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Valiente. por Maira

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─¿Quieres pronunciar unas últimas palabras? ─le preguntó el general Miwa luego de acercarse. Lo observaba desde arriba con sus acostumbrados aires que hacían temblar a los soldados, aún sin poder creer que lo había hallado vivo. No le daba pena contemplarlo a punto de morir, pero tampoco le producía nada en particular puesto que la satisfacción del éxito había desaparecido al poco tiempo de obtenerlo. Esa era la razón por la cual siempre necesitaba conseguir nuevas victorias.   

─¡Siempre destruyes mi mundo! ¡Te odio! ─gritó con rabia mientras unas lágrimas escapaban de sus ojos─. Siempre asesinas a las personas que quiero y me quitas lo poco que tengo. ¡Te detesto!

─Si te hubieras quedado tranquilo en mi casa, cuidando de mi hijo y siendo mi puta, nada de esto te hubiera sucedido ─respondió con poco tacto. Debido a las molestias que sus palabras le habían causado, su entrecejo permanecía fruncido. Alzó su mano completamente decidido a darle la orden al ansioso Aki que aguardaba su turno de actuar, el demente se agitaba en su lugar─. ¿Tienes algo más que decir? Morirás aquí y ahora. Anzi no podrá salvarte ésta vez.

─Algún día llegará alguien más fuerte que tú, te pondrá en tu lugar y te conducirá a la ruina. Te maldigo a ti, a todos los que te rodean. ¡Que todas sus vidas caigan en la desgracia! ─espetó furioso, incluso le escupió sobre la única bota que traía puesta. Luego entre un nuevo sollozo, pudo pronunciar sus últimas palabras de amor hacia todos los seres maravillosos con los que había convivido durante los últimos diez años. Aquello no era justo, pero se había rendido ante lo que le aguardaba. Tal vez hubiera estado escrito desde un principio o quizá había bajado demasiado la guardia. Pensó en muchas cosas, su mente era un torbellino. Deberían haberlo asesinado en cuanto pudieron, deberían haberse fugado a otro sitio…

El general Miwa pareció sopesar sus palabras sin apartarle la vista de encima un solo instante. No creía en maldiciones, no creía en la brujería, no creía en criaturas míticas, ni siquiera creía en la existencia de los tantos dioses que la gente veneraba en el mundo. De repente la furia hizo presa de su espíritu y no necesitó más que sus palabras para alimentar el fuego que sentía quemarle por dentro, tal cual Aki hubiera incendiado su cuerpo luego de introducirle aceite en las venas. Dio la orden, volteó dispuesto a dar un par de pasos hacia la muralla a la par que los alaridos tanto de su prisionero como de Aki le ensordecían. En esos momentos no tenía idea de a quién detestaba más. Si hubiera podido encontrar un motivo para deshacerse del demente, habría tomado la oportunidad en el acto. Lo aborrecía, por más que a veces resultara útil tenerlo entre sus filas, le asqueaba tener que pensar en él. Intentó convencerse a sí mismo de que necesitaba a Aki, que no debía deshacerse de él, muy a pesar de que últimamente le había dado vueltas a la idea de subirle el rango a Sono ya que a su parecer, era un muchacho excepcional. Sí, en cuanto volviera a los cuarteles nombraría general a Sono. También podría buscar a alguien similar ya que más que nunca necesitaba estar rodeado de personas que no le traicionaran.
La voz de Zin dejó de escucharse al poco tiempo, pero a cambio los sollozos de sus más queridos fueron audibles. El sonido de dos sables entrechocar muy cerca de su cuerpo le obligó a voltear, ¿Acaso había escuchado ese nombre que tan enterrado en su memoria había permanecido hasta ese entonces? Por completo perplejo observó a Atsushi pelear con Naoto, seguro la muchacha le había protegido las espaldas.

Al momento de dirigir su mirada al rostro de Aki medio oculto entre las llamas, descubrió que éste lo observaba con un creciente terror. Rápidamente sintió como la ira de nuevo hacía presa de sí mismo, imposible de controlar. ¿Acaso era esa la oportunidad de deshacerse de él? Desenfundó su sable y avanzó con presura hacia el demente que gritaba un ruego tras otro por su vida a la vez que retrocedía. Las llamas, el aroma a carne carbonizada y el humo, aumentaron hasta niveles repugnantes.

─¡Me mentiste durante diez malditos años! ¡Te di un puesto a cambio de un encargo que no cumpliste! ─gritó por completo poseído por la furia. Entretanto agitaba el sable al aire dispuesto a cortar a su subordinado─. ¡Akihito!

