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De Soledad y Recuerdos por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Hechos externos a nuestros protagonistas comienzan a suceder, pero esto sólo logra hacer que la unión entre ellos crezca aún más. Aunque todavia queda mucho camino por recorrer...

 

 

Capítulo II: La noche de la llovisna tierna

 

Frustración e impotencia.

Eso era lo que sentía. Las sentía recorrer su cuerpo y bullir por sus venas hasta nublarle la razón. Todo al ver el cuerpo inmóvil de Eren sobre aquella camilla.

No podía decir que el muy idiota no se lo tuviera merecido, pero aun así no podía evitar sentir ese extraño dolor en el pecho al ver sus heridas. Después de todo, eso había sido demasiado ¡Ese tipo de castigos incluso estaban abolidos! ¿Cómo podían haberle hecho algo así a Eren? ¿Cómo lo hizo él para mantenerse de pie sin hacer nada?

Si le tocaba pensarlo con detención, podía decir que esa noche, todo había empezado mal. 

Primero que todo, a la hora de la inesperada visita del enviado del Rey, dos soldados faltaban en la formación: uno era un simple soldado raso a quien nadie extrañaría si muriera, pero el otro era el llamado “esperanza de la humanidad” del cual estaba a cargo la Tropa de Reconocimiento como su vigía. ¿Cómo podía simplemente no estar el muchacho? ¿Acaso él podía salir de su habitación cuando quisiera? ¿Acaso no lo vigilaban? El Comandante Smith y Levi Heichou habían logrado quedar como unos verdaderos incompetentes, todo gracias a ellos.

Luego, su inesperada aparición había logrado sacar de quicio al líder de la tropa de la Policía Militar que acompañaba al emisario del Rey, poniendo en evidencia de nuevo lo que sin duda sería interpretado como ineptitud de parte de sus superiores.

Y por último, cuando Eren llegó acompañado de una muy relajada Hanji, el muy idiota ni siquiera se disculpó. ¡Es más! Ante las recriminaciones y cuestionamientos de aquel hombre, Eren no había encontrado nada mejor que responderle imprudente, dándole una clase de moral.

Yo no le debo obediencia a ninguno de ustedes. Los burgueses como ustedes no son más que unos cerdos cobardes que gustan de vivir cómodamente, mientras el resto de nosotros morimos por defender a la humanidad

Todos sabían que Eren era impulsivo, que no medía las consecuencias de sus actos y llevado por la pasión, podía hacer cosas sin analizarlas primero. De todos, él lo sabía mejor que nadie, pues justamente fue esa diferencia de carácter la que marcó la mayoría de sus peleas en el pasado y las seguía marcando ahora. Pero aun así, las medidas tomadas por ese hombre habían sido un exceso.

Ante este gesto de rebeldía, el emisario de Rey no mostró duda ni temor alguno y sin vacilación, ordenó un castigo ejemplar contra el joven, un castigo tan atroz que había sido abolido por otro Rey hace cientos de años atrás, ni siquiera sabía que aún se aplicara. De hecho ¡Estaba seguro que eso era ilegal!

El hombre ordenó cincuenta azotes contra el joven Titán.

Tan terrible y bárbaro era aquel castigo, que los propios miembros de la Policía Militar miraron horrorizados al hombre, esperando que cambiara de decisión, pero frente a la firme resolución de su dura mirada, no les quedó otra más que acatar sus órdenes.

La rebeldía de Eren sin embargo, no parecía tener fin. Él mismo se quitó la chaqueta y la camiseta y sin oponer resistencia, dejó que le ataran las manos, dispuesto a afrontar el castigo con la frente en alto, movido por esa fuerza de voluntad inquebrantable. E incluso en ese momento se había dado el lujo de gritar.

—¡Podrán quebrar mi cuerpo, pero jamás mi voluntad!

¡Sí que era un maldito suicida!

