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Valiente. por Maira

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Notas del capitulo:

Buenas ouo para evitar confusiones, aclararé que el Aki mencionado en este capi es el de Sadie. 

Pocos días después de su noveno cumpleaños, sus madres decidieron que ya era hora de volver a la capital. Se alojaban en una bonita casa de verano ubicada en las afueras perteneciente al capitán Amano, repleta de flores frescas, muebles con decoración ostentosa y amplios espacios tal cual a las mujeres les gustaba.
A él le daban igual los lujos, la vista que ofrecían las numerosas ventanas o los materiales con los que estuvieran elaboradas las cortinas que su madre tanto adoraba.

Se divertía con Aki entre largos paseos a los que la servidumbre insistía en acompañarles, juegos de lucha en los que utilizaban espadas de madera o carreras a través del campo hasta llegar a las orillas del río para arrojarse a sus frías aguas sin que nadie les viera. Sin embargo, aquellos días llegaron a su fin desde el preciso instante en que las mujeres decidieron volver. Pues parecían estar cansadas de la ardua tarea de bordar a diario mientras conversaban y observaban el paisaje o de tomar el té en la amplia galería. Personalmente él no las comprendía.

Corrían las últimas horas de su estancia. Se habían escurrido por la puerta trasera para poder visitar una última vez las orillas del río. Hasta el siguiente año no regresarían y durante el transcurso de las estaciones, él extrañaría mucho la pequeña libertad que siempre el campo le otorgaba bajo la ardiente luz del sol.

Se desnudaron sin preocuparse por ser vistos, es que nadie además de los sirvientes podrían rondar por aquellos solitarios lares. A continuación se arrojaron entre risas a las aguas que de tan frías pronto sus uñas se colocaron moradas, a pesar de que en el ambiente el calor no diera tregua.
Mizuki se sumergió para humedecerse el cabello, la corriente que en su contra fluyó y le acarició el cuerpo resultó agradable, le hizo cosquillas. El fondo de piedrecillas entremezcladas con gruesa arena le hacía resbalar sin poder mantenerse mucho tiempo en pie.

─¿Qué harás este año? Mi padre desea que comience a frecuentar los cuarteles, creo que quiere que aprenda a utilizar las armas comunes a todos los soldados y no voy a defraudarlo ─comentó Aki. Se dejó llevar por la corriente mientras al flotar de espaldas fue incapaz de desviar los ojos del espectacular cielo completamente despejado─. Mizuki… ¿Si te cuento un secreto no se lo dirás a nadie?

─Guardaré tu secreto ─respondió el muchacho─, porque eso es lo que hacen los amigos.

─Tengo ocho años. A mí no me gusta el ejército. Cuando crezca, quiero ser algo más que un soldado ─volteó para llegar a brazadas hasta Mizuki el cual lo miró extrañado─; pero mi padre no lo va a permitir, siempre me castiga para que haga lo que él quiere.

─Nuestros padres son hombres importantes. Algún día vamos a ser adultos y rendirles honores como se debe ─la verdad era que tampoco quería pensar en eso─. Seremos su mano derecha, nos casaremos con chicas de familia adinerada, tendremos muchos hijos varones que hagan lo mismo que nosotros.

─Pero yo no quiero nada eso, Mizuki ─en su expresión apareció un cierto deje de tristeza que su amigo pudo notar. Aki era un niño muy transparente, cada una de sus emociones solía verse reflejada en su rostro ─. No quiero casarme con una chica. Quiero vivir la vida de los hombres del desierto. ¿No crees que las historias de los mercaderes acerca del esos lugares son interesantes? Hombres libres que no se casan, que viven felices trabajando o luchando por defender sus tierras. Hombres que… están con otros hombres en vez de con mujeres. ¿No te da curiosidad eso, Mizu?

─¿Hombres con… otros hombres? ─inquirió entre la intriga y la vergüenza. En su mente no cabía la posibilidad de que eso fuera cierto─. No inventes cosas, Aki.

