Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Valiente. por Maira

[Reviews - 31]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Tocaron tierra firme durante algún momento de la tarde. Desembarcaron en un puerto austero, casi deshecho en donde los pocos hombres que de antaño habían acompañado a Omi y Kazuki en su expedición, cargaron con las pertenencias que había en la nave.
Se habían decidido por ocupar un lugar abandonado. Lo restaurarían lo mejor que pudieran, lo volverían apto para sobrevivir bajo aquellas condiciones.

El calor era insoportable. Las gruesas prendas se les humedecían con el sudor y a medida que avanzaban hacia el pequeño poblado visible a un par de kilómetros adelante, se desprendían de ellas y las abandonaban en la arena. Tenían que conseguir agua, ropas livianas, calzado fresco.

Un muchacho que había estado muy enfermo las últimas semanas, se desplomó en la arena, con los ojos en blanco. Cuándo Ryoga se detuvo e intentó ayudarle, Anzi le tomó por uno de los brazos y jaló de él para obligarlo a continuar la marcha. Los medicamentos que habían traído con ellos no habían funcionado con el muchacho, la fiebre no había bajado, lo más probable era que muriera pronto.

Una vez pisaron el pueblo, bajo curiosas miradas se dirigieron hacia el que en apariencia era el mercado principal. Intercambiaron armas, joyas, copas de bronce, pequeños instrumentos tallados en huesos de cabra; entre otros tantos numerosos objetos, por pantalones y camisetas livianas, sandalias de cuero, un par de cantimploras de firme cuero de camello en dónde recolectar el agua, comida.

Se dirigieron hacia alguna zona desierta para vestirse. Omi se internó en la oscuridad de un callejón y salió por completo vestida de color blanco. Esa ropa se le hacía curiosa, puesto que los pantalones se podían ajustar a la altura de los tobillos con ayuda de un par de cintas de la misma tela. Las sandalias también eran bastantes curiosas, muy trabajadas en comparación a las que había visto en los demás nativos. La camiseta era liviana aunque le quedaba un poco suelta.
Los cabellos se le pegaban de forma insoportable al cuello, el sudor los mantenía empapados. Mientras esperaba a que los demás se colocaran el atuendo adecuado, sacó la daga de su cinturón y comenzó a cortarse los cabellos, mechón a mechón.

Ryoga hizo un escándalo al ver lo que hacía su hermana. Kazuki soltó una carcajada animada. Kei se limitó a observarla perplejo.

Rodearon aquella zona en busca de alguna construcción que pudiera alojarlos a todos. No eran un grupo numeroso, no superarían las treinta personas. En el extremo Oeste del pueblo, se toparon con una edificación enorme de adobe que al parecer había sido incendiada. Al mirar alrededores se toparon con que la mayoría de los edificios tenían esa apariencia y Anzi se preguntó si sería seguro quedarse allí. A pesar de las uniones entre las tribus guerreras, aún existían grupos de rebeldes que se dedicaban a intentar destruir las mismas y solían atacar los pequeños poblados en busca de reclutas.
Al final decidieron que estaría bien quedarse, que se mantendrían atentos e inclusive lucharían si así era necesario.

Lo primero que tendrían que hacer, además de ir en busca de agua, era aprender el idioma común a todos los habitantes del desierto. Anzi anunció que les enseñaría a todos, pero que tardarían bastante tiempo en dominar la lengua. Como Omi ya la conocía debido a que el castaño se la había enseñado hacía mucho tiempo, no comentó nada en absoluto. Anzi agregó que tendrían que buscar maestros que les impartieran las técnicas de lucha que allí se estilaban; mucho más eficientes de las que estaban acostumbrados a ejecutar, tarde o temprano deberían unirse a una tribu guerrera. Ante eso último Kazuki protestó, pero el resto estuvo de acuerdo.

Se dividieron en dos equipos comandados por Anzi y Omi que partieron en busca de agua. Llevaron cubos de madera, las cantimploras que compraron en el mercado, un par de recipientes de metal. Todo lo que pudiera contener agua, servía. Dejaron al cuidado de Kei a Ryoga, Kazuki, Manabu y Ryuutarou. Éste último se encargó de quitar el vendaje del herido, dispuesto a tratar los numerosos cortes que estaban a punto de cicatrizar.

─¿No tienen miedo? ─preguntó el menor de todos. Se sentó sobre la saliente de una de las paredes─. Todo es tan… diferente… y extraño a Zin... ojalá estuviera con nosotros.

─No empieces, Kei ─se quejó Ryoga. Chasqueó la lengua en un gesto de molestia, luego dio un par de vueltas en círculos─. Agradece que estamos vivos.

─No seas cruel con Kei, Ryoga ─le reprendió Kazuki. Se mantuvo atento a los alrededores en busca de algún intruso malintencionado.

