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Valiente. por Maira

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Luego de haberle colocado los grilletes, lo llevaron otra vez a la maravillosa sala del mapa gigante. Desde ese momento no volvió a ver a nadie más que al par de soldados que vigilaba las puertas y lo miraban fijo. ¿Es que creían que iba a escapar en esas condiciones? Imbéciles todos y cada uno de ellos.
Se mantuvo sentado en una posición incómoda, los codos, los hombros y los brazos le dolieron, además tenía muchísima sed. En determinado momento, al escuchar un escándalo proveniente del pasillo, se alarmó un poco. Luego se dedicó a esperar con paciencia a que alguien viniera en su busca, no tuvo la más mínima idea de qué iban a hacer con él. Odiaba tener los grilletes puestos, no quería ‘pertenecer a Sono’. Suspiró un poco entrecortado y muy despacio se inclinó sobre la mesa hasta posar la mejilla sobre la fresca superficie. Al cerrar sus párpados sintió que el mundo de los sonidos desaparecía, sin siquiera premeditarlo se quedó dormido.

Despertó ante un estruendo terrible, una serie de gritos y lo que aparentaba ser una discusión. Vio que las puertas estaban abiertas de par en par, un par de soldados sostenían a un muchacho mientras se retorcía en un intento de soltarse. Mantuvieron una discusión acalorada con Sono. Él no comprendió nada, no sabía por qué el hombre le gritaba a aquel niño, por qué lo mantenían sujeto, por qué discutían. El par de soldados que había estado vigilando la puerta se acercó y lo obligó a levantarse de la silla.

─¡Quiero volver! ¡Quiero irme con Mizuki! ─gritó Aki─. ¡Libérenme! ¡No permitiré que me lleven!

─Estás haciendo que me duela la cabeza, cállate ─le espetó cortante Sono─. Traigan a Hiro aquí, yo lo vigilaré. Vayan a preparar los caballos, partiremos de inmediato hacia Campos de Plata.

─¡Antes muerto que ir al sur! ─exclamó enfadado el pequeño.

─Tú qué sabrás lo que significa la muerte ─chasqueó la lengua.

Hiro escuchó la conversación, sin querer moverse de un lado de Sono una vez que lo depositaron allí de pie. Pasó sus ojos de uno al otro ante cada respuesta, hasta que al final el más bajo lo tomó por uno de los brazos y lo obligó a avanzar.

─Me alivia pensar en que cuando llegue, al fin mi misión estará completa y me tomaré unas largas vacaciones ─murmuró a Hiro que fingió no escucharle─. Que alguien más se encargue de adiestrar al maldito mocoso de Amano. Yo me desentenderé del asunto, ya hice mi parte durante más de diez años de mi vida ─se detuvo cuándo frente a él apareció Leda, frunció el entrecejo al ver que tenía las manos posadas en el mango del sable. Se imaginó a qué venía todo eso, pero en un primer momento decidió intentar ignorarle para no tener que perder el tiempo.

─L-Lo mataste ─dijo─. Sabías que todavía lo amaba y me prometiste no le harías daño.

─Ah, tal vez el asunto se me escapó un poquito de las manos. Lo siento, ya no hay nada que hacer con el General Miwa. Además, aún no sabemos si está muerto, puede que esté agonizando ─arqueó sus cejas, luego señaló con su cabeza el sable que Leda estaba a punto de desenfundar.

─¡Eres un mentiroso! ¡Te voy a matar! ─enseguida desenfundó su arma, se colocó en una postura de ataque y lo miró fijo.

─Leda, no tengo tiempo para estas cosas. Debo irme, te quiero ─ordenó a los hombres que sujetaban a Aki que continuaran con su camino─. No te metas en problemas, por favor. No estaré aquí para cuidarte el trasero de ningún alto rango, te aseguro que no vas a querer que se enfaden ─pasó por su lado sin siquiera dirigirle una mirada, consciente de que Leda los siguió en todo el camino hacia la puerta principal. Se mantuvo atento a todos los sonidos, pues estaba entrenado para notar en la respiración de sus atacantes las acciones que fueran a ejecutar y así preverlas. Leda temblaba como una hoja, no le haría daño.

Al abandonar el edificio principal, todo estaba listo. Un grupo numeroso abandonaría aquel lugar, principalmente compuesto por los espías que habían pasado años en los cuarteles enemigos. El resto de los recién llegados, el ejército usurpado y los altos rangos, se quedarían. Golpearon a Aki en la cabeza, le amarraron las manos por delante con unas cuerdas, por completo desmayado lo subieron al lomo de un caballo que uno de los hombres montaba.