Pero aun cuando su espíritu fuera inquebrantable, su cuerpo no lo era. Y el horrible sonido del látigo cortando el aire e impactando contra su espalda, se encargó de demostrarlo. El sonido de las cadenas tensándose con cada golpe y el doloroso grito que salía de lo profundo de la garganta de Eren, era lo único que se escuchaba en medio de la gélida noche con una espesa llovizna que no paraba de caer.

Jean tuvo que desviar la mirada, pues no pudo soportar la escena que sus ojos contemplaban. Sentía su cuerpo temblar de pies a cabeza por la rabia y la impotencia mientras los gritos de dolor del castaño inundaban todo el patio. Ni siquiera se percató del ardor en sus manos al enterrarse él mismo las uñas por lo fuerte que estaba apretando los puños, ni sintió el dolor ni el gustó metálico en su boca al morderse el labio con impotencia.

Pero él no era el único afectado. Todos ahí parecían hervir de ira frente a aquella situación. Mikasa incluso tuvo que ser sostenida por dos de sus superiores para evitar lanzarse en auxilio de Eren y al repasar la vista a su alrededor, pudo ver el rostro de dolor e ira en todos sus compañeros. Fue gracias a la suave llovizna que les empapaba el cuerpo, que no pudo ver las pequeñas lágrimas en las mejillas de muchos.

Sólo un par de personas permanecieron impávidas frente a este castigo. Y al posar su mirada dorada en el rostro de Levi Heichou, Jean comprobó con horror que el azabache era uno de ellos.

El mayor no había cambiado en nada su imperturbable rostro. Él ya sabía que Levi apenas mostraba emoción alguna, pero frente a aquella escena se esperó una mínima reacción de su parte, después de todo, se trataba de Eren. Sabía muy bien que ambos habían tenido una relación, que ahora se encontraba rota, pero eso no evitaba algún sentimiento entre ambos, como mínimo empatía por el dolor del menor. Pero no había nada… no vio nada en la expresión de Levi.

Por unos segundos esperó a que éste hiciera algo o el Comandante Smith, hasta Hanji… Pero nadie hizo nada. Incluso él mismo.

Y esa era la frustración que lo invadía ahora, al ver el cuerpo maltratado del castaño boca abajo en esa camilla.

Él vio su dolor en cada espasmo de su cuerpo, oyó sus gritos desgarradores que inundaron el patio, olió su sangre en el aire… Y no hizo nada.

Hubo un tiempo, cuando recién empezó todo, que lo único que quería era verlo retorcerse entre el dolor y el placer. Pero ahora, viendo su cuerpo yacer inmóvil sobre aquella camilla alumbrado sólo por la débil luz de un candelabro solitario, su único deseo fue evitarle todo sufrimiento.

Aunque sabía bien que la naturaleza del Titán en Eren lo curaría en pocas horas, el breve sufrimiento por el que estaba pasando el castaño, de algún modo le había afectado… Y no pudo evitar pensar en Marco.

Pero esta vez no sería lo mismo ¡Se negaba a aceptar que ocurriera lo mismo otra vez! A Eren lo iba a proteger, sin importar las estupideces que hiciera. Es por eso que se encontraba ahí ahora, entrando furtivo al cuarto donde lo tenían recluido, mirando con expresión afligida el febril cuerpo del castaño. 

Se acercó a él y rozó con la yema de sus dedos el dorso de la mano de Eren, obteniendo una tensión en el cuerpo del muchacho por respuesta. Se encontraba profundamente dormido, tapado solamente hasta la cintura y con toda la espalda descubierta, donde podían verse con claridad las profundas laceraciones en su cuerpo: la carne abierta era roja y se encontraba a sangre viva, la suave piel trigueña estaba desgarrada e inflamada ¡Prácticamente le habían destruido la espalda!

Hanji le había dado una pequeña cantidad de calmante, pero no podía darle una dosis completa, debido a que esto podía retrasar la curación innata en su cuerpo de Titán. Aunque esa pequeña dosis era insuficiente para calmar su dolor y el joven finalmente había cedido ante el cansancio de su cuerpo y se había dormido.