─No es cruel. Es realista ─murmuró Manabu y le clavó la mirada al más alto─. ¿Crees que aquí podrá comportarse como lo hacía en casa? Escúchame Kei, tienes que ser fuerte ahora…

─¡Déjenlo en paz! ¡Sólo tiene once años! ─se quejó Kazuki. Enseguida fue a consolar a Kei que se echó a llorar.

─¡A los cinco años yo era un sirviente, tú también Kazuki! ¡Y lo hubiéramos sido para siempre de no ser por que…!

─¡Basta! ─terció Ryoga. Bufó y se apartó los cabellos que se le pegaban al rostro─. ¡Cállense! ¡Además hace tanto calor! ¡Mierda! ¡Odio estar aquí!

─Quejarse y pelear no solucionará nada ─comentó Ryuutarou, bastante distraído en su tarea de curar las heridas de Manabu.

─Sí. Tienes razón, Ryuu ─murmuró Ryoga. Se recargó contra una pared, se limitó a cerrar la boca junto a los demás. Nadie pronunció una sola palabra acerca del asunto, simplemente lo dejaron correr con el fin de evitar otra pelea. De repente comenzó a pensar en Atsushi, sacudió su cabeza para apartar la imagen de su mente y se secó con los dedos las lágrimas que intentaron escapar a través de sus lagrimales. Más tarde volvió a despejarse el rostro de los cabellos que le caían con insistencia, cerró los ojos. El conflicto de todos aquellos días, las muertes de sus seres queridos, el secuestro de Hiro y el viaje lo habían dejado exhausto.

 

A muchos kilómetros hacia el Oeste, en la capital, los guerreros entrenaban. Hakuei y Leoneil decidieron utilizar lanzas de doble punta. Cada uno de los filosos extremos era de oro puro, en la superficie de las hojas aparecían grabadas escenas de guerra. La madera era dura, cubierta por una capa de pintura negra de origen vegetal y muy pulida. Eran armas sensacionales, a Hakuei le gustaban mucho.

Antes de comenzar, Leoneil le dijo que no se contuviera, que entrenarían tal cual de un combate real se tratara. Se dirigieron a una amplia zona dónde ninguna piedrecilla pudiera molestarles, ni tampoco otros hombres. El menor fue el primero en lanzarse al ataque con la lanza girando en rápidos movimientos. El pelinegro lo detuvo y de un movimiento preciso, hizo volar la lanza del pequeño por los aires.

─De nuevo. Ve a buscarla y prueba otra técnica, hombrecito ─le indicó muy concentrado.

Hakuei obedeció. En silencio tomó la lanza de la arena, se posicionó otra vez frente al más alto. Esa vez atacó sorpresivamente con el arma de punta y por muy poco no traspasó la túnica negra que Leoneil llevaba puesta. El susodicho describió media circunferencia en unos cuántos pasos, con un movimiento de sus manos hizo girar la lanza e hirió superficialmente uno de los brazos de Hakuei, que a su vez le atacó y logró rasgarle la túnica a la altura del pecho, un pequeño ardor le indicó que le había hecho un rasguño. Se movían rápido, preciso, sin dudar. Ningún guerrero debía dudar a la hora de atacar.
El pelilargo se aproximó lo suficiente como para impedir que le atacara de nuevo, forcejearon arma contra arma, hasta que al fin el menor dio medio giro con su cuerpo y le hizo un corte cerca de la garganta. Enseguida Leoneil lo empujó hacia atrás, el menor trastabilló y por poco no cayó, se sostuvo por medio de una de las puntas que con agilidad enterró en la arena, en medio de un gruñido salvaje volvió a lanzarse al ataque.

─Te estás haciendo muy fuerte ─comentó satisfecho el mayor.

─Si quiero comandar hombres, debo ser fuerte. Tanto como tú ─intentó hacerle un corte en la pantorrilla ajena pero no lo logró─. Y tengo que conseguir sabiduría.

─Te enseñaré una palabra nueva: adquirir. La sabiduría se adquiere ─respondió muy agitado─, pero jamás debes intentar ser tan sabio como un dios. Debes ser tan sabio como un hombre puede llegar a serlo.

Continuaron su entrenamiento entre golpes y rasguños superficiales, hasta que alguno de los dos se rindiera lo suficiente como para detenerse a beber un par de sorbos de agua. El sol que tanto veneraban permanecía en lo alto del cielo despejado, un testigo mudo de todas las acciones desde el principio al final de los tiempos. Alrededor suyo, los guerreros también se esforzaban. Algunos entre descansos los observaban luchar sin cesar.

 

Las alturas del burdel le regalaban su vista favorita, puesto que la edificación era la más alta y grande de toda la capital. Se mantenía sentado sobre el borde de una de las tantas cúpulas, fumaba tabaco de la pipa que una vez su amo le había regalado, la mano vendada descansaba lacia sobre su muslo izquierdo. Como había terminado todas las tareas que le habían asignado, se mantenía relajado con sus ojos clavados en el paisaje que se aparecía frente a él. El desierto se extendía hasta el horizonte y mucho más allá, desde esas alturas considerables el mar no se podía avistar. Le fascinaban los espejismos que el calor creaba, la manera en la que el viento caliente le acariciaba el rostro. Siempre había añorado un paisaje así, pero jamás creyó que terminaría por ser un esclavo en las mismas tierras de sus sueños.

