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De Soledad y Recuerdos por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

¡¡Hola!! Pido millones de disculpas por no actualizar a tiempo, tengo un problema grave... no me había dado cuenta que ya pasó el martes de actualización ¡Lo siento!

Pero bueno, las dejo con es capítulo de hoy. Espero les guste y haya valido la espera.

Capítulo XIV: La persecución de la muerte

 

—¡Maldición! —Strauss gruñó entre dientes y bajó su escopeta. Era un arma de cañón simple, a la distancia en que estaban era letal, se suponía que con eso se habría asegurado de matar a Eren Jaeger; pero aun así había fallado—. ¿Qué está haciendo ese estúpido mocoso aquí? Se suponía que el objetivo estaba solo.

Eren no le respondió; había perdido la noción del tiempo y el espacio, olvidando por completo el peligro. No podía ver nada más. Lo único que veían sus ojos era cómo el color verde oscuro de la camisa de Jean cambiaba de color con una celeridad impactante; su pecho se oscurecía con aquel líquido escarlata.

—Jean... —susurró con voz queda, aunque sabía que su voz no estaba siendo escuchada—. No me dejes, por favor.

—Esto no tenía que suceder. —La voz de Historia seguía siendo suave, pero ahora estaba ronca de consternación—. No se suponía que Jean saliera lastimado. ¡Era sólo Eren!

—¡¿Y qué querías que hiciera, mocosa?! El otro chico apareció de la nada —respondió Strauss, molesto—. No creas que a mí me gusta matar a mocosos desarmados.

—¿Y qué haremos ahora?

—Continuar con nuestra misión —respondió. Volvió a cargar su arma y apuntó a Eren en la cabeza—. No te preocupes —le dijo—, pronto te le vas a unir a tu amigo.

Eren ladeó el cuello en su dirección, había oído sus palabras y volvía a prestarles atención.

—¿Por qué están haciendo esto? —preguntó. Su voz apenas había salido; tenía un nudo en la garganta—. ¿Acaso no se dan cuenta? Nosotros somos todos humanos, no podemos matarnos entre nosotros, esta división sólo hará que cada vez sea más difícil el exterminio de los Titanes.

—¿El exterminio de los Titanes? —Strauss lo miró descolocado—. ¡Chico, no seas iluso! No existe tal cosa como el "exterminio de los Titanes". Lo único que hacemos como Legión de Reconocimiento es salir de las murallas a morir horriblemente, mientras nuestros superiores nos dicen que es por el bien de la humanidad —dijo con una mueca burlona—. Pero todos sabemos que es inútil. ¡Nosotros nunca lograremos exterminarlos! Nunca vamos a recuperar nuestro mundo, tendremos que vivir prisioneros dentro de las murallas para siempre, y mientras más adentro del territorio estés, más a salvo estarás. Esa es la única verdad.

—¿Así que cambió la vida de sus compañeros por una casa en Sina? —preguntó Eren, irónico—. Dígame, líder de unidad Strauss, ¿a cuántos de sus compañeros mató por ser un cobarde?

—Eres sólo un mocoso estúpido que no sabe nada —dijo Strauss con una mezcla de molestia y cansancio en la voz—. El conde tenía razón, no podemos guardar las esperanzas de la humildad en un adolescente, menos en uno como tú. —Eren sintió como si los ojos grises y diminutos del hombre lo atravesaran—. Ya me aburrí de tener que morir por salvar a mocosos malcriados como tú o tu amigo. Desde ahora en adelante voy a trabajar sólo por mí.

—¿Qué significa eso?

—El conde me ofreció el retiro de la Milicia y una compensación a mis años de servicio. Cuando le lleve tu cabeza, podré gozar de la seguridad y la riqueza en Sina.

—Cerdo cobarde... —Eren movió la cabeza, negándose a creer la realidad. Luego levantó la mirada acuosa de lágrimas hacia su compañera—. ¿Y qué hay de ti? ¿También traicionaste a tus amigos por la seguridad de Sina?

