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¿Dónde están tus alas? por Ali-Pon

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Notas del capitulo:

Hola! Ali ha vuelto con nuevo cap de este fic

Gracias por leer ;w;

Espero les guste

Les leo abajo

Capítulo XI

Al fin…

Sus piernas estaban al punto del colapso, sus manos ya estaban tan heridas que, a través de las vendas improvisadas con pedazos de capa, seguían sangrando sin parar, dejando caer gota a gota aquel líquido al suelo. Jean y Mikasa ya llevaban unas dos horas (si no es que más) caminando. Sin haber ingerido alimento durante el día, su cuerpo estaba sucumbiendo al cansancio y hambre. Eren aún permanecía inconsciente y Armin ya tenía los labios tan pálidos que alarmó a sus amigos al punto de apretar el paso logrando sólo herirse más a causa del cable de hierro. Cada paso era más tortuoso que el anterior, la oscuridad no ayudaba en nada y el frío sólo causaba que sus cuerpos se quedaran estáticos por breves segundos. Afortunadamente la luna alumbraba un poco su camino lo cual agradecieron en silencio.

A la pelinegra le importaba poco si sus costillas estuvieran mal o si sus manos tuvieran heridas más profundas, ella quería encontrar un lugar seguro para su hermano, no descansaría hasta verle despierto y en un lugar seguro. Seguiría caminando por aquel espeso bosque hasta encontrar la dichosa aldea de Ahren que les esperaba kilómetros adelante. Por su parte Jean trataba de buscar fuerzas de algún lado para poder continuar y no caer. Miró de soslayo a Mikasa, viéndole sudada de la frente, con la respiración ya un poco agitada, frunciendo el entrecejo cada que daba un paso (debido al dolor de sus costillas) pero sin dejar de tirar de aquel tronco que llevaba a su hermano a cuestas. Le admiró su valentía y coraje por continuar a pesar de ya verse totalmente exhausta. Jean cerró sus ojos para continuar caminando y seguir el paso de Mikasa. Miró por sobre su hombro a un Armin a punto de caer en la inconsciencia, más pálido de lo normal y con el torniquete ya completamente manchado de rojo; le había aflojado un poco el amarre para evitar lastimar algún tejido pero, a pesar de eso, Armin seguía derramando sangre.

Jean devolvió la mirada al frente notando unas pequeñas luces anaranjadas en el horizonte. Entrecerró los ojos y ahí pudo caer en la cuenta de que ya estaban a pocos metros de llegar a la aldea. Sonrió aliviado y con las pocas fuerzas que tenía, aceleró el paso. Mikasa, asombrada por el repentino movimiento de Jean, siguió con la mirada al castaño claro, preguntándose porqué sonreía. Sus ojos dejaron la silueta de Jean para posarse en las mismas luces anaranjadas. Su corazón latió con fuerza y un alivio repentino azotó su ya cansado cuerpo. Apresuró el paso, al igual que Jean, y así en medio de tropezones por las pequeñas rocas y ramas caídas, llegaron hasta la bendita aldea. Jean y Mikasa se miraron con una suave sonrisa y un brillo de esperanza en sus ojos. Como ya era muy noche, la temperatura había descendido súbitamente causando que las personas prefirieran el calor de su hogar al ambiente helado que había afuera.

Se volvieron a mirar y asintieron con decisión: tocarían una a una las puertas para pedir asilo. Muchos no les abrieron y otros les negaron el darles hospedaje sin escuchar lo que les estaban pidiendo con ahínco: que alguien atendiera a Armin. Un poco desilusionados siguieron en su peregrinar, tocando  una a una las puertas hasta que llegaron a una pequeña cabaña que tenía un letrero encima de la puerta que decía “Consultorio”. Después de mirarse, Jean tocó la puerta de madera. Esperaron y al ver que no había respuesta volvieron a tocar. Así duraron cerca de cinco minutos.

