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Diez Razones Para Odiar a Alguien Como Tú por Rukkiaa

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6. No te merezco

 

(Sam)

 

-Gracias por acompañarme a casa, Sam. No tenías porqué—dijo Gabriel. Habíamos cogido el autobús y me había quedado una parada antes de la que me correspondía. Desde la casa de los Novak podría ir caminando hasta la mía sin problemas.

-Me apetecía tomar un poco el aire—dije. Hacía algo de fresco y llevaba las manos metidas en los bolsillos de los pantalones.

El trayecto desde el café había transcurrido en una animada charla por parte de Gabriel contándome sus mejores trucos, la reacción del público ante ellos y lo orgulloso que se sentía de lo que hacía. Yo le escuchaba en completo silencio, porque estaba seguro de que mis aspiraciones para ser abogado no eran ni la mitad de divertidas que sus anécdotas mágicas.

Pero ya estábamos frente a su puerta cerrada. Las luces del porche estaban encendidas, lo que indicaba que sus padres todavía estaban despiertos.

Carraspeé.

-Buenas noches, Gabriel.

-Buenas noches, Sam.

Hice un gesto con la cabeza en señal de asentimiento y comencé a alejarme de allí.

-¿Enserio?¿Eso es todo? –. La voz de Gabriel me llegó a la espalda, así que tuve que girarme para cerciorarme de que se dirigía a mi. Seguía en el porche, tal y como le había dejado. –Sam Winchester, no te das cuenta de nada.

-¿De qué hablas?

-De que llevo tonteando contigo toda la noche. Te invito a tomar algo. Te quito las gafas y me las pongo. Durante todo el camino en autobús, mi mano estuvo sobre tu muslo, Sam. Creí que después de lo que pasó ayer en mi habitación, serías tú el que haría o diría algo, porque casi nos besamos porque fuiste tú el que...

En pocos pasos llegué hacia el, me incliné sobre su cuerpo y le besé, acallando sus reclamos. Él se tensó un poco, pero se relajó enseguida y sus manos se alzaron, agarrando la tela del abrigo que cubría mi espalda. Mientras las mías sujetaban su rostro con vehemencia.

Nunca había experimentado nada igual. Su aliento se mezclaba con el mío, cálido. Sentí como si una bandada de pájaros aletearan frenéticos en mi estómago. Olvidé por completo mi nombre, qué día era, e incluso en donde me encontraba.

Gabriel gimió por lo bajo cuando mi lengua se coló en su boca, ávida de explorar. De saborear todo lo que tenía para mi. Porque él se entregaba, y yo lo anhelaba. Desde el mismo momento en que le había tenido entre mis brazos en su dormitorio, sin escapatoria.

Jamás creí verme en tal situación con él, pero no me arrepentía. Siempre había pensado que las cosas pasaban por algo, y quizás era Gabriel al que yo había estado esperando.

Yo busco enamorarme, Dean. Amor.

¿Estaba enamorándome de Gabriel?¿Era eso posible cuando solo hacía un par de días que había entrado oficialmente en mi vida?¿Existía el amor a primera vista o los flechazos?

Tal vez, empezaba a creer que eso era posible. Y con Gabriel entre mis brazos... ¿Qué importaba eso ahora?

 

(Castiel)

 

Obviamente, mi respuesta a Dean fue un rotundo sí.

Me levanté temprano, como si fuera a ir al instituto. Me duché, me vestí, desayuné y me puse a ver la televisión con mi hermano Gabriel mientras él se tomaba un tazón de cereales sentado en el sofá.

-¿Dónde vas?

-Dean viene a buscarme.

-¿Ah si? –. Bajó el volumen del televisor y me miró curioso. –¿Y?

-¿Y?, nada. No ha querido decirme a donde me lleva.

-¿Es sorpresa?

-No me mires así. No es nada de lo que te imaginas.

-No sabes lo que me imagino—rió y volvió a subir el volumen de la televisión. Al ser domingo por la mañana, no había ningún programa interesante, así que tenía puestos dibujos animados.

