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Valiente. por Maira

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Había sido un viaje tedioso. Desembarcaron en una zona completamente desierta y mientras esperaban a que los soldados descargaran el armamento, ellos realizaron los últimos preparativos. Masashi había ideado un plan en caso de que todo no saliera como esperaban, les explicó en qué consistía mientras desconfiado observaba alrededores por si acaso algún intruso se infiltraba o alguien les avistaba. Las tierras eran abiertas, desiertas, pero no podían descartar el hecho de que alguien los viera por mera casualidad y alertara al ejército contrario.

Enviarían a un grupo de soldados para incendiar el fuerte, el muelle, las embarcaciones que hubiera en él. No querían que nadie escapara ni se atreviera a embarcarse hacia otras tierras en busca de venganza. Por lo que todos estuvieron de acuerdo con que los soldados transportaran con ellos unos pocos cañones, las suficientes antorchas, aceite y un novedoso invento que habían adquirido en las tierras del sur: se llamaba Ballesta y su simple mecanismo estaba basado en el torno.

Tres días a pie eran suficientes, llegarían a la capital durante la madrugada. Lo primero sería abrirse paso a través de la ciudad, tenían suficientes hombres como para llevar a cabo una masacre digna de respeto. Más tarde se adelantarían hasta las puertas de la muralla que rodeaba el castillo del antiguo rey y abrirían la puerta a fuerza de cañones. El ingreso sería sencillo, tenían que llevar una buena cantidad de escudos para protegerse de las flechas que los arqueros fueran a dispararles desde lo alto. Invadirían rápidamente el interior de la gran construcción y personalmente buscarían a ese par que tantos problemas les habían causado. ¿Qué harían luego con ellos? Aún no estaba decidido. Podrían tomarlos como prisioneros y colgarlos en la plaza principal de sus tierras o quizá fuera más simple acabar con ellos en aquellas mismas tierras, llevar sus cabezas al rey.

Los soldados que Naoto había organizado partieron hacia el fuerte enemigo situado en la costa, comandados por un líder de escuadra asignado por ella misma, pues el general Miwa había deseado que permaneciera a su lado. Tardarían la misma cantidad de días en cubrir a pie la distancia hasta el mismo, la señal de atacar la capital sería la columna de humo producto del gran incendio que sería visible en el cielo a esa distancia. Tenían que ponerse en marcha para no quedar en desventaja, comentó ella y todos estuvieron de acuerdo.

Se hicieron con la mejor parte del ejército restante. A mitad de camino se dividirían en dos grupos con los sencillos fines de atacar desde los dos puntos principales de la ciudad, allí donde la población era más densa. Los diversos mercaderes a los que habían sobornado, resultaron de mucha ayuda para hacerse una idea de cuánto había crecido la población, qué tipo de edificaciones erigían y la manera en la que las distribuían. Sólo bastaba con derrumbar aquellos puntos principales, llegar a la puerta, tomar el castillo. Era una empresa demasiado fácil pero que al parecer nadie más que ellos podía llevar a cabo sin fallar.
Ambos bandos poseían entre sus números mentes muy jóvenes y poco experimentadas en materia de guerra, la razón por la cual hubieran fallado durante todo ese tiempo.    

El heredero del rey llegaría al cabo de una semana a ocupar su nuevo puesto, alguien se tendría que quedar a comandar los hombres restantes, también a los que llegaran. Luego de la conquista tendrían mucho trabajo con el que entretenerse.

Tomaron una ruta fuera de los nuevos caminos que hacía apenas diez años habían sido construidos. No querían llamar la atención, rodearían los poblados o aldeas menores. Una o dos veces se detendrían para comer o descansar, también aminorarían la marcha durante las noches o en caso de que la oscuridad fuera demasiado profunda, dormirían hasta el amanecer. En aquellas tierras no abundaban las bestias salvajes, de hecho, eran las más seguras de todo el mundo. Dormir al aire libre no implicaba muchos problemas.

Los días transcurrieron sin novedad alguna. Durante altas horas de la madrugada solían rodear algún pequeño poblado o aldea que se encontraba sumido en el profundo silencio que el sueño trae consigo. A veces robaban de los grandes almacenes la comida o bebida, sin generar un mínimo sonido que les delatara. No tenían tiempo que desperdiciar. Ni un solo soldado se atrevía a pelearse con los demás por una fruta o pieza de pan, el clima era tenso.