─No estoy inventándome nada. Todo eso es cierto. Son hombres que están con otros hombres como si fueran sus esposas ─se despejó de la frente los cabellos húmedos que tenía adheridos─. Son chicos que…  

─¿Que…? ─le incitó a continuar la frase a la vez que ya comenzaba a sentir las mejillas muy calientes. Pronto notó lo incómodo de la cercanía del cuerpo de Aki, una de sus manos se sumergió en el agua y le tocó aquellas partes que estaban estrictamente prohibidas. Eso estaba mal, muy mal. Al instante dio un respingo, se apartó con el entrecejo fruncido y miró completamente atónito a su amigo.

─¿Qué sucede, Mizu? ─le preguntó en medio de un gesto extrañado─ ¿No te gusta? ¿De verdad no te da curiosidad? A mí me gusta cuando juego con lo que tengo abajo, se siente bien. Aunque no sé si sea algo bueno… mamá siempre dice que no debo tocar allí.  

─N-No. No hay que tocar allí. Ya tengo frío, Aki. Voy a salir ─respondió nervioso. Tenía miedo así que se apresuró a ir en busca de su ropa. Se vistió en silencio y las prendas se le adhirieron al cuerpo húmedo, Aki no dejó de observarlo muy atento en todo el proceso─. Bueno, mamá ya debe estar buscándome. ¡Nos vemos luego!

─¿Quieres que vaya contigo? La mía también debe estar buscándome ─le preguntó antes de comenzar a dirigirse hacia la orilla.

─¡No es necesario! Puedes quedarte aquí un poco más, yo le avisaré ─sin más preámbulos echó a correr con el corazón casi desbocado, sin querer escuchar a Aki quién le pidió a gritos que esperara por él. Lo hizo hasta que el sonido del río quedó muy atrás y para su alivio la casa se recortó contra el horizonte. De repente se sintió muy extraño ya que nunca le había sucedido algo así, unas imperiosas ganas de llorar le invadieron y el miedo presionó contra su pecho. No le dijo nada a su madre acerca de lo que allí en el río tuvo lugar, incluso luego de que ella le preguntó si se encontraba bien. Tampoco quiso que Aki se enfadara si su madre o aún peor, su padre le propinara un castigo. El general Amano era muy severo con respecto a la crianza de su hijo. Pero por sobre todo no quería perder la amistad de Aki, pues tal vez ese hubiera sido un hecho aislado del que al poco tiempo se olvidarían. Ese día, Mizuki guardó más de un secreto.

Al otro lado de las montañas, a través de la ardiente arena avanzaban. Tanto madre como hija llevaban cubiertos los largos cabellos por un liviano velo blanco que las protegía de las inclemencias del Dios Sol. Ella no los tenía del color de la arena o el oro como su madre, pues según sus propias palabras, había heredado el color castaño de los cabellos de su padre. Por supuesto, no conocía a su progenitor.
La misión asignada era la de transportar el encargo que el jefe de la tribu más cercana había hecho, consistente en tres alfombras de fino diseño. Su madre trabajaba para el más popular fabricante de tejidos del desierto, mientras que ella muchas veces le ayudaba en los momentos que tenía libres.

Desde muy pequeña fue instruida en las artes de la guerra, al igual que su hermano Hakuei. Los toscos hombres de aquellos lares siempre estaban dispuestos a transmitirle sus secretos de batalla a quienes realmente quisiera aprenderlos, a pesar de que el precio de la lealtad fuera bastante elevado una vez el trato hecho. El tatuaje de una azabache estrella que le delataba como miembro del grupo guerrero aparecía en la piel de su espalda, justo debajo de su pequeño hombro izquierdo. Así lo había querido su madre, también su padre y ella misma.

Avistaron las tiendas de la tribu pasado el mediodía, con sus altos y gruesos mástiles capaces de soportar cualquier tipo de tormenta de arena. Desde esa distancia se asemejaban a pequeños triángulos capaces de ser tomados entre los dedos índice y pulgar. Muy a pesar de su infantil curiosidad, nunca había ingresado a una.

El grito de su madre la tomó por sorpresa, el grueso volumen conformado por las alfombras enrolladas cayó sobre la arena con un sonido seco. No tuvo idea de lo que había pasado hasta que se acercó lo suficiente para observar su tobillo. A una corta distancia, un escorpión se alejó y volvió a enterrarse en la arena.