–Déjalo, no hay nadie, Jean –habló Mikasa con un deje de decepción deteniendo a Jean que quería seguir tocando.

Jean suspiró un tanto derrotado, desesperándose al ver que nadie parecía querer darles asilo. Un viento helado azotó sus cuerpos causándoles calosfríos y con ello que se abrazaran a sí mismos para darse calor. El castaño claro miró nuevamente a Armin quien ya tenía la mirada completamente ida y tiritando de frío.  Mikasa le miraba fijamente esperando algo de su parte a sabiendas de que, al igual que ella, Jean estaba sin ni una maldita idea.

– ¿Disculpa, me da permiso jovencita? –preguntó una anciana que se encontraba tras Mikasa quien le miró sorprendida haciéndose a un lado luego de asentir.

Los dos cadetes vieron cómo la anciana sacaba unas llaves del bolsillo de su abrigo y con ellas, abría la puerta de madera. La mujer cargaba unas hierbas en uno de sus brazos, vestía un abrigo que le llegaba hasta los tobillos, lentes de media luna, un sombrero que cubría su cabello ya grisáceo. La mujer les miró por sobre su hombro al ver que no se movían.

– ¿Se les ofrece algo jovencitos? –cuestionó la mujer ya dentro del inmueble, viendo a los dos jóvenes que parecían no saber hablar.

–Ammm…pues…nosotros…bueno…no sé si sea inconveniente….pero

– ¡Hable bien joven! –Interrumpió la anciana molesta de escuchar la tartamudez de Jean –Ya sé que estoy vieja, pero no lo suficiente para ser una retrasada –dijo orgullosa la mujer alargando un poco más su cuello.

Jean se quedó mudo y prefirió que Mikasa dijera las cosas.

–Señora, venimos de muy lejos y estamos pidiendo hospedaje ya que un compañero está herido y necesita atención médica –dijo seria y haciéndose a un lado para dejar ver a Armin quien a duras penas podía mantenerse despierto.

La anciana abrió por completo sus ojos al acercarse y ver que la pierna del muchacho estaba en malas condiciones. “Métanlo rápido” había dicho la mujer sin titubear y con voz autoritaria. Mikasa cargó a su hermano, la anciana notó que estaba inconsciente por lo que apresuró a Jean y Mikasa en que metieran a sus compañeros en el consultorio y los recostaran en unas camas que estaban ahí. Al entrar, la anciana encendió unas cuantas velas y con eso logró iluminar bien el consultorio. Se lavó las manos con agua que yacía en una pileta e hizo que Jean y Mikasa pasaran a otra habitación donde llamó a una muchacha de cabellos cobrizos para que atendiera a los muchachos mientras ella se hacía cargo de los pacientes.

Mientras Mikasa y Jean esperaban, la muchacha les ofreció un poco de té y unas frazadas. La chica se llamaba Eleonor, ayudante e hija adoptiva de la anciana llamada Agatha. El invierno parecía reinar en aquel lugar y sus cuerpos reaccionaban ante el cambio de clima que había. Acostumbrados al calor sofocante del sur de las murallas hacía difícil adaptarse a las gélidas ventiscas que se presentaban en el norte. El té humeante yacía en dos tazas que estaban sobre una pequeña mesa de madera. Mikasa quiso tomar una taza pero el dolor de sus manos le hizo dejar caer el traste derramando el líquido en el suelo de madera.

– ¡Señorita, ¿está bien?! –preguntó asustada Eleonor quien salía de la cocina.

– ¡Eleonor ¿qué pasó?! –se escuchó el grito de la anciana en la otra habitación.

– ¡Se cayó una taza, señora Agatha! –respondió temerosa Eleonor.