Mientras avanzaban, Naoto se percató de que el paisaje era muy bonito, completamente distinto de las tierras en dónde había nacido. Allí todo se mostraba bastante más húmedo, la vegetación se abría camino entre las rocas y las cabras o las liebres se movían entre ellas con agilidad. La gruesa arena de las costas se extendía hasta varios kilómetros tierra adentro, aunque a cada vez en menor cantidad. Existía una amplia variedad de aves, de vez en cuando un pequeño zorro salvaje se cruzaba en su camino. Al llevar la vista más allá, la gran montaña cuyo nombre no recordaba se alzaba imponente, ese día la cumbre se encontraba escondida tras las espesas nubes que le recordaban a alguna de las pinturas que pendían en los pasillos del edificio principal en los cuarteles. Un buen lugar para quedarse, pensó, libre de todo el molesto hedor y ruido de la capital en la que había pasado la mayor parte de sus años.

La última de las noches que pasaron al aire libre, cuando se encontraban muy cerca de la capital, un conflicto surgió entre dos soldados ya que uno le acusaba al otro de haberle robado una daga de oro cuya empuñadura estaba incrustada en piedras preciosas. El general Miwa intervino y les cortó la cabeza a ambos, luego revisó entre las ropas de los muertos hasta dar con el objeto que se guardó al propio cinturón. Continuaron con la marcha sin decir palabra alguna, nadie se atrevió a siquiera dedicarle una mirada.

Al fin a tan escasos kilómetros que ya podían avistar la silueta de las construcciones, al momento en que el amanecer despuntaba, la columna de humo fue visible en el cielo. Sus hombres habían cumplido con la misión y esa era la señal para atacar. El humo denso, oscuro, crecía a cada momento y supieron que los primeros ciudadanos madrugadores no tardarían en percatarse del hecho. Quizá desde lo alto de la muralla ya lo hubieran visto. Apresuraron el paso lo que más pudieron.

Naoto corrió con Hazuki pisándole los talones hasta el final de las filas y vociferó a los de las últimas diez que le siguieran. Tomarían el rumbo contrario, atacarían la porción que les tocaba, se abrirían paso a través de las construcciones, los cadáveres, el fuego. Los cañones avanzaron impulsados por dos hombres en cada una de sus partes posteriores. El ruido del acero, las botas, las voces se alzó. Al cabo de tres cuartos de hora lanzaron la primera bala de cañón a modo de anunciarse, la cual fue a parar contra una precaria construcción en la que una familia dormía y la derrumbó. El ejército se lanzó al ataque por ambos lados de la ciudad, con sus antorchas encendidas, los sables, las hachas, los arcos, las ballestas entre las manos.

Fue una verdadera masacre. Muchos ciudadanos lograron huir a los pueblos cercanos, algunos de ellos se alzaban inútilmente contra los soldados que no daban tregua, los niños lloraban hasta que alguien los tomaba para transportarlos lejos del caos o matarlos. El ejército enemigo era poderoso, despiadado. Al cabo de media hora, mientras el Sol comenzaba a elevarse, el auténtico y desgarrador sonido de la guerra era lo único que podía escucharse.

No tardaron en abrirse paso hasta las mismísimas puertas de la muralla. Masashi, Tora y Aki ordenaron protegerse con los escudos a quienes enviaron junto a los cañones. Cada uno impartió órdenes a diestra y siniestra al grupo de soldados que tenía cargo. Su estrategia era simple, totalmente predecible para que el enemigo terminara por cometer un error.
Tal vez les costó más balas de cañón de las que habían calculado, pero las puertas fueron derrumbadas con éxito. Los hombres ingresaron a raudales cubiertos por los escudos de madera en cuya superficie las flechas se clavaban. Dentro la defensa era poderosa, no obstante ese hecho no era nada que no se pudiera solucionar con rapidez.
Tora ordenó a los arqueros que derribaran a todo hombre de pie encima de la muralla, a lo que los soldados se precipitaron hacia el interior en busca de la escalinata de piedra. Al cabo de cortos instantes, satisfecho comenzó a ver cómo gradualmente las unidades enemigas caían tal cual moscas. Se adelantaron hasta el hueco formado por las balas de cañón en el que hacía poco tiempo había existido una puerta. Naoto y Hazuki se les unieron un cuarto de hora después.