Fue inútil intentar ayudarla. La tribu estaba demasiado lejos como para correr en busca de un médico. El veneno se esparcía por el cuerpo de su madre y ésta le pedía desesperadamente que la escuchara. Le dijo que tuviera cuidado, que se volviera una mujer fuerte y cuando llegara el momento, viajara en busca de su padre. Ella la escuchaba arrodillada a su lado mientras le tomaba el rostro, las lágrimas resbalaban por sus mejillas sin parar. La picadura se había hinchado hasta tomar proporciones increíbles a la vez que la respiración se tornaba cada vez más rápida y su piel tomaba una extraña coloración morada.

─No quiero que te mueras ─llorisqueó a pesar de que su petición era imposible de cumplir. Debido a la expresión de su rostro, supo que su madre sufría de intensos dolores─. No quiero, mamá.

─¿Qué es lo que… siempre dice el dios de la muerte, hija? ─le preguntó con apenas un hilo de voz. Intentó alzar la mano para acariciarle la abundante cabellera castaña pero no pudo.

─La muerte es un impuesto que pende sobre nuestras cabezas, y no hay otra salida que pagarlo ─repitió las enseñanzas al pie de la letra. Su madre asintió suave, le dirigió una mirada quizá ya sin mirar. Y momentos más tarde, luego de una ligera convulsión finalmente dejó escapar su último suspiro.


Aunque bonita, la del desierto era una capital muy peligrosa. Transitaba por las calles cauteloso, con la mano posada sobre el mango del sable curvo hecho a su medida. Para su edad tenía una altura considerable, claramente podría pasar por un muchacho de unos doce o trece, a pesar de tener diez años. Su madre era la encargada del burdel más reconocido en aquellas áridas tierras. Vivían allí junto a su hermana y su 'tía'. Desde que eran muy pequeños ella se encargó de que conocieran la historia de su origen a la perfección, pues vivir de la mentira era considerado un gran dhanb, un pecado. Sin embargo él no sentía curiosidad alguna acerca de su padre, las tierras en las que había nacido o sus ancestros por parte de ambos progenitores.

Como todos, creía en los diversos dioses del desierto. Le inspiraba una gran admiración el dios guerrero, al cual con frecuencia solía dejar ofrendas de especias o incienso fabricado con sus propias manos. Le gustaban las armas, la lucha, el poder. Su sueño era convertirse en un Ho Elam, un guerrero capaz de comandar los ejércitos de todas las tribus. Muchas veces daba rienda suelta a su imaginación y se veía a sí mismo como un adulto, con la piel de su pecho adornada por el símbolo de los grandes guerreros: las golondrinas gemelas a punto de alzar vuelo.  

A pesar de ser un niño, ya poseía pequeños tatuajes que contaban la historia de las batallas en las que había participado.

El tatuarse era un proceso doloroso al que solían someterse las gentes, pues el único método de grabar los delicados dibujos en la piel, era a través de una tabla no más extensa que la mano de un hombre en cuyo extremo una filosa aguja aparecía incrustada. La tinta, producto de una mezcla de diversos tipos de plantas que crecían en las zonas cerca del mar, se aplicaba mediante golpes con una roca redonda.
Tantos los hombres como las mujeres se tatuaban; sin embargo existían guerreros que a pesar de sus numerosas batallas, jamás lo hacían.

Ese día tenía que ir en busca del médico encargado de asistir los partos de las prostitutas, el hijo bastardo de una de las tantas muchachas que trabajaban en el burdel estaba a punto de nacer. Cuándo por fin llegó a la casa del susodicho, golpeó la puerta tres veces. Enseguida avisó al hombre quién se preparó para salir y se esfumó de su campo visual. El sujeto era muy molesto a su parecer, a pesar de ser buen médico.

Se escurrió a través del mercado dispuesto en un angosto callejón, luego dio un par de vueltas por la galería. Atravesó una calle un poco más ancha por la que varias carretas transitaban y de una de las mismas, robó una jugosa pera. Enseguida corrió mientras de a mordiscos poco a poco la fruta desapareció, no era la primera vez que se metía en problemas con los mercaderes.
Para cuando llegó a uno de los túneles que conectaban un lado de la ciudad con otro, se detuvo muy cansado a por un respiro. Allí sin siquiera esperárselo, una mano le cubrió los labios y alguien comenzó a arrastrarlo rápidamente hacia una de las oscuras construcciones dispuestas a los lados. Esa zona siempre se había caracterizado por ser un hervidero de maleantes así que poco le extrañó lo que sucedía.

