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Valiente. por Maira

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Durante los días que le siguieron a la llegada de dos de los muchachos del fuerte con Manabu a cuestas sobre una blanca sábana de lino, abandonó los libros y se dedicó a atender las heridas de su hermano de crianza; cuyas suturas fueron las primeras que realizó bajo la severa supervisión del anciano médico, colocó paños húmedos en su frente y le proporcionó cocciones de hierbas para bajar la fiebre, lo alimentó con nutritivos caldos en los momentos que parecía recuperar la conciencia. No se separó de su lado un solo instante, hizo todo lo posible para que su salud no decayera y tuviera una recuperación rápida. Solo restaba esperar, ser constante.

Se encontraban solos en la habitación, él sentado al borde de la cama. Acarició los cabellos de su paciente que sumido en un profundo sueño, ni siquiera se percató de aquello. ¿Qué sería de él si sobrevivía? La pérdida de sangre había sido grave; pero lo que realmente le importaba a Kei, era la clase de secuelas psicológicas que pudieran traer la derrota. Además, portaría una enorme cicatriz en el rostro, dueña de amargos recuerdos.

De repente temió que sus cuidados no bastaran. Poco a poco se recostó muy suavemente y posó la cabeza en su pecho con intenciones de escuchar su corazón. Mientras las vendas le hicieron cosquillas en el pómulo, contó los latidos tal cual su tutor le había enseñado. A pesar de las diferencias de edad, el cuerpo de Manabu era solo un tanto más grande que el suyo.

Llevó sus ojos hacia la puerta al escuchar que alguien la abría, momentos más tarde Zin se asomó. Él le dedicó una suave sonrisa, se incorporó para recibir su cálido abrazo una vez llegó hasta el lecho, le tomó las manos cuando sus cuerpos se separaron y las presionó. Tenía las palmas calientes, un poco ásperas.

─¿Está dormido? ─preguntó el rubio en voz baja mientras le acariciaba las pequeñas manos con los pulgares.

─Así es ─respondió y apenas alzó la vista ya que su padre no era mucho más alto que él─. Hace mucho tiempo ya que se quedó dormido. Puede que en cualquier momento despierte de nuevo… mientras está despierto y la fiebre le sube, dice cosas muy feas.

─¿Cosas muy feas? ¿Qué tipo de cosas feas? ─alzó una de las manos del pequeño y la examinó minuciosamente para ver si tenía alguna herida de la aguja que días atrás utilizó para suturar, pues no estuvo de acuerdo en ningún momento con que Kei manipulara el instrumento.

─Cosas feas. Dice que tengamos cuidado, que invaden por las costas ─hizo una pausa mientras intentaba recordar algo más─, que el hombre va a incendiarlo todo. No sé a cuál hombre se refiera, papi.

─Solamente son delirios por la fiebre. No le hagas mucho caso, mi amor ─le besó los nudillos antes de soltarle las manos. Kei era pequeño, no tenía por qué enterarse de ciertas cosas aún─. ¿Necesitas que te traigan algo? ¿Tal vez comida para ti? No quiero que te enfermes por andar salteándote las comidas, Kei. Ya sabes que tienes que…

─Estoy bien ─le tranquilizó y esbozó una sonrisa para evitar que el cansancio se le notara. De todos modos, él no se iba a mover de allí ni aunque Anzi viniera y se lo cargara al hombro para llevárselo a dormir─, no te preocupes por nada. Si llegara a sentirme mal, me recostaría a un lado de Manabu. Hay mucho espacio en la cama, es grande.

─De acuerdo, bebé. Pero intenta no desvelarte mucho. Dile a Manabu que lo quiero y que todos estamos esperando a que se recupere. Ten cuidado con no quedarte dormido sin cubrirte. Solamente pasaba a mirar.

─Se lo diré. Ve con cuidado ─respondió y se dejó mimar por el rubio.

