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Invisible por Korone Lobstar

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Notas del capitulo:

Bueno, he tardado como sieeeempre en actualizar, no sabéis los atascos serios que he tenido para escribir este capítulo. Casi me da un pequeño infarto cuando me veía capaz de no escribir nada, porque no me gustaba y no me convencía. Pero por fin he terminado, gracias al apoyo de muchas personas a las que quiero agradecer ^^

Ahora que está aquí quiero avisaros de unas cositas. Primero, he querido introduciros algo de la vida y el pasado de Kid, que ya era hora. Después ya vendrá lo realmente importante.

Nos vamos acercando cada vez más al final de este fic, ¿eh?

Mira que al principio sólo iba a ser una trilogía…y se ha acabado por convertir en todo un fic xD

Espero que os guste, no me queda nada más que deciros. Disfrutad de la lectura ^^

6 años después.

-Oye, Kid.

El rubio llevaba mucho, mucho rato intentando hacer bajar a su amigo de las nubes. No es que no le gustaran los viajes en el tren, pero odiaba que intentase hablar con alguien que parecía estar a kilómetros de allí. Frente a él, su mejor amigo de toda la vida miraba distraídamente por la ventana. Refunfuñó por cuarta vez en lo que llevaban de viaje, sumamente molesto.

-Es muy frustrante intentar hablar contigo si no me haces caso.

El pelirrojo pareció darse por aludido, porque entonces separó sus ojos de la enorme ventana que separaba su cuerpo del exterior para centrar toda su atención en Killer.

-¿Qué te pasa? Llevas una hora muy distraído. Esto es importante, ¿recuerdas? El señor Hamamoto nos ha pedido expresamente que consigamos esa venta. Y por más que trato explicarte en qué consiste el trabajo pasas de mí.

El pelirrojo se pasó una mano por la cara. Claro, el trabajo. Se le había ido completamente de la cabeza. No iba vestido con aquel estúpido traje por nada. Menos aún estaría montado ahí en un puto tren que tardaba una jodida eternidad en llegar a su destino casi dos horas. Dos malditas horas. A veces mataría a su jefe por hacer que él y Killer hicieran ese tipo de viajes de negocios cuando, supuestamente, él debería viajar con ellos. Menos aún en aquellas fechas tan señaladas, donde supuestamente tanto su amigo como él deberían estar de vacaciones. Pero claro, en este tipo de trabajos, si quieres pan tienes que trabajar duro.

“Puta mierda”, pensó automáticamente al ver la cara de cabreo que su amigo llevaba de adorno clandestino.

-Tú y tu maldita afición a las ventanas. –murmuró exasperado e intentó recobrar la compostura antes de que perdiese los nervios.- Esto es muy importante. Como relaciones públicas es mi deber hacer llegar al cliente las brillantes ideas de nuestra empresa para que acepte el contrato. Si has venido hasta aquí es por ese ascenso. Parece que al que quieren ascender es a mí.

-Cállate. –gruñó automáticamente Eustass Kid. Sí, sí. Lo sabía de sobra. Tenía en sus manos el dar una buena impresión como aspirante a jefe de ingeniería. Si sólo el señor Hamamoto no fuese tan desconfiado, no tendría que estar haciendo ese viaje para ganar puntos. Pero era lo que tocaba. El trabajo le tenía completamente absorto.

Desde que salió de la universidad y empezó a trabajar con Killer en la misma empresa no había podido parar. Aceptaba todo lo que se le echase encima, cumplía a la perfección cada tarea con unos resultados excelentes. ¿Entonces por qué estaba allí sentado haciendo ese viaje?

No lo entendía.

Killer le había insistido tanto en aquello que no había podido negarse. A veces pensaba que el rubio estaba más interesado en su trabajo que en el suyo propio. Frunciría el ceño más aún si pudiese.

-Kid, no estoy bromeando. Tenemos que conseguir que firme el contrato. Piensa en ese ascenso como una meta más.

Metas.