Lo supo al siguiente instante de notar los tatuajes en sus antebrazos. El hombre era un ladrón, un violador y para colmo, tenía la fama de vender niños esclavos a los amos de las tierras dispuestas al sur, más allá de las montañas. Lo golpeó con su codo en un intento de liberarse, pero éste simplemente se dobló sobre su tronco sin soltarle. Forcejearon largos momentos en los que todo objeto dispuesto a su merced cayó al suelo, hasta que por fin el extraño tropezó con una piedra que se había desprendido de una de las paredes y cayó al suelo.
Era el momento preciso para atacar. Pero en vez de utilizar su sable curvo, tanto con nerviosismo como con furia tomó la piedra y golpeó al hombre en el rostro de toscos rasgos. Ante el impacto el mismo se quejó y dos gruesos hilos de sangre se escurrieron desde la nariz por sus mejillas a la par que uno de sus ojos se colocó rojo, también creyó haberle roto un par de dientes. Pero bastaron dos golpes más para destrozarle por completo la cara, cuatro para borrarla de su cráneo y uno último; el definitivo, para finalmente sentirse seguro de que no volvería a moverse. Se retiró una vez hubo recuperado el aliento, con la pegajosa sangre ajena entre los dedos.

El torso desnudo que nunca cubría debido al calor se había ensuciado, sus pantalones blancos de algodón también. Seguramente en cuanto llegara al burdel su madre le regañaría un poco.

 

Al anochecer el carruaje llegó a la ciudad. Yusuke los recibió en la puerta de la mansión con un cordial saludo y les ayudó a bajar tanto a su madre como a él mientras otros sirvientes se encargaron de descargar el equipaje que les correspondía, aquel de la segunda carreta que les escoltó hasta allí. Pues los sirvientes y los amos nunca compartían el espacio a la hora de viajar.

Mizuki tomó la mano de Yusuke para que éste le guiara al interior de la casa. El hombre era su niñero, lo quería muchísimo.

De acuerdo a las instrucciones impartidas por su señora madre, lo primero que debía hacer era tomar un baño. Luego tendría que estudiar las lecciones que la maestra le había encargado antes de sus vacaciones, esas molestas de filosofía que para le iban a servir en la vida. Por último pero no más tedioso, esperar a que su señor padre llegara para cenar junto a su madre.

Enseguida se pusieron manos a la obra. El agua de la tina de hierro estaba caliente y le dio un poco de sueño. Así mientras le relató perezosamente todo lo que había hecho, Yusuke le limpió el cuerpo y el cabello con mucho esmero. Al momento en que éste con la delicadeza que le caracterizaba limpió sus partes pudendas, se colocó un poco nervioso. Pero aquel era Yusuke, no Aki. Su niñero sería incapaz de hacerle algo con esas intenciones. Negó con su cabeza cuándo le preguntó si algo iba mal, no quiso revelarle aquel secreto.

Se colocó prendas limpias, casi nuevas. Se secó el cabello que luego su niñero peinó. Más tarde mientras el mismo con ayuda de otro muchacho se llevaban dificultosamente la tina para descargarla en el jardín trasero, se colocó a repasar las tediosas lecciones de filosofía.

Absolutamente todo acerca del tema se le hacía aburrido. Desde las intrincadas frases sin sentido que sus ojos recorrían hasta los diversos nombres complicados o aún peor, las páginas enteras carentes de ilustraciones. Era muy malo para estudiar, de hecho aprender a leer le había costado horrores. Varias veces estuvo a punto de quedarse dormido sobre la mesa. Pero repentinamente soltó una carcajada que lo despabiló ante una inesperada visita: Garras, el pequeño gato gris que tenía a escondidas de sus padres.

El felino se restregó contra su cara, luego se echó sobre el libro abierto y se estiró para enseñarle la suave barriga a la que él acarició un par de veces antes de que su mano se viera atrapada juguetonamente. El ronroneo de su gato lo hacía feliz, lo había extrañado muchísimo. Le quitó un par de restos de comida que tenía adheridos a los bigotes, seguramente la cocinera le había dado de comer poco tiempo atrás. Y ante una alegre voltereta que le hizo soltar una nueva risa, lo tomó para abrazarlo, le besó con ternura la pequeña cabecita.