Sono se subió al lomo de un caballo color negro, le acarició el lado derecho del grueso cuello, más tarde tomó las riendas. De inmediato pidió a un par de soldados que ayudaran a subir a Hiro a sus espaldas y le removieran los grilletes. Los soldados cumplieron con sus órdenes, él hizo oídos sordos a las advertencias de que Hiro podría derribarlo y escapar al galope. Partieron bien los baúles estuvieron asegurados a las carretas con una nueva cantidad de gruesas cuerdas.

─¡No voy a permitir que te vayas! ¡Vuelve aquí! ─Leda sacudió su sable de forma amenazante.

─Leda, déjanos en paz ─tuvo que detener la marcha de su caballo, volverlo hacia el menor y mantener al animal calmado─ Aférrate a mi cuerpo, Hiro. No quiero que te caigas. No te asustes… es sólo un caballo, un animal ─le explicó muy paciente mientras manipulaba las riendas─. Son animales grandes, pero nobles. No te hacen daño, comen verduras, frutas o hierbas. Ya verás que se siente bien ir al galope.

─¡Sono! ─en medio de un acceso de furia como nunca antes experimentó, sacó el pequeño puñal de su cinturón y se lo arrojó tal cual el General Hayashi y su hermano le habían enseñado hacía más de una década atrás.

El objeto atravesó el aire rápido como una flecha, la punta afilada se enterró en uno de los brazos de Sono, éste gritó de dolor. Estuvo a dos palmos de perder el control del caballo, sin embargo logró controlarlo con tan sólo una mano. Hiro soltó un alarido de puro terror─ ¡Mátenlo! ¡Córtenle la cabeza! ─vociferó al quitarse el puñal de un jalón, enseguida la aureola carmín se expandió por el tejido de la manga de su uniforme─. No te sueltes, Hiro. Nos vamos de inmediato ─dejó escapar un bufido a la par que lanzó el puñal contra la tierra, una serie de dolorosos espasmos le invadió el músculo del brazo herido. Los soldados no tardaron más de unos instantes en finalizar su tarea con Leda y él volvió a emprender la marcha, los habían dejado un poco rezagados.

Hiro obedeció a las palabras de Sono con un asentimiento que el contrario por supuesto no vio, le pasó los brazos por el medio del cuerpo y aterrorizado se sujetó otra vez a Sono. Jamás había visto un caballo antes de llegar a esas tierras, al parecer allí abundaban. Le resultaban animales enormes, terroríficos, el sonido que emitían le colocaba los pelos de punta. En cuanto aumentaron la marcha escondió el rostro contra la nuca del más bajo, el vértigo hizo presa de su estómago.

─Te acostumbrarás rápido ─le dio un escalofrío al sentir el cálido aliento de Hiro contra su piel─. Siéntate bien, tonto. Lo último que nos hace falta es que te caigas.

Hiro asintió otra vez, pero no pudo cumplir con lo que Sono pidió hasta pasado un largo tiempo. Muy despacio ganó la suficiente confianza al caer en la cuenta de que no iba a caerse ni lastimarse, deslizó su mejilla por los cabellos azabaches hasta asomarse por encima del hombro. De inmediato el aroma a sangre llegó a su nariz, observó la herida, le posó una mano encima.

─Tsk. Déjala, no es nada. Más tarde la curaré como debe ser ─se excusó mientras atravesaban un río no muy ancho─, no es la primera vez que me lastiman. No te preocupes…

El viaje se extendió poco más de una semana. Pararon en diferentes posadas a comer y dormir, viajaron durante el día. A veces Sono discutía tan intenso con Aki que no le quedaba otra opción que adelantarse con tal de no verle, en verdad comenzaba a odiar al niño y esperaba que alguien lo ‘educara’ una vez se encontraran en los cuarteles. Cruzaron diferentes ríos, rodearon colinas, atravesaron terrenos llanos, pasaron por numerosos pueblos, aldeas, una ciudad enorme.
Por cada lugar que dejaron atrás, Sono se encargó de explicarle a Hiro sus nombres, parte de su historia, qué tanto podían confiar en sus gentes.

A medida que avanzaron hacia el sur y se alejaron del desierto, el aire comenzó a soplar más fresco, tuvieron que cubrirse con capas de lana.