Tuvieron que enfrentarse a varios muchachos demasiado jóvenes para pelear. A pesar de que eran muy hábiles, los derribaron. Miwa se aseguró de mantener tanto a Amano como a Naoto cerca, pues aquel par conformaban sus soldados más valiosos. Lucharon hombro con hombro, hasta que pasados unos instantes, se percató de que un joven muy hábil con el arco estaba generando bajas notables en su ejército. Envió a la muchacha a liquidarlo, sin quitarle los ojos de encima; pero su plan de terminar con él se vio interrumpido cuándo un muchacho alto, de largos cabellos oscuros y muy hábil con los sables, se entrometió seguramente para defender a su compañero. Permitió que su subordinada luchara, él tenía que ocuparse del nuevo objetivo en el que había fijado sus ojos: el traidor Anzi. Se abrió camino entre golpes de sable.
Amano se vio obligado a reforzar el número de soldados en aquellas partes dónde era necesario, más tarde al intercambiar una última mirada con Miwa, supo exactamente lo que tenía que hacer. Asignó a cincuenta hombres entre los que se encontraban arqueros y espadachines, se colocó a la cabeza y los condujo hacia el interior del castillo. Era hora de tomar el edificio.
Les costó bastante trabajo deshacerse hasta del último guardia del pasillo principal, incluso recibió un corte en su brazo, la sangre se escurrió hasta ensuciarle gran parte de la manga del uniforme. Avanzaron mientras asignaba por parejas a los soldados a capturar a cierto grupo de sirvientes que ya habían comenzado su jornada laboral allí, sin embargo pidió que no los mataran ya que servirían al nuevo rey una vez que liquidaran al ocupante principal. También envió a un pequeño grupo en busca de las mazmorras.
Revisó las habitaciones una por una, la mayoría se encontraban vacías o cerradas bajo llave aunque de vez en cuando se topaba con una cama de sábanas revueltas. En muchas ocasiones al descubrir a algún sirviente escondido, lo enviaba acompañado de un soldado al grupo de prisioneros más cercano. Comenzaba a colocarse impaciente al no encontrar al individuo que necesitaba.

Al abrir una de las puertas, alguien le embistió de tal manera que terminó en el suelo. Ni siquiera tuvo la oportunidad de verle el rostro cuándo recibió un fuerte mordisco en el hombro que incluso le arrancó una pequeña parte de su uniforme junto a la piel. Supo que se trataba de un hombre al escuchar sus gruñidos. Ambos rodaron por la alfombra en un intento de atraparse por el cuello, gritó a los soldados una orden de que continuaran en la búsqueda, que ya conocían las características del individuo y una vez que lo hallaran, lo llevaran ante el general Miwa.

Trató de controlar al muchacho, era demasiado joven para tener semejante fuerza. Intentó soltarse del firme agarre en su rostro cuándo éste lo tomó por los pómulos; pero ante un fuerte golpe contra el suelo alfombrado, fue capaz de ver pasar como una flecha frente sus ojos el dulce color carmín del dolor. Hizo acopio de todas sus últimas fuerzas y le dio un puñetazo suficientemente efectivo como para dejarlo tendido sobre la alfombra. La cabeza le daba vueltas.
Se incorporó como pudo a la vez que el muchacho le imitaba. En esos momentos calculó que no tendría más de dieciocho años, sin embargo era un monstruo. En una mueca de dolor, se posó la mano sobre el hombro y notó que la herida era mucho más profunda de lo que pensaba. El chico lo observaba con una expresión salvaje, por un momento creyó estar frente al mismísimo Aki. Si, conocía muy bien esa mirada. Aquel muchacho no estaba en sus cabales.

