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Valiente. por Maira

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El mercado de esclavos perteneciente a Shota, se encontraba tan cerca del cuartel que se podía ir a pie. El negocio era heredado, pues el difunto padre del pelinegro lo había regentado durante largos años hasta pocos días antes de su muerte.
Al apoderarse de las riendas, Shota se había encargado de realizar muchas reformas. Comenzó por liberar a los toscos muchachos y muchachas, los distribuyó en diferentes lugares dónde pudieran aprender un oficio. Se quedó con los más bonitos, los que en realidad le traerían una buena ganancia y consiguió otros tantos provenientes de tierras lejanas. 
Poco tiempo después de llevar a cabo sus ideas, la clientela creció de manera considerable. A los hombres y mujeres de la clase alta les gustaba tener en sus camas a esas apetitosas criaturas, las cuales la mayoría poseía alguna habilidad como cantar, tocar un instrumento de cuerda o aire, recitar poemas de memoria. Todos a su manera conformaban una atracción fantástica.

A Mikaru le vendería la mercancía más cara, aquella que valía cada moneda de oro que el pirata le entregara. El muchacho en cuestión era una rareza proveniente de las costas. Kayuu se había acercado a él, le había pedido encarecidamente que le encontrara un amo que lo quisiera. Desde ese entonces, siempre que era comprado por alguien, a los pocos días era devuelto. Nadie quería bajo su techo a un muchacho mitad demonio, mitad humano. Lo devolvían intacto, ni siquiera se atrevían a tocarlo. Pues la idea de tener a un chico tan extravagante en un principio era tentadora, luego el pánico hacía acto de presencia en la situación.
Había llegado a la conclusión de Kayuu necesitaba de un amo muy particular y en cuánto Mikaru le había hablado acerca de lo que buscaba, el pequeño se le vino a la mente.

Sí. Mikaru era fuerte, tenía energías de sobra y sería perfecto para Kayuu. El pequeño sólo necesitaba alimentarse de una cantidad insignificante de energía vital, tal vez ni siquiera lo notara.

Condujo al mugroso pirata hacia el fondo del local, al cuarto dónde mantenía encerrado al chico. Se trataba de una pequeña habitación de paredes decoradas con tapices coloridos. Contra una de las susodichas aparecía un lecho adornado con telas vaporosas de colores cálidos, con dosel. Había velas por todas partes, un pequeño tocador con espejo y un baúl del que asomaban diferentes prendas. Un lugar sencillo pero bonito, cargado del aroma a cera de las velas.

Kayuu se incorporó de su posición semi-recostada contra los diversos cojines que había dispuestos sobre la almohada. Traía puesta una túnica fina color hueso que resaltaba la belleza natural de su cuerpo, el rostro también destacaba gracias a un peinado poco elaborado que se lo despejaba. Debido a la expresión de asombro en su rostro, Shota supo que no se esperaba la visita de un cliente a esas horas.

─Su nombre es Kayuu. Es lo mejor que tengo y es una rareza. ¿Te gusta? Apuesto a que nunca has visto un color de cabello semejante ─se jactó de su mercancía, pero no estuvo seguro de si Mikaru lo escuchaba.

─¿Qué es? He visto demasiadas cosas extrañas en el mundo como para reconocer lo que es humano de lo que no. ¿No estarás planeando matarme? Cielos… ¿Puedo acariciarle una mejilla? Es una preciosura.

─Adelante ─le concedió el permiso y prosiguió─. No te puedo mentir si te lo voy a vender, claro está. Es mitad demonio, mitad humano. Pero creo que podrían llevarse muy bien. No estoy seguro de que sepa cantar bien, tal cual lo pides. Fuera de eso, tiene todo lo que deseas.

─Me agrada, aunque es un poco peligroso. Los demonios le absorben a uno el alma… ─acarició varias veces la tersa mejilla de aquella preciosura que no cesaba de mirarlo. Tenía que admitir que conformaba toda una tentación con aquellos enormes ojos y ese menudo cuerpo. Le dio vueltas al asunto durante un largo lapso de tiempo.

─Aceptaré tus monedas sólo si prometes cuidar bien de él ─observó la manera en la que interactuaban─. Si no te comportas, lo sabré. Te lo quitaré y no volverás a comprarme nada.

