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Valiente. por Maira

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─¿Tardará mucho en ponerse bien? ─Miko preguntó curiosa sin dejar de mirar con atención a Kei, que dormitaba. Le había preparado ella misma la medicina y se la había dado inmediatamente.

─Estará bien dentro de poco ─afirmó Kazuki.

─¿Hacia dónde se dirigen? ─preguntó Anzi a cambio.

─Al Sur, necesitamos reunir guerreros. En un par de días deberíamos volver a la capital con todos los que podamos. Las cosas se pondrán difíciles.

─En el Sur la mayoría de las poblaciones están destrozadas ─dijo Ryoga, que se había sentado a un lado de Ryuutarou. En esos momentos devoraba dos pescados.

─¿De verdad? ─preguntó ella bastante desconcertada─. ¿Mucho? ¿A dónde se dirigieron los sobrevivientes? Tiene que haber guerreros entre ellos.

─No lo sabemos, pero suponemos que la capital será hacia dónde todos se dirijan. Es el lugar más seguro en estos momentos, ¿No? ─dijo Manabu, que durante todo ese tiempo se había mantenido en silencio a la par que comía un poco de gallina.

─Bueno, sí y… no ─les explicó Miko─. Es verdad que habrá cientos de guerreros reunidos, pero será el lugar en el que pelearemos. Se puede estar seguro hasta cierto punto. ¿Saben pelear?

─La mayoría de nosotros peleamos ─asintió Ryoga.

─Muy bien, entonces pueden venir con nosotros para ayudar. Todo aquel que sepa usar un arma es bienvenido a luchar por lo que nos pertenece. Sólo no nos traicionen. Los traidores pagan con su cabeza.

─Después de todo ya no tenemos a dónde volver ─Ryoga se encogió de hombros y continuó comiendo.

─Podríamos seguir hacia el Este, supongo que allí les ha ido mejor. Recorrer el Este hasta su extremo más lejano, volver por el Noreste. Tarde o temprano nos toparemos con el lugar al que queremos ir ─sugirió Anzi.

Miko pareció meditar sobre ese plan, cerró sus ojos y dibujó un mapa mental. No podían ir demasiado al Este, pues los asentamientos rebeldes abundaban allí─ Llegaremos hasta donde podamos en el Este, no podemos arriesgarnos a que nos ataquen. Luego iremos hacia el Norte unos kilómetros, torceremos hacia el Oeste y volveremos a casa. Hakuei se encargará de reunir guerreros en el Norte, es la parte que le corresponde. Así que vamos a partir bien ‘labios extraños’ se recupere.

─¿’Labios extraños’? ─Faltó poco para que Manabu soltara la carcajada.

─Una vez que esté recuperado, montarán detrás de un guerrero y emprenderemos nuestro viaje ─esperó a que todos asintieran. Luego acarició el cabello de Kei, cuya cabeza permanecía cerca de sus piernas y aceptó de buena gana una porción de pescado.

Partieron en cuanto estuvieron listos. Recorrieron grandes distancias, cada uno sobre un caballo y acompañado de un guerrero, pues los únicos que sabían montar además de Anzi, eran Omi, Manabu y Kazuki; producto de la práctica y los largos viajes a través del desierto.

Miko los guió en todo el trayecto, a lomos de su camello impartió las órdenes necesarias. Pasaron por pueblos completamente devastados, pero también por otros en que los guerreros sobraban lo suficiente como para enviar algunos de ellos a la capital. Pararon a comer en pocas ocasiones, también a darles de beber a los animales. Recorrieron en total unos ochenta asentamientos y pueblos antes de volver a la capital con una cifra superior a los mil hombres.
Ella estaba satisfecha con el número, aunque lo más probable era que su hermano reclutara muchos más. El Norte no había sido tan castigado como el Sur, o al menos así quería pensarlo.

Se demoraron dos días y dos noches más en llegar al esplendoroso hogar que les esperaba. Hakuei ya se encontraba allí, listo para darles la bienvenida. En cuanto vio a su hermana, corrió hacia ella y la atrapó en el aire. Luego de un intercambio íntimo de palabras, él dirigió sus ojos hacia Anzi; pero no fue una mirada de alegría la que exactamente le regaló.

Miko les ordenó a todos que descansaran, excepto al grupo de Anzi, a quienes les pidió que los siguieran. Ella ardía en deseos de saber si aquel hombre en verdad era su padre, a pesar de que su hermano no estuviera de acuerdo y no le gustara la idea. Miko siempre había querido ir en busca de su padre, conocerlo, compartir su vida con él.