Las metas, las ilusiones por alcanzar sueños que su cuerpo albergó una vez ahora habían dejado sólo una mera cicatriz. Hacía tiempo atrás que había comprendido que había cosas que no podía alcanzar. Retos que no podía realizar. Adversidades que, por muchos métodos que aplicara para solventarlas, no conseguiría solucionar. Pero se veía capaz de aquello. Sintió su cuerpo cargarse de golpe. Sus brazos, agarrotados, cansados por el peso que sentía sobre sus hombros era cada vez más grande.

Las cosas que pasan de largo y no alcanzas a tiempo se desvanecen. Aprendió esa lección por las malas.

Hasta ahora, su compromiso con la empresa para la que trabajaba era tal que todos los trabajadores tenían plena fe en sus capacidades como ingeniero. Era un hombre brillante, y todos en su sección lo sabían. El jefe lo sabía.

Pero aun así allí estaba, con el puto culo en un tren. Maldecía una vez más al señor Hamamoto, pero si tenía algo que maldecir, sobre todas las cosas, era la ciudad de destino. La ciudad de su infancia.

La ciudad donde creció, donde conoció a sus amigos, donde Killer y él empezaron a tener un vínculo más fuerte que los demás. Donde se enamoró por primera y última vez en su vida.

Los recuerdos querían pasar fugaces por su mente, como luceros surcando el cielo. Pero muchos años atrás puso barreras a aquello que la gente llama sueños. Porque se dio cuenta de que eso no existía.

Eustass Kid pasó de ser un soñador a un puro realista. Donde su mundo cambió por completo, donde dejó de imaginar, dejó de crear esperanzas e ilusiones. Donde quemó con una cerilla prendida y gasolina aquel jardín en su interior que tanto mimaba, que tanto se esforzaba por hacer crecer. Para luego pincharse con todos los rosales, hacerse cicatrices por toda la piel. Aquella piel donde una vez hubo besos y caricias. Donde su piel tocó su piel.

Pero luego no quedó nada.

Sólo las cenizas al viento de sus labios, el fulgor del brillo de sus ojos. El metal que le atraía como si fuese magnético.

Aquella ciudad era un nido de emociones y un basurero para su corazón.

Se preguntaba muchas cosas, cosas que se obligó varias veces a dejar de pensar sólo por lo estúpido que era. Como qué habría pasado con aquel instituto que dejó 6 años atrás. O si aquella tienda de comida china seguiría abierta. Si aquel piso seguiría allí o ahora estaría en venta.

Lo primero que tenían que hacer, nada más bajar, era ir a ver a la familia, o eso le había pedido Killer. Él no tenía especial interés en ello, puesto que su padre siempre había sido un borracho despreocupado de su crío y que difícilmente se acordaba de pagarle los estudios. Pero en fin, era su padre, al fin y al cabo. Iría a hacerle una visita rápida y se iría con el rubio otra vez. A diferencia de su familia, la de su amigo era entrañable. Tenía una hermana menor muy dulce, que solía preparar dulces cada vez que volvían ambos a la ciudad, y una madre de hermosos cabellos rubios que cualquier adolescente querría usar como fantasía erótica para varias masturbaciones. Y eran felices.

Cuando Kid preguntaba a su mejor amigo qué era lo que tenía pensado ahora que ambos habían alcanzado sus metas laborales, casi siempre decía que quería encontrar a una chica que le quisiera tanto como él la querría y tener una familia, con montones de críos y una cancha de baloncesto. Desde luego, podría decirse que es el típico sueño idílico de un empresario joven que está ganando dinero, desde luego. Killer tenía un modelo en el que fijarse. Sin embargo, él desde bien joven no había esperado mucho con esas cosas.

Nunca se había visto en el futuro con una enorme familia. Más bien se veía como su padre, sólo en una casa de mala muerte, con un par de latas vacías de cerveza sobre una mesa de café y la tele encendida. Una no muy grande ni muy pequeña, pero perfecta para que pudiese vivir con otra persona.

Otra persona…

Cuando conoció a aquel profesor de biología en su adolescencia, había soñado mil veces con que aquel hombre de pelo negro azulado despertase a su lado cada mañana. Por aquel entonces, hubiese pagado una millonada por ver sus hermosos y afilados ojos grises al despertar, rodearle con los brazos y darle un casto beso en los labios.

Habría dado media vida por haber tenido eso sólo por un día.