─¿Cuál es tu nombre? ─le preguntó en el mismo tono firme que utilizaba con todos sus subordinados─. Mi estilo de lucha dista mucho de revolcarse sobre la alfombra hasta la muerte. Terminemos con esto de una buena vez y como corresponde, mocoso. Eres fuerte, pero no voy a perder contra ti ─desenfundó ambos sables que traía al cinturón, le arrojó uno.

─Otogi ─respondió. Sin dudar un instante atrapó el arma por la empuñadura─. A eso lo veremos.

 

Lo odiaba, realmente lo aborrecía. El hecho de verle con tanta vitalidad, hizo que aquel fuego interior que la ira alimentaba creciera. Luego de que hubiera eliminado a uno de sus soldados, le lanzó un ataque a modo de anunciarse. La expresión del castaño mudo de una de sorpresa a aquella sonrisa burlona que tanto odiaba. Sin mediar palabra alguna se debatieron en una lucha a muerte y en ese mismo instante comprobó que Anzi había mejorado demasiado con el tiempo.
Ambos se lanzaban ataques y repelían otros. El castaño intentaba golpear su pierna de hierro para que cayera pero él no se lo permitía. Sabía muy bien que jugaba sucio porque a su alrededor la mayoría de los muchachos que conformaban sus fuerzas caían como moscas. Nunca más le iba a hacer daño, nunca más le permitiría que volviera a torcer su destino.
Mientras le lanzaba golpes con ambos sables, pensó en que sería mucho mejor neutralizarle que matarle, de esa manera podría disfrutar de capturarlo y torturarlo todas las veces que deseara. Con su ahora fuerte pie, aprovechó un descuido por parte del castaño al que golpeó en el estómago. Seguramente el contrario no se lo hubiera esperado ya que entre estupefacto y dolorido, se removió en busca de recuperarse luego de haber vomitado; sin embargo él no se lo permitió, con un fuerte golpe apartó ambas armas que éste aferraba débilmente entre sus manos, se colocó en cuclillas, lo observó hasta que notó un ápice de lucidez. Finalmente allí con la empuñadura de su sable, le dio dos fuertes golpes en las sienes para desmayarlo. Al fin lo tenía, pensó, había sido un poco difícil pero lo había logrado. Pidió a un par de soldados que lo amarraran tanto de manos como de pies, él mismo lo arrastró sin delicadeza hasta uno de los muros de piedra del castillo.

Al voltear, pudo ver que Naoto continuaba luchando contra el mismo muchacho. Se colocó a observar el combate casi con fascinación, el joven era fuerte, utilizaba una técnica impecable y sus movimientos eran ágiles. Desvió la mirada hacia el inconsciente castaño mientras pensaba si aquel sería su pupilo. Más tarde comenzó a sacar conclusiones. Con un entrenamiento avanzado, el chico podría llegar fácilmente al puesto de general, no le faltaría nada… podría obligarle e incluso amenazarle y de esa manera no se les volvería en contra. Sí, lo capturaría.
Se vio obligado a desviar de nuevo la vista al notar que Aki intentaba cargar con un chico. Le había rodeado la cintura con ambos brazos mientras vociferaba insultos y el muchacho se revolvía en busca de soltarse. Le gritó al demente que se acercara, que lo trajera hasta allí. Pronto el susodicho arrojó al pequeño contra el muro, justo a un lado de Anzi.

─¡Anzi! ─enseguida exclamó Ryoga y se le abrazó como queriendo protegerlo─. ¡¿Qué le han hecho, monstruos?!

─Nada peor de lo que me hubiera hecho a mí ─respondió severo Miwa y dirigió la mirada hacia Aki.

─L-Lo saqué de la herrería… estaba defendiendo las armas. Sabe luchar bien y... y… también hace buenas cosas. Él me lo dijo. La incendié pero estoy seguro de que cuándo el fuego se apague, vamos a poder ver algo ─murmuró el demente. Intentaba recuperar el ritmo normal de la respiración sin mucho éxito.

─Es un mocoso ─murmuró el pelinegro─. ¿Es eso posible? Un mocoso herrero… un prodigio… ─al llevar sus ojos hacia el menor que le daba palmadas en el rostro a Anzi con intenciones de que despertara, frunció el entrecejo─. Amárralo.