Un insecto nocturno se coló a través de la ventana abierta, revoloteó por la habitación y Garras se lanzó en su busca. A Mizuki el hecho le produjo más carcajadas que solo pudo calmar cuando el gato saltó hacia el exterior desde el marco de la ventana. ¿Cómo podría continuar con las lecciones luego de aquel momento? Se lanzó a la carrera a través de los pasillos, algunos sirvientes lo escrutaron muy curiosos pero ninguno lo detuvo. Cruzó a toda velocidad la sala, la cocina y por fin cuándo llegó al jardín, se topó con el minino que disfrutaba de una cena extra a costillas del insecto que había cazado.

Le acarició el lomo bajo una nueva risotada. Garras se restregó contra sus rodillas y maulló. Volvió a tomarlo en brazos, lo apretujó y hundió la nariz en su pelaje. Pero repentinamente al notar que alguien se acercaba, se sobresaltó.

Bajo las luces de las antorchas exteriores, la figura de su padre avanzó a pasos agigantados hacia él. En su felino rostro no aparecía un ápice de bondad. Aquella noche lo notó especialmente enfadado y ya suponía por qué. Un gemido de miedo se le escapó, apretó a Garras contra su pecho en un inútil afán de protegerlo. Pero el general Miwa se lo arrancó de entre los brazos.

─¡Por favor, no! ─gritó inútilmente puesto que era imposible que su padre cediera ante tal pedido. Tenía prohibido tener animales, lo sabía muy bien.

─Me has desobedecido, maldito mocoso. Te lo advertí. ¡Te dije que no iba a tolerar ni una condenada bola de pelos en esta casa! ¿Crees que soy imbécil? ¿Crees que no me iba a enterar tarde o temprano? Soy tu padre, tienes que hacer todo lo que te diga ─le espetó a su hijo mientras el pequeño animal se retorcía aterrado al intentar liberarse. La verdad era que no quería que su hijo creciera con un carácter débil, por lo tanto jamás le proporcionaría una mascota que lo volviera blando. Tomó el cuchillo de la funda en su cinturón y desgarró la garganta del animal que murió a los pocos segundos, luego arrojó el cuerpo contra el pecho del mocoso quien lo recibió─. Y no quiero que derrames una sola lágrima. Los hombres no lloran. Si me enterara de que has estado llorando, voy a castigarte. Entra pronto que servirán la cena ─dichas sus palabras, se retiró con intenciones de ir a lavarse las manos, cenar y continuar con todo lo que aún debía hacer. Pero la verdad era que necesitaba una copa con urgencia, la cabeza le había comenzado a doler.

El pequeño apretó contra su pecho el cuerpo de Garras que aún estaba caliente. Su pequeño gato al que tanto cariño le había tomado se había ido para siempre. La sangre le ensució las ropas pero ese hecho no le importó en absoluto. Sus puños apretaron el suave pelaje gris mientras inevitablemente las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Fue un llanto silencioso, su rostro se contrajo en una dolorosa mueca hasta pensar que las sienes le iban a estallar, pues temió que su padre pudiera surgir de algún oscuro rincón y le castigara.
Esa noche no se presentó a cenar. Se escondió en un lugar dónde nadie le pudiera encontrar, ni siquiera Yusuke y lloró hasta que por fin se quedó dormido. 

Notas finales:

Ahora sí ouo~~ holo~

Hoy subiré rapidito uwu espero que les haya gustado el capi.

Los personajes aquí son: 

Mizuki y Aki de Sadie
Hakuei el papasito rico eue xDD (Penicillin para que tengan la referencia) 
Miko de Exist Trace

Y creo que no me olvidé de nadie eue

Tengo que anunciar que posiblemente me esté mudando a vivir sola y no tenga internet u3u la probabilidad es alta aunque aún no está decidido. La cosa es que al no tener net, me iré con el pc a un café o mediante un pendrive me meteré en el pc de algun ciber para no dejarles con la historia colgada a quienes la siguen uwu porque es feo que te corten una historia que estás leyendo. 

Y pues o3o eso~

Gracias a los que leen, a los que comentan, a los que recomiendan; etc ouo/ 

Besines a todos, nos vemos en el próximo capi uwu


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