Pero una vez que sus sueños se rompieron nunca volvieron a ser los mismos.

Comprendió que no todo en esta vida es soñar, si no trabajar. Trabajar, trabajar y trabajar. Así que a eso se dedicaba todos los días de su vida. Ya no imaginaba cuerpos desnudos a su lado en la cama, sólo apagaba el despertador gris de su mesilla de noche. No fantaseaba con un hombre a su lado en la ducha mientras se enjabonaban, sólo calculaba los minutos que tenía para darse una ducha rápida e irse. No sentía la necesidad de ver en su imaginación a alguien preparándole el desayuno y dándole un beso para desearle un buen día en el trabajo, sólo se preparaba un café instantáneo y se iba tras echar la llave.

El trabajo le mantenía los pies en la tierra. De hecho, tenía miedo de despegarse del suelo. Porque una vez que subes muy alto la caída es más dolorosa. Aún podía sentir ese dolor en su cara al caer de boca.

Había días que sentía que estaba hasta cansado de respirar. Cuando llegaba del trabajo incluso a las tantas de la noche por voluntad propia, su pequeño piso se le hacía gigante. Pero, ¿para qué llegar? Si nadie está esperándole.

En el asiento de enfrente, Killer suspiró al verle tan perdido en sus pensamientos. Sería mejor no molestarle, parecía absorto en algo doloroso.

-No creo que falte mucho para llegar. –Se limitó a decir, intentando romper un poco el hielo. Pero el único sonido a modo de respuesta fue un gruñido.

El rubio aún recordaba aquel día. Ese día cuando vio a Kid destrozado, sin decir nada a nadie. Simplemente entró en su casa tras llamar al timbre, subió al cuarto de su amigo y se tiró en el suelo. Después creyó por un momento haberle oído llorar, pero seguramente habría sido imaginación suya. No necesitaba hacer preguntas para saber qué era lo que le pasaba, porque si Kid podía estar tan mal por algo o alguien sólo conocía una persona. No necesitaba conocer los detalles sórdidos, el sonido de un corazón roto era único.

Desde entonces se prometió que ayudaría a Kid a sobrellevarlo, a superarlo. A que conociese a otras personas, a buscarle un novio o una novia que le agradase. Pero todo era inútil. El pelirrojo no se dejó ayudar en primer lugar, actuaba como si nada de aquello hubiese pasado jamás y eso era engañarse, pero si así era feliz no era nadie para reprocharle nada.

Los años pasaban y le seguía viendo igual de solo. En muchas ocasiones le había planificado citas con compañeros del trabajo o con amigos que había conocido por ahí, pero todas acababan igual: con un Kid grosero y pasota y una pareja descontenta y furiosa.

Dejó de intentarlo con el tiempo. No le gustaba que su amigo estuviese sólo, pero era lo que había elegido. ¿Quién no tendría miedo de abrir su corazón a alguien cuando una vez lo hiciste y se rompió en mil pedazos? Cristales rotos por todas partes, el suelo lleno de sangre, pisadas vacías.

Ese día, Killer pudo jurar que vio a su amigo arrancarse el corazón del pecho y tirarlo por cualquier esquina cansado de vivir a la deriva.

-Me gusta hablar sólo cuando la situación lo amerita, pero creo que este no es el momento. –le propinó una patada a Kid, el cual bajó de golpe del cielo y se le quedó mirando pasmado- No me mires con esa cara amor mío, o creo que me voy a sonrojar.

-Que te jodan. –gruñó cuando vio a su mejor amigo cachondearse de él de aquella manera. Eso ya se había vuelto costumbre. Killer si sabía tocarle los putos cojones con las dos manos cuando se lo proponía.

-Si me vuelves a hablar así esta noche dormirás en el sofá.

-¡Que te follen!

El rubio se rio a sus anchas viendo como Kid se cabreaba por momentos y, así, continuaron entre risas y comentarios absurdos el viaje de vuelta a su ciudad natal.