─Te quiero mucho, pequeño. Estoy orgulloso del trabajo que estás haciendo ─sin querer realmente hacerlo, lo soltó. Le dio un último beso en la frente, se inclinó sobre Manabu e hizo lo mismo. Se retiró con un montón de preocupaciones nuevas acerca del tema. Mientras cerraba la puerta del dormitorio, pensó en que debía buscar a Anzi.

Ryoga se encontraba sentado sobre uno de los tantos anchos alfeizares de las ventanas distribuidas a lo largo del pasillo. En el castillo abundaban las ventanas sin cristales, por lo tanto esa clase de lugares eran utilizados con fines de descansar en los momentos libres o simplemente reflexionar mientras se observaba el exterior. Durante las noches el viento soplaba insistente, como una caricia proporcionada por invisibles manos.

Alzó los ojos hacia el cielo y lo observó detenidamente, esa noche se encontraba tan despejado que sirvió a la perfección para poner en práctica lo que Atsushi le había enseñado. A pesar de que hubiera comentado que no serviría de mucho ni se trataba de un método confiable, a él le agradaba y quería aprender a sacarle provecho. Pensó en que cuando fuera capaz de reconocer todos los signos de los que antes le había hablado, los pondría en práctica por medio de una excursión nocturna, pues no había manera de perderse en aquellas tierras que tan bien conocía. Recogió las rodillas hasta juntarlas a su pecho, por último alzó su mano y con su dedo índice intentó dibujar las formas que no coincidían en absoluto.

─Estás haciéndolo mal. Desde aquí no se puede avistar la Osa Mayor, mocoso tonto ─el pelinegro, quién al encontrar tan distraído a Ryoga en la tarea de encontrar el Norte pasó inadvertido hasta ese momento, se recargó contra una de las columnas─. Te llevaré a las zonas rocosas para que la veas. Puede que tengamos suerte y también podamos ver El Diamante. Claro, si quieres… ahora mismo estoy libre.

─¿D-De veras? ─al instante enrojeció hasta las orejas─. No te había visto, lo siento.

─No vas a aprender nunca si no te las muestro ─respondió mientras cruzaba los brazos sobre el pecho─. Aunque no sé por qué aún insistes con el tema. No es un sistema confiable, ya te lo dije. No tengo nada que hacer por el momento, así que podremos perdernos un poco entre las rocas.

─¡Sí! Sí quiero ir ─respondió y abandonó su lugar de un salto. Cualquier motivo para estar junto a Atsushi estaba bien, aunque fuera el más insignificante. Siguió al mayor quién comenzó a caminar mientras le observaba la espalda, luego se adelantó y avanzó junto a él. Apenas fue capaz de contener su entusiasmo, su nerviosismo, su felicidad. Sintió la necesidad de tomarle la mano, pero se mordió el labio inferior y apretó su puño con fuerza, no quería hacer algo estúpido que irritara al mayor.

 

Anzi tendría que encontrarse en la sala de armas, pues varias personas habían asegurado verlo encaminarse hacia allí un tiempo atrás. Tenía que hablar con él ya que era el único con el que podía quitarse todas las inquietudes de encima, además, no le había visto en todo el día. Atravesó los pasillos a paso apresurado, sin querer que nadie le detuviera para distraerlo con alguna otra cuestión. El lugar era enorme, cada vez que necesitaba llegar rápido hasta alguna parte lo recordaba.

Una vez frente a la puerta correspondiente, se detuvo con el entrecejo fruncido. Acercó su oído a la cálida madera ya que creyó escuchar una serie de sonidos extraños y al instante, tal cual una puñalada directamente en el pecho, los celos llegaron y le atacaron hasta volverse insoportables. Aquello era similar a un veneno que le corría a una velocidad vertiginosa por las venas, sin detenerse a pensarlo siquiera, abrió la puerta ─¡Anzi! ¡Hijo de perra! ─soltó completamente fuera de sus casillas al castaño que en esos momentos se ‘divertía’ con uno de los tantos jóvenes reclutas─. ¡¿Y tú quién eres?! ¡Vete de aquí, mocoso! ─continuó mientras ingresaba a la habitación. Vio la manera en la que muy asustado, el muchacho se revolvió del agarre de Anzi y comenzó a buscar las prendas para vestirse. El castaño giró sobre sus pies luego de guardar lo correspondiente dentro de los pantalones.