Los guerreros convocados dormían en tiendas de coloridas telas, las mismas se encontraban dispuestas alrededor de la ciudad, como un gran asentamiento alternativo. Era muchísimos, todas las fuerzas estaban concentradas en un mismo lugar y en el aire se podía captar el sonido de las voces, las risas y el de las armas golpear una contra la otra en medio de los entrenamientos.

─Haremos esto rápido ─Hakuei le murmuró a su hermana mientras caminaban al frente─. Aunque sea nuestro padre, el asunto no me interesa ni me gusta.

─Yo me encargaré de ellos, lo prometo ─le suplicó ella en el mismo tono de voz─. Reconoció la daga en cuanto la vio, incluso preguntó por ti y por nuestras madres. Tiene que ser él.

─De acuerdo, cálmate. Ya te dije que no me interesa, tengo otras cosas de las que encargarme.

Anduvieron a pie durante diez largos minutos. Anzi sonrió un poco al comprobar que los muchachos estaban maravillados por el esplendor ante sus ojos. En verdad era un lugar atractivo, pensó mientras veía de manera distraída hacia todas partes, el lugar ideal para ellos. Luego miró hacia el frente.
Esos dos eran sus hijos, algo en el fondo de su corazón se lo decía. Ella era preciosa, atrevida, tenía madera de líder. Él era salvaje, despierto como una bestia cazadora atenta a su entorno; además llevaba al pecho los símbolos de la autoridad máxima en una tribu guerrera, hecho que lo enorgullecía. Se detuvo apenas unos segundos cuando Hakuei lo miró sobre el hombro.

Al llegar al burdel, ingresaron a través del salón principal. Cruzaron una serie de pasillos hasta llegar a otro salón más pequeño, pero al igual repleto de columnas, cojines, alfombras y muchachos o muchachas conversando con los clientes mientras bebían vino a raudales. Se detuvieron al final del mismo, donde el tránsito de personas era más liviano. Allí los esperaban un hombre de cabello largo y un muchacho del cual Ryoga se enamoró a primera vista, lo supo al sentir que el mundo le daba vueltas, que los sonidos que lo rodeaban se extinguían y que su corazón latía fuerte.
Fue en ese mismo instante que Hakuei guió a Anzi hasta un pequeño cuarto que utilizaban a modo de oficina, justo donde su madre solía pasar las tardes haciendo las cuentas del gran negocio.  

─¡Ah! Que hermosura ─comentó Ryoga sin quitarle los ojos de encima al chico, que lo miró bastante raro.

─Se llama Mizuki ─aventuró Miko─. Él es Leoneil ─dijo al señalar al susodicho─. Vienen desde lejos, pertenecen a un asentamiento guerrero, la tribu se llama ‘Águilas Negras’.

─Bonito nombre ─masculló Manabu.

─Ellos poseen su propia lengua, pero Mizuki sabe hablar un poco de la universal ─continuó Miko─. En cuanto los demás vuelvan, podremos ubicarlos en unas habitaciones.

─¿Así que te llamas Mizuki, eh? ─le preguntó Ryoga al muchacho. Estaban bastante cerca, sólo Miko se interponía entre ellos.

─S-Sí ─dijo Mizuki por lo bajo y desvió la mirada.

─Déjalo en paz, Ryoga. Lo estás molestando ─lo reprendió Kazuki.

─Me siento mal otra vez... ─dijo Kei por lo bajo.

─¿En serio? ─preguntó Miko sorprendida, pues lo había escuchado por pura casualidad─. En cuanto vuelva Anzi el Traidor, podrás recostarte.

─Con que le llames Anzi está bien ─le corrigió Manabu, otra vez a punto de explotar en carcajadas.

─¿Y qué edad tienes? Pareces menor que yo… ─continuó Ryoga, sin quitarle los ojos de encima.

─¿Por qué me haces preguntas? Ni siquiera te conozco ─Mizuki lo miró con el entrecejo fruncido.

─Porque eres hermoso.

─¡Ryoga! Déjalo en paz o iré a buscarte ─le dijo Kazuki desde el otro extremo.

─Mhh… ¿Podemos hablar luego? ─le preguntó finalmente.

─No lo creo… ─esa vez, su entrecejo se relajó pero sus cejas se levantaron. No tenía idea de quién demonios era ese muchacho, ni por qué le hablaba, tampoco por qué le decía que era ‘hermoso’ si tan sólo lo había visto en aquella ocasión. De repente sintió unos deseos incontenibles de salir de allí.

─Tendrás que probar suerte con otro, Ryoga ─Manabu se mofó de él─. Tienes suerte de que estemos en un burdel.

─¡Pero me acabo de enamorar, no quiero a otro chico! ─protestó Ryoga.