En cuanto bajaron en la estación se encargaron de recoger sus maletas para estar listos e irse. Lo primero era coger un taxi, la casa de Killer pillaba en el quinto coño e ir andando era sinónimo de suicidio. El taxista por poco los quiso timar con la cuenta del viaje, pero entre un par de miradas asesinas se solucionó rápido. Bajaron, cogieron sus maletas y aparcaron todo en la casa de Killer para pasar allí la tarde. No es como si el pelirrojo fuese a pasar allí la noche. Killer tenía que estar tiempo con su familia, y él no era nadie para irrumpir. Además, antes de si quiera pensar en viajar allí ya había mirado un par de hoteles donde poder alojarse y pasar las noches que tuviese que pasar. Se lo podía permitir a fin de cuentas.

Tampoco es que necesitase una habitación de lujo, y contaba con que su empresa le iba a pagar los gastos, por lo que estaba perfectamente. Tuvo que mentir, la verdad, porque se negaba a contar que tenía allí una casa. Prefería engañar un poco al jefe y decirle que no tenía dónde dormir a contarle la agradable historia de su infancia y su padre borracho y alcohólico.

La hermana del rubio pronto les abrió y se les tiró encima, empezando a hacerles miles de preguntas inquietantes y sórdidas del trabajo. Su madre, sin embargo, estaba tan radiante como siempre.

Se sentaron en el sofá del salón, intentando no morir de asfixia ante tantos dulces que la hermana de Killer les ofrecía. Eran jóvenes para morir de empacho, gracias.

-¿Y qué tal por la gran ciudad? ¿Habéis ligado mucho? ¿Cuánto ganáis? –empezó con tal cuestionario de preguntas la chica, emocionada de volver a verlos tan pronto. La última vez que se habían pasado por allí hacía como mucho un mes, en el cumpleaños de la madre del rubio.

-¡Denna! No preguntes cosas así de comprometidas. –la regañó la madre, poniendo mal gesto.- Perdonadla chicos, es que os ha echado mucho de menos.

-No importa, mamá, a fin de cuentas es una cabeza hueca. –sonrió con malicia Killer, mirando a su hermana de manera burlona.

-¡Retira eso!

Y de un sprint, la chica acabó tirada encima del sofá, con la cabeza en las piernas de su hermano y los muslos sobre las piernas de Kid. El pelirrojo resopló al ver que no había cambiado en absoluto, y eso que ya era mayorcita para esas cosas. La empezó a tirar del pantalón de chándal que llevaba para darla un gomazo.

-¡Ey! –Gritó la pelinaranja, poniéndole mala cara.-¡Eso ha dolido!

-Eso te pasa por ponerte donde no debes, canija.

-¡Me sacas de quicio! –Miró entonces a su hermano mayor- ¡Y tú dile algo!

El rubio alzó ambas manos en son de paz.

-Lo siento, pero creo que esta ronda la gana Kid.

-¡Sois unos idiotas! –gruñó y se sentó como debía, pero entre ambos.- Si me entero de que mi hermano tiene una novia la tendré que pasar por la prueba de fuego…

-Ni se te ocurra.

Oh, sí. La prueba de fuego. Desde pequeños habían tenido mucho cachondeo con eso. Siempre que a Killer le gustaba una chica tenía que pasar por una serie de pruebas para comprobar que era la adecuada: una vez cuando tenían 8 años Killer y él fueron con una niña de su clase a casa del primero para jugar a alguno de esos estúpidos juegos de mesa que parecía que coleccionaban, y Denna en pleno apogeo de maldad la llenó el pelo de kétchup. No les habían vuelto a hablar.

Aunque estaban en igualdad de condiciones. Killer también había obligado a más de uno a pasar la prueba de fuego. Todo aquel que se intentase acercar a su hermana tenía que pasar primero por encima de su cadáver. E intentar matar al rubio era un suicidio, por lo que ningún chico en el colegio tenía los cojones de oler si quiera a su hermana pequeña.

-¿Eso es que tienes una? –Dijo con toda su ilusión, llevando ahora toda su atención a Kid- ¿Cómo es? La novia de mi hermano, quiero decir.

-No tengo novia, Denna.

-¡Mientes! –Entonces, la chica empezó a agarrar al pelirrojo de la pechera- ¡Anda, dímelo! ¿Es guapa?