—¿Esta mocosa? —preguntó Strauss mirando de reojo a la chica, de pie a su izquierda—. No, ella no estaba dentro del grupo reclutado por el conde. ¡¿Cómo crees que un hombre tan importante como el conde Alexandrus iba a contratar a una mocosa inútil para una misión tan importante como esta?!

—Entonces... ¿por qué?

—Se me unió en el camino, se dio cuenta de la traición y dijo que ambos perseguíamos el mismo objetivo —dijo Strauss sonriendo con frialdad—. No tengo idea de sus motivos, pero te aseguro que nosotros no somos los únicos que queremos matarte.

—Lo siento, Eren —dijo Historia con voz calmada—. Fueron las órdenes de mi padre. Él me ordenó que te llevara conmigo.

—¿Qué tiene que ver tu padre en todo esto? —preguntó Eren. Todo era tan confuso, sentía que había perdido a Jean por culpa de un par de cretinos—. ¿Por qué?

—No lo sé, él sólo me lo ordenó —respondió Historia—. Debo llevarte con vida hasta él, luego tendré que matarte.

—¿Vivo? —preguntó Strauss, mirándola incrédulo. Incluso bajó el arma para mirar a la chica de frente—. ¡Deja de hablar estupideces! ¡¿A quién mierda le importan las órdenes de tu padre?! ¿Y quién mierda es tu padre, a todo esto?

—¿No lo sabes? —Eren preguntó soltando una risa amarga—. Te sorprendería saber quién es el padre de Historia.

—¡A nadie le importa quién demonios sea su padre! —dijo Strauss volviendo a apuntar con su escopeta a Eren—. Lo único importante es que voy a llevar tu cabeza con el conde y ganaré mi retiro de la Milicia.

Eren lo vio en la seguridad de los ojos oscuros de Strauss; había llegado su momento. Volvió la mirada hacia el cuerpo inmóvil de Jean: la sangre ya le había empapado todo el pecho y su piel, de un bronceado leve, había palidecido; ya ni siquiera sabía si respiraba. Tomó su mano entre las suyas para entrelazar sus dedos, si iba a morir, quería que fuera junto a Jean, pero al sentir la frialdad de su cuerpo, sintió terror.

Jean había muerto y ahora él haría lo mismo; lo habían prometido.

Cerró los ojos, preparándose para recibir la herida de bala de Strauss que lo llevaría junto a Jean, pero en vez de oír el fuerte sonido explosivo de la escopeta, oyó un estallido más suave y agudo. Pensó que tal vez el hombre había cambiado de arma para no dañar su cabeza, así el conde podría reconocerlo sin problemas, pero nunca sintió el dolor de una bala atravesándole el cuerpo. Abrió los ojos y cuando parpadeó asombrado, las últimas lágrimas que había aún en sus ojos, rodaron por sus mejillas.

El brazo derecho extendido de Historia sostenía un revolver pequeño. El disparo que había escuchado había sido el de ella, que había atravesado con la pequeña bala las sienes del hombre: Strauss estaba muerto.

—¿Por qué? —preguntó casi sin poder hablar de la impresión.

—Ya estoy harta de que todos me digan lo que tengo que hacer —respondió ella. Tenía la vista fija en el cadáver de su superior, pero su mirada se veía vacía—. Mi padre, los superiores, hasta mis amigos. ¡Todos me dicen qué hacer! Pero de ahora en adelante tomaré mis propias decisiones.

Eren no supo qué significaba exactamente eso, pero ya nada le importaba; de todas formas él quería morir. Buscó con la mirada algo que lo ayude; sólo tenía sus espadas.

—Una hoja hecha para matar Titanes —pensó. Sonreía con tristeza mientras apretaba la mano en torno a la empuñadura—. Es muy irónico...

Levantó la espada, estaba a punto de empujar la punta contra su pecho cuando la mano pequeña de Historia sobre su hombro lo detuvo.

—¡Eren! ¿Qué estás haciendo? —le preguntó.

