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Valiente. por Maira

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Durante la noche, un banquete de bienvenida fue ofrecido a los guerreros en el burdel. Largas mesas fueron dispuestas en el salón principal, rodeadas de mullidos cojines cuyas fundas estaban confeccionadas y bordadas con los mejores materiales. La comida era abundante, servida en bandejas de oro o plata; al igual que las copas, las jarras que contenían variedades de vinos frutales, los platos cóncavos e incluso los candelabros. Había velas gruesas por todas partes, el incienso despedía fragantes y finos hilos de humo. La música que un grupo de hombres tocaba incesante era casi ensordecedora. Las puertas estaban abiertas de par en par, todo el mundo estaba invitado a pasar.

Las muchachas o muchachos de la casa, todos vestidos con preciosas túnicas, adornados con joyas exquisitas y con las pieles ungidas con aceites aromáticos, se paseaban por el salón en busca de un adinerado hombre o mujer que quisiera compartir un agradable momento a cambio de un par de monedas de oro, plata o bronce. Los servicios variaban de acuerdo al metal ofrecido.
También había bailarinas que se movían al ritmo de la música. El tabaco, las hierbas alucinógenas desecadas y listas para fumar corrían a raudales. De vez en cuando algún borracho gritaba alegremente por más vino mientras agitaba la jarra vacía en el aire.

Hakuei se encontraba sentado a una de las mesas, a su lado izquierdo se situaba Miko, a su derecha se sentaba Leoneil. Junto al de la cabellera larga, por supuesto el Ho Elam de la tribu, el jefe. Frente al susodicho se encontraba el propio de la capital, con el cual aún mantenían una conversación que de vez en cuando terminaba en una acalorada discusión.
Todos comían carne de camello asada, la cual había que masticar durante mucho tiempo y muy fuerte antes de tragarla. La carne iba acompañada por numerosas guarniciones, todas servidas en grandes cuencos, inmersas en salsas saturadas de especias dulzonas. Había de todo: desde diferentes tipos de frutas asadas hasta panes sin levadura amasados con cebada o sémola, lo cual les otorgaba un sabor muy diferente del pan tradicional. También había guisados de legumbres, diferentes tipos de verduras, aceitunas, cacahuates. Los postres a base de dátiles y miel no faltaban, resultaban deliciosos al paladar luego de una comida abundante.

─¿Qué le sucedió a tu sirviente? ─le preguntó bastante curioso a Leoneil mientras aún miraba de reojo al hombre situado detrás de ellos. Como se trataba de un esclavo guerrero, tenía prohibido sentarse a la mesa junto a los amos, por lo cual el hombre disfrutaba de la comida a sus espaldas. Tenía la mano izquierda vendada pero se podían ver unas pequeñas manchas de sangre en el tejido color crema. Eso era suficiente para despertar su curiosidad.

─¿Cuál? ¿Hablas de Ryo? ─preguntó el muchacho y giró sobre su cuerpo en dirección al mencionado─. El chico quiere saber qué te sucedió en la mano, Ryo ─le dijo en un tono libre de burlas. Se dirigía a él más bien de una manera tranquila, casi respetuosa.

─Intenté escapar de nuevo y me cortaron otro dedo ─respondió el hombre─, no va a volver a suceder.

─¿No te gusta ser útil para Leoneil? ─entonces le preguntó el menor. Según el mismo Leoneil le había dicho una vez, aquel que ahora era un sirviente, años atrás había sido un general del ejército al otro lado de las montañas. Las Águilas Negras lo habían capturado en medio de una situación sospechosa y lo habían convertido en el sirviente de la familia del pelinegro. Como habían encontrado que también era muy útil para luchar, siempre le llevaban en viajes de ese estilo o le obligaban a participar en las batallas que se desataban frente a las montañas. Ryo había perdido el meñique de su mano izquierda ante el primer intento de escapar años atrás, pero al parecer no le había resultado suficiente escarmiento hasta aquella segunda vez. Quién sabía, quizá tuviera en mente la idea de volver a hacerlo. Lo más probable era que terminaran cortándole la mano.