Pronto se abrió la puerta que daba al consultorio y la cabeza de Agatha se dejó ver, después de ver la mano de Mikasa (quien la mantenía contra su regazo) y la taza destrozada, dedujo la razón por lo que sólo asintió diciendo “Limpia, Eleonor” y volvió a cerrar la puerta. Jean tan solo miraba cómo Mikasa se quejaba en silencio, y sin pensarlo dos veces, tomó las manos de la pelinegra  y con cuidado quitó los vendajes improvisados, viendo los distintos cortes que sus palmas tenían, sumando a la sangre seca que se confundía con la que seguía saliendo. Eleonor al ver las heridas se fue de ahí.

–Estoy bien –decía Mikasa queriendo que Jean le soltaran, sin lograr su cometido.

–Se infectará pronto a falta de higiene y ya no te serán útiles si sigues así Mikasa –dijo serio Jean mirando a los ojos a la pelinegra.

–Tiene razón, señorita –secundó Eleonor quien veía tímida la pequeña discusión entre los soldados con un tazón con agua caliente, una toalla, hierbas que ocupaba su madre y unas vendas limpias –. Debe atenderse para que no se vuelva grave lo que usted padece.

Mikasa miró molesta a Jean, resignándose a que tenía que ser atendida, después de todo, estaba tan exhausta que ya discutir le estaba costando. Sin más dejó que Eleonor, a la luz de las velas que iluminaban la casa, le curara. El silencio era roto por el delicado sonido del agua caer en el tazón y del movimiento de las ropas de Eleonor (que era un vestido marrón que le llegaba hasta los tobillos). Cuando sus manos estuvieron vendadas con un poco de hierbas medicinales en sus heridas, la taza rota fue recogida y el rastro de líquido fue borrado del piso. Mikasa miró con atención sus manos vendadas para después recargarse en el respaldo del sillón soltando un quejido por el dolor de sus costillas lastimadas. Jean le miraba de soslayo sintiéndose cada vez peor al ver la situación en la que sus compañeros estaban. Él era el causante de sus heridas, por su estupidez, su irresponsabilidad.

El humeante té que esperaba a que fuera bebido por Jean, permaneció en su lugar, siendo observado como si fuera lo más interesante. Eleonor, al regresar de lavar los trastos se percató que de las manos de Jean, sangre goteaba creando un charco en el piso; rápidamente se acercó y tomó las manos del soldado quien se dejó hacer. La chica miró el perfil del otro mordiéndose los labios para después ir por los mismos utensilios que había ocupado con Mikasa. Eleonor se recriminaba por haber sido tan despistada y no notar que también Jean estaba herido. Siguió el mismo procedimiento con él y a ambos les dijo que debían tomar el té ya que era de una planta que ayudaba a relajar el cuerpo y disminuir el dolor interno; además de dar calor.

Los soldados, sin ánimos, bebieron de a sorbos el dichoso té. El tiempo parecía interminable, lento y hasta desesperante. Las velas estaban a la mitad de consumirse, el té había sido bebido por completo y el sonido de movimiento tras la puerta del consultorio de la anciana Agatha, les mantenía despiertos ya que querían saber la gravedad de Armin y si Eren tardaría en despertar. Ambos sabían que estaban a solo unos cincuenta kilómetros de la siguiente aldea que les llevaría hasta el famoso castillo. Para aquel momento, ya habían perdido la cuenta de los días porque todo se veía tan banal. El recuerdo de lo sucedido en el bosque permanecía latente y el juramento de guardar silencio les atormentaba. Tenían en cuenta que ocultar información no era ético dentro de la milicia, pero estaba de por medio la salud mental de Eren, no podían decirle qué había hecho porque sería el derrumbe total del joven. La culpa le carcomería y la indecisión se volvería su sombra, la inseguridad le atacaría con fuerza y la depresión sería el final de alguien que parecía ser la luz de la esperanza.

Era demasiado lo que conllevaba guardar el secreto, puesto que ellos sufrirían en lugar de Eren, porque ellos cargarían con un suceso que no les pertenecía, porque ellos serían los pilares del muchacho para cumplir con el anhelo de los humanos: salir de las murallas.