─¡Vaya!… ─exclamó con la respiración bastante agitada─. Visitas inesperadas ─continuó a la vez que esbozaba una estúpida sonrisa.

─Te odio ─dijo en medio de un impulso─. Y tú vete de aquí, mocoso estúpido. Vete, jamás vuelvas.

─Sólo está celoso, no le hagas caso ─murmuró al muchacho y le guiñó un ojo. Pero al distraerse, no cayó en la cuenta de la cantidad de pasos que Zin se había aproximado, simplemente no vio venir la fuerte bofetada que el rubio le propinó. El chico abandonó despavorido la sala y cerró la puerta tras de sí con un leve sonido.

─¿Cómo te atreviste a tocar a uno de los chicos? ¡Estoy seguro de que no era mayor que Ryoga! ─continuó con la voz temblorosa de rabia─. Eres un cerdo.

─De hecho, tiene diecisiete ─le corrigió de la manera más natural del mundo. Se sobó la mejilla que le ardía.

─¡Silencio! ─amenazó con volver a golpearle pero Anzi le tomó por la muñeca para detenerle. A lo que él luchó por soltarse.

─Deja eso. Basta, Zin ─le tomó la muñeca libre cuándo volvió a intentar golpearle y ante un gemido de desesperación por parte del más bajo, no pudo más que soltar una carcajada─. Estás actuando como un crío. ¿Acaso pensabas que soy de roca o palo? No es la primera vez que lo hago, ni con él ni con otros. Así que cálmate ─intentó tranquilizarle con un beso en la coronilla─, de todas maneras siempre serás mi preferido, aunque no me des nada más que órdenes.

─Dentro de este lugar no volverás a follar con nadie. Ve a hacerlo entre las cabras la próxima vez, la que le siga y todas las que quieras ─con un movimiento tan brusco que le resintió las muñecas, se soltó, caminó hasta la puerta de manera apresurada─. Te estaba buscando para hablar acerca de un asunto importante, pero lo haremos mañana ya que hoy toda tu capacidad de concentrarte está en tu entrepierna en vez en dónde debería estar. 

─Zin, vamos… ─suspiró sin poder creerse la manera en la que reaccionaba al respecto─. Ven, ven aquí. Hablemos ─fue directo a tomarlo por uno de los hombros pero al momento de voltearlo, recibió una nueva bofetada.

─No vuelvas a tocarme o besarme, Anzi ─le espetó a la vez que le daba un empujón, estaba furioso. Si en esos momentos la tierra poco a poco se hubiera tragado al mayor, él no habría hecho nada al respecto para impedirlo. Salió precipitadamente de la sala de armas, no quería que el castaño viera las lágrimas que le habían comenzado a rodar por las mejillas y se perdió a paso rápido por los alfombrados pasillos.


Apenas comenzaba su horario nocturno en la guardia de la muralla. Sin querer dirigirle la palabra a sus compañeros que de vez en cuando murmuraban a sus espaldas, comenzó a patrullar por el camino de ronda. Cuando Anzi le había dado la noticia acerca del cambio de puesto, se había colocado furioso; pero más tarde Omi se había acercado a explicarle que eso sería lo mejor para él, que le ayudaría a descansar mejor durante el día y que las noches eran mucho más tranquilas para trabajar, que no tendría problemas con nadie. Terminó por aceptar de mala gana el destino que le deparaba, después de todo, aquella tarea no estaba tan mal.
Se acercó hasta una de las almenas y posó los antebrazos sobre el amplio espacio, entrelazó los dedos y dejó escapar un suspiro.