─¡No! ¡No quiero! ─protestó Ryoga mientras pataleaba. Se revolvió con violencia a manera de evitar que Aki lo atrapara una vez le habían alcanzado unas cuerdas, incluso gateó sobre el sucio suelo hasta que el hombre lo atrapó por detrás─. ¡Déjame! ¡Asesino! ¡Tú le disparaste a Atsushi! ¡Te recuerdo muy bien! ¡Déjame! ¡No voy a permitir que me mates!

─¡Quédate quieto, maldita sea! ─gritó su captor y terminó por propinarle al menor una gran bofetada que lo neutralizó. Con agilidad le amarró tanto las muñecas como los tobillos, lo depositó junto a Anzi sin la menor delicadeza. El menor sollozó un poco mientras se recargaba ya sin fuerzas contra el hombro del castaño.

-¿Qué ha sucedido con el general Amano? ─preguntó en el mismísimo instante en que los soldados cruzaron la puerta. Llevaban consigo no sólo a Zin, sino también a tres muchachos con él a los que por alguna razón, nadie quiso liquidar. Tal vez esperarían órdenes directas. No lo sabía. Dirigió sus ojos hacia el más bajo al que le clavó la mirada, pero luego su vista se posó en un pequeño niño atemorizado de cabellos color castaño claro y rasgos gatunos. Al instante ordenó que los amarraran a todos, salvo al pequeño al que se acercó. Tuvo que hincarse en una de sus rodillas para poder contemplarlo bien, el niño intentó retroceder pero uno de los soldados lo mantenía firmemente sujeto por los hombros. Más tarde dirigió de nuevo su mirada a Zin que luchaba por librarse de las cuerdas.

─¿El mocoso es mi hijo? ─le preguntó en un tono sereno. La verdad era que no sabía cómo sentirse acerca del asunto. Nunca lo había amado, jamás lo haría. Y al parecer el muchacho era demasiado enclenque como para en el futuro formar parte del ejército. En conclusión, no le era de utilidad.

─¡No voy a permitir que te lo lleves! ─gritó el rubio de manera histérica. Al llevar su mirada alrededor, soltó un gemido de desesperación. Habían perdido, el enemigo los había pulverizado. Quiso gritar pero en vez de eso, un angustioso gemido escapó a través de sus labios.

Entretanto Anzi había comenzado a despertar. Con Ryoga recargado en su hombro y Ryuutarou al otro lado, sacudió su cabeza muy confundido. Le dolía horrores todo el cuerpo, la voz de Zin llegó a sus oídos pero no se percató del significado de sus palabras hasta pasado un largo tiempo en el que se decidió a hablar como pudo─. Llévate… lo que quieras, pero déjanos en paz. No te atrevas a lastimar a Zin ni a los… chicos…

─¿A los chicos? ─preguntó el pelinegro con sorna. Sacudió sus sables con intenciones de quitar toda la sangre que goteaba desde las filosas hojas y los enfundó. En esos momentos se sentía tan complacido que no creía que ese par fuera real─. Puede que lo considere y no les haga daño.

─M-Maldito mocoso… ─murmuró Aki. Comenzó a temblar de ira al ver a Manabu a un lado de Ryuutarou. Evitó la mirada que repentinamente le había lanzado Miwa.

─Ah… ¿Aquel es el mocoso con el que luchaste? ─comentó éste. Analizó a Manabu de semejante manera que el menor pronto se sintió intimidado─. Está vivo. Eres un maldito fracaso, Aki.

─¡No fue mi culpa! ¡Estaba seguro de que iba a morir! ─gritó completamente fuera de sí y pateó lejos una piedrecilla que encontró en el suelo; sin embargo más tarde se mantuvo quieto a la par que soltaba una risa─. Amano trajo un regalo…

─Siempre tan efectivo ─le felicitó el general Miwa al pelinegro que avanzaba hacia ellos entre los cadáveres. Notó la manera en la que cada uno de sus rehenes empalidecía. De un momento a otro, observó cómo el rubio se desmayaba y el menor de todos, el herrero, profería un grito histérico de puro horror.