Intenté prestar atención a los dibujitos de la pantalla, pero no era capaz. Escuchaba a mis padres hablar en la cocina de sus cosas, y Gabriel soltaba carcajadas de vez en cuando por los monigotes que veía en la televisión.

-Te noto extremadamente contento hoy. ¿Has dormido bien?

-Ya te digo. Sobretodo después de que me besara Sam—admitió tranquilamente.

Cogí el mando a distancia que tenía a su lado y apagué el televisor.

-¿Cómo?¿Sam?

-Sí. Sam Winchester. Me besó.

-¿Dónde?

-¿Quieres saber en qué parte del cuerpo o en qué lugar? La respuesta a ambas es en la boca y en el porche.

-Gabriel... Eso es... ¿Desde cuando Sam y tú...?

-Desde que intentamos hacer que Dean se enamore de ti.

-¡¿Qué?!

No pude seguir con la charla porque sonó el timbre.

-Salvado por la campana—le susurré antes de ir corriendo a abrir. No quería que Lucifer volviera a tratar borde a Dean.

-Buenos días, Cas.

Hacía una radiante mañana, pero mejoró en cuanto Dean apareció ante mi puerta.

-Buenos días.

-¿Nos vamos?

-Si—dije y salí, cerrando la puerta tras de mi y siguiendo a Dean hacia su coche.

No pasamos demasiado tiempo en el Impala, de hecho, creo que podríamos haber ido andando a la casa frente a la que Dean aparcó, unas calles más abajo. Pero aún así, no dije ni pío.

Cuando llegamos, habían dos chicos que nunca había visto dentro de un garaje con la puerta abierta. Uno era rubio, con un corte extraño, y estaba sentado detrás de una batería. El otro, tenía el pelo castaño y algo de barba, y bebía una cerveza junto a la entrada, como si estuviera esperando a Dean.

Su sonrisa al verle me lo confirmó.

-Hola tíos—Dean chocó el puño con el del otro, y saludó con la mano al rubio.

-Llegas tarde—dijo el que estaba sentado tras la batería.

-Lo siento, fui a buscar a Cas. Cas, estos son Benny y Ash.

-Hola—dije algo cohibido.

-Ellos son los miembros de mi banda—aclaró Dean acercándose a un rincón y cogiendo una guitarra eléctrica.

-¿Tienes una banda?

-No le hagas caso, no es ''su'' banda—dijo Benny que se dio la vuelta, se agachó y cogió un bajo.

-Claro que es mi banda. Yo os junté, cabezas de chorlito. Somos 'The Hunters'.

Evidentemente, ese garaje, era su lugar de ensayos. Dean se puso tras un micrófono y sacó de su bolsillo la púa que consiguió durante el concierto de la noche anterior.

-Vamos Cas, eres nuestro público. Siéntate donde pilles y a ver qué te parece nuestra música.

-Hay que ver como eres Dean. ¿Te has traído un groupie para ti solo? –. Ash rió de su propio comentario y golpeó con la baqueta un platillo, haciéndolo resonar.

-Aún no os he escuchado como para que me consideréis eso—aclaré yo. Todos rieron, e incluso escuché un chúpate esa, de parte de Dean.

Yo hice lo que me habían pedido, abrí una silla que había junto a la pared, y me senté a un lado.

Estuvieron tocando un rato. Y eran buenos, mucho. Reconozco que se me caía la baba viendo y escuchando a Dean cantar. Tocaba muy bien la guitarra, y sus amigos también lo hacían de maravilla. Si se abrían paso en la industria, les auguraba un buen futuro musical. Aunque parecía que lo hacían más como entretenimiento que como profesión.

Cuando terminaron de tocar la última canción, no pude evitar aplaudirles. Aunque era un poco triste que una persona sola lo hiciera. Aún así, todos sonrieron, como agradecidos.

-¿Qué te ha parecido? –. Me preguntó Benny dejando el bajo en el suelo.

-Sois geniales.

-Eres la primera persona que nos ha escuchado oficialmente, Cas. Así que considérate afortunado—dijo Dean sacando un botellín de cerveza de una nevera portátil que había junto a la puerta interior que daba a la casa.