Llegaron poco después del amanecer del octavo día, cuando sólo faltaba un tramo que recorrer desde una posada. A Hiro le pareció que Campos de Plata era la capital más hermosa que había visto en su vida. Cada construcción estaba pintada con esmero, los diseños florales eran preciosos. Mientras se dispusieron a avanzar, Sono le explicó que la pintura se mezclaba con plata en polvo para obtener esos destellos que la luz solar arrancaba a raudales, los colores predominaban en la gama de los azules, pero también había notas de verdes, grises, un negro metalizado precioso y muy de vez en cuando, morado. Había aceras fabricadas con mosaicos, los diseños eran enormes. Las calles por las que avanzaban estaban llenas de piedrecillas grises recogidas de la playa. Sono le indicó que alzara su vista al pasar por las puertas de un templo, le explicó que allí se adoraba a los dioses de las minas, de los cultivos y de la guerra. Más tarde le comentó que el nombre de la capital se debía a los enormes campos de los que se extraía la plata, la cual se formaba sin cesar bajo la tierra.

Llegaron a los cuarteles a la hora del desayuno. Hiro se colocó a repasar la apariencia de los hombres que les esperaban, al parecer sólo uno de ellos era un alto rango, el resto eran simples soldados. Sono se bajó del caballo, le indicó que lo imitara y él por poco no cayó de bruces al suelo, suerte que el otro procuró sostenerlo por una de las muñecas. Enseguida se alejó del endemoniado animal.

─¿Ha sido un viaje duro? ─preguntó Shota, luego de manera automática lanzó una mirada curiosa hacia Hiro.

─Un poco… ¡Ah! Él es Hiro, era un prisionero de ellos… sabe pelear bien, puedes medir su fuerza cuándo te apetezca. Lo entrenaré, será un buen soldado.

─Bienvenido, Hiro. Siéntete como en casa, ahora eres de los nuestros.

─Sólo comprende un poco de la lengua universal ─se excusó Sono─, pero no habla demasiado. Es muy silencioso.

─Ya veo, en ese caso tendrás que enseñarle nuestra lengua, sólo así podrá quedarse. No todos conocen la lengua que él...  ¿Y ese otro escandaloso? ─señaló con su cabeza al pequeño Aki que otra vez luchaba por escapar.

─El mocoso de Amano ─bufó.

─Vaya… no me lo esperaba. Ah, estás herido. Le diré a Adam que vaya en busca del médico.

─Es un rasguño, yo mismo me encargaré de curarlo. Estoy tan cansado…

─Sí, lo sé. Vayan a desayunar, tomen en un baño, cámbiense la ropa y descansen un poco. No olvides enseñarle a Hiro todo lo que necesita, también muéstrale un poco las instalaciones.

─De acuerdo ─giró su cabeza ante un grito de Aki─. ¿Quién se encargará de él?

─Yo lo haré. Luego lo depositaré entre los brazos de Adam para que lo calme un poco…

─Ah, de todas maneras no me importa el mocoso. Por mí se puede morir. Lo odio, es un maldito salvaje. Suerte con él, gracias por todo ─efectuó un saludo militar respetuoso, muy diferente al del ejército enemigo. Más tarde permitió que Shota lo abrazara, le agradeciera por su trabajo y le depositara una pequeña bolsa de monedas en el bolsillo de la chaqueta militar.

Obligado a seguir a Sono ya que el mismo lo jaló por una de las manos, observó los alrededores. El lugar era enorme, mucho más grande que los cuarteles en los que antes fue un prisionero. El comedor comunitario estaba a rebosar de soldados, médicos, jóvenes aprendices, herreros con sus pieles percudidas de hollín. Sono se detuvo en más de una ocasión para estrechar entre brazos a algún viejo amigo, algunos le palmeaban la espalda o le daban la bienvenida de manera cálida, un par de aprendices tan pequeños como Aki se acercaron a verlo con los ojos entornados. Al llegar a la cocina Sono pidió a los cocineros un desayuno para dos personas, esperaron y Hiro dejó que volviera a tomarle la mano.

─Aquí se puede desayunar temprano, pero si despiertas más tarde y se te ha pasado la hora, puedes pedírselo a mis criados ─le explicó─. No permitiré que duermas con los demás, te daré un espacio en mi habitación… en mi cama ─deshizo el agarre de su mano, tomó la bandeja de madera que le ofrecieron, luego miró alrededores en busca de un sitio vacío─. Vamos a sentarnos.  