─¿Por qué te empeñas en creer que le voy a hacer daño? Dado el caso, si me pongo borracho y hago alguna estupidez, estoy seguro de que el pequeño me lo hará pagar muy caro ─le tomó las diminutas manos y observó los dedos, las finas muñecas─. ¿Sabe hablar?

─¡Claro que sí! También lee y escribe. Es que no le permito hablar con la clientela, ningún muchacho debería hacerlo antes de ser comprado ─se encogió de hombros─. Así son mis reglas. Las tomas o las dejas.

─Rayos… es tan pequeñito. Vístelo con las ropas más extravagantes que tengas. Me lo llevaré ahora mismo. De todas formas no tengo mucho tiempo que perder y me agrada.

─Ven por aquí ─musitó satisfecho. Le obligó a abandonar el pequeño cuarto, llamó a un par de criados para que vistieran a Kayuu, prepararan sus cosas, le hicieran un peinado sencillo. Mientras tanto, él llevó a Mikaru hasta el escritorio de la primera habitación que utilizaba a modo de archivo, redactó de forma rápida un contrato en un pergamino y le tendió la pluma al pirata con el fin de que plasmara su firma. Tuvieron una pequeña riña ya que el hombre no sabía firmar, pero todo se solucionó en cuanto la mercancía llegó y se apresuró a garabatear algo al azar.

─¿Me prestas a tus criados para transportar el baúl hasta el muelle? Supongo que sabrán cómo volver ─atrajo por una muñeca al pequeño. Luego del interior de su abrigo sacó dos bolsas de monedas y las depositó sobre el escritorio de madera.

─Págales una buena cantidad a la hora de volver. No vaya a ser que te echen una maldición ─soltó una pequeña risa con el pergamino en su mano, lo sacudió con suavidad con tal de que la tinta se secara rápido─. Son buenos en eso, provienen de una tribu en la que se cree en ese tipo de cosas.

─Les daré tanto oro que van a cagar monedas durante una semana ─soltó una carcajada, alzó su mano a modo de saludo y comenzó a caminar─. Adiós, soldado de pacotilla ─el pequeño Kayuu quiso decirle algo a Shota, pero no pudo más que enviarle un pequeño mensaje telepático a modo de agradecimiento.

Una vez se encontraron solos, Adam se sentó en la silla libre frente al escritorio. Entrelazó los dedos de ambas manos, medio se recargó contra la superficie y observó todo el proceso que Shota llevaba a cabo. Primero lo miró enrollar el pergamino, amarrarlo suavemente con una cinta de cuero, guardarlo junto a los demás contratos. Luego observó la forma en la que abrió las bolsas, volcó el contenido sobre el escritorio y se colocó a contar las monedas. Le gustaba su expresión concentrada. Con movimientos perezosos se recargó de lado sobre el brazo izquierdo, con la mano derecha se colocó a apilar las monedas en grupos de diez, se las acercó a su amo que medio sonrió por ese gesto. Efectivamente allí había cuatrocientas monedas, un buen negocio.

─Vamos a casa. Tenemos que poner a salvo el dinero ─anunció Shota luego de escribir unos números en un volumen encuadernado.

 

Mikaru condujo con cierta prisa a su nuevo esclavo. La forma en la que todos los miraban le tenía sin cuidado. Kayuu estaba precioso con su atuendo negro satinado, aunque pensó que unas ropas más coloridas y adornadas le sentarían mucho mejor. Ya se encargaría de conseguirle bonitas ropas en los diferentes puertos del mundo, colores que hicieran juego con sus cabellos de fuego. Llegaron al muelle sin menores problemas.

Le pagó una generosa cantidad de monedas a cada uno de los sirvientes. Un par de sus hombres subieron el baúl del pequeño sin rechistar y él les ordenó que lo depositaran en su camarote. Nadie se atrevió a mirar a Kayuu durante más de un par de segundos sin entrar en pánico. Al momento de abordar, Mikaru bramó un par de órdenes y todo el mundo se colocó a sus puestos. Todo estaba listo: las balas de cañón recién adquiridas, los proyectiles de repuesto para las pistolas, la pólvora, la comida y la bebida transportada en barriles por los cocineros, las gruesas cuerdas de reemplazo de las que se habían roto durante la última tormenta, aceite para encender las lámparas, los botes de repuesto que se habían perdido.