─¡Juro que le disparé directo al corazón! ¡Estaba muerto! ¡Estaba jodido y muerto! ¡Lo vi con mis propios ojos! ─intentaba esquivarle a pesar de que a veces llegara a producirle alguna herida. Su desesperación aumentó cuando el general le aseguró que iba a matarle, él no quería morir. No comprendía absolutamente nada en cuanto al hecho de que Atsushi aún estuviera vivo, algo como eso era imposible. Además, jamás le había visto en las diversas invasiones que había llevado a cabo en esas tierras. Hacía mucho tiempo le había disparado al corazón, eso era lo único que sabía.

─¡Mentiroso! ¡¿Creías que jamás lo iba a descubrir, cierto?! ¡Te voy a matar! ¡Juro que te voy a matar! ─aprovechó la caída accidental de Aki cuando el mismo tropezó con las piernas de un cadáver y sin más preámbulos, bajo un desgarrador alarido de terror por parte del hombre, le cortó la cabeza de un solo golpe.
No lo podía creer. El imbécil al que acababa de aplicarle un castigo ejemplar, le había mentido durante demasiado tiempo. De repente se sentía como un idiota al que se le podía engañar más fácil de la cuenta. Observó al pelinegro que aún luchaba con la muchacha, a pesar de su edad el mismo parecía no haber perdido fuerzas. Recorrió con su mirada de manera lenta cada uno de los rostros de sus prisioneros. Sí, lo conocían y lo apreciaban. El hombre había permanecido allí durante los últimos diez años. Además sacó la conclusión de que la razón por la cual los chicos peleaban tan bien, era porque habían recibido un entrenamiento excepcional por parte de un antiguo general del ejército. ¿Cómo hubiera reaccionado Tora al verle? Su rostro volvió a congestionarse en cuanto vio cómo un soldado joven cargaba una flecha en la ballesta, la disparaba contra la espalda de Atsushi y le perforaba un pulmón. El dolor de aquellas personas era terrible, no lo soportaba por la simple razón de que él jamás sería capaz de sentirse así.
Necesitaba una copa o quizá tres, había presenciado demasiadas estupideces en un mismo día, con aquello último era más que suficiente.
Avanzó a paso firme hacia el muchacho al que sin mediar palabra tomó por el hombro derecho. Le advirtió que jamás se mataba a un hombre por las espaldas, que nunca debía entrometerse en un combate y por último, le atravesó el cuerpo con su sable desde el estómago hacia arriba, hasta que el extremo se abrió paso a la altura de la nuca. Cuándo retiró el arma, mientras el muchacho sin vida se desplomaba en el suelo, afirmó que al siguiente que cometiera una estupidez similar le esperaba un destino aún peor. Luego de un silencio que les otorgó para que comprendieran el peso de sus palabras, fue a observar al moribundo ex-general que permanecía tendido de lado sobre el sucio suelo ensangrentado.

─No vivirá mucho tiempo más ─murmuró Naoto─. ¿Desea que alivie su agonía?

─No, lo haré yo ─respondió. Tuvo que colocarse en cuclillas para poder escuchar lo que Atsushi intentaba murmurar; sin embargo el hombre no podía pronunciar palabra. Su respiración era ruidosa, profunda, propia del cuerpo cuando se le atraviesa ese vital órgano.

─Miwa… ─finalmente alcanzó a murmurar en un hilo de voz. El dolor que le atravesaba el cuerpo era sordo. Había llegado demasiado tarde para poder salvar a Zin. Alzó su mano con mucha dificultad y tocó la flecha en un intento de removerla, pero ya no tenía las fuerzas suficientes. En esos momentos pensó en Ryoga, escuchó su voz y sus plegarias hacia el muchacho brujo. Ah… ojalá hubiera seguido su instinto. Si se hubiera escondido, podría haber ido en busca de los demás protegido por la oscuridad y la calma de la noche; pero su afán de proteger a quienes quería, su miedo de que los ejecutaran allí mismo, su furia al ver los rostros de quienes habían usurpado el lugar de tantas personas honradas en el ejército, le habían hecho actuar de esa manera. Ahora lo pagaba con su vida y se dirigía directo al infierno. Ojalá hubiera tenido más tiempo para pasar con Ryoga, ojalá hubiera podido disfrutar sin culpas del amor sin límites que el pequeño le había ofrecido. Todo terminaba allí, tal cual debería haberlo hecho hacía diez años bajo las manos de un cobarde. Se moría. Esa vez no habría pactos con ningún demonio ni una nueva oportunidad de vida. Con todo, estaba muy agradecido por aquellos años que habían sido los mejores de su larga existencia.

