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Victoria por luxhart

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Notas del capitulo:

¡Muchas gracias por leer! Espero que lo disfrutéis ^^

La noche era siempre pesada en la escuela de gladiadores. Los pasillos seguían iluminados con lámparas de aceite y no resultaba difícil desvelarse con el ruido que venía de los barracones. Ron se sorprendió un poco de que la habitación de Krum pareciera tan tranquila, casi un remanso de paz. No escuchaba voces, lo que le hacía pensar que nadie le escucharía a él. Eso no parecía un pensamiento esperanzador. Tragó saliva con los ojos cerrados y retrocedió un poco en la cama del gladiador.

Ron estaba asustado. Muy asustado. Sus manos se crispaban sobre la manta, su cuerpo cubierto de fino sudor. Aunque no era ni de lejos la primera vez que un hombre lo tomaba, nadie podía compararse con Krum. El esclavo suspiró al pensarlo. No estaba seguro de que eso fuese bueno. No estaba seguro de poder esperar nada bueno de aquella noche y de la vida que le aguardaba junto al campeón.

Había escuchado de todo sobre Krum. Él mismo conocía su nombre desde que era un niño, recién llegado a la Galia. El guerrero llevaba más de siete años enloqueciendo a las masas, poblando los sueños secretos de las patricias y regalando vidas al dios de los muertos. Ron le había admirado y se había sentido muy honrado cuando su primer dueño le llevó a ver un combate. Desde la más alta de las gradas, reservada a las mujeres y los esclavos, había descubierto su semblante de cazador. ¡Le había idolatrado durante tanto tiempo!

Las cosas cambiaban. Apretado contra el colchón duro, el pelirrojo hacía todo lo posible por sonreír a su nuevo amo, pero no le salía muy bien. Las manos de Krum recorrían su cuerpo con rudeza, amasándole la piel lo bastante fuerte como para hacerle sisear. Ron empezaba a pensar que el gladiador disfrutaba haciéndole daño y suplicó a los dioses que fuese suave. Que no fuese, al menos, demasiado violento. Que resultase soportable. Le aterraba acabar inservible o muerto. No sabía cuál de las dos opciones era peor.

-No te revuelvas -Ron escuchó la voz del gladiador en su oído-. Te he dicho que te quedes quieto.

Al muchacho ya no le dolían las bofetadas e intentaba sobreponerse al zumbido en los oídos. Abrió la boca con docilidad cuando Krum quiso besarlo y reprimió los temblores que le sacudían todo el cuerpo. Se sujetó a su amo y se movió despacio contra su polla erecta, tan dura que se le clavaba al restregarse. El gladiador era más grande que él, más fuerte que él, más poderoso que él. Ron no tenía ninguna opción aparte de sonreír y mostrar su buena disposición.

Aunque Krum no demostró el más mínimo interés por su placer, al menos sí le permitió prepararse y le penetró despacio. En un principio. El esclavo pelirrojo se deshizo en lágrimas sobre la cama, mordiendo la manta mientras el gladiador se movía sobre él, cada vez más violento. A cuatro patas, peleaba por no terminar postrado o tirado en el suelo. Agradecía que aquella postura le permitiese esconder la cara porque su nuevo amo se enfadaría si le viese así.

Ron lloraba de nervios y de miedo. Lloraba hasta de dolor, aunque estaba acostumbrado a la brusquedad. Los dedos de Krum se le clavaban en la cadera y él procuraba moverse cuando el amo le azotaba las nalgas, procuraba participar en el juego, pero no era fácil. El pelirrojo había logrado dominarse un poco para cuando Krum salió de él. Se quedó quieto sobre la cama, sin saber muy bien cómo reaccionar. Los hombres que le habían tomado antes no se habían preocupado de su bienestar, pero ninguno le había amenazado como el gladiador ni golpeado así. Se llevó una mano temblorosa a al mejilla. Le ardía la piel casi tanto como el orgullo. Las lágrimas se le escapaban sin control y, con una fuerza de voluntad que no tenía, el esclavo logró tragarse los sollozos para no molestar a Krum.

Había sabido que ese momento llegaría desde que, dos días atrás, los hombres de Lucius le habían comprado como regalo para el gladiador. Lo que no se había imaginado era que fuera a ser tan frío y seco, como si Ron lo hiciera todo mal, incluso existir. Se giró en la cama con el cuerpo dolorido. Estaba sangrando y al día siguiente tendría marcas en las caderas, pero no se atrevió a levantarse ni a limpiarse. Apretó los labios cuando Krum le sujetó por la espalda. Cerró los ojos. El cuerpo del gladiador estaba muy caliente y olía a hombre. Olía a violencia, a metal, a tierra. Muy consciente de que no podría dormirse, el esclavo se encogió y dejó que su amo le abrazase. Un abrazo extraño que no le calmó en absoluto. Un adelanto de su nueva vida.