Ese era El implacable, su adorado barco, su navío. La figura tallada al frente representaba a Keréhn, el dios supremo del mar. Una deidad de largos tentáculos y una boca dentada, cuyo juicio divino consistía en tragar los barcos pertenecientes a quienes le hacían enfurecer, blasfemaban contra él o eran lo suficiente osados como para interrumpir su sueño.

El implacable había sobrevivido tres veces a Keréhn, a su remolino mortal. Aquellos eran tiempos duros en los que la fe pendía de un hilo y él era demasiado joven para comprender los verdaderos peligros de desafiar a un dios. Para que el Señor Supremo les perdonara, había que batallar por empujar al enemigo al centro del remolino, destruirlo por completo y de esa manera ofrecerlo en sacrificio. Una vez la tormenta se apaciguaba, sabían que estaban perdonados, libres de cualquier cargo. Él lo había logrado junto a su tripulación.

Partieron de inmediato, el rumbo que debían tomar era de treinta grados hacia el Este, luego hacia el Norte hasta toparse con cualquier navío de Miwa al que tenía las órdenes estrictas de hundir. Un par de días atrás, desde las costas al Norte también lo había hecho una parte de los navíos bajo su mando, con el fin de vigilar las rutas mercantes. En el centro del mar les esperarían más de los suyos, su flota era enorme y permanecía en la constante búsqueda de más piratas que se les unieran a cambio de grandes beneficios.
El mar estaba plagado de barcos piratas que tenían la orden estricta de hundir todo barco que enseñara las velas de las tierras que acaban de caer. Nadie debía escapar, nadie tenía que tocar tierra.
Sacó el mapa con la ruta que había trazado, un pergamino bastante destruido por los bordes y lleno de números, el único lenguaje que conocía y podía leer. Consultó la brújula, sabía que Kayuu observaba con mucha curiosidad todo lo que hacía. Se apoderó del timón hasta que estuvieron lo suficiente adentrados en la mar, con el rumbo fijo. Una vez que tuvo la oportunidad de relajarse, trabó el timón, guardó todo en el bolsillo interior del abrigo, tomó al pequeño por la muñeca, lo escrutó detenidamente.

─¿Te llamas Kayuu? ─le preguntó─. ¿Qué diablos es lo que comes y bebes?

─Energía vital, pero también puedo beber un poco de vino o licor dulce ─lo miró a los ojos con la misma intensidad que el pirata─. Mi estómago no tolera las cosas sólidas.

─¡Muy bien! Dado el caso, beberemos vino para festejar que te he comprado ─le pasó un brazo por encima de los hombros, lo atrajo contra su cuerpo y comenzó a caminar hacia su camarote. Por cada paso que él daba, Kayuu tenía que dar dos o tres. En cuanto notaron que el timón se encontraba solo, dos piratas de aspecto tan extravagante como el capitán se hicieron cargo de mantener el rumbo. Al parecer la mayoría llevaba consigo una brújula. Un pirata demasiado alto como para ser humano, trepó la red de cuerdas que conducía hacia el nido. Otros lucharon con las cuerdas que mantenían las velas hinchadas por el viento a favor. La cubierta estaba plagada de piratas, cada uno dedicado a su tarea.

La verdad era que en esos momentos a Kayuu no le apetecía beber. Se dejó llevar debido a que el firme brazo de su nuevo amo no le dejó de otra opción. Observó el mar que se extendía hacia todas partes, la costa que abandonaron aparecía lejana. La idea de vivir con un pirata no le gustaba demasiado debido a que en cualquier instante, el barco se podría hundir y él lo haría con el mismo. Su punto débil era el agua ya que el demonio que había sido su padre, le había transferido los dones del fuego. Ingresó al camarote sin decir palabra alguna. El pirata se veía satisfecho de tenerlo allí con él, de repente se sintió deseado. No quería decepcionarlo, le aterraba la idea de volver a estar solo. ¿Cuánto tiempo tardaría Mikaru en devolverlo?