Eren la miró a los ojos un momento, ¿cómo tenía cara para preguntarle aquello? ¿Cómo podía mirarlo con tanta inocencia, como si no hubiera hecho nada? Si no fuera por su culpa, Jean aún estaría vivo y habría una esperanza de felicidad para ellos dos.

—Eren, ayúdame —repitió—. Tenemos que llevar a Jean a la cabaña.

—¿Para qué? —preguntó luego de mirarla descolocado.

—¡Para curarlo! —gritó la chica. De pronto su voz ya no era tan suave, sino decidida—. Jean aún está vivo, podemos curarlo. ¡Ayúdame!

Eren volvió a mirar el cuerpo de Jean: estaba tan pálido y frío, su pecho no se movía, no parecía vivo en absoluto. Pero acercó el rostro a su nariz y pudo sentir el cosquilleo de una respiración mínima. Historia tenía razón, aún vivía.

La chica le desabrochó la capa y le abrió la chaqueta y la camisa; así pudieron ver la herida. El impacto de los perdigones de la escopeta le había dado más cerca del hombro que del pecho; era muy improbable que el disparo hubiera dañado los órganos internos, pero la pérdida de sangre era preocupante. Historia terminó de desvestirlo, quitándole todas las prendas superiores para ver por completo la herida. Los perdigones habían entrado y salido cerca del hombro izquierdo, pero aún se veían los restos de metal incrustados en la carne viva.

—Tómalo de los brazos y yo lo tomaré de los pies —ordenó Historia—. Llevémoslo a la cabaña.

Eren le hizo caso, pero antes le sacó las cajas metálicas donde guardaban las cuchillas de las espadas, le quitó las correas del pecho y usó su propia capa para amarrarla en torno a la herida; así evitarían que siguiera perdiendo sangre. Luego le pasó las manos por las axilas y lo levantó, al instante, sintió que sus manos eran humedecidas por un líquido tibio y espeso.

Les tomó un par de minutos dar la vuelta a la cabaña con el cuerpo de Jean a cuestas. Se había vuelto muy pesado, no sabía cómo ni por qué, además lo hicieron con mucho cuidado, porque no querían que perdiera más sangre de la que ya había perdido, aunque fue totalmente inútil. A pesar del dolor que debió haberle provocado ese traslado, Jean no se quejó, ni su cuerpo se movió en lo más mínimo: estaba completamente inconsciente.

Cuando llegaron junto a la cama, Historia le dejó los pies en el suelo con mucho cuidado, luego extendió su capa sobre el mohoso colchón de lana, y entre los dos recostaron a Jean. La sangre ya había oscurecido la tela de la capa.

—¿Qué hacemos ahora?

—¿Qué? —Eren la miró, descolocado.

—Tu padre era médico, Eren —explicó ella sin mucha paciencia—. Tú debes saber qué hacer. —Eren lo meditó por unos minutos en silencio, parecía estar perdido—. ¿Qué debemos hacer para curarlo, Eren?

—Yo... No lo sé...

—¡Piénsalo! —dijo ella zarandeándolo por los hombros—. Es la única esperanza de vida que tiene Jean ahora.  

—Agua ¡Fuego! —ordenó atropelladamente—. Necesitamos hervir agua. Necesitamos... Debemos... Tenemos que... Primero debemos...

—¡Eren, concéntrate! —le gritó Historia.

—Lo que debemos hacer, es quitar los perdigones que hay dentro de la herida y luego debemos cerrarla —dijo de a poco, como convenciéndose primero a sí mismo—. Pero no tenemos ni aguja ni hilo para coser la herida; así que la única opción es el fuego. —Eren se oía cada vez más seguro de sus palabras—. Necesitamos agua hervida, pero para eso necesitamos fuego.

—Muy bien —respondió la chica—. Yo me encargo del fuego, tú quédate con Jean.

Historia caminó hacían la otra habitación, hacia la chimenea. Dentro de ésta, había aun un par de leños a medio quemar, pero eran insuficientes, así que ella quitó los recortes que decoraban las paredes, pinturas de paisajes sobre papel, y los colocó entre los leños. Pero ellos necesitaban un fuego grande para hacer hervir el agua lo más pronto posible, así que ayudada de sus espadas, cortó una de las sillas hasta hacerla astillas; la madera seca ardería sin ningún problema.

