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Valiente. por Maira

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─Lo siento ─pronunció despacio luego de acostarse a sus espaldas─, es que tengo mucho miedo.

─Todos tenemos miedo, Kazuki ─le respondió en un susurro─. No eres el único que está aterrorizado.

─Lamento haberme puesto así ─esperó a que el más bajo terminara de voltear y miró su rostro en la semi-penumbra, en cuanto notó el ligero destello que sus ojos desprendieron al moverse tuvo unas ganas incontenibles de abrazarlo.

─Eres un tonto, Kazuki ─suspiró resignado, se pasó una mano por los cabellos y terminó por cubrir al más alto con una de las dos gruesas capas que compartían con Ryoga.

─Lo sé, lo siento ─se acurrucó bien contra el grueso tejido, poco a poco por debajo del manto comenzó a sentir el calor del cuerpo de Manabu─. ¿Puedo abrazarte? Está bien si no quieres.

Manabu se mantuvo silencioso, se dedicó a pensar qué responder hasta que al final volvió a dejar escapar un suspiro─ De acuerdo, pero sólo por hoy. ¿No quieres que te cante una nana también?

─No seas pesado ─le reprendió y más tarde le imitó el gesto de suspirar. Muy cuidadoso le rodeó el cuerpo con sus dos brazos, tal cual se fuera a romper si lo hacía brusco. Aspiró el aroma a arena de sus cabellos, el calor de su cuerpo se le hizo reconfortante. Al poco tiempo de mantenerse en silencio, sus párpados comenzaron a pesar. Ryoga se movió sin despertarse, Manabu se sobresaltó al ser golpeado por el codo del menor, él tuvo la misma reacción por el simple hecho de abrazarlo. Dejó escapar una pequeña risa de alivio. Entonces sucedió algo realmente mágico, Manabu deslizó muy despacio los brazos en torno a su cuello y se acurrucó mejor contra su pecho.

─¿Sabes? Intento ayudar en todo lo que puedo, tener el valor de enfrentar la situación. Siempre lo he hecho, pasamos por peores épocas, pero siento que en cualquier instante alcanzaré mi límite y me derrumbaré. Omi también lo hará, Ryoga, Anzi ─le acarició despacio con la palma de su mano extendida el lado derecho del cuello─. No dejes que eso suceda, ponte de nuestro lado como siempre, ayúdanos. El miedo no te permite ser quién eres en realidad.

─Eso haré a partir de ahora ─murmuró con el mentón sobre la cabeza del más bajo. Cerró sus ojos, hundió la nariz en los cabellos ajenos y se abandonó al cansancio que sentía. De forma gradual el sonido de la voz de Manabu desapareció, se sumergió en el mundo del silencio.

 

Desde el momento en que se llevaron a Hiro, dentro de la mazmorra el paso del tiempo pareció adquirir una forma espesa y oscura que se escurrió hasta lo más profundo de sus almas, allí donde el terror aguardaba paciente su momento de aflorar. No tuvieron idea de qué le hicieron, pues nadie volvió a aparecer. En el pasillo los guardias se mantuvieron silenciosos, uno a cada lado de la puerta.

─Señor ─le susurró Tora─, no se duerma. Señor, tiene que escucharme ─como Masashi parecía no escucharle, lo sacudió por uno de los hombros.  

El general le apartó la mano de un golpe, se inclinó hacia el lado contrario y volvió a vomitar. Luego entre jadeos intentó recuperar el ritmo normal de la respiración, soltó un gruñido ─¿Qué demonios quieres? No podremos escapar si es lo que estás pensando.

─No levante la voz, señor. Tengo un plan, aún me quedan fuerzas. He fingido estar a punto de morirme para que me liberen de los grilletes. Señor… escúcheme… ─negó con su cabeza cuándo Miwa alzó su mano temblorosa a modo de imponerle silencio─. Puedo escapar, puedo enviarle un pergamino a Naoto.  

─No seas idiota, Amano. ¿Acaso no has visto cuántos son? ─frunció el entrecejo en un claro gesto de molestia─. Estamos acabados. En caso de que escapes, te doy el permiso para desertar. Tienes que partir con tu familia hacia algún lugar seguro.