Krum se despertó cerca del amanecer y se movió, sorprendiéndose al notar el cuerpo apretado contra el suyo. Se le dibujó una sonrisa de satisfacción en los labios. Aunque podía tener a todos los chicos que quisiera, que este fuera solo suyo alimentaba su vanidad. Estaba seguro de que así era cómo se despertaban los hombres libres. Pensar en los juegos era como pensar en el final de su esclavitud, y esta vez no se negaría ese placer. Su sonrisa se hizo más grande. El regalo del gobernador parecía el principio de una buena racha.

Estaba satisfecho. Ron no se había resistido mucho y había sido fácil manejarlo. Krum le acarició el pelo y la curva del cuello, marcada por sus mordiscos. Era tan blanco que su piel parecía transparente. El gladiador se descubrió mirando con curiosidad sus pecas, respirando su aroma fresco. Lo habían perfumado antes de enviarlo ante él, pero ahora olía a sexo y a sal. Olía a deseo, al deseo de Krum.

-Despierta...

Ron se agitó. No había pegado ojo en toda la noche y, al sentir el movimiento del campeón a su espalda, se había quedado quieto. Muy quieto. Pensaba que Krum se contentaría con olisquearlo un poco. Comenzaba a sentirse como un animal pequeño y se le iba la mirada a la puerta, valorando las posibilidades de salir corriendo. Jamás se atrevería. Sabía que su sitio estaba allí, obediente y callado, pero el miedo no le dejaba pensar bien. Dos días atrás estaba en casa de su antiguo amo, fregando los suelos, y ahora compartía lecho con uno de los hombres más peligrosos de la ciudad.

-Sé un buen chico -el pelirrojo notó que Krum le empujaba debajo de las sábanas-. Chúpala.

El pelirrojo no tenía muy claro qué podía pasarle si desobedecía, pero la crueldad de los gladiadores era legendaria. Todavía dolorido, fue dejando un camino de besos por el vientre de Krum, acariciándole los muslos con la punta de los dedos. Aquel cuerpo enorme y musculoso latía bajo las manos del esclavo. Tenía pánico a hacer algo mal y llevarse un castigo. Tenía pánico a que su amo cambiara de idea y le penetrara. No sería capaz de soportarlo.

-Date prisa.

El acento de Krum era mucho más marcado a esas horas, con el sueño todavía pegado a la lengua. Agarró el pelo del esclavo y lo guió a la fuerza. Sintió su aliento en la piel y, mientras Ron abría la boca sumisamente, pensó en Fortuna y en los golpes que le había dado durante esos años. Había llegado tan lejos con la fuerza de su espíritu. Ron parecía fruta fresca en el camino, un descanso que ahora sí podía pemitirse. Gruñó y lo apremió, empujándole. Faltaba muy poco para que se levantase el sol y empezase la dura jornada de entrenamientos. Pero hasta entonces... hasta entonces no tenía nada de qué preocuparse.

 

* * *

 

A tres días de los grandes juegos, la tensión era palpable en la escuela de gladiadores. Los entrenadores parecían haberse vuelto locos y por las noches se escuchaban gritos de los nuevos, asustados ante la idea de su primer combate. Los mejores luchadores de la escuela se entrenaban aparte, bajo las órdenes de un tracio que había acumulado doce años de victorias antes de retirarse. Los ejercicios se ejecutaban sin dudas ni falsos movimientos y, aunque el lanista había dado órdenes de no quemar a los gladiadores demasiado rápido, era evidente que todos se preparaban para una ocasión excepcional.

-Eso es, Harry, eso es -la voz del tracio cortaba el aire-. Movimientos contenidos. Fuerza. Tú sabes cómo hay que hacerlo.

El calor hacía que el polvo se pegase a la piel y empeoraba el dolor de los músculos. Tras el entrenamiento de la mañana, varios de los gladiadores se sentaron a comer viendo cómo los novatos seguían corriendo en los patios. Harry recogió su ración de gachas y se dejó caer pesadamente. Las últimas semanas habían sido un verdadero infierno. Los combates se sucedían a un ritmo vertiginoso. Su delicada posición, entre la fama y la gloria duradera, le estaba llevando al límite de sus fuerzas. No en vano se decía que era el mejor de los gladiadores después de Krum y que un día heredaría el puesto. De solo pensar en el desafío de los juegos se le atragantaban las gachas.