-Ya lo hago—respondí.

 

(Sam)

 

-Apenas has probado el desayuno—dijo mi madre preocupada tocándome la frente con la palma de la mano.

-Porque no tengo mucha hambre, mamá. No estoy enfermo. Al contrario. Me siento mejor que nunca.

Me miró con los ojos entrecerrados, como si no me creyera en lo más mínimo.

-Algo te pasa. Y a tu hermano. Cuando hago beicon tengo que despegarlo de la sartén, pero hoy a salido corriendo como alma que lleva el diablo. Y tú, compré ayer ese muesli que tanto te gusta y ni lo has probado. ¿Qué me ocultas, Samuel?

Volvió a pasarme la mano por la frente. Preocupada.

Era cierto que apenas había probado bocado en el desayuno. Y cierto era también que no tenía apetito. Pero era culpa de Gabriel. No se iba de mi mente ni proponiéndomelo. De no haber sido porque su padre abrió la puerta, el beso habría continuado, estaba convencido de ello. Gabriel me empujó para que me marchara antes de que su padre empezara a gritarme, y estaba claro que aquella vena sobresaliendo en su sien indicaba que eso justamente era lo que iba a pasar.

Intentaba concentrarme en aquel programa de animales que echaban por televisión, pero allí, tumbado en el sofá, me era imposible. Entre Gabriel en mi cabeza, y mi madre a mi lado, no había manera.

-¿Te apetece algo en especial para almorzar? –. Me pasó la mano por el cabello y se levantó.

-Lo que tú quieras hacer.

Se marchó a la cocina, donde seguro, mi padre seguía leyendo el periódico y tomándose su café matutino.

Entonces, el teléfono móvil que estaba sobre la mesita de centro vibró.

Lo cogí y miré la pantalla.

Buenos días, Sam.

Suspiré cansado, porque ni los domingos me dejaba Becky en paz.

Pero ya que tenía el teléfono en la mano, decidí escribir un mensaje yo también.

¿Qué estás haciendo?

Pulsé el botón de enviar con la esperanza de que Gabriel estuviera despierto y que lo leyera al momento. Y no me equivocaba, porque a los segundos, me llegó un mensaje de vuelta.

Estoy desnudo, en la ducha. ¿Te apuntas?

De golpe me senté en el sillón, y tuve que releer aquello varias veces para cerciorarme de que eso era lo que estaba escrito en la pantalla de mi móvil. Tuve que tragar y respirar hondo para que mi mente volviera a estar operativa. ¿Qué responde uno a eso?

¿Te has caído de la cama? Estaba de coña, Sam. Estoy viendo la tele. ¿Y tú? ¿Has empezado a toquetearte de solo imaginarme en la bañera?

Me sonrojé violentamente, y recé a todos los dioses que conocía, para que ninguno de mis progenitores saliera de la cocina. Ese pensamiento encendió una bombilla en mi cabeza, y salí corriendo a mi habitación, donde tendría más intimidad. Cerré la puerta y subí a mi cama de un salto. Sentándome sobre las mantas.

Te equivocas. Iba a preguntarte si de verdad querías que te hiciera compañía. Pero si no era cierto... Lástima.

No podía dejar de sonreír al escribir el mensaje, y tampoco al enviarlo e imaginarme la cara que pondría Gabriel al leerlo. Jamás había escrito algo semejante, y no me disgustaba esta especie de juego que empezábamos a tener.

Es una pena que mis padres estén en casa. Sino, iría a la ducha ahora mismo.

Solté una risotada. Aquello me estaba sacando de mis casillas. Podía escuchar el corazón latiéndome con violencia en los oídos y cierta parte de mi anatomía comenzaba a reclamar mi atención. No era buena idea continuar con los mensajitos sugerentes.

Dejé el teléfono sobre la mesita de noche y me tumbé. Debía respirar hondo y recuperar el control, porque no era posible ponerse así solo por unas cuantas palabras. Me impresionaba el poder tan grande que podía ejercer Gabriel sobre mi.