Jean frunció el ceño y su rostro adquirió una expresión de dolor, aunque no entendía por qué le afectaba tanto la condición del castaño. Tal vez se debía al fuerte sentido de compañerismo que tenía, que se tenían todos los cadetes del Escuadrón 104 o al menos, eso fue lo que él quiso creer.

Volvió a rozar la mano del castaño, sintiendo bajo sus dedos las asperezas y callosidades en ella y finalmente enlazó sus dedos con los de aquella mano inmóvil. Eren se movió inquieto frente al contacto con alguien más y ladeando el cuello en su dirección lo miró con ojos adormilados. Jean, al darse cuenta que el chico había despertado, apartó rápido su mano y desvió la mirada.

—…No —Eren susurró con voz débil—… No te vayas.

Jean suspiró con cansancio y volvió a tomar la mano del castaño, acariciando con delicadeza sus dedos

—¿Cómo te sientes? ¿Te duele mucho?

—Voy a estar bien.

—Sí claro —Jean sólo rodó los ojos—. ¿Pero por qué tenías que hacer algo así? ¡Idiota!

—¡No lo sé! A veces no puedo evitar decir lo que pienso.

—¡De verdad eres un estúpido suicida! —Jean iba a continuar recriminándolo, pero se cayó de pronto al oír pasos y ladeó el rostro para afinar el oído.

—¿Qué ocurre? —los sentidos de Eren estaban adormilados por el sedante y el dolor, por lo que no escuchó nada.  

—Creo que alguien viene. Me tengo que esconder —Jean susurró mirando en todas direcciones, buscando algún escondite.

—¿Por qué?

—¡No tienes permitido visitas, idiota!

Finalmente se escabulló en el pequeño espacio que dejaba un gran estante de madera y la pared, que le servía de escondite perfecto, pues por la disposición de la puerta y de la camilla era imposible que lo vieran, a menos que alguien rodeara la camilla ganándose al otro costado de Eren, pero eso era improbable.

Los pasos se oían cada vez más cerca y se notaba que eran varias personas, hasta que finalmente pararon y la puerta se abrió con un sonido rechinante, dejando pasar al emisario del Rey, el líder del escuadrón de la Policía Militar, el Comandante Smith, Levi Heichou y la Mayor Hanji Zoe. Todos los hombres se ubicaron frente a la camilla de Eren y permanecieron mirándolo estáticos, pero Hanji dio la vuelta y se dirigió a buscar algunos medicamentos.

Jean apretó la mandíbula con fuerza y arrugó visiblemente el ceño al ver cómo la castaña daba la vuelta a la camilla, estiraba el brazo para sacar una jeringa y un pequeño frasco, se giraba en su dirección y detuvo todo movimiento al verlo directamente. En ese instante, él no pudo hacer otra cosa más que pedirle a todos los dioses de los muros que ella no dijera nada.

—Hanji, ¿qué ocurre? —Levi llamó la atención de la mujer.

Ésta se dio vuelta rápido hacia el grupo de hombres y habló con su voz animada de siempre.

—¡No es nada! Acabo de recordar algo —comenzó a preparar una jeringa con naturalidad.

—¿Y usted siempre se queda pegada viendo hacia la nada cuando recuerda algo, señorita Zoe? —el miembro de la Policía Militar la miraba desconfiado.

—Esta mujer es sumamente peculiar —Levi habló con su imperturbable voz de siempre—. Ya se acostumbrará.

Hanji rio a viva voz y le inyectó el líquido a Eren, que se tensó visiblemente, pero no dejaba de mirar hosco al grupo de hombres ubicados ahí. Jean por su parte parecía haber recuperado el alma al cuerpo y se recordaba mentalmente de darle las gracias a la castaña a la mañana siguiente, ya iban dos veces que les cubría las espaldas en una misma noche.

—Bueno, conde Alexandrus —el Comandante Smith rompió el silencio—. Ahora puede ver con sus propios ojos el poder que guarda Eren Jaeger.

