. Sabía que Tora siempre había intentado que mejorara como soldado, sin embargo había llevado su cordura hasta los peligrosos límites de la demencia en el proceso.
Para aliviar la tensión había recurrido al fuego, comenzando por quemarse las manos que había procurado cubrir con oscuros guantes de cuero. Pero cuándo el teniente Amano lo había descubierto, propinándole una poderosa paliza a modo de castigo, había tenido que recurrir a otras cosas… ni siquiera recordaba la primera vez que había rociado con aceite a alguien y le había prendido fuego. Sin embargo recordaba claramente un hecho: desde aquel entonces no había podido parar.

Les tomó un par de días y un par de noches atravesar el camino principal. Hubiera deseado recorrerlo a lomos de un caballo, pero el relieve en aquellas tierras era tan irregular que resultaba completamente imposible. De todos modos no estaba del todo mal aquello, pues no había enemigos al acecho que tuvieran que liquidar. No perdían en absoluto el tiempo.
Paraban tan sólo unas horas para descansar, acurrucados contra las roca sintiendo el frío viento que cruzaba aquella zona y bien las primeras luces asomaban, volvían a retomarlo.

Fue así que llegaron cuándo el Sol ya se encontraba bastante alto en el cielo. Entre los soldados no hubo ningún problema que tuviera que solucionar mandando a volar alguna cabeza, eso estaba muy bien ya que al menos durante aquella parte del tramo, había cumplido con las órdenes del general Miwa.

Pudo avistar los soldados aquí y allí en tiendas de campaña improvisadas, las que habían sobrevivido a la gran batalla que había dado lugar hacía poco más de tres semanas. Sono tenía razón al haber anunciado que los hombres de Miwa conformaban un número demasiado pequeño; él incluso pensaba que era deprimente.
Buscó por Atsushi entre los hombres que lo recibieron con un saludo militar y palabras de simple cortesía, pero allí el general no se encontraba. Un par de soldados se ofrecieron a guiarle a través de los jardines reales para ir en su busca, pues según le habían dicho, el general llevaba unas vacaciones bastante relajadas dentro del castillo.
Aki percibió la furia en su tono de voz, sabía que odiaban al general y podrían decir lo que fuere acerca de él. Aunque no le extrañaba que Sakurai no deseara contacto alguno con ellos puesto que eran personas bastante desagradables, comenzando por el hecho de comer cadáveres.

Esperó pacientemente a las puertas del castillo, no deseaba entrar ya que podría tener inconvenientes. Era mejor encontrarse al aire libre, en aquellos amplios jardines dónde podía moverse con total independencia. Por si acaso, posó la mano en el lugar de su cinturón dónde pendía la funda de la pistola, acariciando luego con dos dedos la pulida madera de la empuñadura.

Atsushi no tardó en presentarse haciendo gala de un uniforme limpio y perfectamente zurcido en las partes que se habían roto durante la batalla. Su gorra militar descansaba sobre su cabeza cubriéndole los ojos de la molesta luz del sol, de manera que el símbolo de su tropa justo al medio por encima de la visera resplandecía. Con un ademán de su mano, ordenó a los soldados que se retiraran antes de quedarse observándole un tendido tiempo.

-¿Dónde está Sono? ¿Por qué te han enviado a ti?- preguntó directamente, sin siquiera saludarle. Después de todo Aki era el único que no le había presentado sus respetos como rango inferior.

-Está ocupado- respondió secamente –tiene otros asuntos qué resolver. Pero… lo importante del tema es que he llegado para recoger a lo queda de la tropa del general Miwa… es un desastre lo que han hecho… cuándo los vea, se va a colocar furioso. ¿No cree?

-Me encargaré de darle una buena explicación. De todos modos el hecho de que Miwa enfurezca conmigo no creo que sea un asunto que te importe demasiado. Estás deseando que suceda algo que me perjudique. Siempre lo haces.

-Oh, no, no. ¿Cómo podría yo desear algo como eso? Claro que no, general –hizo alguna clase de extraño énfasis en la última palabra –imposible.