─No le hables, pequeño hombrecito. Tiene la lengua muy suelta cuándo se lo propone e incluso podría ofenderte. Me resultaría amargo cortarle otro dedo por irrespetuoso. Anda, come un poco de esto… ─él mismo obligó a voltear al menor y le acercó un dátil con miel a los labios.

─Mhh… sólo tenía curiosidad ─saboreó la miel entre la textura cremosa del fruto. Luego sacó su pipa del cinturón de cuero y la rellenó de tabaco, esta vez se demoró menos tiempo al disponer de una mesa. Se sirvió de una corteza de pan expuesta a la llama de una vela para poder encenderlo, dio un par de caladas muy relajadas─. Algún día cuándo me convierta en alguien tan fuerte como tú, no quiero tener sirvientes. Quiero hacerlo todo por mí mismo.   

El mayor soltó una carcajada, bebió unos sorbos de vino sin quitarle los oscuros ojos de encima a Hakuei y por último ladeó la cabeza mientras volvía a posar la copa sobre la pulida madera─ Puede que tus ideas cambien con el correr de los años. Comprenderás que no puedes hacerlo todo tú solo y que necesitarás de alguien que se encargue de las tareas más sencillas mientras tú haces lo que tienes que hacer como guerrero. ¿Quieres salir a tomar aire? El vino me está comenzando a marear, aún soy un humano.

─¿Cómo es posible? He bebido más vino que tú y me siento bien ─soltó una carcajada.

─¡Pequeño bastardo! ─le coreó la carcajada─. Hazte a un lado, quiero saludar a tu hermana antes de irnos. ¿Te encuentras bien, princesa? ─tomó la mano de la aludida que se encontraba bastante distraída con su comida. Enseguida le dedicó una sonrisa que la muchacha le correspondió.

─Sí, estoy bien. Ha sido un día un poco extraño… sólo es eso. ¿Van a pasear?

─Así es ─le besó cada uno de los nudillos y por fin le soltó la mano.

Luego de una serie de disculpas abandonaron la mesa. Leoneil le hizo a Ryo un gesto con su mano extendida a manera de que se quedara, pues no lo necesitaría en esos momentos. Hakuei caminó a su lado, con su mano muy cerca de la del mayor. Observó fascinado como el pelinegro se detenía frente a una preciosa bailarina que le impedía el paso, la tomaba por la cintura e introducía unas monedas de oro en una pequeña bolsa de tela amarrada a un lado de sus caderas. Continuaron avanzando entre los hombres y las mujeres, muchos de ellos involucrados en orgías o simplemente riendo entre bromas y copas.

El fresco de la noche era fantástico. El cielo oscuro estrellado aparecía despejado, como siempre. Caminaron por las calles plagadas de gente, se metieron en un par de mercados en los que curiosearon los diferentes productos expuestos por los mercaderes; más tarde pasaron por un templo en el que elevaron un par de plegarias y quemaron incienso, pasearon por la parte alta de la ciudad, se detuvieron en un mercado de caballos a observar los ejemplares a la venta mientras Leoneil le explicaba cuáles eran los mejores animales.

Hakuei escuchaba al pelinegro con total fascinación. Absorbía todos los conocimientos que éste le transmitía, le hacía muchas preguntas. A veces caminaban tomados de la mano, a la vez que tomaba la oportunidad de observar su preciosa túnica de gala color negro bordada con hilos de oro. Él había optado por unos pantalones sencillos color de la arena que había comprado a unos hombres de la costa. En su muñeca la pulsera que el mayor le había regalado y una cadena de oro al cuello.