-El entrenador tiene razón, Harry. Cada día eres más rápido, maldita sea. No te atraparía ni Júpiter si entrases a follarte a sus hijas.

-Exageras, Cedric. Pero por Pólux, que sea verdad algún día.

Los dos gladiadores se quedaron en silencio, comiendo. Cedric había llegado con Harry a la escuela; el lanista los había comprado al mismo tiempo, ambos llevados a la esclavitud por las deudas. Habían sobrevivido durante tres años y se habían hecho un lugar en la élite del ludus. Harry tenía esperanzas reales de que los juegos terminaran bien para los dos. Cuando su ánimo decaía un poco, Cedric le arrastraba a entrenar de nuevo; lo que le faltaba de técnica, lo compensaba con su inventiva y su entusiasmo. Harry pensaba a menudo que su amigo no pertenecía a aquel mundo de muerte y violencia. Pero las cosas eran como eran.

-Si el entrenador hubiese sido tan blando con nosotros -Harry señaló a los novatos con la cabeza-, ahora estaríamos muertos. El amo quiere mucha sangre.

-El pueblo quiere mucha sangre -le corrigió Cedric, mientras un esclavo le rellenaba el cuenco de gachas-. Me conformo con que no sea la nuestra.

Se rieron y siguieron observando los ejercicios. Tras aquel interés frívolo se escondía un miedo que todo gladiador tenía presente: la posibilidad de que en la última remesa de esclavos llegase un guerrero imbatible. No había peor pesadilla para un campeón que un hombre movido por el instinto, un hombre capaz de defenderse incluso sin entrenamiento. Esos luchadores aparecían una vez cada diez años y, cuando lo hacían, las oportunidades de los demás se igualaban a cero. Harry suspiró. Se hablaba de muchos nombres y parejas, pero su combate era un secreto a voces. Un secreto del que cada vez le costaba más huir.

Otros tres gladiadores se sentaron con ellos.Mientras participaba distraídamente en la conversación, Harry miraba de reojo hacia la izquierda. Krum, que llevaba desde la mañana combatiendo en privado con uno de los instructores, devoraba sus gachas. Tenía la mirada muy concentrada en el patio y, quizá por lo taciturno o por las cejas, parecía un ave de presa. Harry repasó su cuerpo y recordó lo que le habían dicho en su primer día. Tenía dos opciones. La primera era morir y la segunda, ser lo bastante bueno como para combatir al mejor de los gladiadores, Krum el Victorioso. Y luego morir de todas formas.

Sí, el combate era un secreto a voces. En toda la ciudad no se coreaban otros nombres. Harry, cuya fuerza había crecido a la sombra de Krum, seguía lleno de dudas sobre aquel hombre silencioso. Habían hablado unas pocas veces, pero era difícil averiguar algo acerca del gladiador. Sabía que venía del este, de la Tracia o la Moesia. Se expresaba como un bárbaro y no tenía mejores modales. No tenía, lo que era peor, otros modales.

A Harry le exasperaba la calma que habitaba en los ojos de Krum y que al principio le había hecho imaginárselo amable, hasta humano. No le llevó mucho tiempo cambiar de opinión. Durante su segunda semana en el ludus, el campeón había troceado el cuerpo de un novicio y lo había abandonado a los buitres. Harry siempre recordaría la serenidad de su rostro mientras manejaba la cuchilla, seccionando los músculos y tendones como si fueran manteca.

El joven gladiador meneó la cabeza. No podía permitirse esos pensamientos de derrota. Cierto era que Krum parecía un asesino enviado por los dioses, un ser imparable, pero llevaba más de siete años en la arena y eso desgastaba a cualquier hombre. Lo que más molestaba a Harry era que, mientras él se obsesionaba con la figura de Krum y analizaba a su oponente, este ni siquiera parecía haberse dado cuenta de su existencia. Entrenaba delante de él, comía delante de él y se iba a su celda luego. Ambos gozaban de habitaciones privadas y, en la oscuridad, escuchaba a veces sus jadeos y los gritos de algún esclavo. Krum no parecía darle más importancia que a una mota de polvo. Y eso funcionaba como una provocación directa.