-Eres un maldito mocoso ponzoñoso, al igual que tu teniente- le espetó presionando ligeramente la mandíbula. Era verdad que el muchacho que tenía frente a sí, siempre le había colocado los nervios de punta con aquel tono despreciable que utilizaba al hablar. Aki no le agradaba en absoluto -¿Ya tienes todo preparado? Ordenaré a los soldados que levanten el campamento y partiremos –dichas sus palabras, se adelantó pasando por un lado del coronel.

Aki volteó para seguirle, atravesando las puertas abiertas de la muralla que hacía poco tiempo había comenzado a ser reparada. Ni siquiera se había percatado de que dos de los niños que habían estado con Atsushi, quién al ser solicitado les había dicho que esperaran en dónde se encontraban y no le siguieran, habían estado espiando toda la conversación. Con sus pequeños ojos fijos en el hombre, Ryoga se agazapaba junto a Kazuki guardando un silencio de muerte.

El general Sakurai se ubicó de pie frente al campamento, esperando a que los soldados finalizaran su saludo de rigor antes de impartir la orden de levantar el campamento, quienes estuvieran listos se formarían y comenzarían a recorrer el camino junto a Aki, pues él mismo tenía unos asuntos que resolver antes de partir. No demoraría demasiado.
De esa manera los hombres se movieron. Algunos ligeramente entusiasmados ya que la hora de volver a casa había llegado. Caminaban hacia todas las direcciones, recogiendo diversos objetos con los que se habían hecho en medio de la campaña.

El general los observó durante unos instantes para asegurarse que todos cumplían sus órdenes, pero más tarde, como si hubiera recordado lo que debía hacer se volvió hacia la puerta en busca de que Aki le siguiera.

-Tengo que hablar con alguien antes de partir- comenzó a explicarle mientras avanzaba, sin embargo momentos después se vio obligado a voltear nuevamente al notar que el joven muchacho no le seguía. Menuda sorpresa fue con la que se encontró, incluso se sobresaltó muy ligeramente al no haberse esperado una imagen como aquella: haciendo uso de la pistola de un tiro, Aki le apuntaba directamente al pecho -¿Qué diablos estás haciendo, mocoso?- le miró enfadado e incluso un poco indignado.

-Ah, general. Creo que olvidé mencionar un pequeño detalle acerca de todo esto… - estiró su brazo, posando la otra mano sobre la derecha con la que sostenía la empuñadura –usted no viene con nosotros. Yo mismo lo relevo de sus tareas- y dichas sus últimas palabras, disparó directamente al pecho del general.

El tiempo pareció detenerse en aquel sonido que generó un potente eco, el cual se expandió en todas las direcciones. Hasta las aves en los árboles cercanos abandonaron sus nidos huyendo despavoridas. El silencio que le siguió fue de muerte. Todos los soldados habían dejado de lado sus tareas y observaban lo que había sucedido. Pero más tarde, incluso sin que el propio coronel lo esperara, los hombres comenzaron a vitorear entre alegres exclamaciones.

-¡L-Le han herido!- gritó Ryoga que luchaba con Kazuki por liberarse para ir con el general.

-¡Basta! Puede que esté muerto, Ryoga. No hay nada que hacer… ¡Basta! Volvamos adentro…

-¡No! ¡No podemos dejarle allí! ¡No podemos dejar que muera, Kazuki!- las lágrimas habían comenzado a rodar por sus mejillas –por favor… ve… ¡Iré en busca de Anzi! Ve por Ryuutarou, ve al templo. ¡Por favor! ¡Por favor, Kazuki!

-¿Y qué ganaremos nosotros ayudándole, Ryoga? Ese hombre quería llevarse a Kei a otra tierra muy lejana- comentó sumamente receloso.

-¡Kazuki! No digas eso… Atsushi es… es un hombre muy bueno. No digas nada más acerca de él… ¡Iré por Anzi! ¡Ve al templo!- con suma urgencia, corrió hacia el interior del castillo en busca del mencionado. Por lo que su amigo no tuvo más remedio que suspirar e ir en busca de Ryuutarou. No le quedaba de otro remedio puesto que al ver la desesperación y las lágrimas de Ryoga, no podía resistirse a ayudarle. Además el templo no quedaba muy lejos.