-Mucho. –Empezó a joder Kid a sabiendas de que era mentira.- Tiene un culo de escándalo.

-Sabes que estás hablando de ti mismo, ¿verdad, amorcito?

-¡Que te jodan, coño!

 

 

 

 

 

 

 

-¿Estás seguro? Podría entrar contigo si quieres.

El pelirrojo se bajó del coche que conducía la hermana de su amigo, sin decir nada. Cogió sus maletas y las bajó en casa del hombre que más asco le daba en esta vida: su padre. Pero tarde o temprano tendría que ir aunque sea a hacer acto de presencia. Miró al coche antes de despedirse con la mano.

-Te veo en la estación, Killer. –y así, sin decir nada más, sacó las llaves de una casa que estaba casi patas arribas desde el mismo día que murió su madre.

Y como no, la puerta estaba atascada. Esperó a que Killer y su hermana se marchasen para poder darle un empujón con el hombro para que cediese de una vez y le dejase pasar. Arrastró su maleta al interior, donde podía escuchar desde el pasillo el ruido del televisor encendido y poco más. Su padre estaba en el salón. Dejó la maleta ahí tirada y se acercó con pies de plomo, asomándose desde la puerta. Como no, estaba tirado en el sofá con unas pintas que daba asco. Y la mesita de café llena de botellas vacías de alcohol y un cenicero superpoblado por colillas. Bueno, alguna litrona parecía estar a la mitad. Duraría poco.

No sabía si molestarse en preguntar un “qué tal” porque por lo que sus ojos lograban alcanzar a ver tenía que andar ya medio borracho. Cerca de esas horas no hacía otra cosa. Su vida de mierda se basaba en recibir una subvención del gobierno por una discapacidad en la pierna y tirarse todo el puto día tirado en el sofá ahogando sus penas en alcohol. Muchas veces de niño, tras la muerte de su madre y la discapacidad adquirida de su padre, intentó por todos los medios sacar lo poco que quedaba de su padre a flote, llevar la casa, e incluso hacer las tareas que pudiese para que su padre no se sintiese cohibido o inútil. Pero sin embargo él creyó más conveniente que las botellas de licor le ayudaban más a evadirse de la realidad, dejando de lado una vida y un hijo de por medio.

Los ojos ámbares del mayor, enrojecidos por el humo, indicaban que de paso se había talado medio paquete de cigarrillos en unas pocas horas.

A veces Kid deseaba que la vida diese un vuelco y ese asqueroso viejo se muriese de una vez. Para él al final sólo había sido un impedimento, dado que el hombre creía que por ser su hijo tenía autoridad y control sobre su vida. Maldito bastardo.

Lo peor de todo ello era que, aunque no lo quisiese reconocer, tenía corazón, por lo que no era capaz de dejar tirado a su padre a sus anchas. Incluso se había planteado el ingresarle de vez en cuando un poco de dinero para que fuese tirando, dado que la miseria que le daban se lo fundía rápidamente en vicios. Cosa que le hacía recordar en quién estaba pensando y automáticamente lo desechaba.

-¿Vas lo suficientemente pedo para saludar? –preguntó el pelirrojo con cara de muy mala leche. El simple hecho de estar allí ya le ponía de los nervios, pero tener que soportar el olor a whisky barato era todavía peor.

El hombre castaño hizo un amago de mirar quién era, pero al reconocer la voz ni se dignó. Kid rechinó los dientes furioso. Desde pequeño tuvo un problema muy serio con que le ignoraran de esa manera por culpa de aquel vegetal que aún respiraba. No podía soportar cuando tenía una edad demasiado corta el buscar la atención de su padre y recibir poco más que un empujón o, en su defecto, un botellazo.

-¿Qué haces tú aquí? –la voz del hombre indicaba, claramente, exasperación. No quería a su hijo en su casa. Estaba mejor solo.- Juraría que había cambiado la cerradura.

-Lo soñarías cuando ibas demasiado borracho como para andar.

-A mí no me toques los huevos, desgraciado. –Entonces, quitándose de encima una lata de cerveza vacía, se sentó en el sofá y se pasó una mano por el pelo, haraposo y grasiento de no haber sido lavado con frecuencia.- Vete de mi casa de una puta vez.