─¡¿Eh?! ¡Deja de decir cosas raras! ─si Mizuki tan sólo hubiera tenido un puñado de arena para arrojarle…

En esos momentos Anzi y Hakuei regresaron. Miko se adelantó hacia ellos, miró ilusionada a su hermano. Con tan sólo una respuesta todo su destino cambiaría, era un momento demasiado importante. Durante toda su vida había esperado ese día, a pesar de que nada fuera como lo había planeado.

─Dalia lo reconoció en cuanto lo vio ─dijo Hakuei bastante desinteresado─. Es nuestro padre, así que puedes encargarte de ellos como te plazca.

─Mi hijo ni siquiera me da un abrazo ─se quejó Anzi. Iba a continuar con sus palabras hasta que Hakuei le lanzó una mirada asesina. A cambio recibió gustoso el cálido abrazo que Miko le proporcionó, la estrechó entre sus brazos un largo rato, incluso creyó escuchar que ella lloraba. Si eso que sentía no era dicha, entonces no sabía de qué se trataba.

─Estoy tan feliz… ─Miko le dijo al oído.

─Y yo, pequeña ─respondió antes de soltarla.

─Recuerda darles las habitaciones del piso más alto, allí estarán más tranquilos ─comentó Hakuei a la par que comenzó a avanzar unos pasos─. Sean bienvenidos a nuestro hogar ─antes de retirarse lanzó una mirada a Ryuutarou, la misma iba acompañada de un atisbo de sonrisa. Leoneil no tardó en seguirle, preocupado de que Hakuei se le escapara. Apenas había mirado a los chicos, hecho muy extraño en él.

─Y también un poco de ropa… ¿Quieren tomar un baño? Tenemos baños públicos enormes en el piso subterráneo. Sólo hay que bajar unas pocas escaleras. Los hay para hombres, para mujeres y para ambos ─les explicó Miko bastante entusiasmada.

─¡Baños públicos! ¡Hace años que no entro en unos! ¿Tienes idea de cómo hemos tenido que bañarnos durante estos años? ─Ryoga no cabía en sí mismo de felicidad por todos los lujos que el burdel tenía. A su lado, Manabu le propinó un manotazo en el brazo.

─Cálmate, te estás poniendo muy pesado ─le dijo sin más preámbulos su hermano.

─Mhh… ─Ryoga desvió la mirada hacia Mizuki y allí la dejó. Lo observó en silencio como todo un acosador.

─¿Podemos tener un buen día de descanso? ─preguntó Anzi, pues estaba pulverizado después de todo lo sucedido─. Por cierto, ellos son Kazuki, Manabu, Kei, Mao, Omi, Ryuutarou y el molesto se llama Ryoga ─los señaló a medida que los presentó.

─Todo lo que quieran el día de hoy. Mañana Hakuei tiene que medir sus fuerzas, si no son suficientes van a tener que ser entrenados ─respondió ella, con eficiencia. Volvió a esbozar una sonrisa ante la presentación, aunque estaba segura de que no iba a recordar ni la mitad de los nombres─. Soy Miko.

─Con eso me basta ─respondió el mayor─. Aunque más tarde tú y yo deberíamos hablar un poco, quiero saber muchas cosas acerca de ti.

Miko asintió con una nueva sonrisa enorme en el rostro, más tarde los dirigió a través de los numerosos pasillos, escaleras, pisos. Era un lugar enorme, tanto así que no existía un sitio solitario. Miko les explicó que existían personas que pasaban largas temporadas gastando su dinero allí. Los muchachos y las muchachas tenían prohibido salir del burdel, pero al parecer eso no les afectaba demasiado. Eran demasiados lujos, todo era muy tentador, el edificio en sí conformaba una trampa de la que era imposible escapar. No sólo había dispuestos en cada pasillo grandes jarrones llenos de agua o vino que se podía extraer en pequeñas porciones con unos recipientes de oro, sino que las bandejas de fruta, pan, frutos secos e incluso las soperas repletas de sopas espesas y cargadas de especias, abundaban.
En cada una de las habitaciones había muebles cuyos cajones estaban a rebosar de todo tipo de prendas masculinas o femeninas, otro servicio más por parte de la casa. Las velas que alumbraban los ambientes eran gruesas, el aroma que despedían era agradable ya que estaban untadas con aceites de fragancias florales. Todas las ventanas, sin cristales, estaban cubiertas por traslúcidas cortinas color azafrán. Las puertas de madera habían sido reemplazadas por largas cortinas de cuentas de cristal, que lanzaban numerosos destellos a la luz.