La puerta del consultorio fue abierta por la anciana Agatha, quien se veía exhausta y un poco sudorosa de la frente. Mikasa y Jean se incorporaron con rapidez a la espera del diagnóstico. La anciana, con un gesto de cabeza, mandó a Eleonor a limpiar. Cuando la chica se perdió tras la puerta de madera, Agatha miró a los jóvenes y con una suave sonrisa dijo:

–Ha pasado el peligro muchachos. – Los jóvenes soltaron un suspiro aliviado y una sensación de satisfacción les llenó, pero sabían que no era todo, así que esperaron a que volviera a hablar la mujer.

–El joven rubio…

– ¡Armin! –exclamó Mikasa para que la mujer se refiera por su nombre a su amigo.

–Bueno, él –dijo con desinterés la mujer. – Tuvo una fractura externa en el fémur. Afortunadamente se lo he acomodado e inmovilizado, también he limpiado el área para evitar infecciones. Como perdió sangre, por ahora no podrá levantarse la cama, tendrá que estar en completo reposo por al menos… unos tres días, ya después unas seis u ocho semanas para sanar de su fractura –soltó un suspiro Agatha. –Él estará bien, chicos.

– ¿Y qué hay de Eren? –preguntó Jean de forma suave.

– ¿Eren? ¡Oh, claro, el otro chico! Él estará bien, supongo que despertará pronto –dijo desinteresada la mujer.

En aquel momento, Eleonor salió del consultorio con una cubeta llena de agua sucia y con sus ropas manchadas (un poco) de sangre.

– ¡Eleonor! –llamó Agatha sentada desde un sillón individual.

– ¿Sí, señora Agatha?

–Prepara tu alcoba, ahí se quedarán a dormir estos jóvenes, tú dormirás en el sillón ¿de  acuerdo?

Eleonor pareció querer refutar ante tal orden pero se abstuvo y tan sólo dijo “Sí, señora”. Tal parecía que Agatha no le aceptaba como hija sino como servidumbre, lo cual causó confusión en los soldados. Sin embargo, ni tarde ni perezosa, Eleonor había acomodado todo en su alcoba para que los jóvenes pudieran pasar la noche. En la cama dormiría Mikasa y en el suelo Jean. Sus cuerpos, al sentir el calor de las sábanas no tardaron en relajarse y ceder ante el cesante llamado de Morfeo.

 

–Aún faltan esas hierbas de ahí, Aurou –señaló Levi desde la puerta del jardín.

Ya eran las cuatro de la tarde del segundo día en aquel lugar y los mocosos aún no llegaban. Levi parecía impasible, parecía el mismo de siempre pero en su interior la intención de salir a buscar por sí mismo a los chicos estaba latente. Un suspiro escapó de sus labios y el deseo de entretenerse para no hacer una locura le invadió, por ello se dirigió a las habitaciones de la planta baja (de las cuales estaba por terminar). Sacudió el escritorio, el estante de libros, las sillas, todo. Al parecer era un estudio u oficina aquella habitación. Vio todos y cada uno de los pocos libros que ahí había, todos eran de leyendas de la aldea más cercana, de la geografía de todo el arco norte de las murallas y… de los titanes. Levi, con el ceño fruncido tomó aquel libro ya corroído y con la pasta tan desgastada que algunas hojas cayeron cuando lo tomó. Levantó las hojas del piso y notó que tenía palabras inconclusas. Aún más extrañado, hojeó el libro, viendo dibujos y dibujos de titanes; anotaciones con una caligrafía incomprensible; y algunas otras hojas sólo tenían escritas palabras a medias, como si la tinta hubiera escaseado dentro de la pluma o tintero y muchos párrafos quedaran inconclusos.