-Haré lo que me salga de los cojones. –desvió la mirada y apretó con fuerza entre sus dedos el marco de la puerta al que se estaba agarrando para no tirarse encima de aquel capullo y partirle la boca.- Me han dicho que te van a embargar la casa.

-Lo dices como si te importase. –Lentamente, el padre del pelirrojo se levantó y apartó con el pie alguna que otra botella de vidrio para irse hacia la cocina, teniendo que pasar al lado de Kid y dejar aquel tufo a licor que el menor tanto odiaba.- No es de tu incumbencia, así que lárgate.

Poco a poco, los nervios de Kid empezaron a crecer desmesuradamente.

-Podría ayudarte  a-

-¿A qué? ¿A salvar esta pocilga? –Sacó de la nevera un recipiente con comida precocinada que metió en el microondas a calentar- No me hagas echarte de aquí.   

Ya no podía ni hablar. Pues bien. De vuelta al pasillo para coger su maleta, abrió la puerta y se largó dando un sonoro portazo que hizo chirriar hasta la estructura de la casa. El hombre de ojos ámbares, tras quitar la tapa a su comida y sacar un tenedor, obvió este hecho y se puso a comer tranquilamente rodeado de la propia mierda que él mismo quiso tener.

 

 

 

 

 

 

El único que andaba por la calle cargado y muy calmadamente era él, porque todo el mundo empezó a correr en cuanto se escuchó el primer rayo y las primeras gotas de lo que sería casi una lluvia torrencial. Sólo aquellos que iban bien cubiertos no parecían molestarse en apresurarse para volver a casa. En el caso de Kid, no tenía casa a la que volver, ni una familia a la que ir a ver, ni alguien que le estuviese esperando. Nadie. Con el tiempo se acostumbró a aquella dolorosa sensación en su pecho, después de que su corazón se rompiese en mil pedazos y para siempre.

Lo que más le preocupaba ahora era la maleta, porque si se mojaba demasiado podría ponerse perdido todo lo que había dentro, entre otras cosas la ropa que iba a llevar al día siguiente para ir a la empresa objetivo a conseguir el contrato. Sería una auténtica mierda que, encima de tener que buscar un hotel en mitad de un chaparrón, lo poco que tiene dentro de su equipaje se joda y no lo pueda utilizar. Eso conllevaría a tener que salir pronto por la mañana a comprarse más ropa antes de salir pitando a la estación donde había quedado con Killer.

En resumen, mucho tiempo perdido para lo poco que iba a quedarse en aquella ciudad que le vio crecer, aquella ciudad que le enseñó lo que era ganar y perder. Una parte de su corazón quería aferrarse a los bellos recuerdos de niñez lejos de su familia, donde tenía montones de amigos con los que salir a tomar una cerveza, o con los que pelearte por los apuntes del instituto. Pero el tiempo pasa para todo el mundo indiscriminadamente, y de todo el enorme grupo que antes eran sólo quedaban muy pocos que siguiesen en contacto. Es lo que tiene el trabajo, que cambia a todos.

Lo que creía recordar es que en aquella calle antes había un hotel. Se le hizo raro que no estuviese por ninguna parte, dado que no podía olvidar el día que rompieron de niños él y Killer un cristal con un balón y tuvieron que salir corriendo para que no les pillasen y llamasen a la policía. Donde debería estar el cartel que presentaba el nombre del hotel donde tenía pensado alojarse esa noche y las siguientes no estaba por ninguna parte.

Confundido, se quedó parado en mitad de la lluvia, mirando hacia todos los edificios a su alrededor. Regurgitó un “mierda” de su garganta mientras daba una patada a su propia maleta. ¿Dónde hostias se había metido? ¿Habían cerrado el hotel?

Tampoco llevaba tanto sin volver… ¿no?

Si al menos tuviese algo por lo que volver, probablemente lo habría hecho con más frecuencia, y con ello se hubiese enterado de que el puto hotelucho de los huevos estaba cerrado.

¿Ahora qué?

La gente, toda con paraguas de tonalidades muy apagadas, caminaban a ambos lados del pelirrojo siguiendo sus propios caminos, muchos con la cabeza gacha, otros mirando hacia el cielo con cara de desaprobación, otros escuchando música a través de sus auriculares.