Cuando regresó a su cuarto al atardecer, Harry se enjuagó las manos y los brazos con agua para calmar las ampollas que le provocaba el roce de las armas. Antes de retirarse, Krum le había dedicado una larga mirada, la primera en meses. Algo se encendió en el pecho del gladiador. ¿Era eso... un reto? ¿Significaba que Krum le reconocía como rival? Si quería un reto, él se lo daría. Todo el mundo hablaba de la ambición del gladiador, pero la de Harry era incluso mayor. Corría el rumor de que los juegos tendrían distintos premios para los vencedores, y que uno de ellos sería la libertad. Un manjar demasiado delicioso para dejar que se escapase. Harry se sirvió una copa de agua y bebió. Lo conseguiría. ¿Tenía algo que perder?

-Gladiador -la voz de uno de los guardias interrumpió sus pensamientos-, el hijo del gobernador está aquí.

Harry se giró en las sombras del cuarto. La puerta se cerró sin hacer ruido y sus ojos se encontraron con los de Draco. No le esperaba esa noche, pero la sonrisa se le asomó a los labios.

 

*      *       *

 

Faltaban apenas dos noches para el inicio de los juegos. Krum volvió a su habitación más tarde de lo normal. El lanista le había hecho llamar para explicarle lo que ya sabía, que su brazo debía mantenerse fuerte y que era la atracción principal. Lo que no se había imaginado era que su amo estuviera tan... nervioso. Lucius se había implicado personalmente en la organización de los juegos y el lanista parecía preocupado. Krum sabía que no era su problema, pero se sentía un poco intranquilo. Estaba casi dispuesto a rezar a los dioses por seguir cabalgando la Fortuna.

Ron no pudo evitar que el corazón se le disparase al oír el sonido de la puerta. Durante la mañana servía en las cocinas con otros esclavos, pero a partir del mediodía debía esperar al gladiador. Las tardes se le hacían muy largas, pero el peor momento llegaba al anochecer. Sabía que Krum llegaría en cualquier momento. Y así era, allí estaba. Levantó la cabeza para verle entrar y se acercó con la mirada baja, ofreciéndole agua fresca y arrodillándose para quitarle las sandalias.

El gladiador lo había usado todas las noches desde su llegada. Ron ya no sangraba y empezaba a entender qué ponía nervioso a Krum y qué no. Hablaba en voz baja para no irritarlo y mantenía las cosas ordenadas. Le consolaba pensar que era demasiado irrelevante como para enfadar a Krum. Enfadarle de verdad. El campeón le veía casi como un objeto del mobiliario y el esclavo se alegraba un poco de que fuera así.

Nadie había cuestionado que el gladiador tuviera un muchacho para él solo y los esclavos de la cocina le trataban bien. Fuera de aquella habitación todo era casi cordial, aunque Ron no sabía hasta qué punto pertenecer a Krum le mantenía a salvo de los problemas. Podía imaginárselo. Si lo pensaba fríamente, no había tenido tan mala suerte. ¡Hasta recibía raciones doble de comida! Aún así, era muy fácil pensar eso durante la tarde, cuando Ron estaba a solas en la habitación, pero no parecía sencillo hacerlo con su amo delante.

-Ven, Ron, quiero un masaje. Trae el aceite.

El pelirrojo se relajó. Krum le llamaba Ron solo cuando estaba de buen humor. Normalmente le hablaba muy poco; solo se dirigía a él para darle órdenes. “Esclavo” o “chico” eran sus palabras favoritas. Ron no quiso hacerle esperar. Tomó el aceite de sándalo y se sentó a su lado en la cama. La espalda del gladiador se le hacía inmensa. Sus manos grandes fueron amasando la piel, extendiendo al aceite y calmando los músculos cansados.

El esclavo nunca había estado cerca de un hombre como Krum, tan fuerte y peligroso. Sonrió con amargura al recordar que, durante los últimos años, el gladiador le había parecido atractivo. Pensaba como debían hacerlo todas las mujeres de la ciudad, pero ahora que estaba allí, ahora que sus manos se movían sobre el entramado de carne, el campeón parecía más humano. Parecía más cruel y vulnerable, todo a la vez. Si las cosas hubieran sido de otra manera, si Ron no tuviera que llamarle amo, si las puertas del pasillo no estuvieran cerradas con rejas, quizá Krum seguiría pareciéndole un dios. Pero las cosas eran como eran. 

Y no iban a cambiar.

Notas finales:

La Tracia y la Moesia son regiones del Imperio Romano (casi) oriental donde ahora está situada Bulgaria. Krum no se libra de tener un acento un poco raro.

He hecho un intento por latinizar el nombre de Harry que ha acabado mal, así que decidí respetarlo aunque quede un poquito raro.

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