Iría en busca de aquel muchacho con el que había trabado alguna clase de, aunque extraña, pequeña amistad. Se habían conocido hacía mucho tiempo en algún lugar entre los recovecos de la gran montaña, cuándo el capataz le había enviado por unas hierbas que el médico del rey necesitaba. El muchacho se encontraba casi en las mismas, buscando por unas flores específicas para ofrecer a la sagrada figura de uno de los tantos dioses que allí veneraban. Conversaron un tendido tiempo ayudándose mutuamente. No obstante más tarde el capataz le había impuesto un castigo severo al enterarse de que había estado con Ryuutarou.
El muchacho apenas unos años más grande que él, tenía la fama de ser un monstruo: conformaba el principal instrumento por medio del cual su abuelo, fundador del templo, exorcizaba los demonios que poseían a las gentes de aquellas tierras y los depositaba en su cuerpo. Según las palabras del hombre, su nieto no sufría más que aislados ataques en los que su cuerpo se sacudía lanzando una blanca espuma por la boca que de acuerdo con sus creencias, eran el perfecto mecanismo que el alma del muchacho utilizaba para purificar el corrompido cuerpo.
Kazuki también estaba enterado de un par de tenebrosas cosas, de las cuales incluso Otogi solía hablar. Sin embargo cualquier cosa que aliviara el dolor de Ryoga serviría, incluso si el general se veía obligado a hacer un pacto con el demonio para sobrevivir. Su mente de niño de ocho años no le permitía pensar en el espectro que abarcaba aquel hecho. Para él estaba bien, aunque diera un poco de miedo.

Ryoga había encontrado a Anzi en la sala de armas. Éste había estado revisando los diversos sables expuestos en vitrinas cuándo el menor había acudido completamente desesperado a él, con lágrimas enormes recorriéndole las mejillas y cayendo al suelo bajo el pequeño sonido característico que una gota de agua produce al estrellarse contra una superficie plana.

-¿Qué sucede, pequeño?- preguntó éste, colocándose en cuclillas para verle el rostro. Instintivamente le quitó las lágrimas con los pulgares.

-U-Un hombre vino. Un militar como Atsushi. Y… le disparó- dichas sus palabras, se echó a llorar con más fuerza -¡No quiero que muera, Anzi!

-¿Qué un militar le disparó a Atsushi?- preguntó sumamente extrañado el castaño -¿Cuándo sucedió eso? ¿Por qué estabas mirando? Ven aquí, pequeño- de repente por alguna razón había comenzado a pensar, quizá en medio de alguna clase de paranoia, que el monstruo Miwa se había trasladado hasta aquellas tierras. A pesar de que incluso fuera algo imposible. Cargó al menor sosteniéndolo contra su lado izquierdo mientras éste le echaba los pequeños bracitos al cuello, rodeándole su fuerte torso con las delgadas piernas –vamos a ver qué ha sucedido. ¿En dónde está Atsushi?

-Pasando las puertas de la muralla- respondió éste sorbiéndose la nariz -¡Rápido, Anzi!

-Ya vamos, ya vamos…- le tranquilizó el castaño. No podía dejar de pensar en quién sería el que había disparado a Atsushi. Su mente se precipitaba entre idea e idea sin llegar a una conclusión lógica o exacta. Era algo completamente impensable que un miembro del ejército fuera capaz de dispararle a un Capitán General sin recibir él mismo la pena de muerte. Por lo que, a menos que fuera un impostor, un mercenario disfrazado de militar o el mismo monstruo Miwa, no había nadie que pudiera ejecutar un crimen de esa manera sin salir airoso. Procuró espiar con sumo cuidado la situación, el pequeño se aferraba fuertemente a su cuerpo guardando silencio.

La tropa del monstruo Miwa se alejaba por el camino principal en una formación perfecta. Quién los dirigía debía de estar a la cabeza. Si no les habían buscado o invadido el castillo, era porque realmente no estaban interesados en él y Zin o quizá mucho más adelante les esperara algo peor. Tal cuál había dicho el pequeño, Sakurai permanecía tendido en el suelo. La posición de su cuerpo era algo extraña, cómo si el impacto le hubiera arrojado sobre la tierra. A unos centímetros de distancia, la gorra militar yacía abandonada.