—Un momento —la interrumpió Eren—. Tal vez no es lo mejor encender el fuego. Podríamos llamar la atención de alguien.

—Las únicas personas que quedan con vida y a quienes podríamos llamar su atención, es la Legión de Reconocimiento —respondió Historia—. Ya no quedan más traidores, Strauss era el último de ellos, el mismo me lo dijo. Jean y tú se encargaron de Viktor, Morgan y Rebeka, mientras que Levi y Mikasa mataron a los otros cuatro. —Su voz era absolutamente tranquila, como si lo que estaba diciendo fuera de lo más común—. No hay ningún peligro, Eren. Además, este es un riesgo que debemos correr por la vida de Jean.

Historia afiló una espada con la otra, las chispas que saltaron producto del roce, encendieron el papel y en un par de minutos, había un fuego vivo dentro de la chimenea.

—Voy por agua, tú quédate con Jean —volvió a ordenarle a Eren.

El gran río que habían seguido como guía durante el trayecto, no pasaba cerca de la cabaña, pero un pequeño estero, que era un afluente del río, discurría a sólo un par de metros internado en el bosque. Hasta allá se dirigió Historia. Había tomado un par de cacerolas empolvadas, que aún había en la cabaña, y luego de lavarlas con esmero, volvió con agua fresca para hervir.

Cuando llegó a la cabaña, Eren ya le había a sacado la improvisada venda que había hecho y examinaba la herida.

—Aún hay varios perdigones que nunca salieron de su cuerpo —dijo en cuanto la sintió llegar, pero sin mirarla—. Aunque es posible que haya más de los que saltan a la vista; escondidos entre la carne y la sangre. Creo que voy a tener que abrir la herida para sacar todos los perdigones antes de cerrarla.

—Está bien, ¿qué necesitas para hacer eso? 

—Cuchillas. Creo que podemos utilizar las espadas, pero hay que esterilizarlas antes con las llamas.

—Está bien, yo lo haré —dijo Historia. 

Puso una de las ollas directo sobre las llamas, para que hirviera más rápido, y llevó la otra a Eren para que se lavara las manos. Sacó una de sus espadas y las pasó por las llamas un par de veces, sólo lo necesario para esterilizar la hoja.

—Toma. —Se la entregó a Eren en las manos—. Ya está lista.

La mano del chico no tembló, tampoco había dudas en su mirada. Hizo un corte sobre la herida; adelante y atrás. El cuerpo de Jean se movió mínimo; sólo un pequeño sobresalto instintivo, pero no despertó, ni hizo sonido alguno de queja. Metió dos dedos dentro de la herida, tanteando la frialdad del acero dentro del cuerpo de Jean; sacó un total de siete perdigones, cinco adelante y dos atrás. Cuando terminó, tenía las manos ensangrentadas hasta el antebrazo. Era demasiada sangre la que estaba perdiendo Jean, y eso lo hacía sudar frío.

—Ahora debemos cerrar la herida —susurró.

Historia volvió hacia la chimenea, y tomó la espada que había dejado calentando ahí, ahora estaba al rojo vivo. Cuando volvió con la espada en una mano y el agua hervida en la otra, Eren ya la esperaba. Había rasgado la camisa de Jean y después de empaparla en agua hirviendo, limpió los restos de sangre de la herida. Entre ambos aplicaron la espada caliente hasta que la carne quemada volvió a pegarse; el método más rápido que asemejaba una cicatrización. Jean se removió incomodo, un gesto de que aún seguía viviendo, pero no despertó.

Eren terminó el trabajo lavándole la herida y los restos de sangre de su cuerpo, luego usó los restos de la camisa como vendaje.

—¿Y ahora qué? —preguntó Historia.

—Lo único que podemos hacer es esperar.

 

Notas finales:

¡No se olviden de comentar!

Besos y que tengan una hermosa semana.


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