Continuaron su paseo hasta altas horas de la madrugada. Al volver al burdel, Hakuei lo llevó a su habitación en dónde se acurrucaron. Siempre dormían juntos cuando el mayor visitaba la capital, dormían casi desnudos; pero no iban más allá de las caricias o los besos. Las veces que él lo había intentado al introducir las manos por debajo de las ropas del pelinegro o al lamerle el cuello, producto de imitar lo que siempre había presenciado, Leoneil le había dicho que aún no era el momento indicado, que tenía que esperar unos años más. Así que luego de un par de besos, una conversación somnolienta y un par de caricias en el cabello o la espalda, caían dormidos hasta el siguiente día.
El menor suspiró mientras enredaba los dedos en los largos cabellos ajenos, entregado a la sensación de tranquilidad y felicidad. Se quedó dormido en medio de una frase que no terminó de pronunciar.

 

Había ordenado partir, completamente furioso en cuanto le dijeron que el traidor Anzi junto a los suyos habían escapado. Estaba más que seguro que el castaño planearía una venganza y tarde o temprano intentaría invadir el cuartel e inclusive su propio hogar. Tendría que haberlo matado aquel día, tendría que haberlos matado a todos. En un primer momento no comprendía por qué no pudo pensar en una posibilidad tan sencilla como esa, pero luego recordó la situación a la que habían sido sometidos. Si no le hallaba en la capital, tendría que ir en su busca.
Dejó a Naoto a cargo de toda la tropa, pues la muchacha sabría cómo controlar a los soldados y debía recibir al heredero del rey cuando llegara a tierra firme.  

Sentado a la silla del escritorio, observaba a Hiro que al poco de despertar había vuelto a caer dormido. Tora también dormía ya que la fiebre había vuelto a subirle. De vez en cuando el médico ingresaba a controlar que todo estuviera bien.

Aquel muchacho le resultaba muy curioso, puesto que era una máquina de matar pero poseía cualidades muy nobles. Además estaba el hecho de que no hablaba. Sabía que no era mudo, le había escuchado gritar con todas sus fuerzas; pero a cada intento de que respondiera las preguntas que le hacían, fallaban. Se negaba rotundamente a pronunciar palabra. Con todo, no tenía idea de por qué le resultaba tan atractivo.
Su cuerpo era enorme para ser un mocoso al que le doblaba la edad. Tal vez eso fuera lo que le atraía de él. Batalló consigo mismo durante un largo tiempo mientras daba un par de sorbos a su copa. Más tarde abandonó su sitio y se acercó a la cama marinera, quería comprobar que Tora aún durmiera profundo, todo se encontraba en orden. No tardó en ubicarse delante de Hiro que yacía encadenado justo frente a los pies de la misma. La cabeza del muchacho se balanceaba con los movimientos de la nave, los hombros permanecían relajados al igual que los brazos. Muy despacio se colocó en cuclillas, luego encontró que era más cómodo arrodillarse entre las largas piernas a las que separó. La piel desnuda de su torso era cálida y tersa, un poco húmeda debido al sudor. Lo más probable era que tuviera pesadillas ya que de vez en cuando se quejaba. Le acarició los fuertes muslos por encima de los pantalones, aquel era un muchacho sensacional, nunca había sentido semejante deseo de poseer a alguien con una contextura física similar a la suya. Más tarde pasó los dedos por los cabellos azabaches, también húmedos de sudor.
De repente se topó con que sus manos habían comenzado a temblarle, hecho muy extraño en él. Observó los labios entreabiertos del muchacho, una clara invitación a ser besados. La cabeza se balanceó hacia la izquierda y dejó al descubierto la piel del cuello, el muchacho volvió a quejarse en sueños. No podía soportarlo más, se acercó a aquella zona descubierta por debajo de la mandíbula a la que juntó sus felinos labios.