─Di lo que tengas que decir… ─permaneció atento, pero Atsushi no pudo pronunciar una sola palabra más. Al notar que su mirada se perdía y su expresión mudaba a una de profundo dolor, tomó uno de sus puñales. Pero como siempre había hecho en vida, ahora el pelinegro se había adelantado a él una última vez. En medio de un impulso que ni siquiera él creyó posible, le cerró los párpados con dos dedos. Alzó su vista en medio de un respingo ante un ataque de nervios que al pequeño muchacho herrero le había dado. Más tarde impartió la orden de que los encerraran a todos en las mazmorras. Ya tendría tiempo de encargarse de Anzi, por el momento necesitaba un largo descanso.

Todos lloraban. Aún histérico Ryoga pateó a un par de soldados, a los que se le sumaron dos más y lo tomaron para transportarlo. Anzi se había rendido, fue el que más dócilmente se dejó arrastrar con la cabeza gacha mientras sollozaba sin aliento o en un hilo de voz, de vez en cuando se le oía pronunciar de forma lastimera el nombre del difunto rubio. Incluso llevaron a Kei con ellos, también lo encerrarían, el pequeño no había dejado de llorar un mísero instante y estaba horrorizado por todo lo que acababa de presenciar.

Les cortaron las cuerdas que les amarraban los tobillos antes de arrojarlos al interior de una húmeda celda, sumidos en la oscuridad de no ser por una antorcha que permanecía encendida en el pasillo de piedra muy cerca de la puerta. Cerraron con dos vueltas apresuradas de llave en la oxidada cerradura, los obligaron a acercarse uno a uno contra los toscos barrotes y les cortaron las cuerdas que les amarraban las muñecas. Supieron que allí los iban a dejar hasta que el general Miwa decidiera qué hacer con ellos. Al cabo de varias horas, un par de soldados trajeron a dos de todos los muchachos que trabajaban en la cocina y los depositaron junto a ellos. Kei observó con tristeza que al que más habían golpeado era a Mao, el chico que tanto le gustaba. El susodicho en completo silencio se trasladó hasta una de las esquinas del fondo y se acurrucó contra el asqueroso suelo de piedras.

De esa manera pasaron las horas, quizá los días. Ante la usencia de ventanas el tiempo parecía no existir. En determinado momento, Ryuutarou le pidió a Ryoga que se acurrucara contra él. Más tarde los guardias habían ido en busca del primer muchacho que encontraron a su alcance, el que se ubicaba más cerca de la puerta y ese hubiera sido el joven herrero de no ser porque el pelinegro le hubiera obligado a moverse. Ni el empleado de la cocina, ni nadie más volvió a aparecer.
De vez en cuando Kei intentaba animar a Anzi con caricias o abrazos, pero el mayor se encontraba sumido en semejante estado de depresión que apenas parpadeaba. Había llorado hasta que se quedó sin lágrimas y luego de eso, no había hecho más movimiento que recargarse de lado contra la pared.
Incluso Manabu que no solía derramar lágrimas fácilmente tenía los ojos enrojecidos. En completo silencio observaba los barrotes que los separaban de la libertad en busca de idear un plan para escapar. No sabía qué sucedería con ellos. De repente pensó en Kazuki y Omi, su última esperanza de salir con vida de allí.

Ryuutarou observaba un punto fijo en la nada a la vez que no cesaba de acariciarle el cabello a Ryoga. De vez en cuando el menor volvía a llorar pero se calmaba cada vez con más rapidez. Tenía mucha sed, estaba muy sudado, había perdido la noción del tiempo. ¿Por qué no había podido saber todo lo que iba a suceder? ¿Por qué sólo había visto imágenes fugaces que poco le ayudaran a prevenir la situación? Si de antemano hubiera sabido que aquel día la tragedia iba a desatarse, mucho antes podría haber advertido a Zin, Anzi y Atsushi de evacuar la capital. Ahora la mitad de las personas con las que había pasado muchos años estaban muertas, Hiro había sido raptado y por sobre todo, no sabía cómo se encontraba su adorado Kazuki. Poco y nada podía hacer con respecto a la situación. Además, de haber tenido la oportunidad de escapar, ya habrían pasado muchas horas de que Jui y Atsushi habían muerto; el calor, las moscas, los animales carroñeros, la importante pérdida de fluidos corporales, no habrían permitido traerlos de nuevo a la vida. Con Otogi ya no había nada que hacer. En esos momentos cayó en la cuenta de cuán limitados eran los poderes que los demonios y los dioses podían prestarle. Deseó con todas sus fuerzas que Kazuki estuviera bien, le visualizó rescatándolos de aquel infierno.