Y por otro lado, tras lo que había pasado la noche anterior, necesitaba verle. Unos mensajes no eran suficiente, por muy animados que fueran.

Entré en el cuarto de baño, me di una ducha fría, me puse la primera ropa que encontré en el armario y salí por la puerta.

Tardé unos cinco minutos en llegar a su casa, pero antes de tocar el timbre, alguien me habló.

-¿Qué haces tú aquí?

Reconocía esa voz. Uno de los señores Novak, con cara de pocos amigos, estaba con el cortacesped, como si lo hubiera pillado a punto de comenzar sus tareas de fin de semana.

-Yo... –. De pronto, me sentí ratón atrapado en una ratonera.

-Jovencito, tienes muy poca vergüenza viniendo aquí después de lo que hiciste anoche.

-Oiga, me gusta Gabriel. Lo de anoche, simplemente era una demostración de eso.

El hombre abrió mucho los ojos. Había sido una especie de grosería por mi parte plantarle cara de ese modo. Comenzaba a arrepentirme de tal descaro.

-¿Te gusto?

Gabriel apareció por detrás de su padre, cargando con una manguera que llevaba enrollada en ambos brazos.

-Sam, esto no es la edad media. No tienes que venir a mi casa a pedirle mi mano a mi padre—se rió a carcajadas de su propia broma, pero su padre, volteó los ojos y empezó a alejarse, supuse que a la parte trasera de la casa, mientras mascullaba cosas por lo bajo. Apenas pude entender lo que decía, aunque capté cosas como: ''A Gabriel no hay quien lo meta en vereda'' ''Esto es culpa mía'' y ''Nunca debí mandarles a un instituto público''.

-No era mi intención encontrarme a tu padre, la verdad. Me da miedo.

-Pues no se te ha notado nada—dijo alejándose y dejando la manguera sobre el césped.

-Lo cierto, es que quería verte.

-¿Para? Estoy vestido, Sam.

-Eso ya lo veo.

-Y lo ves a pesar de no llevar tus gafas.

Ante su comentario, llevé la mano a mi cara. Realmente no las llevaba puestas.

-Nunca... Nunca se me habían olvidado—dije sorprendido.

Gabriel giró la llave del agua y comenzó a regar las flores que había bajo la ventana con la manguera.

-Me alegro de que se te hayan olvidado. Te dije que estás mejor sin ellas.

-Tal vez mi subconsciente te hizo caso.

-Parece que hay algo de inteligencia en ti—dijo al tiempo que seguía a lo suyo.

Me acerqué a su cuerpo, por su espalda, lo más que pude. Rozando con mi camiseta la parte de atrás de la suya. Él continuó regando las flores, como si no pasara nada, así que lo tomé como un mudo permiso para hacer lo que quisiera. Coloqué las manos en su cintura y lo rodeé con mis brazos.

-Sam, ¿qué haces? –. Preguntó, pero su tono era divertido.

-Creía que estaba bastante claro. Quizás no lo suficiente—dije. Entonces, bajé un poco la cabeza hasta rozar con mis labios la parte de atrás de su cuello, besándole con suavidad.

Ni yo me reconocía en tal situación.

-Mis padres...

-Tu padre nos dio vía libre ¿no? Se marchó al jardín de atrás. Y sé que a Miguel le caigo bien—dije esta vez junto a su oreja. Me moría por probar sus labios de nuevo y esperaba que él se diera la vuelta y cumpliera mi deseo.

Y parece que leyó mi mente, porque se giró hacia mi. Yo no le solté de mi agarre. Me gustaba tenerlo entre mis brazos, como protegido del resto del mundo. Se mordió el labio inferior en clara señal de lo que se avecinaba. Me incliné hacia el y...

Un chorro de agua me dio de lleno en la cara. Las carcajadas de Gabriel llegaban a mis oídos y trastabillé un poco hacia detrás.

-¿Qué...?

-No podemos ducharnos juntos, pero puedo hacer esto—dijo y volvió a apuntarme con la manguera empapándome la ropa.

-¿Ah si?