Resultaba maravilloso sentir los latidos de su arteria bajo la piel, el sonido de su respiración cerca de su oído e incluso su calor al haberse aproximado tanto a su cuerpo. Muy despacio volvió a acariciarle uno de los muslos, luego con la misma mano tomó el rostro y giró la cabeza con suavidad hasta que sus labios estuvieron muy cerca, frente a frente. No comprendía el porqué de semejante atracción, lo besó unos instantes de forma pausada.
Al cabo de varios minutos en los que su mano libre había bajado hasta la entrepierna ajena, sintió que Hiro comenzaba a despertarse, pues un quejido ronco fue la única protesta del chico. Lo obligó a mantener la cabeza quieta mientras volvía a besarlo, hasta que por fin Hiro reaccionó y lo apartó toda la distancia que las cadenas le permitían.

─Tranquilo ─murmuró al notar que negaba con su cabeza─, sólo me dejé llevar. No debí hacerte esto… ─lo observó detenidamente, las manos del menor se mantenían firmes contra sus hombros. ¿Acaso su expresión de sorpresa había mudado a una de rencor? Quiso creer que no era así. Además, en el fondo, notó su nerviosismo. El de Hiro era un rostro hermoso de facciones alargadas y masculinas, además con cierto aire de frescura que le enloquecía. En medio un impulso que ni él mismo pudo creer posible, le volvió a plantar un beso en los labios resecos.
Simplemente podía evitarlo, ni siquiera él mismo terminaba de comprender el asunto. Esa vez el muchacho no se resistió a ser besado pero tampoco le correspondió. Al separarse nuevamente, vio una gélida mirada posada sobre él y supo que tenía que rendirse. Tal vez al muchacho ni siquiera le gustaran los hombres, no había pensado en aquella posibilidad.
Se mantuvo de rodillas frente a él, entre sus piernas; mientras tanto le observaba con una expresión neutra─ ¿Vas a ser uno de mis generales algún día? Prometo darte un buen entrenamiento, un buen lugar dónde dormir, toda la comida y el vino que desees, todas las mujeres que quieras ─ante una negación de cabeza, sintió como todo el enfado hacía presa de él─. Todas las personas a las que has conocido están muertas, tu hogar ahora pertenece a alguien más ─continuó con la mandíbula un poco apretada. Si Hiro se tragaba aquella mentira había una posibilidad de que aceptara la propuesta─, no tienes un lugar al que volver. No puedes oponerte a nosotros ─se limitó a observar las lágrimas que comenzaron a rodar por las mejillas ajenas y sintió unas ganas incontenibles de limpiárselas con los dedos o lamerlas. Todo el asunto comenzaba a resultarle molesto.

Hiro continuó llorando en silencio durante un largo tiempo, hasta que al fin por completo rendido dejó caer su cabeza hacia un lado. No quería ver al general, le repugnaba en cualquier sentido. Había dado la orden de matar a cada miembro de su familia, le había quitado a su novio y ahora intentaba que formara parte de su ejército como un superior. Para colmo, había intentado hacerle eso que él solamente se creía capaz de hacer con Jui. Volvió a mirarlo por el rabillo del ojo, sacudió las muñecas en un nuevo intento de soltarse ya que los grilletes le hacían daño.

─¿Ahora intentas atacarme, eh? ─le preguntó con sorna─. Es imposible liberarse de esas cadenas, ni siquiera yo podría hacerlo ─se le quedó viendo cuando Hiro intentó formular unas palabras sin sonido y algo le dijo que acercara su oído. El joven volvió a tomarle los hombros con fuerza, escuchó con total claridad las palabras susurradas como en un secreto: “Suélteme” y “No le haré daño”. Sí, eso había creído escuchar. Lo miró a los ojos con el rostro un poco apartado del propio; sin embargo el muchacho volvió a atraerlo y escuchó con claridad que los grilletes le lastimaban.
Muy atento a lo que hacía, tomó la llave que llevaba colgada al cuello por medio de una cadena. Le echó una mirada de advertencia, de esas propias que hacían temblar a los soldados antes de soltarle uno de los grilletes. Le tomó el antebrazo con firmeza, le observó la piel de la muñeca en la que aparecían muchas ampollas, algunas sangraban o estaban llenas de pus. Hiro no había mentido─. Si intentas hacer algo estúpido, voy a tener que matarte ─le dijo en tono autoritario a la vez que se volcaba a la tarea de abrir el segundo grillete─. No quiero hacerte daño.