Su amo era endemoniadamente guapo, en la misma medida que cruel. Él conocía muchos secretos acerca de ese mocoso, más de los que su familia podría llegar a saber. No sólo estaba a punto de llegar a los cuarenta y cinco años, una edad en la que la mayoría de las cosas de la vida se dan por sentadas; sino que la numerosa información de los informes, los mapas, los libros que él mismo había escrito de su puño y letra para los archivos del ejército, lo hacían conocedor de muchas cosas que el resto de la gente ignoraba.
Mientras cavilaba en esas cuestiones, con la boquilla de la pipa de madera entre sus labios, se preguntó qué sería de sus tierras en el centro del continente. Habían llegado noticias que le dieron escalofríos, por supuesto las había escuchado sin rechistar, sin siquiera alzar la vista mientras se mantenía a espaldas de Leoneil. Siempre que podía procuraba guardar silencio, aunque de vez en cuando le agradaba provocar al menor.

Ser esclavo de una familia como la de Leoneil tampoco estaba tan mal. Fuera de las tareas tediosas; como lo eran limpiar los establos, vaciar los orinales, matar para la cena los camellos o las aves que caían en sus garras, y los castigos cuándo cometía un error o hablaba de más, era una vida cómoda. Solamente tenía que esforzarse en contentar a las personas que le vestían, le daban de comer y de vez en cuando le hacían regalos.
En toda la extensión de las áridas tierras había amos mucho peores, algunos ni siquiera se encargaban de vestir o alimentar a sus sirvientes. Él se consideraba un esclavo con suerte.

Cabía destacar que en sí misma, su situación era divertida y humillante. Él, Ryo, el general a cargo de una tropa de veinte mil hombres… capturado como un animal, obligado a servir a personas que en un comienzo ni siquiera comprendía. Las dos veces que había intentado escapar, lo había pagado muy caro. No quería terminar con una mano menos, pero aún después de tantos años deseaba volver a sus viejas tierras, aunque fuera una última vez para despedirse.

A través del tiempo había escuchado muchas cosas, había visto y aniquilado a muchas de las personas que estimaba. Tal vez aquel fuera un castigo divino. Quizá su destino era nacer para traicionar a los suyos bajo el filo de un sable curvo.
Con todo, la contradicción se encontraba en que no podía quejarse. Se encontraba en las tierras dónde el oro, los manjares y el tabaco eran inagotables; razón por la cual el resto de los gobernantes las deseaban. El desierto era libre, el desierto tenía vida propia, nunca nada ni nadie se apropiaría de él.

Soltó una carcajada al aire, otra vez estaba teniendo pensamientos de anciano. Solía reírse de sí mismo con frecuencia, también del resto de los hombres y mujeres.
Mientras volvía a sostener la larga pipa entre sus labios, se miró ambas muñecas. Los tatuajes despedían un leve resplandor a la luz del sol. En ambos lados las elaboradas letras curvas, llenas de signos o adornos, anunciaban que era propiedad de la familia de Leoneil. Sobre el dorso de sus manos la figura del escarabajo, otro símbolo de esclavitud. ¿Por qué había permitido que lo tatuaran así? Por miedo. Sí, luego de ser capturado había sentido un profundo terror de que lo asesinaran. A él le gustaba la vida, siempre se aferraría a ella. Por más que tuviera que vivir como un esclavo que fumaba el tabaco de primera calidad que su amo le proporcionaba.

Continuó sumido en pensamientos, entre conversaciones consigo mismo mientras sus ojos se pasearon por el suelo a muchos metros bajo sus pies. 

Notas finales:

Buenassss buenas ouo/~

Traigo otra entrega (???)

Les voy a dejar una referencia uwu en primer lugar, que es la pipa de Ryo, ya que todas las pipas son diferentes -suena mal-:

http://www.zamnesia.es/2296-7196-thickbox/larga.jpg

Es de madera y pintada y toda la hueva. 

Luego les voy a dejar aquí un pequeño proyecto de una señorita~ a ver si les gusta. Me anotaron antes de etiquetarme en el link (?) igual me iba a meter. Haré MaoxKei uwu 

http://embryosick.livejournal.com/17866.html

Ehm owo pues, les dejaré un poco de música para que escuchen y se inspiren para escribir buenas cosas sexys del desierto (?)

https://www.youtube.com/watch?v=B9Qh_skHj4I

https://www.youtube.com/watch?v=vOgYK_r0BCk

 

Espero que les haya gustado el capi ouo/ gracias por leer y comentar. Besines a todos. 

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).