Esquivé el chorro como buenamente pude, le agarré de la cintura y tiré de él haciéndole caer al suelo conmigo encima. La manguera se movía sola por el césped, mientras el agua no dejaba de salir disparada en todas direcciones. Yo, sin embargo, estaba atrapado en los ojos de Gabriel. Él también se había mojado por hacer la gracia y no dejaba de reírse a pesar de estar en gran desventaja debajo de mi cuerpo.

Ahora si, no se me escapaba.

Le besé.

 

(Castiel)

 

Pasamos una mañana amena y divertida. Almorzamos unos bocadillos que el propio Ash preparó y vimos una película de acción con muchas explosiones y disparos. Cuando quise darme cuenta, ya era por la tarde y aún me quedaban deberes por hacer.

-Creo que debería marcharme—dije rompiendo el aire de relax que había en el salón de la casa. Dean hizo ademán de levantarse al mismo tiempo que yo, pero se lo impedí haciendo un gesto con la mano. –No te molestes. Puedo ir andando. Queda cerca.

-Pero...

-Enserio, no es necesario.

Tras un poco de regateo, conseguí que Dean se quedara con sus amigos y yo anduve hacia mi casa.

Cuando llegué, me sorprendió encontrarme el salón lleno de gente. Lucifer en uno de los sillones individuales, Miguel en otro, y Gabriel y Sam en el sofá. Todos con la mirada puesta en el televisor.

-Hola.

Sus miradas y rostros se volvieron hacia mi.

-¿Te lo has pasado bien con tu amigo, Castiel? –. Me preguntó Miguel sonriente.

-Si. Dean me presentó a sus amigos. Tienen un grupo.

-¿Te ha llevado a casa de Ash? Vaya—Sam y mi hermano cruzaron una mirada, pero supuse que era por esa tontería que se traía entre manos con Gabe. Hacer que Dean se enamorase de mi.

Les dejé viendo lo que fuera que veían y subí a mi habitación a darme una ducha. No tardé en ponerme unos pantalones y una camiseta, y me senté en el escritorio dispuesto a hacer los deberes que me quedaban pendientes.

Hasta que oí la voz de Gabriel a mi espalda, en la puerta.

-Prepárate para ver algo alucinante, Sam.

No me dio tiempo ni a terminar de levantarme, cuando empezó el hormigueo en las extremidades, perdí el equilibrio y caí al suelo sobre mi propio trasero.

-¡Auch! –. Ahí estaba esa voz aguda. Los cabellos me hacían cosquillas en la parte baja de la espalda, y los pantalones volvían a parecer hilo dental.

-Increíble—musitó Sam sin pestañear. –De verdad eres una chica muy linda, Castiel.

-Te lo dije—secundó Gabe con el dichoso librito entre las manos.

-¡Voy a matarte! –. Chillé y salí corriendo detrás de él por el pasillo. Sam se reía de nosotros y nos siguió cuando bajamos al piso inferior.

Lucifer y Miguel parecían ignorarnos, porque de pequeños, aquello era algo habitual. Gabriel siempre andaba quitándome mis cosas solo para hacerme rabiar, y yo le perseguía por todas partes, hasta que conseguía atraparle o simplemente me cansaba y lo dejaba estar por el bien común.

Esa vez no pensaba darme por vencido, hasta que sonó el timbre justo cuando iba a volver a subir por las escaleras detrás de mi hermano.

No me quedaba otra más que abrir yo.

Casi me da un paro cardíaco.

-Hola, Cassy.

-De... Dean.

Sus ojos me observaron de pies a cabeza, y me sentí desnudo de repente. Casi era así.

-¿Qué haces aquí? –. Ayudándome de la puerta, tapé un poco mi cuerpo. Sonaba estúpido, pero no me gustaba que Dean prefiriera a Cassandra a pesar de ser yo mismo.

-Vine a traerle esto a Cas. –«Mi chaqueta.» pensé mientras él me mostraba la prenda. La cogí como si quemara.

-Gracias. Yo se la doy.

-¿No está? Vino solo y no sé...

-Sí, llegó sano y salvo. Está durmiendo.