En un santiamén se tragaron todo el contenido de la bandeja, que consistía en dos cuencos de avena recién cocida, pan, un poco de fruta, algo que Sono le explicó que se llamaba Queso y que a él le supo bien, nueces rociadas con miel. Todo era delicioso, la sensación de llenura no le resultó molesta, aún estaba sediento.

─Siento que no puedo parar de hablarte, espero no estar fastidiándote ─se mordió el labio inferior y soltó una pequeña risa─, hay miles de cosas que aún necesitas saber.

Hiro negó con su cabeza a modo de no darle importancia al asunto, jugueteó con la cuchara de plata entre sus dedos, luego llevó sus ojos hacia los alrededores y escrutó los rostros que los rodeaban. Todos conversaban o bromeaban en grupos, nadie parecía temerle a nadie, todos eran muy unidos a pesar del rango u oficio que les diferenciara del otro.

─Lo normal es traer niños y criarlos aquí. No importa la tierra a la que pertenezcan o la familia de la que provengan, una vez llegan aquí ya no tienen apellido que importe ─le explicó y juntó sus piernas a las de él por debajo de la mesa─. En primera instancia se les imparte un entrenamiento militar, pero no todos resultan ser buenos para eso. Algunos se vuelven médicos o fabrican armas, otros recogen la mejor plata de las minas, los que resultan buenos a bordo de un navío militar allí se quedan. Todos hacen algo, todos llegan a especializarse en alguna u otra cosa… ven conmigo, quiero tomar un baño y curarme la herida.

Como era de esperarse, Sono obligó a Hiro a introducirse en la bañadera metálica con él. Despachó a los criados del enorme cuarto de baño adjunto a la habitación, no sin antes murmurarle al oído a uno de ellos unas escasas palabras y luego de quitarse todos los coágulos de sangre que tenía alrededor de la herida, frotó con esmero la piel de Hiro hasta que todo el polvo que se le había adherido durante el camino desapareció. La superficie del agua estaba cubierta con pétalos de diferentes tipos de flores, el vapor que despedía estaba cargado del aroma de las mismas. Abandonó el agua bien perdió temperatura, se secó con un suave paño y sin mediar palabra fue en busca de un ungüento, unas vendas, una afilada cuchilla. Sobre el mueble habían dispuesto una jarra de vino, dos copas con incrustaciones de piedras preciosas, un cuenco con naranjas cortadas en finas rodajas. Miró por sobre su hombro el extremo de la bañera por la que Hiro aún no se asomaba, era el momento perfecto.
Sin hacer mucho ruido extrajo del cajón de una de las cómodas un pequeño frasquito, lo destapó, introdujo unas gotas de un líquido ambarino espeso en la jarra de vino y volvió a guardarlo. Luego tomó las cosas, se dirigió con presura hacia el cuarto de baño.

─Necesitaré ayuda así que toma aquel paño seco ─esperó paciente a que Hiro se colocara de pie─, sécate bien el cuerpo y el cabello, no quiero que me humedezcas las vendas.

Hiro obedeció, más atento a la cuchilla plateada que a las palabras de su interlocutor. ¿Y si pudiera tomarla, cortarle el cuello a Sono...? No, estaría condenado. Decidió portarse bien, se colocó a su lado, sostuvo el frasquito con el ungüento durante todo el tiempo que Sono se demoró en aplicárselo con cuidado. Más tarde le cortó las vendas sobrantes y él mismo se las anudó.

─Muy bien, ahora tenemos que vestirnos ─dejó de lado todo lo que habían utilizado, que más tarde los criados se ocuparan del asunto. Llevó a Hiro por una de sus manos hasta la habitación contigua─. Creo que no tengo nada de tu talla, debería conseguirte un poco de ropa. Luego tendremos que visitar a las costureras, ellas te harán los trajes a medida. ¿Quieres un poco de vino? ¿Aún tienes sed? Sí, eso suponía… puedes beber de esa jarra si te apetece.

Hiro asintió, la verdad era que hacía días se moría de sed. Sin dudar un simple instante tomó la jarra y bebió directamente de ella, el vino era fantástico. No le dio importancia al hecho de que Sono le acariciara con los dedos las cicatrices de la espalda, supo que pronto la pregunta llegaría. Depositó la jarra plateada vacía en su lugar, volteó a mirar al más bajo y asintió cuándo éste le preguntó si se había quemado.