─Señor, no puede rendirse tan fácil. Naoto aún…

─Lo más probable es que Naoto haya desertado o el propio ejército a su cargo la haya matado. No puede vivir por siempre, como ninguno de nosotros.

─¿Cómo puede decir eso? Señor, le suplico que… ─pero sus palabras fueron interrumpidas ante el sonido de la llave en la cerradura. Enseguida se colocó de pie, dispuesto a hacerle frente a cualquier soldado que intentara cruzarse en su camino.

Ingresaron cuatro hombres uniformados, en el hueco de la puerta vieron el perfil de Sono perfectamente iluminado por el resplandor anaranjado del fuego de las antorchas. Fueron tomados con brusquedad, otro soldado ingresó para ayudar a sus compañeros en el forcejeo con Tora. Bajo una orden de Sono, todos comenzaron a caminar hacia el pasillo. Los llevaron medio arrastrando a través del estrecho lugar. Tora protestó, se revolvió e incluso gritó maldiciones. Miwa lo observó con los ojos entrecerrados puesto que el lacerante dolor se había extendido hasta sus intestinos. Los iban a matar, de eso estuvo por completo seguro.

Los condujeron escaleras arribas, luego a través del pasillo principal. Los muy malditos habían comenzado a cambiar el color las molduras, las alfombras e incluso el de los tapizados de los muebles. Los sirvientes y trabajadores no alzaron la vista una sola vez de sus tareas.

Llegaron a campo abierto en las mismas condiciones, durante el trayecto un par de soldados apartaron la vista de lo que hacían y los miraron, pero luego continuaron como si aquella fuera una escena habitual. ¿A dónde los conducían? En su turbulenta mente, Miwa intentó recordar cada palmo de la zona a la que los arrastraban. Alguien le dio una sacudida tan fuerte que la boca se le inundó del ligero fluido que componían las náuseas. Pasaron de largo el hospital militar, luego el depósito de armas, por último el amplio campo de prácticas con arco y flecha.

Más allá se extendía el terreno salvaje, un lugar que nadie había pisado en décadas. Pasaron cerca de una construcción abandonada que todos temían, pues muchos soldados afirmaban haber visto fantasmas, a él le parecían puras estupideces y más de una vez intentó que acondicionaran el lugar para ser utilizado; pero nadie quería trabajar allí, todos eran unos estúpidos supersticiosos.

Por fin se detuvieron frente a un pozo abandonado que de antaño había sido utilizado para arrojar a los soldados rebeldes. Era un pozo profundo, tanto así que desde la superficie era casi imposible ver el fondo. Mucho antes de que su padre naciera, el rey había suspendido su uso y todo el mundo había olvidado el asunto. Le pareció irónico que Sono los hubiera conducido hasta allí con sus tan claras intenciones.

─Muy bien, señores. Voy a hacerles la pregunta sobre la que estoy seguro que han tenido mucho tiempo de pensar ─comenzó a hablar el muchacho en una postura muy relajada, con las manos entrelazadas a la espalda. Hizo caso omiso a los forcejeos de Tora─. ¿Van a unirse a nuestro ejército y servir a su nuevo rey? Si no lo hacen, les advierto que morirán aquí. Sus familias serán asesinadas ya que no queremos ninguna clase de venganza, pero puede que consideremos la vida de sus hijos. Son niños, hemos llegado a la conclusión que están en la edad correcta de elegir nuestro lado y servirnos.

─¡Bastardo! ─espetó Tora e intentó soltarse del agarre de los tres hombres.

─Esas piedras son demasiado lisas como para intentar escalar… ─murmuró Sono con una ceja arqueada, luego volvió a llevar la vista hacia ellos─. ¿Y bien, qué dicen?

─¡Jamás me uniré a sus filas! ¡Antes muerto que vestir como un sucio sureño! ─bramó Tora.

─Arrójenlo ─ordenó tajante y los soldados hicieron lo propio.