Tora arrojó la cabeza de Otogi frente a ellos, luego se acercó a Aki hasta ubicarse de pie a su lado. Se le notaba muy herido, agitado e incluso bastante nervioso. En esos instantes Masashi se percató de que Shinji había tenido que luchar con todas sus fuerzas para evitar que su contrincante lo matara, había ganado por muy poco. Luego de que todo terminara, le aconsejaría una buena cantidad de horas de descanso.

Un grupo de soldados rodeó a Jui que estaba a punto de hacer uso de su última flecha. Apuntó a todos mientras daba vueltas, atento al primer movimiento sospechoso. Estaba muy preocupado por Hiro ya que al parecer le había tocado luchar con una chica tan dura como Omi. Además, desde aquel ángulo solamente podía ver a Ryoga a pesar de saber muy bien que habían capturado a la mayor parte de su familia.
En un arrebato de desesperación, se abrió camino entre una brecha que los hombres habían abierto accidentalmente, justo a tiempo para observar el momento exacto en que otro de los militares sacaba su pistola de un tiro y apuntaba a Hiro. No lo dudó un solo instante, lanzó su flecha contra el hombre pero uno de los soldados lo sujetó por detrás, así que la misma terminó por pasar muy cerca de su cabeza sin hacerle daño.
Completamente furioso por lo que había hecho Jui, Hazuki se acercó al menor. Sin dudar, entre los gritos de horror y advertencia que los demás miembros de la familia del pequeño proferían, el sonido de los pocos sables que aún chocaban entre sí, del fuego consumir los edificios hasta derrumbarlos, terminó por posar el cañón contra las sienes del menor y disparó.

Hiro se detuvo en seco ante el sonido. Observó la manera en la que el soldado dejaba caer a Jui de cuyo cráneo la sangre manaba a raudales. Una mueca de horror se dibujó en su rostro al caer en la cuenta de lo que le había sucedido y su labio tembló, su párpado inferior se cerró por sí mismo un par de veces producto de una reacción nerviosa. Jui, su Jui estaba muerto. Con tan sólo un disparo, aquel hombre había extinguido a ese ser maravilloso que era su novio, el amor de su vida.
Se encontró gritando tanto de furia como de dolor, las lágrimas afloraron a sus ojos hasta cegarlos. Su voz se alzó cada vez más, imposible de detenerse o acallarla mientras se lanzaba al ataque contra el asesino que apenas tuvo tiempo de desenfundar sus sables.
Completamente horrorizada, Naoto intentó acercarse a intervenir pero el general Miwa la detuvo bajo una advertencia firme. El muchacho no tardó demasiado tiempo en cortarle a Hazuki los brazos, luego las piernas y por último la cabeza. Con todo, continuó apuñalando el torso varias veces, completamente histérico.

El general Miwa se acercó hasta Hiro. Con su tremenda fuerza, tomó al muchacho por detrás de manera que ya no pudiera mover sus brazos. El menor intentó asestarle un par de golpes a ciegas con ambos sables pero le era imposible alcanzarle.

─¡Naoto! ─sólo aquella orden bastó para que la muchacha supiera lo que debía hacer. Se acercó lo suficiente a la par que enfundaba sus armas. Tomó una roca del tamaño de su mano─. No lo lastimes demasiado.

Con un certero golpe en la cabeza, Hiro se desmayó. En un primer instante, Masashi lo tendió suavemente en el suelo ensangrentado, lo observó con calma, luego muy despacio lo despojó de todas las armas que llevara encima. Entretanto Tora tomaba a Zin por las cuerdas de las muñecas y lo levantaba del suelo. Aki por su parte comprobaba que ninguno de ellos trajera más armas encima. Le quitó a Anzi todas las dagas doradas que llevaba ocultas entre las ropas, sus dos pistolas, un puñal.

─¡Deja a Zin! ¡Te he dicho que no te atrevieras a hacerle nada, Miwa! ─gritó el castaño al notar que Amano tomaba a su adorado rubio. Pateó a Aki en el estómago con sus dos pies, pero éste luego de recuperarse le asestó una fuerte bofetada.

─Me llevaré a tu muchacho, Anzi ─respondió Masashi como si no lo hubiera escuchado. Dio las estrictas instrucciones al grupo de soldados que antes había acorralado a Jui, de que amarraran a Hiro y lo llevaran a uno de los navíos. Una vez allí, que le cauterizaran las heridas y lo encadenaran en el interior del camarote sin infligirle daño alguno─. Bajo un entrenamiento especial se convertirá en un buen general.