—Puedo verlo… y ciertamente es increíble —el emisario del Rey observó con detención cómo las heridas en la espalda del muchacho habían mejorado considerablemente en tan sólo una hora.  

—Y este es sólo su poder regenerativo —Smith le hablaba directamente al conde sin fijarse mayormente en el cuerpo del castaño—. El poder de transformarse en Titán es muy diferente. 

—Lo que me preocupa es poder controlarlo —para Alexandrus no había pasado desapercibida la huraña mirada del joven—. Claramente este niño es un rebelde.

—De eso no tiene que preocuparse. Yo mismo me estoy encargando de disciplinarlo —Levi comentó mirando fijo los profundos ojos turquesa de Eren. Como si lo estuviera desafiando con la mirada.

—¡Se nota muy poco! —El comentario de Alexandrus hizo fruncir el ceño de varios en ese cuarto— Todo lo que he visto hasta ahora, señores, deja bastante que desear. A decir verdad, son inquietantes los reportes que tendré que darle al Rey a mi regreso.

—¡Muy bien! Creo que ha sido suficiente visita por hoy —Hanji intervino en el momento justo, disipando el tenso ambiente que se había formado—. Recomiendo que lo dejemos descansar por ahora, con suerte mañana estará completamente recuperado.

—Dos miembros de mi equipo se encargarán de resguardar esta habitación —propuso el miembro de la Policía Militar.

Haciéndole caso a la castaña, todos abandonaron la habitación en medio de miradas serias, sólo Hanji se dio la vuelta antes de salir para mirar a Eren con expresión molesta y luego hacia el lugar donde aún permanecía Jean, para cerrar la puerta con fuerza.

Y ahora sí sentía que estaban en problemas. Jean suspiró con pesadez y dejó que su cuerpo resbalara por la pared hasta quedar sentado en el suelo. Luego de varios minutos en los que reinó el más profundo silencio, salió de su escondite con una expresión cansada en el rostro, se paró frente a Eren y lo miró con ojos acusadores, con ambas manos en las caderas.

—Ahora sí estoy jodido. ¿Cómo rayos voy a salir de aquí?

—Jean, no te vayas —el castaño susurró son debilidad—… quédate por favor.

—¿Que haga qué? —Jean lo miró incrédulo—. ¡Mira lo que pasó por haberte hecho caso, idiota! Si hubiéramos bajado cuando sonó la alarma, nada de esto habría ocurrido.

Frente a esta respuesta, Eren se mordió el labio inferior y arrugó el ceño. Ya se lo había pedido por favor y no estaba en sus planes volver a repetirlo. Además, ni siquiera podía salir del cuarto, había guardias en el pasillo exterior y no había otra salida, salvo lanzarse al precipicio al que daba la única ventana del lugar.

No entendía por qué, pero por alguna razón se sentía muy solo, se sentía roto, no sólo físicamente, y no quería pasar esa noche ahí sin nadie a su lado. El ardor y dolor en su espalda había comenzado a cesar ahora que Hanji le había inyectado de nuevo algún calmante y sentía cómo lentamente su cuerpo se iba regenerando. Pero aun así, el sufrimiento persistía, tanto que apenas podía moverse. Se sentía cansado y sus ojos le pesaban, empezando a cerrarse en contra de su voluntad.

Eren estaba tan agotado o sedado que pareció no darse cuenta del momento en que Jean había suspirado derrotado y había buscado una silla, la que acomodándola cerca de su cabeza, utilizó para sentarse junto a él. Incluso se sobresaltó al sentir la mano sobre su cabello y abrió los ojos enormemente, asustado, para encontrarse con la dorada mirada de Jean fija en él.

—¿Te asusté?

—No… creo que me estaba quedando dormido —Eren esbozó una sonrisa mínima.

Jean le sonrió de vuelta, pero era una sonrisa trise y forzada.

—¿Aún te duele?

—No tanto, el sedante ayuda.