Hacía tiempo que habían dejado de escuchar los tan comunes gemidos de placer provenientes de varias habitaciones. La música de los salones de la planta baja también llegaba de manera vaga. En los pisos más altos el viento soplaba un poco más, el sonido de las cuentas de cristal entrechocar generaba un murmullo parecido al del agua.  

Tomaron algunas prendas limpias y Miko los condujo hasta los baños públicos. Esperó tranquilamente sentada en uno de los bancos de piedra que había dispuestos junto a la entrada, sorprendida de que uno de los muchachos, de hecho el que a ella le parecía el más guapo, ingresara al apartado de las mujeres. ¿Acaso sería lo que allí solían llamar ‘Mujeres-hombres’? Sintió el imperioso deseo de levantarse e ir a husmear, le dio varias vueltas a la posibilidad de casualmente ir tomar un baño, con sólo verle los pechos ya se sentiría satisfecha; pero al fin decidió esperar un poco y saciar su curiosidad con alguno de los numerosos hermanos.

Al poco tiempo, como si hubiera respondido a su llamado, Manabu apareció con el cabello húmedo y vestido con ropas limpias. Tomó asiento en silencio a un lado de Miko, le miró unos momentos el escote, por último miró al frente.

─¿No te avergüenza estar medio desnuda? ─le preguntó al cabo de varios segundos.

─¿Mh? No estoy medio desnuda, llevo pantalones y un corpiño. Hace calor, necesito mantener mis brazos libres para luchar ─se miró el corpiño y se posó una mano sobre cada seno cubierto de preciosas cuentas doradas, en esa ocasión su traje era negro─. Además, no tengo los pechos tan grandes como las otras chicas, apenas se me ven.

─Mhh… ─respondió el mayor de ambos, más tarde cruzó los brazos sobre el pecho.

─¿Puedo hacerte una pregunta? ─de repente se volvió hacia él, hasta que accidentalmente sus rodillas chocaron contra las de Manabu. Ni siquiera esperó a que el contrario respondiera para hacer su pregunta─. ¿El muchacho que ingresó a los baños públicos para mujeres…?

─Es nuestra hermana ─respondió Manabu con toda la naturalidad del mundo─. Todos suelen confundirla con un muchacho porque es alta y tiene el cabello corto, además actúa un poco como hombre.

─Entonces sí es una ‘Mujer-hombre’ ─dijo más para sí misma que para Manabu─. ¿Y le gustan los chicos o las chicas?

Manabu se encogió de hombros ─Pregúntaselo a ella.

 

 

Prepararon todo de inmediato, colocaron un par de mudas de ropa en unos morrales de cuero. No llevarían mucho consigo, tan sólo lo necesario, armas y unas cuántas monedas. De todas maneras Sono estaba seguro de que durante las primeras horas de la mañana siguiente, antes de partir hacia tierras en dónde nadie les conociera, iría con el tesorero a retirar otra buena cantidad. Asimismo llevarían entre sus pertenencias unos pocos objetos de plata, joyas, todo lo que fuera pequeño y pudiera venderse en caso de extrema necesidad.

Había tomado la decisión después de abandonar la sala de reuniones, no podía esperar a que las cosas fueran por buenos caminos si se quedaban. Partirían durante la noche, no quería arriesgarse demasiado. Quizá Shota ya hubiera impartido las órdenes de reforzar la vigilancia de la puerta, tal vez en cuanto notara su ausencia, de veras fuera a en busca. O era probable que cada una de sus paranoias se limitaran a ser simplemente eso.

Se dirigieron hacia sus puestos como siempre, sin que nadie sospechara nada. La idea consistía en simular una rutina por completo normal, saludar a todos, sonreír. Lo mismo de siempre.
Tomaron los puestos en la torre de vigilancia, observaron en silencio hacia todos los puntos cardinales. Antes de que el Sol se escondiera, terminaron su turno y se dirigieron apresuradamente hacia el comedor para tener una última comida abundante. Sono le alentó a que comiera más de lo normal, hasta que casi sintiera que iba a explotar, pues no sabían cuándo volverían a tener la oportunidad de hacerlo. Lo más probable era que tuvieran que caminar toda la noche sin parar.

Esperaron pacientes en la habitación hasta aproximadamente la medianoche. Cuando estuvieron seguros de que el silencio reinaba tanto en el interior como en el exterior de los diversos edificios, apagaron la lámpara de aceite.
Aguardaron otro poco en la oscuridad, pues Sono se sentía inseguro y pensó en partir durante la madrugada; pero al final desistió en la idea, le indicó a Hiro que se amarrara al cinturón un par de puñales más de la cuenta y que tomara los morrales de cuero. Se sentía nervioso, acalorado, se giró hacia la ventana con intenciones de abrirla y encontró que ya lo estaba de par en par. En esos momentos notó que algo no andaba bien, de repente frunció el entrecejo, sintió que los cabellos de la nuca se le erizaban: como si de una leyenda para asustar niños se tratara, la imagen de una figura humana aparecía recortada contra la luz de la Luna.