─¡Bastardo! ─le espetó el castaño, pero se vio obligado a callar ante un nuevo golpe de Aki.

─¡No se lleven a Hiro! ¡Devuélvanlo! ─sollozó Ryoga en medio de un nuevo intento de soltarse de las amarras─. Jui… mataron a Jui y a Otogi… Ryuu, por favor…

─Silencio, Manabu ─le susurró Ryuutarou al percatarse de que el muchacho iba a decir algo─, todo estará bien. Ya lo verás… ─luego observó la manera en la que Zin tosía, seguramente comenzara a despertar.

Tora se dirigió a los soldados alrededor, todos esperaban sus órdenes. Más allá de las murallas, parte del ejército saqueaba las pocas construcciones que quedaban en pie. Bufó, completamente agotado. Luego de pedir permiso para poner en orden la situación, se retiró en busca de terminar su trabajo lo más rápido posible, no sin antes decirle a Miwa que había enviado a encerrar en las mazmorras a todos los sirvientes que habían encontrado y lo mejor sería hacer lo mismo con aquellos recientes prisioneros. Les dirigió una mirada despectiva, a mitad de camino pateó la cabeza de Otogi con tanta fuerza, que la misma se perdió en algún lugar del patio.

─Ya no los lastimes, ya no los mates… ─murmuró muy dolido Zin. Un par de lágrimas volvieron a escapar a través de sus ojos al toparse con el cuerpo inerte de Jui─. Déjalos en paz…

─Permítame encargarme de él, general ─comentó Aki entretanto se posicionaba detrás de Zin. Lo asió por las cuerdas con tanta violencia, que el más bajo casi tropezó.

─¿Tú? Ni siquiera has podido acabar con un mocoso y quieres quitarle la vida a éste… hombre ─espetó con cierto enfado en la voz.

─Lo prometo. Prometo que no voy a dejar ni sus huesos. ¡Lo prometo, señor! ¡Traigan el aceite! ¡Sí, ustedes, desgraciados!

─¡No te atrevas a hacerle algo así a Zin! ─gritó Manabu ya sin poder contenerse. Su mejilla comenzó a sangrar ante el esfuerzo pero poco le importó. Se removió en un intento de soltarse de las cuerdas, asustado, furioso.

─M-Mi padre… ─murmuró Kei, aún en shock debido a la situación. No era capaz siquiera de parpadear.

Cualquier plegaria fue inútil. Aki le dio una golpiza a Zin hasta que éste tendido en el suelo estuvo a punto perder el conocimiento. Lo arrastró mientras reía, completamente frenético. El general Miwa no había dicho una sola palabra, con simpleza se limitaba a observar cada uno de sus movimientos. Cuándo el aceite llegó, roció al más bajo con dos generosos cubos. Soltó una carcajada de puro gozo mientras Zin tosía, sentía que las sienes le iban a explotar en medio de la situación de tan creciente excitación. Al fin un poco de fuego… ¡Vería el fuego alzarse, lo utilizaría! A través de una histérica orden, envió a un par de soldados a encender las antorchas. Ya comprobaría el general Miwa que no era un inútil. Ya le mostraría cuán bien hacía su trabajo. 

Notas finales:

Burnas ouo/ lamento la tardanza. Es que entre que me entretuve con una página que les voy a dejar al final y tanto texto para corregir y que quede masomenos bien, me tardé QWQ

Espero que les haya gustado de todos modos o3o

Tengo que agregar una pequeña opinión, la misma es que ahora la historia dará un pequeño giro uwu pues ya no estarán algunos personajes pero vendrán otros pocos. 

Mhh owo para los fans de Anne Rice, voy a dejar esta página que es bien genial. Son una comunidad de personas que rolean demasiado bien a los personajes creados por la autora (hasta me sentí tentada a comentar un par de roles y lo hice ;//; )

Aquí lo dejo: https://www.facebook.com/JardinSalvaje?fref=ts

 

Y pues u3u eso por ahora. Nos estamos viendo~ gracias por leer ouo/ 

 


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