─Uhm, a veces el fuego es un poco peligroso ─de otro de los cajones sacó una camiseta larga color blanco, un par de cinturones negros de seda para ceñirla, rebuscó por otras prendas hasta que se rindió, depositó cada una de las cosas junto a las copas y suspiró. Calculó que gracias al alcohol, el ‘brebaje mágico’ ya estaría surtiéndole efecto a Hiro.

El más alto se limitó a echar un vistazo a la habitación. La cama, los sillones, la chimenea, los armarios, todo era enorme. La alfombra suave de diseño floral azul le hacía cosquillas en los pies, el lugar estaba cargado del aroma del agua de baño, la luz natural ingresaba por el amplio ventanal, se encontraban en uno de los apartados del primer piso.
Volvió sus ojos hacia Sono que aún estaba desnudo, de sopetón sintió un deseo imposible de reprimir. ¿Qué demonios le sucedía? Sono era su captor, no era Jui como para sentir ese tipo de cosas. Se mordió el labio inferior impaciente, en esos instantes sólo deseó vestirse y distraerse con algo.

─¿Estás bien? ─le preguntó Sono con un fingido tono incrédulo─. ¿Tal vez te sentó mal el desayuno? ¿Te duele el estómago? ─se acercó y Hiro retrocedió, en consecuencia, avanzó otro par de pasos y lo tomó por los hombros. No tardó demasiado en plantarle un beso en los labios, el otro se resistió con un empujón de por medio─. ¡Hiro! Hiro, préstame atención. Tienes un problema allí debajo, sólo quiero solucionarlo… ─sin embargo Hiro lo rechazó de nuevo, así que en una simple maniobra le llevó uno de los brazos por detrás de la espalda, se lo tensó hasta que el muchacho se quejó. Decidido tomó los cinturones de seda con la mano libre y lo condujo a la cama, le obligó a tumbarse con la autoridad propia de un militar.

A Hiro el corazón le latía con violencia, no podía creer que en esos momentos su cuerpo hubiera decidido reaccionar así. No quería hacerlo con Sono, no lo amaba. Frunció el entrecejo y volvió a empujarlo cuándo se encontró libre, pero Sono lo apresó por una muñeca en una nueva posición tan dolorosa como la anterior, lanzó un ronco quejido. Finalmente asintió ante las advertencias de que cualquier movimiento extraño le costaría un brazo, se dejó amarrar una muñeca contra uno de los barrotes de la cama, luego la otra un tanto separada de la primera.

─Hiro, lo siento. Te engañé de nuevo… ¿Crees que soy egoísta al intentar utilizar tu cuerpo sin que tú lo desees? Te diré la verdad: le coloqué al vino unas gotas de una poción especial, aquí le llaman ‘Poción del Amor verdadero’. Es muy popular, todos la usan… ─comprobó que las amarras estuvieran bien sujetas─, lo hice porque me gustas y porque necesito un poco de esto… ─le acarició ambas tetillas, luego el abdomen.

─N-No… no… ─pronunció en un hilo de voz e intentó apartarlo con sus pies, pero Sono fue más rápido y se sentó sobre sus caderas.

─No te comportes así, sabes que te va a gustar… ¿O acaso nunca metiste esto en el cuerpo de un chico? ─coló la mano por debajo de su propio cuerpo y sujetó el miembro de Hiro─. No tienes que tener miedo, se siente bien.

─N…Ahh… ─desesperado intentó soltarse de las amarras.

─Dioses, Hiro ─chasqueó la lengua ante su reacción─, es sólo sexo. Quédate quieto o te vendaré los ojos ─para demostrarle que hablaba en serio, destrozó una de las fundas de las almohadas hasta obtener una venda improvisada─, te lo advierto.

Hiro negó con su cabeza, se mordió el labio inferior ante los movimientos que Sono ejerció con sus caderas y miró hacia otra parte. Era la tortura más grande que le habían impuesto en su vida, su cuerpo parecía reaccionar por sí mismo ante cada atención que le regalaba. Sin decirle qué había hecho mal el contrario le vendó los ojos, el grueso tramado era de un profundo azul oscuro.

─Eres tan lindo, Hiro. Desde el primer momento que te vi, te quise para mí ─le pasó los dedos por los cabellos húmedos, luego por los hombros, los marcados pectorales y los músculos de su abdomen. Luego se inclinó despacio y le lamió una de las tetillas, maravillado de lo sensible que se encontraba.