 

Encerrado dentro esas podridas cuatro paredes, sumido en la penumbra que las antorchas del exterior no alcanzaban a traspasar, con las muñecas firmemente sujetas por los grilletes, no era consciente del paso del tiempo. De vez en cuando se dormía y tenía pesadillas, se despertaba sediento, hambriento, sudado, tembloroso. Creyó vomitar de nuevo, pero no estaba seguro de en verdad haberlo hecho. Todo le pareció irreal, sin sentido. De vez en cuando Tora le dirigía la palabra, él respondía con monosílabos.

Hiro se mantuvo lo más alejado posible del par. Acurrucado contra una esquina, se dedicó a esperar, a soñar y pensar. No tenía idea de cuándo volverían por ellos, tampoco sabía que sucedería. Él no tenía nada que lo uniera a esas personas, era un simple prisionero… de unos prisioneros.
Se pasó la mano por la barbilla en un gesto frustrado, la barba de pocos días le raspó suave la palma. Sentía el cabello pegado a la frente, ni siquiera se molestó en apartarlo. Comenzó a sentir una sed enloquecedora. Al final los días sin comida habían hecho mella en su cuerpo, se sentía débil. A veces el hombre llamado Tora le hablaba, pero él simulaba no escucharle. De vez en cuando un pequeño ratón pasaba corriendo por encima de sus piernas y desaparecía.

Pasaron días completos hasta que el sonido de varios pares de botas volvió a retumbar por las paredes del pasillo. Las vueltas de llave de costumbre, el chirriar de los goznes. Alguien entró con una antorcha en la mano que despedía una luz cegadora, todos a su manera cerraron los ojos o apartaron el rostro. Les dieron agua en unos cuencos. Luego, al comprobar que el par de generales se encontraba débil, les removieron los grilletes.

A Hiro no le fue suficiente esa pequeña cantidad de agua. Se recargó de nuevo en su lugar, entre un largo suspiro. Más tarde protestó con un quejido al ser tomado por dos soldados de uniforme gris y azul. Lo levantaron de forma brusca, medio lo empujaron para que caminara hasta la puerta, le obligaron a salir al pasillo. Una vez la puerta del calabozo estuvo cerrada, lo condujeron hasta el final del pasillo en el que aparecían unas escaleras. A empujones le indicaron que subiera, el idioma común que utilizaban los hombres era vulgar, carente de tonalidad.

Lo abandonaron en una sala alfombrada, con las paredes cubiertas de pinturas. Se sentó en una de las sillas finamente tapizadas, la mesa era de excelente calidad. Durante unos instantes se quedó asombrado con el mapa que ocupaba toda la pared del fondo, era un lugar precioso, mucho más bonito que la sala del castillo dónde fue criado. ¿Así que esos eran los cuarteles militares de las personas que lo habían capturado? Un par de jóvenes ingresaron con bandejas y platos, una jarra de vino, una copa. Depositaron frente a sus narices unos manjares que le hicieron agua la boca, le sirvieron vino en la copa y se retiraron. ¿Era una trampa? Estaba tan hambriento, tan sediento… ya no le importaba.

Luego de beber el vino que contenía la copa, bebió directamente de la jarra. El líquido corrió rápido a través de su garganta, con todo continuó sediento. Devoró todo lo que encontró en las bandejas, desde lo que tenía mejor aspecto a lo que no tanto. Por primera vez en semanas se sintió bien, incluso le entró un poco de sueño. Se recargó contra el respaldo de la silla en una posición relajada, suspiró con los ojos entrecerrados y las manos juntas sobre el estómago, las piernas estiradas. Volvió a repasar toda la habitación con sus curiosos ojos. Hasta que al fin los sirvientes ingresaron de nuevo, retiraron todo lo utilizado y apareció un hombre que se sentó frente a él. 

Al parecer era un alto rango del ejército conquistador, observó su capa azul con curiosidad, los diseños bordados eran preciosos. El uniforme era gris y azul, llevaba varias cadenas de plata al cuello. Se quedó como hipnotizado ante cada detalle, no le respondió a ninguna de las preguntas que le hizo. Sabía que comenzaría a impacientarse, ¿Qué podía hacer él? Al final el hombre se marchó e ingresó otro, usó el mismo procedimiento. Él solamente quería que lo dejaran tranquilo en aquella bonita sala, ya no quería unirse a nadie, ya no quería pelear, no quería matar a nadie.

