Ya no podían soportarlo. Sencillamente, no podían mantenerse cuerdos un segundo más.
Los labios de ambos chocaron con fuerza, besándose con premura y necesidad. La mano del peliverde viajo hacia la nuca del contrario, aferrándolo casi con desesperación mientras le mordía, dejando sus labios rojos y húmedos por la brusquedad del contacto.
Aquella tarde finalmente habían llegado a una nueva isla, y la tensión entre ambos era más que evidente para todos los miembros de la tripulación. Parecía que de un momento a otro se ensartarían en una de sus tantas peleas para intentar matarse nuevamente, pero aquello estaba algo alejado de la realidad.
Claro que ambos querían matarse, pero de otra manera mucho más deliciosa y placentera.
Y entonces, cuando Nami les había dado la autorización para bajar a la isla y avisarles que se verían en el mercado central al anochecer para dirigirse a un hotel, el espadachín había bajado raudo hacia alguna parte de la isla mientras la pelirroja le miraba con una gota tras la nuca, suspirando quedamente y evadiendo sin mucho éxito las miradas perspicaces de la arqueóloga.
Mientras que por su parte, Sanji se había dirigido hacia el mercado con una disimulada pero dura erección entre sus piernas. Tan solo media hora antes de anclar a una distancia prudencial de la cuidad había sido el turno de Zoro para provocarle, encontrándole en medio de cubierta mientras acababa de entrenar esta vez no solo sin camisa, sino que con un pequeño y ajustado pantalón que remarcaba a la perfección sus muslos y su trasero.
Antes que se diera cuenta tenía un enorme bulto entre sus piernas que por suerte había podido cubrir a tiempo, pero entonces la navegante había empezado a dar órdenes a diestro y siniestro, sin darle tiempo de poder desahogarse antes de poner pie en la isla.
Justamente por eso se encontraba allí, comprando casi con velocidad inhumana todas las cosas que, sabia escaseaban en sus reservas. Cargo un par de bolsas, suspirando al saber que sería demasiado obvio volver al barco antes de tiempo y algo extrañado al no saber hacia dónde se había dirigido el moreno ni donde se encontraba.
Pero en ese momento una fuerte mano se aferró a su muñeca, empujándole hacia un callejón mientras su dueño se encargaba de arrinconarle contra la pared más cercana. Y vaya que si fue sorpresa, cuando se dio cuenta que Zoro se encontraba en sus mismas condiciones.
Deseo, implacable deseo contenido por mucho tiempo en aquel horrible mes, les había llevado a los dos a su punto máximo, a su último intento por mantenerse firmes en una situación que les estaba volviendo completamente locos.
Esta vez fue el cocinero quien rompió aquel ambiente juntando sus labios, un pequeño roce que logro excitarles hasta niveles insospechados. Pegando su cuerpo el uno al otro, restregándose con rapidez pero, por sobre todo, el delicioso roce de sus lenguas, enredándose y reconociéndose por primera vez desde aquel incidente a bordo del navío.
Sus salivas mezcladas, corriendo libremente por sus labios entreabiertos hasta perderse por sus barbillas. Sus labios inquietos dispuestos a luchar a pesar que el aire se hiciera de rogar, separándose a duras penas en una pequeña tregua antes de volver a aquel excitante y fogoso contacto; gimiendo en la boca del otro sin poder evitarlo.
En una rápida maniobra el rubio rozo con algo de maldad la entrepierna del más alto, haciéndole soltar un jadeo que pronto fue ahogado por un beso más apasionado que los demás, dejando que sus lenguas juguetearan unos segundos fuera de sus labios; sin dejar de mirarse a los ojos, nublados por la lujuria y el deseo.
Un pequeño hilo de sangre descendió por el rostro de Sanji luego que el peliverde mordiera sus labios fiereza mal contenida, lamiendo su cremosa piel para volver a su boca una vez más. La libido crecía a cada momento, algo divertidos al darse cuenta que, por primera vez, compartían uno de sus extraños gustos en común. Aquellas raras manías que habían dejado en libertad luego de su encuentro en la cocina semanas atrás.
Una mano colándose por el pantalón del oji azul llamo su atención, frunciendo el ceño al entender las intenciones de su verdugo. Claro que no, el espadachín no se quedaría de brazos cruzados ahora que tenía a un apetitoso cocinero arrinconado contra la pared, en un callejón completamente oscuro producto de la llegada de la noche.
Ni siquiera recordaron el aviso de Nami, o las bolsas tiradas a escasos metros de donde se encontraban. En aquel momento solo existían ellos dos, ni siquiera el ruido del bullicio les distrajo del nuevo y profundo beso que compartían esta vez, temblando por la impaciencia y la excitación.
Una sonrisa surco el rostro de Zoro al sentir como los pantalones de su acompañante caían al suelo. Esa noche, definitivamente, haría pagar al rubio por todo lo que le había hecho sufrir hasta el momento. Y vaya que pensaba disfrutarlo…
Tsusuku (o tal vez no xD)