Enseguida unos escalofríos le recorrieron toda la extensión de la columna, su entrepierna se colocó dura ante las caricias, los roces, las lamidas. Sono sabía lo que hacía y lo hacía muy bien. No tardó en sentir la cálida humedad de la boca del mayor allí dónde sólo Jui había llegado. Se mordió el labio inferior con fuerza, ahogó todos los suspiros que le fueron posibles. La lengua de Sono le acarició la piel, su forma de meterlo hasta la garganta de manera que le envolviera por completo lo llevó al borde de la locura. Su espalda se arqueó repetidas veces durante el proceso, el mayor parecía no querer dejarlo en paz hasta que no terminara. Sintió las repetidas succiones en sus testículos, caricias en el interior de sus muslos, pequeñas mordidas en la ingle.

─Hiro ─le llamó con la respiración agitada─. Te voy a enseñar cómo lo hacemos aquí… te gustará ─ágilmente abandonó la cama, fue en busca de un pequeño frasco y lo destapó. Otra vez se le ubicó sobre las caderas, removió las propias y dejó caer una pequeña cantidad del aceite de rosas blancas que tanto le gustaba utilizar para masajearse los hombros. Después de dejar el frasco sobre la pequeña mesita a un lado de la cama, con sus manos extendidas comenzó a esparcir la sustancia sobre el cuerpo del menor. Sus dedos resbalaron de manera sutil por todas partes, incluido el miembro─. ¿Lo hueles? Es delicioso.

Hiro, que aún se resistía un poco, negó con su cabeza e intentó pronunciar unas palabras. Sabía que Sono estaba a punto de hacer algo, pues escuchaba con claridad sus suspiros. Jaló de las amarras de seda hasta que las manos se le entumecieron y de repente, un gemido escapó a través de su garganta.

─Eso es, disfrútalo ─se mordió el labio inferior, terminó por introducir el miembro de Hiro en su interior y cerró sus ojos. Después de tanto tiempo sin acostarse con alguien, le dolía. Se mantuvo quieto unos momentos, con las rodillas bien firmes contra el colchón a cada lado del cuerpo del pelinegro, hasta que poco a poco se sintió preparado para moverse lento─. Hiro –le llamó con un par de palmaditas en la mejilla de por medio─, no llores. Harás que se me quiten las ganas ─se detuvo de nueva cuenta, le removió la venda de los ojos y le lamió cada una de las lágrimas. El falo en su interior no dejó de latir ansioso, procuró presionarlo contrayendo sus paredes─. ¿Quieres más, eh? ¿Y si te desato sólo una de las muñecas? Uhm… veamos… ─le soltó la muñeca izquierda, al instante Hiro intentó soltarse la otra─. ¡Pórtate bien! ¡Basta! Tsk, maldito seas ─entre el forcejeo el menor no sólo logró soltarse la otra muñeca, sino que de repente lo arrojó contra la cama, se le colocó entre las piernas y lo penetró con semejante fuerza que le hizo gritar.

Pocas veces en su vida Hiro estuvo tan enloquecido como con esa sustancia. Se movió rápido, le golpeó ese punto interior con todas sus fuerzas, las lágrimas no dejaron de brotarle de los ojos hasta pasados largos instantes, pues a aquello lo consideraba una traición muy grande hacia el amor de Jui. Se dejó llevar por el placer, por las manos ajenas, por las caderas que le marcaron el ritmo. Luego de terminar, se desplomó rendido sobre el delgado cuerpo de Sono.

─Eres como un animal ─soltó una carcajada y llevó sus manos a revolver los azabaches cabellos del más alto─, justo lo que necesitaba. 

Notas finales:

Buenas ouo/ traigo porno. 

¿Cómo va? ¿Están viendo TWD en vivo? uwu Yo no, hum. 

Es más, aún no he cenado D: así que ahí luego de escribir esto voy. 

Espero que les haya gustado el capi u3u~ 

En un poquito escribiré el último adelanto en el tiempo y este fic llegará a su fin c:. 

¿Qué decir al respecto de hoy? No tengo referencias, pero tengo lemon (?)

Gracias a todos los que me leen, sólo miren esa cifra ;u; -se emociona- por ahora me despido, los quiero, se cuidan. 

 

uwu/ 

 

 


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