Manabu supo a través de los sonidos de las voces que regularmente se escuchaban, el chirriar de las bisagras de las puertas al abrirse o cerrarse, los gritos de terror que de vez en cuando rebotaban por el angosto pasillo, que los generales asesinaban uno a uno a los prisioneros luego de a saber cuántas cosas les hacían. Nadie volvía, los soldados que montaban guardia se relevaban por turnos, el calor y olor a podredumbre que flotaba en el aire eran insoportables, pues con el correr del tiempo supo que había prisioneros que habían muerto y comenzaban a descomponerse rápidamente debido al calor concentrado en el ambiente. De a momentos creía que iba a enloquecer debido a la sed. Al menos el bastardo que le había postrado varios días sin permitirle hacer nada, estaba muerto. Las heridas aún dolían, a veces sangraban. Temió por que las moscas llegaran atraídas por el aroma de los muertos y le traspasaran las vendas con la intención de depositarle sus asquerosas larvas entre los coágulos de sangre o aún peor, que llegaran a invadirle la herida del rostro libre de cualquier protección.

Pasaron al menos dos días antes de que les entregaran por entre los barrotes un desgastado cuenco del que beber agua fresca y limpia, tuvieron que compartirlo entre todos. Los estómagos vacíos pronto se hicieron escuchar, Kei había caído enfermo y Manabu tampoco se encontraba muy bien debido a que aún necesitaba reposo. Comenzaron a perder las esperanzas. Tal vez Miwa hubiera decidido dejarlos morir de hambre allí.

Un día o noche, cuando todos se encontraban adormilados, finalmente Kazuki y Omi hicieron acto de presencia. Se deslizaron con destreza felina entre las sombras, acabaron con cada uno de los escasos guardias que cumplían su turno. La muchacha fue quién abrió la puerta con la llave que había robado a uno de ellos mientras Kazuki intentaba calmarlos a todos, ambos parecían estar bien enterados de lo que había sucedido, actuaban con cautela. Todos juntos avanzaron por el estrecho pasillo, Anzi cargaba entre sus brazos a Kei, Ryoga ayudaba a Manabu a moverse. Debido al viaje que les esperaba si salían de allí con vida, Ryuutarou sugirió que fueran a su casa en busca de medicina para los enfermos, pues a ninguno de los dos se lo veía muy bien.
Ante la idea, Kazuki fue el primero en ofrecerse a acompañar al mayor; pero Omi protestó ya que era un plan muy arriesgado, tenían que salir de allí cuanto antes, podrían arreglarse con algo que encontraran en el barco. Kazuki insistió en que Kei no sobreviviría si no le daban una de las infusiones que le ayudaban a recuperarse, tenían que ir en busca de las hierbas secas medicinales que Ryuu tenía al alcance de la mano, prometió que no tardarían en reunirse con ellos. Omi lo observó como si se hubiera vuelto loco y luego miró a los demás en busca de apoyo, nadie dijo una sola palabra así que supuso que estaba decidido. Aceptó su derrota bajo la advertencia de que tuvieran cuidado. 

Notas finales:

Buenas, buenas o3o/~
¿Cómo va? Yo aquí con un poco de sueño ewe

Con éste capi he pensado que debería reformar el resumen :'D así que iré pensándolo. A partir del siguiente, habrá un cambio de escenario aunque he estado pensando en también finalizar el fic en el próximo capi, continuar con mi fic de zombies (El aullido de la muerte) y luego continuar con la segunda parte de este fic, ya ubicados en otro escenario, con otros personajes, con la segunda parte de la historia. 

Así que veré que haré D: lamento las molestias, pero siento que es conveniente puesto que el ciclo que cumple el resumen ya está resuelto y es una nueva etapa (no me puedo explicar bien, espero que la idea se entienda o3o )

 

En otras noticias, estoy triste por lo de Asagi ;O; para los que no se enteraron, pegaré el pequeño anuncio aquí: 

"Hoy, D anunció la detención de sus actividades a finales de año por razones de salud de ASAGI. Este es un paréntesis necesario para que el vocalista pueda recuperarse de un trastorno temporomandibular*.

La gira de 47 Prefecturas, por calendario, tiene una pausa de un mes, pero continúa en octubre. D no va a cancelar los lives que quedan (hasta diciembre), ésta sigue de forma normal, con el lanzamiento de un nuevo álbum el 12 de noviembre titulado "KINGDOM". Cuando D termine con esta gira (en diciembre), detendrán sus actividades con la promesa de que ellos regresarán cuando ASAGI esté bien. 

*ASAGI padece de una enfermedad llamada trastorno de la articulación temporomandibular. Al nivel de la mandíbula, causa dolores en la parte inferior de los oídos. Esta enfermedad presenta dificultades para funciones básicas de la mandíbula tales como: hablar, alimentarse/masticar, bostezar, etcétera. 

Enviamos toda nuestra fuerza en estos momentos, y por favor, sigamos todos juntos apoyándolos~"

Pues eso uwu los créditos son del fanclub de Chile. 

Ya me voy, gracias por leer ouo/ y a los que comentan y recomiendan. 

Espero que no me maten por hacer semejante limpieza de personajes ouo xD 

 

 

 

 


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