Ante la ausencia de luna el cielo se encontraba muy oscuro, de hecho todo el paisaje se mostraba sumido en una profunda oscuridad, sólo los puntos luminosos de uno u otro hogar resaltaban y ligeramente distraído Otogi se colocó a contarlos. Más tarde bajó la mirada hacia la puerta principal, pues el temblor bajo sus pies al ser abierta la gran estructura anunciaba que alguien iba a salir. Vio como Ryoga y Atsushi abandonaron la seguridad del castillo, se perdieron por el camino que conducía a las montañas. Pronto solamente la antorcha que su hermano de crianza portaba en la mano derecha se avistó a lo lejos como un pequeño punto anaranjado.

Retomó el camino de ronda a paso lento, con las manos cruzadas a la espalda. Los dos sables que llevaba amarrados al cinturón le hacían cosquillas a los lados de cada muslo, el puñal dentro de su bota se mantenía muy apretado contra su tobillo. De repente recordó que Manabu estaba herido y se preguntó si aquel par había ido en busca de alguna de las extrañas medicinas que ‘el brujo’ preparaba. Antes de acostarse a dormir, iría a visitarlo.

De repente detuvo su marcha, se asomó rápidamente a través de las almenas ante el alerta que uno de los hombres había dado. Un grupo de enemigos camuflados entre la oscuridad avanzaba a través del último tramo de las calles principales.
Los arqueros corrieron hacia el matacán ubicado encima de la puerta, varios hombres se apresuraron a acercar las grandes cantidades de flechas, el aceite con el que encenderían las puntas metálicas mientras que otros se dirigieron a las escalinatas de piedra para bajar a defender las puertas que los enemigos, una vez llegaron, comenzaron a golpear con un ariete.

El pelinegro chasqueó la lengua y luego de desenfundar sus sables, siguió a los demás escaleras abajo. Los arqueros tenían a su líder entrenado para controlar apropiadamente una situación como aquella, Anzi no tardaría en llegar una vez advertido acerca de lo que sucedía y él prestaría sus armas dispuesto reducir el número de enemigos lo más rápido posible. Aquella tropa de invasores debía de ser la que había derrotado al grupo ubicado cerca del fuerte. Ellos habían bajado la guardia, ahora las consecuencias recaían sobre sus espaldas. Se aproximó a la puerta en el preciso instante en que la misma cedió.

Los soldados del ejército contrario que no sostenían el ariete, preparados para la batalla avanzaron. Alguien había ido en busca de refuerzos ya que a los pocos instantes de iniciada la contienda, un nuevo grupo defensor se unió al suyo. Las llamas sobre algunos de los cuerpos derribados se extendieron sobre sus ropas y muchos de los hombres aún permanecían con vida cuándo sus cuerpos se incendiaron, por todas partes los gritos resonaron, el olor de la sangre se volvió penetrante. Él lucho contra uno de los soldados que se aproximó con las claras intenciones de atacarle, le cortó la garganta y al instante se abalanzó sobre otro más al que casi cortó al medio. Su tercera víctima fue un muchacho de aproximadamente su edad al que le separó la cabeza del tronco con ayuda de sus dos sables al ubicar el cuello ajeno entre medio.

No podía creer la manera en la que su corazón comenzó a latir, algo en su interior se agitó y creció con cada una de las vidas con las que se hizo. Repentinamente una risa se le escapó, se sentía eufórico pero a la vez asustado de sí mismo. Era como si algo en su interior le pidiera por más sangre, más violencia, hasta que al fin llegó el momento en que cedió ante aquella voluntad y no pudo parar.

Desarmó con facilidad a un muchacho que eligió al azar y luego de guardar uno de los sables para liberar su mano, lo tomó por el cabello con tanta violencia que le arrancó un par de mechones. Lo arrojó contra el muro de roca de manera que su cabeza golpeara contra la dura superficie. Así mientras el contrario se encontraba tan atontado que era incapaz de mantener los ojos abiertos durante mucho tiempo, Otogi tomó la empuñadura de su arma con las dos manos y de un fuerte golpe, lo enterró en una de las piernas de manera que no pudiera moverla; repitió el procedimiento con la pierna sana, el segundo sable se enterró profundamente debajo de la rodilla. Pero aún con semejante sufrimiento no le bastó, ese algo dentro de su cabeza clamó por sangre fresca. Le tomó uno de los brazos, jaló de él con semejante fuerza que pronto se lo dislocó. Lo miró fijamente luego de colocarse en cuclillas a su lado, con la cabeza ladeada en busca de los ojos contrarios. El muchacho solo atinó a rebuscar con torpeza por algún tipo de arma que le quedara en su cinturón y él al notar sus intenciones, le tomó tanto el antebrazo como la mano para romperle la muñeca de un único certero movimiento. El alarido ajeno incluso despertó cosas que no debía mucho más abajo de su cinturón, dentro de sus pantalones.    

