El amor es más intenso,
Mientras más cerca se está de la muerte.
Prefacio.
Si se tratara de buscar culpables, entonces la culpa era de aquella época funesta en que nacieron.
La humanidad estaba pagando sus pecados con el advenimiento de aquellos monstruos nacidos con el único y exclusivo fin de exterminarlos. Los hombres olvidaron que una vez exploraron el mundo a sus anchas y se conformaron con la vida en cautiverio, donde gozaban de una ilusoria seguridad.
Pero es una verdad sabida que el hombre siempre cree lo que quiere creer. Y encerrados dentro de sus muros, no se dieron cuenta del desastre que se allegaba. Porque llegó el día en que aquellos muros que les brindaban seguridad, se transformaron en su jaula, en el corral donde aquellos monstruos tomaron su comida.
Los niños nacidos en este tiempo aciago; niños nacidos en una época de guerra, eran lúgubres, envueltos en un aura triste, poco más que sombras de cadáveres vivientes, los despojos de una tragedia. Pero ese mismo desamparo los modeló duros y hoscos, forjados por la pena misma… Eran los sobrevivientes.
Y fue este destino sombrío el que juntó sus caminos.
Ambos cadetes desde el mismo año: ambos pasando por las mismas pruebas, ambos afrontando el mismo duro entrenamiento, cada uno con sus ideales, cada uno con sus metas. Pero a pesar de vivir experiencias similares, ellos nunca se entendieron. Así era la naturaleza individualista del ser humano.
Aunque cada uno sufría su propia pena, nunca nació la empatía entre ambos. Probablemente debido a la insensibilidad que genera en el alma humana el haber nacido y vivido en una época así.
Hasta que ambos fueron marcados por el mismo insoportable dolor: la soledad.
Ambos sufrían por la soledad. Sobrevivían perdidos en los recuerdos, evocando en sueños tiernos los tiempos felices pasados, donde la horrible realidad por breves segundos se hizo llevadera, añorando los días en que conocieron la dicha… Pero no eran más que memorias. Y cuando el hermoso sueño acababa, volvían a la insoportable realidad: Ambos siendo consumidos por una pena infinita, por ese dolor único que sólo genera el amor.
Había pasado más de un mes desde que Levi lo había dejado… Y ya había pasado bastante tiempo desde que Marco murió. Mientras Eren sufría el destierro del amor de Levi, Jean sufría la más terrible de las soledades: la de la muerte.
Y en medio de ese dolor inconmensurable que embargaba sus almas, habían encontrado un consuelo… Juntos.
Desquite, dolor y sangre… Así empezó todo.
Si algo los unió, fue la frustración. La debilidad y la culpa los asediaba a ambos.
Eren era invadido por la rabia contenida, por la marca que llevaba, por no haber cumplido su deber, por haber dejado escapar a Annie, por todas la muertes que tenía que cargar sobre sus hombros, por llevar esa pesada carga de ser la “esperanza” de la humanidad… Jean se sentía inútil, inservible, dolido, traicionado, sabía que le había fallado a Marco, que lo había dejado morir, que no pudo protegerlo, a aquel que era el único al que amaba.
Ya no había esperanza.
La culpa les carcomía el alma hasta el punto de imposibilitarles respirar y ambos creyeron que su dolor no tendría fin. Hasta que descubrieron el consuelo mutuo. Una vía de escape para sus atribulados corazones, un desahogo para sus mentes febriles, un aplacamiento del dolor que invadía sus almas convirtiéndolos en espectros.
Un consuelo nacido de un contacto brusco, salvaje, primitivo, casi animal… pero delicioso.
Dolor y sangre se acoplaron a burdas caricias y roncos gemidos, en medio de encuentros furtivos en la oscuridad. En una unión donde dolor y placer eran más que dos caras de una misma moneda: eran la misma cosa.