Tora se resistió lo que más pudo, incluso intentó detener el avance con sus pies, pero la fuerza de tres hombres en el estado que se encontraba lo superó. Pronto se vio en el aire, sacudiendo inútilmente los brazos en busca de aferrarse a algo. Las uñas de la mano derecha desaparecieron, gritó de dolor. A su alrededor todo se oscureció gradualmente hasta que aterrizó sobre un colchón de huesos. Un alarido de dolor que por poco no le lastimó la garganta rebotó contra las paredes redondeadas del pozo y sus propios oídos. Se recostó sobre los huesos, con sus dos manos temblorosas se tomó la pierna por la zona debajo de la rodilla, seguro de haberse roto la izquierda. No quiso mirar, cerró sus párpados y los apretó, profirió un nuevo grito acompañado de una maldición.

Sono llevó sus ojos hacia Miwa, quien le dirigió una mirada rápida antes de dejar caer su cabeza. El muchacho observó que los soldados lo obligaron a colocarse de pie en cuanto sus escasas fuerzas cedieron─ Su turno de responder, general.

─Me estoy muriendo, sangro por dentro ─comenzó a decir con dificultad─. No estoy en condiciones de decir que sí aunque lo deseara, estoy acabado.

─Eso suena interesante.

─Mi hijo, Mizuki… ─intentó no escuchar un nuevo grito de dolor por parte de Tora─, no se lo lleven. Aún no está preparado, no ha formado una personalidad fuerte. No sobrevivirá…

─A eso lo veremos, ahora nos concierne la respuesta.

─Arrójame de una maldita vez al pozo, con suerte me romperé el cráneo.

─De acuerdo, cumpliré con su pedido. Adiós, general Miwa… fue un placer ganarme su confianza ─quitó las manos de su espalda y efectuó un gesto con su mano para que los soldados lo arrojaran, cosa que al instante hicieron. Más tarde mientras el pelinegro caía, se tomó la molestia de asomarse y hacerle el saludo militar de rigor que tan bien conocía─. Consigan unas cuerdas y cuándo estén seguros de que está muerto, bajen y quítenle la pierna. Es muy valiosa, la podrán vender en el mercado ─sin más preámbulos pidió a los soldados que le siguieran. Aún quedaba algo por hacer.

Masashi se dejó caer de espaldas, el aire le agitó los cabellos azabaches, la voz de Tora se hizo cada vez más intensa en los momentos que sólo se dedicó a observar el círculo de luz allí arriba, frente a sus ojos. Cayó encima del hombre y éste volvió a proferir un alarido. No se hizo una sola herida.

El aire viciado en el fondo del pozo era insoportable. La tierra, los huesos desperdigados por todos lados y la ceniza, se le hicieron repugnantes. Se apartó, miró la figura de Tora en la penumbra, con sus manos le palpó los brazos, las costillas y las piernas hasta dar con la herida que buscaba. En esos momentos supo que Tora podría darse por muerto.

La astilla de hueso expuesta era filosa, temió hacerse una cortada si la presionaba con intenciones de acomodarla. La sangre le empapó la mano, la sacudió en un vano intento de que se secara. Luego le tomó el rostro con ambas manos para que dejara de gemir y sollozar.

─¡Máteme! ─le gritó desesperado, histérico─. ¡No quiero morir lentamente aquí! ¡Rómpame el cuello, general! ─dejó caer su cabeza en medio de un nuevo ataque de llanto.

─Mi mejor soldado… ─murmuró como ensimismado.

─¡Por favor! ¡No soporto el dolor! ¡Máteme! ─le aferró la muñeca con fuerza─. N-Nos moriremos aquí, los dos. Nos vamos a morir, no hay manera de escapar. Mejor… hágalo y luego… ¡Luego puede tomar uno de esos huesos filosos y enterrárselo en el corazón! Sí, señor. Muera conmigo, señor. Se lo advertí, una vez se lo advertí. Antes de partir le dije que teníamos que encerrar a todos los malditos sureños que tuviéramos entre nosotros. ¡No me escuchó! ¡Rómpame el cuello, maldita sea! ─otra vez rompió a sollozar histérico, tal cual fuera un niño.