El último hombre que ingresó a la sala, se ubicó frente a él con unos pergaminos, un tintero y una pluma entre las manos. Depositó todo muy suavemente sobre la superficie pulida de la madera. Hiro lo miró suspicaz, el hombre no le daba buena espina. Observó la pulsera de plata en su muñeca, una pieza muy bonita.

─¿Podemos hablar? ─le preguntó entretanto destapaba el tintero─. Me llamo Sono. En verdad me gustaría que mantuviéramos una conversación.

Hiro cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró a los ojos, negó con suavidad un par de veces. Sin embargo aquel llamado Sono, le acercó el tintero, el pergamino, la pluma.

─Me han informado que no hablas. No sé por qué, pero podrías escribir las respuestas. ¿Sabes escribir? Quiero que nos presentemos formalmente, para eso necesito saber tu nombre.

Hiro dudó unos instantes, volvió a mirar a Sono con los ojos entrecerrados y llevó su vista al pergamino. No quería mantener contacto con ese muchacho, no le inspiraba confianza la manera amable que utilizaba para hablarle, libre de la crueldad que el resto había utilizado con él. Sin embargo terminó por ceder y garabateó su nombre.

─Muy bien, Hiro ─respondió al acercar un poco la silla hacia el extremo, pues ambos se encontraban enfrentados en el extremo izquierdo de la mesa─. ¿De dónde vienes? ¿Qué relación tienes con los generales Miwa y Amano?

El más alto le dio un par de vueltas a lo que iba a plasmar en el pergamino, pero al final decidió que lo mejor era decir la verdad: ‹‹El lugar dónde crecí se llama Ponimayesh, está muy lejos de aquí, se llega en barco. Esos hombres me secuestraron, querían que formara parte de su ejército.››. Hizo una pausa, como si pensara en poner algo más.

─¿Y tú aceptaste? ─sonrió al ver que Hiro negaba con su cabeza─. Buen chico.

‹‹No quiero unirme a ningún ejército.››, escribió tan rápido que por poco el pergamino no se rompió, ‹‹Esos hombres mataron a todas las personas que conocía. Estoy solo en el mundo, no quiero nada.››

─No hay mejor hogar que un cuartel, Hiro ─acercó un poco más la silla, hasta casi ubicarse a su lado─. No es necesario que mates a alguien. No todos los militares nos dedicamos a… derramar sangre ─lo miró fijo, ladeó un poco la cabeza en busca de sus ojos cuándo el muchacho desvió la mirada hacia el pergamino─. Si te unes a nosotros, te prometo un buen puesto en el que no tengas que matar gente.

‹‹¿Cómo puedo saber que no me estás mintiendo? No puedo confiar en las palabras de un desconocido.››

─¿Acaso ves en mi cara la mentira? Mírame fijo, Hiro ─lo tomó por el mentón y le alzó el rostro, prácticamente le obligó a que lo mirara muy de cerca. Más tarde, sin poder evitarlo se acercó hasta casi rozar sus labios.

Hiro lo apartó bruscamente, mojó la punta de la pluma en el tintero. Escribió el siguiente mensaje con nerviosismo, su caligrafía se vio temblorosa. ‹‹Él también intentó hacerme algo malo. Me besó, me tocó. No lograrán nada haciéndome esas cosas. No me gusta.››, creyó que la pluma iba a ceder bajo la presión que le imprimía, ‹‹Así que no te atrevas a besarme.››. Soltó la pluma y se colocó de pie, muy a la defensiva.

─Cálmate, Hiro. Siéntate ─le ordenó sin utilizar un tono autoritario─, no llegaremos a un acuerdo si peleamos desde el principio. Anda ─jaló despacio de la manga de su camiseta y le entregó la pluma─, eso es. Relájate.

‹‹Sono, no voy a unirme a tu ejército.››, garabateó de nueva cuenta, ‹‹Tarde o temprano, en cuanto descubras mi habilidad para pelear, vas a desear que mate personas. Ellos también querían eso. Aprendí a pelear para cuidar a mi familia, para matar personas malas que lastimaran a mis hermanos. No quiero conquistar tierras para ningún rey.››

─Eres muy tierno, Hiro… ─murmuró─. ¿Puedo pedirte que luches conmigo frente a los superiores? Prometo que no voy a permitir que te lleven si tú no quieres. Sólo regálame una pelea.