Hiro asintió y una vez liberado, se colocó de pie con torpeza y fue a parar contra la superficie del escritorio de la que se sostuvo con ambas manos. Se moría de sed, se moría de dolor, se moría de tristeza. Sirvió vino hasta el borde en la copa que el general había estado utilizando, se la bebió en pocos tragos, luego volvió a repetir la operación hasta vaciar la jarra. Para ese entonces el capitán se había colocado de pie, había tomado asiento en la silla junto al mueble y lo observaba beber. Luego reparó en que Tora deliraba de fiebre, así que se acercó hasta el borde de la cama.

─Es uno de mis mejores hombres ─murmuró. Le cambió el paño caliente que llevaba sobre la frente por uno fresco─, cuando tu querido entrenador Anzi me cortó la pierna, él no se movió de mi lado. Estuve a punto de morirme ─miró por sobre el hombro a Hiro que se había sentado en la silla y lo observaba─. Es más que obvio que no conoces la historia ─repuso al sentarse al borde de la cama─. Tomé a tu… pequeño líder como esclavo. Era una buena época a pesar de todo lo que había ocurrido. Mi esposa había muerto, mi hijo era apenas un recién nacido y yo no buscaba bastardos. Así que lo tomé. Él también cuidó del mocoso durante las noches ─hizo una pequeña pausa en la que posó la palma de la mano sobre el paño caliente, lo removió, volvió a sumergirlo en el agua fría y se lo colocó otra vez─, a él le gustaba Kei así que no lo maté cuándo debí hacerlo. Le di educación ya que era un salvaje, vivió en mi hogar, comió de mi comida. ¿Sabes cómo me lo pagó? Se fugó con Anzi. No sin que antes el maldito me cortara la pierna. Estaba durmiendo cuando Anzi se infiltró en mi habitación. En ese momento estaba un poco ebrio, sin saber qué demonios buscaban de mí. Tomaron a mi hijo y se fugaron ─levantó despacio la tela de los pantalones que le cubría la nueva pierna, permitió que la viera durante cortos instantes. Prestaba mucha atención a la predisposición a escuchar del muchacho─. Ahora utilizo esto para poder caminar, para poder luchar. El incidente podría haberme costado todos los años que trabajé duro en el ejército, podría haberme costado una vida sin herederos. Ni siquiera sé cómo he sobrevivido.

Hiro bajó la vista, se mostraba muy pensativo. Volvió a mirarle de vez en cuando en medio del silencio y asintió un poco, luego llevó sus ojos de nuevo hacia aquella pierna que no era de carne y hueso. Todos habían sufrido, todo se trataba de venganzas. Quiso llorar otra vez. Deseó no conocer la verdad, intentó borrar de su cabeza la idea de que todos esos años había estado viviendo con personas que habían hecho algo semejante y las había querido. Ni Anzi, ni Zin eran malas personas. Siempre les habían tratado bien a todos. Ahora estaban muertos, el general Miwa los había matado a todos, incluso a sus hermanos. Quería pero a la vez no quería creerle.

Afuera una tormenta se avecinaba, tendrían que estar preparados para atravesarla.

Notas finales:

Buenas ouo/~ ¿Qué tal?

Yo aquí en crisis porque no me abre el Chrome eoe!
-patea todo-

Espero que les haya gustado el capi uwu~~

Hoy no tengo ninguna referencia para dar, las agoté el capi anterior (???)

Y como tengo sueño, me voy retirando xD

Gracias por leer ouo/ como siempre.

 


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