Miwa lo miró afligido, sin dejar de sostenerle el rostro. Tora había sido un excelente hombre, durante la mayor parte de su vida se había dedicado a servirle, a velar por su bienestar. Él a cambio le había dado un puesto estable, una serie de propiedades, una esposa con la que engendró un heredero fuerte. Aunque en su fuero interno no lo comprendiera bien, eran amigos. Lo tomó por debajo de la barbilla.
Tora no dejó de rogarle y él se limitó a guardar silencio, ¿Qué podría decir al respecto? Su rostro se contrajo en una mueca de ira, pues en un simple instante por fin comprendió las dimensiones de la situación. De un movimiento rápido le rompió el cuello, el eco de las últimas palabras de Tora retumbó un tiempo haciéndole compañía antes de por fin quedarse rodeado de una mortal atmósfera silenciosa.
Respiró entrecortado, los ojos se le llenaron de lágrimas, profirió un grito como jamás lo hizo en su vida. Golpeó con ambos puños los huesos a su alrededor, sin importarle que sus manos se hirieran. Luego buscó entre la penumbra el torso de Tora, estrujó la tela de su uniforme entre los puños cerrados y después de recargar su frente contra el cuerpo aún caliente, rompió a llorar como ni él mismo jamás se lo hubiera permitido.

 

La calma reinaba en el jardín, aunque no en la mansión, su padre no estaba. La verdad era que Mizuki no comprendía lo que en la cocina se rumoreaba, su madre se encontraba tan alterada durante esos días que ni siquiera le hablaba. Había escuchado de sus labios las palabras “fugarse” y “venganza”, pero él no sabía qué significaban. Había baúles dispuestos en toda la casa, como cuándo se encontraban a punto de viajar. A él le gustaba jugar a saltar por encima de los mismos o esquivarlos.

Observaba las primeras estrellas que comenzaban a hacerse notar, algunas más grandes y brillantes que otras. Le gustaba estar así, libre de la presencia amenazante de su padre. Cuándo él no se encontraba en su casa, su madre y Yusuke se encargaban de todo. Nadie caminaba apresurado o se colocaba tenso, nadie lloraba en los rincones, todos podían comer lo que desearan.

A veces tenía pensamientos malos con respecto a su padre, pues creía que todo el mundo estaba mejor sin él; pero en cuánto aquello se le venía a la mente, sacudía su cabeza. Estaba mal pensar así, Yusuke se lo había dicho. Por más que nunca le hubiera permitido reír en su presencia, por más que le tratara muy mal, por más que hubiera matado a Garras, el general Miwa era su padre.

Cerró sus ojos y aspiró con fuerza todos los aromas del jardín, extendió sus brazos sobre la mullida hierba, suspiró de pura felicidad. Hasta que una serie de sonidos fuertes provenientes de la mansión le obligaron a incorporarse. Sus ojos se abrieron enormes, del piso superior comenzaron a alzarse unas potentes llamas. Los gritos le perforaron los tímpanos, algunos sirvientes lograron escapar del lugar pero unos hombres vestidos de uniforme gris y azul los atravesaron con sus sables. Yusuke corrió hacia él, nunca lo había visto tan aterrorizado.

─¿Q-Qué está sucediendo? ¡¿Qué pasa?! ¡¿Por qué los matan?! ─le preguntó a su niñero una vez se encontró entre sus brazos, pero éste no le respondió. Se aferró a su cuello mientras Yusuke corría, el miedo hizo presa de su cuerpo y sin poder evitarlo comenzó a llorar. Se sorbió la nariz cuándo Yusuke se detuvo, intentó ayudarle a empujar con una de sus pequeñas manos la puerta del apartado de los sirvientes, pero había muchos hombres que la empujaban desde dentro para que no lograra abrirla. De repente el muchacho soltó un quejido ahogado, la sangre resbaló a través de sus comisuras a borbotones y él gritó asustado al caer al suelo. Al llevar sus ojos desbordantes de lágrimas hacia su niñero, pudo ver claramente cómo un sable lo había atravesado. Él se colocó la mano sobre su rodilla al encontrar que tenía un corte profundo, las lágrimas no dejaron de caer. Yusuke... su madre… ¿Dónde estaba su madre?