Anzi esperó a que la última fila de soldados se perdiera de vista para acercarse. Bajó al pequeño quién automáticamente se colocó de rodillas a un lado del hombre. La bala había perforado sólo un lado del cuerpo y seguramente se hubiera incrustado en su corazón ya que si bien estaba muerto, la sangre había estado manando únicamente a través de la herida del pecho. Escuchó al pequeño llorar mientras con sus pequeños puños estrujaba el uniforme del muerto. Luego cuándo notó que éste se colocaba de pie e intentaba jalar de uno de los rígidos brazos para arrastrarlo, le detuvo.

-¡Tenemos que llevarlo al castillo! ¡Tenemos que recostarlo en una de las habitaciones!

-No, pequeño. Está muerto- le explicó Anzi haciendo acopio de toda su paciencia –debemos preparar una hoguera.

-¡No! ¡Kazuki fue en busca de Ryuu! ¡No tardará en llegar! ¡Tenemos que llevarlo a una habitación, Anzi!

-¿Quién es Ryuu? No, peque. No podemos llevarlo al interior del castillo. Está muy sucio de sangre, de porquerías. ¿Sabías que el cuerpo cuándo muere vacía los intestinos y la vejiga? Es horrendo, no podemos llevarlo dentro.

-¡Por favor! Ryuu le ayudará. ¡Anzi! ¡Pronto!

-Te he preguntado quién demonios es Ryuu, Ryoga…- al ver la expresión del pequeño, no pudo evitar soltar un bufido –de acuerdo, pero no lo meteremos en una habitación. Llevémoslo a los corrales, allí hay un pequeño lugar dónde se mete a las cabras en invierno, ¿Cierto?

-¡Sí, así es!- respondió entusiasmado el pequeño y corrió a tomar los pies del muerto.

-De acuerdo, a la cuenta de tres- murmuró el castaño sin poder creerse lo que estaba haciendo. De esa manera ambos transportaron el cadáver hasta los corrales, haciendo caso omiso de los niños que de vez en cuando les lanzaban una curiosa mirada, al igual que los sirvientes que hacían sus labores al aire libre. Casi llegando se toparon con Kazuki quién iba acompañado de un muchacho que tendría aproximadamente la edad de Hiro. Seguramente aquel fuera el tal Ryuu, pensó Anzi.

El muchacho se presentó respetuosamente ante el castaño, luego pidiendo que colocaran el cadáver sobre un montículo de paja que había en una de las esquinas del lugar. Entre los tres, Kazuki, Ryoga y Anzi, lo llevaron hasta allí. Luego el muchacho pidió que nadie le interrumpiera, pasara lo que pasara y que si acaso Ryoga se asustaba, que lo sacaran de allí.

El castaño frunció el entrecejo, viendo de manera sospechosa al muchacho quién vestía una blanca túnica que le llegaba a los talones. Eran las ropas propias de quienes habitaban en los templos, él mismo lo había presenciado hacía días atrás ante una disputa entre Zin y un par de aquellos hombres.

Tomó los hombros de Ryoga quién le llegaba a la escasa altura de la cintura, sin quitar los ojos del muchacho que se colocaba de rodillas a un lado del cadáver. Escuchó las palabras que decía en alguna clase de dialecto desconocido para él, no le estaba gustando para nada la situación que se estaba desarrollando. Lo comprobó cuándo alguna especie de corriente de aire les rodeó en aquel cerrado lugar. Un susurro parecía atravesarles los oídos, proveniente de alguna parte o quizá de aquella misma ventisca. Era una voz perturbadora, incluso la piel se le erizó.

Apretó los hombros del pequeño cuándo el muchacho llamado Ryuutarou comenzó a sacudirse. Los ojos se le habían vuelto hacia atrás mostrando un brillante color blanco, sin embargo él parecía más asustado que los pequeños. El susurro se volvió más fuerte, se le unieron más voces y la corriente que los envolvía se tornó más violenta. Hasta que finalmente con una inhalación sumamente ruidosa por parte del chico de la túnica, todo volvió a la calma repentinamente.