Jean continuaba con la mano sobre la cabeza del castaño, enredando sus dedos en las delgadas hebras una y otra vez, mientras recostaba su espalda en el respaldo de la silla. Tenía el ceño fruncido, pues había algo en lo que estaba pensando hace rato, algo que le molestaba sobremanera: Levi.

La actitud que había tenido el azabache al momento del castigo hacia Eren aún no podía sacársela de la cabeza, pero el impacto fue mayor al ver la indiferencia y frialdad con que lo trató hace segundos. Era como si para Levi, Eren fuera sólo un objeto. Un arma para luchar contra el enemigo; como un nuevo cañón o un equipo de maniobras tridimensional mejorado.

—Tu novio sí que es una dulzura, ¿no? —ironizó verbalizando sus pensamientos.

—¡Ya cállate! —Eren arrugó visiblemente el ceño, endureciendo su expresión. Aunque Jean no había mencionado nombre alguno, él supo a la perfección de quién hablaba— Él ya no es nada mío

—Lo digo en serio, Eren, las cosas se están poniendo peligrosas —la voz de Jean era calmada, analítica, pero no pudo ocultar el tono de preocupación en ella—. ¿Acaso te has puesto a pensar qué vino a hacer ese tal Alexandrus aquí? Porque te aseguro que no vino sólo a conocerte.

—¿Y tú qué crees?

—No lo sé…

Pero aunque ésta fue su respuesta, Jean más bien no quería revelarle al castaño todas las posibilidades que le estaban rondando por la cabeza, al menos no ahora. No quería sobresaltarlo con meras suposiciones justo cuando se encontraba débil y herido.

—Por ahora sólo declaró que está interesado en aprender más sobre los Titanes —Jean continuó; su mirada estaba fija en la llama de la vela que se consumía con lentitud—, incluso quiere que salgamos a una expedición para capturarle uno ¡El muy maldito! Esperemos que sólo se quede en eso.

Eren había dejado de responderle y parecía estar realmente cansado. Su mirada estaba apagada, pequeñas ojeras se creaban bajo sus parpados y la piel de su rostro se veía pálida.

Jean apoyó el rostro en la palma de su mano y la otra no se movió de la cabeza del chico, empezando a acariciarle el suave cabello castaño, ahora mojado por la llovizna, con delicadeza… Hasta que se dio cuenta que él nunca había tenido ese tipo de gestos con Eren y detuvo su mano al instante.

—No pares —Eren susurró casi inaudible, con voz somnolienta—… continúa.

Jean pareció dudar unos segundos sobre si complacer la petición del chico o no. Entendía a la perfección que Eren estaba sufriendo ahora y que sería un verdadero cabrón si se negara a cuidarlo. Pero por otra parte, sentía que las cosas estaban tomando un rumbo diferente entre ellos y eso le asustaba. Eren era un rival, tal vez hasta un buen compañero, pero ni siquiera lo consideraba un amigo. La relación entre ellos era sólo de complacencia mutua, era sexo y nada más. Y él no quería que las cosas cambiaran.

Él ya había experimentado el dolor que causa el amar a alguien y perderlo… Y no quería sufrir eso nunca más.

—Jean…

Y movido por una fuerza desconocida, sin que él lo quisiera o lo pensara, su mano volvió a dirigirse a los castaños cabellos. Despejó la frente del muchacho donde finas hebras de cabello se le habían pegado debido a la humedad y con el pulgar le masajeó suavemente el espacio entre las cejas, ayudándole a relajar el ceño contraído. Poco a poco, Eren se fue aliviando, hasta quedar completamente dormido.

No tardó mucho para que el sueño lo alcanzara a él también y llevando su cuerpo hacia adelante, acomodó la cabeza en la almohada del castaño, pegando su frente a la de éste, dejando que el sueño se lo llevara.

Y en medio de esa gélida noche de invierno, mientras una suave llovizna caía copiosa en el exterior, dentro del castillo, entre aquellas frías paredes de piedra, ambos muchachos encontraron juntos un nuevo tipo de consuelo: su compañía.

 

Notas finales:

Gracias a quienes leen y comentan. 


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