Se quedó perdido entre aquella mole gris que parecía viajar a su lado, donde se sentía como una aguja en un pajar.

Pero de entre todas aquellas personas, algo le hizo prestar especial atención.

Entre el gentío, un reluciente y brillante paraguas amarillo emergió haciendo como todos los demás: hacer resbalar el agua e irse cuanto antes a un sitio donde pudiese resguardarse.

Fue como una llamarada de luz en un lienzo en negro. Sus ojos se abrieron de par en par e, impulsado por no se sabe qué empezó a perseguir al dueño de aquel paraguas.

No llegaba a ver bien quién era el portador: apenas había luz solar con lo poco que quedaba para el anochecer, y que el cielo estuviese encapotado empeoraba la situación.

Cuando estuvo a punto de alcanzarle estiró la mano para intentar sujetarle el hombro y detenerle en seco. Tenía la necesidad inhumana e irracional de saber quién era.

Pero cuando las yemas de sus dedos estuvieron a punto de rozar la tela de aquella sudadera, un grupo de adolescentes se le cruzó en el camino dándole sin querer un pequeño empujón y haciéndole retroceder.

Se cagó como poco en todos sus muertos y se aseguró de que su maleta estaba intacta, y tras asegurarse fue a correr detrás de aquella persona que tanta atención le había robado.

Pero ya no estaba.

Había desaparecido entre el tumulto, se había esfumado. Como una llama que se agota de alumbrar a la oscuridad sin objetivo alguno.

-¿Dónde…?

Abrumado por la sensación de frío repentina, empezó a caminar por donde creyó que debería haber seguido caminando aquella persona del paraguas amarillo, por mera intuición. Ahora que se había bajado del tren de las ensoñaciones estaba dándose cuenta de que estaba tan empapado que la gélida sensación del frío en los huesos empezaba a amargarle la existencia.

Si se resfriaba para mañana estaba perdido.

Killer le iba a cortar en mil pedazos.

En cuanto encontrara donde alojarse iba a darse una buena ducha de agua caliente, y después a tirarse en una cama y dormir.

Entrecerró los ojos un poco cuando, al girar la esquina de la calle, se dio de bruces con el luminoso cartel de un hotel que no había visto en su puñetera vida en la ciudad. ¿Sería nuevo?

Bueno, eso le importaba poco. A lo tonto, persiguiendo a aquel individuo entre el tumulto de gente había encontrado lo que quería. Desde luego, eso sí era suerte.

No dudó en entrar tras sacudirse los zapatos en la alfombrilla de la puerta. Juraría que había escuchado un extraño ruido que emitían sus zapatos por el roce interno de los calcetines empapados.

Gruñó otra vez acercándose con evidente prisa hacia la recepción y sacó con un pequeño temblor por la baja temperatura a la que tenía que encontrarse su cuerpo en esos instantes la dichosa cartera. Por suerte el dinero y lo demás no se había llegado a calar.

Tras haber pagado religiosamente por una habitación, cogió su maleta y subió por el ascensor hacia su lugar de descanso de estos días. Kid tenía la sensación de que se le iba a hacer todo muy duro.

Sin darse cuenta, a su desgracia, del paraguas amarillo que chorreaba agua en el paragüero de la entrada.

Notas finales:

Por fin hemos llegado al suspense. ¿Quién era el individuo del paraguas amarillo? ¿Qué hace en el mismo hotel que Kid?

Muchas preguntas que me temo que no vais a ver respondidas hasta el siguiente capítulo xD

Me ha costado bastante encaminarlo y, aunque sea corto, se me ha hecho muy satisfactorio escribirlo.

Por fin nos vamos enterando de la vida de Kid y de su pasado a parte del instituto y su romance con su profesor, ya era hora, ¿no?

Ahora podemos presumir de que le conocemos un pelín más y así le comprendemos.

Espero que me contéis que os ha parecido, ya sabéis lo que me gusta leer vuestras opiniones. También que hayáis disfrutado de la lectura tanto como he disfrutado yo escribiendo.

Bueno, ¿me merezco algún review? 


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