-¿Tan temprano?

-Estaba muy cansado.

Me estoy comportando como un verdadero imbécil.

-Demasiadas emociones fuertes para una sola mañana ¿no? –. Comentó risueño.

-Eso parece. Bueno, adiós Dean—iba a cerrar la puerta, pero él me lo impidió con la mano.

-Espera. Aún es temprano. ¿Te apetece dar un paseo?

-¿Contigo?

-Claro.

-Pero yo...

-Vamos, no conoces a mucha gente aquí ¿cierto? Te llevo a dar una vuelta rápida y te traigo. Lo prometo. ¿Un helado?

No tenía escapatoria. Ninguna de las excusas que se me ocurrían podían servir. Eran tan pobres y ridículas que no eran capaces ni de salir por mi boca. Así que le pedí unos minutos para subir a ponerme algo encima, y salí corriendo escaleras arriba.

Cuando entré en mi habitación, Sam y Gabe estaban allí. Mi hermano tenía las manos en pose de súplica.

-Perdón, perdón. Pero tienes una cita con Dean—dijo, y puso la más radiante de sus sonrisas de 'yo nunca rompo un plato'. Pero hacía años que no tenían efecto alguno en mi. Le fulminé con la mirada y abrí el armario.

-No te creas que porque Dean haya venido, mi enfado se ha esfumado. De hecho, crece. ¡No tengo nada que ponerme!¡En esta casa somos todos hombres!¡No hay ropa de mujer por ningún lado!

Mientras gritaba, sacaba las prendas y las tiraba a mi espalda. Creo que algunas cayeron sobre Sam, que disimuladamente las dejó sobre la cama. Gabriel se acercó a mi y rebuscó conmigo entre las innumerables camisas blancas, los pantalones oscuros y la torre de pijamas con dibujitos, resultado de años y años de navidades en casa de mis abuelos.

-¿Qué tal esto?

Gabe sacó un peto vaquero que llevaba varios años en el fondo de mi armario. Ni recordaba que eso estuviera allí. Y seguramente, me quedaba pequeño desde hace mucho tiempo.

-¿Bromeas?

-Para nada. Pruébatelo.

 

(Dean)

 

Estaba más tenso que un palo de escoba. Allí, plantado en el recibidor. Escuchaba el sonido del televisor y los incesantes pasos de alguien en el piso superior. Agradecía sin embargo, el estar completamente solo, y que el padre de Cas no se me acercara con su modo nada agradable de saludar a las visitas.

Pasaron unos veinte minutos, cuando por fin vi a Cassy bajar por las escaleras. Me sorprendió que a pesar de su aspecto delicado, no fuera tan femenina como otras chicas a las que había conocido. Llevaba puesto un peto vaquero, una camiseta blanca y unas deportivas. Se había tomado al pie de la letra lo de que íbamos a dar un paseo y punto.

Aún así, se la veía preciosa. Aquellos ojos azules hacían desaparecer el resto del mundo de mi vista.

-Un helado y volvemos—dijo cuando llegó al último escalón.

-Lo prometo.

Como le había dicho lo del helado, pero no dónde lo tomaríamos; la llevé a la playa. Comenzaba a anochecer, así que no había demasiada gente por el paseo marítimo. Justo allí fue donde compré los helados, en un carrito ambulante y empezamos a caminar por la orilla de la playa.

Siempre sabía donde llevar a las chicas para conseguir lo que quería. Y normalmente a estas alturas, ya la chica se habría abalanzado sobre mi, antes incluso de bajarnos del coche. Pero Cassandra era especial. No sabría decir porqué. Sin embargo, era lo que sentía.

-No eres demasiado habladora ¿no? –. Pregunté al tiempo que rozaba el dorso de su mano con el dorso de la mía.

-¿Quieres saber alguna cosa en especial? –. Respondió. Estaba claro que yo la ponía nerviosa.

-¿Dónde te metes? Ya sabes. He ido varias veces a casa de tus primos, pero nunca te veo. Hoy fue una de esas casualidades de la vida.

-Por ahí. Con mis cosas.