Cerró el libro y lo miró por ambos lados notando que, a comparación de los demás, éste parecía ser el más solicitado. Con la curiosidad invadiéndole, dejó el libro en el escritorio y se dedicó a husmear en cada cajón del escritorio, viendo mapas ya corroídos y amarillentos, hojas sin nada escrito, tinteros, plumas, sellos y… en el fondo de un cajón vio una llave, una pequeña llave de cobre. Parecía de aquellas que venían con los pequeños cofres en los cuales, las mujeres, resguardaban alguna alhaja. La miró con detenimiento intentando descifrar a qué cerradura podría entrar. Al ver que aquellos artefactos se volverían interesantes, los tomó y los llevó hasta su alcoba, donde los guardó en su bolso que guardaba en el armario.

Algo le decía que, los antiguos residentes de aquel castillo habían estado buscando respuestas sobre los titanes y que algo habían hallado. Miró a través de la ventana de su alcoba, notando que el poco sol que se dignaba a tocar aquellas tierras iluminaba con premura el bosque. Se quedó mirando por entre los árboles, viendo un destello, como aquellos que produce un espejo al ser expuesto al sol. Tal parecía que el destino le estaba diciendo algo, pero no sabía a ciencia cierta qué podría ser.

– ¡Un caballo se acerca! –Levi, al escuchar aquel grito de Gunther, salió de su alcoba, dirigiéndose hacia uno de los balcones que daba hacia el patio principal. De allí vio lo que Gunther percatándose de que, el sujeto que le montaba, tenía una capa verde, semejante a las de ellos.

– ¡Jean! ¡Es Jean! –gritó Petra desde abajo, atrayendo la atención de Levi, quien al escuchar el nombre de aquel soldado se dirigió rápidamente a las escaleras y bajarlas en un pestañeo.

– ¡Abre, Gunther! –ordenó Levi, viendo acto seguido como el rastrillo era levantado.

El galope de aquel caballo se escuchaba cada vez más cerca hasta que ya resonaba entre las paredes del castillo.

Jean frenó al caballo y bajó con rapidez haciendo el saludo militar al Capitán.

– ¿Y los demás? –preguntó Levi con brusquedad.

Jean le miraba con detenimiento, tragando duro para tomar valor y decir la situación en la que sus compañeros se encontraban. Se puso firme y, mirando directamente a los ojos a Levi, dijo:

–Ellos se encuentran en malas condiciones, capitán. –Levi entrecerró sus ojos esperando una explicación –. Ocurrió un incidente antes de llegar a la aldea de Ahren, yo fui el único en salir ileso, señor.

Levi bufó desviando la mirada sintiéndose completamente molesto ya que si él hubiera ido con Eren no hubiera permitido que nada le pasara; ya que si él hubiera estado con Eren no hubiera sufrido la maldita ansiedad que le estuvo carcomiendo hasta que apareció el idiota de Jean con sus estupideces.

– ¿Dónde están? –Preguntó molesto Levi– ¿Qué eres su puto mensajero o qué?

Jean tragó al ver el enojo en los ojos de su superior. Se sintió desfallecer y completamente pequeño.

–Están en Ahren, al cuidado de una anciana que nos pudo dar asilo –explicó Jean titubeante.

Levi pareció comprenderlo pero su mirar al ver el caballo en el que Jean había llegado, se percató de que no era la raza que manejaba la Legión de Reconocimiento, por lo que frunció el entrecejo.

– ¿Y tú caballo?

Jean miró al corcel a su costado y entendió a qué se refería el capitán. –Durante el incidente, se perdieron los caballos junto con las provisiones, armas y mapas, señor. Por ello he venido hasta acá, para solicitar ayuda para trasladar a mis compañeros hasta aquí, señor.

Levi, comprendiendo a qué había ido Jean, ordenó que Erd y Aurou acompañaran a Jean, llevándose los dos caballos de Petra y Gunther. Cuando les perdieron de vista, Levi le ordenó a Petra que fuera a preparar la cena. Se quedó parado en la entrada, viendo el camino que se adentraba al bosque. Se sentía un idiota al quedarse ahí, esperando a que rápido llegaran con Eren. Después de un suspiro fue dónde se accionaba el rastrillo para que bajara y de ahí partió hacia las caballerizas, donde se dedicó a limpiarlas, a pesar de que Erd lo había hecho horas antes.