─Hi…Hiro… ─murmuró como pudo─, no te muevas ─pero era demasiado tarde, el menor había avanzado hacia las cortinas con un puñal sujeto firmemente en su mano derecha. Su sorpresa fue enorme cuando la lámpara de aceite se encendió por sí misma, incluso se echó un par de pasos hacia atrás. ¿Qué rayos sucedía? Y su terror terminó por acrecentarse al ver quién se infiltraba en el interior de la habitación con movimientos naturales, como si ingresar a través de la ventana fuera lo más normal del mundo. No, era imposible que se tratara de él. Tenía que ser una maldita pesadilla─ ¡Es imposible! ¡Tú estás muerto! ─exclamó con una voz que pareció no pertenecerle, pues ya no se creía capaz de hablar debido al terror, la sorpresa, el pánico. Era como si el destino hubiera decidido materializar esa pequeña parte de su crimen más significativo.

Hiro lo miró por completo impresionado, incluso el puñal se resbaló entre sus dedos y cayó a la alfombra. Intentó decir algo, pero las palabras se quedaron en simples balbuceos. Durante todo ese tiempo había creído muerto al hombre de sus pesadillas, pero allí lo tenía, justo frente a él. ¿Cómo demonios había llegado hasta la ventana? Se le hizo imposible al pensarlo.

─No, es un maldito sueño. Necesito despertar ya mismo ─continuó, por completo histérico. Volvió a mirar al hombre que se mantenía silencioso de pie, a unos escasos pasos de ambos. Era tal cual lo recordaba, salvo que vestía ropas diferentes. La tenue luz de la lámpara de aceite le proporcionaba a sus ojos un tinte espeluznante, aquel era sin márgenes de errores el antiguo general Miwa Masashi. Sono retrocedió, pálido y señalándolo con un dedo tembloroso, a punto de gritar como un poseso. Pero de repente pareció recomponerse, su rostro se contorsionó de odio, desenfundó su sable y se impulsó hacia él.

Hiro gritó una negativa, pues Miwa además de no poseer armas, tenía algo extraño. No era algo que pudiera verse, sino que se trataba de una energía opresiva que le estremecía el corazón. A ese hombre le había sucedido algo, aunque no sabía qué era. Su cuerpo se tensó en cuanto el enorme pelinegro tomó por el cuello a Sono y le arrancó el sable de las manos con extrema facilidad. Hiro avanzó en un intento de auxiliar a su novio, durante escasos momentos nada de eso le pareció real. Los siguientes segundos transcurrieron como si viviera una pesadilla, de hecho, creyó que iba a desmayarse de un momento a otro. Miwa acercó sus labios a los de Sono, sin mediar palabra alguna se mantuvo así. Hiro no supo cómo actuar, qué hacer, qué pensar; pero más tarde cuando Miwa soltó a Sono y éste cayó sobre la alfombra como una muñeca desarticulada, con los ojos muy abiertos y fijos en el infinito, supo que todos los horrores habían convergido en ese simple instante. Su novio estaba muerto, ese monstruo lo había matado.
Gimió de angustia, se tomó el rostro con ambas manos, pronto las piernas le fallaron y cayó de rodillas sobre la alfombra. ¿Por qué? ¿Cómo lo había matado? ¿Qué sucedía? No comprendía nada, estaba a punto de perder la conciencia.
Lloró sin poder contenerse hasta el punto de ahogarse, luego en un arrebato de ira desenfundó su sable, posó una rodilla sobre el suelo dispuesto a colocarse de pie y luchar. Esa vez lo iba a matar sin importarle que no trajera armas encima, pues era la segunda vez que el pelinegro asesinaba a uno de sus seres amados. Fue entonces que al alzar el rostro, se topó con el de Miwa.

─Tú vienes conmigo, muchacho ─la voz del demonio sonó ronca, profunda. Y entonces Hiro se sumió en la más profunda oscuridad.

Notas finales:

Hola :'D vengo a dejarles fic antes de dormir~ 

Al fin pude terminar el capi ;u; rompí tiempo record, como ayer fue mi cumpleaños, apenas lo empecé. 

¿Qué tal? Espero que les haya gustado uwu~

Yo por mi parte iré a dormir =w=/ buenas noches~

Tengan una buena semana. 


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