-Eres reservada. ¿Eres como tu primo?¿Estudias mucho?

-Soy idéntica a mi primo—dijo dando un lametón a su helado.

La observé detenidamente cuando dijo eso. No andaba desencaminada. Las facciones de su rostro me recordaban mucho a su primo en algunos detalles. Pero los ojos. Ese azul era de Cas. Debían ser primos hermanos o algo así. Y haberse conocido a pesar de ser Cas adoptado.

-Tienes razón. Os parecéis mucho.

Sonreí al pensar en Castiel. Habían sido unos cuantos días bastante intensos en su compañía. Desde luego, tenía que admitir, que no me aburría con él. Y verle en el concierto me hizo verlo con otros ojos.

-Oye, ¿Cas ha tenido novia alguna vez?

-¿Qué?¿Por qué quieres saber eso?

-Curiosidad. ¿Charlie Bradbury?¿Meg Masters? Tiene donde elegir. Parecen estar muy unidos.

Cassy detuvo sus pasos y me miró.

-Para empezar, Charlie es gay. Y es la mejor amiga de Castiel, solo eso. Y Meg... Meg es Meg. No puede verla más que como amiga.

-Vale, no te enfades—dije entre risas al ver su reacción. –No es como si te hubiera preguntado qué talla de sujetador usas.

Sus mejillas se tiñeron de un rojo apagado y comenzó a caminar esta vez más deprisa. Así que tuve que apresurarme para alcanzarla sin poder dejar de reír. No era idiota, y sabía perfectamente que no llevaba sujetador en ese momento. Un favor que me hacía a mi, claro.

-¿Puedo preguntarte algo yo? –. Dijo molesta y sin dejar de dar zancadas por la arena.

-Claro.

-¿Cuántas novias has tenido tú?

-Ninguna.

-¡Ja!

-¿Qué? –. Dejé caer el helado y la sujeté del brazo para que se detuviera. –Nunca he tenido novia.

-No te creo.

-Pues deberías. No voy a mentirte y decirte que jamás he estado con chicas, porque eso sí sería una broma. Simplemente, no he mantenido una relación con ellas tan larga como para considerarlas mis novias.

-Entonces, vas de flor en flor. ¿En qué me convierte eso a mi en este momento?

-Eres... –. Mis ojos se clavaron en los suyos. Infinitos. Uno podía perderse en ese azul y no le importaría en lo más mínimo. –Una amiga. Puedo tener amigas. ¿No crees que podamos ser al menos eso?

-Tú... Tú y yo no somos iguales, Dean. Perteneces a un mundo en el que yo no entro. ¿De verdad serías amigo de alguien así?

-¿De qué hablas?¿No te has visto?

Algo no me cuadraba. De repente, Cassandra parecía a punto de llorar, como si hubiera herido sus sentimientos de alguna manera que no alcanzaba a comprender.

-Cassy, sé que puedo parecer un engreído la primera vez que se me conoce. Pero no es cierto, lo prometo. Tal vez pasé mucho tiempo encerrado en mi mismo y no supe ver lo que el mundo me estaba ofreciendo. Ahora me doy cuenta de que hay gente muy valiosa a mi alrededor. –Tiré de ella hacia mi para abrazarla. Su rostro se hundió en mi pecho y la rodeé con mis brazos. Cassandra se dejó hacer, sin oponer resistencia. Apoyé la mejilla en su cabello, y pude oler el ligero perfume que desprendía su coronilla.

Entonces pensé en Cas. Cuando me abrazó en la fiesta de Crowley. Cuando le hablé cerca del oído en el concierto. El aroma de su cuerpo, de su cuello. Cuando limpié el ketchup de su mejilla con una patata, sin importarme si era lo correcto o no. Cuando sonreía escuchándonos tocar. El roce de su brazo y el mío en el sofá mientras veíamos una película en casa de Ash.

Por impulso, rompí el abrazo.

-Mejor te llevo a tu casa. Se está haciendo tarde.

Continuará...

Notas finales:

El sexto capítulo ya!! Madre míaaaaa y acción por un tubo, ¿no? xD


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