Un soldado enorme lo tomó por el cabello y lo arrastró en todo el camino desde el jardín hasta el frente de la mansión. Allí unos hombres con el mismo uniforme le esperaban, un par mantenía sujeto por los brazos a Aki que se revolvía en un intento de escapar.

─¡Mizuki! ¡Lastimaron a Mizuki! ¡No lo maten! ─gritó el muchacho a Sono, que medio giró su cuerpo y le dirigió una mirada. 

─Sí, pobrecito ─respondió con total tranquilidad─. Ven Mizuki, te curaremos.

Él se quedó en el suelo sin poder dejar de llorar. Ante las palabras del hombre negó con su cabeza y cuándo el mismo avanzó a pasos apresurados, se colocó en cuclillas frente a él dejándolo entre sus piernas y le colocó una mano en la parte posterior de la cabeza, él se la apartó de un manotazo, le dio una bofetada en la mejilla e intentó huir.

─No hagas las cosas más difíciles, Mizuki ─le dijo entre dientes. Luego lo tomó por la cintura, lo levantó muy brusco ya que no pesaba nada. Cuándo el menor se revolvió y lo golpeó de nuevo, lo soltó sin más, lo dejó caer en el duro suelo de tierra─. Sólo mira cómo estás llorisqueando. ¿Te duele esa herida? ¿Ah? ¿Tu madre? ¿Quieres a tu madre, dices? ─le preguntó en tono burlón ante la petición─. Tu madre está muerta, la colgamos de los barrotes de la escalera. ¿Quieres que te lleve a verla antes de que el fuego la consuma? Ven, será divertido. 

─¡Bastardo! ¡Deja en paz a Mizuki! ─gritó Aki.

─No se me antoja ─respondió Sono. Sin delicadeza alzó al pequeño por las ropas. Luego se dedicó a contemplar cómo Mizuki se colocó en cuclillas hasta casi hacerse un ovillo─. Tu padre tenía razón, eres un debilucho ─murmuró frustrado─. ¡Traigan las cuerdas!

─¡No! ¡No lo cuelguen! ─desesperado, Aki se sacudió violentamente.

─¡No lo voy a colgar! Estúpido mocoso… no soy un monstruo. Cállate de una vez ─frunció el entrecejo─. Amárrenlo bien. Consigan dos caballos, que dos hombres se lo lleven a Marhabaan. Morirá en lo profundo del desierto.

─Eres peor de lo que pensaba ─le espetó furioso Aki─. ¡Se morirá de sed y calor! ¡Suéltenme! ¡Que nos lleven a los dos! ¡Iré con él!

─Silencio, niño. Tú vienes con nosotros, sólo mira tu altura. ¿Qué edad tienes, ocho años? Además eres listo. Serás un soldado fuerte ─esperó a que el soldado amarra a Mizuki para proseguir─. Despídete de tu amigo, jamás volverás a verle.

─¡Mizuki! ¡Déjenme en paz! ¡No se lo lleven! ─protestó, los soldados se pusieron en marcha y comenzaron a arrastrarlo en dirección contraria a la de Mizuki. Ya no pudo ver que fue de su amigo, ni siquiera pudo saber si en verdad se lo llevaron a aquel lugar que todos llamaban ‘el desierto’. Gritó, protestó, pataleó, les escupió el rostro; pero nada sirvió, lo arrastraron sin piedad hacia su nuevo destino. 

Notas finales:

Buenas ouo/ ~ 

Tengo que decir que valió la pena acostarse tarde anoche para terminar a tiempo este capi xD 

Me quedó una sensación horrible ;A; me siento muy triste -déjenla, es así con todos sus fics-

¿Ya saben? Mañana por FX empieza la nueva tempo de American Horror Story ouo -nada que ver- 

El Lunes que viene The walking dead *3* amo Octubre. 

Si no me equivoco, ambos a las 22 hs. en su día correspondiente.

Bueno uwu el próximo capi lo tendré listo para el Domingo.

Quiero agradecer a todas las personas que me leen ouo/~ porque ya llevo cinco meses dándole masa al fic. 

Besines a todos -huye-


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