 

Iban cabalgando rumbo al castillo, después de haber acomodado a Armin en una especie de carretilla con Eren a un costado. La anciana les había dado todas las indicaciones para evitar que Armin empeorara (después de haberse molestado por no hacerle caso en que Armin debía reposar tres días), junto con unas hierbas que debían de darle en forma de té y unos vendajes limpios. A cada instante iban checando que Armin se encontrara bien. Cuando llegaron al castillo, la noche estaba por caer, al igual que el frío. El castillo estaba iluminado por antorchas que resplandecían en el interior del recinto.

– ¡Capitán! ¡Capitán! ¡Han vuelto! –gritó Petra quien barría la entrada.

Levi salió hacia donde se accionaba el rastrillo para que ascendiera y diera paso a los chicos. Después de ver que todos pasarán y hacer bajar el rastrillo,  fue directamente hacia la carretilla topándose con un Armin dormido y con una pierna inmovilizada con tablas, y un Eren completamente dormido y sin ningún rasguño. Pasó por alto que tanto Jean como Mikasa estaban vendados de las manos, ya que en aquel instante su mente sólo se podía enfocar en el moreno. Frunció el entrecejo al recordar que Jean había mencionado que él había sido el único que había salido ileso del incidente, pero al ver a Eren sin ningún rastro de sangre o heridas visibles se extrañó.

–Está inconsciente, señor –habló Jean a sabiendas de que Levi había notado que el castaño no estaba herido.

Levi miró aquel rostro que creyó haber olvidado; recorrió todo su cuerpo, analizando su estado y comprendiendo que con sólo mirarle no ayudaría a despertarle. Sin más, ordenó a sus subordinados llevar a Armin y Eren a sus respectivas habitaciones, mientras que Jean y Mikasa (quien había mirado de forma agresiva al capitán) eran llevados al comedor por Petra y Aurou llevaba los caballos hasta las caballerizas. El capitán cargaba a Eren y Gunther y Erd a Armin, ya que si uno le cargaba podrían lastimar más su pierna o algo peor. Las habitaciones de los muchachos estaban relativamente cerca salvo por el hecho de que un pasillo intermedio (que llevaba a uno de los cuatro balcones que había) les separaba.

Levi depositó a Eren en la cama con cuidado, algo que le tomó por sorpresa debido a que nunca había sentido esa necesidad de no lastimar a alguien. Miró por unos instantes al joven antes de salir y apoyarse en la puerta de madera. En su interior existía ese alivio de al fin tenerlo cerca pero también estaba esa angustia de no ver aquellos ojos esmeraldas. El ruido de sus subordinados salir de la alcoba del rubio le hizo virar en dirección a ellos y hacer un gesto para que se retirarán. Cuando quedó solo en aquel pasillo, escuchando el fuego consumiendo el combustible de las antorchas, un sentimiento indescriptible le invadió, como si la culpa, enojo, alivio y malestar se mezclaran causándole un bloqueo mental que le hizo llevar su diestra a su frente y cubrir parte de sus ojos mientras resoplaba, queriendo que de esa manera un peso inexistente se fuera, se alejara de él.

Mocos de mierda, si vieras cómo me tienes ahora pensó Levi al momento de esbozar una pequeña sonrisa irónica y bufar para descender las escaleras.

Notas finales:

¿Y bien? ¿Digno para recibir un rev?

 

Creánme cuando le sdigo que me costó poner el procedimientos medico para Armin D: tuve que preguntar qué procedimientos manejaban en la época victoriana (más o menos) por lo que resultó esto. Admeás de consultar procedimeintos actuales y entremezclarlos. Espero no haberla cagado

Sin más, me retiro porque estoy muerta de sueño ;w;

Espero leer un rev de ustedes ^^

Cuídense

AliPon fuera~*~*


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