El soldado estaba aterrorizado, Otogi creyó captar el aroma a miedo que su cuerpo desprendía. Era una esencia dulzona, fuerte, peligrosamente adictiva… sí, todo el asunto era precisamente eso: adictivo. Se acercó aún más, hundió la nariz en sus cabellos y aspiró profundo.
Cuando se cansó de las súplicas ajenas, desenfundó el puñal que guardaba en su bota, con el filo acarició la tersa mejilla por la cual gruesas lágrimas resbalaban, era una presa deliciosa y le enloquecía sentir que tenía el poder absoluto sobre su frágil vida. Hizo un pequeño corte del cual la sangre se asomó roja, caliente.  Sintió el impulso de lamer el filo pero no lo hizo. En cambio lo asió firmemente por el cabello otra vez, aspiró de nueva cuenta para corroborar que aquel extraño aroma provenía de él; era delicioso, lo deseaba.
Como en un nuevo impulso, enterró profundamente la punta del puñal justo por debajo del nacimiento del cabello, comenzó a cortar.

Los gritos del soldado le lastimaron los oídos pero ni siquiera con aquello se detuvo. Siguió el contorno sin casi ver por dónde lo hacía, pues la sangre, la penumbra y la manera en la que se sacudía no le permitía hacerlo bien. Al cabo de un par de minutos de trabajar en desprenderlo de la parte superior del cráneo, retiró de un jalón el cuero cabelludo junto con la oscura cabellera y la restregó contra su rostro en medio de profundos gemidos de gozo. A esas alturas los alaridos del chico eran insoportables, el desgraciado había sufrido una serie de desmayos en el proceso y con todo, el pelinegro no había podido detenerse. A veces en medio de las súplicas ajenas, llegó a pedirle perdón.
La sangre le ensució el rostro al acercar su boca para lamer la parte interna de aquel pedazo de piel, soltó una pequeña risa de satisfacción; pero su ritual se vio interrumpido por un sable que se enterró profundamente por debajo del mentón de la desafortunada víctima.

Alzó la vista entre furioso y asustado, Anzi lo observaba con una severa expresión como jamás le había visto en el rostro. Él soltó su trofeo en medio de un lastimoso gemido y se apretujó contra el muro, justo a un lado del hombre muerto.

─L-Lo siento… yo… yo… ─quiso excusarse pero las palabras se le atragantaron. Con su manga se restregó los labios repetidas veces.  

─Más tarde hablaremos seriamente ─respondió de manera seca el castaño antes de volverse a dirigir a los suyos para finalizar la batalla con éxito. 

Notas finales:

Buenas ouo/

Ah uwu ya me estoy olvidando de todo lo que tengo que poner aquí antes de empezar a escribir, creo que tengo algún tipo de problema con las notas (?)

¿Cómo están? ouo espero que muy bien. 

Perdón por tener que editar las notas finales del capi anterior uwu me acordé como a la hora de que tenía que poner esa referencia. Espero no hacer lo mismo con este capi e.eU -se siente como una anciana cada vez que le sucede eso- 

Y bueno pues u3u hasta aquí llega el capi de hoy. 

Dentro de unos cuatro o cinco capis, se viene el salto en el tiempo definitivo ouo y a partir de esos capis, el final del fic estará próximo. 

Por ahora me despido y doy gracias a los que siempre me leen ;w; 

Besines a todos u3u~


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