Sintió la manera en la que Ryoga se colocaba tenso al contemplar el color de los ojos del muchacho, uno pardo casi rojizo totalmente anormal. Incluso la composición del rostro se había tornado completamente diferente, el mismo se había alargado, las mejillas se habían hundido y los pómulos aparecían más prominentes. No sabía cuándo el cambio se había producido. Los dientes parecían ser mucho más afilados de lo normal, lo comprobó cuándo se volvió hacia ellos esbozándoles una macabra sonrisa.

-S-Salgan de aquí. Kazuki, llévatelo- murmuró en cuánto escuchó la voz de aquella criatura dirigiéndose al muerto, le había posado una mano justo sobre la herida del pecho. Era una voz profunda, ronca, impropia de un muchacho de su edad. Pero lo que más le había perturbado del asunto era que aquella cosa, lo que en ese momento fuere, estaba hablando en el dialecto del desierto.

-No nos hará daño. Lo he visto hacer esto antes- respondió Kazuki en el mismo tono bajo –sólo no tenemos que molestarle ni gritar.

-Esto es una locura. El chico está poseído por alguna entidad del desierto. Es peligroso…- al sentir las pequeñas manos de Ryoga posarse sobre las suyas, de alguna manera logró tranquilizarse un poco –no creo que se trate de nada bueno.

-Shh… silencio, Anzi- le rogó el menor que permanecía a su lado –sólo observa.

Y así lo hizo. Observó la locura que se desarrollaba justo frente a sus ojos. Luego de varias frases pronunciadas lentamente, notó cómo poco a poco el muchacho poseído acercaba su rostro al del cadáver, la mano sobre la herida había comenzado a crisparse. Su terror se avivó cuándo alguna clase de fino hilo de humo salió a través de los labios de Atsushi, aquella bestia parecía absorberlo. Pronto la bala, que cómo había supuesto, se había incrustado profundamente en el corazón del hombre, fue extraída con facilidad y asombrosamente la herida poco a poco se cerraba. El general abrió los ojos incorporándose bruscamente en busca de una bocanada de aire. Pero el poseído lo tomó con ambas manos por el rostro, pronunciando unas cuantas palabras más a las que completamente aterrorizado, Sakurai asintió.

Momentos más tarde el muchacho se desplomó sobre la paja, comenzando a convulsionar violentamente mientras una abundante cantidad de espuma escapaba a través de su boca abierta.

-¡Ya terminó!- gritó Kazuki apresurándose a ayudarlo.

Anzi se quedó viendo fijamente al pelinegro quién le devolvía la mirada con la misma expresión de terror que quizá él mismo tenía. Pues acababa de volver a la vida intacto, tal cual nunca nada le hubiera sucedido. La condición impuesta por el demonio del desierto había sido un sacrificio al año durante esa misma fecha, la sangre de una virgen muchacha siendo derramada en las alturas de la gran montaña. 

Notas finales:

Buenas ouo/~

¿Cómo va? Pues yo aquí u3u!!! Trayendo nuevo capi para ustedes.

Siento que me ha quedado un poco rápido owoU pero a partir del capi que subiré a mitad de semana, ya habrá un adelanto en el tiempo uwu~ unos cuántos años. 

Espero que les haya gustado o3o tenemos a Ryuutarou de Plastic Tree que aparecerá unas veces más porque será necesario con sus extraños poderes eue xD 

Ehm uwu pues, eso. Les voy a contar de manera random que estoy escribiendo una pequeña novela de aproximadamente unas cien páginas. Puede que el mes que viene vea la luz eue~ pero para eso falta mucho y necesito trabajarlo demasiado. 

Creo que me estoy olvidando de algo acerca del fic owoU hum, que raro. Cualquier cosa me lo dicen porque en éste momento tengo la cabeza bloqueada (?

Ya eso uwu nos estamos leyendo en la próxima actu. Gracias por leer y a los que comentan u3u~ besines.


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