El más alto volvió a mirarlo suspicaz, sin embargo luego de pensarlo un poco, asintió. Enseguida Sono se colocó de pie, tomó el pergamino que utilizaron, lo dobló, lo guardó en uno de sus bolsillos. Llevó a Hiro a través del pasillo, atento ante cualquier movimiento extraño. Hasta que al fin llegaron a la salida del edificio que daba a un amplio terreno.

Todos los altos rangos permanecían de pie, a la espera de Sono. Hiro supo que aquello estaba planeado desde un principio, pues en cuanto les vieron juntos, más de uno asintió con eficacia. Sono le tendió un sable de empuñadura plateada, él lo tomó, lo desenfundó. ¿Qué debía hacer? Si mataba a Sono, los demás lo atravesarían como a un pedazo de carne al fuego. Por otro lado, no podía permitir que el muchacho lo hiriera.

Recibió un ataque tan rápido que casi no fue capaz de reaccionar. Forcejearon filo con filo. A pesar de verse frágil, Sono era bastante fuerte y poseía una técnica muy extraña. Se alejó, esquivó el siguiente golpe, contraatacó con un movimiento que buscó cortarle las piernas.
Al ver que se trataba de un combate serio, Sono se desprendió de la capa azul. Se lanzó otra vez al ataque pero Hiro le golpeó el lado izquierdo de su cabeza con la funda del sable. Entonces, muy furioso, de un golpe cortó la funda. Hiro protestó con un gruñido, soltó lo que quedaba del objeto y le lanzó un golpe que por muy poco no le rasgó el uniforme a la altura de su hombro.

Lucharon cada vez con más potencia, ninguno de los dos quería ceder. Describieron circunferencias completas, la tierra se alzó a su alrededor bajo los movimientos bruscos de sus pies, más de un soldado se detuvo a curiosear qué hacían. Hasta que al fin con un golpe, Sono lo desarmó. No le fue fácil derribarlo con su pierna, incluso se le resintió un muslo; pero antes de que el más alto lograra levantarse, soltó su sable, se le arrojó encima y le llevó las muñecas por detrás de la espalda en un ángulo doloroso.

─Lo siento, Hiro ─le murmuró al oído. Tomó los grilletes que le pasaron y se los colocó con habilidad─. Tenías razón, te llevaremos con nosotros. Me encargaré de ti. Quieras o no, serás mío.

Notas finales:

Buenas, buenas, buenas ouo/~

En primer lugar, espero que el capi les haya gustado uwu me tardé, como siempre, porque últimamente no me decido con el tema de corregir las palabras, los términos u otras cosas que por ahí leyéndolo cinco veces, al final encuentro que están mal. Además, encuentro que a veces me trabo mientras estoy escribiendo y no sé cómo arreglar luego los párrafos xDD espero que no se note mucho. 

Les voy a dejar data sobre el nuevo pj~ el peque Kayuu. 

Kayuu es un pequeñito perteneciente a una banda que se llama Vneu (en realidad va con unos corchetes pero tengo el teclado desconfigurado y no me salen e.e). 

Es tan pequeño, pero taaaan pequeño (es más pequeño que el enano Ruiza ewe eso es mucho) que les voy a dejar un par de fotos y luego una comparación con cierto señor conocidillo últimamente:

Así me lo imagino aquí: (Hoy clickeen con confianza que no me equivoqué con la configuración de los links xD se abrirá en nueva ventana)

http://images6.fanpop.com/image/photos/33400000/Kayuu-v-neu-33478609-300-450.jpg

Más fotitos ~


http://n-e-u.jp/profile/images/201407_kayuu.jpg

http://media-cache-ak0.pinimg.com/236x/8b/54/9b/8b549b7c55ec808ce18f0e074af2e18f.jpg

Es tan peque que da miedo romperlo *A* 

 

Les dejaré también una pseudo-imagen de cómo me imagino el navío gigante del Mikaru:

http://www.tlucretius.net/FurryPirates/cutaway.jpg

 

Y les dejaré buena música que me inspiró a escribir hasta ahora todas las partes que llevan un barco xD 

https://www.youtube.com/watch?v=npWSI9iu2i0

 

Espero que el capi les haya gustado ouo/ perdón por no cumplir con los días~ 

Besines a todos uwu los quiero. 


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